Introducción América Latina es el continente más violento del mundo: en el año 2002 se contaron 140.000 homicidios, lo que equivale a seis veces el promedio mundial. Cada cuatro minutos muere una persona asesinada en algún lugar del continente. Cada año se cometen 28 millones de robos a un ritmo de un delito por segundo. Las grandes ciudades de América Latina tienen la tasa de asaltos más alta del planeta. Según el Informe de Desarrollo Humano de 2003 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en Río de Janeiro hay 12 víctimas de hurto por cada 100.000 habitantes y en Buenos Aires alrededor de 6,4. A título comparativo, la capital de Tanzania, Dar Es Salaam –considerada como la ciudad con mayor índice de violencia de África–, tiene un promedio de 8,2 robos por cada 100.000 habitantes. Por lo tanto, no es sorprendente que en muchos países de la región el tema de la seguridad ciudadana tenga un peso tan importante en la agenda política. La incapacidad para resolver este problema complica el trabajo de los gobiernos progresistas del continente: en Argentina, el llamado “Caso Blumberg” ha surtido efectos negativos en la imagen pública del Gobierno, y ha creado una oportunidad para que los sectores políticos de oposición intenten desestabilizar y debilitar la gestión de Néstor Kirchner. Escenarios semejantes pueden encontrarse en otros países como Chile, Brasil o Panamá. La Seguridad Ciudadana puede plantearse al menos en cuatro dimensiones que muestran la necesidad de las fuerzas políticas progresistas continentales de preocuparse por el tema: 1. La dimensión de los derechos humanos: la amplitud de la violencia criminal en América Latina traduce una masiva violación de los derechos básicos, sobre todo de los dos derechos humanos más elementales: el derecho a la vida y a la integridad física. La “anarquía” de la delincuencia violenta constituye la principal amenaza para los derechos humanos, contrariamente a las décadas de los 70 y 80, en las cuales este peligro emanó directamente del terrorismo de Estado de las dictaduras militares. 2. La dimensión política: el alto nivel de delincuencia en América Latina evidencia que los Estados no cumplen con su rol fundamental. La seguridad pública es una función política básica, vital para el ejercicio de todos los 8 Introducción derechos ciudadanos. No se trata de un bien público más, sino del bien público por excelencia. En este sentido, la seguridad pública da origen al Estado moderno como único titular del uso de la coerción y de la violencia legítima. La falta de cumplimiento por parte de los Estados latinoamericanos de sus responsabilidades para garantizar la seguridad pública socava la aceptación de la democracia como sistema de gobierno. La poca credibilidad de los gobiernos se asocia con su incapacidad para frenar la delincuencia y para garantizar la Seguridad Ciudadana. Pero más allá de este efecto indirecto, la criminalidad tiene un efecto directo sobre las capacidades y posibilidades de la ciudadanía de participar en pleno en la vida política y de organizarse en una sociedad civil sólida y articulada. Ninguna forma de organización política participativa es posible en los barrios “favelizados”, donde reina la doble dictadura del crimen y de la violencia de cuerpos policiales mal controlados. No solo la supraestructura del Estado necesita un mínimo de orden y seguridad sino que la autoorganización política y asociativa de la ciudadanía necesita también condiciones mínimas de Seguridad Ciudadana. 3. La dimensión de la justicia social: la inseguridad en la cual vive gran parte de la población es un aspecto particularmente brutal de la desigualdad existente en las sociedades latinoamericanas. Como todos los derechos sociales, el derecho a la seguridad está distribuido de manera sumamente desigual. Mientras los sectores A, B y C1 viven en condiciones de seguridad aceptables, la clase media baja y los pobres tienen que vivir con altísimos y crecientes índices de criminalidad e inseguridad. El riesgo de ser víctima es más alto mientras más pobre se es. En este sentido, la situación de inseguridad ciudadana es un reflejo de las sociedades y de los Estados latinoamericanos. 4. La dimensión político-partidaria: la Seguridad Ciudadana siempre ha implicado problemas para las fuerzas políticas progresistas, y esto no solo en América Latina. Puesto que el progresismo apenas ha reaccionado con lentitud al aumento de la criminalidad en las sociedades modernas, las fuerzas políticas conservadoras y de derecha han logrado transformar el tema en una de sus mejores armas político-electorales. La importancia creciente que los electores tienden a dar al problema de la seguridad ha significado la debilidad del discurso programático y político de la izquierda, lo cual pone en riesgo la realización y continuación de los proyectos de corte progresista. Introducción 9 Dada esta situación, las oficinas de la Fundación Friedrich Ebert en el Cono Sur de América Latina organizaron durante el año 2004 un proceso de reflexión sobre el desafío político y social que el tema de la inseguridad constituye para las fuerzas progresistas de la región. En el transcurso de este proceso fueron elaborados los estudios que se publican en este libro. Queremos, a través de esta publicación y de nuestras otras actividades, contribuir con que las fuerzas progresistas de la región asuman políticamente el tema y le den la importancia que merece. Queremos colaborar con el desarrollo de un discurso y de una agenda progresista en el tema Seguridad Ciudadana, rescatando valores, metas y métodos compatibles con la tradición humanista de la centroizquierda. La Seguridad Ciudadana es para nosotros una función política básica, vital para el ejercicio de los derechos ciudadanos, una condición previa a la libertad individual y colectiva. La política progresista tiene como meta urgente superar la distribución desigual del bien público “seguridad”, y organizar la protección eficiente de las poblaciones menos favorecidas que hoy padecen particularmente la inseguridad y la violencia. Las contribuciones reunidas en este libro, basadas en un análisis descarnado y sistemático de la situación actual en los países del Cono Sur, proponen importantes pasos concretos para lograr esta meta. Ernst Hillebrand Fundación Friedrich Ebert en Chile La Seguridad Ciudadana como política de Estado Santiago Escobar / Jacqueline Muniz Rafael Sanseviero / Marcelo Fabián Sain / José Marcelo Zacchi Introducción Definir la seguridad en sociedades heterogéneas, complejas y habituadas a vivir con altas cuotas de incertidumbre no es tarea sencilla. Más aún, si la definición debe proveer grados suficientes de racionalidad para entregar una orientación adecuada a aquellas políticas gubernamentales que inciden en aspectos tan importantes como una pertenencia integrada y sin zozobras de los ciudadanos a la vida social y política del país. Crecientemente, las modernas teorías del desarrollo han empezado a definir la seguridad de un modo integral y hablan de una Seguridad Humana y un Desarrollo Humano. Estas definiciones tienen, para la política, la virtud de articular un conjunto de variables e indicadores que estructuran un sistema de referencias para medir los avances en igualdad y democracia. Permiten incluso la fijación de metas gubernamentales y la objetivación de la seguridad en un nivel macro, tremendamente positivo para la teoría del gobierno moderno. Sin embargo, es necesario trabajarlas de manera más específica a fin de construir conceptos operativos útiles para analizar sectorialmente las políticas públicas de seguridad. Su sola mención no contiene aquellos indicadores de eficiencia y eficacia en un nivel intermedio, que es donde se articulan todos los ámbitos sectoriales de una política pública. Se requiere, por lo tanto, de una mayor especificidad técnica y conceptual, porque, desde el punto de vista de la gobernabilidad, son las formulaciones específicas las que permiten concretar de manera exitosa la voluntad política y la acción de gobierno. Siendo tan amplio y polisémico el concepto de seguridad, el presente escrito se concentra en un aspecto específico de ella: aquél relacionado con la política criminológica y la provisión de un orden público interno destinado a cautelar la integridad física, económica y moral de los ciudadanos, con ausencia de amenazas o coerciones ilegítimas sobre su libertad y sus derechos civiles. Esta orientación no implica obviar el contexto de desarrollo social en el cual las políticas sectoriales adquieren sentido. El Desarrollo Humano, tal 12 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi como ha sido elaborado por las fuerzas progresistas y aceptado como doctrina en el mundo social democrático, implica para la población adecuados niveles de educación, salubridad, distribución del ingreso, desarrollo infraestructural y tecnológico, calidad ambiental, paz social, libertad, elementos todos que constituyen umbrales para medir la Seguridad Humana de un país y que ayudan a explicar la inseguridad ciudadana cuando existe un déficit de gobierno. Se trata, simplemente, de concentrar el análisis de manera selectiva en aquellos aspectos que son específicos de la llamada Seguridad Ciudadana como orden público. Para las fuerzas democráticas de la sociedad, este enfoque integrado presenta una complejidad adicional porque él postula como principio básico de su acción política que los problemas singulares que definen la Seguridad Humana, como son la delincuencia, la inseguridad urbana, la desestructuración de las ciudades, la desintegración social, el racismo o la falta de libertades civiles, deben ser resueltos en un nivel colectivo, mediante la construcción de instituciones y compromisos sociales amplios, de manera transparente, con un uso mínimo de la fuerza y con un profundo respeto por los derechos humanos. Por lo mismo, abominan de soluciones que se sitúen fuera de la legitimidad democrática, que se basen en la concentración ilimitada del poder económico (que permite satisfacer de manera privada necesidades públicas) o en el uso de la coerción extrema de grupos sociales singulares o de gobiernos con vocación totalitaria. Es indudable que parte importante de las dificultades conceptuales y prácticas para enfrentar los temas de la seguridad proviene de la complejidad técnica y de la urgencia social que el tema presenta, sobre todo por el aumento de la delincuencia urbana en general, la intensificación del uso de la fuerza por los delincuentes en la comisión de determinados delitos y el aumento de la visibilidad comunicacional del tema en la sociedad, al ser objeto de encarnizadas controversias políticas. También es necesario recalcar que la emergencia de un conjunto muy complejo de problemas, que tienen su raíz en las patologías de la economía antes que en conductas socialmente aberrantes, ha jugado un papel tremendamente decisivo. El tema se puede ejemplificar con aquellos problemas emergentes de mayor notoriedad. En primer lugar, la aparición de delincuentes primerizos cuya edad se sitúa sobre los 50 años, lo que estaría evidenciando un estado de necesidad estructural en vastos sectores de la población adulta mayor que induce a delinquir a personas que nunca han estado expuestas a este tipo de conductas. En segundo lugar, la irrupción de un enorme peso estadístico de La Seguridad Ciudadana como política de Estado 13 las mujeres en determinado tipo de delitos, especialmente de microtráfico de drogas. Ello estaría generando una mayor tolerancia social frente al tema con base en la familia y no ya solo en la conducta individual. En tercer lugar, existe un aumento dramático de niños delincuentes, no ya como un fenómeno de niños abandonados que para sobrevivir delinquen sino de bandas organizadas de niños entre los 8 y 15 años, tremendamente audaces y violentas. Con todo, sin perjuicio de las urgencias, el ejercicio gubernamental hecho con vocación y responsabilidad democráticas exige un adecuado equilibrio entre la dimensión política de los problemas y la dimensión técnica de los mismos (Boeninger), a fin de evitar la tentación populista o el sesgo tecnocrático en el diseño de las soluciones. Esta dimensión mixta se hace crítica en aquellos aspectos específicos de la seguridad referidos al orden público interno o a la delincuencia, debido a que las decisiones implican aspectos tan cruciales como el diseño institucional de las policías, la formulación de una política criminológica o de un sistema judicial y penitenciario cuya eficiencia roza permanentemente las libertades ciudadanas, y la calidad de la democracia y sus instituciones. De ahí que la propiedad con que las fuerzas progresistas se desempeñen en el tema tiene un impacto directo sobre la calidad de vida democrática de los ciudadanos. La autoridad, la legitimidad y la legalidad no se expresan de igual manera, ni tienen los mismos efectos, cuando su ejercicio tiene talante autoritario y no un enfoque humanista y democrático. Por ello, tal vez entre las principales y primeras tareas de un gobierno democrático deba figurar el desarrollo de una doctrina acerca del uso de la fuerza, sobre todo de la policial, que permita claramente que, sin inhibir las prerrogativas de que está dotado el Estado en la materia, exista un sello de autoridad y legitimidad democráticas diferentes de los paradigmas conservadores y autoritarios que hoy priman cuando se discute sobre Seguridad Ciudadana. Un nuevo enfoque para la Seguridad Ciudadana Desde hace más de una década, la Seguridad Ciudadana se ha instalado como un aspecto central de la agenda pública en todos los países de América Latina. Ello ha coincidido no solo con la plena recuperación democrática en todo el continente, sino también con un aumento efectivo de la tasa de 14 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi delitos cometidos. En el caso del Cono Sur, ese debate, no muy diferente del que ocurre en todo el mundo, tiene enorme significación para medir la capacidad de un gobierno y, normalmente, es una promesa central de los programas gubernamentales. De ahí la sensibilidad del tema en lo que respecta a los niveles de aceptación o rechazo de los gobiernos por parte de la ciudadanía. Sin embargo, esta importancia no ha ido refrendada desde la política por las fuerzas progresistas con un desarrollo más elaborado –tanto desde el punto de vista de las políticas públicas como del de un discurso doctrinario– que integre los diversos componentes de la Seguridad Ciudadana y le dé un sentido estratégico a las soluciones que se intentan. Más bien, las acciones gubernamentales y los discursos políticos aparecen dominados por el síndrome del temor y del corto plazo, con un predominio de soluciones que privilegian el uso de la fuerza y las restricciones de libertad como mecanismos aptos para delinear soluciones. Es decir, un sentido bastante diferente de aquél en que, se supone, avanzan los cambios sociales con profundización de la democracia. El déficit doctrinario del progresismo está en gran parte influido por su visión acerca de la naturaleza política de la Seguridad Ciudadana. En general, este déficit sostiene un determinismo sociológico de que se trata de un tema exclusivamente social, en el cual las dinámicas de violencia y criminalidad son meros subproductos de patrones de desigualdad y exclusión social, cuya superación sería suficiente para revertirlos o hacerlos desaparecer. Tal concepción, si bien no es del todo errónea, es incompleta e inhibe una reflexión más profunda. Ella produce dos desviaciones de grandes consecuencias prácticas. La primera es que las acciones de seguridad pública serían un esfuerzo casi perdido mientras se mantengan las condiciones estructurales que permiten la delincuencia. La segunda, es la percepción de que la seguridad es un tema de clases altas que ven amenazados su patrimonio y seguridad personal por clases marginadas o peligrosas. De allí que a una acción concentrada en el mapeo de los delitos, el establecimiento de fronteras entre barrios seguros y barrios peligrosos y el reforzamiento de una política criminológica de Estado –orientada más por una noción de orden que de manejo del delito– solo hay un paso. Y con frecuencia las fuerzas progresistas dan ese paso cuando asumen el ejercicio del Gobierno. Es necesario construir una agenda diferente que contenga tanto mecanismos de gestión inmediata del delito como una perspectiva de cambio cultural La Seguridad Ciudadana como política de Estado 15 en el manejo del tema; una agenda que construya una pauta de prioridades alternativa a la victimización concentrada en las clases altas, que contenga soluciones con énfasis en la protección universal y pluralista del ciudadano, con prioridad en el derecho a la vida, la integridad física y la libertad y con un enfoque preventivo social, urbano y de mediación de conflictos. La sociedad moderna es más urbana y, en su interpretación, está sujeta a símbolos e imágenes muy instantáneas y tiene una velocidad promedio de funcionamiento muy alta, no solo en su conectividad física sino en la cultural. El debate social acerca de la distribución del bienestar y la riqueza se concentra en las grandes ciudades y está mediado por muchos mecanismos, además de por los corporativos tradicionales como son los sindicales o los políticos. La cultura de los mass media, propia de las sociedades urbanas, precisa y potencia audiencias ampliadas, que se manejan con efectos de auditorio (Eco), en los bordes de lo racional, lo que demanda un esfuerzo grande para que los mensajes sean entendidos y se desarrolle en la sociedad una capacidad intelectiva de selección y discriminación. El mercado, como espacio social relevante, produce órdenes homogéneas que tratan de imponerse como modelos de validez universal, que sus emisores pretenden, además, sean aceptados de manera refleja. Por múltiples razones –entre ellas de carácter tecnológico–, la sociedad moderna tiene tendencia tanto a la apertura y a la transparencia como a la discriminación y a la exclusión. En esencia esto significa que, si se desea un desarrollo democrático, es necesaria una ardua tarea de formación de ciudadanos informados y participantes. Por lo tanto, la simplificación de los problemas, aunque tremendamente necesaria para encontrar el nudo técnico de cada tema, no es un buen consejo para generar doctrina. Es por ello que la política de Seguridad Ciudadana, a la hora de ser diagnosticada y explicitada como voluntad de acción, precisa contexto social e inserción en una visión de desarrollo social. Una política sin un discurso estratégico sobre la ciudad y sus espacios, la cultura, el ocio y la recreación; una política desprovista de una estrategia de información y de participación ciudadanas o de un sistema integrado de administración de justicia, por mencionar algunos aspectos significantes del tema, no tiene probabilidades de éxito. Porque la seguridad es un bien que apunta a la calidad integral de vida de los ciudadanos y no solo a la ausencia de delitos o amenazas contra la integridad física o moral de las personas. Si bien la seguridad es visible en su especificidad, las soluciones exitosas solo son posibles en un contexto amplio. 16 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi Por otra parte, todas las modernas políticas públicas implican una gestión interactiva con la ciudadanía en mayor o menor medida, es decir, una ejecución que involucre un papel directo de aquel conjunto de personas que, al mismo tiempo, es destinatario o beneficiario de esa política. Este aspecto, que se encuentra en ámbitos tan disímiles como salud, vivienda o capacitación, se da también en Seguridad Ciudadana, y muchas veces es confundido, de manera errónea, con la participación ciudadana. En realidad la participación involucra poder de decisión en la planificación o ejecución de una política. Sin embargo, los componentes interactivos de una política son los componentes de la participación y resultan fundamentales, por ejemplo, en el control de los espacios públicos o en la creación de condiciones sociales para una eficiencia focalizada de la policía. Por lo mismo, nunca deberían quedar bloqueados porque los mensajes fueron mal emitidos o no se decodificaron adecuadamente. Éste es un punto central de cualquier política pública: que sea comunicada de modo apropiado, lo que implica que en el proceso de transmisión, el mensaje sufrirá una “adecuación a la media”, es decir, será descifrado por los destinatarios de una manera más simplificada que su contenido real (ibíd.). Si se analizan el orden público y la seguridad interna, ámbitos muy específicos de la Seguridad Ciudadana, ellos no dependen exclusivamente de la eficiencia policial ni del sistema penal o penitenciario, si bien éstos son fundamentales para generar un “estado de control” por parte de las autoridades. Existe un conjunto más amplio de factores que le dan su sello particular. Tanto los niveles de desarrollo cultural de la sociedad, pobreza y marginalidad, sociabilidad pública, movilidad y cohesión social como los niveles de desarrollo de la participación ciudadana y del ordenamiento territorial, son algunos aspectos de esta cadena conceptual que se va creando para explicar y hacer operar de forma eficaz una política. Esos factores se correlacionan de manera compleja entre sí, dando origen a una demanda de gestión –que Dror llama “capacidad de gobernación”–, cuyo eje está constituido por un manejo intersectorial coordinado de recursos de diferente tipo: policiales, judiciales, de acción social, políticos, de comunicación, todos necesarios para alcanzar soluciones globalmente satisfactorias. Esa demanda constituye en realidad un test de capacidad para el Gobierno que se intensifica a medida que las percepciones de inseguridad (seguridad subjetiva) aumentan en la ciudadanía. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 17 En ninguna sociedad el control efectivo de todos los recursos movilizables para solucionar un problema es ocupación de un solo actor, en este caso del Gobierno. Muchos de ellos corresponden a actores políticos, institucionales o sociales diversos, sean públicos o privados, y su uso posible y exitoso depende en gran medida de la voluntad que exhiben sus propietarios. Cuando se trata de actores públicos, el problema se simplifica y se transforma en un tema de gestión, a menos que haya una situación compleja de carácter político, como ocurre en las transiciones hacia la democracia. Cuando se trata de recursos privados, el tema es más complejo puesto que se requiere de una capacidad de motivación sustituta a la del Estado para asociar el recurso privado a los propios en una sinergia positiva. La forma en que los actores, públicos y privados, se comportan o perciben su acción puede influir de manera determinante en la solución de los problemas. De ahí que siempre se precise de un buen diagnóstico sobre la materia. Una autonomía policial excesiva o su resistencia corporativa al cambio, el sesgo delincuencial en la información pública –cuando los medios de prensa adquieren la fisonomía de acusadores en materia delictual–, la lentitud procesal o atmósferas sociales poco propicias para la rehabilitación y reinserción de delincuentes condenados por delitos de poca gravedad, entre otros, crean climas alterados para una adecuada solución de los problemas. Por eso, existe más de una responsabilidad involucrada en la definición de las acciones, aunque la conducción central y estratégica es asunto de la política y corresponde al Gobierno, que es el que debe controlar el diagnóstico y movilizar los recursos para encontrar las soluciones. Es evidente que se ha avanzado mucho en la definición de políticas, y la crítica acerca de la falta de un discurso integrador debe ser matizada, puesto que está referida fundamentalmente a la lentitud con que opera la reelaboración doctrinaria frente a la celeridad de la sociedad actual. Ello crea un desfase temporal que lleva a que las políticas sean siempre de urgencia o reactivas, aunque existan experiencias parcialmente exitosas. Resulta casi paradojal que al término de un gobierno se formule un plan nacional de seguridad que, lo más probable, no tendrá tiempo de madurar antes de que el gobierno subsiguiente lo cambie de nuevo. Por lo mismo, resulta casi natural recurrir de emergencia a los recursos más abundantes, entre ellos la policía, las amenazas y las penas drásticas. Ello crea una imagen de exagerada confianza en los medios represivos y en las técnicas de disuasión social antes que en la prevención o el trabajo con 18 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi la comunidad. La consecuencia final es que se genera un sesgo estatista que debilita la confianza en la ciudadanía y en la capacidad de organizar respuestas desde la comunidad libremente asociada, lo que supondría tener una dimensión de Estado mucho más acotada en este tema. La perspectiva que se abre cuando el tema se enfoca de manera integral es que, al fin y al cabo, el ejercicio de la libertad solo es posible en la sociedad moderna mediante el cultivo de la cooperación y la confianza como bienes públicos y no es un derivado de la pura coerción. Ello implica modelos colectivos de acción que no nieguen sino que transparenten las aspiraciones e intereses privados, que permitan generar respuestas colectivas –pese a la complejidad y especialización de los temas– y hagan operar la disuasión policial de los delitos de una manera más eficiente. Desde ese punto de vista, las movilizaciones espontáneas que se generan en algunas ciudades de la región frente a hechos delictivos que conmocionan a la opinión pública expresan el divorcio de un poder público ineficiente o corrupto de la ciudadanía. Se transforman en una fuerza de cambio social –pese a que no están originadas en la psicología del cambio político–, pero expresan claramente un malestar en la democracia respecto de una política pública que es parte fundamental del estándar de calidad de los derechos humanos y constitucionales. Finalmente, en el enfoque de la Seguridad Ciudadana, es necesario señalar que la participación ciudadana, entendida como capacidad de decisión, es imposible sin transparencia ni información adecuada. La información en la época actual se ha transformado en un bien público, perfecto para la democracia, que la autoridad pública tiene la obligación de asegurar, tanto en cantidad y calidad como en su equitativa distribución social. Una sociedad que vive el miedo cotidiano de la violencia se hace más temerosa mientras más desinformada se encuentra. La incertidumbre, factor fundamental de la llamada dimensión subjetiva de la Seguridad Ciudadana, puede ser tan aterradora como la violencia misma. Y una sociedad dominada por el miedo es una sociedad que termina por legitimar la violencia. Crecientemente se generan mecanismos de buenas prácticas policiales que llegan convertidas en información a la comunidad, lo que permite que las prácticas policiales puedan, incluso, someterse al escrutinio comunitario. De la misma manera, aumentan las posibilidades en el nivel local de los ciudadanos para influir efectivamente en el diseño de las políticas. Sin embargo, la información, como bien público perfecto, se refiere a aspectos más amplios, como la inversión en sistemas de datos e información La Seguridad Ciudadana como política de Estado 19 abiertos al uso de los ciudadanos, la instalación de controles parlamentarios efectivos sobre actividades de inteligencia policial y distribución de recursos y, en general, el establecimiento de mecanismos que permitan una accountability de las políticas de seguridad. Espacio público y doctrina sobre el uso de la fuerza El territorio Todo Estado está dotado de una capacidad de imperio que implica la facultad de dictar leyes y hacerlas cumplir por la fuerza. Puede, además, coartar, bajo determinadas circunstancias, las libertades de sus ciudadanos, entre ellas la libertad física, e incluso –en aquellos países donde la pena de muerte está permitida– ejecutar de manera legal a determinados delincuentes. Es por ello que no es un tema simple determinar una doctrina acerca del uso de la fuerza, porque en la fuerza queda determinado no solo el talante o disposición que una sociedad tiene para usar métodos coercitivos como solución, sino que se refleja también el consenso social acerca del ethos democrático y el valor de los derechos humanos. Los Estados son, en esencia, formaciones territoriales (Hariou). Lo principal de su existencia como entidad objetiva es contener un hábitat humano y una ecología política, dominados por rasgos de cultura que le son propios y característicos y que la organización política torna exclusivos. De ahí que todo aquello relacionado con el gobierno del territorio sea una clave fundamental en la política moderna, sin perjuicio de las tendencias globalizadoras que predominan en el mundo contemporáneo. El territorio sirve de “medida y límite a la autoridad del gobierno” (ibíd.). Por lo mismo, sería impensable desarrollar una adecuada política de Seguridad Ciudadana sin adentrarse en los componentes espaciales que ella implica, y que son de variada índole. La convicción de que el diseño del espacio público debe ser amable y comprensible sobre lo que contiene para todos los ciudadanos –lo cual requiere un conjunto de acciones con fuerte participación ciudadana– es un paso fundamental de la prevención. Una iluminación adecuada, que permita un dominio visual del entorno, y la eliminación de los elementos que dan origen a los puntos trampa que tornan peligroso un espacio, es un buen ejemplo de lo que en este aspecto se puede hacer. Aunque no es el único elemento, una iluminación escasa o mal diseñada favorece las actividades 20 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi delictivas, lo que, unido a hechos como el consumo de alcohol y drogas, potencia la percepción en los ciudadanos de que existe una ocupación agresiva y peligrosa del espacio público por parte de la delincuencia. Determinar cuáles son los elementos arquitectónicos y de diseño que tornan una ciudad más segura implica en realidad trabajar sobre soportes estructurales de las políticas de prevención. Porque un buen diseño del espacio permite, por ejemplo, una utilización eficiente de los recursos policiales, además de una activa participación ciudadana en el control real de los espacios públicos. Más aún, potencia el goce pacífico de la privacidad de los hogares. Si el entorno es inseguro, el hogar se transforma en un refugio frente a un exterior agresivo, que debe ser defendido y aislado, lo que incentiva la percepción de inseguridad. En Alemania, Australia, Holanda, Inglaterra o Francia ha habido un auge de la promoción de las llamadas Iniciativas para Ciudades más Seguras (Safer Cities Iniciatives) (Wekerle). Estas iniciativas tratan de articular la asociación entre las autoridades públicas y las ciudades, los barrios y los ciudadanos para combatir la delincuencia. Entre las acciones que contemplan estas iniciativas está la creación de sistemas permanentes de evaluación de políticas de seguridad en los ámbitos barriales, con capacidad de corrección en aquellos aspectos en los que las acciones no funcionan; la creación y distribución de fondos que sostengan estos sistemas como una “buena práctica”; la remodelación de los espacios públicos y el equipamiento comunitario cuando es necesario; la educación a la comunidad sobre cómo ocupar los espacios; y muchas otras iniciativas. En la mayoría de los casos se incorporó como un antecedente fundamental del rediseño la dimensión de género, investigando la percepción que las mujeres tienen de los espacios que consideran poco seguros. El control permanente de un espacio territorial solo puede ser producto de la acción de la ciudadanía y no de la policía. Cuando ello ocurre, se genera una manera muy diferente de mirar y organizar las cosas en materia de seguridad. La policía es la representación de la autoridad en el territorio, y en esa medida tiene una dimensión de servicio gubernamental y no de microgobierno local. Su presencia debe ser un elemento disuasivo frente a la delincuencia, lo que da confianza y respaldo a la ciudadanía por la capacidad de fuerza que se activa de manera selectiva y focalizada frente al delito. Pero la seguridad, como tema de gobierno que incluye participación y decisión sobre políticas, queda en manos de la ciudadanía y de sus organizaciones, a través de las cuales se articula el gobierno local. