EDITORIAL
El colonialismo es un fenómeno que se define
por la dominación cultural (pero también política y económica) de un pueblo sobre otro(s).
El colonialismo tiene una vieja historia pero se
agudizó con la expansión del capitalismo desde el siglo XVI; su funcionamiento, muchas
veces brutal, ha producido jerarquías, exclusiones y subordinaciones que han marginado
ciertos sectores sociales de los niveles de bienestar alcanzados por otros y han reprimido y
transformado su universo simbólico. Sin embargo, desde la independencia de las colonias
europeas en África el enfrentamiento al orden colonial se ha vuelto más explícito y
programático, pasando a formar parte de la
agenda política urgente de pueblos, movimientos sociales y, también (a pesar de quienes
creen que el ejercicio disciplinario riñe con la
política), de las disciplinas sociales. Un creciente número de arqueólog@s, no sólo del
sur geopolítico, está empeñado en construir
herramientas que conduzcan a la descolonización, tanto a la suya propia (rechazando el
colonialismo académico) como de la sociedad en general, militando alrededor de saber
y política, historizando los aparatos disciplinarios y entendiendo e imaginando a las sociedades descolonizadas, sobre todo el papel de
las disciplinas humanas en ese proceso. Por
eso uno de los temas más urgentes de la agenda de discusión y práctica actual en la disciplina es la descolonización. En este número
de la revista invitamos a cuatro arqueólogos
de tres continentes, comprometidos con la superación de las prácticas coloniales en la disciplina, para discutir aspectos relacionados con
la descolonización de la arqueología y con su
lugar en la descolonización de la sociedad en
general. La conversación con Ernestina
Mamaní se sitúa en la misma línea. Se trata
de una situación concreta en la cual un grupo
de investigador@s –ya de la universidad, ya
de la localidad- desarrolla una investigación
sobre la historia y arqueología local, en cuyo
transcurso Ernestina ha dicho sus visiones, que
aquí transcribimos con la urgencia con la que
fueron dichas. El foro académico y la conversación local, aún diferentes en contextos,
estilos y alcances, son dos aspectos del interés de la arqueología por la descolonización.
La revista también acoge otros temas, otras
preocupaciones, otros horizontes de intervención. El artículo de Paulo de Blasis, Andreas
Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini
y Maria Dulce Gaspar presenta un modelo
regional de ocupación de los pueblos costeros
del sur de Brasil que produjeron los sambaquís
o concheros, uno de los rasgos más conspicuos del paisaje arqueológico del litoral brasileño. Juliana Machado optó por una discusión
metafísica sobre las clasificaciones cerámicas
en la Amazonia, ofreciendo una perspectiva
teórica y metodológica para interpretar análisis
tecnológicos. Finalmente, Héctor Pucciarelli
pone a prueba un modelo de poblamiento que
explica el origen y la dispersión de nuestra especie; su medición de cráneos del Viejo y el
Nuevo Mundo lo lleva a sugerir alternativas
distintas de interpretación. En suma, este número de Arqueología Suramericana ofrece
algo de los temas y preocupaciones que ocupan a l@s arqueólog@s de esta parte del mundo. Hablando de eso, les recordamos la invitación que hicimos en el número anterior: tenemos una cita en la IV Reunión Internacional
de Teoría Arqueológica en América del sur, un
inter-congreso del WAC, en San Fernando del
Valle de Catamarca entre el 3 y el 7 de julio de
este año. Allí nos vemos.
EDITORIAL
O colonialismo é um fenômeno que se define
pela dominação cultural (mas também política
e econômica) de um povo sobre outro(s). O
colonialismo tem uma velha história, porém se
agudizou com a expansão do capitalismo desde o século XVI; seu funcionamento, muitas
vezes brutal, tem produzido hierarquias,
exclusões e subordinações que tem
marginalizado certos setores sociais dos níveis
de bem estar alcançados por outros e tem reprimido e transformado seu universo simbólico. No entanto, desde a independência das
colônias européias na África, o enfrentamento
à ordem colonial tem se tornado mais explícito
e programático, passando a formar parte da
agenda política urgente dos povos, movimentos
sociais e também (apesar daqueles que crêem
que o exercício disciplinar oponha-se a política) das disciplinas sociais. Um crescente número de arqueólog@s, não só do sul geo-político, está empenhado em construir ferramentas
que conduzam a descolonização, tanto a sua
própria (rechaçando o colonialismo acadêmico),
como da sociedade em geral, militando em torno do saber e política, historicizando os aparatos disciplinares e entendendo e imaginando às
sociedades descolonizadas, sobretudo o papel
das disciplinas humanas nesse processo. Por
isso, um dos temas mais urgentes da agenda
de discussão e prática atual na disciplina é a
descolonização. Neste número da revista convidamos a quatro arqueólogos de três continentes, comprometidos com a superação das
práticas coloniais na disciplina, para discutir
aspectos relacionados com a descolonização
da arqueologia e com seu lugar na
descolonização da sociedade em geral. A conversa com Ernestina Mamaní situa-se na
mesma linha. Trata-se de uma situação
concreta na qual um grupo de investigador@s
-seja da Universidade, seja da localidade –
desenvolve uma investigação sobre a história
e a arqueologia local, em cujo transcurso
Ernestina disse suas visões que aqui
transcrevemos com a urgência com a qual
foram ditas. O fórum acadêmico e a conversa
local, ainda que diferentes em contextos, estilos e alcances, são dois aspectos do interesse
da arqueologia pela descolonização. A revista
também acolhe outros temas, outras
preocupações, outros horizontes de intervenção.
O artigo de Paulo de Blasis, Andreas Kneip,
Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e
Maria Dulce Gaspar apresenta um modelo
regional de ocupação dos povos costeiros do
sul do Brasil que produziram os sambaquis ou
concheiros, uma das características mais
conspícuas da paisagem arqueológica do litoral brasileiro. Juliana Machado optou por uma
discussão metafísica sobre as classificações
cerâmicas na Amazônia, oferecendo uma perspectiva teórica e metodológica para interpretar análises tecnológicas. Finalmente, Héctor
Pucciarelli põe a prova um modelo de
povoamento que explica a origem e dispersão
de nossa espécie; suas medições de crânios
do Velho e do Novo Mundo o levam a sugerir
alternativas distintas de interpretação. Em
suma, este número de Arqueologia Sul-americana oferece algo dos temas e preocupações
que ocupam arqueólog@s desta parte do mundo. Falando disto, recordamos o convite que
fizemos no número anterior: temos um encontro
na IV Reunião Internacional de Teoria Arqueológica na América do Sul, um inter-congresso
da WAC, em San Fernando del Valle de
Catamarca entre 3 e 7 de julho deste ano. Ali
nos vemos.
ARQUEOLOGÍA SURAMERICANA/ARQUEOLOGIA SUL-AMERICANA 3,1, enero/janeiro 2007
DIÁLOGOS DESDE EL SUR/
DIÁLOGOS DESDE O SUL
FORO VIRTUAL:
ARQUEOLOGÍA Y DESCOLONIZACIÓN
En este foro virtual, pacientemente logrado en varios meses de trabajo en la velocidad del
ciberespacio, participan Nayanjot Lahiri (India), Nick Shepherd (Sudáfrica), Joe Watkins
(Estados Unidos) y Larry Zimmerman (Estados Unidos); si a ellos nos sumamos los editores de Arqueología Suramericana (uno de Argentina y el otro de Colombia) el espectro de
contextos de discusión y puntos de vista es suficientemente amplio como para proveer
miradas de interés general, no solamente vernáculo. Nayanjot Lahiri es profesora de arqueología en el Departamento de Historia de la Universidad de Delhi. Sus libros incluyen
«Finding forgotten cities: how the Indus civilization was discovered» (2005) y «The archaeology
of Indian trade routes» (1992); además, ha editado «The decline and fall of the Indus
civilization» (2000) y un número de la revista World Archaeology titulado «The archaeology
of hinduism» (2004). Nick Shepherd es lector titular en el Centro de Estudios Africanos en
la Universidad de Ciudad del Cabo, donde dirige el programa Cultura Pública en África.
Forma parte del Comité Ejecutivo del Congreso Mundial de Arqueología (WAC, por sus
siglas en inglés) y es co-editor de la revista «Archaeologies: Journal of the World
Archaeological Congress». En 2004 tuvo la beca Mandela en la Universidad de Harvard.
Ha publicado ampliamente en temas de arqueología y sociedad en África y sobre historia
pública y patrimonio. Joe Watkins es indígena choctaw, arqueólogo desde hace más de 35
años y profesor asociado en el Departamento de Antropología de la Universidad de Nuevo
México. Su tesis doctoral indagó por las respuestas de los arqueólogos a sus preguntas sobre
sus percepciones de las problemáticas indígenas. Sus actuales intereses de investigación son
la práctica ética de la arqueología y el estudio de las relaciones de los antropólogos con las
comunidades descendientes y poblaciones aborígenes. Ha publicado numerosos artículos
sobre estos temas. Su libro «Indigenous archaeology: American Indian values and scientific
practice» (2000) examinó las relaciones entre indígenas norteamericanos y arqueólogos. Su
libro más reciente, «Reclaiming physical heritage: repatriation and sacred sites» (2005),
pretende crear conciencia de las problemáticas de los indígenas de Norte América en estudiantes de bachillerato. Larry J. Zimmerman es profesor de antropología y estudios sobre
museos e intelectual público de representación de nativos americanos en la Universidad de
Indiana, en la Universidad de Purdue-Indianapolis y en el Museo Eiteljorg de Indígenas
Norteamericanos y Arte Occidental. Es vicepresidente del WAC; también ha servido como
su Secretario Ejecutivo y fue organizador del Intercongreso del WAC sobre ética arqueológica y tratamiento de los muertos. Sus intereses de investigación incluyen la arqueología de
las llanuras de Norte América y asuntos sobre los indígenas norteamericanos contemporáneos. Su proyecto de investigación actual examina la arqueología de las personas sin hogar.
Neste fórum virtual, pacientemente levado a cabo em vários meses de trabalho na velocidade
do ciberespaço, participam Nayanjot Lahiri (Índia), Nick Shepherd (África do Sul), Joe
Watkins (Estados Unidos) e Larry Zimmerman (Estados Unidos); se a eles nos somarmos
os editores de Arqueologia Sul-americana (um da Argentina e outro da Colômbia), o espectro de contextos de discussão e pontos de vista é suficientemente amplo para prover visões
de interesse geral, não somente vernáculo. Nayanjot Lahiri é professora de arqueologia
no Departamento de História da Universidade de Delhi. Seus livros incluem «Finding forgotten
cities: how the Indus civilization was discovered» (2005) e «The archaeology of Indian trade
routes» (1992); ademais, editou «The decline and fall of the Indus civilization» (2000) e um
número da revista World Archaeology intitulado «The archaeology of hinduism» (2004).
Nick Shepherd é professor titular no Centro de Estudos Africanos na Universidade da
Cidade do Cabo, onde dirige o programa de cultura pública na África. Faz parte do Comitê
Executivo do Congresso Mundial de Arqueologia (WAC, por sua sigla em inglês) e é coeditor da revista «Archaeologies: Journal of the World Archaeological Congress». Em 2004
obteve a bolsa Mandela na Universidade de Harvard. Tem publicado amplamente sobre
temas de arqueologia e sociedade na África e sobre história pública e patrimônio. Joe
Watkins é indígena choctaw, arqueólogo há mais de 35 anos e professor associado no
Departamento de Antropologia da Universidade do Novo México. Sua tese doutoral indagou
pelas respostas dos arqueólogos às suas perguntas sobre suas percepções das problemáticas indígenas. Seus interesses atuais de investigação são a prática ética da arqueologia e o
estudo das relações dos antropólogos com as comunidades descendentes e populações
aborígines. Publicou vários artigos sobre estes temas. Seu livro «Indigenous archaeology:
American Indian values and scientific practice» (2000) examinou as relações entre indígenas norte-americanos e arqueólogos. Seu livro mais recente, «Reclaiming physical heritage:
repatriation and sacred sites» (2005), pretende criar consciência das problemáticas dos
indígenas da América do Norte nos estudantes de bacharelado. Larry J. Zimmerman é
professor de antropologia e estudos sobre museus e público intelectual quanto a representação
de nativos americanos na Universidade de Indiana, na Universidade de Purdue-Indianapolis
e no Museu Eiteljorg de Indígenas Norte-americanos e Arte Ocidental. É vice-presidente
da WAC; também tem servido como seu Secretário Executivo e foi organizador do InterCongresso da WAC sobre ética arqueológica e tratamento dos mortos. Seus interesses de
investigação incluem a arqueologia das planícies da América do Norte e assuntos sobre os
indígenas norte-americanos contemporâneos. Seu projeto de investigação atual examina a
arqueologia das pessoas sem teto.
Arqueología Suramericana: ¿cuáles son los
mecanismos de reproducción colonial de la
arqueología en el sur geopolítico?
Zimmerman: en las antiguas colonias existe
la tendencia a creer que las cosas de valor
provienen del colonizador. Las razones que
explican este comportamiento son muchas
pero en arqueología toman la forma de la
creencia de que las metodologías, los enfo4
ques teóricos y las epistemologías que valen
la pena no son buenos si se desarrollan localmente. Durante mi época de estudiante
(en las décadas de 1960 y 1970) mis profesores veían a Inglaterra como la fuente de
importantes desarrollos metodológicos y
epistemológicos; ello se reflejaba en la mayoría de mis clases, en las cuales se decía
que Petrie había «inventado» la metodología
científica en arqueología y otros la mayor
parte de las ideas importantes en la discipli-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):3-19, 2007
na. Incluso cuando la arqueología procesual
empezó a existir se reconocía la importancia
de académicos británicos como David
Clarke; eso sólo empezó a cambiar cuando
Binford se convirtió en la voz más sonora.
En la década pasada fui invitado en Australia a un congreso sobre el futuro de la arqueología; un arqueólogo australiano lamentó que «Australia nunca tuvo su propia teoría y, probablemente, nunca la tendrá. Todo
lo que vale la pena proviene de Estados
Unidos o Inglaterra». Creo que el principal
mecanismo de reproducción colonial de la
arqueología es nuestro sistema educativo.
Muchos estudiantes de los países colonizados obtienen sus títulos universitarios en los
países de los colonizadores, donde son influidos por la narrativa maestra sobre la arqueología. Cuando regresan a casa enseñan
esa narrativa maestra en vez de construir o
contribuir a una narrativa arqueológica nacional, regional o local. Este hecho se exacerba por nuestro sistema de publicaciones:
algunas revistas respetadas y claves son veneradas por esos estudiantes y controladas
por los países colonialistas. Los estudiantes
buscan publicar en esas revistas, muchas
veces ignorando revistas locales y regionales. Las organizaciones profesionales más
importantes y sus congresos académicos tienen lugar en los países colonizadores; si aceptan ponencias que provengan de sus antiguas colonias deben adecuarse a la narrativa maestra de alguna manera. Finalmente,
los arqueólogos en los países colonialistas se
han auto-definido como los principales guardianes del pasado arqueológico, declarando
que el pasado es un patrimonio público, y se
ven a sí mismos como quienes pueden proteger e interpretar los sitios de una manera
más adecuada; los arqueólogos de los países colonizados parecen aceptar esta idea.
Todo esto está reflejado en el sistema del
patrimonio mundial que es, por lo menos en
ciertos niveles, una mercantilización del pasado. El arqueoturismo produce ingresos, de
Diálogos desde el sur / Diálogos desde o sul
manera que los países y sus arqueólogos
aceptan ese sistema por razones económicas; también hay razones nacionalistas, un
intento de los países y sus arqueólogos por
decir «nuestros sitios son tan importantes
como estos otros sitios mundiales».
Shepherd: debemos distinguir dos clases de
efectos cuando hablamos de los mecanismos de reproducción colonial de la arqueología en el sur global. El primero es el conjunto de disposiciones prácticas y geometrías de poder y la división global del trabajo
que contribuyen a perpetuar la condición
colonial en la disciplina. Estamos familiarizados con los elementos prácticos de este
asunto, así que no hablaré sobre ellos; más
bien, quiero llamar la atención sobre la segunda clase de efectos de la reproducción
colonial en arqueología, de naturaleza
epistemológica y profundamente enraizados
en un conjunto de pasados específicos (colonialismo, apartheid, imperialismo, etc). Aunque estos dos aspectos están ligados se pueden separar puesto que las discusiones contemporáneas sobre «descolonización» en
arqueología casi siempre indagan sobre el
primer grupo de problemas (sobre la distribución más equitativa de recursos y sobre lo
que llamo negociaciones de «ayuda intelectual», como la provisión de libros y dinero).
Estas discusiones son bienvenidas pero no
abordan un asunto más interesante y complejo, la llamada «descolonización
epistemológica», que implica preguntar cómo
la experiencia del colonialismo (y del
apartheid en el caso de la arqueología
sudafricana) marcó la disciplina, de manera
fundamental, en términos de sus prácticas e
ideas rectoras, no sólo la disciplina como se
practica en la llamada periferia (en las colonias y excolonias) sino, también, como se
practica y se entiende en la metrópoli. La
experiencia del colonialismo fue formativa
para la disciplina en general. Esto lo vemos
en los significantes superficiales —en los
5
Land Rovers y los pantalones caqui, en el
estilo safari con el cual se hace mucha arqueología— pero, también, en formas más
profundas, en las categorías que emergen,
en las concepciones de la prehistoria mundial, en las negociaciones, en el modelo centro-periferia, en las jerarquías y valores existentes. Lo vemos, sobre todo, en la noción
de «campo», tan central a la disciplina. Existe la idea de que África y Suramérica se
convirtieron en el «campo» de los
arqueólogos de la metrópoli, de la misma
forma que existe la idea de que para esos
arqueólogos la arqueología es algo que ocurre en otro lugar, en sitios distantes y exóticos del planeta. La pregunta para los académicos situados en lo que ha sido construido
como «el campo» es: ¿cómo nos relacionamos con esta clase de tradiciones arqueológicas?; ¿cuál es, desde un punto de vista
epistemológico, nuestro papel en esta concepción colonial de la producción de conocimiento?; ¿somos intermediarios o «mini-centros» en nuestras instituciones, las cuales
están en una situación ambigua con respecto al «campo» que está allá fuera? Se necesita decir mucho más sobre estas preguntas. El tema de los mecanismos de reproducción colonial de la arqueología es complejo y tiene profundas consecuencias e
implicaciones epistemológicas; las discusiones actuales sobre «descolonización» en arqueología apenas empiezan a abordarlas.
Lahiri: la naturaleza de la arqueología en la
época del gran colonialismo y el tema de los
mecanismos de reproducción colonial de la
disciplina son como una hélice: no podemos
discutir uno sin prestar atención al otro. Así
que aclararé cómo entiendo estos dos asuntos. Mis observaciones están basadas en mi
conocimiento sobre el sur de Asia; inevitablemente usaré ejemplos de la India. En el
sur de Asia, como en muchas partes del
mundo, la documentación sistemática de
antigüedades y sitios arqueológicos estuvo
6
conectada, integralmente, con las necesidades del gobierno británico, es decir, la necesidad imperial de reunir y ordenar información en sus territorios recién adquiridos. En
términos generales (a) puesto que la arqueología fue establecida en este contexto histórico fue practicada por individuos que formaban parte de la estructura colonial, sin
raíces históricas con la tierra o las comunidades que estudiaban; (b) la arqueología fue
una empresa gubernamental. La principal
autoridad que hizo arqueología en el país fue
el Servicio Arqueológico de la India, un departamento gubernamental de arqueología
creado en 1871; sus logros fueron considerables, especialmente al dotar al paisaje de
la India antigua de sus coordenadas
topográficas a través de la documentación y
el reconocimiento de sitios arqueológicos y
monumentos. Al mismo tiempo, el Servicio
fue un arma de la época de la dominación
británica y ese hecho influyó en la forma
como lo percibieron diferentes grupos, en
relación con sí mismos y con otros. La necesidad de hacer de la arqueología y de la
investigación arqueológica parte integral de
las instituciones de enseñanza avanzada nunca fue una prioridad; (c) la arqueología fue
central en otras clases de construcción
institucional en las colonias y en la metrópoli. Por ejemplo, fueron arqueólogos quienes
tuvieron un papel formativo en la creación
de museos en la India a través de la remoción física de restos estructurales y antigüedades de sus lugares originales. Un caso clásico es la historia de la stupa budista de
Amaravati (Andhra Pradesh): el desmembramiento de su magnífica estructura fue
realizado por repetidas excavaciones arqueológicas y, eventualmente, por la remoción y
ensamble de pedazos de esculturas en el
Museo Gubernamental de Chennai (Tamil
Nadu) y en el Museo Británico, en Londres;
(d) varios de los paradigmas dominantes que
estructuraron el conocimiento y el entendimiento del pasado hindú en la India colonial
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):3-19, 2007
fueron coloreados por el carácter de las relaciones coloniales; por ejemplo, una imagen
duradera en muchos espacios arqueológicos
dominados por intelectuales británicos en la
India colonial fue considerarse como salvadores del pasado indio, estableciendo un
marcado contraste entre ellos y los habitantes del país. Los exploradores británicos,
como Alexander Cunningham (el primer director general del Servicio Arqueológico de
la India) y su trabajo con las stupas de Bhilsa,
fueron descritos como «sajones curiosos provenientes de una tierra distante» quienes «liberaron los tesoros de dos mil años». Por
otro lado, los indios aparecieron como «intolerantes» y «avaros» y fueron representados como vándalos. Incluso más simples
fueron los discursos que reconstruyeron el
pasado de la India en términos de una oposición entre razas; los enfoques más influyentes fueron refractados, inevitablemente, a
través de ese prisma. De acuerdo con este
modelo racial los invasores arios
indoeuropeos, con una identidad cultural y
lingüística distintiva, fueron considerados
como la fuente de la cultura y de la historia
de la India. Obviamente, como señaló
Edmund Leach (entre otros), esta idea también proveyó una justificación moral –un
estatuto mítico– a la última oleada de europeos en la India (sus gobernantes coloniales), quienes, de la misma manera que los
arios originales, se establecieron como una
elite aristocrática bajo la bandera de una religión moralmente pura, el cristianismo. En
los últimos cincuenta años es más que evidente en la India que, como en tantas otras
partes del hemisferio sur, la desaparición del
colonialismo no produjo una descolonización
interna efectiva, como uno podría imaginar
que hubiera ocurrido. En un nivel puramente formal se decidió que la India independiente conservaría las estructuras de muchas
instituciones creadas por los británicos, desde las agencias geológicas y los censos hasta la ley y los ferrocarriles. El Servicio ArDiálogos desde el sur / Diálogos desde o sul
queológico de la India fue una de esas instituciones. No hay nada especialmente equivocado en ese hecho, puesto que varios elementos del andamiaje institucional de la India británica eran razonablemente sanos. Pero
el hecho de que la arqueología continúe siendo controlada desde el centro es un asunto
mucho más serio y es un legado del enfoque
previo a la independencia. Hubo quienes se
interesaron en hacer que la arqueología India tuviese una base más amplia llevándola
más allá de los confines de los departamentos gubernamentales hacia las instituciones
del conocimiento; sin embargo, en línea con
el enfoque centralista que dio primacía a las
agencias del gobierno, se decidió que el Servicio Arqueológico tuviera un control total y
visible de las investigaciones y de la conservación. Hasta el día de hoy el Servicio Arqueológico de la India está involucrado, directa e indirectamente, con todos los aspectos de la arqueología. La estructura del
control gubernamental es, en algunas cosas,
más completa porque todos los estados y los
territorios de la Unión tienen sus propias Direcciones y Departamentos de arqueología.
Mientras la presencia de la arqueología es
altamente visible en las instituciones del gobierno no puede decirse que tenga una presencia dinámica y fuerte en las universidades. Nueva Delhi, la capital de India, tiene
varias universidades pero ninguna ofrece una
maestría en arqueología india. La situación
en mi universidad, donde la arqueología se
enseña como parte del programa de historia
y no como una disciplina independiente, es
representativa de la situación en el país. La
actual política india sobre monumentos es
similar a la de la época de la dominación británica; aunque existe una gran cantidad de
reglas y leyes, como antes, no se reconoce
la posibilidad de que las personas localizadas en la base sean incorporadas como colaboradores. Esto contrasta con otras esferas del gobierno, donde las personas de base
ahora son tratadas, institucionalmente, como
7
depositarias. A nivel de las ideas el hecho
de que grupos influyentes de académicos
indios continúan fascinados con (e invierten
gran cantidad de trabajo en) grupos putativos como los arios y con preguntas como su
posible lugar de origen me recuerda la longevidad de los paradigmas que fueron creados durante la era colonial. Aunque la investigación sobre los arios es sofisticada y de
buena calidad ¿por qué un grupo —extranjero o nativo— es tan central para el pasado
de un Estado-nacional multi-étnico y multicultural como la India, que también tiene un
rico patrimonio arqueológico multilineal? Finalmente, un asunto que debe ser debatido y
resuelto en la arena pública es la naturaleza
de las misiones arqueológicas extranjeras en
diferentes partes del mundo. En los casos
en los cuales gran parte del territorio de los
Estados nacionales es investigada por misiones extranjeras debemos preguntarnos si
ellas re-inscriben los viejos desequilibrios
coloniales. Un ejemplo en ese sentido es la
península arábica donde, si aceptamos lo que
señaló el arqueólogo australiano Daniel Potts
en 2001, existen pocos nacionales haciendo
arqueología puesto que pueden ganar más
en los negocios o en el servicio civil. Los
grupos extranjeros dominan la arqueología
local y son usados como brazos de la política
exterior: «El poder extranjero considera benéfica la presencia de un grupo extranjero
en un país árabe porque ayuda a difundir la
buena voluntad, incrementa la conciencia de
ese país, contribuye a los intereses del patrimonio local y, en definitiva, vende los productos de ese país en un mercado extranjero». Potts mismo no cree que haya nada
objetable en los grupos extranjeros que dominan la arqueología de Arabia y compara
su situación con la de cualquier otro especialista técnico extranjero: «Si los no-árabes
de Occidente tienen el conocimiento particular que se necesita para investigar el pasado del cual se carece localmente no es
dañino dejar que hagan su trabajo». Lo que
8
Potts sugiere se parece mucho a la agenda
de los «guerreros globales», quienes, en otro
contexto y sin un conocimiento profundo o
interés en la región que atacan, sostienen e
imponen (a través de la fuerza o de la financiación) sistemas de gobierno que les resultan políticamente útiles. La invasión de Irak
es el ejemplo trágico más reciente de este
enfoque político. Esos «guerreros globales»
en el terreno de la arqueología pueden ser
igualmente peligrosos porque están interesados en una parte específica del mundo sólo
en la medida en que responda algunas de
sus preocupaciones teóricas; además, si las
investigaciones no contribuyen, activamente, al entrenamiento de los habitantes de esos
países perpetúan antiguos desequilibrios.
Quisiera saber, por ejemplo si algún(a)
arqueólogo(a) paquistaní ha realizado su investigación doctoral en sitios como Mehrgarh
o Harappa, donde las excavaciones han sido
dirigidas por misiones arqueológicas francesas y norteamericanas.
Watkins: el ejemplo de la India que discute
Lahiri es provocador porque esquematiza el
desarrollo de la arqueología en Asia. La codependencia de los proyectos arqueológicos
y el desarrollo de los museos como instituciones para depositar materiales pero, también, como medios para influir en la representación de las poblaciones locales (cuando se las compara con los «poderes coloniales») hizo que ambos (museos y arqueología) se convirtieran en sirvientes del colonialismo. Como señala Lahiri (y como ha sido
repetido, de varias formas, en las «conversaciones» sobre las relaciones entre la arqueología y las poblaciones indígenas y locales que estudia) los arqueólogos que trabajan en las colonias fueron vistos como «salvadores» de un pasado algunas veces olvidado (tal vez históricamente): «salvar» el
pasado antes de que desapareciera en el río
del tiempo se volvió la tarea asignada a sí
mismos por los arqueólogos, incluso si el pa-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):3-19, 2007
sado no necesitaba ser salvado o si era conocido por los grupos locales. Asumir que
una persona (o un grupo de personas) podía
servir a la «humanidad» salvando la narrativa histórica de una muerte lenta se volvió
una suerte de egoísmo intelectual; la influencia de las poblaciones locales se debilitó con
el desarrollo de esta idea de propiedad académica. La discusión de Shepherd sobre los
mecanismos de reproducción colonial dentro de las estructuras epistemológicas de la
ciencia me recuerda preguntas que no se
hacen, por no decir que no se responden:
¿por qué el método científico continúa siendo considerado más avanzado que otras formas de conocimiento? Shepherd lista asuntos como el impacto del colonialismo y del
apartheid en «otras» áreas que están por
fuera del establecimiento, señalando los aspectos «caqui y Land Rover» de las «expediciones» arqueológicas; también llama la
atención sobre la percepción continuada de
que el conocimiento arqueológico brota de
áreas ilustradas y sólo después,
malhumoradamente, se dispersa a los extramuros. ¿Cómo aseguramos que el flujo de
conocimiento se mueva en ambas direcciones a la vez? Aunque algo de esto depende
de sistemas de comunicación económica y
social también debemos ser conscientes de
que ese tipo de preguntas puede venir de
cualquier parte, no solamente de «nosotros»
hacia «ellos». Este aspecto se relaciona con
la discusión de Zimmerman sobre la idea de
que la única teoría buena proviene de alguna
otra parte, sobre todo con su ejemplo de
Australia en la década de 1990. ¿Qué tanto
aceptamos de la idea de que, como
arqueólogos, somos importantes salvadores
del pasado más que traficantes de su historia científica? Debemos encontrar otras
maneras de diseminar la información en vez
de sólo hacerlo a través de las revistas científicas que refuerzan nuestras ideas sobre la
importancia de reportar a individuos que son
como nosotros y que comparten creencias
Diálogos desde el sur / Diálogos desde o sul
similares. Si queremos producir información
relevante sobre el registro arqueológico debe
hacerse educación pública sobre la importancia local (y social) de la arqueología de
regiones particulares.
AS: ¿puede ser transformado el tono colonial de la arqueología?; ¿cuál sería el lugar
de esa transformación?
Lahiri: la transformación del tono colonial
en la arqueología debe ser abordada de muchas maneras (en foros internacionales, dentro de la disciplina y en contextos gubernamentales).
Shepherd: impugnaré su lenguaje: no se trata
de «tonos» coloniales sino de raíces colonialistas profundas –fundamentales– tanto en
el sentido de categorías y herramientas
estructurantes como de contenidos y formas
de la práctica de la disciplina. El locus de
esa transformación debe ser la postcolonia
o debe venir de minorías indígenas en el norte (cuya posición puede ser conceptualizada
como de colonialismo interno). Si consideramos la experiencia de campos como los estudios postcoloniales y subalternos es claro
que la idea de lo postcolonial es un fenómeno disperso y que muchos comentaristas influyentes están situados en instituciones del
norte como parte de un proceso de migración intelectual. Pertenecer al sur o al norte
per se no califica o descalifica a nadie para
participar en estas discusiones; lo hacen, más
bien, ciertas experiencias del mundo, ciertas
posturas políticas, cierto cosmopolitismo, es
decir, la habilidad para ver más allá de las
particularidades de nuestras propias situaciones y para interrogar ciertas construcciones dominantes en el occidente o el norte.
Watkins: actualmente los tonos coloniales de
la arqueología están profundamente
enraizados en la disciplina. La iniciación del
cambio necesario para derrotarlos parece
9
depender de los arqueólogos nativos o, por lo
menos, de los arqueólogos desapoderados, no
necesariamente nativos pero situados fuera
de las estructuras de poder que operan para
asegurar que la arqueología sea usada para
mantener el status quo. En Norte América
la mayor parte de los practicantes de las llamadas «arqueologías indígenas» ha expandido la discusión más allá de las historias culturales y ha «descubierto» pasados y ha actuado para incluir las historias locales presentes
en los depósitos arqueológicos que se estudian. Los nuevos practicantes de la arqueología, tanto en las fases iniciales de entrenamiento (estudiantes, empleados sin cargo fijo,
practicantes noveles) como en las fases iniciales de sus vidas profesionales, tratan de
circunnavegar los errores y bancos de arena
en los que incurrieron los practicantes anteriores y tratan de encontrar las rutas seguras
para evitar estos bloqueos. Para mí la mayor
esperanza para transformar la arqueología en
Norte América yace en algunos aspectos del
programa del Oficial de Preservación Histórica Tribal y en su programa de arqueología
aplicada que tiene la intención de entrenar a
los arqueólogos para que incorporen voces
desapoderadas, de manera que se pueda conseguir una perspectiva adicional. Quizás también deberíamos enfocarnos en las arqueologías locales como una forma de atender mejor las necesidades, ciencias y epistemologías
de los grupos locales (y de regiones más pequeñas) y desarrollar algunas superestructuras para tratar con las cuestiones
epistemológicas que tienen una relevancia
fundamental. Podemos hacer preguntas locales (¿cuándo aparece la domesticación por
primera vez en una región determinada?) y
mirar sus implicaciones pero también hacer
preguntas meta-arqueológicas relacionadas
con la identidad en una escala global. Organizaciones mundiales como WAC (si fuera más
aceptada en la «academia») pueden ser fundamentales para hacer posible esa estructura
de separación y organización.
10
Zimmerman: es probable que los tonos coloniales de la arqueología siempre estén allí, por
lo menos en un futuro próximo. Tomará mucho tiempo deshacer los daños causados por
el colonialismo científico. El lugar de la transformación, si ocurre, será en niveles locales o
regionales donde los arqueólogos de los países nativos y de los países coloniales reconozcan la primacía que tienen las comunidades descendientes sobre el control del patrimonio. Necesitarán trabajar juntos para que
las herramientas de la arqueología sean útiles
para esas comunidades. Esto puede significar que, incluso, aspectos como las técnicas
de excavación deberán cambiar para
adecuarse a las costumbres o estructuras simbólicas locales (un ejemplo al respecto es Tara
Million, una arqueóloga canadiense de las Primeras Naciones, quien hizo su excavación en
círculos, no en cuadrados, para adecuarse a
las necesidades de su pueblo). Más importante aún, los enfoques epistemológicos deben adaptarse a las formas locales de conocimiento, como la incorporación de la tradición oral en la interpretación arqueológica.
AS: ¿puede producirse una arqueología que
no sea colonialista?
Lahiri: es improbable, si por arqueología no
colonial pensamos que, dado que la arqueología nació y se estableció en un ambiente colonial, todo lo que se hizo y creó durante la era
colonial debe ser desechado. De manera explícita e implícita la investigación arqueológica
fue, muchas veces, manipulada por agendas
políticas amplias para adecuarla a los intereses
coloniales. Tampoco se trata de negar que hubo
avances reales en nuestro conocimiento de los
monumentos, montículos y sitios prehistóricos
de la India. Ese cuerpo de conocimiento aportó una base sólida a la investigación arqueológica de la India después de la independencia.
Pero si consideramos que la arqueología no
colonial está constituida por prácticas y programas de investigación que no están imbui-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):3-19, 2007
dos de tonos coloniales sí, eso debe ser posible.
En la India incluiría desmantelar los marcos étnico-racistas en los cuales el conocimiento arqueológico usualmente se hace caber; así la
arqueología puede tener una base más amplia
y no ser ahogada por burócratas y departamentos del gobierno. También incluiría investigaciones colaborativas con otras naciones en
términos de nuestras propias necesidades.
Zimmerman: se puede producir una arqueología no colonial pero para hacerlo habrá que
re-definirla como disciplina; ésta debe volverse más humanista pero manteniendo, por
lo menos, las estructuras generales de la ciencia, es decir, ofrecer y poner a prueba supuestos e, incluso, hipótesis que sean negociadas por aquellos cuyos pasados estudian
los arqueólogos, quienes necesitarán incorporar clases de datos distintas de aquellas
que utilizan usualmente y ver cómo usarlas
de una manera adecuada.
Shepherd: prefiero hablar de una arqueología
postcolonial (en artículos en Archaeological
Dialogues y Public Archaeology), pero puesto que ustedes introdujeron la noción de arqueología «no colonial» déjenme considerarla.
Creo que no se trata de negar o superar las
raíces de la disciplina tanto como trabajar a
través de ellas para encontrar algo distinto al
otro lado. No se trata de «limpiar» o «purificar» la disciplina o los pedazos y partes de un
pasado contaminado sino de crear la disciplina
de nuevo; la imagen de esa «novedad» no es
todavía clara porque permanece sin desarrollar en la medida en que recién estamos empezando a trabajar en el asunto de la descolonización epistemológica. Espero, eso sí, que nos
inspire y nos llene de energía, incluso mientras
trabajamos para que sea posible.
Watkins: en su sentido más verdadero no creo
que pueda producirse una arqueología no colonial hasta que la dominación del método científico occidental haya sido suplantado por otro
Diálogos desde el sur / Diálogos desde o sul
sistema que no descanse en la «objetividad científica» para discutir estos asuntos. El aspecto
colonialista de la arqueología es parte del pensamiento científico occidental que requiere que
la «evidencia» sea capaz de hacer valoraciones, requiere alternativas como medio para
curarse en salud y considera necesario eliminar el humanismo de la discusión en vez de
enfocarse en aspectos de la humanidad que
esperamos encontrar y discutir. Habiendo leído los comentarios de mis estimados colegas
me pregunto si una arqueología hecha por un
arqueólogo choctaw para un programa
choctaw para sensibilidades y usos totalmente
choctaw todavía sea colonialista si usa métodos contemporáneos para hacer su trabajo. ¿La
arqueología es una empresa colonialista por sus
raíces o por los usos a los que ha sido dedicada
en el pasado?; ¿pueden usarla las «colonias»
para potenciar sus propios intereses sin necesidad de cambiarla totalmente?
AS: ¿cuál es el papel (y cuáles los límites) de
la arqueología académica en el proceso de
descolonizar el conocimiento?
Lahiri: la arqueología académica, por definición, está enraizada en universidades e institutos de investigación y puede mostrarse que
ha ayudado y continuará jugando un papel en
la descolonización del conocimiento. Por ejemplo, las naciones franco-parlantes de África
han debatido, por largo tiempo, la necesidad
de respetar prioridades locales más que permanecer amarradas a paradigmas centrales
a la arqueología europea; esta fue, aparentemente, la motivación del Congreso de
Arqueólogos Africanos Francófonos y Franceses que tuvo lugar en 1978 y en el cual
Francia aceptó varias exigencias, incluyendo
la financiación de programas para el entrenamiento más adecuado de estudiantes africanos y el establecimiento de fondos de investigación cooperativos. Sin embargo, permanece la sensación de que el núcleo de la exigencia africana de «respeto a las prioridades lo11
cales» aún no ha sido implementado de manera adecuada. Es significativo el hecho de
que existan arqueólogos en África que no
quieren que los pasados arqueológicos de sus
naciones funcionen como escenarios que los
arqueólogos extranjeros ven a través del prisma de sus propias tradiciones de investigación y sus propios paradigmas, en vez de hacerlo en relación con los lugares donde trabajan. La arqueología académica también necesita abordar, seriamente, el asunto de la descolonización interna. En los discursos coloniales en la India estaba implícito el sentido de
la inferioridad innata de los indios como «agentes» de conocimiento. Hoy necesitamos preguntarnos si aquellos de nosotros que formamos parte de la elite universitaria hemos iniciado o no un diálogo significativo que involucre
a la población interesada en el pasado. Para
decirlo de otra manera, ¿existe una actitud de
«nosotros contra ellos» inherente en la manera como percibimos nuestra disciplina y los
aportes teóricos que pueden hacer las personas que están afuera de la academia? Mi
opinión es que en la India todavía hay mucho
por hacer para potenciar el proceso de
descolonizar el conocimiento. Los límites de
lo que puede hacer la arqueología académica
a nivel de la naturaleza y diseminación de las
investigaciones son, en buena medida, autoimpuestos y van desde una tendencia abrumadora a publicar en revistas en inglés hasta
una reticencia sobre el abordaje y la integración de las conciencias locales de los paisajes
históricos y sus fenómenos. Estos límites pueden ser superados con visión y compromiso.
Lo que no es auto-impuesto, en cambio, y que
limita el papel de la arqueología académica,
es el marco de organización dentro del cual
funciona. El marco principal del pasado de la
India durante la era colonial estaba basado en
la literatura religiosa, mientras la prehistoria
formaba parte de una actividad académica
marginal. Si hoy la arqueología prehistórica
no es integral al sistema educativo y es una
imagen textual de la India antigua que se en-
seña en escuelas, colegios y universidades se
debe a la importancia de los historiadores, más
que de los arqueólogos, en el campo de las
políticas públicas. La posibilidad de que los
arqueólogos puedan influir en políticas y programas tiene poco que ver con su papel «académico» y mucho con su falta de poder político en la escena pública.
Watkins: parece que la arqueología académica tiene mucho que responder en su condición de colaboradora en la continuación de
una arqueología colonialista; la idea de que es
un campo de investigación «más» puro continúa siendo el paradigma dominante. Aunque
eso no siempre sea así se supone que la arqueología académica opera dentro de un paradigma de investigación que permite al investigador la libertad de escoger el tema, las
preguntas que se abordan y la manera como
se conduce el trabajo. Pero algunos aspectos
de la arqueología norteamericana, como el manejo de recursos culturales o los programas
de arqueología aplicada, están regulados por
leyes y políticas que limitan el rango de las
investigaciones hacia proyectos con propósitos definidos, hacia áreas de impacto particulares o hacia preguntas en las cuales debe
trabajar el investigador. Con ese telón de fondo la arqueología académica puede servir
mejor a la descolonización del conocimiento
informando a los estudiantes y a los colegas
de las perspectivas limitadas que refuerza el
paradigma dominante. La «investigación pura
y objetiva» no es «pura» ni «objetiva» en el
sentido de que la ciencia nunca deja de operar en un contexto político: incluso las preguntas que hacemos son parte del cuerpo político
dentro del cual existimos. La arqueología del
período histórico puede tener la posibilidad de
expresar una perspectiva no colonial pero eso
también dependerá de los sujetos de su estudio. Si podemos mostrar a los estudiantes la
forma como los datos científicos se obtienen
desde perspectivas y actitudes colonialistas
podemos influenciar a la próxima generación
de científicos para que vayan más allá de nuestros pequeños pasos. Estamos limitados por
los paradigmas existentes dentro de los cuales operamos y, por lo tanto, debemos continuar buscando perspectivas más nuevas como
aquellas que se encuentran en la arqueología
indígena y en otras arqueologías post-coloniales. Algunos autores están demostrando el
papel que los arqueólogos juegan trabajando
en «colusión» con agencias del gobierno como
parte de la gestión de recursos culturales pero
esta mirada aún no se ha desarrollado suficientemente como para ligarla a la arqueología académica y su impacto en el entrenamiento de futuros arqueólogos. Zimmerman
señaló un punto importante al enfatizar que la
arqueología es política. Quizás el arqueólogo
postprocesualista del ejemplo de Larry estaba despertando, por fin, a la realidad de la
situación: la arqueología siempre ha sido política, de una forma u otra, y nunca ha sido
antipolítica o antisocial (aunque sus practicantes lo hayan sido). Pocas personas han reconocido los aspectos políticos de la disciplina,
no solamente los usos políticos que se le pueden dar. Por ejemplo, las naciones Diné
(Navajo) usan la arqueología para asegurarse que pueden cumplir los requerimientos exigidos por las leyes sobre patrimonio de los
Estados Unidos que avalan proyectos federales o financiados por el Estado federal. La
política no sólo juega un papel en la manera
como se financian los proyectos y se permite
su realización sino, también, en la forma como
la arqueología puede ser y es usada. A pesar
de las relaciones políticas entre socios los grupos locales necesitan hacer arqueología para
que los proyectos se realicen más que hacer
arqueología per se. La política también determina qué poblaciones son impactadas o
ignoradas por esos proyectos. Shepherd llama la atención sobre un aspecto que también
es problemático en los Estados Unidos: la autodenominada primacía de los científicos (no
sólo de los arqueólogos) como protectores del
conocimiento, especialmente en relación con
la información disponible en los restos humanos. Los conflictos relacionados con el Hombre de Kennewick y el Hombre de Spirit Cave
son ejemplos actuales la idea de que la «ciencia» debe ejercitar, activamente, su papel
como productora de conocimiento en beneficio de la humanidad, a expensas de un grupo
o de otro —quizás el colonialismo científico
corre de manera incontrolada. Sin embargo,
esto crea un problema: ¿las generaciones futuras nos harán responsables por la pérdida
de información?; ¿qué debemos a la humanidad en general?; ¿a quién «pertenece» y quién
«controla» el acceso a la ciencia? Estas preguntas no sólo interpelan a los arqueólogos
sino a todos los productores/recolectores de
conocimiento, como quiera que se los defina.
Shepherd: la arqueología académica debe liderar el proyecto de descolonización
epistémica en la medida en que no sea logrado a través de la práctica y la negociación
sino a través de una preocupación reflexiva
en los contextos históricos y políticos de producción de conocimiento en la disciplina. En
mi caso este proyecto tiene lugar en el archivo, más específicamente en el archivo colonial. Antes de entender o apreciar hacia dónde queremos ir o en qué queremos convertirnos necesitamos entender lo que hemos sido
y las fuerzas y contextos que nos han convertido en lo que somos. En un sentido
foucaultiano debemos hacer una «arqueología» de la arqueología, que yo entiendo como
una contribución académica específica a la
descolonización de la disciplina. Dicho esto,
los arqueólogos académicos han tendido a
sobre-estimar su importancia y autoridad y,
en mi propio contexto, han actuado sin responsabilidad fuera de las filas cerradas de la
disciplina. Tiene que existir un sentido de humildad y una apertura epistemológica que
permitan reconocer la contribución de concepciones locales e indígenas del tiempo profundo. En Sudáfrica han ocurrido, recientemente, varios casos desastrosos en los cua-
les los arqueólogos han insistido en la primacía de la arqueología como «ciencia» para
obtener acceso a restos humanos, pasando
por encima de grupos comunitarios y comunidades descendientes. Durante la mayor
parte de la historia de la disciplina en este país
la noción de arqueología «académica» ha sido
una forma de aislarla de preocupaciones sociales y políticas mas amplias. Sin usar palabras comedidas quiero decir que esta actitud
es dañina e inviable. La arqueología necesita
ser entendida como una forma de práctica
social y política en un presente contestado.
No estamos en la tarea de tomar un dictado
de dios, estableciendo los hechos del pasado
a través de una línea caliente con el más allá;
estamos en la tarea de construir conocimiento en el presente políticamente contestado de
(en mi caso) la postcolonia, con toda la clase
de enredos y ambigüedades que implica este
proceso. Es, precisamente, a través de un encuentro cercano con estos enredos que renovamos la disciplina, que la «descolonizamos».
Zimmerman: la arqueología académica debe
aprender a vivir en el mundo real y reconocer
que no todo el mundo concibe el pasado como
un patrimonio público. Muchas personas que
no son arqueólogas conciben el patrimonio arqueológico como suyo, no como de la arqueología; quieren protegerlo e interpretarlo ellas
mismas o, con un sentimiento fuerte, quieren
dejarlo tranquilo. En un encuentro reciente de
la Sociedad de Arqueología Norteamericana
discutimos estas ideas y un arqueólogo me
expresó su alegría de que estos temas estaban saliendo a la superficie y de que los colegas les estaban prestando atención; cuando
lo volví a ver más tarde ese día, después de
que participó en un simposio sobre teoría arqueológica, estaba molesto y me dijo que en
su sesión varios arqueólogos procesuales habían dicho cosas como «usted no está haciendo arqueología, está haciendo política!» Esta
actitud es poco realista e infortunada y está
en la raíz de lo que la arqueología académica
14
debe hacer para descolonizar la disciplina.
Alterando una definición previa diré que la
arqueología es política o es nada. La arqueología académica debe reconocerlo, dejar de
promover la idea de que el pasado es un patrimonio público y trabajar con la gente que
busca proteger su propio patrimonio y darle
las herramientas que necesitan para hacerlo.
Esto debe ser hecho sin condiciones y sin el
control de los arqueólogos, quienes deben volverse socios, no «jefes». Los arqueólogos también necesitan reconocer que las historias
sobre el pasado producidas por esa gente pueden ser tan válidas como las producidas por
los arqueólogos académicos. Son tan importantes las historias como las formas de producirlas. Esto crea una dimensión añadida a
la arqueología, mucho más rica, sobre lo que
significa el pasado para la gente. Sobre los
límites debo decir que hay algunos. Si no se
permite a los arqueólogos tratar con el patrimonio de los pueblos colonizados no hay razón para hacer arqueología sobre ese patrimonio. En la época inicial de la repatriación
en Estados Unidos muchos indígenas dijeron
que no querían que los arqueólogos tomaran
parte en las excavaciones de los restos o en
sus interpretaciones; al mismo tiempo exigieron que los arqueólogos les ayudaran a protegerlos y a excavar los esqueletos en caso
necesario, pero no les permitieron estudiarlos. Mi respuesta es que si no querían que
participáramos en su patrimonio tampoco debían esperar que les ayudáramos. ¿Qué sentido tenía si la excavación no podía añadir al
conocimiento del pasado? Si la gente quiere
que estemos fuera de su camino, si no quiere
que usemos nuestras herramientas, si no quiere
ayuda en las interpretación de los restos, no
debemos interferir. Perderíamos información
que puede sernos útil pero, como hemos descubierto, nuestro colonialismo científico puede resultar muy costoso a nuestra profesión.
En arqueología perdemos información todos
los días por otras razones (desarrollo, defensa, etc.) y, usualmente, no protestamos; ¿por
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):3-19, 2007
qué, entonces, lo hacemos cuando una comunidad descendiente no quiere involucrarse
con nosotros?
AS: la forma como Larry parafrasea el dictum
de Willey y Phillips resuena en la sugerencia
de Nick de que la disciplina debe ser creada
de nuevo y que el compromiso político debe
ser prominente (algo casi herético para el
aparato científico); ese compromiso, sin embargo, puede ser de varias clases, no necesariamente estar al servicio de la descolonización; por ejemplo, es frecuente el caso de que
el compromiso político se realice en concordancia con el Estado y el multiculturalismo
global. Si los arqueólogos dejan de ser «jefes» para ser socios en empresas conjuntas
con otros actores y si la importancia de las
historias sobre el pasado se desplaza de su
contenido a la manera como son contadas,
circuladas y recibidas ¿cómo puede servir
mejor a la agenda descolonizadora el compromiso político de la arqueología?; ¿qué significaría esto para organizaciones globales
como WAC?; ¿cuál sería el papel, acaso, de
los diálogos sur-sur dentro de la disciplina?
Zimmerman: este es, siempre, un terreno peligroso para los arqueólogos. La arqueología
es, por lo menos parcialmente, un asunto de
justicia social y construcción de comunidad.
Los temas de justicia social son los más difíciles porque involucran la valoración del
arqueólogo sobre la moral y la ética. La construcción de comunidad es menos problemática y, quizás, más «optimista» porque la arqueología puede trabajar con socios para desarrollar «capital social»; es decir, los
arqueólogos pueden trabajar para mejorar la
calidad de las redes sociales de una comunidad (la cual, al final, puede incorporar al
arqueólogo). Para encontrar socios en los
movimientos sociales primero hay que identificar con quién se quiere trabajar; después
hay que proporcionar a sus miembros una
propuesta que contenga la opinión del
Diálogos desde el sur / Diálogos desde o sul
arqueólogo sobre lo que la arqueología puede ofrecer al movimiento. Ninguno de los
socios debe ser ingenuo sobre la contribución y deben negociar tantas condiciones
como sean necesarias. Nada de esto es fácil y mucho depende de la «buena fe» y honestidad de los socios. La arqueología, como
señalan mis colegas en este foro, necesita
descolonización y cambios epistemológicos,
tanto en la academia como en la «industria»
de manejo patrimonial. Sin embargo, los socios que nos ayuden a desarrollarlos también deben estar dispuestos a trabajar en las
fronteras de sus propias formas de conocer;
si no están dispuestos a hacerlo cualquier
sociedad está condenada al fracaso. El primer diálogo sur-sur debe ser acerca de las
clases de enfoques que funcionan mejor para
las regiones representadas; puede tratarse
de preguntas fundamentales, como la forma
como la gente en la región ve sus propios
pasados. En el congreso australiano que
mencioné antes mi respuesta a la idea de
que no tenían teoría distinta de la que llegaba de Estados Unidos o Inglaterra fue decir
que podrían tenerla fácilmente. Allá estaban
ocurriendo más interacciones entre
arqueólogos e indígenas que en cualquier otra
parte del mundo, por lo menos más que en
Estados Unidos. Me impresionó (y todavía
estoy impresionado) el tipo de interacción
entre arqueología y comunidad que vi en Australia. ¡El potencial que vi allá para re-definir
la arqueología en la dirección que he sugerido en estos comentarios era impresionante!
Otro diálogo debe ser sobre la experiencia
colonial y cómo ha alterado la investigación
del pasado y su interpretación. ¿Cómo las
estructuras del capitalismo han empujado a
las personas a aceptar la idea de que el pasado es un patrimonio público? Las preguntas pueden ser muchas; sólo pueden ser realmente abordadas por las personas que han
vivido la experiencia colonial y por los
arqueólogos que trabajan con ellos.
15
Lahiri: el diálogo sur-sur es crucial para producir perspectivas comparativas más
incluyentes en arqueología y cultura material en, por lo menos, dos formas. Primero,
inspirará y producirá encuentros con las ideas
y tradiciones de investigación de los Estados
nacionales que no forman parte de la academia occidental. Segundo, estimulará la
conciencia de la manera como una historia
compartida de la colonización ha creado una
plétora de desafíos similares en los contextos contemporáneos. Esta convergencia y
articulación alimentarán, eventualmente, formas más igualitarias para proceder con el
mundo anglo-americano.
Shepherd: el diálogo sur-sur es crucial en este
proceso. Además, me gustaría ver a los
arqueólogos del sur dialogar con los
arqueólogos y los representantes de las minorías indígenas del norte (tanto como con
representantes locales de las comunidades y
con personas conscientes). En términos específicos me gustaría ver una organización
como el WAC abordar estos problemas como
una de sus exigencias centrales. Creo que
existe la sensación de que el WAC se ha estancado en un modo de operación de «ayuda
intelectual» y que está perdiendo, probablemente, su filo político. En la medida en que la
arqueología es una empresa política necesitamos organizaciones capaces de intervenir
políticamente y que estén basadas en un análisis claro de los mecanismos de reproducción colonial de la arqueología. Sé que puedo
hacer estos comentarios sobre el WAC porque soy un miembro leal de la organización
conversando con otros miembros leales –así
que no puede haber sospecha de deslealtad.
Pero desde hace tiempo quiero ver una discusión más vigorosa dentro del WAC sobre
sus compromisos políticos y sobre la manera
como negocia el contexto político actual, agudamente dividido, causado (en parte) por el
unilateralismo de los Estados Unidos. Este
contexto es un duro desafío para organiza16
ciones multilaterales como el WAC. Invito a
otros a unirse a este debate.
Watkins: me parece que la importancia de
los diálogos sur-sur es el aumento de la discusión de los aspectos de la disciplina sobre
los cuales rara vez se habla. En Norte América «indígena» es un asunto de parentesco
biológico (i.e., «nativo americano», «primera nación», choctaw, kiowa) mientras en
Suramérica se trata de parentesco biológico
(aché) y cultural («campesinos»). Aunque
la arqueología indígena puede ser definida
como la práctica de la arqueología por, para
y bajo el control de grupos nativos la forma
como éstos son definidos (o se auto-definen)
influye la forma como se lleva a cabo y es
percibida por otros. Las perspectivas de la
arqueología suramericana que operan bajo
los límites sociales actuales deben influir en
las acciones de los arqueólogos sociales de
Norte América. Una cosa que no hemos discutido todavía es la explosión masiva de la
habilidad para comunicarnos de manera inmediata y amplia. Me puedo comunicar con
alguien en el hemisferio norte rápidamente y
también me puedo comunicar con alguien
en días diferentes. También podemos conversar a través de las estaciones. Tenemos
la habilidad de influir un gran número de personas cuando usamos adecuadamente los recursos que tenemos, pero muchos de esos
recursos no están disponibles para un número suficiente de nuestros colegas.
AS: Nick ha traído a colación un asunto importante. La auto-sobre-estimación de la importancia y autoridad de los arqueólogos, junto con
su falta de responsabilidad social, pone de relieve el hecho de que uno de los loci de descolonización más importantes es el de los movimientos sociales, especialmente las comunidades indígenas; sin embargo, ha sido largamente ignorado por los académicos. El establecimiento arqueológico arriesga su legitimidad, relevancia y lugar en la producción social de sen-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):3-19, 2007
tido si continúa ignorando los desafíos de otros
sectores interesados en un pasado
descolonizado. ¿Cómo pueden los arqueólogos
establecer (o potenciar) una sociedad con los
movimientos sociales en la búsqueda conjunta
de una arqueología descolonizada?
Shepherd: me referiré a las preguntas sobre los compromisos políticos de los
arqueólogos y a las preguntas sobre la relación entre arqueología y movimientos sociales en la misma respuesta. También quiero
colgar mi respuesta del agudo comentario
hecho por Larry sobre la relación entre arqueología y movimientos sociales diciendo
que se trata de un terreno peligroso para los
arqueólogos porque, en parte, «involucran la
valoración del arqueólogo sobre la moral y
la ética»; también involucra, desde luego,
cuestiones de política. Quiero repetir un comentario que hice antes sobre la naturaleza
marcadamente dividida del momento político actual. Cada vez estamos más confrontados, por nuestras necesidades como
arqueólogos, a adoptar posiciones políticas y
por la imposibilidad de una arqueología sin
política. ¿Cómo lo hacemos en el marco de
una disciplina global y en el marco de una
organización multilateral como el WAC? Este
es un desafío enorme. Lo que me gustaría
ofrecer como principio rector es la absoluta
importancia de permanecer cerca de la particularidad de las preocupaciones sociales y
políticas de los contextos locales. Las arqueologías colonialistas negaron «lo social» y «lo
local» de muchas formas, tanto que pasaron
por encima de las sociedades indígenas, se
inclinaron ante la metrópoli y reprodujeron
la división colonial del trabajo ampliamente.
Si somos serios sobre la descolonización de
la arqueología nuestro camino para alcanzarla debe ser a través de una atención cercana a las expresiones políticas y las prioridades de los movimientos sociales en contextos locales específicos. Trabajando a través de esos movimientos, pensando la arDiálogos desde el sur / Diálogos desde o sul
queología en relación con ellos en vez de
pensarla sobre ellos o contra ellos llegaremos a las prácticas y las ideas directoras
que servirán para descolonizar la disciplina.
Esto no tiene nada de misterioso y no hay
una gran receta que pueda aplicarse, de
manera uniforme, en todos los contextos.
Más bien, hay una serie de principios generales para descolonizar la disciplina que incluiría lo siguiente: (a) una apertura
epistemológica para considerar distintas concepciones locales e indígenas del tiempo profundo como sistemas de pensamiento legítimos; (b) la reflexividad para reconocer y trabajar a través de los contextos formativos
de las prácticas disciplinarias de cada uno
en el colonialismo, el imperialismo, el
apartheid; (c) creatividad para desafiar las
geometrías de poder y las economías políticas en la disciplina que favorecen el occidente o el norte; y (d) una política que enfrente los discursos políticos dominantes y
las construcciones normativas sobre la historia, el desarrollo, la democracia y otros temas como soberanos de occidente.
Si seguimos estos principios el miedo al cual se
refiere Larry se convierte en un momento de
oportunidad y potencialidad. Estamos en un
tiempo realmente estimulante para ser
arqueólogos, no sólo dirigiéndonos a las trincheras palustre en mano sino teniendo que teorizar nuestra propia práctica en relación con
los procesos sociales y el mundo contemporáneo. Necesitamos encontrar nuevos lenguajes
con los cuales podamos teorizar y expresar
estos encuentros. Las herramientas conceptuales generales que tenemos a nuestro alcance se derivan, principalmente, del discurso sobre el manejo del patrimonio y sus nociones
algo limitadas y desnaturalizadas de «depositarios», «grupos de interés», «negociaciones»,
«valor patrimonial». Si habitamos la postcolonia
debemos pensar los públicos múltiples y en
competencia que constituyen la esfera pública
y las clases de enredos necesarios que surgirán cuando empecemos a abordar temas como
17
legados, orígenes, memoria, condición indígena, derechos culturales. Cuando pensamos la
arqueología de esta manera se abren debates
y discusiones que ya están sucediendo en varias disciplinas y campos sobre asuntos de ciudadanía, derechos, títulos y restitución y en
términos de una amplia gama de discursos teóricos y registros. Estos debates y discusiones
están, literalmente, rehaciendo las concepciones sobre la sociedad y sobre quiénes somos y
es excitante pensar un tipo de arqueología que
sea parte de ellos.
AS: ¿las perspectivas descolonizadoras, indígenas y postcoloniales en arqueología pueden llegar a ser nuevas formas de enmarcar
(y reforzar) la dependencia teórica del norte?
Shepherd: sólo si permitimos que esto ocurra.
Lahiri: esto tiende a ocurrir cuando los enfoques postcoloniales se escriben en prosas
que se sienten más a gusto en las lenguas de
los discursos de Norte América o Europa
pero que son completamente ajenos a la
materialidad cotidiana de la disciplina en sus
propios Estados nacionales. Un enfoque
postcolonial incluyente debe resolver los problemas significativos en los contextos de cada
Estado nacional más que en una academia
metropolitana distante; esos problemas deben ser tratados en un lenguaje que puedan
entender los practicantes en cada país.
Watkins: no creo que los distintos aspectos de
las perspectivas descolonizantes, indígenas y
postcoloniales en arqueología dependan del
norte; más bien, son acciones y reacciones a
aspectos particulares de la disciplina en los lugares donde se practica. Por ejemplo, la importancia de la arqueología descolonizante en
Nueva Zelanda está ligada a la forma como se
practica la arqueología en ese país, no a la forma como se practica en los Estados Unidos o
en cualquier otra parte; en ese sentido es una
empresa extremadamente localizada. La par18
ticularidad del contexto cultural e histórico en
el cual se practica la arqueología en cada país
crea una trayectoria particular en la cual debe
actuar la disciplina. Aunque puede haber similitudes sobre las cuales podemos escribir y alrededor de las cuales pueden construir las comunidades locales cada país aporta una perspectiva regional a la manera como es practicada la disciplina.
Zimmerman: sin lugar a dudas los enfoques
descolonizadores, indígenas y postcoloniales
están transformando las relaciones teóricas
con el norte. El ímpetu proviene del reconocimiento de que la arqueología procesual, con
todo su poder teórico, puede ser alienante, incluso cruel, cuando anuncia que puede producir historias sobre el pasado que son más
probables o verdaderas que aquellas de las
comunidades descendientes. El reconocimiento básico de que los pasados son construidos,
no reconstruidos, trajo consigo la voluntad de
mirarlos en un contexto económico y político
más amplio que el que jamás pudo considerar
la arqueología procesual. Junto con ello vino
el entendimiento de que la construcción de
pasados está ocurriendo constantemente y que
el pasado es una herramienta de adaptación
como cualquier otro elemento de la cultura
(aunque esta apreciación puede ser negada
por las comunidades descendientes). Por eso
reconocemos que es tan importante conocer
las formas como la gente «procesa» sus pasados como las historias que cuentan al respecto. Estas nuevas formas de arqueología
enfatizan la creación y los usos de los pasados más que ver el pasado como algo que
sucedió y que ha terminado; en otras palabras, el pasado ocurre tanto ahora como antes. Esta concepción es más acorde con las
ideas tradicionales sobre tiempo y espacio que
podemos ver en muchas culturas tradicionales o indígenas; también reconoce la importancia de los pasados para las culturas de las
sociedades, no en un sentido estereotipado
sino en un sentido vivencial para el cual el
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):3-19, 2007
pasado siempre está cerca y es inmanente.
Un entendimiento de esta clase sólo puede
provenir de pueblos indígenas o colonizados y
de los arqueólogos que tratan con ellos de
manera regular.
AS: aunque no parece existir una noción definitiva del sur desde donde podamos construir
relaciones sur-sur sino posiciones relativas
sobre la práctica arqueológica en contextos
locales/regionales sí parece haber una falta
de comunicación horizontal de las prácticas
de descolonización en arqueología y la percepción de que aunque algo nuevo viene en
camino nadie sabe qué pasos seguir. ¿Puede
ser útil para construir arqueologías
descolonizadas una red amplia y horizontal
para comunicar experiencias y proyectos
descolonizadores?; ¿cómo debe organizarse?
Zimmerman: una red de esa clase puede ser
útil; sin embargo, debemos tener en cuenta
que las experiencias coloniales de distintas
regiones o de países diferentes son variables
y pueden requerir respuestas unificadas para
descolonizar sus arqueologías. Una red puede proveer soluciones usadas en una región
que pueden resultar útiles en otras o puede
crear otras formas de consejo y apoyo cuando sean necesarias. El WAC está comenzando a servir esa función a nivel global pero las
experiencias con el colonialismo han sido tan
variadas que es necesario crear redes más
pequeñas que puedan responder de manera
más inmediata. No sé cuál sería el esquema
de organización más adecuado pero es crucial
una forma regular de comunicación.
Shepherd: podemos discutir la ausencia de
un sur definitivo (si entiendo bien, para ustedes la noción de lo que significa el sur se ha
vuelto complicada y contestada) pero no
Diálogos desde el sur / Diálogos desde o sul
debemos perder de vista la realidad de la
opresión estructural y de las geometrías de
poder que se despliegan en términos de un
norte (amplio) situado por encima y contra
un sur (amplio y complejo). En este sentido
la noción del sur sigue siendo un término de
análisis útil, incluso indispensable. Con relación a la necesidad de crear redes horizontales amplias: sí, seguro; no deben ser sólo
para comparar experiencias sino, también,
para propósitos de defensa y activismo, para
cambiar la disciplina desde dentro. ¿Cómo
lo hacemos? Esa es una buena pregunta.
Primero debemos reconocer que esas iniciativas no son nuevas sino que ya están
sucediendo, aunque con distintos niveles de
éxito; segundo, supongo que la respuesta
general es que debemos separarnos de las
estructuras y formas de organización existentes y construir nuevas estructuras que
sean más apropiadas para las necesidades
indígenas y practicantes en el sur. Para terminar me gustaría retomar una observación
que hice antes y preguntar cómo puede actuar en ese sentido una organización como
el WAC.
Watkins: la red para comunicar experiencias y proyectos de descolonización ya existe pero no se ha aprovechado cabalmente.
Como mencioné antes el Congreso Mundial
de Arqueología es un modelo que puede ser
utilizado para difundir la bandera de la descolonización si (a) más arqueólogos profesionales creen en su utilidad; (b) existe mayor accesibilidad local a espacios electrónicos; (c) la disciplina acepta la utilidad de esos
puntos de vista y apoya esas redes globales
de comunicación; y (d) los arqueólogos, desde una perspectiva local, actúan localmente
para instigar lo que se percibe como cambios necesarios.
19
ARQUEOLOGÍA SURAMERICANA/ARQUEOLOGIA SUL-AMERICANA 3,1, enero/janeiro 2007
CONVERSACIÓN CON ERNESTINA MAMANÍ
El jueves 23 de noviembre de 2006, en una reunión de trabajo de un proyecto de arqueología
intercultural en el Museo del Hombre de Antofagasta de la Sierra1, sucedió la conversación que transcribimos en esta oportunidad. Cada grupo de co-investigación, integrado por
una estudiante de arqueología y una integrante del personal del Museo y/o de otras áreas de
cultura de la Municipalidad de Antofagasta de la Sierra, presentaba el estado de su indagación acerca de la particular pieza del museo que había seleccionado. La consigna era anudar historias a cada objeto, historias ofrecidas por los ancianos del pueblo, los descubridores
de la pieza, el personal del museo y los textos escritos por arqueólogos. No importaba tanto
elaborar una narración objetiva como expandir la inter-subjetividad. Ernestina Mamaní había elegido una pieza para investigar junto a Laura Roda. Se trataba de una laja (Figura 1)
en cuya mitad inferior Anacleto Cháves había pegado tejas (fragmentos de cerámica) y
flechitas (puntas de proyectil), dibujando los volcanes de Antofagasta hacia arriba. Realizada, aparentemente, hacia la época en la cual un equipo de arqueólogos comenzó a visitar su
casa para realizar excavaciones esa pieza estaba allí colgada en una pared. Permaneció en
lo de Cháves hasta que Rita Mamaní, encargada del Museo, se la pidió para exponerla
durante la semana del museo, para finalmente quedar allí como parte de la exposición
permanente en una yuxtaposición sin concierto aparente entre paneles explicativos de la
historia evolutiva local y vitrinas con objetos (incluyendo momias) preparados por arqueólogos.
Ese fue el contexto en el cual se desarrolló la conversación, de la cual el texto que sigue es
tan sólo un fragmento. Hondamente emocionada y emocionante Ernestina revela en este
testimonio toda la capacidad opresiva de la arqueología, al mismo tiempo que su potencial
emancipador. Voces quebradas por la conmoción que producen al ser dichas, lágrimas y
silencios cuya expresividad no puede ser volcada en el texto, fueron los acompañantes de lo
que allí se dijo y que aquí reproducimos. Y hemos preferido respetar el formato de la conversación, pues el diálogo no fue simplemente la manera como se expresó Ernestina sino, como
ella lo explica, la condición de su decir. Es en la conversación que trascurre lo que se dice y
quienes lo dicen; ello explica las aparentes contradicciones, las interpelaciones y las provocaciones. Es difícil adjudicar, entonces, una autoría a este texto. Lo que sí sabemos es cuan
fundamental es leer y releer esta Conversación con Ernestina Mamaní, a quien estamos
honestamente agradecidos. En la reunión estuvieron presentes Valeria Alonso, Daniela
Fernández, Alejandro Haber, Carolina Lema, Ernestina Mamaní, Sergio Mamaní, Soledad
Meléndez, Mariela Ramos, Laura Roda, Noelia Rubio, Natalia Seco y Alicia Zerpa. Laura
Roda desgrabó y preparó este texto para su publicación en Arqueología Suramericana,
con la supervisión de Ernestina Mamaní.
1 Programa de Voluntariado Universitario, proyecto Promoción de patrimonio cultural e histórico en sociedades puneñas: el rol de los museos locales. Escuela de Arqueología, UNCa,
Antofagasta de la Sierra, 17 al 30 de noviembre de 2006.
Na quinta-feira, 23 de novembro de 2006, em uma reunião de trabalho de um projeto de arqueologia
inter-cultural no Museu do Homem de Antofagasta de la Sierra2 ocorreu uma conversa que
transcrevemos nesta oportunidade. Cada grupo de co-investigação, integrado por uma estudante
de arqueologia e uma integrante do pessoal do Museu e/ou de outras áreas da cultura na
Municipalidade de Antofagasta de la Sierra apresentava o estado de suas indagações sobre a
peça perticular do museu que havia selecionado. A proposta era relacionar histórias a cada
objeto, histórias oferecidas pelos anciões do povoado, os descobridores da peça, o pessoal do
museu e os textos escritos por arqueólogos. Não importava tanto elaborar uma narração objetiva,
mas expandir a inter-subjetividade. Ernestina Mamaní havia escolhido uma peça para investigar
junto com Laura Roda. Tratava-se de uma laje em cuja metade inferior Anacleto Chavés havia
colado telhas (fragmentos de cerâmica) e flechinhas (pontas de projétil), desenhando os vulcões
de Antofagasta na parte de cima. Realizada, aparentemente, na época na qual uma equipe de
arqueólogos começou a visitar a sua casa para realizar escavações, esta peça estava ali pendurada
numa parede. Permaneceu com Chavés até que Rita Mamaní, encarregada do Museu, a pediu
para expor-la durante a semana do museu, para finalmente ali ficar como parte da exposição
permanente em uma justaposição sem concerto aparente entre painéis explicativos da história
evolutiva local e vitrines com objetos (incluindo múmias) preparados por arqueólogos. Este foi o
contexto no qual se desenvolveu a conversa, da qual o texto que segue é tão somente um
fragmento. Profundamente emocionada e emocionante, Ernestina revela neste testemunho toda
a capacidade opressiva da arqueologia e ao mesmo tempo seu potencial emancipador. Vozes
quebradas pela comoção que produzem ao serem ditas, lágrimas e silêncios cuja expressividade
não pode ser vertida no texto, foram os acompanhantes do que ali se disse e que aqui reproduzimos.
E preferimos respeitar o formato da conversa, pois o diálogo não foi simplesmente a maneira
como se expressou Ernestina, senão, como ela explica, a condição de seu dizer. É nesta conversa
que transcorre o que se disse e quem o disse; ela explica as aparentes contradições, as interpelações,
as provocações. É difícil atribuir, então, uma autoria a este texto. O que sabemos é o quão
fundamental é ler e reler esta Conversa com Ernestina Mamaní, a quem estamos honestamente agradecidos. Laura Roda transcreveu e preparou este texto para sua publicação em Arqueologia
Sul-americana, com a supervisão de Ernestina Mamaní.
Figura 1
2
Programa de Voluntariado Universitário: Projeto Promoção do Patrimônio Cultural e Histórico
em Sociedades Puneñas: O Papel dos Museus Locais. Escola de Arqueologia, UNCa. Antofagasta
de la Sierra, 17 a 30 de novembro de 2006.
Conversación con Ernestina Mamaní
21
Ernestina: Y bueno, yo elegí el trabajo de
Don Anacleto Cháves3 para que Laura me
ayudara a investigar esa pieza, ya que es
diferente al resto de las cosas que están acá
en el museo, pues podía recuperar tanto la
historia de los que habitaron antes, como la
de Don Cháves. Para esto fuimos a hablar,
a preguntarle a Don Cháves. Pero él no sólo
nos ayudó a saber sobre la piedra sino que
también nos preguntó a nosotras qué haríamos con ese objeto, qué pensábamos.
Laura: Él decía que los que tenían estudio
eran los arqueólogos y que entonces a ellos él
les preguntaba cómo hacían los antiguos para
hacer las flechitas, cómo hacían para que
durara tantos años la pintura de las vasijas.
Estas preguntas nos hicieron pensar acerca
de si solamente los arqueólogos pueden decir
esas cosas o si también la gente de la villa
puede. Nos preguntamos de quiénes son esas
flechitas, quién puede hablar de ellas, qué relación tienen los antofagasteños con eso.
Ernestina: Don Cháves en una parte del relato dijo que a las tejitas y flechitas que están en
su trabajo las juntó en diferentes partes mientras «andaba andando cuidando ovejas», o sea,
mientras realizaba una tarea cotidiana. Fue juntando estas cositas, recolectándolas en una caja,
y en un determinado momento realizó el trabajo. Pero eso no quita que él supiera de qué tipo
de cerámica se trataba ni nada. Él dice que al
no ser estudiado, no sabe. Para Don Cháves
no tiene un significado especial la forma en que
colocó las cerámicas y las flechitas. Lo hizo
sin pensar que para otros, o nosotros, ese trabajo iba a ser importante. Lo hizo de casualidad. Por ejemplo, él dice: «yo nunca pensé que
lo que hacía era importante. Lo hice por hacerlo y después me di cuenta de que yo no era
tan tonto». Cuando lo trajo para acá, para el
museo, recién se dio cuenta de lo que él hizo, y
de que no era tan tonto. Después le preguntamos por qué había dibujado los volcanes ahí,
por encima de las cositas. Nos respondió que
22
los volcanes son muy importantes para él porque pertenecen a su departamento.
Alejandro: Cháves hizo ahí algo bárbaro porque, claro, uno cotidianamente caminando,
llevando las ovejas para acá y para allá, mira
hacia abajo y encuentra tejitas, y mira hacia
arriba y encuentra los volcanes. Y es lo que
puso ahí. Puso las tejitas en el suelo y los
volcanes arriba.
Laura: Bueno, y si bien hay una parte donde, al preguntarle por el cuadrito, Don Cháves
dijo que «eso lo tienen que estudiar los
arqueólogos que son los estudiados», por otro
lado nos dijo que él hizo al cuadrito «con el
fin de conocer». Y ahí empezó a hablar de
que los maestros que tenía en la escuela eran
todos correntinos o alemanes y que no le
enseñaban nada de las cosas de acá. «Nada
de lo que había en la superficie», dijo. Entonces él agarró e hizo el cuadrito, para conocer más. Estas cosas nos generaron todo
el tema de pensar quién sabía, quién podía
decir o hablar sobre los objetos, qué sabía o
no sabía Cháves, qué sabía o no la gente, si
el que tiene el objeto sabe.
Ernestina: Y no hablamos de arqueólogos,
porque los arqueólogos no trajeron esa pieza
al museo. O sea, fue Rita4 la que trajo eso,
primero para la Semana del Museo y después se quedó. Para ella, esa pieza era muy
importante, se quedaba mirándola desde que
era chica e iba a visitar a Don Cháves, ya
3 Vecino de Antofagasta de la Sierra, quien sobre una laja dibujó los volcanes más importantes de la zona, el Antofagasta y el Alumbrera, debajo de los cuales pegó distintos
tipos de tiestos, puntas de flechas, fragmentos de torteros y piedritas del lugar. Actualmente este trabajo se encuentra exhibido en
el Museo del Hombre de Antofagasta de la
Sierra.
4 Rita Mamaní, hermana de Ernestina y entonces encargada del Museo del Hombre de
Antofagasta de la Sierra.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):20-28, 2007
que la lajita estaba colgada a la entrada de
su casa. Ella quería compartir con el resto
de la gente esa pieza, por eso la trajo, para
que todos la conozcan. Y para mi eso fue
muy importante porque ahí aprendí que nosotros sí podemos, sin un arqueólogo, saber,
recuperar lo que nos pertenece. No es necesario que el arqueólogo nos dé la pieza,
nosotros también podemos hablar de una pieza, recuperar una pieza. Y todo esto a partir
de la pregunta que nos hizo Don Cháves de
cómo hacían las flechitas. Para él era importante saber eso para saber algo siquiera
en la vida. Y eso estuvimos pensando hoy.
Laura tiene una visión de ver las cosas y yo
otra porque yo soy de acá y ella es de otro
lado, de Rosario, y no tiene las mismas costumbres que nosotros y tampoco sabe las
cosas que tenemos como creencias, como
mitos o por qué las tenemos.
Alejandro: Esto que decís vos Ernestina, que
ella no es de acá… (Ernestina interrumpe).
Ernestina: Bueno, esa pregunta que nos hace
Don Cháves, esa de cómo hicieron las
flechitas, o qué nos une a nosotros con esas
cosas, yo respondo de una manera y con la
ayuda de algunas otras preguntas que nos
habíamos hecho con Laura hoy. Por ejemplo,
qué teníamos que ver nosotros con los aborígenes, o sea, con los indios y qué nos une a
ellos o por qué nosotros hasta la actualidad
seguimos conservando algunas de sus costumbres. Bueno, yo entiendo que los que vivían acá supuestamente eran los aborígenes
o los indios. Con ellos tenemos algunas relaciones porque sino no podríamos seguir con
las costumbres o mitos que tenemos. De algún lado nuestros ancestros habrán continuado con eso y con los mitos. ¿Y qué es lo que
nos lleva a ser diferentes? O sea, nosotros
somos diferentes a ellos, pero en sí tenemos
relación con ellos. Somos diferentes porque
vestimos diferentes, o porque ahora tenemos
otras costumbres diferentes, o cosas diferen-
Conversación con Ernestina Mamaní
tes que ellos no tenían, pero conservamos las
costumbres y seguimos respetando los mitos
que ellos tenían. Otra cosa que ella me preguntaba era si teníamos derecho o no a excavar las cosas. En mi punto de vista, no tenemos derecho a sacar nosotros las cosas de
ellos, o a cavar.
Laura: Ahí los dos, digamos, los arqueólogos
y la gente del pueblo.
Ernestina: Claro, porque sería una falta de respeto a otra persona. Porque a mi no me va a
gustar que alguien, por ejemplo, queAlicia junte
mis cosas y vaya y las exponga. Yo no voy a
estar de acuerdo con eso. Para mi eso sería una
falta de respeto. Más allá de que se encuentren
en nuestra propiedad, para mí sería una falta de
respeto. Pero sí tenemos obligación de cuidar
las piezas. Porque es como dijo Don Cháves
cuando nosotras le preguntamos si él había
excavado alguna cosa y dijo que no. Pero también dijo que si vamos por ahí y nos encontramos con una pieza que por ejemplo, sacó el agua
o llevó allí el viento, no la iba a dejar ahí para que
pase un vehículo y la rompa. No, eso hay que
levantarlo, para protegerlo, para cuidarlo. Otra
cosa que nos preguntamos es de quiénes son
las cosas que están acá en el museo, porque
esas cosas no son de nosotros. Los objetos que
están en el museo son supuestamente de los
aborígenes, o sea de los indios, pero nos pertenecen a nosotros por el sólo hecho de estar en
nuestra tierra. Y como fueron encontrados acá
en nuestro departamento, somos nosotros los
dueños, los responsables de cuidar esas piezas
que están acá en el museo. Como así también
recuperar la historia de cada pieza. Eso nos toca
a nosotros, no a los antropólogos. Nos corresponde a nosotros recuperar la historia, porque
no vamos a ir a decirles a los antropólogos que
le vayan a preguntar a Don Cháves por qué
hizo el cuadrito. Podemos hacerlo nosotros, y
son cosas que no sabíamos que podíamos hacer. Pero con esto, con su ayuda, se que yo lo
23
puedo hacer y no esperar que venga alguien y
se lo ponga a hacer.
Ernestina: Claro, de alguna manera eso nos
une a ellos.
Laura: Aparte por ahí veíamos que, por ejemplo, para ella los objetos que estaban acá eran
de los aborígenes, es decir, los habían hecho
otras personas, pero la historia que eso tiene,
esa sí que es de todos y es esa historia la que
los une.
Alejandro: Y cuando vos hablás de nosotros
o de nuestro ¿cómo sería el nombre de eso?
Ernestina: Claro, la historia en sí de esa pieza
fue creada en realidad por nosotros, o sea por
gente de nuestra época. Porque un aborigen
no se paró y dejó la historia ahí. O sea que la
abuela creó la historia de esa pieza, y le contó
a otro, y le han contado a otro, y el otro contó,
y así. No vino ya escrita cada historia de cada
pieza. Y nos une también a ellos las costumbres, los ritos. Algunas costumbres son obligaciones. Sí o sí las tenemos que realizar nosotros. Por ejemplo, nosotros siempre tenemos el carnaval, el esperar a las Almas5, el
dar de comer con respeto a la Madre Tierra6.
Son obligaciones para nosotros, porque si nosotros no señalamos7, por ejemplo, no podemos seguir teniendo nuestra hacienda. Así que
es para conservar nuestra hacienda. Si yo no
lo señalo no voy a poder decir que esto es
mío. Porque esto no se trata de lo que diga,
sino de que sea mío. Como para conservar
nuestras cosas.
Laura: Claro. Esto lo decía porque veíamos
que estaba el objeto, que pertenecía a los
antiguos, y la historia, que sí pertenecía a
todos. Entonces, yo le preguntaba por qué
una cosa sí y otra no, y ella dijo que estaban
unidos por los mitos. Eso era lo que los unía.
Y después ahí empezamos a hablar de los
mitos, de cuáles eran, y ella me dijo cuáles
eran los mitos y qué significaban, que era
esto que ella contaba de las obligaciones.
Alejandro: Entonces, la idea es que antiguamente, la gente que vivía acá, tenía los mismos
mitos, o semejantes, a los que tiene la gente
que vive acá ahora.
24
Ernestina: En realidad, acá usan la palabra
de nuestros antepasados.
Alejandro: Pero cuando vos hablás de «los
mitos nuestros» ¿eso tiene algún nombre
como antofagasteño, kolla…? ¿Tiene algún
nombre o no?
Ernestina: Y ellos eran nuestros ancestros.
Alejandro: ¿Eran antofagasteños?
5 Para el 1 y 2 de noviembre de cada año las
almas de los difuntos vuelven a visitar sus
casas. Para esperarlas se preparan bebidas y
alimentos de distintas clases, incluyendo figuras humanas y escaleras hechas de pan,
para ayudar a que bajen las almas. Al mediodía del 2 se visita el cementerio, adornando
las tumbas con flores de papel, para despacharlas hasta el año siguiente.
6 Para corpachar o «dar de comer a la Tierra»
se hace un pozo que representa la boca de la
Pachamama, donde se ofrendan cigarrillos,
alcohol, gaseosas, hojas de coca y comidas
antes de comenzar una actividad importante
como la esquila, la siembra, la cosecha, una
excavación, un viaje. El 1 de agosto es el día
de la Pachamama o Madre Tierra, fecha en la
cual se realiza una gran celebración. Sin embargo, «dar de comer a la Pacha» es una costumbre cotidiana en la zona. Por ejemplo,
antes de beber se le convida un trago de
vino a la Tierra o se levantan apachetas –
montículos de piedras- en su honor al costado de los caminos.
7 La señalada es la ocasión durante la cual se
marca a los animales nacidos ese año. Para esto
el dueño de la hacienda les coloca chimpus y
flores -adornos hechos con lanas de colores- y
les recorta las orejas que luego ofenda a la Pacha.
En estas tareas participan vecinos y amigos
que luego son invitados a comer y beber en
una gran fiesta, de la cual los animales y sus
criadores son los protagonistas.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):20-28, 2007
(Silencio)
Ernestina: Porque era lo que hablábamos
con ella hoy. Por ejemplo, si acá tenemos un
sitio como el Coyparcito8, donde ellos cosechaban y sembraban, quiere decir que no
era que venían de afuera o estaban de paso.
Alejandro: Claro, porque alguien tenía que
cuidar las plantas supongo, ¿no?
Rita: ¿Ya los indígenas le llamaron
Antofagasta?
Alejandro: No se, ¿pero podemos decir que
no?
Rita: No se en qué idioma habrán hablado
antes.
Alejandro: ¿Y en qué idioma está dicho
Antofagasta?
Ernestina: Se supone que vivían acá. O sea,
pertenecían a acá.
Rita: En cacán.
Rita: Es difícil, porque no eran antofagasteños.
Alejandro: Y bueno, ¿y el cacán no era un
idioma que se hablaba?
Alejandro: ¿No eran antofagasteños?
Rita: Cuando vivían los indígenas no tenían
nombre en los pueblos.
Alejandro: ¿Y qué nombre tenían?
Rita: No sé.
Ernestina: Eran antofagasteños porque vivían
acá.
Rita: Para mí antes no tenían nombres.
Alejandro: ¿Cómo no tenían nombre?
Rita: Los que vinieron después le pusieron
Antofagasta, no es que ellos, los indígenas se
lo hayan puesto.
Alejandro: ¿Y cómo sabemos eso?
Rita: Los primeros escritos dicen que…
Alejandro: Pero antes de los primeros escritos ¿no hay nombres, las cosas no tienen
nombre?
Rita: Quizás tuvieron otro tipo de nombre.
Por ejemplo, se llama Antofagasta por el
puerto de Antofagasta de no se dónde.
Alejandro: No, es al revés. El puerto de
Antofagasta es muy posterior a Antofagasta
de la Sierra.
Conversación con Ernestina Mamaní
Rita: También el quichua.
Alejandro: El quichua digamos que se hablaba y tal vez hablaban otro idioma también.
Rita: Pero no se sabe.
Alejandro: Bueno, no se sabe, de acuerdo.
¿Eso significa que se sabe que no se llamaban de esa manera? Me llama la atención
que vos digas «no eran antofagasteños porque no se llamaban antofagasteños» ¿Y
cómo sabemos?
Rita: Yo me imagino, pero no sé.
Ernestina: Para mí eran antofagasteños.
Alejandro: ¿Por qué?
Ernestina: Yo también decía capaz que no
eran antofagasteños porque ellos iban de
paso. Pero no iban de paso, porque vivían
acá, porque para ir de paso no sembrarían
nunca, no tendrían todo lo que ellos tenían.
O sea que vivieron acá, como nosotros.
Alejandro: ¿O sea que pueden ser
antofagasteños por más que la vestimenta,
por ejemplo, sea distinta?
8 Conjunto arquitectónico asociado a poblaciones agrícolas, debajo del cual se observan líneas que cuadriculan el terreno asociadas a campos de cultivo y canales de riego.
25
Ernestina: Claro, yo por ejemplo, no soy de
Antofagasta, vengo de Tinogasta, pero ahora soy antofagasteña porque vivo acá, me
quedé acá. Que nos vistamos diferente, que
tengamos cosas diferentes no quiere decir
que no pertenezcamos o que no nos unamos
a ellos de por sí, o no haya algo que nos una
ahí. Seguimos siendo aborígenes.
Alejandro: ¿Vos estás de acuerdo con eso?
Ernestina: Sí. Seguimos siendo lo mismo, si
bien no hablamos como los indios, pero seguimos siendo indios.
Laura: Vos Ernestina… ¿vos pensás que
ustedes siguen siendo o son aborígenes?
Ernestina: Seguimos siendo aborígenes, y
no puedo decir que no pertenezco a esto porque no ando desnuda o con un taparrabo.
No se, para mi es eso, estamos unidos. Con
otras civilizaciones, por supuesto. Es otra
civilización, tenemos otras cosas, pero nunca nos olvidamos de nuestras costumbres
que es lo esencial en esto. No perdemos los
mitos, seguimos con nuestras costumbres.
Ahora si nosotros no creeríamos nunca más
en la Pacha, nunca más en el día de las Almas, no señalaríamos… seríamos todas cosas diferentes, sí. Pero ni aún así porque igual
seguiríamos siendo lo mismo. Digamos que
somos indios pero más modernos. Claro que
hay personas que no creen. No las adultas,
personas jóvenes, que no lo toman con el
mismo interés. Hay un ritmo que ya se va
perdiendo, pero en mi persona queda. Yo si
no le doy de comer o si no espero a las Almas sé que estoy haciendo mal, porque yo
aprendí eso. Igual que señalar el ganado, eso
para mí es tanto costumbre como obligación,
una de las tantas obligaciones que ellos mismos, nuestros antepasados, tenían. Porque
ellos también tenían obligaciones, no es que
nosotros nomás, ellos también. O sea que si
cosechaban y esas cosas, todo su trabajo lo
consumían con su familia. No cosechaban
26
únicamente para ellos. O sea que también
tenían obligaciones como nosotros, como la
señalada, que es una obligación, más allá de
que sea una costumbre, porque si no señalamos no conservamos lo que tenemos. Si yo,
por ejemplo, no cumplo con este mito o con
uno de esos mitos en general, como dar de
comer a la Pacha o esperar a las Almas, yo
voy a estar pendiente de que no hice bien.
Para este año, por ejemplo, no esperé a las
Almas, y no estoy tranquila porque sé que
falté el respeto, no hice lo que tendría que
haber hecho. Por ejemplo a mi abuela, que
yo la espero siempre para el día de las Almas, no la esperé como corresponde este
año. Para mí eso es una falta de respeto. Yo
se que ese día vino a compartir conmigo y
yo no hice lo que tendría que haber hecho
para que ella esté contenta, con el respeto
que merece. O sea que estoy esperando que
de alguna u otra manera me castigue, por lo
que yo no hice. Porque sí te castiga. Si a la
Pacha, o sea a nuestra Madre Tierra, vos no
le das de comer ella se enoja, no te da la
cosecha, te crea un mal tiempo, y esas cosas. Y las Almas, nos hacen asustar. Nosotros mismos ya, en nuestra conciencia, sabemos que sí o sí algo nos va a suceder si no
cumplimos con nuestro deber. Esto no es
como venir a trabajar. Yo vengo a trabajar si
quiero y si no, no vengo. A lo sumo se va a
enojar el intendente. Pero esto no, porque
esto es un mito, un respeto que tenemos que
tener nosotros. Yo ya estoy pensando «ay,
no le di de comer a la Tierra el primero de
agosto». No le di de comer porque quizás
estaba en Catamarca o porque vine y dije
«ya le voy a dar de comer», y se me pasó el
tiempo y no le di.
Alejandro: Me gustaría aprovechar esta clase que nos está dando Ernestina para preguntarles a las chicas, que son estudiantes,
si quieren preguntarle algo porque está diciendo cosas muy importantes. Aprovechemos que la tenemos acá hablando.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):20-28, 2007
Ernestina: No, yo le agradezco mucho a
Laura y a usted que nos dio la oportunidad
para hacer esto. Yo tengo todo metido acá9
lo que pienso, y hoy día me hizo llorar porque… porque sí. Porque yo tenía acá cosas
que nunca en mi vida dije, y que ella me preguntó y pude sacarlas. No fue fácil esto.
Quizás yo acá sentada miro y digo «ellos10
pusieron y pusieron y estudiaron…» y yo en
mi mente tengo otra cosa. Yo sé que no era
así como pusieron ahí. A mi me gustó mucho esta oportunidad que ustedes me dieron, porque ella11 se sentó y me dijo «no, si
vos podes, vos podes y vos podes y vos podes», y yo escribía y bueno… Y me di cuenta de que ellos vienen y lo escriben y no piensan en nosotros, sino que escriben porque…
porque se sientan y escriben y ya está. Y no
es ni igual, ni parecido. Porque nosotros sí
tenemos acá en nuestro pueblo todo: personas que pueden relatar una cosa, y que va a
salir bien hecha por ellos, y no se va a perder eso. Hace rato le decía a Laurita «vos
me hacés preguntas, y preguntas y… ya me
he cansado». Pero no, porque si ella no me
hubiera preguntado, no sé, nunca hubiera salido esto de mí. Me preguntó tantas cosas
que yo me di cuenta después de un rato que
sí podía saber yo. Y no se, me dio mucha
emoción porque, por ejemplo, ella venía y
me decía «ah!, me gusta esa cosa, me gustan esas cosas», y yo por ahí digo «cómo le
va a gustar si está fiero». Pero ahora veo
que esas cosas sí tienen un significado, y que
sí pueden hablar de una u otra manera de
nosotros. Por ejemplo, como usted12 me preguntaba ayer cuando yo estaba parada allí,
sobre qué significaba para mí que yo hubiera estado aquí todos los días y viera a la
momia ahí. Y bueno, yo de todo el tiempo
que estoy trabajando acá, lo veía como una
obligación: ir a limpiar y mostrarla y nada
más. Nunca me paré y ví si estaba haciendo
bien o estaba haciendo mal, o si le estaba
faltando el respeto a alguien. Nunca en mi
vida me pregunté. Yo entré acá y trabajo
Conversación con Ernestina Mamaní
porque es mi trabajo. Lo limpio, lo muestro y
digo lo que dicen ahí y ya está. Pero nunca
me puse a pensar si yo estaba haciendo mal
o estoy faltándole el respeto a alguien, a ese
bebé o a la señora13 que está ahí quizás. Yo
nunca pensé pero ahora sí, porque de una u
otra manera pertenecen a nosotros y no son
un objeto. Yo ahora sé que voy a mirarla de
otra forma, voy a ver a esas dos cositas que
tenemos ahí de otra forma. Quizás con más
respeto. Porque para mi eran una cosa, eran
una cosa nada más, nunca me llegó tan adentro como ahora saber que son míos y que
por ellos se quién soy, y que por ellos tengo
las costumbres que tengo, y voy a dejar lo
que tengo para mis hijos… y así. Porque si
no, no sería nada. Se que mi lugar de trabajo
no es un lugar común. Sé que tiene cosas
nuestras y cosas que hay que respetar y
enseñar para que nuestros hijos puedan progresar. A mi me gustaba ver cómo los
arqueólogos cavaban o cómo sacaban las
cosas. O capaz que yo misma cuando hago
de guía veo como levantan una cosa y otra y
no digo nada. Pero con esto, aprendí quizás
a querer un poco más lo mío y voy a respetarlo sobre todo porque está acá.
Alejandro: Las cosas que decís Ernestina son
tan importantes y tan profundas que uno no
entiende cómo todo esto está armado como si
ustedes no tuvieran voz. Cuando hablan dicen
cosas tan importantes. Te agradezco mucho.
Ernestina: Y yo a ustedes por haberme dado
esta oportunidad, que para mi no fue un curso,
pero que estoy aprendiendo mucho porque
9 Señalándose el pecho, llorando.
10 Refiriéndose a los científicos, a los
arqueólogos en particular.
11 Refiriéndose a Laura.
12 Dirigiéndose a Alejandro.
13 Refiriéndose al «Bebé de La Peña» y a la «Mujer», momias excavadas por un equipo de arqueología de la Universidad Nacional de
Tucumán, actualmente exhibidas en el Museo del Hombre de Antofagasta de la Sierra.
27
quizás mi padre me dijo «mira, podés hacer
eso», y a esta edad que tengo no tenía idea que
podía hacer esto y que podía aprender de esto,
y lo estoy haciendo. Aprendí que sí les puedo
enseñar a mis hijos que no dejen perder la oportunidad y que lo vean con más valor, que yo en
mi niñez no lo vi porque nadie me enseñó a
verlo de esa manera. Porque yo misma a veces, cuando estoy sola y no hay turistas, me
pongo a leer algún que otro cuadro y pienso:
ellos dicen que lo encontraron, y dicen que fue
así… ¿Será verdad, no será? Cuando viene el
turista yo le digo lo que dice ahí. Supuestamente ya lo estudié y lo digo de memoria, pero no
voy a decirle otra cosa. Le digo eso porque
está escrito ahí. No digo lo que yo siento acá14,
sino lo que dice ahí. Esa es la explicación que
nosotros le damos al turista. Me gustaría que
nosotros pudiéramos darle otras explicaciones
o, por lo menos, decirles cómo vemos nosotros
a esas cosas. Por lo menos que ellos respeten
lo que nosotros decimos, porque sino ellos no
saben qué decimos nosotros y nos ven capaz
como un objeto. No nos gusta ser objeto.
Alejandro: Es muy fuerte lo que decís, porque en realidad son cosas muy fuertes las
que están acalladas, silenciadas. A medida
que uno escucha que los otros hablan aprende
a callarse la boca. Y todas las cosas que uno
siente no salen.
Rita: Yo creo que como ella hay mucha gente acá que piensa lo mismo. Por ahí por miedo a hablar o por la reacción de la otra gente, no dicen nada.
Ernestina: Eso pasa conmigo. Ella es mi hermana y yo nunca le dije «¿por qué vos me
decís que yo diga esto?», no. Ella me reta,
me trata, me dice «mirá, vos empezá por
acá y decí tal cosa, y seguí por allá…». Y ya
me lo sé de memoria. Pero nunca le dije
«mira, no es así» o «dejame decir lo que yo
tengo acá» o «¿por qué es así?»… nada,
nunca le pregunté.
Laura: Yo te quería agradecer por decir todo
esto.
Ernestina: Primero empezamos a discutir,
pero no a discutir peleando, porque ella tenía
sus ideas y yo las mías y así. Ella me entendía, y yo no la entendía a ella, y nos entendíamos. Que una le pregunta a la otra, y la
otra le pide perdón. Y ahora ella tiene una
visión de ver las cosas y yo otra de ella. Ella
puso de su parte y yo la mía para hacer esto.
Alejandro: Esta es una forma de decir muy
fuerte porque está dicha desde el corazón.
Eso es algo que lo hace muy auténtico. Todos tenemos que aprender de eso.
Ernestina: Pero si ella no me hubiera enseñado, yo nunca hubiera podido expresarlo.
Nunca le hubiera dado un significado a lo
que yo tenía acá. Ella me preguntó y me dijo
cómo y pude saber que lo que yo tenía acá
lo podía decir, porque lo entiendo. Porque
capaz que sino no se hubiera entendido lo
que yo quería decir.
14 Señalándose el pecho.
28
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):20-28, 2007
ARQUEOLOGÍA SURAMERICANA/ARQUEOLOGIA SUL-AMERICANA 3,1, enero/janeiro 2007
SAMBAQUIS E PAISAGEM
Dinâmica natural e arqueologia regional
no litoral do sul do Brasil
Paulo DeBlasis
Museu de Arqueologia e Etnologia, Universidade de São Paulo (MAE-USP)
Andreas Kneip
Universidade Federal do Tocantins (UFT)
Rita Scheel-Ybert
Museu Nacional/Universidade Federal do Rio de Janeiro (MN-UFRJ), Bolsista PROFIX
Paulo César Giannini
Instituto de Geociências, Universidade de São Paulo (IG-USP)
Maria Dulce Gaspar
Museu Nacional/UFRJ, pesquisadora do CNPq e Cientista do Nosso Estado-FAPERJ
Este artigo apresenta um modelo de ocupação de âmbito regional para a sociedade sambaquieira
assentada em uma área no litoral sul de Santa Catarina (aqui designada como paleolaguna de
Santa Marta). Articula, em uma abordagem interdisciplinar, as características da dinâmica
geoambiental desta região lagunar e os padrões da ocupação humana no período de 6000 a
1500 anos AP aproximadamente, através de perspectivas de longa duração acerca dos processos
naturais e sociais de construção de paisagem. São considerados, de um lado, enfoques relacionados à dinâmica quaternária, mostrando as tendências de assoreamento progressivo do sistema
deposicional baía-laguna e a ocorrência pretérita de extensa cobertura vegetal, incluindo a
presença de mangue (hoje extinto na área). Apesar deste cenário em constante mutação, as
características estruturais deste ambiente lagunar não sofreram modificações profundas
permanecendo, do ponto de vista da ocupação humana, estável e bastante produtivo ao longo de
todo o período. De outro lado, discutem-se aspectos relacionados à dinâmica da ocupação
sambaquieira na região, mostrando a presença de estruturas de organização territorial também
bastante estáveis e articuladas em âmbito regional, com epicentro na própria laguna. Este sistema teve grande expansão entre 4,5 e 2 mil anos atrás aproximadamente, período no qual se
intensifica a construção de sambaquis monumentais que ainda hoje são marcos visuais notáveis
neste ambiente aberto e de amplos horizontes. A distribuição destes sítios impressionantes reflete
sua importância significativa na construção simbólica da paisagem, referenciando a
territorialidade e a organização social das comunidades de pescadores assentadas no entorno
desta região lagunar ao longo de vários milênios.
Este artículo presenta un modelo de asentamiento regional para las sociedades de sambaquis
(concheros) de la costa sur de Santa Catarina, Brasil, que evolucionaron, aproximadamente,
entre 6000 y 1500 AP. La dinámica de las costas cuertanarias y los patrones de ocupación
humana se articulan por medio de un enfoque interdisciplinario y una perspectiva de larga
duración, mostrando los procesos naturales y culturales en la construcción del paisaje. Se describe un sistema estable de asentamiento territorial con una expansión considerable entre 4.5 y 2
kaAP, cuando la erección de concheros monumentales aparace como una referencia simbólica
para la emergencia de patrones complejos de interacción social y organización regional en las
sociedades de sambaquis.