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 21 Cuando se produce esa nitidez en la forma de gobernar el territorio, surge también una importante conclusión acerca de qué tipo de organización policial necesita el Estado, con cuáles especialidades y en qué aspectos se articulan las capacidades y recursos ciudadanos, y en cuáles solo puede actuar el Estado. Es necesario recalcar que la acción gubernamental en el territorio no puede guiarse exclusivamente por la lógica central, sino que precisa corregir mirando los problemas desde las unidades territoriales específicas. Las ópticas centrales tienden a soluciones estandarizadas, a procedimientos uniformes y a un acoplamiento acrítico de los recursos locales que es posible movilizar. Tienden por lo general a la inercia y resulta difícil la corrección. En cambio, las ópticas locales permiten asociar mejor los recursos locales, dar flexibilidad a los procedimientos y aumentar significativamente la cobertura de los servicios debido a la ayuda de la población. Existen diferentes elementos del territorio que deben ser sometidos a escrutinio para contribuir con un diseño que potencie la prevención del delito, permita un uso racional, económico y eficiente de la fuerza policial y un goce pacífico de los espacios públicos. Entre ellos, el concepto de barrio, y la identidad que él genera en sus habitantes, resulta determinante. Definir el barrio ayuda a desarrollar la mirada consensual de sus habitantes y a reforzar la identidad colectiva, lo que es muy importante para inhibir o controlar las situaciones de riesgo. La inseguridad de un barrio tiene que ver en gran medida tanto con la identidad de la gente que lo habita (con su percepción de marginalidad, de rechazo o de autovaloración) como con las mezclas en el uso del suelo y los equipamientos de que éste está dotado. Un barrio mixto, debido a la existencia de conjuntos habitacionales y empresas o áreas comerciales deshabitadas en horas de la noche, no es lo mismo que un barrio netamente comercial y de vida nocturna o que otro eminentemente habitacional. Un barrio con tradición histórica o cultural tiene más posibilidades de ser movilizado positivamente que uno que es enteramente nuevo o que carece de historia y lazos sociales y afectivos entre sus habitantes. Un barrio de viviendas de mala calidad, falto de servicios o con pobreza extrema y desempleo, tiene una alta probabilidad de convertirse en un lugar inseguro. La teoría de la “ventana rota” (broken window)1 desarrollada en Estados Unidos, gira en torno del deterioro del barrio y la indiferencia ciudadana. 1. Esta teoría sugiere que el abandono de un vecindario y su transformación en un lugar peligroso es un proceso que puede preverse a través de hechos que suceden de manera en- 22 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi De ahí surge la necesidad de trabajar el territorio bajo una perspectiva de identidad político-social y de buscar los mecanismos que produzcan un ordenamiento territorial sobre bases de identidad cultural. Es decir, las variables físicas o económicas deben ser intervenidas por sentidos culturales (identidad barrial, fiestas, espacios de recreación) y, en especial, por los instrumentos más espontáneos del desarrollo humano como son la recreación y el deporte y, ahora, la comunicación en red con otros barrios. En otras palabras, intentar articular el espacio público como espacio lúdico (Rico). En el trabajo físico del territorio, los barrios y las ciudades, como entes organizados de gobierno, deben proyectar, además del diseño y la iluminación, los túneles de movimiento (Harrison/Swain), que son aquellos pasos obligados por donde los peatones no pueden escoger otra alternativa de circulación; la mayor permeabilidad visual que permita al transeúnte dominar el entorno; un diseño espacial que permita la vigilancia informal que se produce en la ocupación de los espacios públicos por la gente; evitar mezclas espontáneas en el uso del suelo, pues pueden producir espacios ciegos que aumenten la sensación de vulnerabilidad; el uso de una señalética pensada como un soporte de seguridad para los peatones y no solo de orientación, entre muchos otros aspectos. Cuando se habla de barrios peligrosos o ciudades peligrosas, lo primero que llega a la mente es una alta comisión de delitos. Por lo general, la solución a este problema se asocia con eficiencia policial. Sin embargo, es bastante probable que la solución del problema no provenga solo de una adecuada dotación de autoridad y policía en el territorio sino de una intervención de fondo en el diseño del espacio público, a partir de un cambio radical en su interior, capaz de arrastrar la modificación total del entorno. No sirven los “cercos preventivos” ni la presión policial desde afuera si no van acompañados de un cambio inducido desde el interior del territorio. “La estructura de un espacio público no es un conjunto aleatorio de cosas, sino que la representa un fenómeno que genera o es generado por formas de organización, con regularidades y diferencias que se complejizan con los significados simbólicos y asociaciones valóricas de muchas disciplinas” (ibíd.). cadenada y que aumentan en intensidad si no se interviene sobre los símbolos del deterioro, como ventanas rotas, autos abandonados, basura acumulada, etc. Para ver más al respecto visitar el Center for Urban Research and Learning de la Loyola University of Chicago, <[email protected]>. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 23 La doctrina sobre el uso de la fuerza Así como no es posible desarrollar una adecuada política de Seguridad Ciudadana sin una concepción del espacio físico y de su funcionamiento, tampoco es posible acometer el control de las fuerzas policiales sin una base doctrinaria clara acerca del uso de la fuerza. La visión de los gobiernos democráticos y de las fuerzas políticas progresistas está fuertemente influida por las experiencias del terrorismo de Estado que vivió la región en los años 70 y 80 del siglo pasado y por las masivas violaciones a los derechos humanos. Esta experiencia ha dejado, sin duda alguna, fuertes huellas en las culturas institucionales de las policías en lo que tiene que ver con la formación de sus recursos humanos, en el trato a los detenidos, los procedimientos de investigación o en acciones destinadas a mantener el orden público. No es posible formular una doctrina sobre el uso de la fuerza sin realizar una separación tajante entre seguridad exterior y seguridad interna, sin perjuicio de que, por las dimensiones de escala de ciertos problemas de seguridad y por el cambio en el tipo de amenazas en el medio internacional, siempre exista una sinergia entre dichos ámbitos. La regla general es que, en materia de seguridad interior o de orden público, las Fuerzas Armadas no tienen nada que hacer. La tendencia manifestada en algunas partes de involucrarlas en operaciones destinadas a combatir el narcotráfico o el crimen organizado constituyen un uso impropio de ellas, que desvirtúa su rol y expone a los gobiernos que lo hacen a severos reveses. No tan solo porque introducen un elemento disruptivo en el manejo de los problemas, sino porque la doctrina sobre el uso de la fuerza en las instituciones militares y en las policiales es totalmente diferente. Las FFAA pueden, de manera ocasional, otorgar un soporte logístico o de inteligencia a la policía, pero su formación profesional es de cuerpo y no individual y altamente agresiva para los estándares de la Seguridad Ciudadana. Por lo tanto no están diseñadas para ocupar barrios en busca de narcotraficantes o sostener tareas de orden público. La policía, en cambio, debe formar individuos destinados a un trato personalizado, con capacidad de diálogo e interacción con civiles de una manera esencialmente persuasiva antes que disuasiva. Solo los núcleos operativos especializados tienen formación de cuerpo pero actúan bajo estricta presión política. 24 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi Transcurridos más de 15 años de recuperación democrática en toda la región, las deficiencias institucionales de las policías, su autonomía relativa respecto del poder político o los grados de corrupción u obsolescencia profesional que presentan no son un problema de transición hacia la democracia. Se trata de una deficiencia de los gobiernos democráticos, que han colocado la Seguridad Ciudadana como un tema exclusivo de la normalización institucional del Estado democrático y lo han dejado ahí, sin trasladarlo tampoco a la agenda normal de gobierno, especialmente de modernización institucional del Estado o de reforma política. La Seguridad Ciudadana es una política sometida permanentemente al escrutinio público, al igual que otras políticas públicas como la salud o el empleo. Por lo tanto, a través de ella un gobierno se juega siempre en el corto plazo una imagen y una validación de su capacidad al tener que mostrar eficiencia y resultados positivos de manera cotidiana. A diferencia de los militares, durante la etapa de transición democrática en América Latina, los policías no podían volver a sus cuarteles. Es decir, debían permanecer en la calle, con las mismas rutinas, el mismo personal y casi el mismo mando institucional, pero en una situación, al menos formal, de plena vigencia de los derechos civiles y la libertad. En este sentido, su situación era semejante a la de otras instituciones del sector judicial, en especial a la de los tribunales de justicia. Esa tensión política generó otra, de carácter eminentemente profesional, pues los contenidos doctrinarios y de formación no calzaban con el tipo de conductas esperadas de un policía o de un juez por parte de una sociedad en pleno funcionamiento democrático. En más de una oportunidad esto produjo un vacío, con inhibiciones o resistencias corporativas en los cuerpos de policía. Como cualquier burocracia, éstos limitaron su actuación a lo estrictamente necesario o incluso a menos, en la espera de señales más claras desde el conductor político acerca de las orientaciones profesionales. La dirección civil ha sido muy confusa, principalmente debido a una percepción de continuidad antes que de cambio, incentivada por la inercia que tienen todos los sistemas de gobierno y que es muy fuerte en el ámbito policial. Ello puso el peso de las cosas en la autocorrección de las propias instituciones, que debían ahora encontrar el tono institucional adecuado para actuar de acuerdo con la atmósfera de libertad y democracia. El único hito significativo de cambio ocurrió con el inicio de la reforma del procedimiento penal en toda la región. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 25 La preocupación de la conducción política se centró en la eliminación de los componentes represivos más característicos de la etapa dictatorial pero en las dimensiones que las circunstancias políticas lo permitieran. Pero no hubo reforma de la policía, pese a que el nudo represivo cotidiano tenía en estas instituciones un mecanismo esencial. El hecho histórico es que las policías en toda la región no se han desarrollado institucionalmente en torno del delito sino que han sido dominadas desde la política por una visión instrumental, que las considera un mecanismo de control político. Por lo mismo, la inercia gubernamental, presente también en la recuperada democracia, vino a reforzar la ausencia de un discurso democrático vinculado a fenómenos delictuales. Ello se juntó con un aumento en la percepción de la inseguridad y fue suficiente para que la irrupción de un pensamiento conservador –basado en el poder correctivo de tribunales y policías, con legislaciones más drásticas y aumentos de penas– copara el imaginario gubernamental de las fuerzas progresistas. La ineficacia de esa visión en una sociedad democrática –en la cual la Seguridad Ciudadana, como bien público perfecto, es un componente del bienestar de la población y un elemento de equidad en la distribución de bienes por parte del Estado– es lo que finalmente vuelve a poner en el debate teórico el concepto integral del tema. El ejercicio del Gobierno sobre el sistema de seguridad pública El control de los problemas El orden analítico en que un tema de política pública debe ser abordado para generar un manejo integral y coherente, que encarne en políticas específicas, no es necesariamente igual a la manera en que la ciudadanía lo percibe o lo conoce. Tampoco su solución definitiva es idéntica o es consecuencia directa de la intervención inicial que se hace sobre él. Normalmente los problemas graves o importantes requieren de acciones de emergencia cuando se desbordan, pero generalmente son conatos de control y no tanto soluciones. Una política pública sustentable en el tiempo, desarrollada con criterio estratégico, está sometida a reglas que difieren de aquellas decisiones cuya racionalidad está determinada por la necesidad de “estar en control de”, es 26 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi decir, de protegerse de un daño, de evitar su propagación inmediata, de no perder el control del curso de los acontecimientos. Por regla general, las decisiones orientadas a ese tipo de problemas son de emergencia y se adoptan en condiciones críticas. Entre las capacidades más apreciadas de un gobierno moderno está la de “adoptar decisiones críticas” (Dror), es decir, rápidas y eficaces sobre problemas difíciles. Ello ocurre con mucha frecuencia en materia de Seguridad Ciudadana y es necesario tenerlo presente, pues la eficacia temporal de una política de emergencia no implica que ella sea sustentable en el tiempo. Para el ciudadano común, el problema se presenta en la forma de un aumento incontrolado de los delitos de mayor visibilidad, es decir, aquellos que tienen más frecuencia, espectacularidad y cobertura mediática. Éstos suelen corresponder a delitos contra la propiedad, realizados con violencia sobre las personas o las cosas, que instalan la sensación de amenaza o de ser la próxima víctima. Esta situación, muy analizada en las encuestas de victimización, es la puerta de entrada a la percepción de inseguridad ciudadana, en aumento de manera sostenida en toda América Latina. Poco sirve demostrar que otros delitos más graves, como los homicidios o las lesiones, disminuyen, y que, en general, los esfuerzos de los gobiernos democráticos han introducido mejoras sensibles en el control de la delincuencia. Lo importante es lo que la gente percibe como una amenaza y transforma en una demanda de castigo que debe ser satisfecha por las autoridades. Ello lleva a la conclusión de que el primer componente de una política de Seguridad Ciudadana es la demostración práctica de una capacidad de acción por parte de las autoridades, cuyo objetivo es infundir un sentimiento de seguridad en la población acerca de que la autoridad está en control de la situación. La mayoría de los programas exitosos para solucionar problemas de Seguridad Ciudadana en sus fases iniciales contienen acciones que la ciudadanía percibe con un “por fin se está haciendo algo”. Es decir, estos programas son capaces de proyectar una imagen de intervención exitosa. Esa intervención exitosa tiene su base fundamental en una “eficiencia focalizada” de los instrumentos policiales, y ello por una razón muy simple: la policía es una de las representaciones simbólicas más fuertes del orden y la seguridad en la conciencia social, independientemente de las consideraciones ideológicas o políticas que la impregnen. Por lo tanto, la manera como el poder político controla y utiliza la fuerza policial construye para la La Seguridad Ciudadana como política de Estado 27 ciudadanía no solo una imagen positiva o negativa de la autoridad, sino una muestra palpable de su capacidad de gobierno. Esa percepción, que se contrapone a la percepción de que la delincuencia ha ganado la calle, se transforma en un componente de gran importancia para el éxito de la cadena de acciones posteriores que implica un manejo integral de la Seguridad Ciudadana. La fuerza, como atributo de coerción legítima de que goza el Estado, se compone de elementos físicos y simbólicos característicos, de los que la autoridad se inviste y utiliza de manera práctica. Su uso es una exigencia para la autoridad. En materia de Seguridad Ciudadana, el poder de la policía es una representación microsocial del poder político y, por lo tanto, es una investidura sujeta a reglas cuyo cumplimiento debe estar claramente controlado por ese poder. La ineficiencia o indiferencia policial –responsabilidad del poder político– siempre estará referida a incapacidad, aunque existan causas objetivas que determinen lo contrario y sin perjuicio de los comportamientos profesionales que impliquen infracción a los reglamentos. Tres ámbitos de acción para la autoridad Que el poder civil sea capaz de asumir un efectivo control gubernamental de la policía –eliminando la percepción del autogobierno policial– y de producir una señal fuerte de autoridad, genera una “situación de seguridad” en la ciudadanía, lo que en esencia es un requisito indispensable para una acción más integral y de largo plazo. Sin embargo, debe dejarse de lado la concepción simplista de que lo anterior solo significa un control de los abusos y de la corrupción policiales y no un conocimiento integral y de fondo de los temas cruciales de una institución policial: su estructura y composición de fuerza, su estructura de mando, sus carreras profesionales (en cuanto a capacitación y desarrollo profesional) o los problemas del control del desempeño policial en todas sus facetas. Asumir un control efectivo significa, en definitiva, actuar sobre tres áreas clave del sistema de Seguridad Ciudadana: – Las modalidades de gobierno político de la seguridad, lo que implica trabajar sobre las instituciones y los instrumentos que planifican y controlan la política pública en materia de Seguridad Ciudadana, incluida la justicia criminal y el sistema penitenciario. – Las estructuras organizativas, funcionales y doctrinales de la institución policial, particularmente en su desempeño (carrera profesional y 28 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi mando policial). Esto nos lleva a definiciones sobre la eficiencia técnica y operativa de la fuerza policial y de todo el sistema de controles. – La responsividad del sistema basado en la participación ciudadana (Deustch)2. Instituciones e instrumentos. Este aspecto incluye toda institución o mecanismo político o jurídico del Estado cuyo objetivo específico sea desarrollar la acción pública en materia de seguridad y de orden. Tribunales de justicia, sistema penal y penitenciario, policías, organismos que brindan orientaciones doctrinarias y fijan la política criminológica o elaboran las metas sectoriales de política, etc. Es en este ámbito donde se dimensiona y se proyecta la Seguridad Ciudadana como un bien público y donde se expresa la coherencia política de todo el sistema. Nunca es un solo ministerio el encargado de las formulaciones. Normalmente es una coordinación interministerial con un secretariado ejecutivo, una oficina o agencia especial o una dependencia directa del jefe de Estado o de Gobierno la que hace de motor y moviliza los consensos interinstitucionales. Éste es, sin lugar a dudas, un aspecto deficitario en toda la región. Aunque se ha avanzado significativamente en muchas materias, por lo general existe una profusión de organismos sin jerarquía clara, cuya suma de acciones, por más exitosas que sean, no da como resultado coherencia institucional y política si no va acompañada de un sentido estratégico global. Para que ello ocurra, la acción de la autoridad civil debe explicitar las metas a través de decisiones y programas y señalar los soportes de los programas destinados a producir los cambios. Mejor dicho, una política de Seguridad Ciudadana no puede inferirse sino que debe explicitarse por parte del gobierno. Institucionalidad dispersa, mando político difuso. Como decíamos anteriormente, resulta indispensable la existencia de un todo institucional y político coherente e integrado. Sin embargo, la región presenta un cuadro crítico de dispersión cuyo resultado más significativo es una fragmentación del mando (especialmente del que debe transmitir las orientaciones estratégicas y debe garantizar la generación de una autorregulación policial) por los grandes márgenes de autonomía que se generan. 2. El concepto responsividad corresponde a una capacidad de aprendizaje y corrección en proceso que se opera en la sociedad o en grupos organizados de ella, cuando un flujo adecuado de mensajes dentro del sistema permite visualizar los errores y corregirlos. Se dice que las sociedades altamente responsivas son proclives al cambio con alta estabilidad. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 29 Si nos atenemos a los resultados de las investigaciones realizadas para este trabajo en los diferentes países, es evidente que estamos en un ámbito que podríamos denominar de “institucionalidad dispersa” y de “mando político difuso”. Las situaciones se tornan más críticas en Brasil y Argentina debido al carácter federal de sus regímenes políticos. Existe una gran cantidad de instancias e instituciones que intervienen en la definición de políticas, por lo general con una débil capacidad central de conducir y brindar coherencia a las decisiones en la base de la pirámide. La formalidad institucional está debilitada, y tiene baja capacidad técnica, para manejar articuladamente los elementos inerciales, profesionales y presupuestarios junto con los elementos de innovación o cambio. Ello tiene una repercusión negativa sobre la posibilidad de modernización, lo que a su vez favorece las visiones de corto plazo, que son las que encuentran menor resistencia. En Chile, el mayor obstáculo se ha encontrado en la doble dependencia de las policías, lo que ha hecho de las Subsecretarías de Carabineros y de Investigaciones –ubicadas durante mucho tiempo en el Ministerio de Defensa– oficinas de enlace entre las policías y el Gobierno. En el caso de las estructuras políticas federales, uno de los problemas centrales es la profusión de policías y las dificultades de diseñar un todo acoplado que, manteniendo la descentralización política, alcance niveles adecuados de eficiencia promedio. Existe un problema que viene a acentuar lo anteriormente expresado, y es que importantes ámbitos o actividades que requieren de definiciones políticas de seguridad están entregadas a competencias privadas. La aparición de importantes operadores privados de seguridad, de base contractual y económica, llegan a condicionar ocupaciones de espacios públicos, el desarrollo de actividades de seguridad en lo público (transporte de valores, p. ej.) y, en general, constituyen una red de instituciones con poca o ninguna regulación estatal. La aparición de un “mando político difuso” en materia de Seguridad Ciudadana constituye un problema para la gobernabilidad del Estado y dificulta la generación de un núcleo ordenador que dé al tema un tratamiento sistemático y funcional. Las competencias, intereses, culturas y misiones institucionales y la falta de un discurso político de las elites gobernantes –para generar las visiones, los ajustes y las políticas capaces de corregir el problema– pueden transformarse en un impedimento mayor de política y reorientar en sentido muy diverso los esfuerzos públicos. 