A regional settlement model for the sambaquis (shellmounds) society from the southern coast of
Santa Catarina, Brazil, is presented in this paper, which has evolved between 6000 to 1500 BP
approximately. By means of an interdisciplinary approach and a long duration perspective,
Quaternary coastal dynamics and human occupation patterns are articulated, evincing both
natural and cultural processes in landscape construction. A very stable territorial settlement
system is described, showing a considerable expansion between 4,5 and 2 kyBP, when the erection
of monumental shellmounds stands as a symbolic reference for the emergence of complex patterns
of social interaction and regional organization among the sambaqui societies.
Palavras-chave: sambaquis, Quaternário costeiro, paleoambiente, construção de paisagem /
Palabras clave: sambaquis, cuaternatio costero, paleoambiente, construcción de paisage.
Recebido: maio 30, 2006; aceito: novembro 5, 2006 / Recibido: mayo 30, 2006 ; aceptado: noviembre
5, 2006 .
Sambaquis (palavra de origem Tupi que significa, literalmente, «monte de conchas») são
sítios arqueológicos monticulares distribuídos
por toda a costa brasileira, ocupando principalmente zonas de tons ecológicos cambiantes, como regiões lagunares e áreas recortadas de baías e ilhas. Estes sítios (também
chamados de concheiros) variam bastante
de tamanho e, especialmente no litoral sul
catarinense, podem atingir dimensões
impressionantes, alcançando até 70 metros
de altura e 500 metros de comprimento. Em
geral exibem uma sucessão estratigráfica de
composição diferenciada: camadas de conchas mais ou menos espessas intercaladas
por numerosos estratos finos e escuros, ricos em materiais orgânicos, com muitas
estruturas distribuídas em áreas específicas.
30
As mais significativas são sepultamentos,
reportados na maior parte dos sambaquis
descritos, em geral dispostos cerimonialmente
em locais especificamente preparados para
isso, frequentemente acompanhados de
artefatos, oferendas alimentares e fogueiras.
Apesar de marcarem constante presença
na literatura arqueológica brasileira desde o
século XIX, o significado dos sambaquis
enquanto estrutura arqueológica e a
elaboração de modelos de ocupação para
as áreas costeiras do litoral meridional do
Brasil são aspectos que permanecem pouco
explorados. Tidos tradicionalmente como
vestígios de acampamentos sucessivos de
bandos de coletores de moluscos e pescadores, tais sítios vêm sendo considerados, nos
últimos anos, estruturas intencionalmente
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
construídas (Gaspar e DeBlasis 1992), plenas de significação simbólica para seus
construtores. Alguns deles foram descritos
como espaços habitacionais (p.e. Kneip et
al. 1991; Kneip 1992; Barbosa et al. 1994),
outros tidos como estruturas essencialmente
funerárias (Duarte 1968; Fish et al. 2000;
DeBlasis 2005), mas a grande diversidade
destes sítios sugere certa variabilidade funcional, ainda não equacionada de maneira
adequada (ver, para definições e descrição
destes sítios, assim como um histórico das
perspectivas de pesquisa, Prous 1992;
Gaspar 1998, 2000; Lima 2000). Apesar
dessa diversidade, Gaspar (1994, 1995)
sugeriu que, pelo menos no litoral centro sul
brasileiro, estes sítios são remanescentes de
sociedades com identidade cultural própria
e bastante distinta de outros grupos da região
sul do Brasil, com base nos padrões peculiares de construção de mounds nas cercanias
de grandes corpos d’água, associando
sempre a presença de rituais funerários e
significativas quantidades de restos
alimentares.
Mapeamentos importantes – geográficos
e culturais - foram realizados em diferentes
zonas de ocorrência e concentração de
sambaquis ao longo da extensa fachada
atlântica brasileira. Bons exemplos são Rio de
Janeiro (Dias 1967, 1969, 1972; Gaspar 1991),
Paraná (Bigarella 1951a, 1951b), São Paulo
(Uchoa e Garcia 1983), Rio Grande do Sul
(Ruschel 2003), o litoral sul de Santa Catarina
(Rohr 1962, 1968, 1969, 1973, 1984) e o litoral
do Pará (Simões e Correa 1971), entre outros.
Entretanto, são raros os enfoques regionais,
predominando quase sempre descrições de
caráter tipológico ou o estudo de sítios isolados.
Ainda que preocupações com as relações entre os sambaquis e o ambiente costeiro, cuja
natureza bastante dinâmica também é
reconhecida de longa data, tenham estado quase
sempre presentes (p.e. Krone 1902, 1914;
Guerra 1950; Bigarella 1954; Emperaire e
Laming 1956; Kneip 1977), seu estudo sistemático e articulado é raro1.
Uma análise de caráter regional e sistêmico
de sambaquis, onde quer que seja, é tarefa
custosa. As dificuldades residem, basicamente,
em duas questões fundamentais, até certo ponto associadas. De um lado, tendo em vista que,
frequentemente, são sítios construídos no
decorrer de períodos relativamente longos, uma
análise de sambaquis em âmbito regional exige controle cronoestratigráfico sistemático em
diversos sítios de uma dada área, geralmente
ausente nos estudos arqueológicos do litoral
brasileiro, apesar do número crescente de
datações disponíveis. De outro lado, exige
também uma investigação mais aprofundada
acerca das características funcionais dos
sambaquis, ainda pobremente compreendidas.
Tal abordagem vem sendo desenvolvida no litoral sul catarinense nos últimos anos, através
do estudo articulado da evolução natural de uma
região costeira e os padrões de ocupação humana ali presentes (DeBlasis et al. 1998a;
Gaspar et al. 1999, 2002; Fish et al. 2000;
DeBlasis e Gaspar 2001)2.
1 Existem, entretanto, antecedentes importantes, como Krone (1902, 1914) e Bigarella
(1951a, 1951b). A rigor, a primeira análise de
articulação sistêmica de conjuntos de
sambaquis em seu contexto ambiental no
Brasil foi produzida por Gaspar (1991) no litoral norte do Rio de Janeiro, um modelo
interpretativo que fala de sítios concomitantes e articulados, um mesmo grupo ocupando certo território em grande interação social. Tal modelo criou um contraste com a
idéia, então predominante, de que os
sambaquieiros constituíam grupos
forrageiros de grande mobilidade.
2 Trata-se de um projeto de pesquisa
multidisciplinar de cunho marcadamente regional, no qual enfoques paleoambientais e
arqueológicos vêm sendo tratados de
maneira articulada através da integração de
pesquisadores e especialistas de diversas
instituições. Além da Universidade de São
Paulo (USP), de onde atuam o Museu e
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
31
A região estudada abrange parte dos
municípios de Laguna, Tubarão e Jaguaruna,
uma área extremamente aplainada onde
ocorre um conjunto de lagos e lagunas integradas por canais e zonas turfosas
encharcadas, sendo as maiores as lagunas
do Camacho (ou Garopaba do Sul), Santa
Marta e Santo Antonio (Figura 13). Santa
Marta, Esta região exibe grande
adensamento de sambaquis, que variam bastante em termos de volume, distribuição, forma e composição (Figura 2), características estas já apontadas nos estudos anteriores realizados na região por Rohr (1962, 1968,
1969, 1984), Beck (1972) e Hurt (1974), que
evidenciaram também uma considerável
superposição cronológica entre eles. Assim,
a área apresenta condições ideais para um
estudo de caráter regional, onde a existência
Figura 1. A região de pesquisa, uma região
lagunar situada no sul do Estado de Santa
Catarina, Brasil.
Figura 2. Alguns sambaquis da área (do topo à esquerda, sentido horário): Encantada,
Roseta, perfil estratigráfico (L2.15.13) de Jaboticabeira II e Santa Marta I.
Arqueologia e Etnologia (MAE), o Instituto
de Geociências (IG), o Instituto de
Astronomia e Geofísica (IAG) e o Instituto
de Ciências Biológicas (ICB), participam
também o Museu Nacional (UFRJ), o Grupo
de Pesquisas em Educação Patrimonial da
Universidade do Sul de Santa Catarina
(GRUPEP/UNISUL), a Universidade do
32
Tocantins (UFT) e a Universidade do Arizona
ASM-U of A), além de consultores de outras
instituições.
3 As figuras da área de pesquisa deste artigo
foram produzidas por meio de um SIG (Sistema de Informação Geográfica) elaborado inicialmente para a região por Kneip (2004)
usando o sistema GRASS, a partir das bases
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
de agrupamentos discretos de sambaquis
possibilitaria explorar os padrões de
ocupação, territorialidade, demografia e
organização social dos sambaquieiros,
avançando a hipótese de que partilhavam o
território e configuravam um amplo sistema
regional4. O epicentro deste território situarse-ia na própria lagoa, o que reforçaria a idéia,
proposta por Gaspar (1991, 2000), de que os
grandes e superprodutivos corpos d’água
lagunares são referência essencial nos
padrões locacionais e de subsistência das
comunidades sambaquieiras. Estas perspectivas são desenvolvidas no presente trabalho.
O cenário teórico para este estudo é dado
por um debate de fundo envolvendo o
conceito, que foi se tornando freqüente na
arqueologia americana principalmente a partir
dos anos 90, de «caçadores-coletores
complexos» (Price e Brown 1985, eds.;
Keeley 1988; Price e Feinman, eds. 1995;
Arnold 1996; Chapman 2003). Sucintamente, este cenário se baseia na idéia de que
certos grupos de caçadores/pescadores/
coletores, seja por habitarem ambientes muito
produtivos, seja por viverem em territórios
circunscritos, ou mesmo por outras possíveis
razões, desenvolveram uma série de características mais elaboradas de organização
social, envolvendo articulação comunal em
torno de estratégias/ideologias amplamente
compartilhadas, incluindo construções públicas e/ou atividades cerimoniais. Eventualmente, a presença de desigualdade social,
hierarquias e lideranças formalmente
estabelecidas os aproximariam dos modelos
de organização genericamente designados
como chefias, ou cacicados (para uma
discussão abrangente deste tema ver
Sassaman 2004).
Assim como ocorre com outras culturas
litorâneas por toda a América (p.e. Moseley
1975; Ames e Maschner 1999; Curet 2003,
entre outros), DeBlasis et al. (1998b)
propuseram que o registro arqueológico dos
grupos sambaquieiros representa uma
situação onde seria possível detectar uma
série de características mais complexas de
organização social e econômica. Com uma
perspectiva contrastante com a idéia dominante de que os sambaquis são produto de
bandos de coletores de moluscos com grande mobilidade territorial, defenderam a
existência de um sistema territorial estável
envolvendo sedentarismo, demografia
expressiva e a construção de estruturas
monumentais (ver, também, Lima e Lopez
cartográficas disponibilizadas pelo IBGE
(1:50.000), imagens de satélite LANDSAT-7
(disponibilizadas pelo INPE), o mapa geológico
de Giannini (1993) e dados obtidos diretamente
no campo. O desenvolvimento das pesquisas
de campo tem sido possível através do suporte
constante da Fundação de Amparo à Pesquisa
do Estado de São Paulo (FAPESP), através de
sucessivos auxílios e, presentemente, um
projeto temático, assim como bolsas de estudo
para a formação acadêmica. Agradecemos
Rodolfo Angulo e Maria Cristina de Souza pela
ajuda com a sistematização das datações, e José
Luiz de Magalhães Castro Neto pela finalização
das ilustrações deste trabalho. Finalmente, agradecemos os três pareceristas anônimos desta
revista, cujos comentários muito ajudaram a
aperfeiçoar o texto.
4 No sambaqui Jaboticabeira II (JabII), especialmente, vêm sendo desenvolvidos desde 1997
estudos acerca dos processos formativos que
geraram estas impressionantes estruturas
conchíferas, assim como das características
biológicas e de saúde daquela sociedade (neste
sentido ver Storto et al 1999; Okumura e Eggers
2005). Pesquisas sistemáticas neste sambaqui
revelam que sua construção se deve exclusivamente a atividades relacionadas a rituais
funerários (Fish et al 2000).Aparentemente, esta
característica funcional pode ser generalizada
para boa parte dos sambaquis da região,
sobretudo aqueles de maiores dimensões, cuja
imponência se destaca na paisagem plana e
aberta desta região lagunar. Este projeto vem
desenvolvendo também intensa atuação no
âmbito da educação patrimonial, especialmente junto ao público escolar dos municípios da
região (Farias 2000, 2003a, 2003b, 2005).
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
33
Mazz 1999)5. Neste artigo, cujo objetivo é
esboçar um modelo de ocupação de âmbito
regional para os sambaquis do litoral sul
catarinense e sua evolução vis-à-vis as
transformações também significativas do
ambiente lagunar, vai-se examinar alguns
parâmetros decisivos para discutir a natureza
e as características essenciais da
complexidade da sociedade sambaquieira6.
A paleolaguna de Santa Marta e
seus arredores
Na perspectiva da geologia sedimentar,
encontra-se nesta região um complexo mosaico de processos deposicionais eólicos,
lagunares e marinhos interdependentes, o que
tem tornado oportuna a descrição das
morfologias resultantes e das características
internas de seus depósitos enquanto fácies
(Giannini 1993, 2002), definidas, no sentido
de Walker (1976), como materializações de
processos sedimentares específicos. Estas
fácies inter-relacionam-se e justapõem-se
organizadamente no espaço segundo entidades fisiográficas maiores, ou sistemas
deposicionais, na acepção de Fisher &
McGowen (1967). Nesse sentido, tem-se aí
um dos mais complexos e singulares
exemplos de interação entre fácies costeiras
quaternárias no Brasil, permitindo reconhecer
quatro tipos de sistemas deposicionais
interatuantes (Figura 3): lagunar, barrabarreira, planície costeira (strandplain) e
eólico (Giannini 1993; Giannini et al. 2001).
O sistema lagunar holocênico abrange,
de norte para sul, um conjunto de lagunas
intercomunicáveis entre Imbituba e
Jaguaruna (Mirim, Imaruí, Santo Antônio,
Santa Marta e Camacho) e uma série de
lagos residuais de antigas lagunas (Bonito,
Arroio Corrente, Figueirinha, Gregório Bento,
Laranjal). Comunica-se com mar aberto
através de duas desembocaduras (inlets): a
de Entrada da Barra, a norte, entre as lagunas Santo Antônio e Santa Marta, e a do
34
Figura 3. Geologia da região de pesquisa (a
partir de Giannini 1993).
Camacho (nas últimas três décadas, a maior
parte do tempo fechada), entre as lagunas
Camacho e Garopaba do Sul. O sistema lagunar foi formado por dois tipos de processos
diferentes, porém mais ou menos concomitantes, no âmbito da elevação do nível relativo do mar (NRM) holocênico, cujo máximo
foi atingido há pelo menos 5100 anos AP
(Martin et al. 1988, Angulo et al. 1996, 1999,
2005). O primeiro processo corresponde ao
isolamento parcial de corpo de água por
crescimento de uma barreira arenosa
transgressiva correspondente ao sistema
barra-barreira. O segundo corresponde ao
5 No que se refere aos cerritos do sul do Brasil
e Uruguay, sítios que compartilham muitas das
características dos sambaquis, os trabalhos
de Lopez Mazz (2001) e Iriarte (2003) apontam
em uma direção não muito diferente.
6 Não se pretende avançar em considerações
demográficas neste artigo, assim como na
natureza dos fenômenos de organização social envolvidos no processo de
complexificação sugerido para a sociedade
sambaquieira da laguna. Dados demográficos estão sendo reunidos e, juntamente com
outras evidências de padrões de organização
social dos sambaquieiros da paleolaguna de
Santa Marta, deverão ser objeto de outros
artigos no futuro próximo.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
afogamento de vales de dissecação em
terraços marinhos regressivos preexistentes
(pleistocênicos) pertencentes ao sistema
planície costeira. Esta distinção permite
reconhecer dois tipos de associações de
fácies lagunares (Giannini 1993, 2002;
Giannini et al. 2001): a baía-laguna (Santo
Antônio, Santa Marta, Camacho), à
retaguarda do sistema barra-barreira existente a sul de Entrada da Barra, e a valelaguna (Garopaba, Ibiraqüera, Mirim,
Imaruí), atrás do sistema planície costeira a
norte. O delta lagunar do rio Tubarão, maior
delta interior ativo do país, constitui a principal particularidade faciológica distintiva da
associação de fácies baía-laguna com
relação à associação vale-laguna.
O cenário sedimentar regional é completado pelo sistema deposicional eólico. De
ocorrência generalizada, superpõe-se aos sistemas barra-barreira e planície costeira na
maior parte da área e ao sistema lagunar nas
regiões de Campos Verdes e Garopaba do
Sul. Abrange campos de dunas livres de pelo
menos quatro diferentes gerações, cujas
idades variam do Pleistoceno superior ao atual
(Giannini 1993; Giannini e Suguio 1994;
Giannini et al. 2001; Sawakuchi 2003). De
acordo com o modelo evolutivo proposto por
estes autores, reforçado por datações por
luminescência, a geração eólica 1 é aproximadamente contemporânea ao máximo NRM
do interglacial Riss-Würm (cerca de 120 mil
anos AP), enquanto a geração 2 é predominantemente anterior à máxima inundação
holocênica, alcançada antes de 5100 anos AP.
A geração eólica 3, posterior a esta máxima
inundação, foi formada essencialmente nos
últimos três milênios. A geração 4 corresponde às dunas eólicas em atividade.
Dentro deste contexto regional, a área
focal das investigações arqueológicas restringe-se ao sistema lagunar, na sua
associação de fácies baía-laguna, e ao sistema barra-barreira vizinho, no entorno das
lagunas Santa Marta e Camacho. A área
abrange no hinterland o delta lagunar do
rio Tubarão, até o contato com as serras que
emolduram a planície litorânea, fechando o
fundo da baía.
O sistema lagunar encontra-se hoje bastante afetado pela interferência antrópica na
forma de aterros e canais de drenagem, de
forma a possibilitar a instalação de pastagens,
campos para cultivo de arroz e tanques de
carcinicultura. Nesta vasta região aplainada
formada pelos sistemas barra-barreira e
baía-laguna, este último praticamente ao
nível atual do mar, destacam-se na paisagem
os afloramentos pontuais do embasamento
cristalino, que formam ressaltos, «paleoilhas»,
que acabam dominando o cenário. É o caso,
por exemplo, das pontas do Costão do Ilhote
e da Galheta e, principalmente, da ponta
(cabo) de Santa Marta, e ainda a serra das
Congonhas ao fundo, já nas proximidades
dos terrenos ondulados ao pé das serras,
nunca inundados. O sistema eólico encontrase aí dominantemente representado pelas
gerações 3 e 4, estando as gerações eólicas
mais antigas restritas a paleodunas
empoleiradas sobre estes pontões do
embasamento cristalino pré-cenozóico e a
morrotes e espigões testemunhos de
paleodunas parabólicas da geração 2, que
foram praticamente ilhados pela baía-laguna durante o máximo transgressivo. Neste
último caso, encaixam-se os morros de areia
que acompanham a margem oeste da laguna do Camacho (ou Garopaba do Sul), entre
a vila de Garopaba do Sul e Jaboticabeira. É
neste cenário amplo e aberto que se encontra
a maior concentração de sambaquis da região
centro-sul catarinense.
Para as finalidades deste estudo, a área de
investigação fica delimitada a sudoeste pelo
contorno da paleolaguna definido desde as
encostas dos vales dos rios Sangão e Riachinho,
até a margem sudoeste da lagoa Figueirinha.
Como se verificou empiricamente, os sítios relacionados à ocupação sambaquieira
desaparecem no terreno existente a sudoes-
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
35
te deste limite, dominado por paleodunas
atribuídas à geração 2 (Giannini 1993) e
morros-testemunho do embasamento cristalino, encontrando-se aí apenas sítios mais
recentes. A nordeste, a referência fisiográfica
que se ressalta é a ponta da Cabeçuda, que
separa o sistema vale-laguna, ao norte, do
sistema baía-laguna ao sul, limite este que
se estende a leste pela desembocadura lagunar de Entrada da Barra, em Laguna. A
oeste e a norte a área é emoldurada pelas
formações colinares do piemonte das serras
Geral e do Taboleiro (Giannini 1993) e suas
escarpas alcantiladas ao fundo, onde
adentram os vales dos rios Tubarão e
Capivari. Tendo em vista o destaque que
assume neste cenário o pontão cristalino do
cabo de Santa Marta, um ponto dominante
situado bem no meio de toda esta região
aplainada, anteriormente uma ampla baía,
decidiu-se denominar a área «paleolaguna
de Santa Marta»7.
A região está situada na Zona Subtropical
Sul (Strahler 1977), com o clima controlado
pelos Anticiclones do Atlântico Sul e Móvel
Polar, podendo ser classificado como
subtropical úmido sem estação seca e com
verão quente (Cfa). A temperatura média
anual é de 20 ºC e a precipitação média de
1400 mm/ano (Nimer 1989). Embora hoje
toda a planície costeira esteja bastante
antropizada e alterada, a cobertura vegetal
original da região de estudo é formada pela
«floresta tropical de encosta», que ocupa o
flanco das serras do leste catarinense, e a
«restinga», ecossistema característico da
cobertura arenosa costeira do Quaternário
(Klein 1978).
A restinga se caracteriza por um mosaico
de habitats apresentando diversos tipos de
vegetação com fisionomia e padrões de
organização distintos, normalmente
distribuídos de acordo com uma zonação que
vai da beira da praia em direção ao interior
(Araújo e Henriques 1984). Entre estes tipos
vegetacionais ocorrem formações herbáceas
36
(psamófila-reptante da anteduna, herbácea
brejosa em zonas paludosas e nas margens
das lagoas), arbustivas (abertas ou fechadas,
podendo formar moitas ou ter as copas
contínuas, e ocorrendo sobre os cordões arenosos ou em pontos baixos do relevo) e
arbóreas (mata de restinga). A floresta tropical pluvial que ocorre mais para o interior,
também classificada como Floresta Ombrófila
Densa, corresponde à prolongação extra-tropical da Mata Atlântica. Sua ocorrência nesta
zona de clima subtropical se deve às temperaturas invernais amenas da região costeira e
às chuvas abundantes, bem distribuídas ao
longo do ano (Hering de Queiroz 1994).
Cronologia regional e duração dos
sambaquis
Foram cadastrados, até o momento, 65
sambaquis na área de pesquisa, incluindo
alguns um pouco além dos limites
estabelecidos no item anterior (Tabela 1).
Dispõe-se, no total, de 99 datações para 33
(51%) destes sambaquis, uma amostra bem
distribuída pela região, sendo que 19 delas
(cerca de 19%) são provenientes de estudos
anteriores nos quais o controle estratigráfico
nem sempre é preciso (Tabela 2; uma perspectiva sinótica para a cronologia regional
aparece na Figura 4). As datações de
Jaboticabeira II (cerca de 32% das datações
disponíveis) mostram uma seqüência
coerente e uniforme indicando que este
7 Embora para o sul os limites do sistema de
ocupação sambaquieiro estejam claros,
coincidindo perfeitamente com os limites da
própria área de pesquisa, para norte não o
são; pode ser que as comunidades do entorno da paleolaguna de Santa Marta estivessem
plenamente integradas com aquelas do Imaruí
e Mirim, sendo o limite estabelecido pelos
arqueólogos – o estreito da Cabeçuda – irrelevante durante o período estudado, o que
somente a pesquisa dos sítios daquela área
vai permitir entender.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
Abelha
22J 0690591 / 6841113
Garopaba 2
22J 0704799 / 6832004
Arroio da Cruz 1
22J 0687376 / 6820113
Garopaba 3
22J 0703983 / 6832289
Arroio da Cruz 2
22J 0678217 / 6815654
Garopaba 4
22J 0703812 / 6832443
22J 0712601 / 6852170
Jabuticabeira 1
22J 0697334 / 6837666
Caieira
22J 0718209 / 6850914
Jabuticabeira 2 ( Samb. do Riacho )
22J 0699489 / 6835694
Campo Bom 2
22J 0687605 / 6820264
Jabuticabeira 3
22J 0697690 / 6837162
22J 0687732 / 6820356
Jaguaruna 1
22J 0693456 / 6833095
Canto da Lagoa 1
22J 0715648 / 6840898
Lagoa dos Bixos
22J 0716237 / 6840176
Canto da Lagoa 2
22J 0715741 / 6840743
Laranjal 1
22J 0702120 / 6829608
22J 0715027 / 6840927
Laranjal 2
22J 0702289 / 6829823
22J 0699746 / 6850952
Laranjal 3
22J 0702826 / 6830303
Capivari 2
22J 0699739 / 6850954
Mato Alto 1 ( Passo do Gado)
22J 0698773 / 6842162
Capivari 3 ( Ilhotinha)
22J 0699418/ /6855928
Mato Alto 2
22J 0698590 / 6842450
Carniça 1
22J 0714190 / 6841022
Monte Castelo
22J 0693691 / 6843508
Carniça 2
22J 0714577 / 6840912
Morrinhos
22J 0698169 / 6844181
Carniça 3
22J 0714519 / 6840380
Morro Grande 1
22J 0687152 / 6824099
Carniça 4
22J 0714426 / 6840502
Morro Grande 2
22J 0687187 / 6823636
Congonhas 1 ( Palmeiras )
22J 0694930 / 6843010
Morrote
22J 0699360 / 6840440
Congonhas 2
22J 0695603 / 6838450
Olho D`Água 1
22J 0681220 / 6817360
Congonhas 3 ( Ilhote das Congonhas )
22J 0694320 / 6838450
Passagem da Barra
22J 0717707 / 6842325
Costão do Ilhote de S. Marta
22J 0711469 / 6833166
Ponta do Morro Azul
22J 0690106 / 6832373
Cubículo
22J 0690340 / 6839039
Porto Vieira 1
22J 0695467 / 6835304
Encantada 1 ( Emídeo )
22J 0703768 / 6830622
Porto Vieira 2
22J 0695483 / 6836206
Encantada 2 ( Vulcãozinho )
22J 0703290 / 6830555
Riachinho
22J 0693861 / 6830094
Encantada 3 ( Juventus)
22J 0703859 / 6831546
Ribeirão Pequeno
22J 0706331 / 6842857
Figueirinha 1
22J 0698373 / 6827693
Roseta ( Ilhote de Ipuã)
22J 0717919 / 6841311
Figueirinha 2
22J 0698387 / 6828061
Santa Marta 1
22J 0712151 / 6833970
Cabeçuda
Campo Bom 3
Canto da Lagoa 3
Capivari 1
Figueirinha 3
22J 0698006 / 6827646
Santa Marta 2
22J 0713230 / 6833590
Galheta 1
22J 0716427 / 6838183
Santa Marta 3
22J 0711542 / 6834937
Galheta 2
22J 0716342 / 6838152
Santa Marta 4
22J 0711493 / 6835068
Galheta 3 (Padre )
22J 0715591 / 6839212
Santa Marta 5
22J 0713192 / 6834760
Galheta 4
22J 0716313 / 6838045
Santa Marta Pequeno
22J 0714769 / 6838887
Garopaba do Sul 1
22J 0706046 / 6831728
Tabela 1. Relação dos sambaquis da área da paleolaguna de Santa Marta, SC.
sambaqui, o mais estudado da área, foi
construído ininterruptamente ao longo de
mais de mil anos (3050-1750 AP aproximadamente), representando uma fase tardia da
ocupação sambaquieira na região. Os demais
sítios da área são menos datados, mas suas
relações, em âmbito regional, são
esclarecedoras.
Vários sambaquis de grandes dimensões8
foram erguidos no decorrer de períodos
longos, iniciando-se antes, ou por volta, de 4
mil anos atrás. As datações para
Jaboticabeira I, que se referem ao topo e à
base de uma porção que restou deste enor-
me (mas muito destruído) sambaqui, indicam
uma ocupação de cerca de dois mil anos.
Assim como no seu vizinho Jaboticabeira II,
não se percebe neste enorme sambaqui
qualquer sinal de interrupção, ou abandono
prolongado, na complexa sucessão de camadas conchíferas e estratos ricos em
8 Dados precisos sobre as dimensões da maior
parte dos sambaquis aqui discutidos ainda
não estão disponíveis. Para os fins deste
estudo, foram considerados grandes os
sambaquis cuja base exceda 200 metros em
seu eixo maior, e cuja altura não seja menor
que 5 metros.
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
37
sítio
38
sigla
Lab ID
Tipo
Data
Sigma
Arroio da Cruz 1
ACz1
Beta 209703
Mes. mactroides
1080
60
Arroio da Cruz 1
ACz1
Beta 211732
Mes. mactroides
1160
40
Cabeçuda
Cab
4120
220
Caieira
Cai
Isotopes 2624
carvão
710
90
Caieira
Cai
Isotopes 2628S
concha
2770
100
155
Caieira
Cai
Isotopes 2628C
carvão
3230
Canto da Lagoa 1
CaL1
Beta 209706
Anomalocardia
3370
70
Capivari 1
Cap1
Beta 209705
Ostrea sp.
3780
40
Carniça 1
Car1
Az 884
carvão
2400
110
Carniça 1
Car1
Az 914
concha
2550
100
Carniça 1
Car1
Az 883-2
concha
3040
50
Carniça 1
Car1
Az 917
concha
3210
150
Carniça 1
Car1
Az 912
concha
3310
150
Carniça 1
Car1
Az 918
carvão
3370
150
Carniça 1
Car1
Az 919
concha
3370
100
Carniça 1A
Car1A
Az 959
concha
2460
110
Carniça 1A
Car1A
Az 950 (956?)
carvão
3275
125
Carniça 1A
Car1A
Lamont 1164B
concha
3300
150
Carniça 1A
Car1A
Isotopes 2620
concha
3350
110
Carniça 1A
Car1A
Lamont 1164
concha
3400
150
Congonhas
Co1
3270
200
Congonhas 1
Co1
Az 10650
carvão
3165
55
Congonhas 1
Co1
Az 10651
carvão
3350
85
Congonhas 2
Co2
Az 10648
carvão
2705
85
Congonhas 2
Co2
Az 10647
carvão
2740
70
Congonhas 2
Co2
Az 10649
carvão
2835
95
Congonhas 3
Co3
Az 10646
carvão
2115
50
Costão do Ilhote
PCI
Beta 211733
carvão
980
40
Encantada 3
En3
Beta 189712
carvão
740
40
Encantada 3
En3
Beta 189713
carvão
4320
40
Encantada 3
En3
Az 10638
Anomalocardia
4420
50
Figueirinha 3
Fig3
concha
4240
190
Galheta 1
Gal1
Beta 209708
Anomalocardia
3090
70
Galheta 2
Gal2
Beta 209709
Anomalocardia
4400
60
Galheta 2
Gal2
CENA 104, LS-10
concha
4530
70
Galheta 4
Gal4
Beta 211734
osso hum.
980
40
Garopaba do Sul
GS1
Az 10032
carvão
2705
240
Garopaba do Sul
GS1
Az 9888
carvão
2840
70
Garopaba do Sul
GS1
concha
3450
180
Garopaba do Sul
GS1
CENA LS-25
concha
3780
70
Garopaba do Sul
GS1
CENA LS-27
concha
3780
70
Garopaba do Sul
GS1
CENA LS-28
concha
4110
70
Ilhotinha
Ita
Beta 209712
Ostrea sp.
5170
60
Ilhotinha
Ita
Beta 209711
Ostrea sp.
5270
60
Jabuticabeira I
Ja1
Az 10642
carvão
2430
125
Jabuticabeira I
Ja1
Az 10641
carvão
2655
110
Jabuticabeira I
Ja1
Az 10640
carvão
3995
85
Jabuticabeira I
Ja1
Az 10639
carvão
4185
90
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9884
carvão
1805
65
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9885a
carvão
1850
40
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9892
carvão
1895
185
Jabuticabeira II
Ja2
Beta 195250
carvão
1950
70
Jabuticabeira II
Ja2
Beta 195249
carvão
1970
40
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9900
carvão
1975
95
Jabuticabeira II
Ja2
Beta 195240
carvão
2020
40
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9897
carvão
2060
85
Jabuticabeira II
Ja2
Beta 195239
concha
2070
60
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9881
carvão
2075
65
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9899
carvão
2115
65
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10637
carvão
2165
75
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9895
carvão
2170
95
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9896
carvão
2170
45
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10635
carvão
2180
105
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9893
carvão
2210
60
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9883
carvão
2240
170
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9898
carvão
2270
75
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10634
carvão
2280
80
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9890
carvão
2285
45
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9891
carvão
2295
90
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10632
carvão
2310
70
Jabuticabeira II
Ja2
Beta 188382
osso hum.
2320
50
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10246
concha
2335
35
Jabuticabeira II
Ja2
Beta 188381
osso hum.
2340
50
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9889
carvão
2345
105
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10243
concha
2365
45
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10245
concha
2370
35
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9882
carvão
2470
55
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10244
concha
2490
35
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9894
carvão
2500
155
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10636
carvão
2655
105
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10247
concha
2795
35
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10631
concha
2855
105
Jabuticabeira II
Ja2
Az 9880
carvão
2880
75
Jabuticabeira II
Ja2
Az 10633
concha
2890
55
Jaguaruna 1
Jag1
Beta 209707
Ostrea sp.
3080
80
Mato Alto 1
MA1
Az 10643
carvão
2245
60
Mato Alto 1
MA1
Az 10644
carvão
2535
165
Mato Alto 2
MA2
Az 10645
carvão
4685
160
Monte Castelo
MoC
Beta 209715
Anomalocardia
3240
70
Monte Castelo
MoC
Beta 209716
Anomalocardia
3360
70
Morrinhos
Mos
Beta 209713
Anomalocardia
3230
70
Morrinhos
Mos
Beta 209714
Anomalocardia
4480
60
Morro Azul
MAz
Beta 190468
Ostrea sp.
4480
60
Morrote
Mor
Az 9887
carvão
1975
115
Morrote
Mor
Az 9886
carvão
2075
110
Porto Vieira 1
PV1
Beta 209710
Anomalocardia
3610
70
Ribeirão Pequeno
RPq
Beta 209704
Thais haemast.
2390
70
Santa Marta 1
SM1
Beta 195242
concha
3200
60
Santa Marta 5
SM5
Beta 195243
concha
4110
50
Tabela 2. Datações para os sambaquis da região da paleolaguna de Santa Marta, SC.
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
39
Figura 4. Os sambaquis datados da área de pesquisa, organizados em ordem cronológica
tomando-se por referência a datação mais antiga de cada sítio. Observe-se as indicações
aproximadas da variação do Nível Relativo do Mar (NRM) ao longo do período. As linhas
pontilhadas nos períodos de ocupação e uso de cada sambaqui, quando presentes, referemse à cronologia estimada a partir da localização das datações disponíveis e das
características estratigráficas e volumétricas gerais de cada sítio, examinados caso a caso.
matéria orgânica, onde os sepultamentos
estão sempre presentes. Um padrão bastante
semelhante aparece no grande sambaqui de
Morrinhos, onde datações de topo e base
evidenciam também uma ocupação contínua
de mais de mil anos. Outros sítios de
proporções volumosas, para os quais o controle cronológico é insuficiente para
estabelecer com precisão o período de
ocupação, exibem também uma estratigrafia
seqüenciada de maneira semelhante: Santa
Marta III, Galheta I, Ribeirão Pequeno (com
datações de topo, o que indica que a base é
mais antiga), Capivari I (cuja amostra provém
de uma camada próxima à base), Cabeçuda
(não se sabe a proveniência da amostra
datada) e Porto Vieira I (com datação
também próxima à base). Tanto as características estratigráficas quanto o volume
40
impressionante destes sambaquis indicam
que, evidentemente, também têm períodos
de ocupação consideravelmente extensos.
Datas provenientes de outros sambaquis
da região apontam para uma expansão
formidável no número de sítios (e, por
extensão, da população sambaquieira) entre
quatro e dois mil anos atrás aproximadamente. A grande amplitude cronológica de alguns
deles indica que foram construídos ao longo
de muitas gerações, evidenciando padrões
de ocupação bastante estáveis e prolongados por toda a área de estudo. É o caso de
Jaboticabeira II, melhor estudado e datado
(Fish et al. 2000; DeBlasis 2005), mas
também dos grandes sambaquis da Caieira
e da Carniça, estudados por Hurt (1974), e
das Congonhas (Beck 1972), além de Mato
Alto I e Monte Castelo.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
No grande sítio da Garopaba do Sul,
assentado sobre a barra-barreira, as datações
disponíveis, distando entre si cerca de 200
metros, indicam que o ritmo de construção
em um determinado sítio (ou parte dele) pode
ser episódico, rápido e muito intenso. A
datação sistemática em Jaboticabeira II
aponta para o mesmo fenômeno: porções do
sambaqui são construídas de maneira mais
ou menos rápida, e encerradas, mesmo que
a cronologia geral aponte para um padrão
mais gradual, evidenciando a longa duração
dos processos construtivos que têm lugar seja
em um mesmo sítio (tomado como um todo),
seja em âmbito regional. Importante observar que, quando Jaboticabeira II e outros
começavam a ser erigidos, o sambaqui da
Garopaba do Sul já exibia cerca de 22 metros de altura, com uma datação de topo de
mais de 4 mil anos; sua base deve ser,
portanto, bem mais antiga. A construção deste
sambaqui prosseguiu por algum tempo ainda,
uma vez que informes de que se dispõe sobre este gigante indicam que alcançava pelo
menos 60 metros de altura.
Outros sítios, também bastante antigos,
são pequenos e foram construídos
rapidamente, como Encantada III, Mato
Alto II, Galheta II e Ponta do Morro Azul.
Figueirinha III (cuja amostra, datada por
Martin et al. 1988, provém do topo ou da
periferia do sambaqui) encontra-se hoje completamente arrasado. Foi outro sítio pequeno,
Ilhotinha, que forneceu as datações mais
antigas (tanto de topo como de base), tendo
sido construído em cerca de 300 anos no
máximo. A localização deste pequeno
sambaqui pode indicar que a ocupação da
paleolaguna iniciou-se em sua porção mais
interna e abrigada, em um momento em que
o NRM estava em seu máximo (cf. Angulo
et al. 1999), e a paleolaguna formava uma
baía ampla e bem mais aberta do que hoje.
As datações de Ilhotinha e outros sambaquis
de menores dimensões (Encantada III, Canto da Lagoa, Congonhas III, Mato Alto II,
Galheta II), com menos camadas
estratigráficas (alguns, aparentemente, com
apenas uma) mostram que foram erigidos
rapidamente, talvez em torno de um único
episódio construtivo, cuja natureza ainda não
está clara. A relação entre estes sítios
pequenos e aqueles maiores, em torno dos
quais parecem gravitar, certamente configura uma característica interessante dos
padrões de organização da sociedade
sambaquieira, já que muitos deles são concomitantes.
De fato, se a perspectiva cronoestratigráfica
em âmbito regional torna evidente certa
diacronia no momento de inauguração na
construção dos vários e diferentes sambaquis
da área, ao mesmo tempo indica que a
persistência e longa duração destes processos
em âmbito regional implicam na
concomitância de vários destes sítios. Desta
forma, observa-se um fenômeno de
crescimento dentro do mesmo território de
ocupação: o aumento no número de sítios
construídos entre 4,2 e 2 mil anos atrás aproximadamente (ver Figura 4) mostra que, ao longo
deste período, a ocupação da laguna conhece
uma significativa expansão demográfica. Este
fenômeno não parece representar qualquer
ruptura aparente nos padrões econômicos e
culturais da sociedade sambaquieira, que
permanecem bastante homogêneos ao longo
de todo o período. Sedentarismo e adensamento
demográfico são reforçados também pelos
dados paleopatológicos disponíveis para a
população esqueletal de Jaboticabeira II (Storto
et al. 1999; Okumura e Eggers 2005). Não há
evidências de conflito (ver, a este respeito, Lessa
e Medeiros 2001) e, ao que tudo indica, soluções
econômicas e organizacionais foram «socialmente orquestradas» (Gaspar 2000:26) para
dar conta deste crescimento da população
sambaquieira na área.
Uma mudança aparentemente repentina
nos padrões deposicionais ocorre em vários
sambaquis da área, onde o acúmulo predominante de conchas é substituído por sedi-
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
41
mentos ricos em matéria orgânica e carvão,
o que os deixa recobertos de sedimentos
bastante enegrecidos (Fish et al. 2000). Esta
camada escura, ou «capa preta», parece
representar uma transição para um novo
«horizonte» regional, também concomitante
e homogêneo, formado entre 2000 e 1500
anos AP aproximadamente e no qual, apesar
das variações composicionais, tanto os
processos construtivos envolvendo estruturas
funerárias quanto as características tecnológicas das indústrias lítica e óssea
associadas se mantêm de maneira bastante
consistente. Infelizmente, este «horizonte»
encontra-se bastante impactado por
interferências recentes nos sambaquis (agricultura, construções, etc), sendo poucas as
datações disponíveis para este período.
Na esteira desta transição, após 1500 anos
AP, novos sítios (Arroio da Cruz I, Ponta do
Costão do Ilhote e Galheta IV, entre outros
ainda não datados) vão aparecendo na linha
de costa. Neles se detecta a presença de
feições e estruturas um pouco diferentes,
assim como vestígios cerâmicos típicos das
culturas Je do planalto meridional (designados, genericamente, como Tradição Taquara),
alguns também exclusivamente funerários.
Assim, significativas mudanças culturais têm
lugar no entorno da laguna neste período, encerrando um longo período de estabilidade e
continuidade da sociedade sambaquieira e sua
cultura. Estas mudanças, que parecem se iniciar por volta de 2000 e se acentuam a partir
de 1500 anos atrás, envolvem importantes
alterações ambientais por conta do progressivo
fechamento e redução dos corpos lagunares,
mas envolvem também a chegada destes
novos atores no cenário regional.
Em síntese, a cronologia para a região de
Santa Marta indica uma ocupação permanente e de longa duração da paleolaguna, que
perdurou pelo menos 4000 anos (5500-1500
AP aproximadamente) de maneira aparentemente ininterrupta. O uso contínuo por centenas de anos dos mesmos loci funerários
42
aponta para um padrão de ocupação
sedentário, onde os sambaquis emergem
como monumentos que representam uma
relação territorial e simbólica bastante estável
com um habitat familiar e perfeitamente
apropriado pela cultura sambaquieira. Na
medida em que novos sambaquis vão sendo
datados, vai-se percebendo que desde o início
da ocupação desta área se pode encontrar
sambaquis por todo seu entorno, padrão que
não só se mantém, mas se adensa no decorrer
do período. De fato, as datações provenientes de Ilhotinha, Jaboticabeira I, Ponta do
Morro Azul, Santa Marta III, Mato Alto II,
Figueirinha III e Encantada III revelam que
os sítios mais antigos (anteriores a 4000 anos)
já se encontram distribuídos por toda a área
investigada, o que se mantém para os sítios
mais recentes; ou seja, esta distribuição dos
sambaquis representa um padrão de ocupação
territorial de longa duração, um estilo de vida
adaptado ao ambiente lagunar que só viria a
se alterar significativamente a partir de dois
mil anos atrás aproximadamente.
A evolução da paleolaguna e a
ocupação sambaquieira
Embora dados específicos para a paleolaguna
de Santa Marta ainda não estejam disponíveis9,
estudos de palinologia realizados na região sul
e sudeste do país permitem algumas
9 Análise e correlação sedimentológica e
palinológica, com datações, de testemunhos
rasos (2,5 m) coletados na borda da porção sul
da paleolaguna de Santa Marta encontram-se
em desenvolvimento, sob a coordenação de
Paula Garcia Carvalho do Amaral. Os resultados preliminares indicam redução relativa de
plantas C4 e herbáceas, especialmente
gramíneas Poaceae, no decorrer dos últimos
3500 a 2500 anos, acompanhada por
sedimentação mais pelítica e orgânica e por incremento na concentração de detritos vegetais,
culminando no aparecimento de turfeiras. Este
quadro de resultados, ainda que incompleto e
inconclusivo, permite interpretar um processo
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
aproximações. Lorscheitter (1997), analisando
amostras de diversas áreas no planalto e no
litoral, detecta um significativo aumento na
temperatura e umidade no planalto sul-brasileiro
entre 13 e 11,5 mil anos atrás aproximadamente, com evidências de transgressão marinha
tomando corpo entre 7,5 e 5,9 mil anos no Rio
Grande do Sul. A máxima transgressiva se
situaria entre 5,7 e 4,5 mil anos, correspondendo
assim ao optimum climático, que teria ocorrido
por volta de pouco mais de 5 mil anos AP. O
desenvolvimento e expansão das matas
tropicais após 4,5 mil anos indicam contínua e
progressiva regressão, aparentemente sem
fases secas. Para o planalto, Behling (2003)
propõe uma seqüência de fases secas e úmidas,
com um período mais úmido que teria se
estendido de 6 a 2,8 mil anos atrás, seguindose outra fase ainda mais úmida, até cerca de
600 anos, quando as condições hoje reinantes
teriam sido atingidas.
Análises antracológicas de amostras do
sambaqui Jabuticabeira II indicam que entre
2500 e 1800 anos AP este sítio, situado no
coração da área lagunar, estava estabelecido
em meio a um ecossistema de restinga, sendo
que nenhuma variação ambiental significativa
foi registrada durante este período (ScheelYbert 2001b). No entanto, a ausência de
variação no registro antracológico não implica
necessariamente em ausência de variação
climática. Trabalhos anteriores demonstraram
que a vegetação de restinga é relativamente
estável e resistente a mudanças climáticas, pelo
menos as de pequena amplitude (Scheel-Ybert
2000, 2001b). As variações climáticas ocorridas
nesta área durante o período de ocupação dos
sítios e, mais ainda, as variações de NRM,
podem ter influenciado a disposição da
vegetação de restinga no ambiente sem que as
características fitossociológicas da vegetação
tenham se alterado de maneira significativa.
Andreas Kneip (2004) elaborou uma
aproximação para a evolução da configuração
fisiográfica da área-foco deste projeto,
correspondendo à paleolaguna de Santa Mar-
ta. O modelo pressupõe contínuo e progressivo
rebaixamento do NRM a partir de 5100 AP
aproximadamente, de acordo com uma curva
projetada a partir dos dados disponibilizados por
Angulo et al. 2005 (Figura 5)10. Em síntese o
modelo consiste, como vimos acima, no
progressivo alongamento das barreiras que, a
norte e a sul da «paleoilha» de Santa Marta,
dominante no centro da antiga baía, fechou-a
de modo gradual formando as lagunas, que
concomitantemente foram sendo assoreadas
pelo intenso aporte de sedimentos fluviais. Com
base neste modelo Kneip (2004:82-91) formula quatro recortes de diferentes momentos do
período de ocupação sambaquieira na área,
aqui retomados e complementados (Figura 6;
observe a indicação do NRM na Figura 4).
Antes de 4000 anos AP o NRM esteve mais
de 2 metros acima do atual e, com uma tendência
de rebaixamento gradual e paulatina, alcançou
os 2 metros por volta de 3700 AP. Pelo menos
catorze sítios já lá estavam nesta época: Ilhotinha
(o mais antigo, nos fundos da paleobaía),
Jaboticabeira I (cuja prolongada ocupação
atravessou todo o período), Ponta do MorroAzul
e Mato Alto II, na porção central da região lagunar; Figueirinha III, Encantada III, o elevado
sambaqui situado entre as dunas no topo do
morro de Santa Marta (SM III) a cerca de 90
metros de altura, e os sambaquis I e II da ponta
de restrição e assoreamento gradual da
paleolaguna, com redução progressiva da
influência das marés e da expressão em área de
pântanos salobros, sem excluir a possibilidade
de decréscimo paralelo na dinâmica e no aporte
fluvial.
10 Para a sistematização destes dados, ver Kneip
(2004:45-58); para uma revisão no que se refere
ao comportamento do NRM no período, ver
Angulo et al (2005). Cabe lembrar que o modelo aqui apresentado é apenas uma
aproximação, carecendo de refinamento
cartográfico e cronológico, que se espera
obter com a continuidade das pesquisas. No
entanto presta-se bastante bem para robustecer e ilustrar os argumentos deste artigo.
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
43
Figura 5. A curva do nível relativo do mar (NRM) projetada para
a região da paleobaía de Santa Marta (cf. Angulo et al. 2005).
da Galheta, ao longo da linha da costa; por fim,
os grandes sambaquis estrategicamente situados da ponta da Cabeçuda, Garopaba do Sul e
Morrinhos. Todos estes sambaquis estão situados sobre terreno seco no início de sua
construção: baixas vertentes dos terrenos cristalinos, dunas mais antigas estabilizadas, ou ainda
sobre a barreira.
O mapa da região há 3200 anos mostra o
progressivo fechamento e preenchimento da
laguna, com a distribuição dos sambaquis datados
neste período. Com o NRM por volta de 1,5 m
acima do nível atual, todos eles estariam bem
próximos da margem lagunar. Em torno de 2000
AP o NRM se encontra a aproximadamente
um metro acima do atual. Durante todo este
período (isto é, entre 4 e 2 mil anos atrás aproximadamente) percebe-se um significativo aumento no número de sítios ativos no entorno da laguna, correspondendo grosso modo ao período de
ocupação dos sambaquis maiores, e mostrando
o expressivo adensamento alcançado pela
população sambaquieira neste período.
O NRM segue baixando suavemente,
estabilizando ligeiramente em torno de mil anos
atrás até alcançar condições semelhantes às
atualmente vigentes em época bastante recente.
A deposição intensa de sedimentos trazidos pelos rios (Tubarão e Capivari, principalmente) foi
reduzindo progressivamente a extensão e a
profundidade da paleolaguna, até que se
alcançassem as condições atuais. Esta fase coincide aproximadamente com o fim da era
44
sambaquieira, como sugerem as datações mais
recentes dos sambaquis Jaboticabeira II e
Morrote. A continuidade da ocupação da área é
atestada pelas datações dos sítiosArroio da Cruz
I, Galheta IV e Ponta do Costão do Ilhote, todos
relacionados à ocupação imediatamente posterior de grupos ceramistas da Tradição Taquara.
O mesmo se dá com o nível superior, também
cerâmico, do sambaqui da Caieira (Hurt 1974),
e ainda a datação recente, sub-superficial, de
Encantada III que, embora não associada a
evidências arqueológicas típicas do período mais
recente, é compatível com as demais deste período. Observa-se também, mais para o final
deste período, a presença conspícua de sítios
Guarani por toda a região11.
Examinando estas simulações percebe-se
um padrão evolutivo essencial para esta análise
regional. Desde cerca de 6 mil anos - quando,
11 A tradição cerâmica Taquara vem sendo
sistematicamente associada aos grupos de
língua Je do planalto meridional,
etnograficamente conhecidos como
Kaingang (ver, entre outros, Noelli 2000).
Estes grupos parecem ter começado a penetrar na laguna mais ou menos na mesma época em que se percebe a desagregação do
sistema sambaquieiro, por volta de 1500 AP.
Por outro lado, sítios Guarani litorâneos foram
datados ao sul e ao norte da área de pesquisa, atestando a presença destes grupos na
região a partir de aproximadamente mil anos
atrás (Lavina 1999; Farias 2006).
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
de acordo com as datações disponíveis, a área é
permanentemente ocupada pelos sambaquieiros
- em nenhum momento o mar se elevou acima
das linhas de barreira, pontões cristalinos e
paleodunas nos quais estes sítios arqueológicos
se assentam, sempre à beira das antigas
margens da laguna. Ao contrário, os dados
disponíveis apontam para um declínio paulatino
e mais ou menos regular do NRM, indicando
que as transformações ambientais no interior da
laguna seguiram um ritmo suave e de baixo impacto no que se refere às formações vegetais e
faunísticas (malacológicas e ictiológicas, especialmente) ali presentes. Um cenário, enfim, bastante estável e previsível no que se refere à
ocupação humana.
Estudos antracológicos realizados no
pequeno sambaqui Encantada III revelaram a
presença, no interior da paleobaía, de Avicennia
sp, uma espécie característica de mangue, há
pelo menos 5 mil anos atrás. Esta perspectiva é
reforçada pela presença de significativas camadas de Ostrea sp. em vários sambaquis da
porção mais interna da laguna, inclusive Ilhotinha,
o mais antigo da região.Atualmente, o limite sul
para a ocorrência de mangue no Brasil se situa
próximo a Laguna (28º30'), imediatamente ao
norte da paleolaguna de Santa Marta (SchaefferNovelli et al. 2000), na qual hoje não mais se
encontram formações de mangue. O total
desaparecimento deste tipo de vegetação do litoral mais meridional pode estar relacionado com
a interferência antrópica, mas tudo indica que
seu gradual declínio ao longo dos últimos milênios
se deve, principalmente, a mudanças ambientais.
Assim, apesar do progressivo fechamento e
assoreamento da paleobaía a partir do Holoceno
médio, ao longo do período de ocupação
sambaquieira a área lagunar manteve sempre
um contato mais intenso do que hoje com o mar
aberto. Somando-se a isto a presença de mangue
e de certa diversidade de microambientes nos
fundos e nos flancos da laguna (matizada pela
inter-relação das formações de floresta, mangue,
colinas e dunas), a expectativa de um ambiente
bastante produtivo para grupos pescadores e
coletores ao longo do período se justifica. Esta
expectativa é reforçada pela forte produtividade
econômica que, ainda hoje, bem mais assoreada
e dessalinizada, a lagoa representa para as comunidades que vivem em seu entorno, sem falar
da abundância de recursos que aparece no
próprio registro arqueológico, como demonstra
o estudo dos remanescentes faunísticos do sítio
Jaboticabeira II (Klökler 2001). Trata-se daquele
tipo de ambiente misto, estuarino-lagunar, onde
se dá o fertilíssimo encontro entre o mar e a
água doce, cuja produtividade já foi usada para
justificar a emergência de padrões de
sedentarismo e complexificação sócio-cultural
em outras regiões (e.g. Yesner 1980; Testart
1982; Arnold 1996, entre outros).
Portanto, durante todo o período de
ocupação sambaquieira nesta área, apesar da
progressiva redução dos corpos d’água, o
assoreamento intensivo e a conseqüente
modificação na distribuição das formações
vegetais e malacológicas envolvidas neste
processo, a configuração geral do ambiente
lagunar permaneceu bastante estável do ponto
de vista da ocupação humana, sobretudo no
sentido de que se manteve bastante produtiva
e também navegável, um cenário bastante
favorável para a longa duração dos padrões
de organização espacial e territorial dos
sambaquis. Com o paulatino abaixamento do
nível do mar e a regressão e fechamento das
barreiras litorâneas, assim como o intenso
assoreamento das lagunas, parece ter havido
não apenas a redução geral dos corpos
d’água, mas também sua progressiva
dessalinização, o que talvez possa explicar o
declínio da presença de mangue e da
disponibilidade de algumas espécies
malacológicas nas lagoas, especialmente os
berbigões e as ostras12. Este processo, que
teria se acentuado a partir de aproximadamente 2000 anos atrás, pode estar associado
às mudanças nas características
12 Conforme sugerido por Levy Figuti (com.
pessoal).
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
45
deposicionais, descritas mais acima, em alguns
sambaquis da região, como Jaboticabeira II e
Morrote, onde conchas são substituídas por
sedimentos na construção dos sítios. Seja como
for, as características destes fenômenos –
tanto o natural como o cultural - ainda estão
por ser mais bem detalhadas.
Assim, apesar do dinamismo que
caracterizou a evolução do sistema
deposicional baía-laguna nesta região nos últimos 5 mil anos - com o progressivo
aprisionamento e redução dos corpos
aquáticos, a expansão e retração dos
manguezais, a aparente redução na oferta de
recursos malacológicos e ainda,
provavelmente, variações também na
distribuição das coberturas vegetais - a descida
contínua e mais ou menos regular do nível
médio do mar teria propiciado condições
ambientais bastante estáveis ao longo de todo
o período, particularmente quando vistas sob
a perspectiva de sociedades profundamente
adaptadas a ambientes aquáticos. Ou seja,
apesar de variações na disponibilidade de
certas espécies e na distribuição geral dos recursos, a região foi, durante todo o período da
ocupação sambaquieira, uma área de grande
produtividade, concentrando recursos
diversificados e, portanto, sempre capaz de
prover sustento material, de maneira contínua
e abundante, para comunidades de pescadores que em seu entorno se instalaram ao longo
de mais de quatro milênios.
Mais ainda, apesar de oscilações da linha de
costa e das constantes variações distributivas
dos recursos animais e vegetais (tanto na laguna como em terra firme), a estrutura da paisagem
se manteve praticamente inalterada. Os ressaltos
geográficos e sua fisiologia, os principais tipos
de cobertura vegetal existentes, a relação dos
sítios com a laguna, as características gerais de
territorialidade e navegabilidade (tal como se
poderia pensar a partir do cenário ambiental),
também permaneceram estáveis ao longo de
todo o período. Tais condições certamente
favoreceram a continuidade de ocupação e a
46
estabilidade econômica que, como indicam os
sítios permanentemente ativos por vários séculos,
os grupos sambaquieiros do entorno da lagoa
usufruíram ao longo deste período. Esta
estabilidade parece se refletir na longa duração
das características sociais, culturais e simbólicas que se apresentam incorporadas fisicamente
nos próprios sambaquis e sua relação estrutural
com a paisagem regional13.
Para um padrão de assentamento
sambaquieiro
Uma primeira observação importante, já
apontada, é a formação de agrupamentos
de sambaquis em loci específicos da
paisagem, como já se percebe na Figura 1.
Tais agrupamentos transparecem na própria
designação dos sítios: Carniça I, II, e III e
IV, Santa Marta I, II, III, IV e V, Figueirinha
I, II e III, etc, e logo a primeira vista se nota
que se encontram distribuídos no entorno da
(paleo) laguna de Santa Marta e suas «ilhas».
Em boa parte destes locais percebe-se que
se trata de um grande sambaqui cercado de
estruturas de menores dimensões. São bons
exemplos Figueirinha I, com II e III nas proxi13 A relação profunda que a sociedade
sambaquieira tem com a laguna, tal como
apontada acima, não deve ser percebida como
uma relação de caráter determinista. Embora
seja impossível desvincular deste ambiente
certas características formais (e mesmo
estruturais) da cultura sambaquieira, tal como
aparecem na iconografia de suas
representações escultóricas (Gaspar 2000;
DeBlasis 2005) ou nos próprios sambaquis,
seria no mínimo ingênuo, talvez mesmo
temerário, supor que tais características, por
si só, pudessem explicar ou justificar os
processos de complexificação social que
tiveram lugar na laguna. As soluções de
articulação social e política que ali emergiram
foram, certamente, resultado de negociações
e arranjos inter-grupais que, por ora, apenas
se começa a vislumbrar.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
midades; Carniça I, o famoso sambaqui gigantesco (hoje quase totalmente destruído),
ele próprio duplo (Hurt 1974), cercado por
vários outros; ou ainda a concentração de
cinco sítios na área do pontão de Santa Marta,
cujos arredores sempre estiveram acima das
oscilações do nível das águas do mar e da
laguna. Este padrão distributivo é mais claro
ao longo da linha de costa, sobre o sistema
barra-barreira, onde os agrupamentos exibem
um espaçamento mais linear, acompanhando
a própria barreira arenosa. Os sítios do interior da baía distribuem-se mais em função
da configuração dos anfiteatros e baías
naturais formados pelos recortes da antiga
linha de costa, as encostas das serras e «ilhas»
isoladas, onde as comunidades ali instaladas
teriam acesso fácil a recursos mais
diversificados e água doce abundante.
Na Figura 6 pode-se examinar os padrões
de repartição espacial do território no entorno
da laguna ao longo do tempo, tendo como base
Figura 6. Recortes da evolução da paleolaguna de Santa Marta, com os sambaquis datados
no período (os sítios em branco são os que já existiam desde o período anterior). Cada recorte
é uma aproximação da configuração paleogeográfica da área de pesquisa correspondente às
linhas do NRM indicadas na figura 4. Os polígonos sugerem características de repartição
territorial presentes na área para cada recorte/período. A área média dos polígonos de cada
imagem, em ordem cronológica, é 79 km2, 64,63 km2 e 47,4 km2 respectivamente, evidenciando
crescente circunscrição territorial na área da laguna ao longo do período de ocupação
sambaquieira. O cálculo não foi efetuado para o período mais recente devido às distorções
geradas pela pouca quantidade de datações disponíveis para este período.
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
47
os recortes da evolução ambiental da laguna
discutida acima e a localização dos sambaquis
datados até cada um destes momentos. A
aplicação de polígonos de Voronoi ou
Thiessen (Hodder e Orton 1976) para examinar a distribuição espacial destes sambaquis
deixa muito claro que ao longo de todo o período a laguna configura-se como o epicentro
do universo sambaquieiro, sua área de
interação social e esfera econômica de uso
comum, território compartilhado. Nota-se
também um progressivo aumento da
circunscrição territorial na região da laguna,
em função da expansão no número de sítios,
ao longo do período. Neste sentido Kneip
(2004) sugere mesmo ter havido um paulatino deslocamento dos sambaquis mais
recentes, acompanhando a progressiva
redução dos corpos d’água. A permanência
deste padrão distributivo confirma não apenas a longa duração deste sistema de
assentamento da cultura sambaquieira, mas
também a dos padrões de organização social
e econômica que o explicam.
Uma análise da área de influência imediata,
ou direta, de cada agrupamento de sambaquis
(representadas por círculos na Figura 7) foi elaborada elegendo-se 14 deles, a partir de critérios
baseados em volume, longevidade e localização
estratégica, como sítios principais, em torno dos
quais vários dos demais, secundários, se
articulam. Novamente nota-se a disposição circular em torno da laguna, reforçando o que foi
dito acima. O que se percebe não são territórios
individualizados para cada agrupamento de sítios,
mas sim uma ampla superposição territorial,
apontando claramente para padrões de
interação e articulação destas comunidades
sambaquieiras no entorno da laguna, lugar central do universo econômico e social sambaquieiro
(Figura 7a). Neste sentido, como sugere a Figura 7b, cada um destes agrupamentos de
sambaquis representaria um foco nuclear – social, não apenas geográfico - de ocupação e
adensamento demográfico, marcos territoriais,
referências locacionais e de identidade para comunidades sambaquieiras dispersas no entorno
da laguna. Esta configuração circum-lagunar,
juntamente com a cronologia disponível que atesta a longa duração destes sambaquis, aponta
para a existência de comunidades sedentárias
que, com o tempo, foram crescendo e se
desenvolvendo no entorno da laguna, espaço e
domínio comum e epicentro da vida (e da morte)
sambaquieira.
De quanta gente se está falando? Seguem
apenas algumas inferências preliminares, pois
os parâmetros demográficos são ainda frágeis.
Figura 7. Características locacionais dos sítios principais da área de pesquisa em torno
de 3000 anos atrás aproximadamente. As áreas de influência direta de cada um deles aqui
exibidas (círculos) têm 5 km de diâmetro (na imagem à esquerda) e 3 km (à direita). Observe,
respectivamente, a superposição territorial e o padrão circum-lagunar.
48
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
Como se viu acima, a distribuição dos
agrupamentos ao longo do tempo aponta para
uma progressiva circunscrição territorial ao longo
do período e ocupação da área. Por outro lado
Fish et al. (2000), com dados de Jaboticabeira
II, mas também de Castro Faria (1952), Hurt
(1974) e Bryan (1993), sugerem a cifra de 0,137
sepultamentos por metro cúbico para este sítio,
algo em torno de 43.000 pessoas ali sepultadas
ao longo de cerca de mil anos. Esta cifra implica
em uma densidade demográfica considerável
para a população sambaquieira envolvida tão
somente com este único sitio; ao considerar toda
a área da paleolaguna de Santa Marta as cifras
expandem-se de maneira quase assustadora,
levando-se em conta a quantidade de sambaquis
e as dimensões gigantescas de vários deles –
mesmo admitindo que nem todos tenham finalidades exclusivamente funerárias.
As características volumosas, freqüentemente monumentais, que os sambaquis
desta região foram adquirindo ao longo de vários
séculos, implicam considerar a questão do significado destas estruturas. Em primeiro lugar,
estudos detalhados em Jaboticabeira II (Fish
et al. 2000) indicam que os sambaquis
configuram um espaço ritualizado relacionado
aos mortos, e não direta ou imediatamente vinculado às atividades cotidianas dos vivos, das
quais não se encontra neles evidências claras
ou inequívocas. Conclui-se, portanto, que os
sambaquis são construídos, principalmente, em
função de seu significado simbólico, que assume
sua razão essencial de ser. Definitivamente, não
parece se tratar de sítios onde se realizam
atividades cotidianas (aqui entendidas como
a produção das atividades normalmente relacionadas à manutenção e reprodução física e
econômica do grupo social: pescar, coletar,
caçar, tecer, fabricar utensílios, etc); ao contrário,
as evidências disponíveis apontam, claramente, para um cenário onde ocorrem
essencialmente atividades rituais relacionadas
ao culto aos mortos, aos ancestrais14.
Tendo em vista, pois, o caráter funerário que
estes sítios exibem em sua grande maioria, pode-
se dizer que os sambaquis preservam a memória
dos ancestrais. O fato de terem sido construídos
nos mesmos locais de maneira intencional,
recorrente e incremental por longos períodos
implica um vínculo essencial entre a sociedade
sambaquieira e seus antepassados, assim como
com um determinado território. Neste sentido,
estes sítios sagrados, reiteradamente
sacramentados através de cerimônias funerárias
fortemente ritualizadas, constituem referências
de profundo significado simbólico para seus
construtores, significado este que não apenas
dimensiona esferas de influência social e territorial como, por seu caráter longevo, perpetua uma
visão de mundo própria da cultura sambaquieira.
Sua onipresença aponta o caráter domesticado da paisagem lagunar, onde a presença
diuturna dos mortos e suas conexões
cosmológicas imiscuem-se na vida cotidiana da
sociedade sambaquieira15.
Uma análise de visibilidade, baseada nas
altitudes e localização destes mesmos
14 Cabe observar que certas características, em
geral pouco diferentes das aqui descritas,
foram consideradas evidências habitacionais
em outras áreas, como já foi dito. Por outro
lado, alguns sítios pequenos, como Encantada III, que não são estruturas funerárias,
tão pouco exibem características que podem
ser descritas como áreas de atividade, sendo
na verdade ainda pouco compreendidos. Este
é um assunto que, na verdade, demanda
investigações mais aprofundadas.
15 Esculturas com forma animal e uma cavidade
ventral (os zoólitos), soberbamente esculpidas segundo regras estilísticas bastante rígidas, são ocasionalmente encontradas
associadas a sepultamentos específicos,
sugerindo algum tipo de diferenciação social (Prous 1992; Gaspar 1998). Estes artefatos
foram recentemente interpretados como
parafernália de uso ritual relacionando
animais e entidades mitológicas específicas,
parte essencial de uma estrutura ideológica
religiosa de expansão macro-regional entre
as sociedades sambaquieiras do litoral sul
brasileiro (De Blasis 2005).
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
49
sambaquis principais, quase sempre centrais
para cada agrupamento, novamente aponta a
lagoa como a área central do sistema de
assentamento sambaquieiro, a área comum
para a qual todos eles estão voltados (Figura
8). É, também, a área de onde grande parte
deles, especialmente os maiores, pode ser vista concomitantemente. Os sambaquis
reconhecem-se uns aos outros no cenário lagunar onde estão instalados, onde distintas comunidades e seus ancestrais encontram-se
assinaladas por marcos territoriais de caráter
monumental, ampla e facilmente reconhecíveis.
Algumas considerações acerca da
economia e organização social dos
sambaquieiros
Como se viu acima, os dados disponíveis para
esta área da paleolaguna de Santa Marta
apontam para um padrão de interação e
articulação das comunidades em âmbito re-
gional, padrão este que permaneceu ativo por
vários milênios. Além de aspectos sociais
envolvendo parentesco, religião e outros
fatores, tal distribuição dos assentamentos
implica que esta interação se dá também,
talvez principalmente, em torno das atividades
econômicas mais importantes, elas próprias
focadas na laguna. De fato, parece certo que
o sistema de assentamento sambaquieiro é
totalmente voltado para as áreas lagunares,
já que as prospecções arqueológicas não têm
encontrado seus vestígios em terra firme para
além da planície quaternária e seu entorno
imediato, e espécies marítimas não são
quantitativamente relevantes no registro
arqueofaunístico da região.
Vários autores (Bandeira 1992; Figuti
1992, 1993; Figuti e Klökler 1996, entre
outros) já apontaram a importância central
da pesca na economia destas populações
litorâneas ao longo de toda a era
sambaquieira, alguns deles destacando
Figura 8. Mapa de visibilidade produzido a partir de 14 sítios principais (os mesmos da figura
anterior). Note como a zona central desta região lagunar configura o epicentro das comunidades
situadas em seu entorno: área que todas podem ver, e de onde todas são vistas.
50
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
evidências de sedentarismo bastante consistentes (pe. Gaspar 1991; De Masi 2001).
Klökler (2001), através de estudos
zooarqueológicos sistemáticos dos sedimentos que compõem o sambaqui Jaboticabeira
II, não apenas aponta para a pesca como
atividade principal de subsistência dos
sambaquieiros desta região, como também
mostra a predominância de espécies que
provavelmente foram capturadas através de
estratégias de pesca desenvolvidas no interior da laguna. As características tipológicas
da indústria osteológica presente nestes sítios
(que podem ser vistas em Prous 1992)
também parecem indicar uma economia predominantemente pesqueira, com o uso de
redes e canoas.
A constatação de que a pesca constitui a
atividade econômica central do povo do entorno da lagoa naturalmente não significa que
desprezem os recursos malacológicos, tão
abundantes na laguna - e nos próprios
sambaquis. Talvez constituíssem um complemento alimentar, como ocorre hoje em dia
(Gaspar 2005), e pode ser também que
tenham servido para mitigar crises de
escassez, como sugere Yesner (1980). Por
outro lado, parecem ter tido um papel essencial
na composição dos rituais funerários que
tiveram lugar nos sambaquis, assim como
constituíram um excelente material construtivo
(muito especialmente os berbigões, e eventualmente as ostras) para lhes agregar volume
e monumentalidade. Claro está que a idéia de
que cada sambaqui reflete a disponibilidade
dos recursos do entorno imediato, tão comum
na literatura, não se sustenta: não apenas as
conchas podem ser armazenadas e
remobilizadas (ver, a este respeito, Gaspar
2005) como, para estes grupos canoeiros,
transportar volumes consideráveis por
distâncias também consideráveis é totalmente viável, através do território aberto e
integrativo representado pela própria laguna.
Tanto as áreas florestadas das restingas
e das encostas, assim como os manguezais
que parecem ter sido abundantes na área,
disponibilizavam recursos vegetais e animais
variados e acessíveis. Os dados
antracológicos apontam, como se viu acima,
para a presença de formações de mangue e
restinga na laguna, quando esta se encontrava
mais aberta e, possivelmente, com um clima
um pouco mais quente do que hoje; justificam,
assim, a expectativa de uma produtividade
ainda maior que a atual, tanto no que se
refere à população de moluscos quanto à de
peixes e outras espécies do mangue. A exuberante quantidade de conchas presentes nos
sambaquis da região, incluindo berbigões e
ostras com dimensões impressionantes, só
faz reforçar esta interpretação16. Embora
não haja dados arqueológicos que sustentem
tal hipótese, pode bem ser que a laguna tenha
se configurado como área de intensificação
econômica daquelas comunidades, seja no
manejo/criação de peixes, seja de camarões,
como ocorre hoje em dia. Estes últimos,
apesar de abundantes na laguna atualmente
(e, muito provavelmente, também no
passado), não parecem ter deixado traços
no registro arqueológico.
Cabe lembrar a presença abundante, e
freqüente, de aves de arribação, um recurso
nada desprezível ainda hoje existente na laguna, e cujos restos aparecem, ainda que
discretamente, no registro arqueológico de
Jaboticabeira II (Klökler 2001). Por fim, mas
não menos importante, deve-se registrar a
presença de espécies terrestres no registro
arqueofaunístico: partes (nunca um indivíduo
completo) de antas, pacas, macacos, entre
outras espécies, aparecem com certa
freqüência, geralmente junto aos
16 Vários dos sambaquis e/ou camadas mais
antigas são formados(as) quase que exclusivamente por ostras, muitas delas de
dimensões avantajadas (decimétricas),
sugerindo um ecossistema de mangue bastante produtivo e talvez, no início da
ocupação sambaquieira na área, largamente
inexplorado.
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
51
sepultamentos. Ainda que não tenham um
peso importante na dieta dos sambaquieiros,
sua inserção em contextos rituais nas áreas
funerárias parece ser bastante significativa
– aspecto este que não será tratado aqui.
De qualquer forma sua presença indica, no
mínimo, que as áreas florestadas do entorno
da laguna eram parte integral do território
sambaquieiro e tinham um papel importante
em sua economia.
Os estudos antracológicos apontam na
mesma direção. A análise de um perfil de
Jaboticabeira II mostra que o sítio estava
inserido, provavelmente, na floresta de
restinga (Scheel-Ybert 2001b). A presença
de restos de madeira provenientes da
restinga aberta e da Mata Atlântica
comprova que estes ambientes faziam parte
do território habitual do grupo. Embora
nenhum fragmento de planta típica de
mangue tenha sido encontrado neste sítio até
o momento, a presença de ostras, inclusive
exemplares portando as marcas de fixação
a raízes, atesta a ocorrência de mangue na
região. Apenas para lembrar, uma espécie
típica de mangue, Avicennia sp, foi encontrada em outro sambaqui desta região, Encantada III, situado a cerca de 5 km de
Jaboticabeira II.
A indústria lítica também parece ter tido
importância considerável na economia
sambaquieira, tanto na produção de artefatos
decisivos para sua adaptação ao ambiente
lacustre - como por exemplo os machados e
cunhas, utilizados na lida com madeira, especialmente na fabricação das canoas quanto para o processamento de alimentos
vegetais, como os almofarizes, pilões e
quebra-coquinhos, assim como uma
variedade de manos (ou pedras-de-mão:
batedores, socadores, etc) e mãos-de-pilão
de diversos tamanhos e formas encontrados
em grande número nestes sítios (ver, por
exemplo, Prous 1992; Bryan 1993). De fato,
evidências da importância significativa dos
recursos vegetais na economia sambaquieira,
52
inclusive provenientes de atividades protoagrícolas, começam a se avolumar (Tenório
1991; Wesolowski 2000; Scheel-Ybert
2001a; Scheel-Ybert et al. 2003; ver Iriarte
2003 para evidências de cultivo e
complexificação social nos cerritos do Uruguay). Assim a constatação, no futuro próximo, de que o cultivo incipiente de alimentos
vegetais desempenhou um papel significativo nas características sedentárias e na
notável expansão demográfica das sociedades litorâneas a partir de meados do Holoceno
não deverá ser recebida com surpresa.
As evidências até agora reunidas sobre
o ambiente lagunar e suas áreas limítrofes,
florestadas, suportam perfeitamente a
hipótese de que a laguna poderia sustentar
um contingente populacional bastante significativo. Enfim, tanto o registro arqueológico quanto as evidências etnoarqueológicas
preliminares já reunidas indicam que a laguna (e seu entorno) teve (e ainda tem) uma
capacidade de suporte extraordinária, suficiente para manter uma considerável
densidade populacional de características
sedentárias, permanentes. Produziria, ainda,
excedentes suficientes para possibilitar as
vultosas quantidades de alimentos utilizadas
nos rituais funerários. especialmente se
tecnologias de manejo e estocagem estiverem
envolvidas.
De uma perspectiva sociológica, a
investigação desenvolvida por Gaspar (2005)
junto a algumas comunidades tradicionais de
pescadores que ainda hoje vivem na região
revela o enorme potencial da laguna e seu
papel essencial na subsistência. De fato, as
lagoas remanescentes continuam bastante
produtivas, tanto para a pesca como a coleta de camarões, e a própria coleta de
moluscos não é nada desprezível. Isso
possibilita sugerir algumas analogias úteis
para interpretar o padrão de ocupação
sambaquieiro da paleolaguna. Em primeiro
lugar a pesca com rede, muito mais produtiva,
é sempre realizada em grupo, seja na laguna
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
ou em mar aberto, existindo uma articulação
comunitária em torno da produção da
subsistência nestas áreas lagunares, baseada
tanto nas relações de parentesco quanto na
convivência comum (vizinhança). Em segundo lugar, as comunidades do entorno das
atuais lagoas são socialmente equivalentes,
iguais, não apenas reconhecendo-se mutuamente como também partilhando intensas
relações sociais envolvendo parentesco,
trabalho e festejos (santos padroeiros,
casamentos, etc). Mesmo que a vida cotidiana destas comunidades sempre tenha
incluído grande mobilidade intra-regional,
migrações sazonais para o planalto ou outras
regiões costeiras nunca foram parte do seu
estilo de vida e sua subsistência tradicional.
Projetando-se estes parâmetros básicos para
o passado, é evidente que a disposição dos
assentamentos sambaquieiros aponta
nitidamente para a laguna como área privilegiada de atuação e interação econômica e
social, leitura esta reforçada pela
concomitância e grande homogeneidade
cultural partilhada por todos os sambaquis
da área. Este padrão cultural, se por um lado
teve uma longa duração na região, por outro
lado parece ter-se iniciado ali como uma forma cultural já bastante bem articulada e
estruturada desde o início, indicando que não
se trata de uma ocupação autóctone. Indica, também, uma origem mais distante no
tempo – o que datações mais antigas,
sobretudo no litoral sul de São Paulo (Calippo
2004; Figuti et al. 2004), só fazem reforçar.
Se a hipótese de que os agrupamentos
de sítios encontram-se relacionados a comunidades de alguma forma diferenciadas e
autônomas estiver correta, esta distribuição
homogênea reforça uma perspectiva
basicamente igualitária entre comunidades
face a face, um modelo de interação circular. A noção de que a lagoa é o espaço
econômico estruturador da subsistência
sambaquieira, seu habitat natural, reforça
mais ainda a perspectiva de uma paisagem
fortemente antropizada, marcada pela
circulação e interação intensas através da
lagoa, espaço comum de circulação,
compartilhado em termos econômicos, marcado pelas áreas de pesca. Esta organização
se reflete na configuração de suas aldeias
dispostas de maneira circular em torno de
um «território» que, afinal, parece ter mais
água que terra. Parece bastante razoável que
estes agrupamentos constituam núcleos socialmente consistentes, unidades (aparentemente) não hierárquicas de organização territorial e política da sociedade sambaquieira.
Assim, os sambaquis representariam
verdadeiros marcos territoriais associados a
grupos específicos (possivelmente linhagens)
cuja expressividade demográfica e/ou política seria suficiente para justificar a construção
de um mesmo conjunto de sambaquis por
várias gerações. Neste sentido, a idéia de
visibilidade introduzida mais atrás pode adquirir um sentido adicional: do alto de um
sambaqui de maiores proporções seria
possível controlar praticamente todo o
território a ele afeto, dominar as áreas de
pesca (ou produção) gerenciadas exclusivamente (ou principalmente) pelo grupo por ele
representado.
É possível que as diferenças nas
dimensões dos sambaquis, em associação à
sua distribuição regional, representem
assimetrias demográficas, ou então um
padrão de hierarquização social ou política.
Entretanto, evidências de desigualdade social a partir da parafernália funerária são
ainda discretas e inconclusivas. A vasta
maioria dos mais de cem sepultamentos provenientes de Jaboticabeira II traz variações
bastante discretas, seja em termos de sexo,
idade ou status social; o mesmo acontece
com relatos de outras escavações (Prous
1992; Lima 2000). Há, entretanto, alguns
poucos indícios: seria o indivíduo exumado
por Hurt (1974) na base do sambaqui da
Carniça, recoberto por uma camada de argila
pintada em cores vivas, um «principal»? Se-
Paulo DeBlasis, Andreas Kneip, Rita Scheel-Ybert, Paulo César Giannini e Maria Dulce Gaspar
53
ria o indivíduo acompanhado por vários
zoólitos, exumado por Tiburtius (Prous 1992)
no sambaqui da Enseada (litoral norte
catarinense), também um «principal», ou
quem sabe um líder espiritual? É certo que
estes sepultamentos mais elaborados, bastante raros, distinguem-se sobejamente da
grande maior parte dos enterramentos
exumados nos sambaquis, onde o mobiliário
funerário é mais discreto, ou mesmo ausente. Embora estudos de variabilidade e
paleopatologia da população esqueletal dos
sambaquis estejam sendo feitos (Storto et
al. 1999; Okumura e Eggers 2005), os indícios
ainda não são suficientes para detectar com
clareza padrões de diferenciação social entre os sambaquieiros.
Aparentemente, as ligações políticas são
tênues, com base nas comunidades e
linhagens locais: não há evidências de
qualquer aparato que reflita um poder central, ou um lugar central na organização sóciopolítica sambaquieira – o lugar central, como
se viu, é a laguna, pelo menos de um ponto
de vista geográfico. A ênfase dada ao ritual
funerário (os próprios sambaquis) e ao aparato de cunho mítico-religioso (em especial,
os zoólitos e outros artefatos polidos
sofisticados) sugere que, se as ligações políticas são tênues, estruturas religiosas
associadas a ancestrais míticos podem ter
assumido a função de viabilizar e vetorizar a
estabilidade social e a integração pacífica
entre as diversas comunidades
sambaquieiras. A grande dispersão da
ocorrência de zoólitos, do litoral paulista até
o Uruguai, pode bem dar uma idéia do largo
alcance territorial de um sistema religioso que,
aparentemente, não dependia de estruturas
políticas, mas medrava em um ambiente social bastante homogêneo, tanto cultural
quanto, possivelmente, também lingüístico.
Concluindo, embora os dados disponíveis
ainda sejam insuficientes para a formulação
de interpretações detalhadas, o modelo de
ocupação regional aqui esboçado aponta para
54
um sistema com características
organizacionais aparentemente heterárquicas, comunidades face a face organizadas sem evidências claras de
hierarquização dos assentamentos, ainda que
alguns indícios eventualmente apontem na
direção contrária. Este é um tema para o
qual, sem dúvida, novas pesquisas poderão
trazer muitas novidades.
Sambaquis, memória e paisagem
A visibilidade dos sambaquis, e a partir deles
(Figura 8) pode fornecer uma imagem deste
sistema regional. Circulando de canoa pela
(paleo)laguna, vêem-se sambaquis de todos
os lados: eles estão em toda a parte, mais
ou menos visíveis, segundo seu porte. Tratase de uma paisagem fortemente antropizada:
ver-se-iam muitas outras canoas, gente circulando, pescando, coletando moluscos e
camarões, aldeias assentadas sobre suas
margens. Trata-se de uma paisagem também
intensamente ritualizada, pois em toda a parte
estas atividades cotidianas têm lugar à sombra dos monumentos altaneiros, assegurando
aos habitantes locais seu direito ancestral à
lagoa e à vida. A partir desta perspectiva
pode-se considerar que os sambaquis
conferem ordem e sentido cultural ao
mundo natural, na forma de uma ligação
intensa (atávica) com um determinado
território, e explicitam a socialização da
natureza de forma expressiva e contundente. Mais que isso, ao integrar a socialização
do mundo a ancestrais cujos antepassados
míticos estão ligados ao mundo natural e
sobrenatural (DeBlasis 2005), os sambaquis
eventualmente representam evidências de
um processo de transformação do fato
natural em artefato cultural.
Quando hoje se sobe a um destes enormes sambaquis da região da paleolaguna de
Santa Marta, vê-se uma esplêndida paisagem
onde, aqui e acolá, despontam os sambaquis.
E, se a paisagem é feita de lagoa emoldurada
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):29-61, 2007
de montanhas escarpadas ao fundo, com
dunas sempre a caminhar com o vento ao
longo da linha de praia e pontões rochosos
altaneiros, imiscuídos neste cenário também
estão camadas de memória social
involucradas nos próprios sambaquis. Se o
cenário que dos altos se descortina é produto
dos eventos da história natural, o é também
da história cultural, da história dos
sambaquieiros, tão inscrita ali quanto a história
das próprias dunas - que se misturam aos
sambaquis tanto quanto eles se misturam às
dunas. Neste sentido, os mitos e a memória
preservados nos sambaquis são, como se viu,
extraordinariamente longevos; talvez não seja
por acaso que se tenha hoje sambaquis para
ver, e não outros assentamentos cotidianos
dos sambaquieiros. Dir-se-ia que aquele povo
desenvolveu um esforço claramente intencional em codificar e consolidar sua memória,
sua mitologia, em estruturas que, em uma
escala muito ampla, extrapolaram sua própria
existência. Para entender os sambaquieiros,
tudo o que se tem a fazer é decodificar a
narrativa simbólica codificada nos
sambaquis. Pesquisar os sambaquis é,
portanto, como diria Simon Schama
(1996:28), percorrer a «trilha da memória
social» do povo sambaquieiro, reacessando,
assim, arqueologicamente, um fragmento do
espaço/tempo da humanidade bem no centro da lagoa, em pleno litoral sul catarinense.
Concluindo, o modelo aqui avançado,
ainda pleno de lacunas é verdade, mas
consistente com os dados disponíveis, fala
de comunidades de pescadores construtores
de sambaquis, sedentárias e bem articuladas socialmente, perfeitamente adaptadas à
paisagem estável (ainda que cambiante) do
Quaternário recente. Estas sociedades
alcançaram uma densidade demográfica
muito mais expressiva do que se reconheceu
até bem recentemente, e também padrões
de organização social que vão muito além
da idéia de pequenos bandos de famílias
nômades que orientou, também até bem
recentemente, as interpretações arqueológicas sobre os sambaquis do Brasil.
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ARQUEOLOGÍA SURAMERICANA/ARQUEOLOGIA SUL-AMERICANA 3,1, enero/janeiro 2007
OS SIGNIFICADOS DOS SISTEMAS
TECNOLÓGICOS:
CLASSIFICANDO E INTERPRETANDO
O VESTÍGIO CERÂMICO
Juliana Salles Machado
Programa de Pós Graduação em Antropologia Social, Museu Nacional, UFRJ
Este artigo propo uma reflexão acerca do tecnologia a fim de explicitar as orientações teóricometodológicas que têm embasado as análises de vestígios cerâmicos. O embasamento antropológico
dos conceitos utilizados na arqueologia sobre esse tema servirá como base para discutirmos até
que ponto eles podem nos ajudar a melhor compreender a sociedade que se pretende estudar. Em
seguida, enfoca como o conceito de tecnologia foi apropriado e aplicado na arqueologia brasileira,
dando especial ênfase aos trabalhos realizados na região amazônica. O final do artigo aponta
alguns exemplos que representam abordagens alternativas para a análise de vestígios cerâmicos
em contextos amazônicos.
En este artículo se propone una reflexión sobre la tecnología para explicitar las orientaciones
teórico-metodológicas que han sostenido el análisis de los restos ceràmicos. Las bases
antropológicas de las nociones usadas en arqueología en relación con este tema ayudan a
entender mejor la sociedad estudiada. El artículo muestra cómo fueron apropiados esos conceptos y aplicados en la arqueología brasileña, con énfasis en trabajos realizados en la región
amazónica. Los ejemplos discutidos representan enfoques alternativos para el análisis de los
vestigios cerámicos en contextos amazónicos.
This article proposes a reflection on technology to make explicit the theoretical/methodological
orientations that have substantiated the analysis of ceramic remains. The anthropological basis
of the notions used in archaeology related to this theme helps to better understand the society
under study. The paper focuses on how these concepts were apropriated and applied in Brazilian
archaeology, emphasizing works carried out in the Amazon region. The exemples discussed represent
alternative approaches for the analysis of ceramic remains in Amazonian contexts.
Palavras-chave: tecnologia, Amazônia, classificação cerâmica / Palabras clave: tecnología,
Amazonia, clasificación cerámica.
Recebido: junho 17, 2006; aceito: novembro 21, 2006 / Recibido: junio 17, 2006 ; aceptado:
noviembre 21, 2006 .
Introdução
A corroboração ou refutação dos modelos
gerados para explicar as formas de
organização social em tempos pré-coloniais
está pautada não apenas no acúmulo de dados empíricos, mas também nos pressupostos
teóricos e implicações metodológicas implícita ou explicitamente adotados. Na tentativa de extrapolar o potencial explicativo do
reconhecimento de Fases e/ou Tradições
arqueológicas historicamente definidas para
os vestígios cerâmicos na arqueologia
brasileira, propomos uma releitura dessas
mesmas abordagens, oferecendo vieses
interpretativos que nos permitam ir além
dessas inferências.
Apresentaremos uma discussão acerca das
distintas visões de tecnologia e sua relação com
o embasamento antropológico das noções de
cultura que entremeiam diferentes modelos
interpretativos. A fim de encaminhar tal
discussão contrapomos basicamente duas perspectivas teóricas: a tecnologia como ferramenta
mediadora da relação homem-meio ambiente
e a tecnologia como construção social. Enfocaremos nossa discussão principalmente na
última perspectiva, pautando-nos em noções
como a teoria de design (Schiffer e Skibo
1992, 1997) e os conceitos de sistema tecnológico (Lemmonier 1986, 1992), cadeia
operatória (Leroi-Gourham 1971) e agência
(Lemmonier 1992; Dobres 2000; Ingold 2001).
A adoção da noção dinâmica de
tecnologia representa uma tentativa de nos
aproximarmos dos significados sociais
atrelados às escolhas individuais realizadas
no decorrer do processo produtivo. A fim de
discutir a aplicação de tais idéias no contexto arqueológico apresentamos, ao final, tanto as variáveis envolvidas nesse processo de
seleção, quanto as conseqüências dessas
escolhas para o sistema tecnológico (continuidades e mudanças). Tal questão é importante para discutirmos até que ponto elas
podem nos ajudar a melhor compreender a
sociedade em estudo.
Juliana Salles Machado
Os temas abordados ao longo desse artigo
parecem inspirar poucas discussões no
cenário atual da arqueologia brasileira, principalmente da arqueologia amazônica.
Apesar de todas as dificuldades em se
trabalhar nesse contexto devido a pouca
preservação dos vestígios orgânicos, difícil
acesso e pouca infra-estrutura, a arqueologia
amazônica vem crescendo enormemente
desde a década de 90 e mostrando um
sensível aumento na quantidade de pesquisas e dados acumulados (Heckenberger et
al. 1999; Neves 2000, 2003; Guapindaia
2001; Pereira 2001; Costa 2002; Donatti
2002; Gomes 2002; Lima 2004; Schaan
2004; Machado 2005b). No entanto, apesar
dos inúmeros dados acumulados e do
aprofundamento de estudos de caso em diversas áreas da região, tal crescimento não
tem sido acompanhado de uma reflexão crítica dos conceitos classificatórios utilizados
e as bases teórico-metodológicas que os
pautam (Schaan 2005; Machado 2005b).
Longe de ser uma tarefa resolvida, a
classificação artefatual no Brasil e mais
especificamente na Amazônia é um tema
ainda muito pouco discutido.
Tendo isso em vista, nesse artigo pretendemos esboçar de forma preliminar como o
conceito de tecnologia foi utilizado na criação
de modelos interpretativos no Brasil e, mais
especificamente no contexto amazônico,
apresentando, ao final, alguns exemplos que
podem nos oferecer abordagens alternativas para análises desses vestígios em contextos amazônicos.
Compreendendo tecnologias: novas
e velhas perspectivas
A visão tradicional de tecnologia, dominante
no cenário arqueológico e antropológico ainda
atualmente, pauta-se em uma perspectiva
adaptativista, na qual a tecnologia assume o
papel de mediadora entre o homem e o meio,
uma resposta a questões ambientais relacio63
nadas a problemas básicos de sobrevivência.
Tal perspectiva deixa transparecer uma visão
extremamente positivista, que pressupõe
níveis de respostas que vão de ineficientes a
óptimas. Nessa visão não há a possibilidade
de escolhas sociais ou simbólicas no decorrer
do processo, uma vez que apenas as
soluções óptimas, pensadas a partir de razões
de custo-benefício e risco, seriam aceitas e
reproduzidas (Bamforth 1986; Fitzhugh
2001). Apesar de restritiva essa abordagem
gerou inúmeros modelos interpretativos,
amplamente utilizados na Arqueologia.
O conceito de organização tecnológica,
por exemplo, possibilitou uma melhor
compreensão dos usos diferenciados do
espaço, em relação a uma enorme
variabilidade artefatual. Este conceito é pautado na seleção de estratégias de manufatura,
uso, circulação e descarte de instrumentos,
assim como no mapeamento das matériasprimas utilizadas na sua confecção e
manutenção (Binford 1979; Nelson 1991).
Através dessa abordagem, estabeleceu-se
uma série de estratégias tecnológicas
possíveis, como as expedientes e de
curadoria, o que, no nosso entender, ampliou
o entendimento da cultura material,
oferecendo um maior número de
possibilidades interpretativas para o registro
material. No entanto, apesar de envolver a
noção de cadeia operatória (Leroi-Gourham
1945; Lemmonnier 1986, 1992; Schiffer e
Skibo 1992, 1997), essa abordagem fez pouco
uso do processo produtivo como fonte de
conhecimento, assim como restringiu as
possibilidades de compreensão dos processos
de mudança.
Apesar de ainda engajado em uma visão
restritiva de tecnologia, Hayden (1998) destaca- se ao ampliar as possibilidades de
respostas que ela vem atender. Para esse
autor, a tecnologia é uma resposta a problemas tanto ambientais, quanto sociais, ao
passo que muitos outros autores limitavam a
causa dos problemas a fatores externos à
64
sociedade. Esse autor compartilha a visão
tradicional de Nelson (1991), mas amplia seu
conceito de organização tecnológica (Hayden
1998), utilizando-se da teoria do design
(Schiffer e Skibo 1992, 1997; Schiffer 2001);
assim, apesar de manter a idéia de tecnologia
como resposta, aceita a multiplicidade de
escolhas possíveis, descartando a
necessidade de uma solução óptima.
Hayden divide a tecnologia em duas esferas: a prática e a de prestígio. Ambas seriam
calcadas em lógicas, objetivos e limitações
distintas. Tais diferenças seriam responsáveis
pela variabilidade artefatual e essa seria,
então, resultado da relação entre as escolhas
tecnológicas e as características de performance (Schiffer e Skibo 1992, 1997; Schiffer
2001), expandindo a relação existente entre
forma e função. A tecnologia prática, para o
autor, representa uma resposta empírica a
estresses ambientais, ou seja, respostas
práticas a problemas de sobrevivência e conforto; as escolhas nessa esfera dão-se em
função da eficiência, sendo a seleção natural a responsável pelo descarte das respostas
mais custosas em termos de tempo, eficiência
e energia despendida.
Já a tecnologia de prestígio tem como
objetivo a criação de artefatos para a exibição
de riqueza, sucesso e poder, e não a
realização de uma tarefa prática. O propósito é resolver um problema social. Através
da tecnologia de prestígio, pretende-se acumular o máximo de mão-de-obra possível na
criação de objetos, atraindo pessoas para o
possuidor desses objetos, através de
admiração, por exemplo, de seu status. As
inovações tecnológicas se dariam através de
estratégias dispendiosas, sendo estas inicialmente desenvolvidas a partir de tecnologias
de prestígio e, posteriormente, voltadas para
usos mais práticos.
Como vemos, apesar de o autor ampliar
os conceitos utilizados até então nas
abordagens evolutivas, a distinção feita entre tecnologia de prestígio e prática afasta-o
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):62-83, 2007
da noção de tecnologia como construção
social. Essa visão de tecnologia prática vai
ao encontro das abordagens evolucionistas
de tecnologia, apesar de ampliar as
possibilidades de escolhas dos agentes
sociais. De forma paralela, o autor
estabelece a existência de uma forma distinta de tecnologia, esta sim calcada em problemas simbólicos. Nessa visão, o caráter
simbólico entra como uma exceção possível
nas questões práticas de seleção natural, um
parêntese cultural num texto adaptativo. Ao
entendermos tecnologia como construção
social, tudo é significativo e socialmente
construído, inclusive questões evolutivas.
Apesar de ainda muito engajada em um
conceito de tecnologia restritivo, as questões
apontadas por Hayden (1998), chamaram
atenção para questões cruciais na base
interpretativa dos modelos arqueológicos.
Podemos nos apropriar de aspectos do modelo proposto por esse autor e entender as
razões das escolhas como limitações, sejam
de ordem prática ou simbólica, ou opções
culturais que guiam as escolhas. A nosso ver,
quaisquer que sejam os fatores determinantes nas escolhas, eles constituem um único
conjunto tecnológico que é, no seu todo,
construído socialmente.
Tecnologia como construção social:
os novos rumos da antropologia da
tecnologia
A tecnologia passa a ser percebida como
construção social inspirada no estudo das
técnicas corporais de Mauss (1991): com
seus trabalhos passa-se a perceber o papel
condicionante da cultura nos movimentos
humanos e, por conseqüência, na criação e
uso de seus instrumentos. Mauss (1991)
mostra que:»O corpo é o primeiro instrumento
do homem e o mais natural». Suas idéias
aliadas aos trabalhos de Leroi-Gourham
(1945) inspiraram os trabalhos posteriores
da chamada Antropologia da Tecnologia, diJuliana Salles Machado
fundida por Lemonnier (1986, 1992). Segundo Mauss (1991), as técnicas corporais
fundamentam a tecnologia; o uso do corpo
não é natural, como uma determinação biológica, e sim cultural, as técnicas corporais
são aprendizados culturais, condicionamentos
culturais do corpo. Para Lemonnier
(1986:1992), se as técnicas corporais são
aprendidas, então os gestos técnicos também
são culturalmente definidos; o corpo passa a
ser entendido como ferramenta inicial, que é
diferente entre os grupos e pessoas.
Leroi-Gourham (1945) também se
inspirou nos trabalhos de Mauss (1991) ao
ver o corpo humano como instrumento técnico do homem. A importância desses autores (Leroi-Gourham 1945; Mauss 1991) na
obra de Lemonnier (1986, 1992) deve-se
principalmente ao caráter comparativo de
seus trabalhos: ao descrever e comparar a
mesma técnica em diferentes períodos e
locais, indicam como estas podem ser diferentes, ou seja, apontam suas possibilidades
de variações isocrésticas.
Laughlin (1989) vai mais fundo para tentar entender as relações entre razão prática
e simbólica do ser humano. Para o autor, a
criação simbólica é um mecanismo mental
de transformação, fruto da apropriação e
aprendizado do corpo. Percebendo a esfera
cognitiva e operatória como interinfluenciáveis, torna-se impossível dissociar
razões práticas e simbólicas, já que ambas
são estruturais; a representação mental é em
si simbolizada, sendo muitas vezes inconsciente.
A visão de tecnologia como construção
social é levada ao extremo com a definição
de Pfaffenberger (1992, 2001) de tecnologia
como fato social total, ou seja, conjugando
aspectos materiais, sociais e ideológicos. Tal
visão pressupõe que, a partir de qualquer
esfera do conjunto, como os gestos, por
exemplo, pode-se compreender o fato social total. Tal visão dinâmica e intersubjetiva
de tecnologia se difere da chamada da cha65
mada Arqueologia Comportamental (Schiffer
e Skibo 1992), pois, como enfatiza Dobres
(2000:96), ela não é reduzível à atividades
de produção e uso dos artefatos. Para esses
autores há uma relação inseparável entre
significados e mundo material substanciado
através de práticas sociais, como a própria
tecnologia (Dobres 2000:98).
Tecnologia e os conceitos de cultura
Os conceitos de tecnologia adotados por diferentes pesquisadores estão intrinsecamente
relacionados às distintas noções de cultura que
prevaleciam nas correntes teóricas vigentes
na antropologia. Correntes como o evolucionismo (Tylor 1865, apud Trigger 2002:100), o
neo-evolucionismo (White 1975) e o
funcionalismo (Malinowski 1975; Binford
1979) tinham a cultura como um mecanismo
extra-somático, uma ferramenta para a
resolução de problemas, possuindo, portanto,
razão prática para sua existência. A cultura
era, então, uma forma de superar as variáveis
ambientais e resolver as necessidades básicas dos grupos humanos; nesse sentido, a
tecnologia era tida como uma ferramenta dos
grupos humanos «contra» o meio ambiente,
uma maneira eficaz de controle do meio.
Pautada no determinismo ambiental, a
noção de cultura entrevista nos modelos de
ocupação e, por conseguinte, nas categorias
de análise que os embasam, propostos para a
região Amazônica na década de 1950 e 1960
estava presa a questões adaptativas, não
possuindo abertura, portanto, para questões
sociopolíticas e/ou simbólicas. Por outro lado
correntes como a escola sociológica francesa
e autores como Lévi-Strauss (1989), Geertz
(1978) e Leroi-Gourham (1971) passam a entender a cultura como um sistema simbólico,
como um conjunto interligado de conhecimentos
e práticas imbuídos de significado; assim as
funções práticas e simbólicas são indissociáveis.
A partir desse conceito, a tecnologia passa a
fazer parte do sistema cultural mais amplo. Na
66
arqueologia, assim como na antropologia, esse
conceito reflete diretamente na noção de
tecnologia. Para muitos autores (Mauss 1991;
Schiffer e Skibo 1997; Dobres 2000; Ingold
2001), a gama de conhecimentos técnicos das
pessoas passa a ser considerada como derivada de suas experiências diretas com o mundo
material e constitui um corpo de conhecimentos
socialmente significativo, reconhece-se, assim,
a relação entre significado e cultura material
através da tecnologia.
No entanto, como esse significado pode ser
atribuído a partir do vestígio arqueológico ainda
é pauta para discussão. Para alguns autores
como Schiffer e Skibo (1992), ênfase é dada
no comportamento dos indivíduos com relação
aos artefatos ao longo de toda sua vida útil.
Segundo esses autores:»... tecnologia é um
corpus de artefatos, comportamentos e
conhecimentos para a criação e utilização de
produtos, que é transmitido entre as gerações»
(Schiffer e Skibo 1992:44). Desse modo, são
analisadas as atividades nas quais as interações
sociais acontecem, é a chamada «arqueologia
comportamental»
Outros autores, como Dobres (2000) vão
além, propondo que a tecnologia é uma teia
dinâmica e intersubjetiva que não deve ser
reduzida a atividades de produção e uso de
artefatos. Segundo Lechtman (apud Dobres
2000:102) «considerar tópicos de razão prática,
eficiência, características físicas do artefato e
função separadas dos tópicos de razão cultural, significado e valores (como se os últimos
fossem fenômenos de segunda ordem) não
pode nos ajudar a entender como eles eram
inseparavelmente conectados e manifestos na
prática», o que muitos chamam de «fato social
total».
Os sistemas tecnológicos e o
funcionamento das cadeias
operatórias
Mas afinal o que é e como funcionam os sistemas tecnológicos? Olhemos mais atenta-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):62-83, 2007
mente o trabalho de Lemonnier (1986, 1992),
para compreender melhor sua visão de
tecnologia e como ela está inserida em contexto cultural mais amplo. Os sistemas tecnológicos são compostos por uma série de
conjuntos técnicos. As técnicas, por sua vez,
seguem uma cadeia operatória específica.