30 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi La eficiencia técnica y operativa de la fuerza policial. Un tercer aspecto es el referido al despliegue y eficiencia de la fuerza policial, la doctrina operativa sobre el uso de la fuerza, la capacidad profesional de la policía y el control efectivo del poder político sobre el mando policial. En este ámbito, se discute ampliamente acerca de la capacidad real que tendrían las autoridades políticas para sostener una interlocución técnica en materias operativas frente a las policías, que son en definitiva el núcleo profesional del Estado en el manejo de la fuerza en materia de Seguridad Ciudadana. Es necesario afirmar categóricamente que si el poder civil aspira a conducir de un modo estratégico la Seguridad Ciudadana, no tiene otra opción que desarrollar esta capacidad de interlocución. No hay nada más político en la sociedad que el control y el despliegue microsocial de la fuerza policial, a los que se añaden los detalles de composición de las fuerzas, la planificación operativa, el despliegue táctico y muchos otros detalles policiales (incluso microinstitucionales). Más aún, controlar la calidad y la eficiencia del gasto –función que en absoluto se conoce como perteneciente al ámbito político– sería imposible sin tales destrezas gubernamentales, importantes porque permiten también visualizar las diferencias respecto del despliegue de los recursos militares. En sus aspectos de fuerza, la Defensa Nacional se refiere a la relación entre el Estado –como unidad política– y las FFAA –como instrumento del poder nacional– bajo un concepto de formación profesional de cuerpo. Por el contrario, la Seguridad Ciudadana se refiere a la relación entre la unidad política ciudadano y el Estado. Esta relación se encuentra mediada por la policía, instrumento del mismo poder nacional estructurado bajo un concepto de formación individual de oficiales en el marco de un sistema integrado de administración de justicia cuyos límites son las garantías constitucionales. Esta diferenciación es esencial para determinar qué es Seguridad Ciudadana y cómo debe proveerse, y qué es Defensa Nacional y Seguridad Exterior y los medios que requieren. Sobre todo porque en los nuevos escenarios de seguridad, especialmente en los llamados campos de las amenazas asimétricas (narcotráfico, terrorismo, crimen transnacional organizado), existen zonas ambiguas de contacto y cooperación entre ambas esferas de seguridad que pueden llegar a confundir las decisiones en torno del carácter de la fuerza policial, como vimos anteriormente. Ello es particularmente atingente en materia de información e inteligencia y en la dotación de fuerzas de elite para el manejo de crisis. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 31 Esta visión tiene detractores que sostienen que el papel del conductor político en materia policial debe ser mínimo, y que los cuerpos policiales deben tener asegurada una capacidad de autonomía corporativa que no los transforme en instrumentos dóciles del gobierno de turno. Esta objeción no es del todo incorrecta, y ésa es la razón por la cual se ha ido afianzando la idea de que la Seguridad Ciudadana tiene componentes de política de Estado, entre ellos la política policial, que es la más delicada, precisa y de más alta estabilidad institucional. Sería incorrecto no reconocer los avances en materia policial en toda la región, sobre todo en la generación de mayores oportunidades de formación profesional y en la generación de mandos y estructuras más modernas. Sin embargo, subsisten serias deficiencias que han llevado a gobiernos, como al argentino y chileno en meses recientes, a plantear reformas estructurales en su institucionalidad. Entre esas deficiencias están las capacidades de investigación de la policía y su flexibilidad profesional y de procedimientos para acoplarse al nuevo procedimiento penal, de carácter oral y atenido a las garantías constitucionales, en amplio desarrollo en toda la región. Un segundo aspecto es que prevalece la formación de cuerpo por sobre la de individuos, lo que da al despliegue de la policía de algunas partes –Carabineros de Chile y Gendarmería Nacional de Argentina, p. ej.– una impronta militarizada y una gran eficiencia frente a desplazamientos de cuerpo pero una baja calidad en sus prestaciones individuales. Esto conlleva el agravante de que la disciplina de cuerpo inhibe la creatividad y la iniciativa personal, lo que vuelve la relación entre policías y ciudadanos una relación entre un individuo y una institución. En aquellos niveles o unidades donde el espíritu de cuerpo es fundamental para los resultados, existe una enorme resistencia al cambio. Normalmente esos niveles son también los más comprometidos en acciones colectivas de represión y son los que generan las imágenes más negativas de la población con respecto a los cuerpos policiales. Es esencial superar la visión doctrinaria –propia de las épocas de las dictaduras de los años 70 y 80 del siglo pasado– que entiende la misión policial como “guerra contra el crimen”, como una proyección patológica de la lucha contra el terrorismo y la defensa de la estabilidad institucional bajo la doctrina de la Seguridad Nacional. Al mismo tiempo, resulta imprescindible revisar las rutinas de cuartel y la forma como se desarrolla el soporte administrativo de la actividad policial así como los vínculos y procedimientos con la ciudadanía. Sobre todo para aprovechar al máximo 32 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi la dotación en las tareas que les son propias, desactivar los procedimientos intimidatorios y construir puentes de cooperación. No existe posibilidad de programas exitosos que vinculen policía y comunidad sin la construcción de rutinas de confianza entre ambas, guiadas por la ética de la cooperación y no la sumisión de uno a otro. Esto es fundamental para el control civil de la policía. Todo lo anterior refuerza la idea de que sin mando civil efectivo sobre la policía no hay plan de Seguridad Ciudadana que funcione. Y ese mando civil depende del conocimiento profesional profundo tanto de las policías y de sus rutinas institucionales como de los escenarios sociales donde éstas deban desenvolverse. Esto implica, por cierto, la construcción de una adecuada información de base y de estadísticas criminales, la puesta en red de los sistemas de registro de delitos, la homologación de información y de sistemas periciales, la formación colectiva en términos de investigación, los archivos compartidos, etc. Todos estos instrumentos en manos de la policía son fuente de pericia técnica y de información para el uso de la ciudadanía. Cambio en la percepción de los delitos. Ahora bien, el despliegue eficiente de la fuerza policial depende de un acabado conocimiento del espacio social y del perfil de los delitos. Es notorio el cambio en volumen, tipo e intensidad de los delitos y, por lo tanto, en el perfil de la demanda de Seguridad Ciudadana. En la sociedad moderna no es lo mismo “Seguridad Ciudadana efectiva” que “clima de seguridad”. Ese cambio ha sido crecientemente analizado con interés, en la medida que los resultados de las investigaciones permiten argumentar políticamente el fracaso o éxito gubernamental frente a un tema de creciente interés en la agenda pública. El método más corriente es el de los estudios de victimización, instrumento que empezó a ser utilizado en la región apenas en los años 90, bastante más tarde que en EEUU y Europa, de amplia difusión actualmente. Lo relevante de sus resultados –independientemente de si son congruentes con la tasa efectiva de delitos– es que permiten construir indicadores de temor para analizar la dimensión subjetiva que opera como motor del interés y la voluntad ciudadana con respecto al tema de la seguridad. Por lo general se da la situación de que los niveles de victimización real son inferiores a los niveles o tasas de inseguridad o temor que muestra la sociedad. Esta sensación de temor está asociada con una percepción de mayor violencia –este elemento efectivamente ha aumentado en intensidad y frecuencia en los delitos registrados– y con el hecho de que los medios de La Seguridad Ciudadana como política de Estado 33 comunicación se han transformado en “acusadores sociales” en materia de Seguridad Ciudadana, lo que refuerza las percepciones más negativas del fenómeno, aunque sus tasas promedio hayan descendido. Carecer de información estadística, de estudios o de datos con cierto nivel de profundidad acerca del perfil psicosocial de la delincuencia, la reincidencia, el desplazamiento territorial de los delitos y muchos otros aspectos es, desde luego, un problema. Esta carencia no permite focalizar las acciones ni menos establecer las correlaciones positivas entre institucionalidad operativa, prevención del delito, perfil profesional y formación policial. Entre las consecuencias más inmediatas del aumento del temor figura el incremento de armas de fuego en poder de particulares y la intensificación de las actividades de la industria de la seguridad privada, que incluye desde atención personalizada hasta la dotación de sofisticados sistemas electrónicos. Quien compra un arma de fuego acepta implícitamente hacer uso de ella en contra de otro ser humano. En semejante escenario, la disuasión de la violencia ya no se produce como resultado exclusivo de la acción policial o del sistema penal, sino que se transforma en un problema cultural al interior del cuerpo social que inhibe los controles sociales emotivos y de valores, que rechazan contenidos o simulaciones simbólicas de violencia. El lenguaje amenazante, la rudeza del entorno físico, el ruido intolerable y el individualismo amoral construyen una atmósfera de agresividad que genera ambientes de violencia y estados alterados favorables al uso de armas. En este contexto, el papel de los medios de comunicación es esencial y lo es también la capacidad que exhiba el Estado para legitimar sus mensajes. La región, más allá de las deficiencias objetivas que presenta en materia de Seguridad Ciudadana, acusa un exceso de cobertura mediática de temas delictuales. Este exceso satura el ambiente con mensajes marcadamente sensacionalistas y acusadores de la autoridad que reafirman el ambiente de violencia. A todas luces no existe un equilibrio informativo en la materia. Son varias las razones que pueden explicar la proclividad de los medios a destacar, a través de sus titulares, la temática de la delincuencia. La más obvia se refiere a que las noticias de crónica roja o amarilla capturan rápidamente la atención del público. En este sentido, es innegable que la presión del rating o el tiraje ha empujado a noticiarios televisivos y a diarios a dedicar más espacio a la cobertura de estos delitos. Ello no debería causar escándalo ni sorpresa. En una sociedad libre, los medios de comunicación 34 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi tienen perfecto derecho a definir su línea editorial y a escoger libremente qué noticias desean destacar. El hecho adquiere una connotación diferente cuando no existe un mercado con equilibrio informativo y el monopolio mediático manipula los públicos y crea artificialmente climas de opinión. Si la densidad ciudadana no alcanza para impulsar la autocorrección del mercado de medios, para así asegurar el equilibrio informativo que debe caracterizar a una sociedad libre y democrática, se requiere de decididas políticas de fomento que generen una mayor pluralidad editorial de los medios y una mayor mesura y compromiso social positivo de los estilos noticiosos. Ello es vital para generar una atmósfera social de transparencia informativa, que desincentive el rumor y los trascendidos y que instale una amplia información de base sobre los temas. Participación de la comunidad. El quinto aspecto es el referido a la participación de la comunidad, entre cuyos contenidos están los esfuerzos cooperativos para la recuperación de espacios públicos, el papel de las organizaciones sociales, el fomento de la confianza entre ciudadanía y policía y, algo muy importante, el trabajo comunicacional de base, que, en una sociedad mediática, juega un gran papel en la potenciación de los símbolos y en la construcción de percepciones y de atmósferas sociales. En este ámbito, la eficacia y eficiencia de las acciones tienen un componente de cambio cultural que produce periodos indeterminados –en ningún caso cortos o inmediatos– para el cumplimiento de metas. En muchas ciudades de la región se ha producido un reacomodo espacial y social importante en las últimas décadas, que no ha sido ni suficientemente diagnosticado ni asumido como una variable política para la elaboración de políticas públicas de Seguridad Ciudadana. El territorio debe dejar de ser considerado como un espacio físico de despliegue de recursos policiales, y entenderse, tal como lo señalamos, como una variable política compleja, con identidades culturales y socioeconómicas que lo configuran estructuralmente de manera particularizada, incluso dentro de una misma comuna. Todas las experiencias de barrio seguro indican que incluso la comuna resulta un ámbito demasiado amplio para las asociaciones participativas basadas en la identidad. Este déficit conceptual acerca del territorio se refleja en la baja sincronía que adquieren las diversas competencias institucionales en materia de Seguridad Ciudadana en un mismo espacio, se trate de la policía, de los tribunales, de la administración municipal o de las autoridades nacionales. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 35 Las cosas parecen estar demasiado dispersas y la coordinación en la base se presenta difícil. El territorio debe ser tratado como un nicho ecológico y político y comprendido en toda su complejidad para activar la participación ciudadana al momento de planificar la seguridad. Dentro de ese nicho existe un capital social que no debe ser desperdiciado para generar una política de Seguridad Ciudadana dentro de un concepto de desarrollo (v. Banco Mundial. PovertyNet). Ese capital social no puede ser activado sin la aplicación de rutinas de confianza entre la autoridad política, las policías y los ciudadanos de un barrio. Y esto es uno de los aspectos más difíciles de la responsabilidad estatal. Por muchas de las razones ya vistas, el despliegue policial en los territorios se entiende muchas veces como un “acto civilizatorio” del poder central y no como la prestación de un servicio o el ejercicio de la autoridad. En zonas peligrosas, los cuarteles policiales terminan sitiados por una población hostil y desconfiada y por lo tanto se ven imposibilitados de desempeñar su labor. La reforma del procedimiento penal en curso (creación de fiscales locales) es una oportunidad para un cambio significativo en esta materia, tanto por las exigencias técnicas de la investigación (mayor preparación individual) como por el tipo de relación exigida entre policía y ciudadanos. La creación de rutinas de confianza está referida a un ámbito de conocimiento mutuo entre policía y ciudadanía (que excluye la propaganda) sobre la base de acciones que precisan tiempo para madurar. Los índices de confianza de una comunidad están directamente vinculados con el desarrollo cívico de la sociedad y, en particular, con el “empoderamiento” (enpowerment) de las organizaciones sociales. Según los estudios realizados, la sustentabilidad del desarrollo social tiene un enlace directo con el capital social de una comunidad. A su vez, este desarrollo sustentable está en directa relación con los niveles de confianza que inspire el sistema. La construcción de un discurso público El discurso político progresista en torno de la Seguridad Ciudadana es en general fragmentado, y esto ocurre prácticamente en toda la región. Resulta casuístico y recurrente a través de apelaciones a la eficiencia operativa de las policías y a la búsqueda de mayor capacidad de adminis- 36 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi trar los castigos. En general carece de una base doctrinal democrática desarrollada y de una línea argumental clara. Siguiendo con atención la experiencia del desarrollo democrático en la región y de los problemas y complejidades que relevan los estudios nacionales realizados, es posible afirmar que esta línea argumental se puede desenvolver teniendo como eje dos conceptos involucrados en el tema. En primer lugar, la responsabilidad de los actores institucionales y sociales y, en segundo lugar, el principio de la cooperación público-privada. Este último aspecto es un componente decisivo en el funcionamiento de las sociedades de la región, no solo como un derivado de los temas del mercado y la privatización de la economía, sino como un componente crecientemente interactivo en las políticas públicas. Este elemento implica, además, un mayor control de aspectos esenciales del bienestar ciudadano, aspectos que se resuelven de manera creciente en el ámbito local o barrial. En términos globales, existen tres responsabilidades claramente definidas involucradas en la provisión de Seguridad Ciudadana, además del principio de cooperación público-privada, referido más arriba. Esas responsabilidades son la del ciudadano individual, la de la comunidad y la del Estado, responsable funcional final de la calidad de la Seguridad Ciudadana que se distribuye como bien a la población. a) La responsabilidad individual. Se trata de una demanda que emana de la voluntad y de la libertad de todos los ciudadanos. Las dimensiones de la voluntad y la libertad están siempre presentes en una sociedad democrática. La seguridad debe ser considerada un bien público perfecto a ser proporcionado por igual a todos los habitantes del país. Sin embargo la seguridad absoluta no existe, de ahí que esté referida a ciertas condiciones de base, entre las que se encuentra la responsabilidad de los individuos por el nivel de autocuidado que se asignan a sí mismos. Los individuos son responsables por sus actos, pero, para que esa responsabilidad individual pueda activarse, es necesario que previamente hayan sido formados e informados de manera tal que puedan discriminar sus acciones. Ello se logra a través de la socialización y de la formación tempranas (escolaridad, educación familiar, comunicabilidad) y de la información en las etapas de socialización intermedias y tardías (transparencia social e información). Éste es el ámbito de la “preciudadanía”, entendida como un proceso constitutivo del conjunto de derechos y de deberes de un individuo, en el cual se asimilan patrones o valores de respeto al otro, de mediación, de diálogo, de desactivación de la violencia, de prevención y de cooperación. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 37 El caso paradigmático es el concepto de autonomía protegida en materia de drogadicción (alta información y formación bajo supervisión de personas especializadas, para lo cual se usa fundamentalmente la escuela), que previene el consumo desde muy temprana edad. Las políticas que se pueden desarrollar a partir de esta responsabilidad se refieren sobre todo al ámbito de la prevención. Allí donde la responsabilidad de los individuos esté activada, es posible desarrollar políticas y acciones preventivas con altas probabilidades de éxito. b) La responsabilidad colectiva. Esta responsabilidad se vincula con el papel que le corresponde a la comunidad en el tema de la Seguridad Ciudadana. La comunidad no puede impedir que alguien cometa un delito, pero la acción colectiva puede y debe generar mecanismos para que la prevención se desarrolle y se transforme en un control social preventivo. Éste consiste en la creación de atmósferas sociales beneficiosas que impidan la comisión de delitos o faciliten la rehabilitación y la reinserción social del rehabilitado. El punto territorial político de la responsabilidad colectiva es la comuna. Si se logran políticas adecuadas, se desarrolla un elemento bisagra entre la máxima potencia de la prevención (individuos responsables y comunidad activa en el control social), la máxima eficiencia del control y la represión expresada en las acciones del Estado. Cuando ello ocurre, se optimizan los niveles de escala en el diseño de las políticas con contenido de rehabilitación en materia de Seguridad Ciudadana y se generan condiciones adecuadas para que se concrete de manera práctica el principio de cooperación público-privada (habilitación de sedes comunales, alumbrados públicos, uso de infraestructura privada, etc.). Las acciones de prevención, vigilancia o cooperación con las autoridades dependen de una responsabilidad colectiva activada. Si el territorio empieza a ser observado en sus dimensiones de sociedad, se encontrará que éste tiene una gran significación en materia de Seguridad Ciudadana, particularmente un componente socioespacial del territorio comunal: el barrio. c) La responsabilidad estatal. El Estado está obligado a proveer un orden jurídico y una orientación política en materia de Seguridad Ciudadana. La responsabilidad estatal se desarrolla con miras a alcanzar la máxima eficiencia de los procedimientos policiales y judiciales para el control y la represión del delito, y a generar políticas de regulación y fomento que permitan que se expresen las otras responsabilidades. La eficiencia estatal no se mide por la ausencia de delitos, sino por la percepción ciudadana de que la seguridad está bajo control. Por ello el 38 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi Estado es el garante final de la calidad de la Seguridad Ciudadana de que gozan los habitantes de un país. Policía comunitaria y modelos de prevención Por último es necesario señalar que, en el imaginario progresista, el tema de la policía comunitaria y las políticas de prevención son algunos de los temas que generan mayor adhesión. La prevención como política es esencialmente una actividad educativa e informativa. Una definición adecuada es la que la señala como el esfuerzo destinado a reducir la probabilidad de un hecho delictivo, ya sea mediante una acción cara a cara (desestimulación directa) o a través de una campaña amplia (desestimulación de entornos sociales) mediante el uso de técnicas educativas, persuasivas o de convencimiento. Los partidarios de la política señalan que la prevención tiene fuertes ventajas frente a la represión, aunque ambas no se excluyen sino que se complementan. En general, todas las evaluaciones de política demuestran que la efectividad de la prevención es mayor que la represión o la rehabilitación. Ello debido a que desarrolla un proceso de identificación muy fuerte que potencia la responsabilidad individual (Bureau of Justice Statistics). Por otra parte, el costo de la prevención, por ejemplo a través de la educación, es considerablemente menor que lo que se invertiría en represión o rehabilitación. Para llevarla a cabo no se requiere implementar una infraestructura nueva para transmitir los conocimientos: se cuenta con una población cautiva-base dentro del aparato educativo formal, existen procedimientos que conforman rutinas que acercan a una población de jóvenes y adultos de manera normal a la institución, etc. El costo principal lo constituye la formación de activadores o monitores del programa, lo que puede ser satisfecho dentro del mismo marco de profesores o en una mezcla entre apoderados y profesores. En contraste con métodos represivos, el Estado puede delegar y compartir las responsabilidades en la materia involucrando entes privados (la familia, la comunidad, ONGs, municipalidades, colegios...). En los procedimientos represivos solo pueden intervenir organismos especializados del Estado. Una ventaja importante de la prevención es el fomento de la responsabilidad individual y, con ello, de la instalación o fortalecimiento de la ciudadanía. Así un tema que a simple vista parece una amenaza se aprovecha como La Seguridad Ciudadana como política de Estado 39 una oportunidad de desarrollo social. Hay aquí implícita una dimensión no explorada de impactos secundarios que hace enormemente atractivo este instrumento. Por lo mismo, la prevención como acción no responde a técnicas o metodologías precisas o cerradas de validez general y resultados previstos. Por el contrario, en su desarrollo se presentan diferentes opciones y combinaciones, debido a lo cual los procedimientos deben ser flexibles y estar dotados de una gran capacidad de corrección en proceso. Para que ello ocurra, además de la solidez conceptual y la claridad de los objetivos, es fundamental validar un concepto de política de prevención al interior del aparato público y, desde ahí, proyectarlo a la comunidad. No se debe confundir el aspecto disuasivo que involucra siempre a la policía con la prevención. La prevención es una política con ausencia, o casi, de elementos de fuerza. En cuanto a las policías comunitarias, es necesario señalar que ellas implican modelos de gestión más flexibles que el tradicional de la mayoría de las policías (Frühling), fuertemente centralizado en el mando superior y que obedece más a un modelo de institución de gobierno que de Estado. El proceso se originó en el acercamiento del tema a la comunidad, luego de que se hiciera notoria la necesidad de modernizar el funcionamiento de las policías. En términos generales, el modelo de policía comunitaria se enfoca en áreas muy acotadas y pequeñas, promoviendo el establecimiento de relaciones estrechas con los habitantes del lugar a objeto de poder consultarlos de manera permanente sobre su percepción del desempeño policial. Por lo mismo, su énfasis se orienta hacia un trato suave de la comunidad y, en general, a una reducción drástica de la violencia policial. Cada situación es particular, lo que puede observarse en el Plan Cuadrante y en el programa Comuna Segura Compromiso 100 de Chile; en el programa de Policía Comunitaria de la Policía Militar de San Pablo y en el de Belo Horizonte en Brasil; en el de Bogotá o en el de Guatemala. En todos estos casos, las acciones preventivas son muy específicas y particularizadas. En todas partes concitan un fuerte apoyo de la población, ayudan a mejorar la imagen que la ciudadanía tiene acerca de la policía y, lo más importante, potencian un estado de confianza que se revierte en incentivo para provocar un cambio de cultura en el interior de las instituciones policiales. Sin embargo, la eficacia de las acciones preventivas en materia policial no se ha validado suficientemente, ya que se carece de datos más específicos al respecto. 40 Santiago Escobar / Jacqueline Muniz / Rafael Sanseviero / Marcelo F. Sain / José M. Zacchi Bibliografía Boeninger, Edgardo: Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad, Edit. Andrés Bello, Santiago, 1997. Bureau of Statistics Source Book Criminal Justice, EEUU, 1993. Deutsch, Karl: Los nervios del Gobierno, Paidós, Barcelona, 1967. Dror, Yehezkel: La capacidad de gobernar, Fondo de Cultura Económica, México, 1996. Eco, Umberto: Apocalípticos e integrados, Lumen, Barcelona, 1993. Frühling, Hugo: Control democrático para el mantenimiento de la seguridad interior, Centro de Estudios del Desarrollo-CED, Santiago, 1998. Hariou, André: Derecho constitucional e instituciones políticas, Ariel, Barcelona, 1980. Harrison, Francisco y Bruce Swain: Guía del diseño del espacio público, Gobierno de Chile, Ministerio de Vivienda y Urbanismo, LOM Ediciones, Santiago, 2003. Poverty Net: <www.worldbank.org>. Rico, Carlos Alberto: Pasar del espacio público al espacio lúdico en <[email protected]>. Wekerle, Gerda: Safe Cities: Guidelines for Planning, Design, and Management, Van Nostrand Reinhold, EEUU, 1995. Bibliografía complementaria Los textos que se señalan como bibliografía complementaria constituyen una orientación general para aquellos lectores interesados en seguir profundizando. Esta lista no es exhaustiva y tampoco tiene la pretensión de ser la más importante sobre el tema. Simplemente aparece como un complemento que los autores consideran útil para navegar en el complejo océano de las políticas públicas referidas a la Seguridad Ciudadana. Sitios en internet <www.cesc.udechile.cl>. Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana, Universidad de Chile. <www.idl.org.pe>. Instituto de Defensa Legal, Perú. <www.seguridadciudadana.cl>. División de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior de Chile. <www.cedro.org.pe>. Centro de estudios sobre drogas, Perú. <www.movimientocontralaintolerancia.com>. <www.biblioteca.jus.gov.ar>. Biblioteca Digital del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, Argentina. <www.resdal.org.ar>. Red de Seguridad y Defensa de América Latina. <www.ideesi.cl>. Instituto de Estudios Estratégicos y de Seguridad Internacional, Universidad La República, Chile. <www.pazciudadana.cl>. Fundación Paz Ciudadana, Chile. <www.nuevasoc.org.ve>. Sitio de la revista Nueva Sociedad, Caracas. <www.uc3m.es>. Instituto Universitario Duque de Ahumada de Estudios de Seguridad. Universidad Carlos III de Madrid. Libros Balibar, Etienne: Derecho de ciudad, cultura y política en democracia, Nueva Visión, Buenos Aires, 2004. Beck, Ulrich: La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Paidós, Barcelona, 1998. La Seguridad Ciudadana como política de Estado 41 Bobea, Lilian (ed.): Entre el crimen y el castigo. Seguridad Ciudadana y control democrático en América Latina y el Caribe, Flacso / Woodrow Wilson Internacional Center / Nueva Sociedad, 2004. Briceño León, Roberto (comp.): Violencia, sociedad y justicia en América Latina, Clacso, Buenos Aires, 2002. Candina, Azun (ed.): Participación ciudadana y reforma a la policía en América del Sur, Centro de Estudios del Desarrollo-CED, Santiago, 2004. Carrión, Fernando (ed.): Seguridad ciudadana: ¿Espejismo o realidad?, Flacso / OPS / OMS, Quito, 2002. Chalom, Maurice: Seguridad ciudadana, participación social y buen gobierno: el papel de la policía, Ediciones SUR, Santiago, 2001. Dammert, Lucía y Alejandra Lunetke: La prevención del delito en Chile. Una visión desde la comunidad, Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana-CESC, Universidad de Chile, Santiago, 2004. Foucault, Michel: Vigilar y castigar, Siglo XXI, México, 1984. Frühling, Hugo: Control democrático para el mantenimiento de la seguridad interior, Centro de Estudios del Desarrollo-CED, Santiago, 1998. Paris Steffens, Rolanda: Delito y seguridad de los habitantes, Siglo XXI, México, 1997. Rotker, Susana (ed.): Ciudadanías del miedo, Nueva Sociedad, Caracas, 2000. Yépez Dávalos, Enrique: Seguridad ciudadana. 14 lecciones fundamentales, Instituto de Defensa Legal, Perú, 2004. Artículos, monografías y otros Cruz, José Manuel: “Violencia, democracia y cultura política” en Nueva Sociedad Nº 167, mayojunio de 2000, Caracas. Frühling, Hugo: “Violencia e inseguridad en el Chile moderno” en Cuadernos del Segundo Centenario Nº 10, 2000. González Placencia, Luis: “La concepción sistémica de la seguridad pública en México” en Nueva Sociedad Nº 167, Caracas, 2000. Mera, Jorge: “Política Nacional y Seguridad Ciudadana” en Apuntes de Derecho Nº 6, Facultad de Derecho, Universidad Diego Portales. Muniz, Jacqueline: La Seguridad Ciudadana en Brasil, Fundación Friedrich Ebert, San Pablo, 2004. Rebolledo Flores, Jorge: Relatoría del seminario “Seguridad Pública y Derechos Humanos” del Centro Miguel Agustín Pro Juárez, junio de 2004, México. Sain, Marcelo Fabián: La Seguridad Ciudadana en Argentina, Fundación Friedrich Ebert, Buenos Aires, 2004. Tijoux, María Emilia: “Clausura de pobres y seguridad de ciudadanos” en Última Década Nº 16, marzo de 2002, Universidad Arcis, Chile. La seguridad pública en Argentina Marcelo Fabián Sain Introducción La envergadura y complejidad que ha adquirido la problemática criminal en Argentina ha puesto en evidencia las deficiencias institucionales existentes en su sistema de seguridad pública y, muy particularmente, aquellas derivadas del desempeño de los agentes gubernamentales responsables de tomar decisiones, de las agencias policiales y de la justicia penal. En su conjunto, la organización y el funcionamiento del sistema de seguridad pública en Argentina, del que el sistema policial configura apenas una dimensión particular, se estructuró sobre la base de un conjunto de parámetros tradicionales que resultaron de un largo proceso histórico. Sus características más importantes están centradas en: 1) el desgobierno político sobre los asuntos de la seguridad pública y policiales; 2) el autogobierno policial de la seguridad pública y del sistema policial mismo; 3) la deficiencia de la justicia penal en la persecución penal de los delitos conocidos y en la administración de la ejecución penal; y 4) la exclusión comunitaria de los asuntos de la seguridad pública. Vayamos a su consideración. En primer lugar, el modelo tradicional estuvo signado por un recurrente “desgobierno político” sobre los asuntos de la seguridad pública a través del cual la dirigencia política y, en particular, las autoridades gubernamentales delegaron a las agencias policiales el monopolio de la administración de la seguridad pública. Es decir, la seguridad pública configuró una esfera institucional exclusivamente controlada y gestionada por la policía sobre la base de criterios, orientaciones e instrucciones autónoma y corporativamente definidas y aplicadas sin intervención determinante de otras agencias estatales no policiales. En consecuencia, la dirección, la administración y el control integral de los asuntos de la seguridad pública, así como la organización y el funcionamiento del sistema policial, quedaron en manos de las propias agencias policiales, generando así una suerte de “policialización de la seguridad pública”. Por su parte, esta impronta de desgobierno político y de delegación en las agencias policiales del ejercicio de la administración de la seguridad pública trajo aparejada la autonomización política de la policía, permitiendo que ésta 44 Marcelo Fabián Sain definiera sus propias funciones, misiones y fines institucionales, proporcionara sus propios criterios y medios para cumplirlos o alcanzarlos y, en ese marco, también estableciera los objetivos y orientaciones generales de la seguridad pública en su conjunto. De cara al interior de las agencias policiales, ello apuntaló una marcada independencia doctrinal, orgánica y funcional en su desarrollo y proyección institucional frente al gobierno estatal y frente a la sociedad política y civil, y permitió que estas agencias actuaran con frecuencia como si estuvieran por encima y más allá de la autoridad constitucional del gobierno, protegiendo cada vez más sus logros e intereses autodefinidos y resistiendo con relativo éxito todo tipo de iniciativa gubernamental tendiente a erradicar, reducir o cercenar dicha autonomía. En segundo término, como consecuencia del desgobierno político y de la impronta delegativa señalada, el modelo tradicional ha supuesto el “autogobierno policial” sobre la seguridad pública y el sistema policial mismo. Tal como ya se dijo, en nuestro país, la institución policial contó con amplios márgenes de autonomía para autogobernarse orgánica y funcionalmente y, desde allí, ejercer el gobierno de la seguridad pública general. En este marco, las agencias policiales de nuestro país se conformaron sobre la base de una estructura orgánico-funcional centralista. Esta estructura ha supuesto, por un lado, la unicidad funcional dada por la concentración en un mismo cuerpo de las funciones de seguridad preventiva y de investigación criminal, bajo la conducción institucional y la dependencia orgánica de un único mando policial. Por otro lado, implicó un centralismo organizacional basado en la existencia de una conducción policial centralizada y ejercida por un “estado mayor” de carácter castrense, con estructura cerrada, hiperjerarquizada y militarizada. Además, ello se asentó en un régimen de personal militarista signado por una carrera policial y un sistema de personal, pases y ascensos de corte netamente castrense. Con relación a las prácticas policiales regulares, en la mayoría de las policías de nuestro país éstas estuvieron caracterizadas por un trazo “autoconservativo”, es decir, estuvieron centralmente orientadas a reproducir las condiciones de delegación gubernamental y de autogobierno policial mencionadas, y a preservar la institución policial en forma autodefinida y autosustentada, más que al desarrollo de una labor eficiente en la prevención y represión del delito. En este marco, los tipos tradicionales de “policiamiento” estuvieron generalmente orientados al ejercicio de formas de control social extrainstitucional no encaminadas principalmente a la seguridad preventiva La seguridad pública en Argentina 45 sino, más bien, a la inspección e inculcación de disciplina de todo tipo de conductas no delictivas –generalmente inscritas en conceptos amorfos de salubridad y moralidad social– consideradas y estigmatizadas por la propia policía como susceptibles de vulnerar una cierta noción autoimpuesta de orden público. Vale decir, la policía, antes que prevenir delitos, se autoproyectó como una instancia de resguardo institucional de una concepción de orden público no delimitado al sistema penal y contravencional positivo sino, más bien, determinado por los criterios de criminalidad, decencia pública y/o seguridad autodefinidos por la propia agencia y generalmente expresados en resoluciones y normas administrativas adoptadas autónomamente por la institución policial. Esta misma orientación se concretó a través del predominio de una forma de “policiamiento disuasivo y reactivo” centralmente asentado en el uso directo de la fuerza y en criterios de “mano dura”. En este sentido, en el modelo tradicional, la asimilación de la prevención por la disuasión se ha basado en la consideración de que una adecuada tarea preventiva requiere en esencia de un número elevado de policías en la calle llevando a cabo intervenciones reactivas y de choque a partir del uso directo de la fuerza, más que intervenciones planificadas sobre la base de la recolección y tratamiento analítico de información fidedigna sobre la dinámica delictiva. Por cierto, esta modalidad de policiamiento ha favorecido el uso regular de la fuerza como método predominante de intervención policial táctica, y el recurrente desarrollo de ciertas formas de violencia por parte de las agencias policiales en el desempeño cotidiano de sus tareas. Ahora bien, la legitimación de modalidades de policiamiento asentadas en el predominio de la violencia innecesaria ha creado condiciones propicias para la producción sistemática de formas de violencia extralegal y ello, en parte, fue diluyendo el límite entre el delito y la actividad policial, entre los delincuentes y la policía, ya que ha implicado la utilización de medios ilegales durante el desempeño de las labores policiales ordinarias. De igual forma, en numerosas ocasiones, esta impronta de extralegalidad ha conllevado la participación policial directa e indirecta en actividades ilícitas desenvueltas por diversas organizaciones o grupos criminales mediante diferentes formas de complicidad, encubrimiento y protección de dichos grupos o a través de la intervención regular de policías en los mismos, conformando así un verdadero sistema penal subterráneo. De este modo, en Argentina, la recurrente estructuración de prácticas policiales asentadas en el empleo regular de estas formas de violencia ex- 46 Marcelo Fabián Sain tralegal ha contribuido, por cierto, a la conformación de una modalidad de policiamiento regulatorio del delito, cuya consecuencia más significativa ha sido el establecimiento de un circuito sólido de autofinanciamiento policial generado en un conjunto de dádivas y fondos provenientes de diversas actividades delictivas permitidas, protegidas o llevadas a cabo por los propios agentes policiales y avaladas políticamente. En tercer lugar, el modelo tradicional de seguridad pública estuvo signado por el “desempeño deficiente de la justicia criminal” en sus labores de persecución penal del delito, y en la organización y funcionamiento del sistema penitenciario encargado de la ejecución institucional de las penas impuestas por aquélla. En general, tanto en el ámbito de la justicia federal como en el de la justicia criminal y correccional de la Capital Federal y de las diferentes jurisdicciones provinciales, solamente una ínfima parte de las causas penales conformadas en dichas instancias ha llegado a ser elevada a juicio mientras que otras pocas han finalizado por suspensión del juicio a prueba o por juicio abreviado. Ello configuró una desvirtuación del juicio como instancia y etapa fundamental del proceso penal y, al mismo tiempo, ha sido una clara expresión de la ineficiencia que ha primado en el periodo de instrucción –previo al juicio–, es decir, en la investigación penal preparatoria del hecho delictivo conocido y registrado por el sistema jurisdiccional o, dicho de otra manera, en la investigación preliminar. Estas deficiencias han sido el resultado del predominio, entre los principales agentes judiciales encargados de la investigación preliminar, de una concepción institucional marcadamente formalista y conservadora de un conjunto de prácticas y ritos institucionales tradicionales y profundamente anacrónicos, con algunos cambios en el diseño procesal –llevados a cabo en la mayoría de las jurisdicciones del país– y con la celeridad procesal que se impone a partir del significativo aumento y complejidad de las causas penales iniciadas en los últimos años. Todo ello, además, se ha visto ponderado por el carácter enteramente escrito, rutinario y altamente burocratizado de la etapa de instrucción así como también por la exacerbada valorización de las pruebas producidas durante la instrucción, su incorporación (a través de la mera mención o de la lectura de los actos probatorios de la instrucción) en la etapa del plenario en forma ordinaria –y no excepcional–, y el fraccionamiento de la audiencia en detrimento de la unidad del juicio. Como consecuencia de estas deficiencias en la etapa de la investigación preliminar, gran parte de las actividades propias de ésta –fundamental- La seguridad pública en Argentina 47 mente las atinentes al desarrollo de los sumarios de prevención y a la investigación misma de los hechos delictivos objetos del proceso– ha sido entera o parcialmente delegada por los jueces de instrucción o por fiscales a las propias fuerzas policiales. Por su parte, la administración de la ejecución penal de la justicia criminal también es significativamente deficiente. En nuestro sistema institucional, es el juez el que toma la decisión de la sentencia y, cuando ésta supone la aplicación de una pena de prisión, la ejecución de la misma está en manos del sistema penitenciario, que depende orgánica y funcionalmente del poder administrativo. De hecho, los jueces no han ejercido ningún tipo de control sobre el cumplimiento de la pena, su duración, las condiciones de detención, etc. Ello ha dado lugar a una endeble judicialización de la ejecución de la pena signada por la inexistencia de mecanismos procesales concretos y eficientes de vigilancia judicial del cumplimiento de la pena de prisión. En cuarto término, en el modelo tradicional de nuestro país, la relación existente entre la comunidad y la policía ha estado caracterizada por “la ausencia de toda modalidad e instancia de intervención o participación comunitaria en los asuntos de la seguridad pública” y, particularmente, en el diseño, implementación y evaluación de las políticas de seguridad y en el control del desempeño policial. Ello configuró, por cierto, una consecuencia previsible del desgobierno político sobre la seguridad pública y, en particular, del autogobierno policial. En el modelo tradicional, el principal contacto establecido entre la policía y la ciudadanía estuvo dado históricamente por la formulación de denuncias por parte de la población en general y las solicitudes –básicamente, por vía telefónica– de intervención policial frente a hechos delictivos consumados. Sin embargo, la desconfianza relativa de la población acerca del accionar policial y, en particular, la creencia o sensación generalizada de que un buen número de los delitos menores se producen bajo el amparo policial directo o indirecto han puesto en tela de juicio inclusive la denuncia como un medio fiable y eficaz para prevenir o luchar contra el delito. De todos modos, las solicitudes de intervención policial formuladas por las víctimas o testigos de algún delito solamente han dado lugar a un tipo de intervención policial de carácter exclusivamente reactivo, ya que aquel requerimiento se ha producido generalmente durante la comisión de hechos delictivos o en el momento inmediato posterior de los mismos. En suma, estas tendencias históricas parecen haber colapsado. Vayamos al análisis de este proceso. 48 Marcelo Fabián Sain Sociedad y problemática criminal en Argentina Según el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001, realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), Argentina cuenta con una población de 36.260.130 personas, de las cuales 17.659.072 son hombres y 18.601.058 son mujeres; 89,3% de la población habita zonas urbanas mientras que 10,7% vive en zonas rurales. En el segundo semestre de 2003, de acuerdo con los resultados de la Encuesta Permanente de Hogares, llevada a cabo por el mismo instituto, en las 28 aglomeraciones urbanas más importantes del país, 20,5% de la población se encontraba por debajo de la línea de indigencia –pobreza extrema– y 47,8% por debajo de la línea de pobreza. En estas mismas aglomeraciones, 14,5% de la población económicamente activa estaba desocupada y 16,3% se encontraba en situación de subocupación. El territorio nacional ocupa una extensión de 3.761.744 kilómetros cuadrados. El aumento del delito y de la violencia criminal En este escenario, a lo largo de los últimos años, la violencia y el delito han aumentado significativamente. La tasa de criminalidad, esto es, la tasa de hechos delictuosos registrados por cada 100.000 habitantes, ha crecido desde los años 70, aunque a partir de los 90 dicha tasa haya aumentado hasta el punto de superar sensiblemente los niveles alcanzados durante las décadas anteriores. En 1990, la tasa de criminalidad fue de 1.722 hechos delictivos registrados en todo el país, mientras que esa misma tasa en el año 2001 fue de 3.182,48 delitos y en el año 2002 alcanzó 3.575,99 delitos. Esto significa que, durante los últimos 12 años, se ha producido un aumento de la tasa de hechos delictuosos registrados equivalente a casi 100% (v. anexo I). Las estadísticas oficiales de la Dirección Nacional de Política Criminal, indican que “la evolución a lo largo de la década del 90 de la tasa de delitos contra la propiedad registrados en el país fue muy similar a la de la totalidad de los hechos presuntamente delictuosos, registrándose igualmente un descenso similar en el paso de 1990 a 1991, creciendo progresivamente a partir de ese momento hasta el año 2001, para llegar a 2.114 cada 100.000 habitantes”, a lo que se agrega que, “en el caso de los delitos contra las personas, la evolución a lo largo de la década presenta una tendencia La seguridad pública en Argentina 49 creciente de carácter gradual, llegando al año 2001 con una tasa de 569 delitos registrados cada 100.000 habitantes”. En el año 2002 se registraron un total de 1.340.529 hechos delictivos, de los cuales 16% fueron delitos contra las personas –211.002 hechos delictivos registrados, equivalentes a una tasa de criminalidad de 562,87 delitos–; 70% fueron delitos contra la propiedad –936.864 hechos delictivos registrados equivalentes a una tasa de criminalidad de 2.499,18 delitos–; y 14% restantes fueron otros delitos. Entre los delitos contra las personas, 59% constituyeron lesiones dolosas –125.267 hechos equivalentes a una tasa de 334,16 lesiones–; 29% fueron lesiones culposas; 2% homicidios dolosos (incluye tentativas) –3.453 hechos equivalentes a una tasa de 9,21 homicidios–; 2% fueron homicidios culposos; y 8% conformaron otros delitos contra las personas. Asimismo, un total de 192.103 personas resultaron víctimas de los delitos contra las personas, lo que significó una tasa de 512,45 víctimas de este tipo de delitos por cada 100.000 habitantes. De ese total de víctimas, 60% fueron hombres –116.712 víctimas masculinas–; 37% fueron mujeres –71.337 víctimas femeninas–, y en 4.054 casos no constó el género de las víctimas. Con relación a los homicidios dolosos, los hechos registrados en todo el país durante 2002 fueron 3.453 delitos –incluyendo las tentativas–, lo que significó una tasa nacional de 9,21 homicidios dolosos por cada 100.000 habitantes. Ello fue levemente mayor que durante 2001, año en el que se registraron 3.048 homicidios dolosos –incluyendo 888 tentativas– en todo el país, es decir, el equivalente a una tasa nacional de 8,23 homicidios dolo1 sos por cada 100.000 habitantes . La distribución territorial de los homicidios dolosos consumados presenta una fuerte condensación en las jurisdicciones que poseen las mayores concentraciones urbanas. Durante 2001, en la provincia de Buenos Aires se registraron 1.632 homicidios dolosos, lo que equivale a más de la mitad del total de homicidios dolosos ocurridos en el país. En un rango muy inferior, le siguieron la provincia de Santa Fe con 204 hechos, luego Córdoba con 162, la Ciudad de Buenos Aires con 152 y la provincia de Mendoza con 127 hechos. 1. En conjunto, estos datos, absolutos y relativos, no son elevados en comparación con los registros regionales e internacionales. Dentro del grupo de delitos contra las personas registrados en 2001 y 2002 en todo el país, el homicidio doloso ha sido uno de los delitos que menor frecuencia presentó (2%). No obstante, la singularidad de este tipo de delito está dada por su gravedad e irreversibilidad. Además, es un expresivo indicador del grado de violencia social existente. 50 Marcelo Fabián Sain Estos valores son iguales a los producidos durante el año anterior, por lo que se ha observado una cierta estabilización de este tipo de evento delictivo. Durante 2002, el número total de víctimas de los homicidios dolosos registrados en el país fue de 3.235 personas y 2.570 resultaron imputadas como responsables de los mismos; 66% del total de esos hechos fue cometido con armas de fuego: 20% con armas blancas; 8% sin armas; 4% con otras armas; y 2% sin datos al respecto. Además, 47% de esos homicidios dolosos no se produjo en ocasión de otro delito, mientras que 36% de los mismos ocurrió en ocasión de robo; 6% en ocasión de otro delito y 1% en ocasión de violación. Entre las víctimas de estos hechos, 88% eran varones y 12% mujeres. Asimismo, 25% tenía entre 25 y 34 años; 19% entre 18 y 24 años; 13% entre 35 y 44 años; 13% eran menores de 18 años; 9% entre 45 y 54 años; 6% entre 55 y 64 años; y 6% tenía más de 65 años. A su vez, 90% eran civiles; 2% policías fuera de servicio; 1% policías en servicio; y 1% agentes de seguridad privada. Entre los imputados de homicidio doloso, 95% eran varones y 5% mujeres; 23% tenía entre 18 y 24 años; 22% entre 25 y 34 años; 15% eran menores de 18 años; 10% entre 35 y 44 años; 8% entre 45 y 54 años; 3% entre 55 y 64 años; y 2% tenía más de 65 años. A su vez, 83% eran civiles; 4% policías fuera de servicio; 4% policías en servicio; y 1% agentes de seguridad privada. Por su lado, entre los delitos contra la propiedad, 50% fueron robos (incluye tentativas) –469.899 hechos equivalentes a una tasa de 1.253,50 robos–; 41% fueron hurtos (incluye tentativas) –386.718 hechos equivalentes a una tasa de 1.031,61 hurtos–; y 9% fueron otros delitos contra la propiedad. Y entre los otros delitos registrados, 62% fueron delitos contra la libertad; 13% contra el Estado y la comunidad; 12% fueron delitos violatorios de leyes especiales; 8% delitos vinculados al tráfico de estupefacientes; y 5% delitos contra la honestidad y el honor. Entre los robos, durante 2002, 87% fueron robos de propiedades, excluyendo autos y bancos; 12% fueron robos de autos; y los restantes fueron robos a bancos –134 en total; 85% de los robos –excluidos los de autos– fueron con inculpados desconocidos y 15% lo fueron con inculpados conocidos; al mismo tiempo que 89% de los robos de autos fueron con inculpados desconocidos y 11% lo fueron con inculpados conocidos. Asimismo, 57% de los robos –excluidos los de autos– fueron sin armas; 36% con armas de fuego y 7% con otras armas, mientras que 77% de los robos de autos fueron con armas de fuego; 19% sin armas y 4% con otras armas. La seguridad pública en Argentina 51 Entretanto, 93% de los inculpados de robo –excluidos los de autos– eran varones y 7% mujeres, al tiempo que 96% de los inculpados de robo de auto eran varones y 4% mujeres. De los inculpados de robo –excluidos los de autos–, 50% eran mayores de 21 años; 27% tenía entre 18 y 21 años; y 23% eran menores de 18 años. Y entre los inculpados de robo de autos, 44% eran mayores de 21 años; 34% tenía entre 18 y 21 años y 22% eran menores de 18 años. En las grandes ciudades argentinas, el crecimiento delictivo registrado durante los últimos años ha estado acompañado de un significativo aumento de los niveles de violencia. Durante 2001, en la Ciudad de Buenos Aires, 39,6% de la población fue víctima de al menos un delito, mientras que 60,4% no fue víctima de ningún delito. El porcentaje de población que ha resultado víctima de algún delito contra la propiedad alcanzó 29,1%. No obstante, el porcentaje mayor es el que correspondió a los robos con violencia, registrándose en este rubro 9,4%. Éste es un delito de fuerte impacto social dado que se trata de hechos con intención de robo que implican el uso directo de violencia física contra las personas. En segundo término se ubicó el robo de objeto en vehículo con 7,6%, seguido por los hurtos personales con 6,8%, la corrupción con 6,8%, el vandalismo con 5,6%, el robo en vivienda con 4,9%, el robo de moto-motocicletas con 4,7%, las lesiones y amenazas con 3,7%, el robo de vehículo con 2,5% y las ofensas sexuales con 1,1%. Asimismo, entre los años 1998 y 2001 ha habido una tendencia a la estabilidad general de los niveles de victimización en la mencionada metrópolis. Sin embargo, en 1999 hubo un pequeño decrecimiento, aunque desde entonces se produjo un incremento leve pero sostenido hasta el año 2001. En esos años, los delitos sin violencia o la amenaza del uso de la misma han disminuido relativamente, mientras que han aumentado aquellos cuya modalidad ha sido violenta. En efecto, el robo con violencia en 1998 significó 8,2%, mientras que en 1999 subió a 11,9%, y a partir de ese año comenzó a decrecer levemente –9,8% y 9,4% para los años siguientes. Sin embargo, si tomamos el valor del año 1998 como base, la tendencia general en estos años fue al aumento y, además, el valor menor de 8,2% resulta muy elevado en relación con los parámetros internacionales. En la provincia de Buenos Aires, los niveles delictivos son altísimos y el incremento de los hechos delictivos conocidos es también considerable. En 2002, se produjeron 347.566 hechos delictivos, entre los cuales se cometieron 1.964 homicidios dolosos, 720 violaciones, 134.654 robos sin lesiones o muertes, 10.832 robos que terminaron en lesiones o muertes, 79.735 52 Marcelo Fabián Sain hurtos y 2.309 delitos contra la libertad. Excepto en los casos de violaciones, durante 2001 los registros delictivos fueron sensiblemente menores a los de 2002. En efecto, en 2001 se cometieron 300.470 hechos delictivos, entre los cuales se produjeron 1.632 homicidios dolosos, 848 violaciones, 108.281 robos sin lesiones o muertes, 10.070 robos que terminan en lesiones o muertes, 61.591 hurtos y 1.300 delitos contra la libertad. Por su parte, durante los últimos años, en el Gran Buenos Aires, donde se concentra más de 75% de los hechos delictivos cometidos en el ámbito provincial, las tendencias de victimización han sido semejantes a las de la Ciudad de Buenos Aires, pero los niveles de victimización y el grado de violencia de los delitos han sido mayores. Durante el año 2000, 39,3% de la población fue víctima de algún delito, al mismo tiempo que 60,7% no fue víctima de ninguno. El porcentaje de la población que ese año resultó víctima de algún delito contra la propiedad alcanzó 34,1%, mientras los robos con violencia significaron un 12,3%. En 1998, este rubro significó 11,1% y en 1999 subió a 14,5%, lo que dio cuenta de un notable aumento de la violencia delictiva en ocasión del robo. Asimismo, a lo largo del año 2001, 42,2% de la población fue víctima de algún delito y 57,8% no lo fue; 12,3% fue víctima de robos con violencia; 10% sufrió robo de vivienda; 8,4% robo de moto-bicicleta; y 7,7% robo de automotor. En Rosario, otra gran urbe del país, ocurre algo análogo. Durante 2000, 46,1% de la población fue víctima de delito, lo que ha supuesto un porcentaje mayor de personas victimizadas con relación a los casos anteriormente citados; 35,8% de la población victimizada ha sido víctima de algún delito contra la propiedad, mientras los robos con violencia significaron 11,9%, esto es, menos que el 12,7% correspondiente a 1999 pero más que el 7,4% registrado en 1997. Finalmente, en la ciudad de Córdoba, durante 1999, solamente 34,7% de la población fue victimizada y 9,4% fue víctima de robos con violencia. La criminalidad organizada Ahora bien, en este contexto, no solamente se incrementó la delincuencia común, sino que también creció la criminalidad protagonizada por organizaciones delictivas que cuentan con un amplio desarrollo logístico y operativo y cuyas actividades ilegales apuntan a la generación de un alto nivel de rendimiento económico. Las modalidades delictivas de estas asociaciones ilícitas poseen un importante despliegue territorial –en algu- La seguridad pública en Argentina 53 nos casos, de alcance internacional y, en otros, de alcance nacional o regional– y su grado de complejidad organizacional, compartimentación funcional, profesionalización y coordinación operativa entre los diferentes grupos y subgrupos componentes le otorgan una relativa gravitación social. Entre las actividades delictivas desarrolladas por estos grupos y consorcios se destacan el tráfico y comercialización de drogas, el tráfico y venta ilegal de armas, el robo, “doblaje” y desarme de automóviles y venta ilegal de auto-partes, los robos calificados bajo las modalidades de asaltos cometidos por los denominados “piratas del asfalto” y el secuestro de personas. El tráfico y comercialización minorista de drogas ilegales –en particular, de cocaína y marihuana– constituye la actividad ilícita más importante y de mayor rentabilidad de estos núcleos delictivos. Por cierto, durante los últimos años, este tráfico, distribución y consumo local –en particular de la cocaína y de la marihuana provenientes de países vecinos– se ha incrementado notablemente. Por su parte, el tráfico y venta ilegal de armas no configura una actividad delictiva de alta rentabilidad, pero su relevancia está dada por el hecho de que este circuito provee la logística de armas para gran parte de la criminalidad violenta. El grueso de este mercado ilegal es provisto principalmente por el armamento ligero y pequeño –pistolas y revólveres– robados o ilegalmente traficados desde los lugares de custodia policialjudicial de las armas secuestradas o decomisadas judicialmente, y por el reciclado de las armas declaradas en desuso por las fuerzas policiales, que no son destruidas y son ilegalmente colocadas en el mercado negro. El robo y desarme de automóviles y la venta ilegal de auto-partes constituyen una de las actividades delictivas de mayor crecimiento, complejidad y rentabilidad consolidada durante los últimos años en las grandes urbes de Argentina, en particular, en la provincia de Buenos Aires. Este problema delictivo conlleva, además, altísimos niveles de violencia, particularmente en el robo del automóvil, ya que es una de las principales causas de los homicidios dolosos. Asimismo, implica una compleja interrelación entre los diferentes grupos que participan del negocio, esto es, los encargados del robo del vehículo, los que regentan los “desarmaderos” en donde los vehículos robados son desarmados y se lleva a cabo la venta de auto-partes, las denominadas “empresas recuperadoras” de autos robados y el sistema policial. Otra modalidad criminal organizada que se ha desarrollado incipientemente durante los últimos años, en particular en el Gran Buenos Aires y 54 Marcelo Fabián Sain en el resto de la provincia homónima, son los robos calificados bajo las modalidades de asaltos cometidos por los denominados “piratas del asfalto”, esto es, el robo de mercadería en tránsito. Es una modalidad delictiva no violenta, de carácter mayoritariamente local pero que está presente en diferentes jurisdicciones provinciales, que genera una alta rentabilidad económica y tiene un fuerte impacto en ciertos circuitos productivos y comerciales lícitos. Es protagonizada por bandas relativamente complejas encargadas del robo propiamente dicho, el almacenamiento y la distribución minorista a comercios encargados de su venta. Finalmente, otra modalidad delictiva novedosa que ha tenido un desenvolvimiento considerable, principalmente en la provincia de Buenos Aires, ha sido el secuestro y la privación de la libertad. En gran medida, este tipo de hechos, en particular los secuestros practicados con propósito de extorsión, parece haberse desarrollado con evidente patrocinio policial y como forma de neutralizar ciertos intentos políticos de introducir cambios en el ámbito policial o de presionar a las autoridades gubernamentales para obtener prebendas o para neutralizar intromisiones. Las condiciones sociales e institucionales del delito Según el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001, realizado por el Indec, Argentina cuenta con una población de 36.260.130 personas, de las cuales 17.659.072 son hombres y 18.601.058 son mujeres; 89,3% de la población habita zonas urbanas mientras que 10,7% vive en zonas rurales. En el segundo semestre de 2003, de acuerdo con los resultados de la Encuesta Permanente de Hogares llevada a cabo por el Indec, en las 28 aglomeraciones urbanas más importantes del país, 20,5% de la población se encontraba por debajo de la línea de indigencia –pobreza extrema– y 47,8% por debajo de la línea de pobreza. En estas mismas aglomeraciones, 14,5% de la población económicamente activa estaba desocupada y 16,3% se encontraba en situación de subocupación. Si a esta situación se la compara con la brecha de pobreza existente a comienzos de los años 90, se puede apreciar que el actual deterioro social de la población argentina se ha profundizado significativamente durante esta década y a lo largo de los primeros años de la que está en curso. Este proceso ha sido similar en todo el país, pero en los grandes centros urbanos ha sido aún más profundo, tal como puede apreciarse en la región metropolitana de Buenos Aires, es decir, la Ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires. La seguridad pública en Argentina 55 Pero, además, la pobreza y la indigencia adquirieron nuevas formas y expresiones. Se volvieron más complejas y se hicieron más heterogéneas, tal como pudo apreciarse en el Gran Buenos Aires. En el primer cordón del Gran Buenos Aires –anillo urbano inmediatamente lindante con la Capital Federal–, los segmentos pobres de la población llevan décadas habitando los mismos lugares de residencia –hoy mucho más desmejorados y fuertemente empobrecidos–, y su aglutinamiento en ellos ha impedido el asentamiento de la nueva oleada de pobres provenientes del interior de la provincia, de la Ciudad de Buenos Aires y del país durante los últimos años. En cambio, en el segundo cordón, a la población pobre tradicional se le han incorporado los nuevos pobres asentados generalmente en terrenos inapropiados para ello. En el tercer cordón, se fueron conformando asentamientos compuestos por los inmigrantes internos tardíos, mucho más pobres que los anteriores y en situación de mayor marginalidad. Y, en el cuarto cordón, conviven grupos de pobreza y marginalidad extrema conformada por inmigrantes de los tres cordones precedentes y de la propia Ciudad de Buenos Aires. Al mismo tiempo, en las mismas franjas espaciales ocupadas por el tercer y cuarto cordón poblacional, se han construido prolíficamente los llamados countries y barrios cerrados habitados por sectores de la clase media alta y clase alta que, pese a la cercanía física con los asentamientos pobres de la zona, se encuentran aislados y son intencionalmente segregados de aquellos. En la actualidad, existen unos 252 countries y 139 barrios cerrados en los que habitan unas 13.500 familias aproximadamente. Así, a los guetos de pobres e indigentes se les suma los guetos de ricos y adinerados, todo lo cual asemeja al Gran Buenos Aires con otras ciudades de América Latina y la distancia dramáticamente de aquella sociedad local signada durante los años 50 y 60 por altísimos niveles de empleo e integración social. Esta compleja situación no solamente podría explicarse a partir del proceso de transformación social iniciado desde mediados de los años 70 –profundizado en los 80 y ampliado en los 90– y que estuvo signado por el empobrecimiento de vastos sectores medios y la extrema pauperización de los sectores bajos. Ello también fue una consecuencia del fracaso de un conjunto de políticas de corte asistenciales y marcadamente clientelistas que, sin perspectiva productiva de ninguna índole, atenuaron tal proceso pero no lograron revertirlo. La consecuencia de ello ha sido la configuración de una sociedad más fragmentada, polarizada y profundamente empobrecida. 56 Marcelo Fabián Sain Una gran parte de la población pobre del Gran Buenos Aires como también de la Ciudad de Buenos Aires habita numerosas “villas de emergencia”. Éstas configuran espacios altamente marginalizados en los que, al compás del marcado deterioro de sus condiciones de vida, los lazos sociales tradicionales se han ido quebrando. La violencia y el dominio coactivo del crimen signan la cotidianidad de estos territorios aislados y relegados. El temor corriente de sus habitantes a aquella violencia que los tiene como principales víctimas, la estigmatización negativa frente al resto de la sociedad y la alta conflictividad existente en los planos individual y grupal son moneda corriente en ellos. A su vez, la presencia estatal en estos ámbitos es esporádica y parcial. Supone un doble juego de distribución esporádica de recursos materiales escasos y de intervenciones policiales meramente represivas, regularmente abusivas y hasta conniventes y regulatorias de las actividades delictivas allí desarrolladas. Los lugareños son, así, víctimas de la marginalidad social y económica, de la violencia delictiva y, casi siempre, del accionar policial, que no discrimina al delincuente del vecino honesto y que en numerosas ocasiones alienta al delito. Ahora bien, ¿este contexto social permite establecer un vínculo directo entre la pobreza y la delincuencia? Todo parece indicar que no. En el año 2001, 33% de la población de la provincia del Chaco poseía necesidades básicas insatisfechas, es decir, estaba sumida en una situación de pobreza e indigencia. Ese mismo año, se registraron allí un total de 43.444 hechos delictuosos, alcanzando una tasa de 4.563,43 delitos por cada 100.000 habitantes. En Formosa, provincia en la que 33,6% de la población poseía las necesidades básicas insatisfechas, se registraron 13.087 delitos y se alcanzó una tasa de 2.595,67 delitos por cada 100.000 habitantes. En Salta, 31,6% de la población atravesaba por necesidades básicas insatisfechas y se registraron 32.791 hechos delictivos, llegando a una tasa de 3.072,20 hechos delictivos por cada 100.000 habitantes. Por su parte, también en ese mismo año, las tasas de delito en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, en las que solamente 15,8%, 13% y 14,8% de sus correspondientes poblaciones poseían para entonces las necesidades básicas insatisfechas, fueron de 2.113,80, 4.004,40 y 3.091,63 hechos por cada 100.000 habitantes respectivamente. Vale decir que, en las tres primeras provincias –en las que las necesidades básicas insatisfechas duplicaban las de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe–, las tasas de delitos fueron entre 2.500 y 4.500 hechos registrados, mientras que en las tres últimas provincias dichas tasas fueron entre 2.100 y 4.000 hechos La seguridad pública en Argentina 57 delictivos, es decir, casi el mismo rango que en el de aquellas provincias con pobreza extrema. Este ligero panorama no dice nada acerca de las causas de los delitos cometidos en estos lugares, pero permite invalidar como erróneo el malicioso vínculo establecido entre pobreza y delito. De lo contrario en Chaco, Formosa y Salta la tasa delictiva debió haber duplicado a la existente en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Por cierto, lo que dio lugar a la conformación de situaciones de violencia y, en su marco, de delincuencia violenta es la desigualdad social extrema existente en determinados ámbitos urbanos aceleradamente desagregados y deteriorados y, en cuyo contexto durante las dos últimas décadas, se fue desarrollando un envolvente proceso de rápida marginación de gran parte de la población de estos lugares. En ellos, sí se han constatado elevados niveles de violencia delictiva pero que tienen a esa misma población como la principal víctima. Desde luego, la creciente situación de marginalidad extrema de vastos sectores pobres, fundamentalmente de jóvenes desocupados, y la profunda y acelerada polarización social dada en determinados ámbitos urbanos como los existentes en el Gran Buenos Aires y en la Ciudad de Buenos Aires, pero también en el Gran Rosario y en el Gran Córdoba –lugares históricamente caracterizados por la alta integración social de sus estratos bajos y medios–, han contribuido a crear y reproducir relaciones signadas por la violencia interpersonal, ya sea en el ámbito familiar como en el espacio barrial. Ello, en efecto, ha favorecido el aumento de los delitos violentos, muy particularmente en los mencionados espacios altamente favelizados, en los que las actividades criminales forman parte del ámbito cotidiano. Pero esto no permitiría sostener que la pobreza es la causa inmediata del aumento de determinadas modalidades delictivas violentas claramente inscritas en la delincuencia común. Dicho aumento parece derivar, más bien, de la ya mencionada marginalidad y desigualdad existentes en estos contextos urbanos. De todos modos, este conjunto de factores no está entre las principales causas de la enorme expansión y diversificación de las actividades propias de la criminalidad organizada que se ha observado en nuestro país y, específicamente, en el Gran Buenos Aires. El negocio del tráfico y comercialización de drogas ilegales, el de los secuestros, el de los robos de mercancías en tránsitos perpetrados por los denominados “piratas del asfalto”, el de los asaltos a bancos o a camiones de caudales y el del robo de vehículos para su posterior desguace en los “desarmaderos” y la venta ilegal de auto-partes, constituyen complejas empresas económicas ilegales que no crecieron co- 58 Marcelo Fabián Sain mo consecuencia de la pobreza o la marginalidad sino, más bien, de la existencia de un sistema policial y judicial deficiente en su detección, represión y desarticulación cuando no directa o indirectamente connivente con tales emprendimientos. En efecto, el reciente incremento de esta modalidad delictiva no solamente ha sido una expresión de la nueva situación socio-criminal existente en nuestro país, sino también de las enormes deficiencias institucionales que pesan sobre nuestro sistema de seguridad pública y de justicia penal. A este respecto, la ineficiencia del sistema de seguridad y policial para dar cuenta del crecimiento y la complejización del delito y para prevenir, enfrentar, conjurar exitosamente sus diferentes manifestaciones así como también la intervención de determinadas agencias o sectores estatales –especialmente policiales– en la producción y reproducción de estas modalidades delictivas, ya sea por omisión, por complicidad o por participación directa en su desenvolvimiento, han favorecido significativamente la expansión y consolidación de la criminalidad organizada. En concreto, el significativo despliegue territorial de este conjunto de actividades, el establecimiento de ciertos lugares y zonas identificables como bases operativas y logísticas para su desarrollo, la intervención en ellas de diferentes grupos y subgrupos delictivos encargados del desenvolvimiento de las distintas funciones de la organización, y el gran desarrollo operativo, logístico y de inteligencia de las bandas que lo protagonizan, indican que el enorme crecimiento de este tipo de criminalidad ha sido favorecido, directa o indirectamente, por la regulación policial, ya sea por impericia, por complicidad o por intervención directa en el negocio delictivo. El panorama se completa con la acentuada ineficiencia judicial en la persecución penal de este tipo de emprendimientos criminales. Ello responde a una serie de factores entre los que despuntan la ausencia de una asistencia técnico-policial especializada en la problemática en cuestión; la inexistencia de una inteligencia criminal compleja que abreve información sistematizada y que permita constituir una base de datos referida a la problemática; la falta de cuerpos técnicos, periciales y científicos calificados en cuestiones de las diferentes modalidades del delito organizado; la impericia del grueso de los fiscales y jueces de instrucción en el tratamiento jurisdiccional de estas cuestiones; la falta de un área especializada en la persecución penal del delito organizado en el ámbito del Ministerio Público nacional o provincial; la despreocupación La seguridad pública en Argentina 59 en la formación internacional de recursos humanos especializados en la persecución penal del delito organizado; y la ausencia de una cooperación ágil y dinámica entre los diferentes agentes de la justicia criminal y el poder administrativo en la represión del delito organizado. Además, en un contexto de alta politización de ciertas instancias de la justicia federal y provincial, han sido recurrentes y públicos los hechos de protección judicial a grupos y bandas de delincuentes protegidos políticamente, en particular, vinculados a hechos de corrupción, fraudes, lavado de dinero y narcotráfico. El sistema institucional de seguridad pública en Argentina Los parámetros constitucionales y legales del sistema federal de seguridad De acuerdo con la Constitución de la Nación Argentina, Argentina conforma una nación que adopta para su gobierno “la forma representativa, republicana y federal” (CN, Art. 1). De este modo, la organización política de Argentina es de carácter federal y está integrada por 23 provincias y la Ciudad de Buenos Aires, que posee un gobierno autónomo. Cada una de las provincias cuenta con autonomía política y jurídica. En función de ello, excepto la Ciudad de Buenos Aires, pueden organizar su propia policía provincial a los fines de desenvolver las funciones de seguridad preventiva y de investigación criminal dentro de su territorio. Asimismo, la estructura policial federal está conformada por la Policía Federal Argentina, la Prefectura Naval Argentina y la Gendarmería Nacional. El sistema institucional de seguridad interior está instituido en la Ley 24.059 de Seguridad Interior (1992) en cuyo marco, además, se establecieron los parámetros legales fundamentales del sistema nacional de policía. Allí se definió la seguridad interior como “la situación de hecho basada en el derecho en la cual se encuentran resguardadas la libertad, la vida y el patrimonio de los habitantes, sus derechos y garantías y la plena vigencia de las instituciones del sistema representativo, republicano y federal que establece la Constitución Nacional” (Art. 2), y se estableció que la misma implica “el empleo de los elementos humanos y materiales de todas las fuerzas policiales y de seguridad de la Nación” (Art. 3). Asimismo, se fijó que “la seguridad interior tiene como ámbito espacial el territorio de la República Argentina, sus aguas jurisdiccionales y su espacio aéreo” (Art. 4), y se le dio a la misma 60 Marcelo Fabián Sain ley el carácter de convenio tendiente a regular “la acción coordinada interjurisdiccional con aquellas provincias que adhieran a la misma” (Art. 5)2. El gobierno de la seguridad en el ámbito federal El presidente de la Nación Argentina es el titular del Poder Ejecutivo Nacional y, en consecuencia, es “el jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país” (CN, Art. 99, inc. 1). En razón de ello, “expide las instrucciones y reglamentos que sean necesarios para la ejecución de las leyes de la Nación” (CN, Art. 99, inc. 2). Los despachos de los asuntos de la administración pública y de los negocios de la Nación son llevados por el jefe de Gabinete de Ministros y por los demás ministros –cuyo número y competencia son establecidos por una ley especial–, los que refrendan y legalizan con su firma los actos del presidente (CN, Art. 100). El jefe de Gabinete de Ministros ejerce “la administración general del país” (CN, Art. 100, inc. 1). Desde julio de 2002, los asuntos relativos a la seguridad interior son tratados y desarrollados por el Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos a través de la Secretaría de Seguridad Interior. Ello deriva básicamente de la Ley 24.059 de Seguridad Interior, en cuyo marco se le fija a esta cartera ministerial –originalmente, al Ministerio del Interior– el ejercicio de la “conducción política del esfuerzo nacional de policía”, mediante la coordinación del accionar de las fuerzas federales entre sí y con las policías provinciales, así como también la “dirección superior de los cuerpos policiales y fuerzas de seguridad del Estado nacional” (Art. 8). Por su parte, mediante la citada ley, se creó el Consejo de Seguridad Interior, con la misión de asesorar al ministro del ramo en la “elaboración de las políticas correspondientes al ámbito de la seguridad interior”, así como también en la “elaboración de los planes y la ejecución de las acciones tendientes a garantizar un adecuado nivel de seguridad interior” (Art. 9). Actualmente, este consejo está integrado por: 1) el ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, en calidad de presidente; 2) el secretario de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico; 3) el subsecretario de Seguridad Interior; y 2. En la actualidad, las 23 provincias y la Ciudad de Buenos Aires han adherido a la Ley de Seguridad Interior. La seguridad pública en Argentina 61 4) los titulares de la Policía Federal Argentina, la Prefectura Naval Argentina, la Gendarmería Nacional y cinco jefes de policía de las provincias que adhieran al sistema, quienes rotarán anualmente de acuerdo con lo que se establezca en la reglamentación, procurando que queden representadas todas las regiones del país (Art. 12). Los gastos de la administración nacional en materia de seguridad se han ido incrementando a lo largo de los últimos años. El sistema policial federal Como ya se indicó, el sistema policial federal está conformado por los cuerpos policiales y fuerzas de seguridad federales y por las 23 policías provinciales. Los primeros están conformados por la Policía Federal Argentina, la Gendarmería Nacional y la Prefectura Naval Argentina, las que dependen, orgánica y funcionalmente, del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos a través de la Secretaría de Seguridad Interior. Las policías provinciales dependen, en general, del gobernador a través del ministro de Gobierno o del ministro de Seguridad, en algunos pocos casos. En su conjunto, los cuerpos policiales y fuerzas de seguridad federales están integrados por un total de 68.065 efectivos, mientras que las policías provinciales agrupan un total de 138.034 efectivos. En su conjunto, el sistema policial argentino concentra 206.099 efectivos (v. anexo II). La Policía Federal Argentina constituye un cuerpo policial civil armado dependiente, orgánica y funcionalmente, del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos a través de la Secretaría de Seguridad Interior. Según el decreto-ley 333/58 –convalidado por la ley 14.467– que establece la “Orgánica de la Policía Federal Argentina”, ésta cumple funciones de “policía de seguridad y judicial en el territorio de las provincias y en la Capital de la Nación, dentro de la jurisdicción del gobierno nacional” (Art. 1). Vale decir, ejerce funciones de seguridad preventiva y de investigación criminal en auxilio judicial en la Ciudad de Buenos Aires –con excepción de la zona portuaria y el Aeroparque Metropolitano– y en el ámbito federal de todo el país –con excepción de zonas de fronteras terrestres, pasos fronterizos y túneles internacionales, zonas de frontera marítima y fluviales, puertos, lagos y otras vías navegables y aeropuertos internacionales. En la actualidad, la Policía Federal Argentina cuenta con un total de 35.000 integrantes con estado policial, lo que la convierte en la mayor institución civil armada existente en Argentina. 62 Marcelo Fabián Sain Asimismo, tal como se establece en la ley 19.349, la Gendarmería Nacional constituye una “fuerza de seguridad militarizada” que depende orgánica y funcionalmente del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos a través de la Secretaría de Seguridad Interior (Art. 1). Tiene como misión el desarrollo de servicios de policía de seguridad y judicial en el ámbito federal dentro de las “zonas de seguridad de fronteras”, así como la custodia de objetivos estratégicos (Art. 2), y ejerce otras funciones afines tales como labores de policía auxiliar aduanera, de migraciones y sanitarias; de policía de prevención y represión del contrabando, las inmigraciones ilegales y las infracciones sanitarias; de policía de tránsito terrestre internacional e interjurisdiccional de medios de transporte de personas y cargas, residuos y cargas peligrosas; de policía forestal; y de policía preventiva ante la alteración del orden público (Art. 3). Actualmente, la Gendarmería Nacional está integrada por unos 17.735 cuadros oficiales y suboficiales. Por su lado, tal como lo establece la ley 18.398, la Prefectura Naval Argentina es una fuerza de seguridad encargada de prestar el “servicio de policía de seguridad de la navegación” y el “servicio de policía de seguridad y judicial” en mares, ríos, canales y demás aguas navegables, en las costas y playas marítimas, a bordo de buques en aguas jurisdiccionales nacionales o de buques de bandera argentina en mar libre o en puertos extranjeros, en zonas de seguridad fronteriza marítima y márgenes de los ríos navegables, así como ante cualquier requerimiento de la justicia federal como policía judicial o del Poder Ejecutivo para “el establecimiento del orden y la tranquilidad pública fuera de su jurisdicción” (Arts. 2, 4 y 5). También ejerce parcialmente la “jurisdicción administrativa de la navegación” y labores propias de policía de preservación del medio ambiente, policía de la caza y pesca marítima y fluvial y, por delegación, funciones de policía auxiliar aduanera, migratoria y sanitaria (Arts. 2 y 5). Actualmente, la Prefectura Naval Argentina está integrada por unos 15.330 cuadros oficiales y suboficiales. La justicia penal Dado el carácter federal del sistema institucional argentino, tanto el gobierno nacional como cada provincia organiza su propio sistema de justicia penal y, en su marco, su propio sistema penitenciario. En materia penal, el poder judicial de la Nación está integrado por: 1) la Corte Suprema La seguridad pública en Argentina 63 de Justicia de la Nación; 2) la Cámara Nacional de Casación Penal; 3) los Tribunales Orales en lo Criminal, en lo Penal Económico, de Menores, en lo Criminal Federal de la Capital Federal con asiento en las provincias; 4) las Cámaras Nacionales de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, en lo Penal Económico, en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal y Cámaras Federales de Apelaciones con asiento en las provincias; 5) los Juzgados Nacionales en lo Criminal de Instrucción, Correccionales, en lo Penal Económico, en lo Penal Tributario, de Menores, en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal y Federales con asiento en las provincias; 6) el Juzgado Nacional de Ejecución Penal; y 7) el Juzgado Nacional en lo Penal de Rogatorias. En el ámbito de la Capital Federal, el poder judicial de la Nación se estructura en materia penal a través de la Justicia Nacional en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal; la Justicia Nacional de Casación Penal; la Justicia Nacional en lo Criminal y Correccional Federal; y la Justicia Nacional en lo Penal Económico. Por su parte, la justicia federal del interior del país se organiza en 15 jurisdicciones, a saber: Bahía Blanca; Comodoro Rivadavia; Córdoba; Corrientes; General Roca; La Plata; Mar del Plata; Mendoza; Paraná; Posadas; Resistencia; Salta; Santa Fe; San Martín; y Tucumán. Por su parte, la persecución penal pública es ejercida por el Ministerio Público, que funciona como persecutor penal estatal distinto de los jueces y que está encargado de practicar ante ellos la acción penal pública. Constituye un órgano extrapoder, es decir, independiente, con autonomía funcional y autarquía financiera, conforme a la Constitución Nacional, y tiene por función “promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de los intereses generales de la sociedad” (CN, Art. 120). Está integrado por el procurador general de la Nación, el defensor general de la Nación y los demás miembros del Ministerio Público, tales como los procuradores fiscales ante la Corte Suprema, los fiscales generales, los fiscales generales adjuntos, los fiscales y los fiscales