Dentre as etapas dessa cadeia operatória, os
agentes devem fazer uma série de escolhas e
a combinação de escolhas feitas ao longo da
cadeia operatória é que vai caracterizar os
conjuntos técnicos e, ao final, os sistemas tecnológicos. Mas como se dão essas escolhas?
Elas são sempre culturais e podem ser motivadas por razões práticas, adaptativas e/ou
simbólicas, ou ainda, por uma combinação de
diversas razões. De acordo com uma série
de escolhas, os indivíduos ou grupos podem
optar pela manutenção ou não desse conjunto técnico. É através desse mesmo processo
que podem ocorrer mudanças nos sistemas
tecnológicos.
Podemos apontar distintos níveis de
entendimento do sistema tecnológico: (a) as
técnicas em si; (b) um conjunto de técnicas
(todas as técnicas que compartilham alguns
elementos em comum), que pode ser entendido como um sistema tecnológico; e (c) um
sistema tecnológico em relação aos demais
aspectos do sistema cultural. A abordagem
proposta pela antropologia da tecnologia trata
não apenas de descrever as etapas da cadeia
operatória, mas entender a tecnologia num
contexto sistêmico, isto é o sistema tecnológico em si e na relação com os demais aspectos do sistema cultural como um todo.
Por técnica podemos entender ação
efetiva sobre a matéria, o que envolve a
própria matéria, energia, instrumentos, gestos e conhecimentos. Cadeia operatória é a
seqüência de operações para a realização
desta transformação da matéria em artefato;
é o processo produtivo dos artefatos. Sistemas tecnológicos possibilitam variedades internas a partir das quais são feitas as
escolhas, que são culturais. Por que deterJuliana Salles Machado
minadas escolhas foram feitas ao invés de
outras? Aí se encontra a arbitrariedade das
escolhas tecnológicas, que podem ocorrer
em qualquer uma das esferas da cadeia
operatória e nas suas relações. Se, finalmente, o conjunto de escolhas tecnológicas é
responsável pela configuração final do conjunto técnico, então são razões culturais que
definem uma determinada configuração de
um sistema tecnológico.
Além da função: atribuindo
significado ao processo produtivo
A proposta da teoria do design (design
theory) (Schiffer e Skibo 1992, 1997; Schiffer
2001) pode ser entendida como um meio de
criar ou adaptar as formas de objetos
materiais de acordo com as necessidades
funcionais, dentro de um contexto de
materiais, tecnologia e condições sociais e
econômicas conhecidas (Hayden 1998).
Através de sua utilização, pretende-se entender como os artefatos permitem diferentes formas de adaptação de agentes culturais
ao ambiente. Esse conceito engloba a noção
francesa de cadeia operatória (LeroiGourham 1945; Lemmonnier 1986, 1992) e
a do diagrama de fluxo (Schiffer 1987). A
partir dessa abordagem, não há uma única
solução óptima para um problema, mas sim
um número de soluções igualmente
aceitáveis; as escolhas são feitas baseadas
nas tradições culturais, valores ideológicos,
estilo e comportamentos idiossincráticos; no
entanto, também são guiadas por uma série
de limitações, das quais as mais importantes
são as locacionais, materiais, tecnológicas e
socioeconômicas, o que envolve requisições
funcionais, propriedades materiais, disponibilidades e custos de produção.
Autores como Nelson (1991) e Binford
(1979) concentraram suas noções de
organização tecnológica em aspectos relacionados apenas às limitações
socioeconômicas, como os vários regimes
67
de mobilidade. A proposta dessa abordagem
(Schiffer e Skibo 1992, 1997) é lidar também
com outras formas de limitações, a fim de
acessar as soluções tecnológicas e as
limitações existentes, ou seja, reconstruir a
organização tecnológica a partir do
conhecimento das escolhas realizadas nesse
processo. Nessa abordagem, a análise de
cada artefato deve ser considerada nos seus
próprios termos, utilizando-se, de forma conjugada, análises de uso, remontagem,
analogias etnos ou etnoarqueológicas e
experimentação.
Uma das formas de entendermos as
limitações que guiam as escolhas envolve o
mapeamento dos correlatos. Os correlatos
são princípios gerais que regem determinadas tecnologias, como, por exemplo, as
reações entre elementos químicos; estes
envolvem princípios científicos pautados no
conhecimento tecnológico moderno, que
ajudam o pesquisador a entender a performance dos artefatos na execução de suas
funções. Os artesãos dominavam
implicitamente os correlatos através dos
processos de tentativa e erro realizados durante as experimentações. Os processos de
manufatura adotados pelos grupos através
desse conhecimento empírico, não estão, no
entanto, relacionados à busca de soluções
óptimas, podendo, por vezes, apresentar
razões distintas para as escolhas realizadas.
Os autores (Schiffer e Skibo 1992, 1997;
Schiffer 2001) propõem a formação de uma
matriz de correlatos que, aliada ao controle
das questões ambientais e adaptativas, sirva
de base para o entendimento analítico da
razão das escolhas.
Um aspecto importante da teoria do
design é a valorização do processo produtivo
na organização da tecnologia, resultante da
valorização de todos os aspectos
comportamentais. O trabalho de
Pfaffenberger (1992, 2001) ressalta a
importância das atividades ocorridas no
próprio processo produtivo para a atribuição
68
de significados sociais ao objeto. Através de
tal ênfase, o autor mostra-nos que toda
atividade é significativa e que o próprio
processo de produção tem significado. Tal
afirmação é extremamente importante e, na
Arqueologia, rompe com o disseminado
método do fóssil-guia, intensamente utilizado pelo PRONAPA na Amazônia, como em
outros contextos nacionais, baseado
inteiramente em atributos morfológicos e
categorias tipológicas estanques.
A relação entre agentes e elementos, nos
diferentes momentos, pode ser entendida, na
disciplina arqueológica, inicialmente através
da descrição da cadeia operatória, inferindose os gestos realizados no processo produtivo
(Creswell 1996). É importante lembrarmos,
no entanto, que o conceito de cadeia
operatória deve sempre ser visto como uma
categoria analítica, fruto de um processo
interpretativo.
Conhecendo o entorno - como
compreender as escolhas
Durante muito tempo a variabilidade artefatual
foi pensada como decorrente de basicamente
dois aspectos: os padrões de assentamento e
mobilidade e as respostas de ordem adaptativa
a fatores ambientais. A literatura a respeito
do tema centrava suas discussões em torno
da sobreposição ou não desses dois aspectos
nas tomadas de decisão dos artesãos.
Trabalhos como os de Binford (1983, 1989),
Andrefsky (1994) e Bamforth (1986)
preocuparam-se não apenas em mapear a
variação dos artefatos no espaço, mas, principalmente, entender as razões dessa
variabilidade. Preocupados com o
esvaziamento do conteúdo sistêmico das
tipologias anteriores, esses autores
procuraram criar modelos interpretativos
dinâmicos, pautados principalmente em
questões como a distância da fonte de matériaprima em relação aos artefatos, assim como
sua quantidade e qualidade. Os modelos
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):62-83, 2007
propostos baseavam-se na relação de custo/
benefício entre fatores como qualidade,
quantidade e distribuição dos recursos e suas
possibilidades de manejo. Além desses e
apesar de nem sempre presente nessa
abordagem, o caráter histórico das relações
de custo/ benefício, que precisam ser sempre
contextuais, preocupou muitos autores.
Nos modelos de entendimento da
variabilidade artefatual apresentados acima,
a variabilidade formal foi pensada em função
de questões práticas, como recursos para
resolver problemas. No nosso entender, as
questões adaptativas são de extrema
importância no entendimento das escolhas
tecnológicas, no entanto o seu uso de maneira
determinista acaba por restringir e simplificar a complexidade dos processos culturais
atuantes nas tomadas de decisão em contextos sistêmicos.
A arbitrariedade das escolhas culturais
pode ocorrer, como vimos anteriormente, ao
longo de todo o processo produtivo, ou seja,
em qualquer esfera da relação entre agentes, elementos e energia. No entanto, o que
norteia as decisões tomadas ao longo desse
processo? Como podemos, como
arqueólogos, buscar entender a razão dessas
escolhas? Apesar das dificuldades aparentes que tais questionamentos levantam, o
número de possibilidades é finito e passível
de ser mapeado, mesmo em contextos arqueológicos. É importante lembrarmos que
as escolhas tecnológicas são determinadas
pela bagagem cultural inerente ao agente,
ou seja, pelos conhecimentos prévios das
possibilidades existentes naquele tempo e
lugar (Creswell 1996). No entanto, é a
experiência que vai oferecer retorno a
respeito das características de performance
de um conjunto artefatual confeccionado a
partir de um conjunto de escolhas realizadas
pelo artesão ao longo do processo produtivo.
Os fatores situacionais têm um papel importante na decisão das escolhas tecnológicas,
apresentando-se como mais um aspecto
Juliana Salles Machado
gerador de variabilidade no artefato. Os
fatores situacionais, que determinam as
escolhas na cadeia comportamental, estão
relacionados à chamada característica de
performance e podem envolver procura de
matéria-prima, transporte, distribuição, uso/
função, estocagem, utilização e reutilização
de um artefato.
A fim de mapear a diversidade de fatores
que determinam as escolhas, podemos destacar os seguintes aspectos: (a) fatores
ambientais; (b) sistema de assentamento e
mobilidade; (c) fatores sociais; (d) fatores
ideológicos; (f) coerções; e (g) questões de
ordem prática/funcional. Apesar da enorme
variedade que tal listagem oferece, podemos
limitar a arbitrariedade das escolhas dentro
de alguns parâmetros: a utilização dos
correlatos físico-químicos nos estudos de
tecnologia, aliada ao mapeamento das
possibilidades, tanto de conhecimentos técnicos disponíveis, quanto de disponibilidade
de recursos ambientais, permite-nos levantar, a partir das escolhas, quais características de performance foram selecionadas
como prioritárias. O leque de possibilidades
é restringido através das coerções, que entendemos como sendo as limitações físicas
e corporais envolvidas na realização de determinadas atividades do processo produtivo.
Para melhor compreendermos como
mapear e entender as escolhas tecnológicas,
podemos partir da noção de conhecimento
tecnológico tanto no contexto sistêmico, como
para o pesquisador assumindo forma analítica. Para Schiffer e Skibo, o conhecimento
tecnológico engloba principalmente três esferas: (a) receitas de ação (recipes for action);
(b) estrutura de ensino-aprendizagem
(teaching frameworks); e (c) os princípios
científicos (technoscience). A primeira consiste num modelo criado pelo pesquisador e
composto de listagens de requisitos mínimos
necessários para a ação produtiva, como
listagens de materiais, instrumentos e
descrições das seqüências de ações. A
69
explicitação de tais regras é fundamental
para que o pesquisador entenda determinada tecnologia, no entanto a transmissão
de informações pelos agentes produtores
nem sempre é dada dessa forma. A segunda esfera apontada pelos autores é a
estrutura de ensino-aprendizagem, pautada
tanto em instruções verbais, quanto nãoverbais (Schiffer e Skibo 1992:46).
Finalmente, a terceira forma de
conhecimento tecnológico é pautada nos
princípios científicos. Podemos entender
essa esfera como o respaldo da operação
tecnológica, ou seja, a razão pela qual as
receitas de ação levam à produção de determinado produto que, quando finalizado,
pode realizar determinadas funções. Tais
observações derivam do conhecimento do
pesquisador, obtido com a ciência moderna, e estão comumente implícitas no
processo tecnológico, através de métodos
de experimentação como a tentativa e erro
por parte do artesão (Schiffer e Skibo
1992:51).
É importante observarmos que as
escolhas realizadas nas diferentes etapas
do processo tecnológico podem repercutir
de forma diversa no resultado final do
artefato. Esse fato é extremamente
interessante para entendermos o potencial
interpretativo do mapeamento e
compreensão das escolhas tecnológicas, isto
porque, uma vez que uma escolha pode repercutir de maneira positiva em uma esfera e negativa em outra, percebemos uma
priorização de determinados aspectos no
processo produtivo em detrimento de outros.
Apesar de as esferas negativas poderem
ser relativizadas com escolhas posteriores
- o que os autores chamam de escolhas
derivadas em oposição às escolhas
fundamentais - perceptivelmente há uma
prioridade de escolhas. Sugerimos aqui que
pensemos nessa prioridade de escolhas
como base para o estabelecimento de
tradições tecnológicas; essas indicariam
então, como discutiremos em seguida, uma
70
manutenção de determinadas prioridades
de escolhas no processo tecnológico.
Continuidades: redes de ensino e
aprendizagem
Para Ingold (2001) só podemos entender a
formação e manutenção de uma tecnologia
através do envolvimento entre o artesão, suas
ferramentas e suas matéria-primas em um
ambiente. As mãos e olhos do artesão, assim
como suas ferramentas, são trazidas para o
uso através de sua incorporação dentre um
padrão usual de atividade especializada. A
intencionalidade (purposiveness) e a
funcionalidade não são vistas pelo autor como
propriedades pré-existentes do utilizador e do
utilizado, mas sim imanentes à própria atividade,
numa sinergia gestual entre ser humano,
ferramenta e matéria-prima (Ingold 2001).
Assim, a habilidade prática (skilled practice)
não é apenas uma aplicação de força
mecânica sobre objetos exteriores, mas incorpora qualidades de julgamento e habilidade.
Se a habilidade prática não pode ser
reduzida a fórmulas, então não pode ser
através da transmissão de fórmulas que
essas habilidades são passadas de geração
para geração; a aprendizagem de habilidades envolve tanto a observação, quanto a
imitação, o que não deve ser separado de
seu próprio engajamento perceptivo com o
entorno. Nesse sentido, a imitação no
processo de ensino-aprendizagem engloba
um processo íntimo de coordenação dos
movimentos que é resultante da percepção
do aprendiz frente aos ensinamentos
passados e da re-criação desses
ensinamentos práticos através de seus
próprios movimentos corporais individuais.
Nesse processo, cada geração contribui para
a próxima não oferecendo um corpus de
representações ou informações no estrito
senso, mas sim, introduzindo o aprendiz em
contextos que ofereçam oportunidades de
percepção e ação.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):62-83, 2007
Portanto, as formas dos artefatos não
estão inscritas por intelectos racionais sobre
a superfície concreta da natureza, mas são
geradas no curso do gradual desenrolamento
desse campo de forças e relações criado pelo
engajamento do praticante e o material que
ele trabalha (Ingold 2001). O que o autor faz
é dar ênfase à agência do sujeito e à
dinâmica cultural (Ingold 2001).
O processo de aprendizagem não é resultado de um processo de transmissão de
regras e fórmulas entre gerações, mas sim
resultado de processo de redescoberta guiada, no qual o papel dos «professores» é preparar contextos nos quais os aprendizes
possam adquirir sua própria proficiência. A
chave para uma performance fluente baseiase na habilidade em coordenar a percepção
e ação (Ingold 2001).
Como pudemos ver até aqui, a
permanência ou não de técnicas é fruto das
escolhas dos artesãos. Apesar destas estarem
sempre pautadas num arcabouço cultural, os
conjuntos técnicos decorrentes desse conjunto de escolhas são extremamente dinâmicos,
sendo recriados a cada instante. Mesmo
assim, temos no contexto arqueológico
exemplos de extrema rigidez tecnológica ao
longo de muitos anos. Mas se ambos os aspectos, dinamismo e rigidez, são componentes intrínsecos e fundamentais de um sistema
tecnológico, como definir tradições?
Uma tradição tecnológica deve ser entendida através de uma visão dinâmica e flexível
de continuidades apesar das mudanças. Os limites entre a mudança e a continuidade, no
interior de um sistema tecnológico, são difíceis
e devem ser entendidos como recortes analíticos que devem ser realizados contextualmente,
através da percepção dos sucessivos níveis de
mudança ao longo do tempo. Até que ponto
mudanças em conjuntos técnicos definem
mudanças de tradições tecnológicas?
Devemos entender a mudança como um
processo contínuo de manutenções e
transformações (continuidade e mudança)
Juliana Salles Machado
e, não necessariamente, como ruptura. Como
vimos, as sociedades podem mudar a partir
de técnicas pré-existentes. Não há ponto final a não ser que haja substituição. O ponto
final é arbitrário e deve ser estabelecido
através do mapeamento das prioridades das
características de performance que levaram
à permanência/ manutenção de certas
escolhas no tempo e espaço. Devemos entender o que se manteve e o que foi mudando ao longo do tempo. Como as escolhas
são culturais, mesmo que por razões
adaptativas, elas são pensadas e, por isso
devem ser entendidas num tempo e espaço
determinado e não genericamente. Pode
haver convergências de escolhas em lugares distintos, por exemplo, devido a restrições
no meio ambiente ou limitações no uso de
determinadas matérias-primas, que levam a
artefatos finais semelhantes. Podem também
ocorrer variações isocrésticas. Tendo isso
em vista, o mapeamento não deve se concentrar em alguns atributos, mas contemplar
diferentes esferas do processo produtivo
assim como fatores ambientais, correlatos
físico-químicos, etc. Há que se fazer um
mapeamento contextual das escolhas: quanto
maior o número de atributos observados mais
possibilidades de escolhas se trabalha. As
tradições, então, podem ser estabelecidas
através do mapeamento de continuidades e
das mudanças, pensadas a partir da eleição
de prioridades de performance, manifestadas na manutenção, ou não, das escolhas a
ela relacionadas. Quando existirem mais
diferenças do que semelhanças com o conjunto de prioridades iniciais, ou seja, quando
o conjunto de prioridades final for
majoritariamente distinto do inicial, pode-se
arbitrariamente definir uma mudança na
tradição. É importante enfatizar o caráter
dinâmico e arbitrário da tradição, como um
recorte num continuo. Assim podemos pensar tradição com significado cultural, como
ações e não como listagens de atributos.
71
Mudanças: experimentação,
invenções e inovações
Ao pensarmos tecnologia como construção
social, a adoção de novas tecnologias, o que
podemos chamar de mudanças, podem
ocorrer de diversas formas e em diferentes
esferas do processo produtivo, por razões
que nem sempre são econômicas, racionais/
científicas ou previsíveis (Noble, apud
Creswell 1996), sendo, no entanto, sempre
culturalmente significativas. Para
compreendermos melhor tal fenômeno, podemos utilizar a noção de mudança proposta
por Sahlins (1989). Para esse autor, a cultura não deve ser entendida de maneira estanque, mas sim dinâmica, como uma constante mudança cultural, ou seja, um
processo dialético entre continuidade e
mudança. Dessa maneira, a mudança não
deve ser entendida apenas a partir de uma
visão sincrônica, a-histórica, como queria
Radcliffe-Brown (en Creswell 1996). Para
Sahlins (1989), o evento em si não causa
ruptura, há transformação de elementos que
vão sendo reestruturados; a inovação é um
processo que vai sendo construído ao poucos.
Se a mudança é um processo, tanto seus
limites temporais, quanto espaciais, nem sempre
são tão claros quanto nós pesquisadores
poderíamos desejar. Resta-nos, portanto, entender como, quando e onde, nos sistemas tecnológicos podemos perceber e decifrar essas
mudanças. Variações no sistema tecnológico
podem ocorrer a partir, por exemplo, de
inovações situacionais através da
experimentação, ou até no processo de
aprendizagem (Schiffer e Skibo 1992,1997;
Ingold 2001). Para alguns autores, certas etapas são mais suscetíveis a mudanças do que
outras (Creswell 1996). Nesse sentido, tornase importante saber quais etapas possibilitam
um teste diferenciado, uma inovação.
O conhecimento tecnológico foi visto por
Laudan (en Creswell 1996) como uma «piscina» finita, na qual os elementos não são
72
acumulados infinitamente, mas sim, re-agrupados e perdidos. Tal abordagem representou
uma crítica à visão progressista processualista/
funcionalista, que via a mudança tecnológica
através de uma perspectiva de crescente
desenvolvimento tecnológico. Como vimos, a
mudança pode se dar não apenas como resultado de rupturas abruptas, mas principalmente como um processo, no qual coexistem
novas e velhas tecnologias. Em um sistema
tecnológico, ela é construída através de diversas mudanças nas escolhas, o que acontece concomitantemente a certas
permanências. Para Schiffer e Skibo
(1992,1997) as mudanças são fenômenos de
longa duração, já que precisam passar pelo
processo de invenção-comercializaçãoadoção (inovação). Em uma escala mais
ampla, a mudança de sistemas tecnológicos
pode ser vista da mesma maneira. Tal argumento é denominado pelos autores como
«competição entre sistemas», sendo a
mudança seu resultado. Para esse autor,
devemos buscar entender as mudanças a
partir das características de performance.
Schiffer e Skibo (1992,1997) utilizam-se da
mesma abordagem para compreender as
mudanças nos sistemas tecnológicos e a
variabilidade artefatual. Enquanto o objeto está
inserido num contexto sistêmico ele está mudando. A mudança é parte integrante da
história de vida e cadeia comportamental
(produção-uso-descarte) dos artefatos. .
Alguns autores, como Bassala, transitam
entre diversas teorias, conjugando a noção
de tecnologia como construção social aos
pressupostos evolucionistas. Utilizando-se da
idéia de evolução como trajetória e não como
mecanismo explicativo, Bassala (1996) critica o uso da biologia evolutiva para explicar
as mudanças tecnológicas, afirmando que o
desenvolvimento tecnológico ocorre sobre
atributos mecânicos já existentes. Tal
definição vai, até certo ponto, ao encontro
da definição evolucionista das invenções, na
qual essas seriam construções a partir de
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):62-83, 2007
tecnologias previamente existentes,
submetidas a novas aplicações e
preenchendo necessidades imediatas. No
entanto, Bassala se diferencia de tal
abordagem, ao chamar atenção para a
tendência implicitamente progressista da
mudança nessa perspectiva, assim como no
caráter uniforme das necessidades históricas. Em sua proposta, o meio passa a exercer
um papel limitante nas escolhas, mas não
determina as mudanças (Bassala 1996). A
razão das escolhas daqueles atributos específicos seriam para o autor conseqüência de
necessidades culturais que, por sua vez,
devem ser definidas contextualmente.
Como na perspectiva apresentada acima,
a invenção se dá a partir da combinação de
vários elementos previamente existentes,
assumindo a mudança um aspecto
cumulativo. A inovação (definida como
incorporação da invenção) se manteria, nessa
perspectiva, por diversos fatores sociais, ideológicos e econômicos. Tal postura difere dos
evolucionistas, para quem a invenção pode
ser aleatória e a inovação deve-se a fatores
de feedback positivo, sempre relacionado às
necessidades básicas, numa visão mais
restrita do que aquela adotada por Bassala.
Apesar da grande pluralidade de formas
que o conceito de tecnologia foi utilizado nos
mais diversos contextos, podemos perceber
uma polarização dos fundamentos empregados
entre o que poderíamos chamar de «resposta
adaptativa» e «construção social». Nesse artigo
reforçamos a importância da diversidade de
aspectos que influenciam as escolhas efetuadas
pelos artesãos ao longo do ciclo de vida do
artefato. Mais do que isso, ressaltamos que a
relação entre a técnica, conjunto técnico e sistema tecnológico inferidos a partir da
observação de atributos e análise contextual e
as demais esferas da sociedade deve estar
constantemente presente durante nossas
análises. Todos esses aspectos devem ser pensados na definição do recorte a ser adotado no
estudo da variabilidade artefatual de um deterJuliana Salles Machado
minado contexto para podermos inferir significados. Mais especificamente na Arqueologia
brasileira, é a percepção do papel dos
pesquisadores em uma construção contínua e
reflexiva das chamadas fases e tradições que
marcam nossa disciplina .
Introduzindo a discussão no cenário
brasileiro
Historicamente, as tradições definidas no contexto arqueológico brasileiro baseavam-se
numa associação direta entre variabilidade
formal e grupo étnico. As tradições pautavamse então numa associação direta entre conjunto artefatual, entendido através da noção
de estilo como forma adjunta, e fronteiras
étnicas. Acreditamos que tal abordagem seja
restritiva, ao entender variabilidade formal
através da noção que caberia melhor na de
contorno formal. Outro ponto de crítica é a
associação direta entre conjuntos artefatuais
e fronteiras étnicas. Embora os conjuntos
artefatuais possam remeter a um povo eles
não necessariamente são indicativo de
fronteiras étnicas como podemos ver a partir
de inúmeros exemplos etnográficos.
Nos parece importante rever as categorias
analíticas que definiram as tradições buscando
entender o que elas significam e se ainda
possuem algum valor explicativo. Tais nomenclaturas não precisam ser esquecidas, mas sim
melhor qualificadas. Para tanto é fundamental
contextualizarmos os conjuntos artefatuais
através de abordagens inter- e intra-sítio, aumentando o leque de hipóteses interpretativas
utilizadas na sua compreensão. Através de tal
revisão devemos lapidar os grandes modelos
explicativos a partir de visões mais
particularistas, qualificando melhor o modo de
vida e entendendo a relação entre variabilidade
formal e grupos culturais e/ou sociais.
A partir das discussões teóricometodológicas em pauta, pretendemos
compreender como os conceitos utilizados na
classificação da cerâmica da Amazônia foram
73
criados e aplicados. As categorias analíticas
criadas na maior parte na década de 1960 na
vigência do Programa Nacional de Pesquisa Arqueológica (PRONAPA)1 e sua «filial» amazônica, o Programa Nacional de
Pesquisa Arqueológica na Bacia
Amazônica (PRONAPABA)2 foram e são
até hoje amplamente utilizadas na Arqueologia
amazônica, fundamentando os principais modelos interpretativos para a ocupação pré-colonial da região. Apesar de tal metodologia já
ter sido intensamente criticada ao longo de
toda a década de 1990 até os dias de hoje,
suas propostas estão arraigadas na
arqueologia brasileira e se confundem com
outras abordagens atualmente em voga. Não
é nosso intuito aqui desconstruir tão importante arcabouço teórico-metodológico da
arqueologia brasileira, mas sim refletir sobre
os conceitos que as fundamentam, como tais
categorias restringem nosso olhar como
pesquisadores e até que ponto elas permitem
que compreendamos as sociedades que pretendemos estudar.
Nesse artigo propomos que a noção de
tecnologia imbuída na maior parte das
classificações e análises cerâmicas utilizadas
na Amazônia (Hilbert 1968; Meggers e Evans
1970), é extremamente restritiva, não contemplando o dinamismo das atividades e significados que geraram esse vestígio. Tendo em
vista que esse conceito é de fundamental
importância para atribuição de significado à
cultura material e que o processo produtivo
dos artefatos é em si significativo, discutiremos como esse conceito vem sendo tratado
por outros autores e contextos arqueológicos
e etnográficos em diversas partes do mundo.
A classificação cerâmica na
Amazônia: (re)pensando os modelos
O estudo das sociedades a partir de sua cultura material é, por excelência, o foco de
interesse da disciplina arqueológica. Longe de
ser uma tarefa fácil, a Arqueologia vem ao
74
longo dos anos construindo quadros
interpretativos e metodológicos para dar conta
de tamanha variabilidade artefatual. No Brasil, essa busca por formas de compreensão
dos vestígios do passado fez-se, após os anos
50, distante, até certo ponto, das discussões
antropológicas e, excetuando-se alguns
poucos trabalhos pontuais, a arqueologia
brasileira preocupou-se em criar categorias
de análise que dessem conta da variabilidade
dos contornos formais dos conjuntos
artefatuais encontrados. Assim, baseando-se
principalmente em critérios morfológicos, os
pesquisadores passaram a associar os
vestígios encontrados a tais tipologias. Esse
procedimento, amplamente difundido no Brasil
ao longo dos anos 1950 e 1960 através do
PRONAPA, baseava-se na descrição dos
objetos acabados, buscando mapear sua
permanência no tempo e no espaço, e as técnicas, nessa abordagem, eram vistas a partir
de uma perspectiva descritiva, não sendo importante serem analisadas por si próprias; a
morfologia, ou contorno formal, na verdade,
sempre foi vista como o aspecto mais importante. Dessa forma, a morfologia (definida a
partir de alguns critérios selecionados de
análise) e a tipologia (criada a partir da
descrição morfológica) foram as bases que
sustentaram a geração de conhecimento a
1 O Programa Nacional de Pesquisas Arqueológicas foi um programa de levantamento extensivo do patrimônio arqueológico ao longo
de todo o território brasileiro, coordenado por
Betty Meggers e Clifford Evans entre as décadas de 1960 e 1970. Esse programa, apesar
de muito criticado atualmente, estabeleceu as
bases empíricas de toda a pesquisa atualmente
realizada no Brasil.
2 O Programa Nacional de Pesquisa Arqueológica da Bacia Amazônica foi um
desmembramento do PRONAPA para a região
Amazônica realizado nas décadas de 1960 e
1970, tendo Paul Hilbert e Simões seus maiores
colaboradores para o levantamento arqueológico da região.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):62-83, 2007
respeito da cultura material ao longo dos anos.
Nesse contexto, poucos trabalhos enfocavam
o processo produtivo em si, usos e descartes
dos objetos, como algo significativo.
O embasamento dos modelos teóricos
para a ocupação pré-colonial da região da
Amazônia até o momento não difere desse
quadro geral. A sistematização das formas
de classificação da cultura material assumiu
características extremamente tipológicas,
enfatizando a morfologia e elegendo fósseisguia, por vezes com significados duvidosos.
Dois métodos destacam-se na análise da
cerâmica arqueológica encontrada na região:
a seriação e a análise modal. O método da
seriação empregado por Meggers e Evans
(1970) representava uma adaptação do método quantitativo proposto por Ford (1962),
associado a conceitos advindos principalmente da biologia. O objetivo da metodologia
empregada era sistematizar a classificação
e utilização de nomenclaturas na disciplina
arqueológica brasileira, a fim de possibilitar
um entendimento mais amplo do cenário précolonial através de comparações interregionais. Bastante conhecida e até hoje utilizada nos trabalhos arqueológicos, a seriação
está baseada no estabelecimento de tipos
cerâmicos formados através de agregados
de atributos que organizam no tempo e no
espaço os fragmentos coletados. Os tipos
cerâmicos estabelecidos são considerados
como reflexos de padrões comportamentais,
passando, portanto, a possuir significado histórico. Através da criação desses tipos e de
seu mapeamento no tempo e no espaço por
inúmeras curvas de freqüência, estabeleciase uma história cultural da região; conceito
semelhante ao de «área cultural» utilizado
na antropologia. No entanto, apesar de a
metodologia inicialmente proposta contemplar a observação de atributos diversos, como
contorno formal, espessura, antiplástico e
aspectos decorativos, na Amazônia e, em
algumas outras regiões brasileiras, a
metodologia empregada de fato passou a
Juliana Salles Machado
contemplar apenas um atributo tido como
diagnóstico cultural, o antiplástico. Tal
abordagem era chamada de classificação por
gênero, e teve grandes conseqüências para
a tipologia estabelecida para a região.
A outra metodologia de análise cerâmica
adotada na região amazônica foi a análise
modal. Criada por Irving Rouse, em 1953
(ver também Rouse 1955), essa forma de
análise foi utilizada na Amazônia Peruana
por Lathrap (1970) e, por Waren Deboer e
Lathrap (1979), no Equador. Sua menção é
bastante importante por representar o principal contraponto à metodologia difundida
pelo PRONAPABA (Meggers 1996), já que
essa análise está pautada numa classificação
estrutural, utilizando-se dos princípios da lingüística descritiva e da etnologia. Distinta da
seriação, que utiliza os fragmentos cerâmicos
como unidades de análise, essa abordagem
considera os fragmentos como partes de
potes inteiros, buscando compreender os
modos, tidos como as unidades mínimas de
significado, e suas formas de interação. Os
modos são um conjunto de regras que
estruturam a composição final do pote. Essa
abordagem é feita em duas etapas tidas
como dois sistemas estruturais distintos: o
processo de fabricação dos potes e sua
decoração. No primeiro, observam-se atributos como argila, tempero e queima, que
são subordinados aos modos formais; no
segundo, busca-se entender a composição
da decoração, através de recorrências nas
associações das partes (elementos)
constituintes dos motivos.
Ambas abordagens, no entanto, ao
priorizarem as características morfológicas
dos artefatos, adotavam implicitamente uma
visão restritiva do conceito de tecnologia, que
se tornou tão arraigada que, num prazo relativamente curto, dissociou-a de qualquer forma de expressão social. Dessa forma a técnica e, por conseguinte, a tecnologia,
passaram a ser vistas como um
funcionamento puramente mecânico, opondo75
se à própria origem do termo (Ingold 2001).
O esvaziamento de qualquer significação
social do conceito de tecnologia reforçava,
por sua vez, a já tradicional abordagem
morfológica dos artefatos. De todo modo,
apesar da aparente dissociação entre a
utilização prática do termo «tecnologia», na
Arqueologia brasileira, e sua significação
cultural, as discussões a respeito do papel
da tecnologia nas diferentes culturas
serviram de pano de fundo para muitas
correntes teóricas tanto da Antropologia
como da Arqueologia em geral.
Análises tecnológicas em prática:
exemplos amazônicos
Poucos foram os estudos que visaram
discorrer sobre tecnologia cerâmica na
Amazônia a partir de uma noção mais
abrangente desse conceito. Conforme mencionamos, a maior parte das pesquisas na
região está voltada para questões de padrão
de assentamento e cronologia das ocupações
e apesar de concordar com a importância
de redefinirmos os conceitos utilizados para
as chamadas «Análises Tecnológicas», essa
discussão ficou até o momento em segundo
plano. No entanto, tendo em vista que os
artefatos cerâmicos compõem a imensa
maioria do arcabouço empírico para a
construção de quadros interpretativos, não
incorporar novos conceitos de tecnologia ou
não discutir o fundamento das noções utilizadas acarreta na incorporação das bases
teórico-metodológicas que as sustentam.
Mais do que isso, consciente ou inconscientemente, a utilização de categorias
classificatórias fundamentadas em uma visão
restritiva de tecnologia e cultura, acaba por
restringir as próprias questões a serem abordadas na pesquisa. Segundo Dobres
(2000:99), a dissociação entre a parte física
dos objetos e seus significados não permite
a compreensão todo, pois a essência do objeto está em como ele se torna e não
76
simplesmente na sua existência como um
resultado final. Ao utilizar uma visão estática dos objetos para caracterizar seus
assentamentos e dividir suas escalas
cronológicas, perdemos o principal: o significado dos contextos estudados.
Atualmente no contexto da Amazônia
brasileira podemos apontar a etnoarqueologia
e os estudos de processos de formação como
algumas das abordagens que vem sendo utilizadas para lidar com a questão da tecnologia
como construção social. No primeiro caso,
podemos citar o trabalho de Silva (2000) entre
osAssurini do Xingu. O trabalho da autora entre
esse grupo indígena teve como ênfase o
mapeamento do ciclo de vida dos artefatos
cerâmicos na aldeia desde a obtenção da
matéria-prima até o seu descarte, incluindo
reciclagens e reutilizações. Tal registro
etnoarqueológico consiste em uma referência
importante para a discussão arqueológica, uma
vez que expõe um repertório de escolhas
culturais complexos, entremeado tanto por
razões que podemos considerar como práticas
(relacionados a performances dos artefatos),
como simbólicas, sem que possamos dissociar
umas das outras. Ao mesmo tempo iluminando comportamentos e razões facilmente
atribuíveis a outros contextos etnográficos e
arqueológicos, a pesquisa demonstra o caráter
indissociável e único de cada sistema tecnológico, reforçando a visão de que a tecnologia
deve ser entendida como um todo socialmente
construído – prática e significado tecendo conjuntamente todas as ações.
Tal ênfase em ampliar o leque de
possibilidades interpretativas para o registro
arqueológico pode ser visto também na pesquisa em andamento na foz do rio Amazonas,
na ilha Caviana, estado do Pará, entre comunidades ribeirinhas (Machado 2006a, 2006b).
Essa pesquisa está pautada numa interface
entre a etnohistória, etnoarqueologia e a
arqueologia e vêm mapeando questões como
memória, paisagem e tecnologia entre comunidades amazônicas,Ainda que preliminarmen-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):62-83, 2007
te a pesquisa aponta, até o momento, para a
importância da estreita correlação entre razões
«práticas» e «simbólicas» e a importância de
compreendermos o conjunto artefatual como
um todo em si significativo.
Dentre os estudos relacionados a processos
de formação na Amazônia brasileira, podemos
citar o exemplo do sítio Hatahara, localizado
na Amazônia Central (Neves 2000; Machado
2005b).Aprincípio essa pesquisa esteve voltada
para compreender o processo de construção
de montículos artificiais presentes no sítio. No
entanto, a complexidade de composição e
disposição das camadas estratigráficas levou
à necessidade de um mapeamento do ciclo de
vida artefatual a fim de compreender a
variedade de significados associados a determinados contextos (Machado 2005a, 2005b).
Citaremos esse estudo de caso na Amazônia
central, no qual a adoção de uma perspectiva
mais dinâmica de tecnologia, acompanhada por
noções como a teoria do design e o
mapeamento das características de performance artefatual, levaram a conclusões no mínimo
interessantes para repensarmos a metodologia
tradicional que vem sendo empregada.
Delimitando o problema de pesquisa
A coleção cerâmica a que iremos nos remeter
é oriunda do sítio Hatahara localizado na
margem esquerda do rio Solimões, Estado do
Amazonas (Neves 2000; Machado 2005b). O
problema de pesquisa a ser investigado,
consistia na compreensão dos processos de
formação de montículos artificiais. Esses montículos consistiam em estruturas artificialmente
construídas com sobreposição de camadas de
fragmentos cerâmicos com terra preta
antropogênica (Machado 2005b).
A realização desse trabalho foi dividida em
duas etapas, que podemos entender como dois
níveis de significação distintos: de um lado uma
abordagem que chamamos de tradicional e, de
outro, uma tentativa de aplicação da antropologia
da tecnologia. A adoção de ambas abordagens
Juliana Salles Machado
demonstra um interesse em combinar formas
de análises distintas, a fim de explorar seus
potenciais interpretativos que, a meu ver,
oferecem soluções distintas. Dessa maneira, procuramos num primeiro momento compreender
a composição estratigráfica da estrutura artificial com vistas a definir camadas
cronologicamente e quantitativamente distintas.
Nessa etapa foram utilizadas as fases regionais
para caracterizarmos e quantificarmos, de
maneira genérica, as camadas estratigráficas e
a relação dessas com os distintos momentos de
formação daquele depósito.
A partir, portanto, da pesagem e
quantificação de todos os fragmentos
cerâmicos por nível artificial de 10cm e da
identificação de uma amostragem de vestígios
por nível através de parâmetros como a forma
(contorno formal), o tempero (antiplástico)
e a decoração (intervenções superficiais
plásticas ou pintadas), foram definidas as
camadas construtivas. Tal procedimento foi
importante para diferenciação dos momentos
construtivos e percepção da diferença entre
eles. A partir de então pudemos definir três
camadas de ocupação: uma anterior ao montículo, uma correspondente ao montículo em si
e outra relacionada à ocupação posterior. Com
essa abordagem, pudemos ainda diferenciar
momentos distintos da ocupação intermediária,
distinguindo as camadas construtivas das camadas de ocupação.
A identificação e quantificação das fases
e tradições regionais por camada artificial a
partir de critérios como contorno formal,
antiplástico e decoração nos apontaram
mudanças nos conjuntos artefatuais entre as
camadas, dividindo-as em três eventos relacionados às chamadas fases Manacapuru,
Paredão e Guarita (Meggers e Evans 1970;
Neves 2000; Machado 2005b). No entanto, a
matriz na qual os vestígios estavam inseridos
não apresentava sobreposições claras (com
exceção da ocupação mais antiga) para que
podemos inferir que tais variações artefatuais
estivessem relacionadas à re-ocupações dis77
tintas. Ao contrário o contato entre as distintas camadas era difuso, ocorrendo artefatos
de fases distintas no mesmo nível. Mesmo
contemplando a possibilidade de percolações
entre níveis estratigráficos, a estruturação da
maior parte dos contextos nos apontava para
outras respostas.
A abordagem adotada nos indicou um
arcabouço empírico inicial para delimitarmos
questões cruciais de crono-estratigrafia, no
entanto, pouco pudemos entender acerca dos
significados dos contornos deste quadro. Isto
é, qual a relação entre as distintas «fases»
nesse contexto específico? Qual era o papel
dessas cerâmicas nesse contexto? Tratavase de um mesmo contexto mantido ao longo
do tempo? Essas, entre inúmeras outras
perguntas, ficavam sem respostas.
Buscando alternativas para melhor
compreender tais questões, adotamos uma
abordagem que contemplasse o significado
da cerâmica como produto social. Para tanto,
partimos do pressuposto que todo o processo
de produção, circulação, uso e descarte da
cerâmica era imbuído de significado e através
do mapeamento das escolhas efetuadas ao
longo do ciclo de vida do artefato poderíamos
delimitar melhor seu papel na sociedade
estudada. Para a implementação dessa
abordagem foi selecionada uma amostra de
fragmentos cerâmicos de todas as camadas
de formação do depósito para aplicarmos uma
análise mais pormenorizada. Selecionamos
atributos relacionados a toda cadeia operatória
de produção dos artefatos, assim como
observação qualitativa de marcas de uso e
reciclagem. Para a interpretação desses dados foi realizada uma tabela de correlatos físico-químicos relacionados a escolhas observadas ao longo do processo produtivo.
Tal abordagem visava explorar, ainda que
de forma preliminar, as possíveis mudanças
nos processos de manufatura do material
cerâmica, que pudesse refletir a diversidade
de escolhas tecnológicas relacionadas a cada
momento de ocupação do sítio. Tais questões
78
se mostraram importantes para entendermos
a relação entre os diferentes momentos de
ocupação desse sítio arqueológico, esses
próprios caracterizados, em grande parte,
através de vestígios cerâmicos.
Os resultados obtidos
O detalhamento dos procedimentos e
interpretações efetuadas ao longo de toda
análise das coleções cerâmicas oriundas do
montículo I do sítio Hatahara pode ser encontrado em Machado (2005a, 2005b). Sintetizaremos aqui apenas algumas conclusões
obtidas a partir da abordagem adotada:
1. O antiplástico em si não deve ser utilizado como marcador cultural a
priori/ o mapeamento das
correlações entre atributos da
seqüência de manufatura. A
variedade de combinações de
antiplásticos utilizados nas produções
cerâmicas analisadas e sua presença
nas fases tradicionalmente utilizadas indica a não correlação entre esses e as
categorias definidoras de «distintas
ocupações». Os resultados obtidos não
descartam a importância do antiplástico
como indicador de conjuntos específicos de vestígios cerâmicos, ao contrário
pudemos observar uma forte correlação
argila – antiplástico – manufatura –
decoração. Tal correlação apontou a
seqüências rígidas de produção
(«receitas de bolo») relacionadas a determinados conjuntos artefatuais específicos. Ao passo que outros conjuntos
apresentaram uma maior flexibilidade
de produção, apresentando associações
variadas entre os elementos.
2. O porquê da seqüência – as escolhas
prioritárias. Após a delimitação de
conjuntos que denominamos
provisoriamente de especializados
(aqueles com padrões rígidos de
manufatura) e não especializados
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):62-83, 2007
(aqueles com combinação flexível de
elementos de composição), buscamos
o porque de tal distinção. Para tanto
comparamos as respostas físico-químicas das escolhas de manufatura (performance dos artefatos para determinadas funções como: desempenho térmico para exposição continuada ao fogo,
desempenho de impacto, desempenho
de plasticidade, etc.) em função das
matérias-primas disponíveis na região.
O resultado obtido corrobora a divisão
de conjuntos «especializados» e não especializados», de acordo com esse, «a
análise tecnológica realizada a partir dos
vestígios cerâmicos constatou a
presença de formas de especialização
na produção do repertório artefatual
associado a um período de ocupação
do sítio. Tal inferência é decorrente de
uma priorização de escolhas tecnológicas relacionadas ao aumento da vida
útil do artefato e maior liberdade na
produção do contorno formal, em detrimento de uma melhor performance de
aquecimento e resistência ao choque
térmico, possíveis indicadores de uma
preocupação na elaboração de potes que
não vão ao fogo. Tais evidências foram
entendidas como reflexos de uma
priorização estética no repertório
artefatual analisado, principalmente ligada à possibilidade de manufatura de
curvas acentuadas nas paredes dos
potes» (Machado 2005a).
3. (Re)compondo o contexto arqueológico – o ciclo de vida artefatual.
Os dados obtidos representam, em grande parte, escolhas relacionadas ao
processo de manufatura, no entanto, a
utilização desses artefatos durante o
cotidiano dos grupos, suas reutilizações
e reciclagens até o seu descarte, tanto
o modificam fisicamente como
modificam e agregam significados
culturais. Portanto os resultados obtidos
Juliana Salles Machado
na primeira etapa de análise foram agora observados conjuntamente com os
dados dos processos de formação da
matriz (os montículos artificiais) e no sítio
como um todo. Distintas priorizações de
performance associadas a conjuntos
específicos estavam relacionadas à
pacotes estratigráficos distintos, portanto,
com o repertório artefatual melhor definido pudemos distinguir melhor o que
representavam os momentos de
construção do montículo: relação entre
espaços de habitação, enterramento e
construção de aterros artificiais. A razão
das escolhas de determinados conjuntos artefatuais (atribuída à priorizações
estéticas e não práticas) foi atribuída
também ao próprio processo de
formação dos montículos artificiais (aparentemente dissociados dos contextos
funerários) e da composição da
paisagem do sítio (disposição dos montículos artificiais em todo o sítio).
Da tecnologia ao contexto
arqueológico: uma interpretação do
sítio Hatahara
Conforme detalhado em Machado (2005b)
o processo construtivo do montículo pode ter
se dado através de uma série de atividades
dinâmicas de construção e manutenção. No
entanto, as datações obtidas balizam o (s)
episódio (s) de construção em um intervalo
relativamente curto de tempo. Apesar da
necessidade de alguma forma de
organização do trabalho para o planejamento
e construção dessas estruturas no sítio, não
foram encontrados indícios claros de fatores
coercitivos no processo de construção. No
entanto, a análise tecnológica realizada a
partir dos vestígios cerâmicos constatou a
presença de formas de especialização na
produção do repertório artefatual associado
a esse período de ocupação do sítio. Tal
inferência é decorrente de uma priorização
79
de escolhas tecnológicas relacionadas ao
aumento da vida útil do artefato e maior
liberdade na produção do contorno formal,
em detrimento de uma melhor performance
de aquecimento e resistência ao choque térmico, possíveis indicadores de uma
preocupação na elaboração de potes que não
vão ao fogo. Tais evidências foram entendidas como reflexos de uma priorização estética no repertório artefatual analisado, principalmente ligada à possibilidade de
manufatura de curvas acentuadas nas paredes dos potes.
Ainda segundo Machado (2005b)
teríamos, portanto, uma associação de
fatores que parecem refletir formas de manejo da paisagem, especialização cerâmica,
distribuição diferencial dos fragmentos decorados no espaço interno do sítio, formas
de ocupação «ostensivas» do espaço interno do sítio e padrões funerários que também
poderíamos chamar de ostensivos (montículos artificiais). Tais indicadores parecem
apontar para uma repetida valorização de
fatores de diferenciação estética, o que
poderíamos associar ao conceito de
monumentalidade. Historicamente tal
conceito está atrelado à especialização do
trabalho, que por sua vez, evidenciaria o controle dos recursos e da mão-de-obra, indicador direto de organizações centralizadas e
hierárquicas. Apesar da aparente ausência
de controle da mão-de-obra e dos recursos,
as evidências de especialização da produção
dos artefatos cerâmicos aqui apontadas, nos
remetem a heterogeneidade de funções
sociais envolvidas nesse processo, ampliando as discussões no cenário regional acerca
do acirramento da desigualdade social e
institucionalização de hierarquias.
Agradecimentos
Agradeço a todos que de alguma forma
contribuíram para a realização desse trabalho,
particularmente Eduardo Góes Neves, Lucas
Bueno e Fabíola Silva. Agradeço à FAPESP
pelo financiamento da pesquisa.
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ARQUEOLOGÍA SURAMERICANA/ARQUEOLOGIA SUL-AMERICANA 3,1, enero/janeiro 2007
APORTE DEL MÉTODO CRÁNEO-FUNCIONAL A LA
DISCUSIÓN DEL MODELO MIGRACIÓN-REEMPLAZO
SOBRE POBLAMIENTO HUMANO MODERNO
Héctor M. Pucciarelli
Universidad Nacional de La Plata-CONICET
El modelo migración-reemplazo (MMR) empleado en la teoría de expansión y asentamiento humano fuera de África se pone a prueba en este artículo usando varias técnicas mutivariadas, prestando
atención especial a la relación Sapiens-Neandertal y sus diferencias. Se emplearon 103 cráneos del
mesolítico (Teviec) y neolítico (Sebazac, Orrouy, Homme Mort) de Europa, del paleolìtico del norte
de África (Taforalt, Afalou) y Arcaicos y Paleoamericanos de Brasil (Lagoa Santa) y México (Tlatilco
y Valley), lo mismo que moldes confiables de Homo habilis, Homo erectus, Homo neanderthalensis
y Homo sapiens fossilis (ca. 30Ka) de Europa, Asia y África. Los cráneos y moldes fueron medidos de
la misma manera, de acuerdo con el método cráneo-funcional. Mientras el agrupamiento construido con los resultados canónicos mostró discontinuidad entre ambas formas fósiles el que se construyó con los factores del Análisis de Componentes Principales (ACP) sugiere relaciones cercanas
entre ellos. Esta misma tesis fue alcanzada con las distancias Mahalanobis D2 que indican una
posición intermedia Neandertal-Sapiens con respecto a las distancias mostradas por H.sapiens y
cada uno de los grupos restantes. Los craniogramas de los Neandertales mostraron que pocos
componentes se diferenciaron del H. sapiens, rechazando la hipótesis de discontinuidad entre
Neandertales y Homo sapiens anatómicamente modernos. Se concluye que el MMR tiene que ser
matizado para incluir mecanismos evolutivos distintos de la migración y el reemplazo como derivada genética, miscegenación, adaptación y convergencia evolutiva.
Neste artigo se coloca a prova o modelo Migração-Substituição (MMS) - empregado na teoria da
expansão e ocupação humana «Fora da África» – usando técnicas multivariadas e prestando
atenção especial às relações e diferenças entre Sapiens e Neanderthais. Cento e três crânios
mesolíticos (Teviec) e neolíticos europeus (Sebazac, Orrouy, Homme Mort), paleolíticos do norte
da África (Taforalt, Afalou) e arcaicos e paleo-americanos do Brasil (Lagoa Santa) e México
(Tlatilco e Valle) e moldes confiáveis de Homo habilis, Homo erectus, Homo neanderthalensis e
Homo sapiens fossilis (ca. 30Ka) da Europa, Ásia e África foram medidos da mesma maneira, de
acordo com o método crânio-funcional. Enquanto os grupos feitos com os resultados canônicos
mostram descontinuidade entre as duas formas fósseis, o grupo obtido com os fatores da Análise
de Componentes Principais (ACP) sugere relações próximas entre eles; esta última tese se mantém
com as distâncias D2 de Mahalanobis que indicam uma posição intermediária NeanderthalSapiens em relação às distâncias encontradas para H. Sapiens e para cada um dos grupos
restantes. Os craniogramas dos Neanderthais mostram que poucos componentes se diferenciam
do H. sapiens, rechaçando a hipótese de descontinuidade entre Neanderthais y Homo sapiens
anatomicamente modernos. O artigo conclui que o modelo deve ser suavizado, incluindo mecanismos evolutivos distintos de migração e substituição como deriva genética, miscigenação,
adaptação e convergência evolutiva.