auxiliares. El primero de ellos ejerce la titularidad del ministerio público fiscal federal. En su conjunto, el personal al servicio del Poder Judicial se conforma con magistrados, funcionarios y empleados. En el año 2000, el Poder Judicial contaba con 5.280 magistrados, de los cuales 4.106 eran jueces, 674 eran fiscales y 406 eran defensores. También contaba con 11.661 funcionarios, de los cuales 9.646 eran funcionarios del Poder Judicial, 1.225 eran funcionarios del ministerio público fiscal y 160 eran funcionarios del ministerio público de la defen- 64 Marcelo Fabián Sain sa. La estructura de personal se completaba con 39.769 empleados, de los cuales 32.761 eran empleados del Poder Judicial, 2.831 eran empleados del ministerio público fiscal y 546 eran empleados del ministerio público de la defensa. Asimismo, en el año 2000, ingresaron un total de 3.580.531 causas judiciales, de las cuales 45% –1.613.108– eran de carácter penal. Ello significaba la existencia de 4.476 causas penales por cada 100.000 habitantes y 2.393 causas penales por cada fiscal. En cuanto al desempeño de la justicia criminal, lo que se ha observado durante los últimos años es una pronunciada deficiencia expresada en el bajo número de sentencias condenatorias dictadas por la justicia con relación a los hechos delictivos registrados en el país. En 2001, el porcentaje de sentencias condenatorias vinculado a hechos delictuosos fue apenas de 1,96%. En 1991, ese porcentaje ha sido de 3,87%, mientras que en 1999 alcanzó 1,25%, todo ello en un contexto signado por el aumento del delito. El sistema penitenciario nacional El sistema penitenciario nacional está conformado por el sistema penitenciario federal y por los sistemas penitenciarios provinciales. El sistema penitenciario federal se estructura sobre la base del Servicio Penitenciario Federal Argentino, que es una fuerza de seguridad federal abocada a la custodia y guarda de los procesados, a la ejecución de las sanciones privativas de la libertad y a facilitar la reinserción social de los internos, conforme con las disposiciones legales y reglamentarias vigentes y de un conjunto de unidades e instituciones penitenciarias ubicadas en todo el país. Asimismo, cada provincia cuenta con un sistema penitenciario provincial organizado sobre la base de un servicio penitenciario provincial –o estructura análoga que generalmente funciona en el marco del sistema policial provincial– y de un conjunto de unidades de detención dependientes de los gobiernos provinciales. El Servicio Penitenciario Federal depende de la Dirección Nacional del Servicio Penitenciario Federal que funciona en la órbita de la Subsecretaría de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios de la Secretaría de Justicia y Asuntos Penitenciarios del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos. Cuenta con 8.088 efectivos –personal permanente y transitorio–, a cargo de 30 establecimientos de detención ubicados en la Capital Federal y en varias provincias. En el año 2002 alojaba 8.963 personas detenidas y 9.087 en 2003. La seguridad pública en Argentina 65 En su conjunto, en octubre de 2002, en el conglomerado de unidades de detención del sistema nacional penitenciario se alojaban 46.984 personas detenidas, de las cuales 62,7% –29.490 detenidos– estaban en condición de procesados, 35,5% –16.689 detenidos– estaban cumpliendo condena y 1,8% –804 detenidos– eran menores. En los 30 lugares de detención pertenecientes al Servicio Penitenciario Bonaerense se alojaba la mayor cantidad de personas detenidas, es decir, 18.758 internos. En ese mismo rubro, le seguían las dependencias pertenecientes a la provincia de Córdoba –5.022 internos–, las de Mendoza –2.558 internos– y la de Santa fe –2.323 internos. Las políticas de seguridad pública en la Argentina reciente Las deficiencias en la respuesta gubernamental ante las problemáticas de seguridad pública Desde la instauración democrática producida a fines de 1983, lo que ha primado, tanto en el ámbito del gobierno nacional como de la mayoría de los gobiernos provinciales, es la ausencia de políticas de seguridad pública de carácter integral y eficiente a la hora de formular e implementar estrategias de prevención, conjuración y represión del delito en todas sus manifestaciones, o de neutralización o atenuación de situaciones y hechos de violencia susceptibles de vulnerar las libertades ciudadanas y los derechos humanos. Ello ha favorecido la permanente delegación de la administración de los asuntos de seguridad a favor de las fuerzas policiales y de seguridad, dando lugar a una suerte de desgobierno político de la seguridad pública y de autogobierno policial de la misma. Estas tendencias han impedido en forma regular que el sistema de seguridad pública de Argentina cuente con: – Un diagnóstico apropiado acerca de las situaciones de violencia, sus determinantes sociales y sus condicionantes institucionales, su dinámica y evolución, sus particularidades y dimensiones, y, en su marco, de la problemática criminal desarrollada en las diferentes regiones y ciudades del país, su crecimiento y complejidad y sus diferentes dimensiones y modalidades. – Un cuadro de situación real acerca del desarrollo institucional del sistema de seguridad pública, particularmente acerca del sistema policial, del sistema de justicia criminal y de su sistema penitenciario, que brinde un 66 Marcelo Fabián Sain correcto conocimiento y evaluación del verdadero estado organizativo y funcional de estos sistemas. – La formulación e implementación de estrategias generales y focalizadas de prevención –situacional y específica–, conjuración y neutralización de las situaciones de violencia y de la problemática criminal, no solamente adecuando y haciendo uso de los diferentes componentes del sistema de seguridad pública sino también de instancias de intervención social, económica y cultural. – La incorporación de los diferentes actores y grupos sociales y comunitarios en la formulación, implementación y control de aquellas estrategias, en particular, de los sectores sociales más vulnerables a la violencia así como de empresarios y organizaciones no gubernamentales perfiladas en el tratamiento de algunos de estos asuntos. En este marco de desgobierno político de la seguridad, los abordajes que las sucesivas gestiones gubernamentales han hecho de los asuntos de la seguridad pública han estado signados por ciertas tendencias tales como: 1) un recurrente normalismo penal basado en la promoción de reformas legales en materia penal y procesal-penal como basamentos centrales de las iniciativas y políticas de seguridad; 2) un exacerbado coyunturalismo reactivo dado por la adopción de iniciativas y medidas decididas como respuestas o reacciones puntuales a hechos o situaciones específicas de crisis de fuerte impacto en la opinión pública pero que, en general, no se inscriben en iniciativas o políticas de mediano y largo plazo referidas a las cuestiones estructurales de la seguridad –puesto que estas están ausentes; 3) una permanente fragmentación formulativa asentada en la formulación de políticas y medidas parciales, diversificadas e inconexas entre sí sobre las mismas problemáticas o sobre cuestiones y aspectos vinculados o determinados entre ellos mismos; 4) una sistemática compartimentación institucional expresada en la constante desvinculación y/o descoordinación organizativa y funcional entre los organismos y agentes encargados de la implementación de las políticas y medidas decididas. Todo esto, por cierto, ha estado ponderado por la falta de funcionaros gubernamentales especializados en la dirección y administración de asuntos de seguridad. Por su parte, a ello se añade una cuestión fundamental, a saber: durante los últimos años, la clase política y, en particular, las autoridades gubernamentales encargadas del gobierno de los asuntos de la seguridad pública han tenido un desempeño deficiente, ya sea por desinterés, por impericia o por beneficiarse del sistema institucional de seguridad pública existente. La seguridad pública en Argentina 67 En este sentido, fueron insignificantes y parciales las iniciativas tendientes a ejercer un gobierno eficiente en materia de seguridad pública, lo que ha vulnerado sistemáticamente la posibilidad de que los lineamientos estratégicos de la seguridad pública fuesen fijados por el poder político, particularmente en todo lo atinente a: 1) la elaboración, conducción e implementación de la política de seguridad pública, así como también de las directivas generales y específicas necesarias para la administración, ejecución y control de la misma; 2) la formulación y conducción de los planes de acción de gobierno en materia de seguridad pública y, en su marco, de los planes de acción de los cuerpos componentes del sistema policial; 3) la determinación y disposición de la estructura organizativa, operativa y logística, de la doctrina, del despliegue, de las comunicaciones y del equipamiento de los cuerpos componentes del sistema policial; 4) la dirección operativa y coordinación del accionar específico y conjunto de los cuerpos componentes del sistema policial, así como del accionar combinado con otros cuerpos y/o fuerzas policiales o de seguridad nacionales o pertenecientes a otras provincias; 5) el planeamiento, dirección y coordinación de las actividades de recolección de información y producción de inteligencia criminal para la prevención e investigación de delitos; 6) la organización y dirección del sistema de formación, capacitación y especialización del personal integrante de los cuerpos componentes del sistema policial; 7) la elaboración e implementación de los planes de prevención del delito y la coordinación de la intervención de la comunidad en esas tareas; y 8) el control de la efectiva implementación de las medidas y actividades conducentes a la finalidad del sistema de seguridad pública. Para ello, a su vez, fue fundamental la ausencia de una burocracia civil, compuesta por funcionarios y agentes gubernamentales especializados, encargada del ejercicio del gobierno de la seguridad pública y del sistema policial, particularmente del diseño y aplicación de las políticas criminales y de seguridad, de la gerencia político-institucional del sistema de seguridad pública en su conjunto y, específicamente, de la dirección superior del sistema policial. La sociedad ante los problemas de la seguridad La seguridad pública se ha convertido en Argentina en un asunto políticamente relevante y en una cuestión altamente sensible para nuestra sociedad, no por la importancia que la clase política argentina le ha adju- 68 Marcelo Fabián Sain dicado sino, más bien, debido al hecho de que el colapso y la crisis de los sistemas de seguridad locales se han convertido en una de las principales preocupaciones colectivas y, por ende, han comenzado a cercenar la legitimidad y la proyección política de numerosos dirigentes y funcionarios gubernamentales. Así pues, durante los últimos años, el crecimiento objetivo del delito y el aumento de la complejidad de las actividades criminales –en un país considerado seguro hasta hace poco más de una década–, el notable incremento de la violencia delictiva, el aumento significativo de la corrupción estatal y su conocimiento público, la participación policial en la regulación de gran parte de las actividades delictivas desarrolladas en el país y la consecuente disminución de la confianza social en la policía, han favorecido el estrepitoso aumento de la sensación de inseguridad, y ello ha contribuido significativamente a erosionar la imagen pública de los gobiernos y de las instituciones policiales en el cumplimiento de sus tareas y la confianza social en el Estado. En este contexto, a fines de los años 90, gran parte de la sociedad argentina avaló y justificó una orientación asentada en el aumento de las penas para los delitos y la atribución de mayor poder discrecional a la policía, todo ello en el marco de una concepción de “mano dura” contra el delito y de la legitimación de estrategias institucionales claramente violatorias de los derechos humanos básicos. Ahora bien, este clima político y los crecientes abusos y extralimitaciones observados en las labores de la mayoría de las fuerzas policiales del país a lo largo de los últimos años, fueron erosionando el aval social dado a aquellas orientaciones y políticas de “mano dura”. El conocimiento público de numerosos hechos que daban cuenta de la dilución del límite existente entre la actuación policial y la actividad delictiva y la consecuente incursión de ciertos agentes policiales en dichas actividades, así como el desarrollo de comportamientos delictivos durante el desempeño de sus funciones, contribuyeron con el desprestigio de esa política. Asimismo, la sociedad tuvo una percepción clara de que aquellos desajustes institucionales eran una manifestación tangible de la impericia política de las sucesivas autoridades gubernamentales a la hora de reformar institucionalmente las fuerzas policiales, que se iban convirtiendo paulatinamente en fuente de abusos e ilicitudes más que en instancias de protección ciudadana. La indiferencia, el miedo y la incapacidad signaron las orientaciones de la mayoría de los gobernantes argentinos en materia de La seguridad pública en Argentina 69 seguridad. Solo algunos de ellos tuvieron una estrategia. Esta estrategia consistió en otorgarle todo el manejo de la seguridad a las propias fuerzas policiales con la ingenua esperanza de que éstas –a cambio de la no injerencia gubernamental en los negocios delictivos de alta rentabilidad, regulados y llevados a cabo por los sectores más activos de las propias fuerzas– controlaran el delito común y violento y generaran una situación de tranquilidad pública y de aceptación social. Durante los años 90, la provincia de Buenos Aires fue una clara manifestación de ello. Sin embargo, en este marco, el delito creció hasta alcanzar niveles históricos desconocidos en el país, al mismo tiempo que aumentó la violencia delictiva y los emprendimientos de la criminalidad organizada tales como el narcotráfico, el abigeato, el robo de autos y el perpetrado por los “piratas del asfalto”, y otras modalidades criminales tuvieron un desarrollo inusitado. Todo esto produjo una descomposición que abarcó las instituciones policiales y ello, por cierto, trajo aparejada la profundización de la brecha existente entre éstas y la comunidad. En este escenario, el reclamo colectivo generalizado de mayor seguridad no solamente conlleva una fuerte crítica al desempeño policial sino también a la impericia de las autoridades gubernamentales en la administración de los asuntos de la seguridad pública. Recientemente, la expresión más elocuente y significativa de esta demanda social se puso dramáticamente de manifiesto el 1º de abril de 2004. Durante esa histórica jornada, más de 150.000 personas se congregaron en la Plaza de los Dos Congresos y reclamaron al gobierno nacional y, en particular, al provincial llevar a cabo medidas y políticas integrales y eficientes tendientes a poner coto a la ola de violencia delictiva que venía acechando desde hacía meses en el Gran Buenos Aires. Se trató de una de las mayores concentraciones populares desde la instauración democrática, pero el rasgo llamativo estuvo dado por el hecho de que la convocatoria a dicha movilización la había hecho Juan Carlos Blumberg, padre de Axel Damián, un joven de 23 años que algunos días antes había sido asesinado por sus captores, luego de haber permanecido secuestrado durante seis días en la zona norte del Gran Buenos Aires y de haberse frustrado el pago del rescate a partir de la impericia operativa tanto de la policía como de la auto3 ridad judicial a cargo de la investigación del hecho . 3. Las circunstancias llamativas y con signos mafiosos que signaron el homicidio de este joven, y los fundados indicios de que la organización que protagonizó el secuestro y asesinato de Axel 70 Marcelo Fabián Sain Cuando Juan Carlos Blumberg encabezó aquella formidable movilización popular frente al Congreso Nacional, reclamando que éste lleve a cabo una serie de reformas legales tendientes a aumentar las penas correspondientes a un conjunto de figuras criminales y a introducir ciertas modificaciones procesales, pareció acercarse dramáticamente al paradigma autoritario pero, en verdad, sus consideraciones fueron más profundas e integrales. En primer lugar, aunque Blumberg no lo sepa, identificó al Estado y, consecuentemente, a las autoridades responsables de su administración y gobierno como las instancias legítimas de resolución de la crisis en ciernes. Le reclamó al gobierno tanto legislativo como administrativo porque los reconoció como el único actor válido para emprender una serie de cambios tendientes a revertir las deficiencias preventivas e investigativas del Estado ante el crecimiento y aumento de la complejidad delictiva. En segundo lugar, ha hecho una reivindicación manifiesta de la legalidad democrática como una condición indispensable para generar las necesarias reformas institucionales y para formular políticas integrales de seguridad pública. En consecuencia, Blumberg, al menos durante los días posteriores al asesinato de su hijo, no ha esbozado ni gesticulado, siquiera al pasar, que el abordaje de estos asuntos amerite alternativas paraestatales o extralegales sino, por el contrario, ha formulado apropiadamente que es el Estado, dentro de la legalidad democrática, la vía en cuyo marco la clase dirigente local debería dar cuenta de los cambios reclamados. Pero, además, Blumberg no restringió a este estatismo legalista su interpretación del tema. También sostuvo adecuadamente que, en gran medida, la crisis de la seguridad y el fracaso estatal al respecto respondió a la existencia de un sistema policial signado por la ineficiencia en el cumplimiento de sus labores de prevención delictiva y de investigación criminal y por la existencia, en su interior, de sectores activos volcados a proteger, encubrir o participar en las actividades delictivas que debería conjurar (en particular con relación a aquellos emprendimientos inscritos en la denominada criminalidad organizada, cuyo rasgo más notable está dado por configurar una empresa ilegal generadora de alta rentabilidad económica). En su visión, en el ámbito bonaerense, estas modalidades delictivas no hubieran podido tener el desarrollo que han tenido durante los últimos contaba con protección policial, dieron lugar a un repudio generalizado de la población al hecho así como también al accionar de las autoridades gubernamentales responsables de las políticas de seguridad provincial. La seguridad pública en Argentina 71 años sino al amparo de la ineficiencia judicial y de la corrupción policial. Finalmente, Blumberg acertó en la indicación de que todos estos defectos institucionales derivan de la ausencia de un gobierno integral y eficiente en materia de seguridad. “Estamos desamparados y nos gobiernan políticos que no hacen nada”, dijo de movida. Luego de este impulso inicial, Blumberg apenas centró sus reclamos en las reformas legales inicialmente proclamadas, sin dar cuenta de que dichas reformas no incidirían sobre el crecimiento ni sobre la complejidad delictiva ni sobre la eficiencia de la respuesta estatal ante aquel fenómeno. Prospectivas de la seguridad pública en Argentina Los enfoques políticos sobre la seguridad pública Como ya se dijo, los sectores políticos dirigentes de Argentina, en particular las autoridades gubernamentales –nacionales y provinciales– así como los partidos políticos, han desatendido los asuntos de la seguridad pública. Ya sea por indiferencia, desinterés o incompetencia frente a la problemática de la seguridad pública, estos asuntos no formaron parte de la agenda política argentina. El gobierno de la seguridad pública, el sistema policial, la justicia criminal, el sistema penitenciario o las cuestiones delictivas no fueron asuntos considerados estratégicos ni primaron enfoques integrales en la materia sino que fueron, más bien, sistemáticamente relegados a abordajes triviales, de corte coyuntural, parciales y desprovistos de todo tipo de impronta tendiente a dar cuenta de su complejidad y diversidad. Estas temáticas se convirtieron en un asunto políticamente relevante cuando la creciente sensación de inseguridad existente en la población comenzó a gravitar en la opinión pública y empezó a incidir en el desempeño electoral de la misma y en la proyección político-electoral de numerosos gobernantes y dirigentes nacionales y provinciales. Ello recién ocurrió hacia fines de los años 90. En efecto, bastó que durante los últimos años la demanda generalizada de resolución del auge de la delincuencia pasara a ocupar uno de los primeros lugares entre las principales demandas sociales de la ciudadanía, junto con el desempleo, para que la seguridad pública se convirtiera en uno de los asuntos prioritarios de la agenda política nacional, provincial y hasta municipal. Sin embargo, esa atención no se ha traducido 72 Marcelo Fabián Sain aún en enfoques integrales ni en políticas públicas estratégicas en la materia. A lo largo de los últimos años, ciertos sectores políticos y sociales de Argentina han sostenido insistentemente que la principal causa de la crisis de los asuntos de la seguridad reside en el aumento del delito y de la violencia criminal directamente derivada del crecimiento de la pobreza. Esta visión sirvió para postular políticas, medidas y orientaciones de seguridad de impronta autoritaria basadas centralmente en la postulación del incremento de las penas para los delitos, la criminalización de nuevas conductas y la anulación de ciertas normas y garantías procesales en materia penal que, según indican, constituyen verdaderos obstáculos e impedimentos para el desarrollo de estrategias exitosas de lucha contra el delito y son, más bien, recursos al servicio de la delincuencia. Sin embargo, los seguidores de esta interpretación no parecen tener en cuenta que una reforma legal asentada en el aumento de penas para ciertos delitos, la creación de nuevas figuras penales y la derogación de determinadas garantías legales y procesales, en medio justamente de un marco institucional signado por la ineficiencia de la justicia criminal, difícilmente podría producir por sí mismo cambios en la realidad sociodelictiva o podría proyectarse como una instancia preventiva o disuasiva de delitos o de actividades criminales que se perpetúan exitosamente a partir de la ineficaz reacción estatal persecutoria. En ese sentido, sustentan la ilusión de que un cambio legal es suficiente para encarrilar la compleja vida social. Por su parte, otras vertientes de esta orientación autoritaria proclaman y demandan con vehemencia el aumento de los poderes discrecionales de la policía y hasta reivindican el uso de la fuerza extralegal como modalidad predominante y legítima de actuación policial. Al delito se lo “combate” con una policía fuerte y brava, dicen. De todos modos, ellos se hacen de la vista gorda ante el hecho evidente de que gran parte de los delitos cometidos y de las actividades criminales de alta complejidad y amplia rentabilidad económica se llevan a cabo como consecuencia de la ineficiencia policial o, peor aún, de la complicidad, protección y hasta participación de algunos uniformados en esos hechos y actividades, lo que en los últimos tiempos en Argentina ha adquirido una envergadura inusitada. Frente a ello, algunas perspectivas “críticas”, generalmente emanadas del denominado progresismo, denuncian aquella visión vernácula como una opción falaz e intolerable y postulan la necesidad de introducir profundos La seguridad pública en Argentina 73 cambios en el sistema de seguridad pública y policial pero sobre la base del desarrollo exclusivo de un sistema integral de control interno de los abusos y la corrupción policiales. Para estos exponentes, la mejor política de seguridad es aquella que se asienta en la fiscalización del desempeño policial, sin miramiento ni consideración alguna acerca de las problemáticas criminales ni de cómo éstas vulneran los derechos y las libertades ciudadanas. Ciertas alternativas más recientes dentro de estas perspectivas reivindican sin más la participación de la comunidad en los asuntos locales de la seguridad como la panacea de un nuevo paradigma democrático de la seguridad. Postulan que a través de la intervención comunitaria en el gobierno de la seguridad y en el control de la policía será posible reformular las deficiencias del sistema de seguridad vigente y nada señalan cuando en ciertas experiencias comunitarias se postulan y aprueban lineamientos propios del paradigma autoritario, como se ha observado recurrentemente en Argentina. No obstante, estas orientaciones –la “autoritaria” y la “crítica”– tienen algunos puntos de coincidencia. Por cierto, ninguna de ambas visiones presta atención ni aborda la problemática criminal, su dinámica y diversidad, sus referencias territoriales, su desarrollo histórico, sus diferentes factores determinantes y condicionantes y su impacto sobre la situación de inseguridad. En la perspectiva autoritaria, el delito y su incremento es la justificación única para endurecer la reacción policial y penal del Estado, sin diferenciar la enorme diversidad de facetas que la problemática delictiva posee y sin dar cuenta de los distintos factores sociales, económicos, culturales e institucionales que la determinan en algunos contextos históricos. En la perspectiva progresista, casi ni se menciona el delito como parte del problema de la seguridad. Tampoco ninguno de estos dos enfoques dan cuenta del núcleo central del problema institucional, esto es, las formas y los estilos políticos de administración de los asuntos de la seguridad pública y los defectos orgánicofuncionales que portan las agencias policiales para prevenir e investigar los delitos. La posición autoritaria policialista, al postular la necesidad de reforzar los poderes discrecionales de la policía sin introducir cambios en sus formas tradicionales de funcionamiento y organización de la seguridad, profundiza tales anacronismos y desajustes. Entretanto, la posición crítica no incursiona en el interior de la institución policial ni tiene en cuenta que su estructura organizativa y sus dinámicas funcionales condicionan significativamente el conjunto de prácticas y perspectivas producidas y reproducidas por sus componentes, inclusive sus comportamientos abusivos y hasta 74 Marcelo Fabián Sain delictivos. Para el grueso del progresismo, la policía es un mero aparato represivo y corrupto. En consecuencia, la ausencia de consideraciones acerca de la problemática criminal y su total desconexión con la reacción estatal frente a ella le impide advertir a sendas perspectivas que ambas dimensiones se condicionan mutuamente, lo que, en nuestro caso, les impide apreciar cuán alto es el grado de politización existente en las agencias policiales argentinas, y cuán profundo es el aval político –por acción u omisión– al vínculo perverso articulado históricamente entre ciertos sectores policiales y el delito en nuestro país. Una alternativa superadora de estas perspectivas parciales podría basarse en una perspectiva “institucionalista” centrada en la postulación de un proceso de reforma y modernización de cuatro áreas clave del sistema de seguridad pública, a saber: 1) las modalidades de gobierno político de la seguridad; 2) las estructuras organizativas, funcionales y doctrinales de la institución policial y, particularmente, el tipo de desempeño policial en materia de prevención delictiva e investigación criminal así como también en los mecanismos de conducción y mando policial, la carrera profesional policial y las formas de control de la policía; 3) la organización y funcionamiento de la justicia criminal y del sistema penitenciario; y 4) la descentralización de la seguridad pública en el plano local, sobre la base de la participación comunitaria en asuntos de la seguridad. La evolución de las problemáticas de la seguridad pública en Argentina En la actualidad, en Argentina, existen una serie de factores estructurales que inciden en forma significativa sobre la situación de seguridad pública, favoreciendo o apuntalando una serie de conflictos que la vulneran o cercenando la capacidad estatal de prevención o conjuración de dichos conflictos. Entre esas condiciones se destacan: – Las condiciones sociales, que determinan o favorecen la emergencia y generalización de situaciones de violencia social en ciertos estratos o sectores sociales como resultado del profundo deterioro y desagregación social y cultural que dan lugar a la conformación de bolsones de alta marginalidad urbana. En ese contexto, se reproducen un conjunto de prácticas e interacciones violentas y se crean condiciones favorables a ciertas modalidades de delincuencia común violenta. La seguridad pública en Argentina 75 – Las condiciones simbólico-culturales, que apuntalan la expansión y validación entre determinados sectores sociales de prácticas y conductas inscritas en la ilicitud, la corrupción y proclives a licuar las prescripciones estatales tendientes a prevenirlas o conjurarlas. Así, el incumplimiento de las normas y el desdén por los mecanismos institucionales de control y regulación signan las prácticas cotidianas de importantes sectores sociales altos, medios y bajos. – Las condiciones institucionales, que enmarcan la existencia de un Estado fallido, es decir, endeble y deficiente en la aplicación de sus leyes y en el cumplimiento de sus disposiciones y políticas, moldeando con ello un escenario en el que las relaciones entre ese Estado y la sociedad pasaron a estar signadas en muchos aspectos por un bajo grado de institucionalización. Se trata, pues, de un Estado con un bajo nivel de gobernabilidad, básicamente derivado de una eficiencia administrativa y de gestión limitada y de una legitimidad social erosionada. Sobre estas condiciones estructurales, que están en la base de los problemas de la seguridad, el sistema institucional de seguridad no puede incidir de ninguna manera o lo puede hacer marginalmente. Vale decir, el grado de incidencia del sistema de seguridad pública –especialmente, del sistema policial y del uso de la fuerza– en la transformación de estas condiciones es exiguo, extremadamente limitado y de carácter exclusivamente reactivo frente a las conflictividades y delitos favorecidos o enmarcados en dichas condiciones. Una política eficiente y una estrategia integral en materia de seguridad pública no podría revertir este conjunto de factores estructurales, que, en verdad, están marcadamente determinados por el tipo de estructuración social, política e institucional de nuestro país. No obstante, dichos factores deben conformar supuestos básicos subyacentes de toda política y estrategia de seguridad pública, ya que todo indica que los mismos persistirán en el tiempo y no podrán ser revertidos en el corto plazo. En este marco, resulta fundamental indicar que en Argentina los actuales niveles del delito y de violencia delictiva se mantendrán a lo largo de la presente década y su reproducción en el tiempo no podrá ser conjurada por el sistema de seguridad pública y, menos aún, por las estrategias de seguridad preventiva llevadas a cabo por el sistema policial. Ello será así dado que, como ya se dijo, los factores y condiciones que favorecen la problemática delictiva, sus tendencias, nivel de violencia y manifestaciones fenomenológicas no derivan del desempeño de ese sistema ni de la policía. 76 Marcelo Fabián Sain De todos modos, frente a ello, es necesario el desarrollo de estrategias institucionales eficientes en materia de seguridad preventiva, puesto que ellas inciden sustantivamente en la reducción de la sensación social de inseguridad, muy particularmente si dichas estrategias se asientan en acciones preventivas sectorizadas y centralmente concentradas en los delitos violentos que victimizan a los sectores medios y bajos, entre los que la sensación de inseguridad es significativa. Asimismo, algún grado de incidencia en la atenuación de la magnitud de la criminalidad, directamente derivada de las situaciones de alta marginalidad social y del grado de violencia que ella conlleva, podría lograrse siguiendo estrategias de intervención social focalizadas y básicamente asentadas en una amplia y permanente acción social estructurada sobre la base de planes de alimentación, educación y salud, emprendimientos laborales, construcción de vías públicas y calles adecuadas, así como de circuitos de iluminación, de plazas y de centros de recreación, la radicación de establecimientos de salud y el saneamiento ecológico. Para ello, además, es clave la labor estatal conjunta con las organizaciones y asociaciones barriales existentes en estos territorios. No obstante, la presencia e intervención policial es indispensable, pero debe ser planificada, conducida y controlada por las autoridades políticas encargadas de la seguridad pública y debe focalizarse exclusivamente en la prevención y conjuración delictiva. El riesgo de “policializar” la intervención estatal en estos singulares espacios sociales de alta marginación social, constituye una tentación autoritaria siempre alentada por aquellos sectores proclives a criminalizar la pobreza. Ahora bien, el delito organizado, que en el caso argentino abreva en las deficiencias estatales en su conocimiento, persecución y desarticulación y también en la connivencia policial con relación a su expansión y consolidación, constituye una dimensión de la problemática criminal en la que la capacidad de incidencia del sistema de seguridad pública en su prevención y represión es sustancialmente alta, siempre que se desarticulen las condiciones institucionales que lo apuntalen. En razón de ello, la reestructuración y modernización del sistema de seguridad pública y de justicia penal y, en particular, del sistema policial –mediante el logro de mayores niveles de eficiencia en la prestación del servicio policial y en la erradicación de los extendidos bolsones de corrupción institucional– constituyen una condición fundamental para reformar aquella capacidad de lucha contra la criminalidad organizada. En este aspecto, los logros institucionales podrían ser inmediatos y tangibles en el mediano plazo. La seguridad pública en Argentina 77 Consideraciones finales En este marco, la reforma y modernización del sistema de seguridad pública en Argentina debería suponer la construcción de un liderazgo civil eficiente sobre la seguridad pública y, muy particularmente, sobre las policías, y, al mismo tiempo, debería conllevar un profundo cambio en las formas tradicionales de funcionamiento y organización del sistema policial –especialmente en lo referido al desempeño de sus labores preventivas e investigativas– así como también del sistema de justicia criminal y penitenciario. En el sistema legal e institucional vigente, la formulación e implementación de las políticas de seguridad pública y de su marco de lineamientos estratégicos y de las directivas generales de esa política son de exclusiva responsabilidad de los gobiernos nacional y provincial, cada uno en su ámbito. A ellos les compete particularmente la conducción político-institucional del sistema de seguridad pública y la dirección superior de las policías y cuerpos de seguridad a su cargo. Para ello, a su vez, es fundamental la conformación de una burocracia civil compuesta por funcionarios y agentes gubernamentales especializados, encargada del ejercicio del gobierno de la seguridad pública y del sistema policial, particularmente, del diseño y la aplicación de las políticas criminales y de seguridad, de la gerencia político-institucional del sistema de seguridad pública en su conjunto y, específicamente, de la dirección superior del sistema policial. Por su parte, la modernización del sistema policial argentino y su adecuación a la imperiosa necesidad de llevar a cabo estrategias eficientes en materia de prevención y conjuración delictiva y en las labores de investigación criminal, requiere de la implementación de una serie de políticas y medidas que tiendan a superar los mencionados anacronismos y a construir verdaderas “policías ciudadanas”. Se trata de lineamientos de corto, mediano y largo plazo cuya implementación debe ser gradual pero duradera en el tiempo. La problemática del delito debe constituir el eje de funcionamiento y organización del sistema policial federal y provincial. Ello permitiría planificar la actividad preventiva e investigativa policial estableciendo una relación equilibrada, proporcionada y razonable entre el tipo de delito a prevenir, conjurar o investigar, y la forma, metodología e intensidad de la actuación policial específica, racionalizando, además, los recursos logísticos, operacionales y humanos a ser empleados en la misma. Por cierto, el mejoramiento o modernización del sistema de capacitación y entrenamien- 78 Marcelo Fabián Sain to policial, la articulación de un régimen integral de control interno de la labor policial y la estructuración de mecanismos dinámicos de participación comunitaria en la seguridad pública significarían reformas positivas en función de lograr un desempeño eficiente y legal de la institución policial. Sin embargo, estos ejes son parciales. Los anacronismos y desajustes existentes en la institución policial bonaerense no derivan apenas de la ausencia de un régimen integral y moderno de formación, capacitación y entrenamiento de sus integrantes, ni de la inexistencia de un sistema eficiente de control interno de los abusos y la corrupción policiales. Tampoco resultan de las limitaciones con que la comunidad interviene en los asuntos de la seguridad. Son producto, más bien, de cómo ejercen cotidianamente sus funciones básicas de prevención delictiva e investigación criminal. En consecuencia, la superación de estas deficiencias debería centrarse en el cambio y modernización de las formas de trabajo policial en el ejercicio de sus funciones preventivas e investigativas así como en la vida institucional de la agencia policial en todo lo referido a sus estructuras de mando y sus carreras profesionales. El verdadero ámbito de funcionamiento, capacitación, entrenamiento y control del desempeño policial es el destacamento, la unidad o la comisaría en donde los integrantes de la fuerza llevan a cabo cotidianamente y durante décadas sus tareas institucionales. Esas dependencias constituyen las unidades operativas básicas de la policía. Es allí donde sus miembros se socializan institucionalmente y adquieren los principales hábitos, prácticas y formas de interpretación con relación a la sociedad, al delito, a su trabajo y a su propia institución. Y es allí donde debe producirse la transformación modernizante. La modernización policial debe centrarse en la transformación de cuatro áreas básicas, a saber: 1) la seguridad preventiva, mediante la racionalización de la estructura del personal policial, volcando el grueso de dicho personal al desarrollo de labores de policiamiento preventivo, la estructuración de un sistema de mapeo delictivo-preventivo, la articulación de nuevas modalidades de intervención preventivas de carácter tácticas y focalizadas, y la conformación de una sección de policía comunitaria; 2) la investigación criminal, a través de la conformación de un área de inteligencia criminal compleja, la articulación de grupos de investigación altamente profesionalizados y especializados en determinadas modalidades delictivas, la informatización de la labor de inteligencia e investigación criminal compleja, y la paulatina conformación de la policía judicial; 3) la La seguridad pública en Argentina 79 profesión policial, mediante la reformulación de la estructura de personal y de la carrera policial sobre la base de la conformación de un nuevo régimen de escalafones asentado en la diferenciación del agrupamiento policial (abocado a las labores policiales de carácter operativas y en cuyo marco se diferencie, a su vez, al escalafón de seguridad, compuesto por el personal policial que desempeña las labores de la seguridad preventiva) del escalafón de investigaciones (compuesto por el personal policial dedicado a las tareas de investigación e inteligencia criminal). Esta diferenciación del agrupamiento policial debe hacerse en función del agrupamiento técnicoadministrativo dispuesto para la atención de las funciones profesionales, técnicas y administrativas del sistema policial; de la institucionalización de carreras profesionales policiales específicas correspondientes a cada agrupamiento y escalafón; de la supresión de las categorías de oficiales y suboficiales y la creación de una categoría única para el personal policial –en cuyo marco se estructure un sistema propio de jerarquías para cada una de las carreras policiales específicas que, además, cuente con menos grados, todos ellos de oficiales–, y de la conformación de nuevos parámetros de formación y capacitación del personal policial; 4) el control policial, a través del establecimiento de un nuevo régimen disciplinario y de ética policial que garantice el ejercicio pleno del derecho a la defensa, el debido proceso, la exigencia material absoluta de predeterminación normativa de las conductas y sanciones correspondientes, y la conformación de un mecanismo de control de los abusos funcionales sobre el personal policial mediante la institucionalización de una defensoría policial. Finalmente, la reestructuración de la justicia criminal y del sistema penitenciario debe partir de: 1) el establecimiento de un nuevo sistema procesal penal que instituya un sistema de investigación criminal eficiente, asignando a los fiscales la responsabilidad exclusiva de la investigación criminal y dotando al Ministerio Público fiscal de una organización flexible y eficiente; 2) la jerarquización y profesionalización de la policía abocada a asistir a los fiscales en la investigación criminal, a través de la conformación de un cuerpo funcionalmente dependiente del Ministerio Público, altamente calificado y especializado en la utilización de los medios adecuados para labores generales, operativas, técnico-científicas de la investigación criminal; y de la conformación de un cuerpo de fiscales e investigadores especializados en la persecución de aquellos delitos que producen un grave daño social y que están básicamente referidos a la criminalidad compleja; 3) la creación de un servicio de asistencia, protección y patrocinio a las víctimas 80 Marcelo Fabián Sain de delitos, así como también, 4) la conformación de mecanismos de mediación, compensación y reparación del damnificado en el proceso penal destinado a aquellos delitos de menor gravedad que alteren gravemente la convivencia social; 5) el establecimiento de un sistema de alcaldías para el alojamiento de contraventores y detenidos y la conformación de nuevos espacios institucionales de ejecución de las penas privativas de la libertad, de acuerdo con todos los requisitos establecidos por la normativa constitucional, nacional e internacional en la materia, garantizando su ubicación geográfica a fin de asegurar el cumplimiento del principio jurídico de la inmediación del condenado con respecto a su medio familiar y social; y 6) la promoción de una política criminal basada en el principio de la privación de la libertad como último recurso, privilegiando las alternativas a la pena privativa de la libertad en los diversos niveles –judicial y ejecutivo– e impulsando la apertura de la institución penitenciaria a través de diversos mecanismos de inserción activa del detenido en la vida social, con la colaboración de empresas, ONGs e instituciones educativas públicas y privadas. Bibliografía Barbano, Rolando: “Los narcos en el espejo” en revista Viva, diario Clarín, Buenos Aires, 29/ 7/03. Centro de Estudios Legales y Sociales: Enfrentamientos en los que intervienen fuerzas de seguridad en la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano Bonaerense, CELS, Buenos Aires, 2003. Diario Clarín, Buenos Aires, 15/5/03. Diario Clarín, Buenos Aires, 6/7/03. Diario La Nación, Buenos Aires, 15/6/03. Diario La Nación, Buenos Aires, 22/6/03. Diario Página/12, Buenos Aires, 6/7/03. Dirección Nacional de Política Criminal: Estudio de victimización. Ciudad de Córdoba 1999, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Buenos Aires, 2000. Dirección Nacional de Política Criminal: Estudio de victimización. Ciudad de Rosario 2000, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Buenos Aires, 2001. Dirección Nacional de Política Criminal: Estudio de victimización. Gran Buenos Aires 2000, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Buenos Aires, 2001. Dirección Nacional de Política Criminal: Estudio de victimización. Ciudad de Buenos Aires 2001, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Buenos Aires, 2002. Dirección Nacional de Política Criminal: Informe anual de estadísticas policiales. Año 2001, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Sistema Nacional de Información Criminal, Buenos Aires, 2002. Dirección Nacional de Política Criminal: Estadística penitenciaria en Argentina. Informe preliminar del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (Sneep), Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Buenos Aires, 2003. La seguridad pública en Argentina 81 Dirección Nacional de Política Criminal: Estudio de victimización. Gran Buenos Aires 2002, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Buenos Aires, 2003. Klipphan, Andrés: “11.720.000” en Veintitrés 310, Buenos Aires, 17/7/04. Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires: Estadística delictual, Centro de Operaciones Policiales, Sección Estadísticas, La Plata, 2000, 2001 y 2002. Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires: Delitos cometidos con armas de fuego. Informe preliminar, La Plata, 2003. Observatoire Géopolitique des Drogues: The World Geopolitics of Drugs 1998/1999, OGD, París, 2000. Oficina Nacional de Presupuesto: Ejecución físico financiera. Presupuesto de la Administración Nacional, Secretaría de Hacienda, Ministerio de Economías y Producción, Buenos Aires, 2003. Portal de la Justicia Argentina: La justicia argentina en cifras, Buenos Aires, 2002, <http:// www.justiciaargentina.gov.ar/>. Sain, Marcelo Fabián: Seguridad, democracia y reforma del sistema policial en Argentina, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2002. Sain, Marcelo Fabián: “Política, policía y delito”, en Capital intelectual, colección “Claves para Todos”, Buenos Aires, 2004. Subsecretaría de Planificación y Logística de la Seguridad: Heridos y fallecidos en enfrentamientos policiales y otras acciones propias de la función, Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 2003. United Nations Office for Drug Control and Crime Prevention (Unodccp): World Drug Report 2000, Oxford University Press, Oxford, 2000. 82 Marcelo Fabián Sain Anexo I Evolución de la distribución de hechos delictuosos (1990-2001) Años Delitos contra las personas Delitos contra la propiedad Otros delitos 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 78.864 83.949 93.898 107.905 126.624 135.135 148.873 156.897 168.545 185.726 202.820 210.725 404.465 327.722 340.267 358.428 396.342 462.344 496.627 539.292 612.709 723.731 753.727 782.784 76.911 77.619 81.973 92.527 104.156 112.988 117.230 120.151 141.694 152.784 173.353 184.994 Total hechos delictuosos 560.240 489.290 519.138 558.860 627.212 710.467 762.730 816.340 922.948 1.062.241 1.129.900 1.178.530 100 80 72 67 66 64 65 63 68 66 66 65 66 67 % 60 40 20 14 14 19 17 16 18 16 1990 1991 20 17 20 19 17 16 19 15 15 18 15 18 17 14 15 18 16 0 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 Delitos contra personas Delitos contra la propiedad Otros delitos Fuente: Dirección Nacional de Política Criminal, Informe anual de estadísticas policiales (2001), Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Sistema Nacional de Información Criminal, Buenos Aires, 2002. La seguridad pública en Argentina 83 Anexo II Cuerpos policiales y fuerzas de seguridad en Argentina Nº de efectivos Provincia Buenos Aires Catamarca Córdoba Corrientes Chaco Chubut Entre Ríos Formosa Jujuy La Pampa La Rioja Mendoza Misiones Neuquen Río Negro Salta San Juan San Luis Santa Cruz Santa Fe Santiago del Estero Tierra del Fuego Tucumán Efectivos Superficie (Km2) Población Policía por habitante 44.240 2.025 11.141 4.333 3.824 2.563 6.832 3.141 3.451 1.769 2.570 5.790 3.571 4.140 3.710 4.685 2.887 1.451 1.898 14.100 3.697 1.005 5.211 307.571 102.602 165.321 88.199 99.633 224.686 78.781 72.066 53.219 143.440 89.680 148.827 29.801 94.078 203.013 155.448 89.651 76.748 243.943 133.007 136.351 21.571 22.524 13.755.993 330.996 3.052.747 926.989 978.956 408.191 1.152.090 489.276 609.048 298.772 287.924 1.573.671 961.274 471.825 549.204 1.065.291 617.478 367.104 196.876 2.975.970 795.661 100.313 1.331.923 311 163 274 214 256 159 169 156 176 169 112 272 269 114 148 227 214 253 104 211 215 100 256 Subtotales Prefectura Naval Argentina Gendarmería Nacional Policía Federal Argentina Subtotales 138.034 Total general 206.099 15.330 17.735 35.000 68.065 Fuente: Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la República de Argentina (4/2004). Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de Segurança Pública no Brasil Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Introdução A partir da transição democrática e do novo marco constitucional de 1988, a maior parte dos setores de políticas públicas no Brasil passou por processos significativos de transformação, tanto nos seus conceitos, paradigmas fundadores, traduções legais e institucionais, quanto nos sistemas de gestão e mecanismos de controle e participação social. Ainda que em graus e ritmos variados e expostos a resistências e ambigüidades próprias do jogo democrático, este foi o caso das áreas da saúde, educação, assistência, inclusão e desenvolvimento social, infância e adolescência, direitos humanos e política ambiental. Em todas elas, a composição entre as reformas legais e institucionais introduzidas pela nova Constituição ou nos anos seguintes, as iniciativas diversas e graduais nos vários níveis de governo e a atuação continuada de segmentos da sociedade civil conduziram a inegáveis mudanças e avanços. Mesmo no plano dos setores de política e regulação econômica, nos quais imperaram orientações de corte liberal, não há como deixar de notar o desenrolar de processos subordinados a uma racionalidade reformadora que conduzindo a alterações significativas no desenho institucional e no modus operandi dos sistemas de gestão. Neste contexto, a segurança pública inscreve-se no rol das exceções. Embora o processo constituinte de 1987-1988 tenha absorvido, de forma eloqüente, a declaração de direitos e garantias fundamentais, e introduzido o paradigma da segurança como preservação da ordem pública e serviço de caráter civil, dissociando-a claramente das tarefas e instituições de defesa nacional, o traço distintivo do período foi de notável permanência das estruturas e práticas institucionais do passado. O quadro institucional e legal das instituições policiais e as divisões de competências entre elas foram preservados, assim como o foi a localização do setor na estrutura do pacto federativo, mantendo assim o desenho dado pelo regime militar em Nota: Texto desenvolvido sob encomenda da Fundação Friedrich Ebert Stiftung. 86 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi 1969. Tampouco foram introduzidas novas instâncias e novos mecanismos de controle e participação social. Ato contínuo, as estruturas e regulamentos internos, rotinas e procedimentos das várias agências também tenderam como regra geral a seguir inalteradas. É fato que a década de 90 e os primeiros anos do novo século registraram avanços parciais dignos de destaque e experiências inovadoras implementados por iniciativa de segmentos das próprias polícias, de diferentes governos ou de organizações da sociedade civil. Contudo, não se pode dizer que uns e outras tenham reunido amplitude e sustentação suficientes para autorizar a constatação de mudanças substantivas. Um olhar rigoroso que se lance no dia de hoje sobre as instituições policiais e as políticas públicas de segurança em âmbito nacional permite observar que os esforços de mudança revelaram-se neste período quase sempre circunscritos localmente –ou, quando muito, a estados específicos– e muito mais lentos do que seria necessário para que penetrassem, de fato, no cotidiano das atividades do setor e da sua interface com a população. O fato de que tal fenômeno ocorra em um contexto de elevação dos índices de criminalidade e violência em geral e de conseqüente pressão intensa da opinião pública em face do problema, de um lado, e de enraizamento do regime democrático e notável desenvolvimento da sociedade civil organizada, de outro, apenas reforça o caráter intrigante do mesmo. Que um setor questionado quase diariamente pelos veículos de comunicação de massa em geral, alvo das mais diversas propostas de reforma apresentadas por variados atores sociais e exposto a sucessivos fracassos durante mais de duas décadas, as mesmas em que os ventos da democratização impuseram profundas transformações na maioria dos demais sistemas da gestão pública, emirja ao fim do percurso praticamente inalterado em suas estruturas, comandos e rotinas fundamentais, é algo verdadeiramente digno de nota e que exige refletir com atenção em torno de ao menos duas perguntas chave. Como explicar o atavismo e a inércia predominantes na segurança pública no país? Partindo do contexto e das condições atuais, quais fatores e estratégias poderiam ser mais eficazes para a alteração desta dinâmica? Este texto não tem a pretensão de responder peremptoriamente a nenhum destes enunciados de Esfinge. Busca, sim, reunir de forma sintética informações e análises que ajudem a recuperar o processo vivido no período descrito em relação às políticas públicas na área e, ao fazê-lo, apontar algumas hipóteses e sugestões possíveis em relação a eles. Para Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 87 isso, descreve brevemente a evolução recente do crime e da violência urbana no país e algumas das suas características mais importantes; explora o histórico do debate público e da evolução das políticas públicas de segurança no país a partir da nova ordem constitucional, procurando desdobrar a análise nos vários aspectos setoriais das mesmas, sem deixar de identificar avanços obtidos, mas procurando situá-los em relação ao conjunto do sistema como um todo; e discute a questão mais específica do comportamento dos partidos e forças sociais progressistas em relação à temática e ao processo em tela, buscando avaliar em que medida aquele incidiu ou não sobre este último e quais as perspectivas de que novas atitudes por parte de tais atores possam contribuir para uma inflexão positiva, ainda que tardia, também nesta seara dos anseios e expectativas da cidadania brasileira em construção. Crime e violência no Brasil Homicídios dolosos No Brasil, como na maioria dos países da América Latina, o fenômeno da violência urbana, da criminalidade e insegurança agravou-se de forma expressiva nas duas últimas décadas. Acompanhando o comportamento das taxas de homicídios dolosos no período, constata-se um movimento ascendente da criminalidade violenta e letal no país. Se em 1980 tinha-se, em média, 11,4 registros de homicídios por 100.000 habitantes, no ano de 2000 o Brasil já apresentava a razão de 27,8 registros de homicídios por 100.000 habitantes, indicando uma evolução nestas taxas de 244% em 20 anos (figura 1). Segundo o levantamento realizado pelo Centro Internacional de Prevenção ao Crime da ONU, no mesmo ano, tal ordem de crescimento situa o Brasil entre os cinco países que apresentaram as maiores taxas de homicídio. Ocupando, assim, a quinta posição internacional neste levantamento, o Brasil encontra-se atrás apenas da Venezuela (4º lugar), Jamaica (3º lugar), África do Sul (2º lugar) e Colômbia (1º lugar). Uma vez que se observa a distribuição territorial dos homicídios no país, têm-se constatações importantes e significativas acerca da dinâmica da violência letal e intencional. O levantamento das incidências criminais realizado, desde o ano de 2001, pela Secretaria Nacional de Segurança Pública (Senasp) do Ministério da Justiça, evidencia que o Sudeste do Brasil 88 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi é a região que não só possui os maiores indicadores demográficos, sócioeconômicos e de infra-estrutura urbana, como também apresenta, no ano de 2002, a maior taxa de notificações policiais de homicídio doloso (30,3/ 100.000 hab.); sendo seguido, com alguma distância, pelo Centro-Oeste (22,5/100.000 hab.), Nordeste (20,1/100.000 hab.), Norte (19,7/100.000 hab.) e Sul (12,5/100.000 hab.) (figura 2). Constata-se, neste mesmo ano, que 74% dos homicídios dolosos registrados pela polícia estavam concentrados nas 224 cidades com população superior a 100.000 habitantes, isto é, em somente 4% dos 5.507 municípios brasileiros (figura 3). Neste cenário, caracterizado por uma expressiva concentração urbana dos homicídios dolosos, cabe acrescentar que 33,4% destes homicídios foram notificados nas capitais do país. Os conhecidos fenômenos da concentração territorial e da distribuição espacial heterogênea da criminalidade violenta, estão mais bem caracterizados nas cidades, em especial nas grandes aglomerações urbanas. Em verdade, os processos de urbanização, ou melhor, as dinâmicas políticas estabelecidas de distribuição e acesso aos bens e serviços urbanos, constituem variáveis importantes que influenciam a ocorrência de crimes, seu adensamento e suas migrações no território, reforçando o aparecimento de padrões espaciais desiguais não só da utilização dos recursos urbanos, como da incidência de delitos no interior das cidades. No Rio de Janeiro, recentes estudos realizados pelos órgãos policiais de planejamento e por centros universitários de pesquisa, constataram que o mapa dos homicídios na cidade é extremamente heterogêneo, e que as áreas com infra-estrutura social e urbana mais precárias correspondiam, em boa medida, às regiões onde se observava uma maior concentração das ocorrências de homicídio. Em outras palavras, pôde-se constatar que as regiões da cidade que apresentavam os mais baixos índices de desenvolvimento humano (IDH) também eram aquelas que possuíam números mais elevados de homicídios dolosos. O inverso também se mostrou procedente. Assim, a Zona Sul, uma das áreas mais nobres da cidade, apresentou, simultaneamente, indicadores elevados de qualidade de vida e desenvolvimento humano e números baixos de ocorrências de homicídios1. 