In this paper, the Migration-Replacement model (MRm) -employed in the «Out of Africa» human
expansion and settlement theory- was tested by several multivariate techniques. Special attention
was focused on the Sapiens-Neanderthal relationships, and their differences. One hundred and three
European mesolithic (Teviec), and neolithic (Sebazac, Orrouy, Homme Mort); North African
Paleolithic (Taforalt, Afalou), and Archaics and Palaeoamericans from Brazil (Lagoa Santa) and
Mexico (Tlatilco and Valley) skulls were employed, as well as reliable casts belonging to Homo
habilis, Homo erectus, Homo neanderthalensis and Homo sapiens fossilis (ca. 30Kyr) from Europe,
Asia, and Africa. All crania and casts were measured in the same way, according to the functional
cranial method. While the cluster built with the canonical scores showed discontinuity between both
fossil forms, the one built with the factors of the Principal Component Analysis (PCA) suggested
close relationships between them. The last thesis was held by the Mahalanobis D2 distances, which
indicated an intermediate Neanderthal-Sapiens position with respect to the distances shown by
H.sapiens and each one of the remaining groups. The Neanderthal craniograms showed that few
components were actually differentiated from H. sapiens, rejecting the hypothesis of discontinuity
between Neanderthals and anatomically modern Homo sapiens. It was concluded that the MRm has
to be made smoothed including evolutive mechanisms apart from migration-replacement ones, such
as genetic drift, miscegenation, adaptation, and evolutive convergence.
Palabras clave: Sapiens, Neandertales, análisis cráneo-funcional / Palavras-chave: Sapiens,
Neanderthais, análise crânio-funcional.
Recibido: octubre 12 , 2005 ; aceptado: agosto 9, 2006 / Recebido: outubro 12 , 2005 ; aceito:
agosto 9, 2006.
Introducción
Se denomina «modelo migración-reemplazo» (MMR) al que involucra una forma extrema de explicar el origen y expansión mundial de Homo sapiens anatómicamente
moderno a partir de un origen único en Africa y sin el aporte de factores evolutivos como
selección, adaptación, deriva y flujo génico.
Esta teoría tiene fuerte apoyo genético y una
fuerte base circunstancial en la distribución
de los fósiles de Homo sapiens arcaico. En
ella se reconocen tres componentes (Stringer
1993): (a) origen puntual; (b) patrón de reemplazo total; y (c) mecanismo de dispersión a través del mundo, hace 120Ka o más
(Lahr y Foley 1994, 1998). El MMR ha sido
aplicado, además, para dar cuenta de procesos de nivel continental como el
poblamiento americano en el que, excepto
el modelo propuesto por Neves y Pucciarelli
(1989, 1991), se propone que la casi totalidad de América fue poblada por sucesivas
oleadas migratorias, morfológicamente
distinguibles entre sí y relacionadas sólo por
Héctor M. Pucciarelli
procesos ocasionales de flujo génico. También se empleó el MMR para explicar la diversidad en áreas específicas como el
Epipaleolítico norafricano donde Ferembach
(1986) distinguió a las poblaciones antiguas
Iberomaurusianas de origen europeo de los
Capsianos procedentes de Oriente medio y
superpuestos a los primeros. También fue
aplicado este modelo en la región ecotonal
pampeana argentina mediante agudos trabajos que evidenciarían la llegada de grupos
norpatagónicos hacia el holoceno superior
(Barrientos y Pérez 2002, 2005).
Si bien la intervención del MMR en la
evolución de Homo sapiens anatómicamente moderno resulta probable parece difícil pensar que consistió en la exacerbación repentina de un sólo grupo africano,
aunque esto parece estar apoyado por hechos circunstanciales, sobre todo basados en
registros fósiles. Son circunstanciales porque un sólo descubrimiento de mayor antigüedad realizado en cualquier parte del Viejo Mundo puede alterar substancialmente su
contenido. Pese a todo, los humanos
85
anatómicamente modernos parecen estar
tempranamente representados por los fósiles de Omo1 y Omo2 en Kibish (sur de Etiopía) con 100-130Ka, en Klasies River mouth
y en Border Cave (ambos en Sudáfrica) con
70-120Ka y 100Ka, respectivamente (Lewin
1998; Solomon 2000; Balter 2002), ocupando luego casi la totalidad de las regiones del
Viejo Mundo, siempre acompañado -según
el MMR- con extinción súbita de poblaciones autóctonas sin dar lugar a, por lo menos,
un proceso de flujo génico importante.
Un punto central en la discusión de la
forma cómo trabaja este modelo está contenido en la disputa sobre la presunta discontinuidad evolutiva existente entre
Neandertales y humanos anatómicamente
modernos. Se sabe que ambos coexistieron
durante gran parte de la prehistoria europea
y de oriente medio (Bräuer 1991; Hublin et
al.1996; Lewin 1998; Balter 2002; Viegas
2004). Los restos de humanos
anatómicamente modernos, como los de
Stetten1 (Baden-Würtemberg), suceden, inmediatamente, a los Neandertales tardíos de
Saint Cesare (Dordoña). La coexistencia
debe haber perdurado durante varios
milenios, como demuestra el descubrimiento de Hahnöfersand, en Alemania del Norte
(Bräuer 1981), presumiblemente hasta hace
unos 30Ka. La base morfológica central para
considerar que se trató de dos grupos independientes es el conjunto de caracteres que
los distinguen. Muchos autores consideran
que los Neandertales presentan caracteres
primitivos respecto de los humanos modernos. Estos últimos ya presentan locomoción
bípeda completa, menor robustez esquelética
(aunque mayor que la de los homínidos actuales), cráneo corto, alto y redondeado,
basicráneo más angosto, región facial pequeña, mayor desarrollo frontal, región nasal
menos prominente y protrusión mentoniana
significativa (Stringer 1993; Lewin 1998).
Otras características del esqueleto
86
postcraneal reflejarían su adaptación al frío
(Steegman et al. 2002).
Los Neandertales se caracterizan por
presentar caracteres plesiomórficos,
apomórficos y autapomórficos. Entre los
primeros se citan la bóveda craneana, baja y
alargada, prominencias frontales, arco sagital
del parietal alargado, sínfisis mandibular
huyente y consecuente ausencia de prominencia mentoniana. Entre los caracteres
apomórficos se cuentan el aumento de la
capacidad cerebral que, según Trinkaus
(1983), es de 1518cc en promedio; la abertura del ángulo esfeno-occipital; el alargamiento del arco inion-lambda y la reducción
en tamaño de los molares permanentes. Entre los rasgos autapomórficos más importantes se considera la forma subcircular del
cráneo en norma posterior, un desarrollo
neurocraneano importante en plano horizontal
y su estrechamiento transversal a la altura
de los procesos mastoideos. Para Hublin y
Tillier (1991) este conjunto constituye una
combinación única y propia de los
Neandertales. La cara y la mandíbula presentan un complejo de caracteres difícil de
disociar; entre ellos se citan la morfología
redondeada y continua del torus
supraorbitario, generalmente bien
neumatizado; órbitas altas y subcirculares;
maxilar prominente; ausencia de fosa canina; espacio retromolar mandibular basto y
dentición anterior poderosa con arco dental
ensanchado y aplanado en su región frontal.
En otro análisis sobre la morfología
craneana (Lieberman et al. 2000) se halló
que los Neandertales no se adecuan al patrón humano moderno debido a su mayor
amplitud basicraneana en relación al volumen endocraneal y a su marcada proyección occipital, aunque este último rasgo se
debe a un engrosamiento de la tabla externa. Lieberman et al. (2002) concluyen que
los humanos anatómicamente modernos se
distinguen de las formas arcaicas -entre los
que se encuentran los Neandertales- por una
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):84-102, 2007
serie de autapomorfías (globularidad
neurocraneana y retracción facial) originada, probablemente, en la flexión basicraneana
y en el acortamiento facial. Rak et al. (2002)
encontraron importantes diferencias en la
rama mandibular de los Neandertales respecto de otros homínidos. Esto llevó a varios
autores a considerar que los Neandertales
presentan muchos caracteres derivados y
que no tendrían ningún rol en la ancestría de
Homo sapiens. Otros (Harvati et al. 2004;
Wilford 2004) se remiten a estudios
craneométricos que confirmarían la disparidad entre ambas formas.
El estudio de la ontogenia de los
Neandertales parece confirmar su diferenciación respecto de los humanos modernos
pues, según Maureille y Bar (1999), presentan un desarrollo más extendido en la región
facial media. Ramirez Rozzi y Castro (2004)
dedujeron un patrón de crecimiento propio
de los Neandertales sobre la base de su particular desarrollo dentario, consistente en un
acortamiento de ciertos períodos de crecimiento respecto del hombre moderno y aún
menor que el presentado por otros homínidos
fósiles mucho más antiguos como H.
heidelbergensis y H. antecessor. Sin embargo, Thompson y Nelson (2000) ya habían demostrado que el patrón ontogénico
de los Neandertales era intermedio entre el
de Homo erectus y el de los humanos modernos porque se caracterizaba por una trayectoria de crecimiento lento pero con desarrollo dental más avanzado.
La gran similitud morfológica existente
en las poblaciones humanas modernas y su
diferenciación respecto de cualquier otra
especie homínida contribuye a sostener su
origen único (Howells 1973, 1989; Relethford
1994), lo cual es consistente con lo hallado
en análisis genéticos (Relethford 1994). Según Takahata et al. (2001) 90% de las secuencias de ADN estudiadas en Homo
sapiens indica un origen africano del antecesor común más reciente. La variación del
Héctor M. Pucciarelli
ADNmt de los Neandertales cae, según
Krings et al. (1997), fuera de la variación de
los humanos modernos, sugiriendo que aquellos no efectuaron contribución genética alguna. En cambio, Gutierrez et al. (2002)
encontraron superposición de las distribuciones de variación genética. Recientes estudios (Viegas 2004) confirmarían que mientras existen similitudes en el ADN entre poblaciones modernas y los fósiles Cro Magnon
procedentes de cavernas del sur de Italia las
diferencias entre éstos últimos y los
Neandertales (de unos 30Ka de antigüedad)
fue casi total.
Las diferencias de orden genético y
auxológico entre ambos grupos parecen ser
concluyentes pero no ocurre lo mismo con
los análisis morfológico y etológico. Respecto
de esto último existe una interesante controversia sobre si los Neandertales poseían capacidad para mantener la sobrevivencia de
individuos discapacitados o afectados por enfermedades graves. DeGusta (2003) intenta
rebatir una idea promovida por Lebel et al.
(2001) y Lebel y Trinkaus (2002) en cuanto a
que la mandíbula de Aubesier 11 parece mostrar que ese ser habría recibido cuidados que
permitieron su sobrevivencia por un período
de, al menos, 6 meses. Si bien con el solo
resto de Aubesier no se puede garantizar tal
afirmación su eventual corroboración con descubrimientos similares indicaría que el comportamiento de los Neandertales era más
próximo al de los humanos que al de los monos antropomorfos. De todos modos parece
obviarse un hecho fundamental que hecha por
tierra cualquier intento de diferenciación extrema entre Sapiens y Neandertales: la fabricación y empleo sistemático de instrumental
lítico. Esta omisión es explicable desde una
única perspectiva: la presencia de cierto prejuicio en el esfuerzo por separar a los
Neandertales de nosotros mismos. Puedo citar, al respecto, las significativas palabras de
Wilford (2004:1):
87
«En resumen, ¿fueron los ahora extintos
Neandertales de Europa miembros con
pleno derecho de la especie humana moderna, una subespecie o una especie enteramente distinta? La respuesta tiene
implicancias para el ancestro de los europeos modernos: si acaso alguna sangre
Neandertal fluye por sus venas».
El dilema, entonces, no parece centrarse en
la posición taxonómica de los Neandertales
sino la preservación europea de contaminación racial por una especie «inferior», hecho
sólo salvable si se adopta como dogma que
los Neandertales constituyen «una especie
enteramente distinta», a pesar del hecho irrefutable de haberse adaptado culturalmente
al medio, siendo ésta condición «sine qua
non» para diferenciar a los verdaderos humanos del resto de los mamíferos.
Una condición básica que debe cumplir
todo modelo, como el examinado, es la condición de consistencia. Según Lewin (1998) hay
tres líneas de evidencia sobre este tema, las
anatómicas, las genéticas y las arqueológicas
(comportamentales), a las que agrego las
auxológicas y las poblacionales. Cuando se
trata de explicar un mismo evento, los resultados entre estas fuentes de información deben llegar a cierto grado de congruencia; todas las inferencias deben confluir en un conjunto armónico. Si se considera en detalle
pueden observarse pocos rasgos morfológicos
que marquen una diferencia cualitativa entre
Neandertales y humanos modernos. Los rasgos discontínuos, por ejemplo (fosa canina,
foramen mentoniano, etc), son muy pocos.
Tienen mayor peso los rasgos contínuos, los
cuales no tienen significación biológica si se
toman en forma aislada puesto que, a excepción de rasgos como la estatura corporal o la
capacidad craneana, integran componentes
funcionales mayores y, por consecuencia, están directamente ligados entre sí. Un argumento repetidamente esgrimido es la relación
inversa que existe entre el avance de evolución homínida y el incremento en grado de
robustez. Esto parece ser un hecho cierto pero
88
Lieberman (1996) encontró, mediante un estudio experimental, que la robustez corporal
no parece ser un carácter de gran control
genético puesto que un mayor desarrollo podría responder a una mayor actividad física.
También halló, mediante estudios comparativos, que la robustez cortical es muy variable,
siendo que los Neandertales y humanos
anatómicamente modernos no muestran mayor robustez que la vista en poblaciones
holocénicas tempranas.
También fueron esgrimidas diferencias
substanciales de comportamiento industrial
entre ambos grupos. De acuerdo con Lewin
(1998) los Neandertales eran cazadoresrecolectores con técnica lítica Musteriense,
que perduró por unos 60Ka. Luego fue desarrollada la técnica lítica Chatelperroniense
(Cavernas de Chatelperron y Saint Césaire
y sitio de Arcy-sur-Cure, Francia) que corresponde al Paleolítico superior. Pero, siguiendo a Lewin (1998), el Chatelperroniense
sería otra industria Neandertal, producida
cuando coexistían con los seres humanos
modernos en Europa occidental. No se sabe,
en realidad, si el Chatelperroniense fue una
innovación local de los últimos Neandertales
o resultó de una mezcla cultural con los hombres modernos. La técnica Aurignaciense,
en cambio, es considerada como típica de
los humanos modernos. Posee unos 40Ka
de antigüedad y se diferencia del Musteriense
en forma neta. La distribución de los humanos modernos más tempranos a través de
Europa puede correlacionarse con la difusión de ésta industria. Sin embargo, la distribución geográfica de los Neandertales parece haber sido mayor a lo actualmente considerado, dados los descubrimientos realizados en Grecia últimamente (Harvati et al.
2003). Su empuje desde el sur, con simultáneos movimientos hacia el norte del
Chatelperroniense (Leroyer y Leroi-Gourhan
1983), puede ser indicio de los movimientos
poblacionales que ocurrieron con la aparición del hombre moderno.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):84-102, 2007
En el este de Europa los fósiles de Vidija
y Sala parecen mostrar una morfología más
moderna que la presentada por los
Neandertales del oeste. Algo de una moderada robustez o de un prognatismo
mediofacial de los especímenes puede ser
explicado por un pequeño tamaño corporal,
tal vez evolucionando en paralelo con los
humanos modernos. Pero cambios evolutivos locales o flujo génico pueden también
haber contribuido. Estos fósiles dan mejor
soporte para admitir cierta continuidad local
respecto de la aparición de los humanos
anatómicamente modernos. Esta continuidad
también puede ser explicada por la posición
geográfica del área, al punto de haber sido
propuesta por algunos autores como zona
de origen de los humanos modernos. Para
otros la temprana presencia de un
Aurignaciense, aparentemente intrusivo en
Bulgaria antes de 40Ka, puede evidenciar
un origen exótico del proceso.
Hay también fundamentos poblacionales
con los que se pretende apoyar la hipótesis de
discontinuidad entre Neandertal y Sapiens.
Para Harvati (2003) las distancias
morfológicas entre Neandertales y humanos
antiguos y modernos son consistentemente
mayores que las distancias entre poblaciones
humanas recientes y aún mayores que las distancias entre las especies de chimpancé. Además, no fueron halladas fuertes afinidades
entre Neandertales y paleolíticos europeos
tardíos. Concluye que no hay evidencia para
una contribución Neandertal a la evolución
de los europeos modernos. Sin embargo,
Cunningham y Wescott (2002) habían refutado modelos como el empleado por Harvati
por cuanto hallaron en una comparación de
fósiles de la Upper Cave en Zhoukoudian
(UC101, UC102, UC103), que la variación
Pleistocénica intragrupal fue mayor que la
observada en una muestra mundial de poblaciones modernas usada como referencia. Fue
obtenido, además, que los fósiles de la UC no
se ubican dentro de un mismo grupo humano
Héctor M. Pucciarelli
moderno y que cada especimen es -en el espacio multivariado- atípico respecto de su más
cercano vecino moderno. Se concluye que la
homogeneidad intragrupal actual es un fenómeno relativamente reciente y que resulta de
la expansión de una sola población neolítica,
con sus múltiples efectos esperables.
Ackermann (2002) también discute el procedimiento de comparar entre poblaciones de
diferente antigüedad y/o grupo taxonómico
basado en que las poblaciones vivientes son,
a menudo, usadas como análogas de las fósiles mediante la falsa suposición de que ambas varían de una misma manera. Ackermann
examinó la validez de este principio comparando patrones de variación facial entre humanos y monos africanos, apuntando a tres
cuestiones mayores. Primero: ¿es la variación fenotípica similar entre especies estrechamente relacionadas?. Segundo: si es no
similar ¿por qué?. Tercero: ¿es factible usar
especies análogas para modelar propósitos?.
Los resultados muestran que mientras los
hominoideos comparten un patrón similar de
variación facial hay divergencia con los patrones secundarios que corresponden a las
relaciones filogenéticas entre estas especies
debido a que la variación cambia a través
del tiempo y si se deja de contar con esta
divergencia cuando se usan análogos vivientes como «unidades de variación» puede llegarse a interpretar el registro fósil con más
problemas que lo actualmente esperado. En
síntesis, gran parte de la evidencia
antropológica apoya a la hipótesis de origen
único en Sudáfrica para Homo sapiens
anatómicamente moderno pero rechaza
modelos extremos como el de migración reemplazo. La solución estaría en adoptar la
hipótesis de origen único asociada a un modelo que permita considerar factores evolutivos (como flujo génico, deriva génica, selección y adaptación) jugando un rol complementario. Un tema focal es saber si los
hombres de Neandertal pueden haber cumplido algún rol en este modelo mixto.
89
El objeto de este estudio es examinar el
Modelo Migración-Reemplazo a través de
30 mediciones cráneo-funcionales usadas
para efectuar análisis de clusters, distancias
euclidianas y craneogramas de componentes funcionales sobre una secuencia
morfológica que va desde Homo habilis
hasta los seres humanos anatómicamente
modernos. El punto central es determinar si
la comparación cráneo-funcional realizada
entre Neandertales (HN) y humanos
anatómicamente modernos (HAM) presenta una distribución de componentes que concuerde con el modelo predeterminado o si
una derivación HN®HAM de componentes puede ser inferida, permitiendo rechazar
el modelo examinado. El argumento del método consiste en que si ambos grupos poseen diferentes ancestrías inmediatas su
comparación cráneo-funcional será «en mosaico», porque se pondrá de manifiesto una
contrastación de diferentes historias evolutivas. Si, por el contrario, la comparación se
reduce a la transformación sistemática de
un conjunto definido de componentes, que
no difiere en intensidad de la de las comparaciones de sus ancestros podrá inferirse que
se está en presencia de grupos que compartieron una misma historia evolutiva y, por
ende, el pretendido paralelismo evolutivo
entre HN y HAM debe ser sometido a revisión.
Materiales y métodos
Fueron empleados 103 cráneos de poblaciones del mesolitico (Teviec) y del neolítico
(Sebazac, Orrouy, Homme Mort) europeo; del
Paleolítico norafricano (Taforalt, Afalou) y de
paleoamericanos y arcaicos de Brasil (Lagoa
Santa) y México (Tlatilco, Valley) y reproducciones craneanas de alta fidelidad pertenecientes a Homo habilis, Homo erectus,
Homo neanderthalensis y Homo sapiens
fossilis (ca. 30Ka) de Europa, Asia y África.
Todos fueron medidos mediante el método
90
cráneo-funcional, esto es, determinando tres
variables, una longitud, un ancho y una altura
para cada uno de los dos componentes mayores (neurocráneo y face) y ocho componentes menores, cuatro neurocraneanos
(anteroneural, mesoneural, posteroneural y
ótico) y cuatro faciales (óptico, respiratorio,
masticatorio y alveolar). Dichas variables fueron utilizadas, previa estandarización para eliminar los efectos escala y/o tamaño, en forma libre o agrupadas por componentes funcionales. El análisis se realizó en tres etapas:
(a) análisis intergupal de clusters (distancias
de Minkowski con linkage Ward) sobre los
escores obtenidos del análisis canónico y sobre los factores obtenidos del Análisis de Componentes Principales; (b) distancias
intergrupales D2 de Mahalanobis obtenidas
sobre variables doble estandarizadas para eliminar el efecto tamaño; y (c) craneogramas
de transformación de los componentes funcionales por tamaño y forma (crecimiento
relativo diferencial y/o distorsión
intracomponente) para calcular la variabilidad
de cada componente funcional de acuerdo a
una metodología previamente desarrollada
(para detalles ver Pucciarelli et al. 1990, 1999,
2000; Sardi 2002; Sardi et al. 2004). La tarea
estadística fue realizada mediante el programa SYSTAT 9 en la División de Antropología
del Museo de La Plata.
Resultados
Analisis de clusters
Fueron construídos dos clusters libres de efecto tamaño, uno basado en once escores canónicos obtenidos del análisis discriminante y
otro basado en siete factores del análisis de
componentes principales. Ambos explicaron
más del 60% de la variación registrada. El
cluster de escores canónicos mostró dos
subclusters (d=4.5) claramente definidos. En
uno figuran las formas fósiles: Homo erectus
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):84-102, 2007
se separa tempranamente (d=2.0) de H.
habilis y H. neanderthalensis y éstos a
menor distancia entre sí (d=1.5). El segundo
subcluster presenta tres agrupamientos
(d=2.9). En el primero H. sapiens fossilis
(ca. 20Ka) se agrupa junto a los paleolíticos
norafricanos de Taforalt y Afalou (d=1.5), que
se separan entre sí a menor distancia (d=1.1).
En el segundo (d=2.2) las tres poblaciones
americanas, siendo Lagoa Santa la de mayor
separación (d=1.8), mientras que Valley y
Tlatilco se hallan más próximos (d=1.5). El
tercero (d=1.9) está conformado por las cuatro poblaciones europeas, siendo los pobladores de la caverna de Homme Mort los más
alejados (d=1.8). Sebazac (d=1.4) se separa
de Teviec y Orrouy que, a su vez, son los que
presentan la menor diferenciación (Figura 1).
El cluster basado en componentes principales mostró dos subclusters (d=2.5) claramente definidos. En uno (d=0.9) figuran
H. habilis y H. erectus. El segundo (d=1.8)
comprende tres agrupamientos. En el primero (d=1.1) los Neandertales se agrupan junto a H.sapiens fossilis (d=0.8) y Taforalt
junto a Afalou (d=0.7). En el segundo (d=1.5)
fuguran las tres poblaciones americanas junto
con Homme Mort (d=1.1). En el tercero (d=
0.8) se agrupa Teviec junto con Orrouy y
Sebazac (Figura 2).
Distancias D2 de Mahalanobis
La comparación de distancias entre humanos modernos de alrededor de 30Ka (H.
sapiens fossilis) y el resto de las muestras
(Figura 3) indicó diferencias significativas
en todos los casos, pero con distintas intensidades. Se dividieron en dos grupos: (a) los
de volumen craneofacial de mayor tamaño
que H.sapiens fossilis y (b) los de volumen
craneofacial de menor tamaño que H.
sapiens fossilis. Entre los primeros figuran
los Neandertales (d@30), los paleolíticos de
Cluster Tree
Cluster Tree
H.habilis
Sebazac
H.erectus
Teviec
H.neandertal
Orrouy
H.s.Fosil
Homme Mort
Afalou
Valley
Taforalt
Tlatilco
Lagoa Santa
Lagoa Santa
Tlatilco
H.s.Fosil
Valley
Afalou
Homme Mort
Taforalt
Teviec
H.habilis
Orrouy
H.neandertal
Sebazac
H.erectus
0
1
2
3
Distances
4
Figura 1. Cluster libre del efecto tamaño
construído sobre 11 escores canónicos del
análisis discriminante aplicado sobre las
24 variables de los componentes
funcionales menores.
Héctor M. Pucciarelli
5
0
1
2
Distances
3
Figura 2. Cluster libre del efecto tamaño
construído sobre 7 factores del Análisis
de Componentes Principales aplicado
sobre las 24 variables de los
componentes funcionales menores.
91
distance
distance
60
50
40
30
20
10
0
10
20
30
40
50
60
is s r s u lt c c y rt y a o
bil ctu nde ien falo fora vie aza rrou mo alle ago tilc
.ha re ea ap -A a Te eb O H. -V -L Tla
-H -H.e-H.n -H.s 05 06-T 07- 8-S 09- 10- 11 12 131
0 02 03 04
0
POBL$
Figura 3. Distancias D2 de Mahalanobis
intergupales libres del efecto tamaño
calculadas sobre las variables de los
componentes funcionales menores. Las
muestras están diferenciadas por barras
de distinta tonalidad según su
procedencia (gris claro y gris
oscuro=fósiles; gris oscuro y
negro=norafricanos; negro=franceses;
blanco y gris=americanos). Las barras
hacia arriba indican volumen craneofacial
mayor que el de Homo sapiens fossilis.
Las barras hacia abajo indican volumen
craneofacial menor que el de Homo
sapiens fossilis.
Afalou (d@ 20), Taforalt y Teviec (d@25)
y los paleoamericanos de Valley (d@50).
Entre los segundos figuran Homo habilis
(d@55), Homo erectus (d@60), los franceses de Sebazac, Orrouy y Homme Mort
(d@30-40) y los americanos de Lagoa Santa y Tlatilco (d@30-40).
Craneogramas iso-anisométricos
Un componente cráneo-funcional puede presentar tres tipos de variación: (a) incremento sólo de tamaño; (b) incremento de
tamaño+variación de forma; y (c) variación
sólo de forma. Los incrementos sólo de ta92
maño son deducidos de los índices
volumétricos de los componentes mayores
cuando varían en ausencia de una disrupción
craneofacial significativa. Los incrementos
de tamaño+ forma están contenidos en los
índices volumétricos de los componentes
funcionales menores que, por ser efecto escalar de los anteriores, no fueron tenidos en
cuenta en este análisis. Los incrementos sólo
de forma poseen dos variantes. Una es la
que expresa las diferencias de tamaño relativo de los componentes funcionales menores a través de sus índices morfométricos y
determina cambios en el componente funcional mayor que los contiene y la otra es la
deformación propia de cada componente
menor, denominada aquí como distorsión
intracomponente. Se manifiesta en ausencia de cambios de tamaño y se diferencia de
los índices morfométricos en que expresa los
cambios de forma de un componente en términos de la variación relativa de una o más
de las variables del propio componente. Las
variaciones en tamaño de los componentes
mayores, el grado de disrupción craneofacial
y las variaciones de crecimiento relativo de
los componentes menores, junto con la distorsión intracomponente, son descriptos en
conjunto mediante los craneogramas isoanisométricos presentados en la Figura 4.
La comparación H. habilis-H. erectus
mostró en los segundos mayor crecimiento
neurocraneano -con consecuente incremento
del grado de encefalización- (Figura 4a-01/
03), hiperdeformación (crecimiento
relativo+distorsión) del componente
anteroneural, distorsión posteroneural y óptica y menor crecimiento relativo de los componentes masticatorio y alveolar (Figura 4a05,07,09,11,12).
El incremento neurocraneano de los
Neandertales respecto de H. erectus provocó un aumento del grado de encefalización
en éstos últimos (Figura 4b-01/03). Los tres
componentes menores de variación significativa en dicha comparación (mesoneural,
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):84-102, 2007
Discusión
La cinemática descripta por los clusters, distancias y craneogramas muestra que la variación funcional intergrupal no fue de carácter aleatorio. Debe describirse, entonces,
la dinámica del proceso, lo que equivale a
interpretar el origen y sentido de las variaciones observadas, así como su grado de
consistencia. No es posible obtener un paHéctor M. Pucciarelli
dist.
dist.
dist.
dist.
dist.
dist.
dist.
dist.
dist.
dist.
óptico y respiratorio) presentaron
hiperdeformación pues fueron afectados por
alteraciones de crecimiento supra e
intracomponente (Figura 4b,06,08,10).
La comparación entre Neandertales y
humanos anatómicamente modernos presenta menor crecimiento facial en los segundos, con consecuente incremento neurofacial
(que indica menor facialización en H.
sapiens) (Figura 4c-01/03). También presenta crecimiento relativo del componente
mesoneural, distorsión del ótico e
hiperdeformación del componente alveolar,
con mayor crecimiento relativo en los
Neandertales (Figura 4c-06,08,12).
En las comparaciones que intervienen
Taforalt (»10Ka) y Tlatilco (»5Ka) las deformaciones intracomponente se hacen más
profusas. Taforalt presentó hiperdeformación
(con mayor crecimiento relativo) en
neurocráneo, cara e índice neurofacial (Figura 4d-01/03), disminución anteroneural,
incremento relativo y distorsión óptica e
hiperdeformación con mayor crecimiento
relativo en Taforalt de los componentes ótico,
masticatorio y alveolar (Figura 4d-05,07/
09,11,12).
Tlatilco presentó disminución
neurocraneana y facial respecto de Taforalt,
pero sin disrupción neurofacial (Figura 4e01/03), mayor crecimiento relativo
anteroneural, mayor hiperdeformación
posteroneural y óptica y menor
hiperdeformación ótica y masticatoria (Figura 4e-05,07/09,11).
30
20
10
0
10
20
30
30
20
10
0
10
20
30
30
20
10
0
10
20
30
30
20
10
0
10
20
30
30
20
10
0
10
20
30
VI VI FI
-N -F -N
01 02 03
04 MI MI MI TMI MI RMI MI AMI
N MN PN O 9-O 0-M -A
1
0
11 12
05 06- 07 08
(a)H.habilis-H.erectus
VI VI FI
-N -F -N
01 02 03
04 MI MI MI TMI MI RMI MI AMI
N MN PN O 9-O 0-M -A
1
0
11 12
05 06- 07 08
(b)H.erectus-H.neanderthalensis
VI VI FI
-N -F -N
01 02 03
04 MI MI MI TMI MI MI MI AMI
N MN PN O 9-O 0-R -M 2-A
1
0
11 1
05 06- 07 08
(c)H.neanderthalensis-H.s.fossilis
VI VI FI
-N -F -N
01 02 03
04 MI MI MI TMI MI RMI MI AMI
N MN PN O 9-O 0-M -A
1
0
11 12
05 06- 07 08
(d)H.s.fossilis-Taforalt
VI VI FI
-N -F -N
01 02 03
04 MI MI MI TMI MI RMI MI AMI
N MN PN O 9-O 0-M -A
1
0
11 12
05 06- 07 08
(e)Taforalt-Tlatilco
Figura 4. Craneograma iso-anisométrico
construído con los valores de las distancias
D2 de Mahalanobis para cada componente
funcional. Las variables de los componentes
funcionales mayores están libres del efecto
escala. Las variables de los componentes
funcionales menores están libres del efecto
tamaño. Bblanco=no significativo, blanco
y gris=significación en tamaño -o
crecimiento- relativo, gris claro y
negro=distorsión intracomponente, gris
oscuro y negro=crecimiento relativo con
distorsión intracomponente; 01-03
componentes funcionales mayores e índice
neurofacial; 04-07= componentes
funcionales menores del neurocráneo; 0811= componentes funcionales menores del
esplacnocráneo.
93
norama definitivo de un proceso tan complejo, pero si se toman las comparaciones
donde intervienen los Neandertales como
centro de análisis para examinar el MMR
puede llegarse a inferencias sorprendentes.
La similitud hallada entre Neandertales y
humanos modernos es difícil de interpretar
desde la craneometría tradicional. Es inferior a la diferencia entre H. erectus y H.
neanderthalensis, pero dado que los defensores del modelo migración-reemplazo sostienen que H. neanderthalensis y H.
sapiens se originan de una misma especie
(H. heidelbergensis, H. antecessor, etc.)
el valor evolutivo de esta diferencia sólo puede ser evaluado a la luz de la diferencia entre estas especies y la especie que les dio
origen. Si la diferencia entre H. sapiens y
H. neanderthalensis es mayor que la que
tienen estas especies con la pretendida especie ancestral el MMR daría cuenta de los
resultados. Por el contrario, si la diferencia
entre estas formas fuera menor que la diferencia con la especie ancestral la posibilidad
de una continuidad evolutiva no puede ser
descartada. Esta disquisición nos lleva a un
callejon sin salida por cuanto es imposible
contar, por el momento, con la cantidad y
calidad de restos de la especie antecesora
como para efectuar un estudio de este tipo.
Debemos conformarnos, entonces, con circunscribir nuestro estudio a las especies fósiles disponibles, esto es, Homo habilis,
Homo erectus, Homo neanderthalensis y
Homo sapiens e interpretar la variación obtenida desde una perspectiva cráneo-funcional.
No existe consenso respecto de la significación filogenética de los Neandertales.
Estos homínidos presentan un conjunto propio de caracteres que servirían para confirmar que los Neandertales constituyeron una
rama especializada de la línea que condujo a
los seres humanos anatómicamente modernos (Stringer 1974, 1978; Howells 1975;
Trinkaus 1976; Hublin 1978; Santa Luca
94
1978; Trinkaus y Howells 1979; Stringer y
Trinkaus 1981). Es factible, sin embargo, suponer que hubo transición en Europa oriental, dadas las características de los fósiles de
ésta región y que el argumento de falta de
tiempo para que se desarrollen efectos evolutivos entre Neandertales y Sapiens modernos requiere ser revisado debido a modificaciones efectuadas en la cronología tradicional europea (Dennell 1983). Sin embargo,
hay evidencias fósiles, culturales y genéticas
que desafían la idea clásica de un desarrollo
lento y gradual de los seres humanos
anatómicamente modernos. Se piensa, más
bien, que el cerebro humano fue integrado al
hiperespacio cognitivo en razón de un conjunto limitado de rasgos causales (Balter
2002).
Cualquiera sea el caso, si se mantiene la
pretendida discontinuidad evolutiva entre
Neandertales y Sapiens modernos -fundamento del MMR- es de esperar entonces que
las diferencias entre estas especies sean
morfológicamente importantes. Esto implica
obtener: (a) posiciones alejadas en un análisis
de cluster; (b) grandes distancias euclidianas
en una comparación multivariada; (c) una variación cráneo-funcional profusa y «en mosaico» en los craneogramas realizados entre
especies resultantes de historias evolutivas
distintas. (a) Los resultados obtenidos con
ambos clusters imponen ambigüedad respecto de la posición de los Neandertales: están
claramente ubicados entre los fósiles más
antiguos y ninguna relación filogenética directa
con los humanos anatómicamente modernos
podría ser inferida, apoyando así una hipótesis de discontinuidad (Figura 1). Al mismo
tiempo, están estrechamente ligados entre sí,
alejados de los fósiles más antiguos y comparten posiciones con hombres del Paleolítico, permitiendo inferir una hipótesis de continuidad con Homo sapiens (Figura 2). (b)
Las D2 de Mahalanobis apoyan la segunda
hipótesis por cuanto la distancia correspondiente a Neandertal-Sapiens, aúnque signifi-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):84-102, 2007
cativa, está entre las de menor magnitud, es
similar a la de Teviec e igual o menor que las
de Sebazac y los neolíticos de Orrouy y
Homme Mort (Figura 3). Estas distancias
ofrecen un interesante planteo puesto que
H.sapiens parece encontrarse en el centro
de una tendencia en la evolución por tamaño
en que formas humanas antiguas con unos 910Ka (esto es, más cercanas a H. sapiens
fossilis) son, excepto Lagoa Santa, de mayor tamaño como Afalou y Taforalt en el Norte
de Africa, Teviec en Europa y los
paleoamericanos de la cuenca de México, en
Norteamérica. Las más modernas, con 3-5Ka
y más lejanas a H. sapiens fossilis, son de
menor tamaño (Sebazac, Homme Mort y
Orrouy en Europa, Lagoa Santa y Tlatilco en
América Central). Esto puede estar relacionado con una tendencia a la disminución general de la estatura y se complementaría con
una tendencia general a la gracilización, como
la propuesta para la evolución de H.sapiens.
Por otro lado, llama la atención que si bien los
homínidos taxonómicamente más distantes,
como Homo habilis y Homo erectus, presentan las mayores distancias libres de efecto tamaño los Neandertales, considerados por
la mayoría de los autores modernos como
apartados de la línea filética humana, presentan una distancia la mitad más corta. Esto conduce a pensar que la razón entre distancia
morfológica y distancia cronológica produce
un cociente que aproxima, en gran medida, a
los Neandertales con los seres humanos
anatómicamente modernos. (c) El
craneograma iso-anisotrópico muestra un crecimiento neurocraneano en tamaño -sin variación de forma- que va desde H. habilis
hasta H. neanderthalensis. No existen diferencias en tamaño cerebral entre estos últimos y H. sapiens. Una respuesta usual es
que el cerebro grande de los Neandertales
era primitivo y de características propias de
los primates no homínidos. Holloway (Lewin
1998), sin embargo, concluyó que no hay caracteres simiescos en los Neandertales y que
Héctor M. Pucciarelli
nada en su estructura cerebro-facial les impediría el desarrollo de lenguaje. ¿Cómo podría injertarse, entonces, dentro del concepto
de Holloway la idea de un gran cerebro
Neandertal surgido por efecto heterocrónico?
Por otro lado, surge del estudio de Ramírez y
Castro (2004) que las alteraciones
heterocrónicas de los patrones de crecimiento son mayores en los Neandertales que en
los homínidos tempranos pero se da por aceptado, al mismo tiempo, que los Neandertales
surgieron del tronco antecesor representado
por H. heidelbergensis, lo que obliga a preguntarnos si es factible un efecto
heterocrónico tal que supere al propio nivel
de divergencia. Luego comienza otro patrón
de diferenciación neurofacial que puede ser
considerado como una autapomorfía Taforalt:
pequeños incrementos de tamaño con una significativa deformación intracomponente. A
partir de H.sapiens se da una apomorfía en
disminución facial que persiste hasta el Arcaico (Tlatilco). Estas variaciones se combinan para generar una tendencia continua en
incremento neurofacial desde H. erectus hasta los hombres del Paleolítico superior, para
equilibrarse hacia el Arcaico.
Este craneograma también describe la
variación cráneo-funcional libre de tamaño
en los componentes menores. Una incongruencia respecto de la discontinuidad
Neandertalense hacia la humanización reside en que mientras las diferenciaciones entre componentes alcanza un 63% en las comparaciones donde no intervienen los hombres
de Neandertal sólo hay un 38% donde éstos
intervienen, esto es, en H. erectus - H.
neanderthalensis y H. neanderthalensis
- H. sapiens. Todos los componentes menores variaron en una u otra comparación
pero no todos tuvieron el mismo grado de
diferenciación. El más variable fue el componente ótico (80%) y el menos variable fue
el componente respiratorio (20%). El resto
varió alrededor de 60%.
95
Si se estudia la variación de los componentes menores tomando como eje a los
hombres de Neandertal (Figuras 4b y 4c)
se tiene que, debido a que los componentes
anteroneural y posteroneural permanecen
invariables, la elongación del cráneo
Neandertal se realiza a expensas de la variación del componente neural medio (Figura 4b-06). La variación de dicho componente resume y coliga la mayoría de los «caracteres propios» del cráneo Neandertal. Del
conjunto de caracteres plesiomórficos,
apomórficos y autapomórficos descriptos en
la introducción y «distintivos» de los
Neandertales sólo uno -la ausencia de prominencias frontales- es un carácter cualitativo. Los restantes, tales como la bóveda
craneana baja y (junto con el arco sagital del
parietal) elongada, el incremento de la capacidad cerebral, la variación del ángulo
occipital, el elongamiento del arco inionlambda, la reducción en tamaño de los
molares permanentes, la forma subcircular
del cráneo en norma posterior, el desarrollo
neurocraneano importante en plano horizontal
y el estrechamiento transversal del mismo a
la altura de los procesos mastoideos son rasgos contínuos, en su mayoría coligados entre sí como, por ejemplo, el arco sagital del
parietal elongado con bóveda craneana baja,
larga y con elongamiento del arco inionlambda. Además, las diferencias
intergrupales se manifiestan a través de valores de magnitud (mayor capacidad
craneana, menor abertura del ángulo
occipital, etc) que requieren de análisis estadísticos para datos métricos, esto es, continuos. Se sigue, entonces, que las principales diferencias entre Neandertales y Humanos anatómicamente modernos son de grado y que sólo manifiestan cualitatividad si se
acepta el criterio de Hublin y Tillier (1991)
en cuanto a que sólo en su conjunto presentan una combinación propia de los
Neandertales, lo cual debería ser sometido a
un análisis más profundo pues sólo sobre la
96
base de pruebas estadísticas realizadas sobre rasgos métricos no correlacionados
entre sí puede establecerse una diferencia,
que siempre será de grado y, malamente dicho conjunto pueda ser apropiado para reafirmar un proceso de diferenciación
interespecífica.
La estabilidad del componente neural
medio vista en los humanos modernos (Figura 4c-06) se explica por el crecimiento
compensatorio en altura de estos últimos
respecto de los Neandertales, que equilibra
la capacidad craneana entre ambas formas
y explica la no significación de sus diferencias en volumen neurocraneano (Figura 4c01). En esto coinciden Bräuer (1991) y
Balter (2001). Para Zollikofer (Balter 2001)
el gran cerebro de los Neandertales y humanos modernos fue producto de evolución
paralela y sus diferentes formas podrían ser
diferentes estrategias seguidas para contener un cerebro grande en un espacio pequeño. El criterio de Zollikofer puede ser la llave que interprete el problema Neandertal aún
por fuera del MMR. Las grandes diferencias en lo genético y auxológico entre éstos
y lo homínidos contemporáneos pueden deberse a una divergencia Neandertal temprana del tronco común hacia los homínidos y
las inevitables similitudes en lo morfológico
y comportamental (nunca vi que se discuta
la pertenencia del MusterienseChatelperroniense a los Neandertales) a un
proceso de convergencia evolutiva. La
interacción entre ambos opuestos (divergencia/convergencia) es dialéctica y su producto la formación de una especie tan cercana
(y, al mismo tiempo, tan lejana) del hombre
anatómicamente moderno.
También fue activo el componente ótico
pues disminuyó en tamaño y varió su forma
en los Neandertales (Figura 4b-08) hasta
equilibrarse, sólo con leve distorsión
intracomponente, con el de los hombres modernos (Figura 4c-08). El carácter distintivo de este componente surge del análisis
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):84-102, 2007
(Lewin,1998) del hueso temporal de una criatura de 33Ka identificada como Neandertal
con base en el laberinto óseo que diferencia
a H. erectus y H. neanderthalensis de los
humanos modernos. Los componentes óptico y masticatorio no tuvieron influencia alguna. (Figuras 4b y 4c-09,11). El componente respiratorio disminuyó en los
Neandertales respecto de H. erectus y se
equiparó al de los hombres modernos (Figuras 4b y 4c-10). Esto no concuerda con
un criterio bastante generalizado (Hublin y
Tillier 1991), según el cual los Neandertales
poseen gran proyección facial anterior en su
tracto medio, con abertura nasal ancha y
pómulos salientes, posiblemente por adaptación al frío. Lo más destacable de ésta comparación es el, aparentemente, abrupto incremento de crecimiento proporcional con
distorsión del componente alveolar de los
Neandertales (Figura 4c-12). Es aparente
porque dicha variación puede ser interpretada en sentido inverso, esto es, como una
autapomorfía de disminución alveolar en
humanos fósiles puesto que no hay diferencias significativas entre Neandertales y H.
erectus (Figura 4b-12) y se invierte en la
comparación entre H. sapiens fossilis y
Taforalt (Figura 4d-12). El menor tamaño
de este componente en los humanos modernos puede explicarse, siguiendo a Lewin
(1998), por la pérdida en los humanos modernos de la necesidad que tenían los
Neandertalenses de utilizar, intensivamente,
sus dientes anteriores como herramienta
pues estos están desgastados y con una inclinación característica, tal vez en función
de morder y rasgar cuero y otros materiales
resistentes. La disminución alveolar debe ser
considerada como una autapomorfía humana anidada a otra más general, consistente
en una retracción general del macizo facial.
Dicha retracción facial no sólo ocurre porque, como lo establecieron Liebermann et
al. (2000, 2002), el crecimiento basicraneano
anterior es, con relación a la longitud
Héctor M. Pucciarelli
basicraneana total, 15% a 20% superior en
los humanos modernos que en las formas
arcaicas, lo cual produce un incremento de
la inflexión basicraneana que permite el aumento de la cavidad neurocraneana y la reducción facial en los humanos modernos
(Figura 4c-02). Este sólo efecto de alteración temprana de grandes patrones de crecimiento craneofacial puede provocar, siguiendo a los autores antes mencionados,
cambios mayores que los que puede producir un conjunto mayor de alteraciones menores. Este argumento fue apoyado por el
estudio de heterocronía realizado entre
Neandertales y humanos modernos por
Ponce de León y Zollikofer (2001). Los
Neandertales mostraron hipermorfosis de
patrón, esto es, patrones de crecimiento y
desarrollo más rápidos, conduciendo a mayores valores adultos de tamaño y forma
durante la ontogenia. Si bien esos autores
consideran que se trata de dos especies diferentes concuerdan con Thompson y Nelson
(2000) en que las «diferencias llave», incluida la angulación basicraneana, emergieron
muy temprano, probablemente durante los
últimos estadios del período prenatal. Luego
ambos grupos siguieron trayectorias
ontogenéticas paralelas mostrando un patrón
compartido de cambio morfológico.
Lieberman (Balter 2002) propone que el factor crucial de la diferenciación puede haber
sido una mayor expansión relativa de los lóbulos frontales y/o temporales en los humanos modernos. Tatersal (Balter 2002) concuerda con el criterio de Lieberman por cuanto supone que la forma del cráneo humano
moderno puede haber resultado de un pequeño número de eventos evolutivos. Lo que
no se entiende de todo este planteo es que,
si se parte de un principio de paralelismo
entre Neandertales y humanos modernos,
¿sobre qué base se realiza un estudio
heterocrónico entre ambas formas? El hecho de atribuir la diferenciación Neandertal
- Hombre moderno a un efecto neoténico
97
implica aceptar una relación ancestro-descendiente más o menos directa y, al mismo
tiempo, queda en tela de juicio una de las
causas fundamentales de sostén del MMR
para este caso porque los diferentes patrones de crecimiento ontogénico entre
Neandertales y seres humanos modernos
serían consecuencia del efecto heterocrónico
que se estudia. Así llegamos a un razonamiento circular en el afán de negar la existencia de una relación causa-efecto entre
ambos grupos.
Es interesante observar la distribución de
los componentes significativos de la Figura
4d donde, además de mostrarse cambios en
tamaño y forma del neuro y esplacnocráneo,
se observa un incremento de la encefalización
en los paleolíticos de Taforalt respecto de los
seres humanos de mayor antigüedad. Pero
también debe observarse un muy activo comportamiento de los componentes menores que,
excepto el respiratorio, mostraron diferenciaciones significativas. Es la mayor diversificación obtenida en toda la serie y no es casual
que ocurra contra una población del Paleolítico superior norafricano. Esto daría sustento
biológico a dos cosas. Por un lado, a la gran
diversificación técnico-cultural que muchos
autores llaman «revolución del Paleolítico Superior» y, por el otro, a la idea, magnificamente
reflotada por Brace (Lewin 1998), en cuanto
a que el nicho adaptativo de los humanos es
un «nicho cultural», yen consecuencia, diferentes poblaciones en diversas partes del
mundo pueden pasar por un mismo tipo de
modernizaciones anatómicas como resultado
de la adopción de una forma avanzada de tecnología. En este contexto tecnológico común
la variación anatómica pierde parte de su significado, pero no todo, si se acepta que la evolución humana es un proceso dialécticosistémico. Es dialéctico porque la acumulación de pequeños cambios físicos, como los
mencionados, puede provocar grandes variaciones taxonómicas y es sistémico porque
esos cambios menores no inciden sobre sí
98
mismos sino sobre los componentes mayores
que los contienen (principio fundamental del
crecimiento proporcional de los índices
morfométricos propuestos por la metodología
cráneo-funcional). Bajo esta idea el criterio
de Brace adquiere todo su sentido: cambios
físicos menores se integran a cambios biológicos mayores que inciden en el comportamiento frente a un nicho ecológico que, a su
vez, transforma y es transformado.
La última comparación (Figura 4e) es
un ejemplo de lo que ocurriría con más probabilidad si se superponen dos poblaciones
sin continuidad aparente y que reflejan, en
consecuencia, historias adaptativas diferentes. Es lo que debería haber ocurrido entre
Neandertales y humanos anatómicamente
modernos si con el MMR se estuviera en lo
correcto. La característica es que hay una
gran cantidad de información, basada en diferencias presentadas por 63% de los componentes, sin un orden aparente (diferenciación en mosaico), como sería esperable de
la comparación entre una población del Paleolítico superior norafricano (Taforalt) con
otra del Arcaico centroamericano (Tlatilco).
Conclusiones
Aunque hay indicios que demuestran efectos de reemplazo por discontinuidades locales en lo cronológico-morfológico es poco probable que su generalización absoluta pueda
resultar de causas reales a no ser que (a)
los fundamentos del modelo posean inspiración teórica difusionista en vez de
evolucionista o (b) la metodología
craneométrica empleada, hasta ahora, sea
inhábil para descubrir «tendencias» que impliquen transformación temporal progresiva.
Me inclino por la variante (b) sugiriendo que
aunque es probable y explicable el efecto
reemplazo, seguido de extinciones quasi repentinas de formas preexistentes, procede,
a veces, de una insuficiencia de los métodos
comparativos empleados y que aún las formas neandertaloides pudieron haber tenido
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):84-102, 2007
cierta influencia en la formación del hombre
moderno.
El perfecto encaje de nuestros resultados con
el efecto heterocrónico que produjo en el hombre moderno las apomorfías de incremento en
inflexión basicraneal y retracción facial (que permitieron incrementar la porción antero-superior
de la cavidad neurocraneana), junto con la
autopomorfía de retracción alveolar -(consecuente a un cambio de comportamiento por reemplazo de la actividad masticatoria por actividad manual con instrumentos líticos perfeccionados para el tratamiento de materiales duros y
resistentes como el cuero) explica la mayoría de
los cambios craneofaciales y sugiere que, desde
este punto de vista, una relación entre
Neandertales y humanos modernos hubiera sido
posible. Las diferencias de patrón entre ambos
homínidos puede ser explicada por efecto de
dicha variación heterocrónica, imposible sin una
alteración genética profunda. Esa misma razón
explica gran parte de las diferencias
genéticas,aparentemente insoslayables, entre
Neandertales y humanos modernos. Queda por
resolver el problema de la mayor antigüedad de
algunos humanos anatómicamente modernos
respecto de los Neandertales pero, como señalé, esto es sólo evidencia circunstancial pues puede cambiar con cualquier próximo descubrimiento en Europa, Asia o el resto del mundo.
En síntesis, debe darse un toque de atención
respecto de una aplicación esquemática del
MMR pues un MME (Modelo de MigraciónEvolución) que incluya procesos de deriva, flujo
génico, selección, heterocronía y convergencia evolutiva puede explicar aspectos importantes que actuarían, como en este caso, en un
todo coordinado para explicar las relaciones y
diferencias entre los hombres de Neandertal y
nuestra propia especie en un espacio de varios
continentes y por un lapso de más de 100Ka.
Agradecimientos
Agradezco a las autoridades y personal técnico de las siguientes instituciones: Museo de La
Plata (Argentina); Musée de l’Homme, Institute
de Paleontologie Humaine (París); Instituto de
Investigaciones Antropológicas, Instituto Nacional de Antropología e Historia (México) y
Laboratorio de Estudos Evolutivos Humanos
de USP (São Paulo) por haber hecho posible
la medición cráneo-funcional de las colecciones utilizadas. También agradezco la invalorable
colaboración prestada por las siguientes personas: Fernando R. Ramírez Rozzi (CNRS,
Francia), Marina L. Sardi (UNLP, Argentina),
Ernesto A. Calderón (CIC, Argentina), María
C. Muñe (CONICET, Argentina), Walter A.
Neves (USP, Brasil), Carlos Serrano Sanchez
(IIA, México) y José Jiménez López (INAH,
México). Este estudio fue parcialmente
financionado por subsidios automáticos de la
Universidad Nacional de La Plata y por el Convenio Binacional Argentino-Francés
(Ress.1069/27-06-01 y 1438/27-08-01).
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Arqueologia da Amazônia de Eduardo Góes Neves. Zahar Editora, Rio de Janeiro, 2006.
Resenhado por Denise Maria Cavalcante Gomes (PPGAS - Museu Nacional/ Universidade
Federal do Rio de Janeiro)
A primeira descoberta da América de Mark Hubbe, Estevan T. Mazzuia, João Paulo Atui
e Walter Neves. Sociedade Brasileira de Genética, Ribeirão Preto, 2003. Resenhado por
Astolfo Gomes de Mello Araújo (Instituto de Biociências - Universidade de São Paulo).
Entre montañas y desiertos: arqueología del sur de Mendoza, editado por Adolfo F. Gil
y Gustavo A. Neme. Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Aires, 2002. Reseñado
por Alejandro García (CONICET / Universidad Nacional de San Juan y Universidad Nacional de Cuyo).
Los límites del mar. Isótopos estables en Patagonia meridional de Ramiro Barberena.
Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Aires, 2002. Reseñado por Adolfo F. Gil
(CONICET /Departamento de Antropología, Museo de Historia Natural de San Rafael).
Ecology and ceramic production in an Andean community de Dean E. Arnold. Cambridge
University Press, Cambridge, 2003. Reseñado por Lidia Clara García (CONICET-Instituto
de Ciencias Antropológicas, Universidad de Buenos Aires).
El lenguaje de los dioses. Arte, chamanismo y cosmovisión indígena en Sudamérica
de Ana María Llamazares y Carlos Martínez. Biblos, Buenos Aires, 2004. Reseñado por
María Alba Bovisio (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires).
Arqueología de la represión y la resistencia en América Latina, editado por Pedro Paulo
Funari y Andrés Zarankin. Encuentro, Córdoba, 2006. Reseñado por Carlo Emilio Piazzini
(Instituto de Estudios Regionales, Universidad de Antioquia).
Andean archaeology, editado por Helaine Silverman. Blackwell, Oxford, 2004. Reseñado
por Alexander Herrera (Departamento de Antropología, Universidad de los Andes/Museo
Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú).
Arqueologia da Amazônia de Eduardo
Góes Neves. Zahar Editora, Rio de Janeiro,
2006. Resenhado por Denise Maria
Cavaazlcante Gomes (PPGAS - Museu
Nacional - Universidade Federal do Rio de
Janeiro).
Arqueologia da Amazônia, publicado pelo
arqueólogo Eduardo Góes Neves, é um livro
destinado a não especialistas - estudantes,
interessados no tema, agentes
governamentais, cientistas, políticos e
intelectuais. Aqui encontramos uma discussão
concisa, em linguagem clara e atraente, sobre o desenvolvimento cultural de uma das
regiões mais ricas em biodiversidade do planeta. O imaginário coletivo ainda mantém
uma visão romântica da Amazônia, considerando esta como uma das últimas fronteiras
inexploradas, com uma natureza intocada e
populações vivendo em harmonia com o
meio. A realidade atual nos mostra uma
ocupação humana desordenada, com um
desmatamento crescente, conflitos de posse
de terras, projetos econômicos equivocados,
alguns deles altamente lesivos ao meio ambiente, às populações indígenas e caboclas,
o que representa a face predatória e perversa do regime capitalista.
O autor está consciente destes problemas, que demonstram a falta de um projeto
de ocupação sustentável da Amazônia, por
parte do Estado Brasileiro. Eduardo Neves
sugere que esta situação também está relacionada ao desconhecimento, ou mesmo
desinteresse pela história milenar da região.
Sua aposta é que o conhecimento do passado
amazônico, recuperado por meio da
Arqueologia, possa contribuir para a escolha
de estratégias mais adequadas de ocupação
da região, respeitando suas características
culturais e ecológicas. A partir daí, o leitor é
convidado a prosseguir pelos meandros de
uma história cultural impossível de ser
desvinculada de suas relações com o meio.
O livro possui uma organização cronológica,
104
abordando desde a ocupação humana inicial
e a transição para a agricultura, até o
desenvolvimento das sociedades complexas
da Amazônia.
Mas não espere o leitor um texto superficial. Arqueologia da Amazônia se inicia com
uma densa caracterização do meio físico,
descrevendo os tipos de rios, os solos e seus
potenciais, os diversos compartimentos
ambientais, os regimes de chuvas, a dinâmica
de reciclagem da floresta e as implicações
destes fatores para a subsistência humana,
no que se refere às estratégias de caça, pesca e cultivo de roças. Uma noção básica é
que a Amazônia apresenta enorme diversidade
de plantas e animais, sendo a natureza não só
fonte de subsistência, mas também de
referências culturais. Um exemplo citado por
Neves é a existência de um substrato
cosmológico comum às sociedades
amazônicas atuais, que se baseia na
capacidade dos seres humanos e animais
assumirem pontos de vistas distintos,
possibilitando a metamorfose xamânica
(Viveiros de Castro 2002:342-344). Notável,
é que estes padrões cosmológicos, associados
ao perspectivismo ameríndio, demonstram
grande profundidade temporal, sendo documentados na decoração da cerâmica pré-colonial tardia de Santarém (Gomes 2001, 2002).
Sobre o início da ocupação humana na
Amazônia, o autor situa a antiguidade desta
por volta de 11.000 anos, relativa à presença
dos primeiros caçadores identificados na Caverna da Pedra Pintada, em Carajás, no Jamari,
no Baixo Rio Negro, e no Alto Oricono. Neves
observa que estes não eram caçadores especializados, assim como em outras partes da
América, mas pescadores, coletores e
caçadores de animais de pequeno porte, que
parecem mimetizar a própria biodiversidade
da floresta amazônica. Dentre os principais
vestígios materiais, associados a estes
caçadores, estão algumas pontas de projétil
bifaciais, fabricadas em quartzo e sílex, como
aquela encontrada em contexto, nas
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
escavações do sítio Dona Estela, na Amazônia
Central, datada entre 7.000 e 6.500 a.C.
Já a transição para a agricultura e o início
da produção cerâmica é visto como um
processo cultural não linear, o que torna
necessária a familiarização do leitor com termos tais como domesticação (processo intencional de modificação genética de plantas selvagens) e agricultura (modo de vida
totalmente dependente de plantas domesticadas), além dos debates sobre a origem da
cerâmica na Amazônia. O contexto destas
discussões envolve posições polarizadas. De
um lado, os que defendem a existência de
um único centro de origem e difusão da
cerâmica, relativo a antigos complexos do
norte da América do Sul (Meggers 1997) e
de outro, aqueles que postulam a existência
de centros independentes de produção,
sendo o mais antigo associado à cerâmica
de Taperinha e da Caverna da Pedra Pintada, no Baixo Amazonas, com datações entre 5.000 e 6.000 AC (Roosevelt 1995).
Em seguida, os processos que levaram à
emergência das sociedades complexas na
Amazônia são discutidos. Este é sem dúvida
um dos temas de maior rendimento no livro,
cujas manifestações, identificadas a partir de
2000 anos atrás, estão associadas ao aumento significativo do tamanho, densidade e
duração da ocupação dos sítios arqueológicos. As evidências incluem a construção de
aterros artificiais em Marajó, numerosos
sítios extensos com terra preta
antropogênica, surgimento de tradições
cerâmicas com grande elaboração, produção
de bens de prestígio (muiraquitãs e estatuetas
zoo-antropomorfas de pedra polida)
distribuídos em redes de comércio de longa
distância, além de indicadores de conflitos
armados, atestados por valetas defensivas.
Dados sobre os solos de terras pretas incluem
hipóteses sobre sua formação, associadas à
deposição de restos orgânicos - peixes,
carcaças de animais, cascas de frutas, urina,
fezes, carvão, etc - além de uma cronologia,
Reseñas/Resenhas
que situa os sítios mais antigos em Rondônia
(4.000 anos) e nos rios Solimões e Amazonas (2.000 anos).
Por fim, são apontadas perspectivas futuras de pesquisa em regiões virtualmente
desconhecidas pela Arqueologia, como no
Acre, nos rios Javari e Juruá, e nas áreas de
interflúvio entre os rio Madeira, Tapajós, Xingu
e Tocantins, enfatizando que o quadro
apresentado é sintético, provisório e fadado a
ser modificado, à medida que novas pesquisas avancem. Assim sendo, o autor se
desculpa por eventuais falhas. Entretanto,
uma destas lacunas está precisamente relacionada à hipótese levantada por Neves, na
página 48 do livro, de que após um início
precoce da produção cerâmica na região de
Santarém e Monte Alegre, a mesma teria sido
abandonada. Não é o que os dados obtidos
em recentes pesquisas, desenvolvidas nas
proximidades de Santarém, sugerem. Ao
contrário, numa região de terra firme
ribeirinha, correspondente à atual comunidade
de Parauá, uma seqüência de 13 datações de
C14 indica uma longa ocupação ceramista,
relativa à tradição Borda Incisa, com início
em 1.800 a.C. e término por volta de 1.100
d.C., sendo, portanto, associada aos primeiros
plantadores de mandioca da região, além de
parcialmente
contemporânea
ao
desenvolvimento das chefias hierárquicas, em
Santarém (Gomes 2005).
Mas Arqueologia da Amazônia é um
livro que possibilita diferentes leituras por
parte de especialistas. É possível notar certa
aderência ao modelo de complexidade social proposto por Roosevelt (1987, 1992),
quando Neves menciona a existência de sociedades hierarquizadas, com extensos sítios
habitação, semelhante a «cidades». Entretanto, após vinte anos, este modelo já começa
a apresentar sinais de comprometimento,
quando confrontado a diferentes classes de
evidência arqueológica. O interessante é que
uma delas provém das pesquisas conduzidas
pelo autor, na Amazônia Central.
105
Com base nos estudos realizados sobre a
gênese da terra preta antropogênica e na coleta de vestígios arqueo-botânicos, Neves
conclui que o modo de vida das sociedades
pré-coloniais tardias da Amazônia estava
baseado numa estratégia de subsistência que
associava atividades de caça, pesca, coleta
de frutos e cultivo da mandioca, e não numa
economia completamente agrícola, muito
menos intensiva como propõe Roosevelt. Esta
economia, centrada no grupo doméstico,
conferia a esses grupos um grau de autonomia,
que segundo o autor teria sido o fator
responsável pela instabilidade política de longo
prazo das chefias amazônicas, verificada no
registro arqueológico, através de sucessivos
episódios de ocupação e abandono de grandes assentamentos (Meggers 1990). Desse
modo, Neves contribui para a construção de
interpretações capazes de reconhecer a
especificidade dos padrões culturais e
ecológicos das sociedades amazônicas précoloniais tardias, que não necessariamente se
encaixam em categorias pré-estabelecidas
pela literatura arqueológica. Por este e outros
motivos eu recomendo a leitura do livro.
Referências
Gomes, Denise Maria Cavalcante
2001 Santarém: symbolism and power in
the tropical forest. En Unknown
Amazon, editado por Colin McEwam,
Cristiana Barreto e Eduardo Neves, pp
134-155. British Museum, Londres.
2002 Cerâmica arqueológica da
Amazônia: vasilhas da coleção
tapajônica MAE-USP. Edusp-Fapesp,
São Paulo.
2005 Análise dos padrões de organização
comunitária no baixo Tapajós: o
desenvolvimento do Formativo na área
de Santarém, PA. Tese de Doutorado,
Museu de Arqueologia e Etnologia,
Universidade de São Paulo, São Paulo.
Meggers, Betty
1990 Reconstrução do comportamento
locacional pré-histórico na Amazônia.
106
Boletim do Museu Paraense Emílio
Goeldi, Antropologia 6:183-203.
1997 La cerámica temprana en América del
Sur: ¿invención independiente o
gifusión? Revista de Arqueología
Americana 13:7-40.
Roosevelt, Anna
1987 Chiefdoms in Amazon and Orinoco.
En Chiefdoms in the Americas, editado por Robert Drennan e Carlos A.
Uribe, pp 153-185. University Press of
America, Lanham.
1992 Arqueologia amazônica. En História
dos Índios do Brasil, editado por
Manuela Carneiro da Cunha, pp 5386. Editora Cia. das Letras, São Paulo.
1995 Early pottery in the Amazon: twenty
years of scholarly obscurity. EnThe
emergence of pottery, editado por
William Barnett e John Hoopes, pp 115131. Smithsonian, Washington.
Viveiros de Castro, Eduardo
2002 A inconstância da alma selvagem e
outros ensaios de antropologia.
Cosac & Naify Edições, São Paulo.
A primeira descoberta da América de
Mark Hubbe, Estevan T. Mazzuia, João
Paulo Atui e Walter Neves. Sociedade
Brasileira de Genética, Ribeirão Preto, 2003.
Resenhado por Astolfo Gomes de Mello
Araújo (Instituto de Biociências,
Universidade de São Paulo).
O livro escrito por Hubbe e colegas, todos
ligados ao Laboratório de Estudos Evolutivos
Humanos do Instituto de Biociências da
Universidade de São Paulo, apresenta um
panorama das questões e dos resultados
recentes relacionados à ocupação pré-colonial das Américas. Conforme bem coloca o
Prof. Oswaldo Frota-Pessoa na apresentação
do livro, esta é uma história em construção,
um debate em aberto que pode ter seu curso
alterado de acordo com novas descobertas,
que por sua vez podem ocorrer em qualquer
ponto deste vasto continente.
O Capítulo 1 introduz o leitor a uma breve história da chegada dos primeiros
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
europeus, e assinala a grande diversidade de
culturas que os mesmos aqui encontraram.
Apesar da designação genérica de «índios»,
as diferenças encontradas entre as
populações ameríndias eram tão grandes ou
maiores do que as existentes entre os diferentes povos europeus. O Capítulo 2
apresenta os métodos de utilizados para se
chegar às hipóteses apresentadas ao longo
do livro, quais sejam, a arqueologia e a
antropologia biológica. Neste capítulo o leitor
não familiarizado com os temas pode vislumbrar os princípios que norteiam uma
escavação arqueológica e como é feita a
leitura estratigráfica de um sítio arqueológico, bem como noções de craniometria e
evolução humana, em linguagem bastante
acessível.
A partir do Capítulo 3, mesmo o leitor já
familiarizado com aspectos arqueológicos e
bioantropológicos pode se beneficiar de uma
clara e sucinta explanação a respeito dos
principais modelos de ocupação humana das
Américas, levando em conta as glaciações
e as pontes de gelo entre a Ásia e América
do Norte, as principais rotas de expansão
postuladas ao longo do século XX, e o atual
estado da arte, incluindo uma discussão a
respeito da provável coexistência entre humanos e animais extintos. Um quadro explica também como funciona o método
radiocarbônico, principal ferramenta de
datação empregada por esta área do
conhecimento.
O Capítulo 4, que talvez seja o cerne do
livro, é extremamente útil mesmo para um
público universitário, composto por
arqueólogos, antropólogos e historiadores, já
que poucos navegam nos meandros
estatísticos da antropologia biológica.
Fornece de forma palatável os resultados de
mais de 15 anos de pesquisas relacionadas
à craniometria de grupos humanos antigos
(também chamados «paleoíndios»),
apresentando por meio de gráficos as
relações de afinidade ou exclusão entre
Reseñas/Resenhas
paleoíndios e grupos humanos recentes, colocando os paleoíndios como afins às
populações australomelanésicas atuais, e não
às populações asiáticas, como se pensava
até recentemente. Neste capítulo são
apresentados os principais modelos de
expansão humana no interior das Américas,
seus pontos fortes e fracos, bem como o
modelo defendido pelos autores.
O Capítulo 5 apresenta o «porvir» da
pesquisa na área, um breve panorama das
principais questões ainda em aberto, instigando o leitor a acompanhar um debate que
é, sem dúvida, fascinante. Ao final, o leitor é
remetido a livros introdutórios e artigos em
revistas e jornais.
O livro foi escrito em linguagem
desprovida de jargão, sem, no entanto,
menosprezar a inteligência do leitor. O
acabamento gráfico é de muito boa qualidade,
com fotografias e gráficos de alta definição.
Em suma, a obra apresenta uma das questões
mais polêmicas envolvendo a história recente
de nossa espécie, que se estende além do
âmbito estritamente acadêmico, por se
apresentar muitas vezes como um debate
polarizado entre pesquisadores sul-americanos e norte-americanos, com evidentes
conexões politico-ideológicas.
A defesa ferrenha, por parte de
arqueólogos norte-americanos, do modelo
«Clovis First/Clovis-like», que postula uma
origem única para toda a população humana
das Américas a partir de um mesmo grupo
humano que habitou o território norte-americano há 11.500 anos atrás (cultura Clovis),
transcende o bom-senso. Mesmo sítios claramente mais antigos do que os Clovis, como
é o caso de Meadowcroft, nos EUA, e Monte
Verde, no Chile, são considerados como
sofrendo de algum problema de
contaminação. As hipóteses mais
mirabolantes já foram propostas para explicar a ocupação antiga da América do Sul,
incluindo cenários de expansão violenta,
como se os caçadores-coletores estivessem
107
correndo uma maratona para alcançar a
Terra do Fogo (Lynch 1990; Fiedel 2000).
Assim, o debate se torna cada vez mais
instigante, mas ao mesmo tempo evidencia
de maneira clara a postura hermética de
arqueólogos e bioantropólogos norte-americanos, que basicamente se negam a acreditar em resultados obtidos por pesquisadores
de países do terceiro mundo.
Referências
Fiedel, Stuart J.
2000 The peopling of the New World:
present evidence, new theories, and
future directions. Journal of
Archaeological Research 8:39-103.
Lynch, Thomas F.
1990 Glacial-age man in South America? A
critical review. American Antiquity 55:
12-36.
Entre montañas y desiertos: arqueología
del sur de Mendoza, editado por Adolfo F.
Gil y Gustavo A. Neme. Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Aires, 2002.
Reseñado por Alejandro García (CONICET
/ Universidad Nacional de San Juan y Universidad Nacional de Cuyo).
Si bien se han publicado numerosos trabajos
arqueológicos sobre el sur de Mendoza por
primera vez se presenta un conjunto de artículos que intenta ofrecer un panorama de diversas investigaciones desarrolladas por distintos
autores. Como resultado, la obra es un reflejo
heterogéneo y sumamente interesante de sus
especialidades, inclinaciones temáticas y perspectivas teóricas, evidenciadas a lo largo de
diez capítulos que revisan la información arqueológica general, ambiental, arqueofaunística,
arqueobotánica, bioarqueológica y de arte rupestre de la región.
En Los Ambientes del Tardiglacial y
Holoceno en Mendoza Marcelo Zárate
ofrece una actualizada consideración de los
indicadores polínicos, glaciológicos y
108
sedimentológicos que permiten establecer
algunas tendencias paleoambientales principales para los últimos 14.000 años y sugerir
cambios climáticos y de paisaje que pueden
contribuir al desarrollo de los estudios arqueológicos. Hacia 11.000-9.000 AP habrían sucedido cambios significativos relativamente
rápidos, relacionados con una reducción de
masas de agua y de caudales fluviales y un
mayor desarrollo de ambientes de vega y
pantanos. En el Holoceno medio se observan condiciones de mayor aridez y en el
Holoceno tardío (hacia 4.000-3.000 AP) el
inicio de condiciones similares a las actuales, con lluvias de verano en las áreas bajas
y temperaturas más favorables en las tierras altas. Finalmente se destaca la posible
relación entre la Pequeña Edad del Hielo y
los procesos antrópicos que habrían incidido
fuertemente sobre la cubierta vegetal.
Humberto Lagiglia (en Arqueología prehistórica del sur mendocino y sus relaciones con el centro oeste argentino) resume la secuencia cultural del sur mendocino
y establece relaciones con las áreas vecinas. Centrado en un marco de periodificación
tradicional (con las clásicas etapas Prepaleoindia, Paleoindia, Arcaica, Proto-Productora y Agroalfarera), en la descripción
de elementos diagnósticos y de materiales
arqueológicos y en la identificación de vinculaciones estilísticas y tecnológicas con registros de áreas vecinas, el trabajo presenta
un completo resumen de la visión del autor
sobre la arqueología del sur mendocino. El
producto es un marco cronológico-cultural
general que refleja las propuestas clasificatorias y las interpretaciones desarrolladas por
Lagiglia en los últimos 40 años.
Una periodización distinta se ofrece en
Nuevas consideraciones sobre la problemática arqueológica del valle del Río
Grande (Malargüe, Mendoza), en el cual
Víctor Durán expone un resumen de su propuesta de secuencia cultural y aporta algunas consideraciones e interrogantes impor-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
tantes para la continuidad de los estudios en
el área. Por una parte, distingue una etapa
de colonización del espacio (Períodos 1-4,
entre 7.200 y 2.200 AP) que involucra grupos de baja densidad poblacional y alta movilidad, cuyos movimientos estructuran un
modelo transcordillerano costa-cordillera-tierra. En este período se observa una marcada continuidad tecnológica y un hiatus de
registros de ca. 3.000 años que, para el autor, puede explicarse por no haberse hallado
los sitios a cielo abierto o porque los sistemas de asentamiento abarcaban un área muy
extensa y producían depósitos arqueológicos
de baja densidad. La etapa ubicada entre
2.000 y 500 AP (Períodos 5-7) habría sido
de ocupación efectiva del espacio y mostraría características distintivas: innovaciones
tecnológicas (como la cerámica y el arco),
uso más frecuente y prolongado de cuevas,
mayor diversidad de especies utilizadas y
mayor diversidad de artefactos y variedad
de formas y tamaños de puntas de proyectil.
Interesante es la propuesta de que el río
Grande habría funcionado como un límite
étnico que separaba a grupos relacionados
con «cazadores-recolectores trasandinos o
con los antepasados de los pehuenches históricos» de los antecesores de los puelches.
Finalmente, el Período 8 (Hispano-Indígena
tardío) mostraría a puelches y pehuenches
sometidos a profundos cambios: paso de organización de bandas a tribus, de una economía cazadora-recolectora a otra mixta que
incluía pastoreo y tráfico de bienes, y la formación de grandes redes de intercambio.
Desde una posición diferente Gustavo
Neme (en Arqueología del Alto valle del
Río Atuel: modelos, problemas y perspectivas en el estudio de las regiones de altura del sur de Mendoza) analiza un caso
de adaptación humana a ambientes de altura: el del Alto Valle del Río Atuel. El autor
propone que a raíz de un proceso que
involucraría un crecimiento en la densidad
poblacional (sugerido por el posible aumento
Reseñas/Resenhas
de las redes de intercambio y la disminución
de la movilidad) en los últimos 2.000 años
los grupos del área habrían intensificado la
explotación del ambiente mediante cambios
en el aprovechamiento de los recursos y en
los hábitos de consumo. Esta propuesta se
apoya, principalmente, en interpretaciones
que llevan a pensar en reducción de la movilidad, mayores costos de procesamiento de
los alimentos, ocupación de nuevos hábitats,
incremento en los sistemas de intercambio y
énfasis en la recolección de vegetales. Sin
embargo, varios de estos elementos se basan en información que puede ser interpretada de formas alternativas (por ejemplo, la
menor movilidad se infiere de una probable
tecnología expeditiva inferida, a su vez, de
una mayor proporción de instrumentos descartados con relación a productos de talla).
A pesar de este alto grado de especulación
el trabajo propone una vía de aproximación
novedosa para el tratamiento del registro del
área.
La Payunia es una de las zonas más áridas del área y Adolfo Gil se propone explicar el cómo y el porqué de su ocupación
humana en el capítulo El registro arqueológico y la ocupación humana de La
Payunia. La información disponible indica
que esta región habría sido colonizada y ocupada efectivamente hacia mediados del
Holoceno Tardío, en tanto una posible exploración temprana (7.600 AP) se reflejaría,
solamente, en el registro de un sitio. Uno de
los aspectos más importantes es el cambio
notable observado hacia 1.200-1.000 AP,
evidenciado por la incorporación de cerámica y cultígenos, mayor densidad de material
arqueológico y aparición de sitios de actividades múltiples. Otro tema relevante es la
ausencia de registro arqueológico durante un
extenso período de ca. 5.000 años («hiatus
arqueológico regional») que ocupa casi todo
el Holoceno medio, que no se relacionaría
con un despoblamiento ni con las condiciones áridas del período. Sin embargo, a las
109
condiciones ambientales desventajosas en
relación con las de zonas vecinas sí se atribuye la ocupación tardía del área, que podría representar la anexión de nuevos ambientes en el marco del proceso de intensificación regional propuesto por Neme.
Neme y Gil también analizan La explotación faunística y la frecuencia de partes esqueletarias en el registro arqueológico del sur mendocino. Su estudio se centra en la frecuencia de partes anatómicas
observada en tres sitios. Los autores constatan una covariación negativa con la utilidad económica y positiva con la densidad
ósea, por lo que no pueden establecer si la
estructura del conjunto se debe, fundamentalmente, a su destrucción diferencial o a la
selección de partes por las personas, punto
que para su resolución requiere la consideración de otros indicadores adicionales.
El registro del Holoceno tardío ocupa también un lugar central en Bioarqueología del
sur de Mendoza; Paula Novellino ofrece
un resumen de las investigaciones
bioarqueológicas en el área. Su análisis indica claras diferencias entre los períodos
2.500-500 AP y 500 AP-actualidad. En el
último se registra un aumento importante de
individuos con caries y abcesos y un menor
desgaste en molares. Las tendencias observadas corresponderían a lo esperado para
grupos cazadores-recolectores y agricultores, respectivamente, a pesar de lo cual el
grupo más reciente no puede ser considerado, claramente, como agricultor de acuerdo
con los análisis isotópicos disponibles. Una
dieta rica en Fe y un bajo número de
hipoplasia en ambos grupos indicaría la ausencia general de estrés nutricional. Este trabajo constituye un primer fructífero acercamiento a los estudios bioarqueológicos del
área.
Como contribución al conocimiento de los
estudios arqueobotánicos del área en el capítulo Paleoetnobotánica en el sur de
Mendoza Alicia Hernández realiza la iden110
tificación y caracterización de especies halladas en cuatro sitios. De su informe se destaca la presencia casi exclusiva de especies
observables actualmente en torno a los sitios analizados y la identificación en el sitio
Gruta del Indio de dos plantas exóticas
(Chusquea couleu -colihue- y
Misodendron) propias de los bosques
andino-patagónicos de Argentina y Chile, lo
que sugiere desplazamiento poblacional o
intercambio.
El arte rupestre del Departamento
Malargüe es tratado por Juan Schobinger,
quien define dos grandes grupos estilísticos:
el de pinturas y el de grabados. El primero
se ubica, en general, en los bordes de las
zonas llanas del E y SE y representaría una
penetración del arte norpatagónico de los siglos VI-XVI d.C. El segundo presenta cuatro modalidades, tres de ellas vinculadas con
el arte andino y/o norpatagónico y la restante constituiría un estilo diferente al de áreas
vecinas. De gran interés resulta una serie
de interrogantes planteados por el autor, vinculados, entre otras cosas, con la cronología, la ausencia del típico «estilo de paralelas» pehuenche y las implicancias de la presencia del estilo de pisadas (de supuesto origen patagónico) en la región.
El libro culmina con los comentarios de
Luis Borrero en Arqueología y
biogeografía humana en el sur de
Mendoza (comentario crítico). Borrero
destaca la falta de asociación inequívoca
entre la megafauna pleistocénica y los seres
humanos, de donde se deriva que, probablemente, su desaparición no implicó un cambio adaptativo significativo para los primeros pobladores del área. Borrero también
señala la fuerte conexión transcordillerana
evidenciada por el registro arqueológico,
coincidente con la extensión territorial cubierta por cazadores-recolectores de baja
demografía que habitan espacios marginales. La Payunia sería una zona marginal pero,
para el autor, es más probable su incorpora-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
ción a circuitos de subsistencia humanos
como ampliación de rangos que como saturación del espacio disponible. Asimismo, ofrece salidas alternativas a la «pérdida de eficiencia depredadora» durante el Holoceno
tardío y a los procesos de intensificación propuestos en capítulos previos. Finalmente,
entre las líneas de investigación futuras para
la región el autor enfatiza la necesidad de
mayores estudios tafonómicos para comprender mejor los probables hiatus de ocupación humana.
A través de la lectura de este libro se
desprende un conjunto de aspectos relevantes. En primer lugar, se aprecian, claramente, las diferentes posiciones teóricas de los
investigadores (vinculables con tres generaciones de arqueólogos), lo que puede considerarse como un factor enriquecedor que
favorece el intercambio de información y la
discusión académica. En las generaciones
más recientes es claro el influjo del modelo
de ocupación del espacio propuesto por
Borrero para Patagonia, utilizado como un
instrumento clave para comprender el proceso de poblamiento de la región. Asimismo, se destaca como novedad la incorporación del concepto de intensificación de la
explotación de recursos como componente
importante de los modelos propuestos. Como
contrapartida se observa, en algunos casos,
un muestreo de casos relativamente bajo y
un alto componente especulativo derivado de
cadenas de inferencias que, a veces, no parecen muy sólidas; sin embargo, esto de ninguna manera quita mérito a la presentación
de propuestas hipotéticas novedosas desplegadas en algunos capítulos.
Otro punto interesante es el «hiatus» de
registro arqueológico del Holoceno medio y
las diferentes consideraciones de los autores para explicarlo. Si, como señala Zárate
para Gruta del Indio, el hiatus afecta también la depositación y/o preservación de sedimento (y no sólo el registro arqueológico),
las consideraciones de Borrero y Durán pueReseñas/Resenhas
den ser una de las claves no sólo para entender el problema sino, también, para apreciar mejor, desde una perspectiva temporal
mayor, la aparente eclosión cultural acaecida durante el Holoceno tardío.
Finalmente, resultan muy atractivos los
intentos por vincular la información arqueológica con los grupos étnicos documentalmente
conocidos para el área, lo que permite ampliar, considerablemente, el caudal de información disponible y las posibilidades de elaboración de nuevas interpretaciones sobre la
ocupación indígena tardía. En síntesis, la mayor riqueza de esta obra se encuentra en su
diversidad interna, en el planteo de una multiplicidad de enfoques teóricos y propuestas y
en la clara visión de la necesidad de integrar
diferentes vías de análisis para obtener una
mirada más completa del pasado indígena.
Todo esto hace de Entre montañas y desiertos una respuesta sumamente exitosa al desafío de brindar un estado de avance del conocimiento arqueológico de un área que incluye zonas donde el trabajo recién se inicia y
lo convierte en una referencia indispensable
para el estudio de la ocupación humana del
centro-oeste argentino.
Los límites del mar. Isótopos estables en
Patagonia meridional de Ramiro
Barberena. Sociedad Argentina de Antropología, Buenos Aires, 2002. Reseñado por
Adolfo F. Gil (CONICET /Departamento de
Antropología, Museo de Historia Natural de
San Rafael).
Este libro es producto de una tesis de Licenciatura defendida en la Universidad de Buenos Aires en 2001. Patagonia ha sido pionera en la aplicación de los análisis de isótopos
estables para la caracterización de dieta humana. Barbarena explora en este libro el significado de los valores de isótopos asociados a una escala espacial amplia con lo cual
aborda el estudio de los rangos de acción de
las poblaciones humanas en el extremo sur
111
patagónico. Quiero destacar de este libro el
enfoque regional y la inclusión de los valores
de isótopos en la discusión de temas como la
movilidad dentro de un marco teórico potente, como la ecología evolutiva.
El libro incluye ocho capítulos y un apéndice que, en distinto grado, repaso a continuación. En la primer parte Barberena plantea el problema y los objetivos generales y
señala su interés en analizar el comportamiento espacial de muestras humanas en
relación con la proporción de recursos marinos en sus dietas, según se desprende de la
información de isótopos estables del carbono y del nitrógeno. La escala espacial considerada es el extremo sur de FuegoPatagonia y se centra en dos aspectos: variación de las dietas y rangos de acción de
las poblaciones humanas. Presenta las consideraciones teóricas adoptadas para el estudio. Explícitamente utiliza la propuesta de
la ecología evolutiva, enfatizando aspectos
de biogeografía histórica derivados de aquella. Por ello el punto central sobre el que
Barberena acentúa las consideraciones teóricas es sobre las unidades de análisis espacial, proponiendo el empleo del «rango de
acción promediada» como herramienta teórica. Desarrolla con una destacable claridad
conceptual la metodología de los análisis de
isótopos estables proponiendo los umbrales
cuantitativos que adoptará para definir dietas terrestres, mixtas y marinas. Antes de
adentrarse en su caso de estudio Barberena
presenta, a modo de casos ejemplificadores,
situaciones arqueológicas en distintos lugares del hemisferio sur donde se han explorado problemas similares con los análisis de
isótopos estables. Así sentará bases para discusiones y comparaciones interregionales en
capítulos posteriores. El libro analiza casos
de Sudáfrica, la costa australiana y
Patagonia, retomados en otros capítulos para
discusiones en una escala supraregional. Los
antecedentes regionales y las expectativas
sobre las tendencias isotópicas están desa112
rrollados junto a un detalle sobre las evidencias empleadas para inferir patrones de circulación humana y las explicaciones vigentes sobre estas evidencias. En ese contexto
presenta las expectativas sobre los valores
isotópicos y su variación espacial en la escala de análisis propuesta previamente.
El escenario natural con su consecuente
ecología isotópica está detallado en el capítulo 6. Si bien la diversidad taxonómica es pequeña se resalta la preocupación para armar
la estructura isotópica del «menú». En esta
preocupación el autor ha echado mano de toda
la información disponible, incluyendo los valores de isótopos provenientes de fechados
radiocarbónicos. Con ello propone un modelo
con base en los recursos potenciales y señala
algunos problemas que necesitan ser explorados en futuros trabajos. Si bien algunos investigadores son escépticos con el uso de
valores isotópicos provenientes de análisis
radiocarbónicos creo que, en el grado de resolución actual y para los temas planteados
aquí, no son un problema mayor; por el contrario, es un incentivo para emplearlos, al menos
en una primera etapa de estudios isotópicos
ya que, generalmente, están disponibles de
estudios cronológicos previos.
Los resultados específicos son presentados en el capítulo 7 y discutidos en el 8. En el
capitulo 7 se incluye un análisis sobre la relación entre los valores isotópicos, traducidos en «tipo de dieta», y la distancia a la
costa, con lo cual se muestran patrones que
emergen de dicha información. Se destaca
que la totalidad de las muestras humanas con
algún indicador de dieta marítima se emplaza, mayoritariamente, a menos de 50 kmts
de la costa; las muestras de dieta marítima
se localizan en la costa pacífica y sector occidental del estrecho de Magallanes. En la
discusión se enfatiza el significado de la dispersión espacial de los «tipos de dieta» inferidos en el estudio, considerando propuestas
arqueológicas previas y utilizando los conceptos de «rango de acción», para lo que
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
emplea otros indicadores como materiales
líticos. En este punto podría haber sido significativa la inclusión en el análisis de valores
isotópicos «puros», previo a su «conversión
en tipo de dieta», en relación con las distancias (otra posible versión de la tabla 10), ya
que podría aportar mayor detalle gráfico a
las tendencias observadas. Más allá de esto
destaco, entre otros puntos, el debilitamiento
que generan los resultados de Barberena al
clásico modelo costa-interior.
Finalmente el apéndice incluido hacia le
final del texto detalla aspectos sobre el procesamiento y la integridad de las muestras.
Este apéndice no es un detalle menor y es
destacable desde los aspectos analíticos dado
que es necesario que en todo trabajo que se
presenten valores de isótopos estables se
explicite el procesamiento de las muestras y
las variables consideradas en la evaluación
de su integridad con el fin de ponderar el
valor obtenido (Ambrose y Norr 1992).
Este libro, publicado hace 4 años, sigue
siendo una lectura obligada para quienes no
sólo quieran abordar temas de dieta humana
en Patagonia sino, también, cuestiones de
biogeografía y movilidad humana. Destaco la
importancia de la colección en que se incluye
esta obra, resultado de un fuerte trabajo editorial de la Sociedad Argentina de Antropología. La consistencia del texto y el grado de
articulación de la información hacen su lectura llevadera hasta para quienes nunca se enfrentaron con números isotópicos. El resultado, como parte de un programa de investigación, ha tenido implicancias fructíferas que se
plasman en la continuidad de esta línea de
trabajo (Borrero y Barberena 2006). Sin duda
el libro merece ser leído también por quienes
estamos lejos de los límites del mar.
Referencias
Ambrose, Stanley y Lynette Norr
1992 On stable isotopic data and prehistoric
subsistence in the Soconusco region.
Current Anthropology 33:401-404.
Reseñas/Resenhas
Borrero, Luis A. y Ramiro R. Barberena
2006 Hunter-gatherer home ranges and
marine resources. An archaeological
case from southern Patagonia.
Current Anthropology 47:855-867.
Ecology and ceramic production in an
Andean community de Dean E. Arnold.
Cambridge University Press, Cambridge, 2003.
Reseñado por Lidia Clara García (CONICETInstituto de Ciencias Antropológicas, Universidad de Buenos Aires).
Dean E. Arnold (Wheaton College) lleva
cerca de cuarenta años de trabajo en
etnoarqueología en el área de Ayacucho,
Perú, y aún anteriores en Yucatán. El libro
en cuestión consta de sus trabajos de terreno, búsqueda bibliográfica de diversas fuentes de información, tanto arqueológicas, como
históricas, crónicas e información ecológica
local, así como sus reflexiones y elaboración
de sus datos de campo. Lo que hace muy
interesante este trabajo de síntesis
etnoarqueológica de los andes centro-sur es
que aporta, además, información detallada
de su proceso de reflexión y evaluación de
los datos; esto facilita que otros
etnoarqueólogos puedan evaluar y leerlos
desde sus propias preguntas.
Este apasionante libro, que no descuida
ningún aspecto del área investigada (incluyendo ecología, arqueología e historia) y utiliza una amplia gama de fuentes de información contiene, además, excelentes ilustraciones. Trata sobre el caso de estudio de Quinua
en el valle de Ayacucho, Perú. Redondeando la importancia de la historia cultural de la
comunidad de Quinua sintetiza, como enclave, importantes hitos en la historia del Perú
y de Suramérica y el autor vincula estos aspectos con los factores ambientales que le
dan importancia.
El valle de Ayacucho, donde está localizada esta comunidad, tuvo una evidente importancia para el cultivo del maíz. También la
cercanía del sitio arqueológico de Huari, con
113
toda su carga para la prehistoria de la región
andina, la fundación en cercanías de enclaves Inka y españoles, así como la batalla de
Ayacucho, implican una ubicación en una ruta
importante comercial y de transporte.y una
localización militar estratégica en el valle. Todo
esto tiene implicancias para la producción
cerámica y su distribución en los Andes.
Quinua era el centro de una amplia (aunque
baja en términos andinos) área de producción
de maíz para poblaciones que se convertían
en un mercado inmediato para productos
cerámicos. Además, está situada en la más
importante ruta comercial en los Andes centro-sur, muy significativa como canal para la
amplia distribución de cerámicas en el pasado y en el presente.
Arnold evalúa las relaciones sistémicas
entre la población de alfareros de Quinua y
su ambiente, así como el contexto cultural.
Estas relaciones son complejas. Trabaja la
correlación entre manufactura de cerámica
y agricultura, lo cual da luz sobre los aspectos teóricos del enfoque histórico-cultural.
También analiza el tema de las fuentes de
obtención de materias primas y el uso del
espacio desde este caso de estudio particular. Tampoco descuida los factores religiosos o simbólicos.
Su período de observación fue de veinticinco (25) años, completando el estudio con
la incidencia actual del mercado en esta realidad, que ha cambiando el estatus social de
los ceramistas de Quinua. Luego hay una
detallada observación y análisis de la producción cerámica en Quinua, con cuadros
de síntesis muy claros. También incorpora
detallados dibujos de las vasijas producidas
y sus comparaciones con distintos índices de
diámetros de bordes y otros indicadores
conmunmente evaluados en arqueología.
Detalla las implicancias para la arqueología
de todos estos estudios. Evalúa tecnología y
toma de decisiones. Su enfoque ecológico
favorece implicancias profundas para el estudio de cerámicas que involucran su rela114
ción con el ambiente, la cultura y la sociedad. Luego evalúa las cerámicas como productos sociales, constatando festividades,
modos de transporte y usos y exponiendo
excelentes ilustraciones de sus ejemplos.
También proporciona un gráfico de flujo de
producción, relativo a circulación de productos, incluyendo unidades políticas. La cerámica sirve en la sociedad para el flujo de
líquidos, es canal de información y, algunas
veces, refleja temas mitológicos importantes y tiene un lugar importante en el ritual.
Para los agricultores marginados la producción de cerámica ritual es un modo de ingresos genuinos y un canal de material, energía e información. La cerámica es
intercambiada por alimentos en pisos de Puna
más altos. Las redes de intercambio y venta
de cerámica Quinua incluyen contactos en
Europa y USA como resultado de la tarea de
intermediarios. Estos mecanismos de distribución, según el autor, tienen implicancia para
los modos de distribución en el pasado. Arnold
considera que en el pasado también pueden
haber habido comerciantes especializados en
la distribución de estas artesanías y señala que
los ceramistas actuales de Quinua ocupan,
coincidentemente, casi la misma ubicación
que los ceramistas de Huari, cuya cerámica
era distribuida ampliamente a través del sur y
centro de Perú. Lo que liga la salida de cerámicas de la región hoy y en la antigüedad es
el acceso a rutas de comunicación y transporte, debido a su localización.
El autor hace un detallado estudio sobre
diseño y su correlato con la comunidad, incluyendo análisis de simetría y descripciones minuciosas en excelentes cuadros. Concluye con un resúmen de la variabilidad de
diseño y compara con otras comunidades de
alfareros, sintetizando finalmente los patrones de la comunidad de Quinua.
El capítulo 8 trata sobre diseño y sociedad. Dentro de una gran variabilidad en el
diseño de la cerámica Quinua Arnold encuentra que ciertos patrones de estructura de di-
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
seño y organización ocurren frecuentemente y sugiere una cantidad de razones para
que existan estos correlatos de diseño. Primero, los patrones decorativos pasan de generación en generación por línea paterna;
este patrón es reforzado por la residencia
viri-local post-marital y por el control que el
alfarero masculino ejerce sobre el proceso
de pintura. En segundo lugar, la consistencia
surge de la fuerte interacción interna en
Quinua y por su ausencia con otros alfareros en el valle. Tercero, los correlatos de diseño son reforzados por los estándares estéticos que definen qué es lo no aceptable,
permitiendo, en cambio, una amplia variedad en lo que es aceptable. Esto funciona a
nivel inconsciente. Todo esto no da cuenta
de la gran variabilidad en la decoración de
estas cerámicas. En parte tiene que ver con
creación individual y algunas pueden ser
correlacionadas con unidades sociales por
debajo del nivel de la comunidad. Otra fuente de variabilidad tiene que ver con el cambio cultural y el efecto de la demanda
artesanal sobre este producto tradicional.
Este capítulo sintetiza el enfoque ecológico
a la producción de cerámica Quinua.
El capítulo siguiente aplica los resultados
de este enfoque a la arqueología del valle de
Ayacucho y a los Andes peruanos como una
totalidad y plantea un modelo de desarrollo
hipotético relacionado con el ambiente, dando datos concretos, en una detallada tabla,
sobre producción en diferentes comunidades de los Andes peruanos y utilizando fuentes de información del autor y bibliográficas
exhaustivas.
La parte final se dedica a la especialización en cerámica en el Perú en épocas
prehispánicas, relacionando zonas ecológicas
con localidades productivas. En la conclusión de este capítulo Arnold retoma el tema
de producción cerámica y agricultura, sin
descuidar aspectos míticos y rituales. El capítulo 10 es la conclusión de este exhaustivo
trabajo y lo sintetiza desde este caso partiReseñas/Resenhas
cular, incluyendo problemas como
estandarización y relación entre presente y
pasado. En síntesis, se trata de un libro relevante para andinistas en general.
El lenguaje de los dioses. Arte, chamanismo
y cosmovisión indígena en Sudamérica de
Ana María Llamazares y Carlos Martínez.
Buenos Aires, Biblos, 2004. Reseñado por
María Alba Bovisio (Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad de Buenos Aires).
En El lenguaje de los dioses. Arte,
chamanismo y cosmovisión indígena en
Sudamérica los antropólogos argentinos Ana
María Llamazares y Carlos Martínez1 compilan y escriben una serie de artículos que
tiene como eje la indagación en la
«cosmovisión indígena sudamericana». El
supuesto fundamental del que se parte es
que existe una «cosmovisión amerindia»,
identificable con la «cosmovisión
chamánica», que encuentra en el arte «una
condensación multisensorial», a la vez que
una vía para alcanzar los planos sagrados.
El poético epílogo de Jacques Mabit, médico francés especializado en la aplicación terapéutica de plantas medicinales de la
Amazonia peruana, da cuenta del «espíritu»
(el uso de este término es ex -profeso) que
anima todo el libro: la reivindicación de las
«verdades eternas» detentadas por las culturas originarias frente al grito de dolor del
hombre contemporáneo en su soledad. El
epílogo y la introducción, a cargo de los editores, cierran el círculo de una argumentación cuyo objetivo es, ante la profunda crisis
de valores del mundo occidental, propiciar
un acercamiento a «lo indígena» en concordancia con el surgimiento de nuevos
paradigmas científicos y nuevas búsquedas
espirituales: «...es necesario abrir nuestras
1 Directores de la Fundación Desde América
que desde 1994 se dedica a la promoción de
estudios, investigaciones y difusión de temáticas vinculadas con las culturas indígenas.
115
mentes y estar dispuestos a encontrarnos con
lo inesperado» (p. 16), se propone desde la
introducción.
Este punto de partida la constitución de «lo
indígena» en paradigma de pensamiento implica, en cierta medida, pasar a segundo plano la
reconstrucción y comprensión histórica de los
distintos pueblos en aras de poner énfasis en la
esfera de una cosmovisión originaria común
trascendente. Ciertamente contamos con infinidad de información etnohistórica y etnográfia
de la América indígena, de norte a sur, que demuestra que hay aspectos fundamentales en
las «visiones de mundo» o «cosmovisiones»,
es decir, los modos como el hombre se explica
su relación con lo natural, lo social y lo sobrenatural; pero, como los mismos editores apuntan refiriéndose a la concepción sobre «el arte»,
estas mismas equivalencias las podríamos establecer con «la mayor parte de las culturas
tradicionales», incluidas las antiguas culturas
orientales, la occidental paleocristiana y medieval e, incluso, con las tradiciones
neoplatónicas y pitagóricas del Renacimiento
(p. 15). De modo que si bien el libro busca dar
las claves para la reconstrucción de una
cosmovisión americana muchas de sus conclusiones pueden extenderse a todo universo
cultural que no pertenezca a la modernidad
capitalista occidental.
La compilación se inicia con el artículo
de Martínez El círculo de la conciencia.
Una introducción a la cosmovisión indígena americana, que trasunta una fuerte
impronta de la filosofía de Rodolfo Kusch2
(uno de los maestros del autor) en la afirmación de un pensamiento «americano». Para
definir esa «cosmovisión indígena americana» Martínez propone un «modelo provisorio»
fundado en cinco principios que caracteriza
apelando a numerosos ejemplos de culturas
indígenas del pasado y presente: mayas,
quechuas, aymaras, nahuatl, selknam,
mapuches, sioux, sudar, entre otros.
La totalidad, el primero de los principios
establecidos por autor, se expresa a través de
116
la dualidad, la integración de los opuestos (dioses andróginos), la circularidad y la
cuaternidad como modos de pensar el tiempo
(ciclos de cuatro edades) y organizar el espacio en estructuras cuatripartitas con un centro (ciudades, centros ceremoniales). El principio de la energía está referido a la idea de
que existe un «principio vital», que anima todo
lo existente en el universo animal, vegetal,
mineral, que se redistribuye y transforma pero
nunca desaparece, y por ende a través del
sacrificio humano, por ejemplo, se ofrenda
vida para garantizar la continuidad de la misma en todos los planos. En estrecha relación
con el anterior está el principio de la comunión, que implica una concordancia entre el
microcosmos (hombre) y el macrocosmos
(universo), de modo que el mundo se explica
en una red de correspondencias analógicas
entre el cosmos, la naturaleza y el hombre y
sus creaciones. El cuarto principio es la
sacralidad: en tanto la Naturaleza se concibe
como sacra y se identifica con el lugar del
origen del mundo (cuevas, montañas, lagunas, etc.) todo acto ligado a ella está investido
de ese mismo principio, desde las actividades
productivas en torno a la agricultura hasta los
tránsitos por espacios naturales. Finalmente
está el sentido comunitario de la vida, es decir, el individuo se constituye colectivamente,
no hay identidad por fuera de la comunidad.
La tenencia colectiva de la tierra, el trabajo
comunitario, los sistemas de reciprocidad y
redistribución, son ejemplos de sistemas fundados en la concepción del hombre no como
unidad discreta sino como parte de la estructura comunitaria. Ahora bien, estos principios
se constatan no solo en el mundo americano
sino en gran cantidad de sociedades
etnográficas y premodernas, de modo que,
2 Kusch marcó la senda del pensamiento filosófico americanista, centrado en la definición
de una estética y un pensamiento de «lo
Americano», con textos como América profunda (1962) y El pensamiento indígena americano (1970).
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
tal como señalamos al inicio, cabe la pregunta
acerca de qué es lo propiamente americano.
Por ejemplo, entre los canacos de Melanesia,
cada hombre identifica un árbol con un antepasado, el cuerpo se concibe y categoriza a
través del mundo vegetal y la vida vegetal
genera el impulso de todo lo que vive: karo
designa la piel del hombre y la corteza del
árbol, pié la pulpa de las frutas y la carne y
músculos humanos. La muerte se concibe
como transformación puesto que el muerto
puede reencarnar en un árbol o un animal, o
incluso, volver a estar entre los vivos en forma de un bao (espíritu). Entre los dogon de
Mali la persona está constituida por: el cuerpo material, ocho granos simbólicos identificados con la germinación, ubicados en las clavículas, la fuerza vital, nàma, que está en la
sangre, y los ocho kikinu, principios espirituales gemelos y opuestos (machos, hembras,
inteligentes, brutos, etc.) que se localizan en
distintos órganos y pueden salir y ubicarse en
distintos lugares (animales, plantas, altares),
de acuerdo a cúales prevalecen se determinan los estados psicológicos y anímicos de la
persona. Como vemos, tanto entre los dogon
como entre los canacos (como en tantas otras
sociedades no-modernas) el hombre no es un
individuo sino que es una trama de relaciones
entre la naturaleza, el cosmos y la comunidad
(Le Breton 1995:16-27). En este sentido creo
que el «modelo» propuesto por Martínez más
bien logra dar cuenta de cómo el mundo americano participa del mundo premoderno, no
moderno, o llamemos a todas las tradiciones
culturales que, más allá de su grado de complejidad socio-político y económico, se constituyen a partir de un visión analógica y
metafórica fundada en la relación hombrenaturaleza, relación que da origen a teorías y
prácticas. Al respecto el autor señala el rol
clave de la naturaleza en la configuración de
una «visión de mundo» en la medida que le
sirve de paradigma: «el comportamiento de
los animales en su cotidianeidad, como cazan, cómo comen, cómo juegan, cómo duerReseñas/Resenhas
men todo es para el aborigen una sabiduría
natural que incorpora a su propia vida» (p.
51)3. Efectivamente en la medida que de la
naturaleza proviene tanto el sustento del hombre como las amenazas a su subsistencia,
configurándose la paradójica relación en la que
ora este domina a aquella (agricultura, caza,
recolección), ora esta se rebela (sequías inundaciones, terremotos, animales salvajes), no
sólo se la entiende como sagrada,
suprahumana, sino que es en esta experiencia que el hombre construye su cosmovisión
y su modo de categorizar el mundo. Otro aspecto destacable del texto es la idea de que la
reivindicación de los indígenas por la devolución de sus tierras no solo implica la resolución de cuestiones materiales sino de aspectos que hacen vital y esencialmente a la continuidad de la vida de la comunidad, a su más
profunda identidad. Imposible separar para
estas sociedades, primero cazadorasrecolectoras luego agrícolas, «la base material» de lo social y simbólico; la tierra, ciertamente, es simultánea e indiscriminadamente,
el medio de subsistencia, el lugar de origen, el
espacio donde circula la energía vital y el
ámbito de los antepasados. El autor cierra su
artículo reconociendo la necesidad de atender al factor cambio a la hora de intentar acercarnos a la comprensión de las sociedades
indígenas. Sin embargo, la cita de Johana
Broda invocada —»La cultura indígena debe
estudiarse en su proceso de trasformación
continua, en el cual antiguas estructuras y
creencias se han articulado de manera dinámica y creativa con nuevas formas y contenidos» (citado en la p. 56)— no se inserta sin
cierta tensión con la propuesta general del
artículo que establece un mismo modelo estructural, que definiría el círculo de una «conciencia cósmica» (chamánica), para diversas
sociedades del presente y del pasado.
3 Respecto al rol de los animales en la sociedades premodernas sudamericanas véase
Urton (1985).
117
En el segundo artículo, Arte chamánico:
visiones del universo, Llamazares también
apunta a la construcción de un modelo, en
este caso el del «arte chamánico», que sería
la expresión plástica de esa «cosmovisión
americana». Este riquísimo texto puede leerse como el despliegue de una hipótesis sumamente sugerente pero que, creo, merece una
confrontación más específica con las imágenes plásticas. La autora define el «arte
chamánico» como «la expresión plástica de
visiones alcanzadas o recibidas por el chamán
durante estados en los que su percepción se
amplifica de tal forma que puede acceder con
su conciencia a niveles suprasensibles» (p. 70);
lo incluye en la categoría de «arte holorénico
que abarca todas aquellas expresiones estéticas nacidas de este tipo de estado de conciencia con independencia del contexto cultural de origen» (p. 71). La adopción de esta
definición ubica a estas expresiones estéticas
en un plano que trasciende las variables histórico-culturales y se instala en una realidad
espiritual de orden universal. En principio nos
permitiríamos dejar abierta la cuestión en torno a cúanto intervienen en la experiencia
chamánica las particularidades culturales y
cúanto hay de trascendente, sin negar ese
factor común que es la condición humana
misma. Pero más allá de esta discusión acerca de la universalidad vs. particularidad de la
experiencia chamánica, se presenta otro problema que es el de la definición de este tipo
de expresión frente a imágenes arqueológicas cuyo contexto de producción y circulación nos es desconocido y se reconstruye
hipotéticamente a través del registro material. En este sentido no creo que sea posible
afirmar la existencia de «evidencia
iconográfica» (p. 67) del arte chamánico en
la producción plástica de la América
prehispánica, tal como se propone en el artículo donde se la homologa con casos
etnográficos donde el contexto de producción
de las imágenes y la existencia de prácticas
chamánicas ha podido observarse y registrar118
se. De hecho todos los trabajos citados como
antecedentes de estudios sobre arte
chamánico se refieren a casos etnográficos,
no arqueológicos. En cuanto a la metodología
de análisis de las imágenes, definidas como
«instrumentos simbólicos», Llamazares, desde una perspectiva semiótica, propone atender al análisis de seis niveles (p. 73): de la
realización (técnicas y materiales),
morfogenético (generación de formas), lexical
(inventario de formas), sintáctico (sistema de
reglas de disposición espacial de las formas),
semántico (significación de las imágenes) y
pragmático (uso y circulación). El modelo en
si puede ser de gran utilidad pero al pasar a
ejemplificar los casos de arte chamánico se
elude la reconstrucción, a partir de la información arqueológica, de estos niveles. En este
sentido queda pendiente la aplicación concreta de la metodología al análisis de los materiales presentados, quizás por el carácter general del texto pero sobretodo, creemos, por el
punto de partida fuertemente universalista.
Tomando como referencia el clásico trabajo
de Eliade (1976) sobre chamanismo la autora
establece cuatro líneas temáticas que dan
cuenta de lo esencial de la cosmovisión
chamánica: el viaje, el trance, la trasformación
y el poder, e identifica estos temas en distintas iconografías de diversas culturas americanas y africanas prehispánicas y
etnográficas. Veamos uno de los ejemplos
referidos al «viaje»: la autora interpreta como
relacionado con el «vuelo chamánico» un
motivo bordado en un manto de un fardo funerario de Paracas Necrópolis (costa sur del
Perú, s.IV), que consiste en un personaje antropomorfo que se dispone horizontalmente si
ubicamos el textil apaisado. Ahora bien, el
motivo se muestra aislado (lam 3.b. p.115) sin
considerar la totalidad de la pieza textil en la
que este mismo motivo se repite en hileras y
columnas a lo largo de todo el manto, alternando su disposición en relación derecha-izquierda arriba-abajo, de modo que la «actitud
de vuelo» se transforma si pensamos en una
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
disposición vertical del manto, que, además,
estaba envolviendo al cuerpo, vale decir, que
se bordó en la bidimensionalidad pero se usó
en la tridimensionalidad. Queda claro, entonces, que leer ese personaje «en vuelo» es una
hipótesis que debería fundarse en un análisis
intrínseco y contextual del texto plástico (el
textil) intentando reconstruir los niveles enunciados por la autora (morfogenético, lexical,
etc.). La misma objeción podemos hacer a la
interpretación del punto de vista aéreo (desde
arriba) como relacionado con las vistas desde el vuelo (p.80). Esta es una convención
que ha sido adoptada en diversísimas culturas y en muchos casos esta elección está directamente asociada a la claridad de lectura
de la imagen, por ejemplo, es muy común representar vistos desde arriba a sapos, lagartijas, etc., animales cuya estructura anatómica
se percibe con mayor claridad desde ese punto
de vista4. En el mismo sentido podemos argumentar que es más probable que el recurso
de la organización compositiva en base a la
simetría axial vertical especular esté ligado a
la proyección de la estructura propia del cuerpo humano que al poder de desdoblamiento
del chamán (p.105), en todo caso, el uso de
esta simetría connotaría «humanidad». La interpretación de las imágenes es una tarea
compleja, como la propia antropóloga reconoce al explicitar su metodología semiótica,
de modo que creemos que los numerosos
ejemplos prehispánicos que presenta como
«arte chamánico» ameritan un análisis específico para no caer en una circularidad
argumentativa: se determinan los «temas
chamánicos» y se identifican en la iconografía como «evidencia» del chamanismo. En
realidad la evidencia estaría en el registro arqueológico que permite argumentar la existencia de esta práctica asociada a ciertos
materiales, los «objetos rituales chamánicos»
(p.117): pipas, morteros, tabletas, sonajas, etc.
Un texto plástico (una imagen encarnada en
un soporte) es un «signo» no una «evidencia»
y si la interpreto a la luz de datos del registro
Reseñas/Resenhas
arqueológico que dan cuenta de la existencia
de prácticas chamánicas no puedo usar esas
mismas imágenes como evidencia de la expresión plástica de esas prácticas. Por otra
parte, Llamazares consigna dentro de las distintas imágenes chamánicas, la representación del ritual (escenas de danza, de personajes fumando), la de las visiones del chaman,
figurativas y no figurativas, la de los símbolos
que lo identifican, la de las plantas que consumen, sería útil indagar las diferentes funciones simbólicas de estas imágenes de carácter muy diferente, que seguramente se producían y circulaban de modos diferenciados.
El tercer artículo, La «estética del brillo»: chamanismo, poder y arte de la analogía, fue escrito por el arqueólogo inglés
Nicholas Saunders, cuyas investigaciones han
girado en torno a los significados del color y el
brillo en la América indígena y precolombina.
También aquí se transitan diversos tiempos y
espacios culturales (aztecas, mapuches, incas,
tukanos, kogi, grupos amazónicos, etc.)
ejemplificando con información etnohistórica
y etnográfica los valores sagrados, morales
míticos y sociales de la luz, encarnada en distintos fenómenos naturales, arco iris, nieve,
rayos, reflejos del agua, luz solar, etc. Esta
«metafísica de la luz» daría cuenta del sentido chamánico del brillo y el color. Saunders
destaca, acertadamente, aunque resulte paradójico, la importancia de la materialidad de
esta metafísica en directa relación con el desarrollo de distintas «tecnologías del brillo»:
en este sentido se distancia completamente
de los enfoques arqueológicos clásicos, que
atienden a las tecnologías como parte de los
indicadores materiales del grado de desarro4 En su artículo «El mapa y el espejo: teorías de
la representación pictórica» Ernst Gombrich
(1989) sostiene que el desarrollo de los distintos estilos a través de la historia y las culturas
estaría mas vinculado a las funciones concretas que debía cumplir la representación que a
la concepción de mundo imperante en cada
época.
119
llo/evolución de una cultura, para señalar el
aspecto simbólico cultural de las mismas: «Los
procesos tecnológicos en si mismos son elecciones culturales cuyos significados y poder
emanando una sinergia entre el mito, el conocimiento ritual y las habilidades técnicas individuales» (p.131). Señala, entonces, el rol del
trabajo de ciertas piedras por sus propiedades cromáticas (por ejemplo, las dioritas verdes asociadas a la fertilidad en el mundo
nahuatl); de la metalurgia, particularmente en
el mundo andino donde objetos de oro y plata
encarnaban en si sacralizad y poder; e incluso alude a las técnicas de alfarería que logran
superficies bruñidas brillantes. Esta «metafísica de la luz», sostiene el autor, opera según
la lógica de la analogía (en la que la metáfora
ocupa un lugar estructural) propia de la
cosmovisión chamánica. En este planteo (y
en el de los editores) resuena el concepto de
«pensamiento mítico» de Levi-Strauss (1964),
retomado por su discípulo Maurice Godelier:
el primero señala que este tipo de pensamiento opera a través de un determinismo global e
integral donde hay una exigencia de causalidad
para explicar el mundo y esta causalidad articula los planos natural, social y sobrenatural.
Godelier (1974), por su parte, sostiene que «el
pensamiento primitivo», opera a través de
metáforas y metonimias: piensa a la naturaleza de forma analógica al mundo humano y
representa a sus seres y fuerzas como sujetos dotados de conciencia y voluntad, simultáneamente proyecta en la sociedad humana
estas representaciones del mundo natural
constituidas en categorías. El aspecto específico en este caso está en la importancia de la
experiencia cromático-lumínica, de carácter
sinestésico en la visión chamánica, que
Saunders sostiene que no puede reducirse a
un mero fenómeno neuropsicológico, sino que
debe considerarse en el contexto más amplio
de una cosmovisión. En este sentido, el
arqueólogo inglés, al igual que los otros autores del libro, entiende el chamanismo no como
una práctica religiosa específica sino como
120
«una teoría no occidental del ser y actuar en
el mundo» (p.137). Al mismo tiempo que plantea esta concepción general del chamanismo,
con acertada cautela, presenta los problemas
metodológicos del uso del paralelo etnográfico,
«claramente insuficiente» para aplicarlo a la
interpretación de culturas del pasado: «Los
objetos arqueológicos difíciles de interpretar
que en una época eran rotulados como «rituales», ahora son denominados chamánicos;
un fácil recurso para la imaginería proveniente de estados de conciencia alterada... que a
menudo ha funcionado como una pantalla de
humo al ocultar malentendidos acerca de las
complejas relaciones que existen entre diferentes tipos de materialidad, espiritualidad y
fenómenos naturales mediatizados a través
de la cultura» (p. 136)5. Más allá del carácter
general de su propuesta sobre la existencia
de una «metafísica de la luz» en América
insiste en un aspecto de central importancia
desde una perspectiva histórico-antropológica
advirtiendo que: «la amplia coherencia de tales actitudes genéricas hacia la luz no implica
necesariamente que cada cultura interpretara la luz y la oscuridad de lamisca forma o
que los significados culturales específicos...
fueran siempre los mismos» (p. 130).
Saunders finaliza su artículo aclarando que la
conceptualización de «la estética del brillo»
es deliberadamente amplia porque apunta (en
las antípodas, a nuestro juicio, de una explicación universalizante y a-histórica) a poner en
juego una gran cantidad de información de
culturas etnográficas y arqueológicas americanas para alentar a investigar «las complejidades tanto del pasado como del presente»
(p.40).
En la introducción y los tres primeros artículos comentados se desarrolla el conteni5 El autor previene así del uso de la «actividad
chamánica» como categoría explicativa
omniabarcadora, riesgo que en cierta medida
se corre en la propuesta de los editores del
volumen y en sus respectivos artículos.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
do medular del volumen en cuanto a la indagación en una cosmovisón amerindia. Los
siguientes artículos presentan diversos casos que permiten confrontar y pensar las
propuestas anteriores a la luz de prácticas
concretas, en espacios y tiempos concretos.
La autoría de Canto indígena: el sonido
sagrado corresponde a Silvia Barrios,
antropóloga y cantante —con una abuela
chané que le enseñó a escondidas a curar a
través de oraciones (la palabra crea cosas...
p. 154)- que se dedicada a difundir la música de grupos indígenas de la región chacosalteña. En su texto narra su experiencia en
la organización de un espectáculo, Argentina Indígena, estrenado en 1987, en el que
como directora convocó a participar a distintos músico indígenas. En su relato la poesía, la antropología y la crónica dan cuenta
de los sentidos sagrados que perduran en la
actualidad: «...la copla como modo de
adentrarse en lo trascendente» (p. 144). Al
mismo tiempo consigna los procesos de
transformación, negociación y apropiación en
la interacción entre el «mundo moderno» y
la «tradición». También da cuenta de las dificultades y, a veces, imposibilidades de conciliación (bienvenidas sean las convicciones
innegociables), como el caso de Mukuk, el
líder del grupo Los Wichi Matacos del
Pilocomayo, que se negó a participar porque el canto-danza que iban a representar
podía, en el marco del espectáculo, repetirse
sólo cuatro veces y según la tradición debía
cantarse durante tres días; solo así tenía sentido (p. 149). La música aparece aquí como
una de las formas que aseguran la permanencia de las tradiciones: «...el sonido es más
seguro que el tiempo y la materia. A la luz de
la física cuántica lo que parecía más inconmovible se ha vuelto ilusorio: el tiempo y la
materia» (p. 155).
El exhaustivo articulo de Llamazares,
Martínez y la artista plástica e historiadora
del arte especialista en arte mapuche, Teresa Pereda, Los que movían el metal. MeReseñas/Resenhas
tamorfosis de la luz en la platería
mapuche, despliega minuciosamente las
múltiples connotaciones simbólicas de la plata
en esa cultura, material asociado a la luna, lo
femenino, lo sagrado, lo vital; propiedades
que se imprimen en los distintos objetos confeccionados con el mismo, fundamentalmente objetos y atuendo de las machis. Entre
este artículo y el de Saunders se da una fecunda complementación porque aquí podemos profundizar en los distintos fenómenos
a los que el arqueólogo inglés alude al referirse a la «metafísica del brillo» y a los procesos sinestésicos. Los adornos de plata
configuran a la mujer vestida de negro en
metáfora del firmamento nocturno, reino lunar; en sonaja viviente, sonido sagrado que
propicia la conexión con otros planos. El poder de transmutación identifica al chaman y
al metalurgista. La plata atraviesa con sus
connotaciones simbólicas lo socio-político, lo
cosmológico y lo natural.
Los tres textos siguientes, a cargo de investigadores chilenos, se acotan a objetos
muy concretos y la relación, más que con el
chamanismo, se da con la noción de
«cosmovisión» que se perpetúa a través de
prácticas y objetos: Ruth Conejeros, especialista en textiles, analiza en Divinidades
en el arte textil del Puel Mapu (Tierra del
Este), el textil mapuche en su proyección
histórica señalando especialmente el carácter sacro de la tarea de tejer y las connotaciones mítico simbólicas del mundo animal y
vegetal referido en su iconografía. La investigadora en etnoestética, Margarita Alvarado,
describe en Widün, el mundo mapuche de
la arcilla, los procedimientos y tipologías
alfareros que a través de códigos estéticos
mantienen vivas las tradiciones mapuches.
El antropólogo, especialista en semiótica y
etnoestética, Pedro Mege, en su artículo
Colores aquí. Simbología mapuche del
color propone entender el valor simbólico
de los colores no como un repertorio de códigos fijos sino en el contexto semántico re121
gido por la metáfora: cada color significa
según su contexto de actualización. Todo el
trabajo cumple su cometido inicial: «estimular más que concluir» (p. 247).
En el último artículo los editores reseñan, a
modo de útil catálogo con bibliografía específica incluida, los tipos, modos de uso y antigüedad de uso, de las ocho principales plantas
psicoactivas empleadas por indígenas sudamericanos. Un último comentario para propiciar
el debate sobre el chamanismo en América:
Marco Curátola (1980) en un texto sobre el
Taqui Ongoy llamó la atención sobre las diferencias entre «posesión» y «chamanismo»: en
este caso el chaman asciende hasta los dioses
y se comunica con ellos; en el otro los dioses
descienden y toman el cuerpo del oficiante que,
en ese momento, encarna a la deidad. Si prestamos atención a la información entohistórica
y arqueológica sobre Andes y Mesoamérica,
que da pistas de que el sacerdote es la deidad
en el momento del ritual, cabe la pregunta: ¿no
se acerca más la idea de «posesión» a las prácticas y concepciones religiosas de la América
prehispánica
diferenciándose
del
«chamanismo» registrado en la información
etnográfica sobre la América actual? Asumir
el compromiso de indagar, rescatar y
reinvindicar modos de vida y pensamiento indígenas resulta un desafío promisorio tanto como
necesario; este libro encara esta problemática,
toma posición y abre el debate (a este han apuntado todos los comentarios y discrepancias aquí
expuestas), planteando discusiones teóricometodológicas contrastadas con diversos casos. Creo que su mérito es innegable y su lectura ineludible para todos los interesados en
bucear en la compleja trama de las culturas
originarias.
Referencias
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1980 Posesión y chamanismo en el culto
de crisis del Taqui Ongo. El hombre
y la cultura andina. Ramiro Matos
Editor, Lima.
122
Eliade, Mircea
1976 El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Fondo de Cultura Económica, México.
Godelier, Maurice
1974 Economía, fetichismo y religión en
las sociedades primitivas. Siglo XXI,
Madrid.
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1989 Nuevos estudios sobre la psicología
de la representación pictórica. Alianza, Madrid.
Kusch, Rodolfo
1970 El pensamiento indígena americano.
Cajica, Puebla.
1999 América profunda. Biblos, Buenos
Aires [1962].
Le Breton, David
1995 Antropología del cuerpo y modernidad. Nueva Visión, Buenos Aires.
Lévi-Strauss, Claude
1964 El pensamiento salvaje. Fondo de
Cultura Económica, México.
Urton, Gary
1985 Animal myths and metaphors in
South America. University of Utah
Press, Salt lake City.
Arqueología de la represión y la resistencia en América Latina, editado por Pedro Paulo Funari y Andrés Zarankin. Encuentro, Córdoba, 2006. Reseñado por Carlo
Emilio Piazzini (Instituto de Estudios Regionales, Universidad de Antioquia).
En esta compilación el lector encontrará un
buen ejemplo de que la arqueología contemporánea en América Latina avanza en la
trasgresión de las fronteras que tradicionalmente demarcaban su objeto de estudio.
Quien —guiado por la palabra arqueología
en el título— quisiera encontrar en esta publicación alguna referencia a la reconstrucción de eventos o procesos indígenas precolombinos sencillamente no hallará lo esperado e, incluso, aquel que pudiera considerar que se trata de una compilación de
estudios de arqueología histórica sobre
Latinoamérica tendrá que aceptar que se
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
trata de una historia muy reciente, que se
confunde sin límites precisos con el presente. De hecho, la ficha bibliográfica del texto
se encuentra referenciada bajo el registro
«Historia política latinoamericana» y, de
acuerdo con los compiladores, «... la arqueología —ahora entendida como el estudio de
las personas a través de la cultura material—
ofrece la posibilidad de generar visiones alternativas a las de la historia escrita, independientemente de variables como tiempo y
espacio» (p. 12).
Efectivamente, no hay en los textos nada
que tenga que ver con el ejercicio tradicional de establecimiento de cronologías; la temporalidad de los acontecimientos o procesos
estudiados está dada de antemano por la
memoria de hechos recientes. En relación
con la variable espacial habría que decir,
contradiciendo parcialmente a los
compiladores, que es en torno de ella que es
posible buena parte de los estudios presentados; así, por ejemplo, los capítulos elaborados por Roberto Rodríguez sobre la búsqueda de los restos del Che Guevara en
Bolivia, por Rodrigo Navarrete y Ana María
López acerca de los graffitis elaborados por
presos en el Cuartel de San Carlos en Caracas, por Patricia Fournier y Jorge Martínez
sobre el genocidio de 1968 en Ciudad de
México, por José María López en torno de
la represión política y militar en Uruguay y
por Andrés Zarankin y Claudio Niro sobre
los centros clandestinos de detención durante la dictadura en Argentina. En todos ellos
la variable espacial resulta clave, ya sea entendida simplemente como extensión de referencia sobre la que se localizan determinados lugares o, en una acepción más elaborada, como sistema de relaciones entre
sujetos, objetos y lugares que agencian prácticas de poder. Ello indicaría que la arqueología, una vez relativizada la importancia del
tiempo y las cronologías, permite restituir el
espacio y las materialidades como aspectos
centrales para su práctica.
Reseñas/Resenhas
He querido comenzar por resaltar uno
de los aspectos que, a mi juicio, caracterizan
la práctica reciente de una arqueología latinoamericana que, conciente o inconscientemente, transita hacia la redefinición de su
lugar en las cartografías de pensamiento. Se
trata, indudablemente, de una arqueología
que se acerca más a otras disciplinas y que
propone temas transversales de conversación, pero, más allá de ello, que realiza aproximaciones audaces a problemáticas de incumbencia general. La represión y la violencia
ejercida en décadas recientes por organismos estatales en varios países latinoamericanos es una de ellas y constituye el tema
central de la publicación.
Las consecuencias, para la arqueología
misma, de esta apertura extra-académica son
materia de reflexión por parte de Alejandro
Haber en uno de los capítulos del libro. Según
el autor tradicionalmente la arqueología ha
constituido un régimen de verdad que aboga
por la neutralidad valorativa y el objetivismo,
características que «...se resquebrajan cuando los hechos tratados son tan indiscutiblemente atroces que no tan sólo conforman
parte de una realidad que no puede ser negada sino de una realidad que tampoco debe ser
negada» (p. 139). Es así como el hacer arqueología sobre temas que no admiten neutralidad valorativa implicaría, en última instancia, el establecimiento de otro tipo de régimen
de verdad que, sin ser menos académico o
menos científico, no excluye otras formas
extra-académicas de la memoria; ni siquiera
las convierte en su objeto de estudio sino que
las incorpora plenamente en sus procedimientos y resultados. Un ejemplo de ello es el capitulo escrito a dos manos por Andrés
Zarankin, profesor de arqueología, y Claudio
Niro, periodista ex detenido-desaparecido por
el régimen argentino en la década de 1970, y
actual estudiante de antropología. Aquí la
memoria narrada por un protagonista se entrelaza con la arqueología de los lugares de
retención y tortura de un régimen militar de
123
derecha, aportando a la reconstrucción de
acontecimientos velados o mal conocidos y a
la producción de una narrativa proclive a la
elaboración de recuerdos dolorosos y, a la larga, a la reparación de las víctimas por la vía
del reconocimiento y puesta en la escena de
lo público de las atrocidades cometidas. En
este sentido la arqueología viene a ser una
práctica discursiva eficaz en la tarea de convalidar voces otrora disidentes y de materializar sus memorias con todas las implicaciones
que tiene el hecho de restituir al plano de lo
visible, tangible y localizable aquellos referentes que, hasta entonces, no tenían un «lugar
de la memoria».
Pero si bien es cierto que el régimen de
verdad en el que tradicionalmente se ha soportado la autoridad de la arqueología debe
mucho a una visión hegemónica y excluyente del pasado y el presente es necesario reconocer que en el diálogo que, eventualmente, establezcan los arqueólogos con otros
regímenes de verdad (en este caso el de las
víctimas) no pueden ni deben renunciar al
esfuerzo por generar discursos verosímiles
sobre los procesos y hechos sociales a los
que se pretenden dirigir. Piénsese en la solidez de la información que los estudiosos de
otras disciplinas y determinados sectores de
la población esperan de una arqueología y
una antropología forense dedicadas a aportar elementos para el establecimiento de la
verdad en el marco de proyectos de justicia
y reparación.
A riesgo de simplificar un tanto los procesos sociales y políticos a los que se refieren los textos del libro se podría decir que ha
sido, fundamentalmente, en aquellos países
en los cuales durante los últimos años se ha
operado un giro en los sistemas políticos y
militares (antes mayoritariamente de derecha, ahora mayoritariamente de izquierda)
en donde se ha avanzado en la realización
de estudios de arqueología de la represión y
la resistencia. Por el contrario, en aquellos
países en los cuales se vive una relativa con124
tinuidad en los sistemas políticos y militares
estos estudios constituyen apenas un proyecto o ni si quiera existen. Los artículos que
abordan acontecimientos sucedidos durante
los regímenes de derecha en Bolivia, Uruguay, Brasil, Argentina y Venezuela demuestran la existencia de experiencias, resultados y proyectos en marcha de una tal arqueología, mientras que ello es apenas un
proyecto en el caso de México y una posibilidad acaso no entrevista para el caso de
Colombia. Lo que quiero decir es que el establecimiento de un dialogo en el que pueda
articularse el régimen de verdad de la arqueología con las memorias (otrora) disidentes resulta relativamente cómodo en aquellos casos en los cuales se han venido dando
condiciones proclives al reconocimiento público de las atrocidades cometidas por los
regímenes anteriores. De alguna manera los
arqueólogos pueden estar hablando desde una
posición compartida por amplios sectores de
la opinión pública, las instituciones y los gobiernos en el poder.
La envergadura del reto que supone la
búsqueda de un nuevo régimen de verdad
para una arqueología interesada por el pasado reciente de las sociedades latinoamericanas, que converse de manera dialógica y no
excluyente, pero tampoco complaciente, con
la pluralidad de las memorias sociales se pone
de manifiesto al pensar en lo que sería una
arqueología de la represión y la resistencia
en Colombia. Pongo este caso hipotético por
dos razones. La primera porque se trata del
país desde el cual hablo. La segunda porque
el caso colombiano es aquel de una tensión
y conflicto permanente entre visiones de la
historia reciente que señalan las atrocidades
cometidas, ya por el Estado, por los grupos
paramilitares o ya por la guerrilla, sea entre
ellos o en relación con la población civil. Aquí
no es posible identificar una visión más o
menos predominante acerca de quiénes han
sido los reprimidos y los que han ejercido
resistencia. Muchas veces los victimarios
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
reclaman ser ellos mismos las víctimas, mientras que las acciones terroristas y los delitos
de lesa humanidad pueden ser endilgados a
unos y otros. Curiosamente, o quizá por lo
mismo, el único articulo del libro en mención
que se aparta de la exposición de experiencias o proyectos de arqueología o antropología forense aplicados a eventos de represión
o resistencia es el elaborado por Carl
Langebaek a propósito de Colombia. Este
articulo, que marca ciertamente una discontinuidad temática y retórica con el resto de
la compilación, no está interesado en aproximarse desde la arqueología a los hechos o
acontecimientos relacionados con el conflicto
político-militar que ha dominado la historia
colombiana desde hace más de medio siglo.
Se dirige, más bien, a examinar por qué los
arqueólogos colombianos no han adoptado
de manera significativa enfoques políticos de
izquierda para tratar de hacer arqueología.
Se desprende del articulo de Langebaek que
una suerte de esquizofrenia discursiva habría conducido a que, aún en el caso de profesar una ideología marxista o de declararse
como «arqueólogos sociales», los
arqueólogos colombianos hubiesen seguido
produciendo narraciones fundamentalmente centradas en el pasado precolombino,
empleando un enfoque histórico-cultural proclive al mantenimiento de una visión conservadora y hegemónica del pasado nacional.
Pienso que esta ambigüedad enunciativa y
este confinamiento mayoritario en las
temporalidades «prehistóricas» resulta de las
condiciones particulares del contexto colombiano antes enunciadas. Hacer una arqueología de la resistencia y de la represión en
Colombia además de peligroso resulta
conceptualmente complicado. Aun cuando
existen experiencias, muy valiosas por cierto, de proyectos de antropología forense y
algunos organismos del Estado emplean técnicas de antropología forense de manera
rutinaria en sus investigaciones no conozco
experiencias de estudios arqueológicos que
Reseñas/Resenhas
aborden, expresamente, restos materiales del
sinnúmero de eventos y lugares que testimonian el cruento conflicto colombiano de
las últimas décadas. A lo sumo algunos
arqueólogos han venido interesándose por
hacer una «arqueología histórica» que se
mantiene, no obstante, dentro de los límites
cronológicos que la separan de una arqueología del pasado reciente.
El caso de Colombia —en donde actualmente se aplica un controvertido proyecto
de verdad y justicia que pretende identificar
los culpables y las víctimas de un conflicto
vigente, así como establecer los castigos y
reparaciones a que haya lugar— plantea en
toda su dimensión y complejidad el reto de lo
que sería la definición del régimen de verdad de una arqueología que tercie con criterios sólidos en medio de las múltiples voces
sobre lo que ha sido y significa el pasado
reciente de las represiones y la resistencia
en América Latina. Seguramente no se trata de un caso aislado. La situación colombiana, en donde no es fácil separar víctimas
de victimarios, es afín a otros países como
Nicaragua y, a la larga (y ojalá no fuera así),
plantea un escenario similar al que podrían
vivir en los próximos años algunos países que,
por lo pronto, se encuentran en una posición
más o menos unificada de crítica a los regímenes político-militares que les han antecedido. En estos casos complejos en los que es
difícil coincidir siempre con lo «políticamente correcto», pero aún en los que aparentan
ser más sencillos, es necesario reflexionar
sobre la manera como la arqueología, una
vez reconocida su deuda histórica con visiones hegemónicas del pasado, puede habilitar una voz autorizada mas no autoritaria,
verosímil mas no única, autónoma pero no
aislada, sobre los acontecimientos y procesos que hacen parte de las historias recientes de los países latinoamericanos. Creo que
esta línea de reflexión puede conducir una
lectura crítica y fecunda de la compilación
efectuada por Funari y Zarankin.
125
Andean archaeology, editado por Helaine
Silverman. Blackwell, Oxford, 2004. Reseñado por Alexander Herrera (Departamento de Antropología, Universidad de los Andes/Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú).
Cuando por primera vez vi Andean
archaeology, el volumen recientemente editado por Helaine Silverman, me excité. No
sólo porque es la punta de lanza de la serie
«Arqueologías del mundo» editada por la prestigiosa casa Blackwell sino porque la carátula
muestra una bella vasija escultórica de un
guerrero cojo, enigmático ejemplo de uno de
mis estilos favoritos. El formato y el tiempo
de la publicación me parecían perfectos: los
tres volúmenes recientemente editados por
Isbell y Silverman (2002-2006) son caros y
muy pesados para estudiantes de pregrado;
el didáctico The Incas and their ancestors
de Michael Moseley (1992, revisado 2001)
ya comienza a sentir los efectos del tiempo y
el excelente texto Peruvian prehistory editado por Keatinge (1988) ya ha cumplido más
de 25 años. Andean archaeology, pensé,
podría realmente convertirse en una fuente
de textos clave para cursos de pregrado en
arqueología andina, tal y como Meskell y Joyce
prometen en el prefacio.
La introducción de Silverman a la temática y a los capítulos (organizados en orden
cronológico) es una invitación a reflexionar.
Su crítica de los supuestos evolucionistas
entretejidos en el edificio cronológico andino
es muy pertinente: los andinistas necesitamos repensar seriamente nuestra perspectiva del tiempo arqueológico. Sin embargo, no
me queda claro cómo los fechados
radiocarbónicos podrían mostrar el camino
para salir del enredo sin, a la vez, marginar a
la mayoría de investigadores latinoamericanos que rara vez dispone de fondos para
encargar análisis en el extranjero. Probablemente la probada y comprobada publicación
de planos y perfiles de excavación, eviden126
cias de la compleja escalaridad temporal
múltiple que la arqueología debe manejar,
nunca debió pasar de moda.
Los capítulos cronológicos arrancan con
una balanceada, crítica y concisa reseña de
la investigación en torno al primer
poblamiento de los Andes centrales (aprox.
11000-3800 a.p.). El marco conceptual y las
perspectivas ofrecidas por el experimentado trío de autores (Duccio Bonavía, Tom
Dillehay y Peter Kaulicke) son sólidos, serios y expuestos claramente.
El ensayo sobre el Arcaico final (50003800 a.p.) de Jonathan Haas y Winifred
Creamer, en cambio, se esfuerza en propugnar un punto central: que los desarrollos culturales acaecidos en la costa nor-central del
Perú en el quinto y cuarto milenio a.p. irradiaron su entorno, convirtiéndose en el fundamento de todo lo que le siguió. El argumento difusionista puede ejemplificarse a
partir del polémico vínculo entre las formas
más antiguas de arquitectura pública (las plazas circulares hundidas) y una figura
antropomorfa frontal propuesta como la representación más antigua del «dios de los
báculos». Por su estilo la representación pintada en fragmentos de mate hallados en la
superficie de un sitio precerámico en
Pativilca contradice el fechado
radiocarbónico del mate al quinto milenio a.p.
En Chavín de Huántar elaboradas representaciones en piedra de este tema religioso
datan del tercer milenio a.p., pero figuras
semejantes sólo comienzan a ser comunes a
partir de la segunda mitad del primer milenio
de la era cristiana. Aunque me fue imposible
hallar iconografía estrictamente similar fechada en menos de 2000 años (aún si el «báculo» es interpretado como parte de un recuadro) la contradicción entre el fechado
relativo y absoluto puede ser tan sólo aparente. Es posible que la debatida figura fuera pintada en un mate antiguo, quizás
excavado durante la construcción de tumbas en un cercano cementerio del Horizonte
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
Medio (c. 1400-800 años a.p.), un acto de
tan sólo unos minutos, que bien pudiera haber ayudado a calmar a los espíritus, dioses,
ancestros o parientes, nerviosos por un inesperado hallazgo arqueológico.
Uno de los primeros trabajos con nuevos
e importantes datos de excavación de Chavín
de Huántar, acaso el sitio arqueológico más
importante de su época en el continente, no
podía dejar de marcar un hito. El enfoque de
John Rick y Silvia Rodríguez en la «construcción de autoridad» como la creación (¿o
manipulación?) de formas de pensamiento
representa un reto cognitivo refrescante al
paradigma sistémico. El lector podrá contrastar los argumentos propuestos contra la
evidencia para pensar el posible cambio entre un liderazgo en pro del sistema hacia un
liderazgo enfocado en la glorificación de los
líderes en Chavín de Huántar entre los años
3800 y 3200 a.p. Lo que más me llamó la
atención de éste y otros capítulos del libro,
sin embargo, es la escasez de referencias al
importante corpus de investigaciones previas.
Quizás estoy siendo anticuado (otra vez) pero
¿acaso los textos diseñados para estudiantes de pregrado no deberían dejar en claro lo
que se ha hecho hasta el momento, a la vez
que motivar y empoderar al estudiante a realizar investigaciones propias de modo que
puedan arribar a conclusiones propias? Las
prácticas de citación parecen indicar significativas divergencias de opinión en torno a lo
que debiera ser un texto de docencia.
El trabajo Vida, muerte y ancestros de
DeLeonardis y Lau recoge investigaciones
recientes sobre el Periodo Intermedio Temprano (2200-1400 a.p.) desarrollando para
ello un marco de referencia comparativo
enfocado en el estudio de la agencia de los
muertos. La ideología y la política retornan
al campo discursivo con ejemplos ilustrativos
de las culturas Recuay, Lima, Paracas y
Nasca. Los autores abordan, pertinentemente, la veneración de ancestros como un espacio social clave para el encuentro de y
Reseñas/Resenhas
entre linajes, comunidades, grupos étnicos y
formaciones socio-políticas.
El enfoque puntual en los desarrollos culturales de la primera parte del primer milenio
de nuestra era continúa con la sucinta y
autoritativa reseña de la política Moche de
Garth Bawden. Contextualizada en la región
costera norteña la discusión lúcida y accesible busca explicar las transformaciones ideológicas Moche en términos de un sistema
simbólico material compartido por centros
independientes que responde a una compleja serie de vínculos de fuerzas sociopolíticas,
sicológicas y naturales.
El ensayo temático sobre textiles señala
un importante reconocimiento de la
centralidad de los tejidos en la vida social
andina. Ran Boynter introduce los temas
centrales, incluyendo la increíble inversión de
mano de obra requerida para hacer las telas
mas finas, el rol de los textiles decorados en
el intercambio de información simbólica y los
roles sociales asumidos por individuos vestidos en representaciones. La perspectiva es
adecuadamente amplia, abarcando la
etnohistoria del siglo XVI tanto como el
«precerámico con algodón» del quinto milenio
a.p. Dadas las limitaciones de espacio es
comprensible que no aborde las discusiones
sobre producción y manipulación de fibras,
incluyendo el pastoreo de camélidos, la agricultura del algodón y el hilado y teñido. No
obstante, no pude dejar de sentir que la rueda acaba de ser reinventada.
El interesante trabajo de Anita Cook sobre la compleja iconografía Wari, el primero
de tres capítulos dedicados al pobremente
comprendido Horizonte Medio (aprox. 1400–
800 a.p.), se centra en el contexto social de
las densamente significativas historias representadas en las vasijas producidas y consumidas en Conchopata (Ayacucho), posiblemente el sitio de producción de cerámica más
grande de los Andes surperuanos. Introduce temas mayores, vinculados a la dispersión de ideologías, y enfoca el papel de sím127
bolos materiales y conocimiento incorporado. En su sintético bosquejo de un objeto de
estudio de enorme complejidad Cook critica
o reevalúa casi todas las líneas de interpretación tradicionales, con la notable excepción de la estructura política del fenómeno
Wari.
Una refrescante crítica del neo-evolucionismo y un enfoque en continuidades a largo
plazo es el punto de partida de Isbell y Vrarnich
para intentar una fenomenología comparativa de las urbes de Tiwanaku y Wari, supuestas capitales de dos estados del Horizonte
Medio. Su apasionado acercamiento está dirigido a rescatar el drama inserto en la arquitectura. El enfoque en la arquitectura monumental, tal y como es percibida una vez construida, sin embargo, deja de lado la experiencia de la construcción, distanciando así identidades y practicas sociales de las relaciones
sociales de producción. Me quedé pensando
qué harían los colegas bolivianos de la conclusión que Tiwanaku (recientemente declarado patrimonio cultural de la humanidad por
la UNESCO) representa el primer theme
park del hemisferio.
El capítulo sobre arqueología doméstica
en Tiwanaku, de John Janusek, ejemplifica
muchas de las virtudes de este tipo de
acercamientos, incluyendo la importancia de
excavaciones en área para desenredar la
problemática de las identidades mayoritarias
en sociedades complejas. Su sugerencia de
que Tiwanaku debe ser entendido como un
«punto de anclaje viviente de unidad política,
afiliación religiosa e identidad cultural» abre
sugerentes ventanas para los estudios del
Horizonte Medio.
Conlee, Dulanto, Mackey y Stanish, en
cambio, optan por un enfoque más tradicional, de arriba hacia abajo, para abordar la
complejidad social durante el Intermedio
Tardío (aprox. 1000-530 a.p.). Su concisa
reseña de resultados obtenidos en los Andes
centrales durante las últimas décadas ilumina las culturas arqueológicas, qua forma128
ciones políticas en potencia, que forman el
puente entre la arqueología y la etnohistoria,
incluyendo Chimú, Sicán (Lambayeque) y
Casma en la costa norte, Ychma
(Pachacamac) en la costa central, y formaciones socio-políticas menores en la costa
sur y sierra sur-central.
La problemática relación entre la
etnohistoria Inka y la arqueología también
se halla al centro del segundo capítulo temático del libro, de Juha Hiltunen y Gordon
McEwan. Su objetivo explícito es revivir la
tradición historicista y avanzar sobre la integración de ambas disciplinas a partir de la
crónica sui generis del jesuita Fernando
Montesinos sobre la historia dinástica Inka y
pre-Inka. Disonante de las demás crónicas
Ophir de España extiende el mito ancestral Inka hacia el pasado, uniéndose a la narrativa bíblica de los orígenes del ser humano. Nombres de «reyes» en Quechua y
Aymara y las plausibles duraciones de sus
respectivos «reinos» fundamentan la credibilidad de esta crónica. La discusión de
correlatos arqueológicos y genéticos es sugerente. Se plantean preguntas sugerentes
en torno a la percepción de los fenómenos
Wari y Tiwanaku por parte de los Inka, pero
estas permanecen inconclusas, en parte debido a la débil crítica de esta fuente.
Schreiber y D’Altroy finalizan el tomo
con altura presentando una lúcida discusión
de métodos históricos y arqueológicos basada en una comparación de las estrategias
imperiales Wari e Inka. Su énfasis en la flexibilidad y la variabilidad temporal de estas
estrategias arroja una importante pregunta
teórica: ¿cómo redefinimos la noción de «imperio» una vez fuera del contexto histórico
eurásico o africano? La respuesta a esta incógnita la resuelven desde una fuerte perspectiva centrada en la economía política, una
mirada de arriba hacia abajo que, de alguna
manera, deja de lado el papel de las
ontologías andinas en la creación de la cultura material.
Arqueología Suramericana / Arqueologia Sul-americana 3(1):103-129, 2007
En resumen este volumen «diseñado para
satisfacer las necesidades de estudiantes y
profesores en arqueología» logra el cometido general de cubrir «conceptos e ideas fundamentales en arqueología», introduciendo
«desarrollos contemporáneos». Los trece
capítulos proveen una mezcla de balanceadas reseñas académicas y polémica en busca de protagonismo, matizada con destellos
de sesudo entendimiento. A mi manera de
ver la fuerza como algunos argumentos un
tanto periféricos se presentan en capítulos
individuales está fuera de lugar en un volumen diseñado para estudiantes de pregrado.
En su conjunto, sin embargo, Andean
archaeology merece unos seis o siete puntos sobre diez.
Reseñas/Resenhas
Referencias
Silverman, Helaine y William Isbell (Editores)
2002 Andean archaeology. Plenum, Nueva York.
Keatinge, Richard (Editor)
1988 Peruvian archaeology. An overview
of pre-Inca and Inca society.
Cambridge University Press,
Cambridge.
Moseley, Michael
1992 The Incas and their ancestors.
Thames & Hudson, Londres.
2001 The Incas and their ancestors (edición revisada). Thames & Hudson,
Londres.
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ARQUEOLOGÍA SURAMERICANA/ARQUEOLOGIA SUL-AMERICANA 3,1, enero/janeiro 2007
NOTICIAS/NOTÍCIAS
CUARTA REUNIÓN
INTERNACIONAL DE TEORÍA
ARQUEOLÓGICA EN AMÉRICA
DEL SUR
convocatoria sino, también, que participen de
ella, convocando a todos aquellos actores que
la enriquezcan. Pueden contactarnos en la
dirección [email protected].
La Facultad de Humanidades y la Escuela
de Arqueología de la Universidad Nacional
de Catamarca se complacen en anunciar la
realización de la Cuarta Reunión Internacional de Teoría Arqueológica en América del
Sur. La reunión se realizará del 3 al 7 de julio
de 2007, en San Fernando del Valle de
Catamarca con la organización del Doctorado en Ciencias Humanas (Facultad de
Humanidades, Universidad Nacional de
Catamarca) y el auspicio del Congreso Arqueológico Mundial (WAC, por sus siglas en
inglés). Luego de las fructíferas reuniones
de Vitória (1998), Olavarría (2000) y Bogotá (2002) un largo paréntesis amenazaba con
imponer su silencio. Por eso, y porque sabemos que nada cercano al silencio ayudaría a
comprender a la arqueología actual en nuestro continente, extendemos esta invitación a
la 4TAAS. Creemos que para comprender
a la arqueología es necesario dialogar entre
aquellos que nos dedicamos a ella, pero también con todos aquellos a quienes la arqueología toca de cerca, ya sea por su pertenencia, por su actividad o por su interés. Especialistas de disciplinas académicas vecinas
también nos ayudarán a nuestra reflexión.
Tenemos la intención de que la 4TAAS, entonces, constituya una cita de encuentro. De
encuentro entre quienes ya nos conocemos,
pero también con aquellos con quienes una
conversación ha estado largamente demorada. No sólo deseamos que acepten esta
QUARTA REUNIÃO
INTERNACIONAL DE TEORIA
ARQUEOLÓGICA DA AMÉRICA
DO SUL
A Faculdade de Humanidades e a Escola de
Arqueologia da Universidade Nacional de
Catamarca se comprazem em anunciar a
realização da Quarta Reunião Internacional
de Teoria Arqueológica da América do Sul.
A reunião se realizará entre 3 e 7 de julho de
2007, na cidade de San Fernando del Valle
de Catamarca (Argentina), com a
organização do Doutorado em Ciências
Humanas (Faculdade de Humanidades da
Universidade Nacional de Catamarca) e o
auspício do Congresso Arqueológico Mundial (WAC, sua sigla em inglês). Logo das
frutíferas reuniões de Vitória em 1998,
Olavarría em 2000, e Bogotá em 2002, um
longo parênteses ameaça impor seu silêncio.
Porém, e sabendo que nada próximo do
silêncio ajudaria a compreender a arqueologia
atual em nosso continente, é que estendemos
este convite a 4TAAS.
Cremos que para compreender a
arqueologia é preciso dialogar não só entre
os que nos dedicamos a ela, mas também
com todos aqueles a quem a arqueologia lhes
toca de perto, quer por sua origem, por sua
atividade ou por seu interesse. Especialistas
de disciplinas acadêmicas vizinhas também
nos ajudarão na nossa reflexão. Temos a
intenção de que a 4TAAS, então, constitua
uma cita de encontro. De encontro entre
quem já nos conhecemos, mas também com
quem uma conversação tem sido longamente
demorada. Não apenas desejamos que
aceitem este convite, mas também que
participem dele, convocando a todos aqueles
atores que a enriqueçam. Contactos em
[email protected].
UNIVERSIDAD DEL CAUCA
INSTITUTO COLOMBIANO DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
DOCTORADO EN ANTROPOLOGÍA
Resolución Resolución 5291 de 2005 del Ministerio de Educación Nacional
Informes:
Instituto de Posgrados en Ciencias Sociales, Universidad del Cauca
Calle 4 No 3 – 56, Popayán, Cauca (Colombia)
Telefax: 57 + 2 8244656 / 8240050 Ext. 118.
Correo Electrónico: [email protected]
Página web: www.unicauca.edu.co
Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Calle 12 No 2-41. Bogotá, D.C. (Colombia)
Teléfono: 5619500 / 5619600.
Correo Electrónico: [email protected]
Página web: www.icanh.gov.co
Noticias/Notícias
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DOCTORADO EN ARQUEOLOGÍA
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL CENTRO
DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES, OLAVARRÍA
El Doctorado en Arqueología en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos
Aires, Argentina, amplía el horizonte de formación académica de los graduados en arqueología
y disciplinas afines y genera una oferta diferente y de calidad para los graduados de Argentina
y de América del Sur. Aborda temas que no son regularmente ofrecidos en otros programas
pero que son de crucial importancia para alcanzar una completa formación arqueológica contemporánea (e.g. temas de teoría arqueológica actual, etnoarqueología, geoarqueología, procesos de formación de sitios, tafonomía, protección del patrimonio, etc.). Aunque el Doctorado
pretende que el graduado tenga una formación universal está enfocado a tratar temas de
relevancia para la arqueología latinoamericana. El objetivo del Doctorado es formar doctores
con una sólida formación teórico-práctica, capacidad crítica y reflexiva y aptitud para desarrollar un trabajo científico original de alta calidad. Se espera, además, que los alumnos del Doctorado desarrollen criterios éticos en relación a la práctica profesional y al respeto de los pueblos
originarios de América y adopten una actitud consciente y reflexiva sobre las implicaciones
sociales y políticas de sus investigaciones. El Doctorado en Arqueología tiene una planta
estable de 20 profesores que dictan, al menos, un curso cada dos años. Este plantel se amplía
anualmente con profesores invitados nacionales y extranjeros que imparten cursos en sus
respectivas especialidades. El director del Doctorado es el Dr. Gustavo G. Politis. La inscripción
está abierta de marzo a noviembre de cada año. Informes: Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Avda. Del Valle 5737 - B 7400
JWI Olavarría,Argentina. Tel.+54(0)2284 450331/450115 int.315/392/306. Fax: +54(0)2284 451197
int. 301. Correo electrónico: [email protected]; sitio web: www.soc.unicen.edu.ar/
posgrado
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