1. Para uma apreciação das estatísticas policiais do Rio de Janeiro consulte o site do Instituto de Segurança Pública Governo do Estado (ISP): <www.novapolicia.rj.gov.br>. Sobre o perfil dos bairros do Rio de Janeiro e IDH consulte o site do Instituto Pereira Passos da Prefeitura: <www.armazemdedados.rio.rj.gov.br>. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 89 Por sua vez, os dados mais atuais levantados pela Senasp-MJ e que cobrem o período de janeiro de 2001 a junho de 2003, revelam padrões bastante heterogêneos no que se reporta ao comportamento das taxas de homicídios nas vinte e sete unidades federativas. Tomando-se como referência a média ponderada nacional e as médias estaduais relativas aos cinco semestres que compõem o recorte temporal acima citado (11,4 homicídios por 100.000 habitantes), nota-se, por exemplo, que Sergipe, Acre, Amapá, Pernambuco, Alagoas, Espírito Santo, Rio de Janeiro, Rondônia, Mato Grosso do Sul, São Paulo e Distrito Federal encontram-se acima da média nacional, e que somente as quatro últimas unidades federativas apresentaram um movimento decrescente em suas taxas. Por outro lado, também se observa que naqueles 15 estados que estariam abaixo da média nacional, tais como o Maranhão, Santa Catarina, Amazonas, Paraíba, Bahia, Minas Gerais, Goiás, Rio Grande do Sul, Roraima, Tocantins, Paraná, Pará, Ceará e Rio Grande do Norte, somente os seis últimos também apresentaram comportamento decrescente no período (figura 4)2. Contudo, ao se analisar os números de homicídios dolosos ocorridos a cada ano no Brasil, constata-se, sem exceção, que todos os estados apresentaram uma aguda elevação de seus quantitativos. Estudo recente desenvolvido pelo escritório da Unesco no Brasil, a partir da base de dados do Sistema Único de Saúde, e intitulado Mapa da Violência IV, chama a atenção para os expressivos percentuais de crescimento linear dos homicídios nos estados brasileiros. Entre 1993 e 2002, alguns estados como Amapá (178,5%), Mato Grosso (169%), Piauí (160,3%), Minas Gerais (148,3%) e Ceará (105,3%) chegaram a atingir cifras superiores a 100% de crescimento percentual dos homicídios no referido intervalo temporal (figura 5). Outros indicadores de criminalidade violenta Além da violência letal e intencional, outras dinâmicas criminosas e violentas têm experimentado patamares extremamente elevados no Brasil neste início de década. De acordo com os dados levantados pela Senasp/MJ somente no ano de 2002, as 27 Polícias Civis realizaram cerca de 6.951.376 registros de crimes em todo o país, correspondendo a taxa nacional de 2. Os estados do Piauí e Mato Grosso foram excluídos da análise comparativa por falta de informações referentes aos semestres analisados. 90 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi 3.980,6 registros por 100.000 habitantes3. Este volume de notificações de delitos ajuda a compreender a magnitude dos seguintes indicadores: 1) “crimes não letais e intencionais contra a pessoa” (324,3/100.000 hab.) que incluem, por exemplo, as tentativas de homicídio, as lesões corporais dolosas e estupros; 2) “crimes violentos contra o patrimônio” (441,8/ 100.000 hab.) que agregam todos os tipos de roubo e extorsões; 3) “delitos de trânsito” (163,6/100.000 hab.) que totalizam as mortes e lesões culposas; e 4) “delitos envolvendo drogas” (47,2/100.000 hab.) que incluem o tráfico, porte e uso de drogas (figuras 6 e 7). Ao se tomar como ilustração os “roubos” ou “assaltos” registrados no Brasil no período de janeiro de 2001 a junho de 2003, observa-se que, excluindo Piauí e Mato Grosso que não dispunham de informações para o período, apenas seis estados da federação (Rondônia, São Paulo, Pernambuco, Acre, Mato Grosso do Sul e Rio Grande do Norte) apresentaram um comportamento decrescente em suas taxas semestrais (figura 8). Com base na mesma série de dados, pode-se afirmar que 91% dos roubos ou assaltos notificados pelas polícias civis no Brasil ocorreram nas cidades com população acima de 100.000 habitantes e 52,5% concentraram-se nas capitais (figura 9). Não muito diferente do que se pôde constatar para os homicídios dolosos, a taxa de roubo no Brasil (431,6/100.000 hab. em 2002) coloca o país em segundo lugar no ranking internacional, ficando somente atrás da África do Sul (468,87/100.000 hab. em 2002). O já crítico incremento das incidências de assaltos no Brasil tem sido acompanhado do crescente emprego de arma de fogo. Para fins de ilustração, é oportuno evidenciar que no estado de Minas Gerais, no intervalo de janeiro de 1998 a dezembro de 2002, as ocorrências de “assalto a mão armada” saltaram de 650 para 1.600 registros por mês, configurando um crescimento da ordem de 246%. Ao passo que neste mesmo recorte temporal, os roubos, sem o uso da arma de fogo, permaneceram razoavelmente estáveis, não ultrapassando o teto de 600 ocorrências por mês. Armas de fogo, juventude e violência letal O acesso irrestrito, sobretudo ilegal, às armas de fogo, assim como o seu emprego indiscriminado, tem contribuído de forma decisiva para o incre- 3. A região Sudeste também se destaca como aquela que possui a maior taxa de registros policiais (5.129,2 ocorrências/100.000 hab.) Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 91 mento do grau de letalidade e da gravidade das lesões físicas nas interações conflituosas, violentas e criminosas no Brasil. Pode-se mesmo dizer que as curvas dos crimes violentos intencionais e contra o patrimônio que resultaram em mortes ou em graves lesões, tiveram seu movimento ascendente acelerado nas últimas duas décadas, com a utilização disseminada das armas de fogo. De fato, as armas urbanas em geral e, em particular, os armamentos de grande poder de fogo e de uso restrito militar alteraram, de forma crítica, a gramática dos meios disponíveis aos cidadãos para resolução violenta, particular e ilegal dos conflitos e das práticas delinqüenciais4. O relatório sobre Regulação de Armas de Fogo, produzido pela Divisão de Prevenção do Crime e de Justiça Criminal das Nações Unidas em 1997, não deixa dúvidas quanto à dramaticidade do problema. Ele revela que nos países em desenvolvimento, parte significativa dos homicídios foi provocada com o emprego de armas de fogo. As estatísticas referentes à primeira metade da década de 90, e que embasam o referido relatório, já situavam o Brasil como o país que, vivendo em tempos de paz, apresentava o maior percentual de homicídios praticados com armas de fogo (88,39% em 1995); sendo seguido, com alguma folga, pela Jamaica e África do Sul, cujas proporções teriam atingido, no mesmo ano, as cifras 57,69% e 41,20% do total de homicídios praticados nestes países. Já ao final dos anos 90, um estudo desenvolvido com a base de dados do Sistema Único de Saúde, pela organização não-governamental Instituto de Estudos da Religião (ISER), sediada na cidade do Rio de Janeiro, reiterava o mesmo cenário dramático: a taxa média de mortes por arma de fogo nas 27 capitais brasileiras atingia o patamar de 27,6 vítimas por 100.000 habitantes. A mencionada análise revelou ainda uma face bem mais trágica, a saber, os jovens do sexo masculino com idade entre 15 e 29 anos estavam sobrerepresentados na estatística mórbida das mortes por arma de fogo, cuja razão alcançaria, em 1999, a alarmante cifra de 113,8 vítimas para cada grupo de 100.000 jovens na mesma faixa etária. A esmagadora proporção de jovens, em especial os homens pobres, negros e pardos, na composição das vítimas de homicídio no Brasil foi também evidenciada pelo já citado estudo da Unesco chamado “Mapa da Violência IV”, que demonstrou, por exemplo, que as taxas de jovens entre 4. O ingresso crescente de armas de grande poder de fogo e/ou de uso restrito militar no mercado ilegal de compra de armamentos, sobretudo no Rio de Janeiro, ainda que corresponda a um percentual modesto, tem contribuído para ampliar o grau de letalidade nos encontros entre policiais e grupos armados, seja as externalidades provenientes destes confrontos oportunizando as chamadas vitimizações fatais por “balas perdidas”. 92 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi 15 e 24 anos assassinados no ano de 2002, chegaram atingir números alarmantes nos estados do Rio de Janeiro (118,9/100.000 jovens), Espírito Santo (103,7/100.000 jovens), Pernambuco (103,7/100.000 jovens), Amapá (81,2/100.000 jovens) e São Paulo (81,0/100.000 jovens). Comparando as quantidades de homicídios de jovens de 15 a 24 anos, nos anos de 1993 e 2002, o estudo constata que 13 dos 27 estados da federação apresentaram um crescimento percentual superior a 100% (figura 10). São eles: Roraima (264,3%), Amapá (248,1%), Minas Gerais (247,8%), Piauí (240,5%), Mato Grosso (211,1%), Paraná (148,2%), Tocantins (143,5%), Goiás (136,2%), Alagoas (135,4%), Sergipe (120,8%), Pará (120,4%), Paraíba (106,3%) e Ceará (103,9%). Ainda que o Rio de Janeiro não tenha aparecido entre aqueles estados que obtiveram os maiores percentuais de crescimento de jovens vítimas de homicídio, suas taxas tornam-se bem mais significativas, sobretudo quando se desagregam os homicídios por PAF (projétil de arma de fogo) por gênero e faixas etárias. No ano de 2001, pode-se constatar que os homens aparecem como as vítimas preferenciais dos assassinatos praticados com emprego de arma de fogo. Constata-se, também, que os maiores riscos de vitimização letal da população masculina estão concentrados no intervalo temporal que vai dos 15 aos 39 anos, sendo que as taxas mais elevadas foram obtidas para as faixas etárias de 15 a 19 anos (175,5/100.000 homens) e de 20 a 29 anos (214,5/100.000 homens)5. Violência de gênero No Brasil, não muito diferente do que ocorre em outros países da América Latina, a desagregação segundo o sexo das vítimas de homicídio revela, de forma cabal, que a população masculina constitui o principal alvo da criminalidade violenta letal e intencional. Este fenômeno pode ser compreendido, em parte, pelos riscos diferenciados de vitimização a que estão expostos os homens e mulheres, particularmente em razão dos processos singulares de socialização que vivenciam, ou melhor, em razão da instrumentalização simbólica e prática da gramática de gêneros que informaria padrões distintos de sociabilidade e, por sua vez, percepções, papéis e práticas diferenciadas nas interações conflituosas, violentas e criminais. Contudo, ainda que as proporções de mulheres vítimas de 5. Os dados citados foram extraídos de pesquisa realizada pelo ISER a partir da base de dados do Sistema Único de Saúde. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 93 homicídio doloso sejam, em termos absolutos e relativos, consideradas ainda modestas, vale destacar que em alguns estados brasileiros estas ocorrências já têm se aproximado de níveis mais preocupantes. Este seria o caso dos estados de Pernambuco e Mato Grosso do Sul, cujas razões de registros de homicídio por 100 mulheres, obtidas para o ano de 2002, foram 8,71 e 7,48, respectivamente (figura 11). Pode-se seguramente afirmar que em relação às agressões físicas, o padrão de gênero identificado para os homicídios dolosos se inverteria. A elevada taxa nacional de 324,3 ocorrências de crimes violentos e não letais contra a pessoa por 100.000 habitantes tem a expressiva contribuição das lesões corporais dolosas cujas vítimas preferenciais seriam majoritariamente as mulheres. Ao se desagregar as lesões corporais segundo o sexo da vítima, observa-se que as mulheres estariam sobrerepresentadas, sendo as razões ponderadas pela população significativamente elevadas em boa parte das unidades federativas. Segundo os dados compulsados pela Senasp-MJ, no ano de 2002, vários estados brasileiros atingiram cifras superiores à média nacional acima citada. Merecem destaque os estados do Acre (879,2/100.000), Distrito Federal (805,9/100.000), Rio Grande do Sul (680,4/100.000) e Mato Grosso do Sul (519,3/100.000), os quais ultrapassaram a casa das 500 ocorrências de lesão para cada 100 mil mulheres (figura 12). Em relação à distribuição espacial das incidências de lesão corporal, cumpre destacar que elas não estariam muito concentradas nas capitais, cuja participação ficou em 25,9 % do total de ocorrências notificadas no país. É sabido que os crimes sexuais, em particular, os estupros são, pelas mais diversas razões, tradicionalmente subnotificados. No Brasil a taxa de notificação às polícias para esta categoria de delito foi estimada em 16,0% dos eventos ocorridos6. No ano de 2002, os dados levantados pela Senasp/ MJ, revelam que as unidades federativas que apresentaram as maiores taxas de registro de estupro por 100.000 mulheres foram o Distrito Federal (32,9), Mato Grosso do Sul (28,1), Roraima (26,6) e Rio Grande do Sul (20,9). Em virtude da elevada cifra de subregistros dos crimes sexuais que contribui, em boa medida, para uma espécie de baixa visibilidade pública destas formas de criminalidade violenta, um dos esforços encampados pelo movimento de mulheres no Brasil e pelas instituições públicas e civis que trabalham com a problemática da violência de gênero, doméstica e intra- 6. Pesquisa Piaps / GSI-PR (2001). 94 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi familiar, tem sido o de sensibilizar as vítimas a denunciarem e os operadores do sistema de segurança pública de efetuarem os devidos procedimentos policiais administrativos. Em razão do exposto, o crescimento das notificações de estupro em determinados estados e capitais brasileiras pode indicar menos o aumento deste tipo de crime, e muito mais a redução do subregistro. Políticas públicas de segurança Breve contextualização histórica Se, como já se observou, a pedra angular de uma perspectiva global sobre a segurança pública brasileira no período recente, reside na incapacidade do ciclo de transição democrática para lograr extrair da redefinição terminológica e conceitual dada pela nova Constituição uma agenda clara de reforma sistêmica e operacional do setor, talvez seja o caso de começar a análise procurando identificar os fatores que poderiam ser apontados como explicativos de tal fenômeno. Dentre os mais relevantes provavelmente estão: – O fato de que o assunto não tivesse à época a centralidade política que tem hoje: mesmo que os índices já fossem altos e crescentes, seu caráter epidêmico e dramático só se tornou evidente para a opinião pública a partir dos primeiros anos da década de 90, até porque os temas candentes da nova ordem política e da estagnação econômica associada à espiral inflacionária ocupavam naquele momento a quase totalidade do debate público e do imaginário popular. – O acréscimo a este de que tampouco para as forças da esquerda e para os demais setores que assumiram a liderança no ciclo de democratização tal prioridade se verificava: a reforma central no âmbito do Estado era a recuperação da legitimidade democrática nos processos de decisão política e o retorno das Forças Armadas aos limites das suas competências constitucionais, e no plano das políticas públicas a afirmação dos direitos humanos e da pauta de inclusão social e de reformas das políticas de atenção básica à saúde e educação. – O caráter inegavelmente arraigado no imaginário popular e nos agentes públicos da área da crença no paradigma penal clássico fundado no rigor e na exemplaridade da punição e na conseqüente intimidação dissuasória como instrumento basilar para a promoção de segurança. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 95 – A incidência de uma resistência corporativa desde sempre bastante forte e organizada por parte dos estratos superiores das organizações policiais e das instituições de justiça criminal em geral, refletindo um traço característico das mesmas na maioria dos países. – A inexistência de todo modo de um paradigma alternativo para a área oferecido ao debate público e político com clareza e respaldo suficientes, para além da agenda de necessária subordinação das organizações policiais, judiciais e penitenciárias às exigências da norma democrática e dos direitos e garantias fundamentais solidamente contemplados pela nova Constituição. A observância destes fatores é fundamental porque, ainda que naturais e facilmente compreensíveis diante do contexto, estes seguiram condicionando de forma decisiva a dinâmica vivenciada a partir de então. Os anos seguintes, por sua vez, foram de elevação dos índices criminais e de tomada de consciência da população em relação ao fenômeno, abrindo caminho em um primeiro momento para uma série de medidas e políticas de recrudescimento da ação penal. Em 1990, o assassinato de Daniela Perez, atriz nacionalmente conhecida, e a comoção social resultante ensejam a aprovação da chamada “Lei de Crimes Hediondos”, a qual amplia as penas previstas para uma série de crimes inscritos na nova categoria e, mais significativo, restringe nos mesmos casos a concessão de benefícios processuais orientados à ressocialização. Em 1992, a Eco-92 leva o Exército pela primeira vez de volta às ruas do Rio de Janeiro após o restauro da ordem democrática, como meio para resgatar a ordem já então “perdida” na cidade e garantir a segurança durante o evento. No mesmo ano, a Polícia Militar de São Paulo protagoniza o maior massacre promovido por forças de ordem pública na história do país, executando 111 presos rebelados no Complexo Prisional do Carandiru, localizado na capital7. O episódio choca pela sua dramaticidade mas, também, pela revelação nos dias seguintes que grande parte da população da cidade velada ou explicitamente não lhe negava respaldo. Em 1993 e 1994, novas chacinas são protagonizadas por policiais militares, desta vez no Rio de Janeiro, respectivamente na comunidade de Vigário Geral e na Praça da Candelária. 7. Este se constituiu a partir do episódio em um dos maiores símbolos no país do arbítrio e da violação de direitos na gestão da segurança pública e da execução penal, até ser afinal desativado e implodido pelo Governo do Estado de São Paulo, em 2002. 96 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi O ciclo oferecia de algum modo um contrapeso e ajuste em face da nova ordem de direitos e garantias individuais inscrita na Constituição de 1988 e aos esforços democratizantes levados a cabo por governos estaduais durante a segunda metade da década de 90, coroando assim o saldo de permanência do período. A reação progressista, por sua vez, concentrava-se presumivelmente na agenda de promoção de controle social e accountability das organizações policiais e penitenciárias e refletia a ausência de modelos alternativos de fôlego para a política em si ao limitar-se neste plano a chamar a atenção para as ineficiências causadas pela dualidade policial nos estados e para a associação entre a criminalidade e os desafios estruturais de superação da pobreza e/ou da desigualdade. Ao lado dos fatores já listados, a observação desta dinâmica inicial permite notar outros dois traços que viriam a perpassar toda a evolução futura das políticas na área no país: – A polarização doutrinária essencial entre os postulados conservadores de lei e ordem, com conteúdo legalista estrito ou admitindo não raro a justificação de meios arbitrários e discriminatórios de ação policial pelos supostos fins do combate à impunidade e da proteção ao “cidadão de bem”, e a agenda liberal dada pela garantia de direitos individuais, promoção da accountability e minimização da intervenção penal, acompanhada no discurso progressista pela valorização da prevenção associada genericamente à adoção de macropolíticas de desenvolvimento econômico e inclusão social. – A tendência “pendular” de alternância das duas vertentes como tônica das políticas públicas levadas a cabo no setor, traduzindo a polarização e o equilíbrio existente no cenário das lideranças sociais e políticas e da opinião pública em geral em relação a eles, mas também a debilidade de ambas em produzir resultados persuasivos (a nosso ver, equivocada, no primeiro caso, e insuficiente, no segundo), e assim ajudando a explicar o jogo de soma zero em que se constituiu o debate reformista sobre a segurança pública no país no período em foco8. 8. Para uma rica descrição da dualidade descrita e de tal dinâmica pendular, v. Soares. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 97 Estratégias e doutrinas resultantes nas políticas efetivadas A matriz descrita fundamentou então o padrão geral de evolução, nesta última década e meia, das atitudes e da atuação do sistema de gestão da área no país. Regra geral, os dois pólos tendiam a suceder-se, espalhando ambigüidades sobre qualquer interpretação que se pretenda extrair dos rumos seguidos pelas mesmas no período. Mais ainda, em muitos momentos ambos passaram a coabitar no interior das mesmas administrações e agências, refletindo simplesmente os vetores contraditórios ou mesmo o aprendizado de alguma forma realizado pelos gestores e operadores do sistema de responder a eles disponibilizando estratégias e discursos segmentados “customizados” para as pressões antagônicas recebidas. Ao mesmo tempo em que introduzia novos mecanismos de controle social e um importante programa de policiamento comunitário na sua Polícia Militar, o estado de São Paulo mais do que dobrou a sua população prisional saltando de 55.021 detentos, em dezembro de 1994, para 127.676 no final de 2003, conforme os dados sistematizados pela Secretaria de Administração Penitenciária. Mas talvez o exemplo mais eloqüente de incorporação pragmática da ambigüidade discursiva das forças sociais no interior mesmo das políticas públicas na área seja dado pela gestão de Anthony Garotinho (1998-2002) no estado do Rio de Janeiro, da qual a diversidade sobreposta de escolhas e orientações constituiu mesmo a tônica distintiva. Por fim, a este quadro soma-se, já na segunda metade da década de 90, um novo vetor, definível em alguma medida como uma tentativa de síntese. Este, resumidamente, busca consolidar e traduzir na prática o paradigma civil da proteção e garantia de direitos do cidadão, recusando no plano conceitual a exclusão mútua entre estratégias coercitivas e de prevenção (e sustentando ao invés a complementaridade entre ambas) e priorizando no plano estratégico a proatividade na identificação dos riscos ou probabilidades para a ocorrência dos delitos ou de violência e subseqüente resposta aos mesmos, em detrimento dos valores tradicionais de reação ágil, eficaz e exemplar aos delitos já registrados. Para tanto, combina a defesa do aprimoramento técnico e, sobretudo, gerencial do sistema e das polícias com a qualificação do discurso preventivo por meio dos instrumentais da resolução de problemas, da intervenção social e situacional e da epidemiologia, ao mesmo tempo em que sublinha o combate à truculência e à corrupção como condição para o bom funcionamento das instituições policiais. 98 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Resultante, sobretudo, dos esforços de pesquisa, formulação e experimentação realizados por um novo framework de núcleos acadêmicos e organizações não-governamentais dedicados ao tema surgido ao longo da década de 909, tal paradigma reflete em certo sentido o estado da arte presente do debate técnico nacional sobre o assunto. Muito embora tampouco se possa afirmar que tenha ainda logrado cruzar a linha dos projetos pilotos e setoriais para alcançar dimensão sistêmica no universo das estruturas de gestão e das políticas por elas implementadas, este pode ser identificado de maneira incipiente e difusa no I Plano Nacional de Segurança Pública adotado no país, o qual foi lançado em 2000 pelo então Presidente Fernando Henrique Cardoso (1994-2002), e de forma integral no documento “Segurança Pública para o Brasil”, apresentado como programa de governo para a área pelo então candidato Luiz Inácio Lula da Silva. Estes conceitos e documentos referenciais complementam assim o pano de fundo sobre o qual desenrolou-se no período e desenrola-se, hoje, o novelo das políticas públicas levadas a cabo na área no país. Com ele em mente, os tópicos seguintes descrevem sucintamente os principais avanços obtidos em alguns dos principais aspectos das mesmas, buscando apontar a sua relevância sem perder de vista as suas limitações desde uma perspectiva sistêmica. Organização e responsabilidades político-administrativas Comparando-se todas as Constituições brasileiras, fica evidente, como já foi acima mencionado, que a Constituição de 1988 promoveu avanços importantes rumo a um enquadramento democrático da ordem pública no país. Pela primeira vez, em nossa história, uma carta constitucional ocupase de mencionar e definir o conceito mesmo de “segurança pública” de forma explícita e de colocá-lo em um capítulo próprio, isto é, distinto do que trata das Forças Armadas, situando-o na parte referente à “Defesa do 9. Organizações como o Núcleo de Estudos da Violência da Universidade de São Paulo e o Instituto de Estudos da Religião no Rio de Janeiro (criado ainda nos anos 80), Viva Rio (Rio de Janeiro, 1993), Instituto Latino-Americano das Nações Unidas para a Prevenção do Delito e o Tratamento do Delinqüente, Ilanud (São Paulo, 1997), Centro de Estudos de Criminalidade e Segurança Pública da Universidade Federal de Minas Gerais, Crisp (Belo Horizonte, 1998), Instituto Sou da Paz e Instituto São Paulo Contra a Violência (São Paulo, 1999), Centro de Estudos de Segurança e Cidadania da Universidade Cândido Mendes, Cesec (Rio de Janeiro, 2000) encontram-se entre os principais exemplos deste movimento, também identificável em outros estados do país. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 99 Estado e das Instituições Democráticas”. Desta novidade se pode extrair alguns pontos relevantes que sinalizariam para mudanças de mentalidade e, com isso, para oportunidades significativas de reforma ou reestruturação. O primeiro ponto evidencia o abandono da alegoria autoritária da “manutenção [de uma] ordem” sem qualificativo, em favor de uma compreensão plural e participativa que reconhece que a segurança pública é “dever do Estado” e, também, um “direito e responsabilidade de todos”; e cuja ordem, agora pública e pactuada entre os diversos atores da sociedade, deve ser “preservada” e não imposta pelo Estado. O segundo ponto reporta-se ao resgate do lugar de polícia na sustentação do Estado de Direito, situando os meios de força comedida como instrumentos de defesa das garantias individuais e coletivas e, portanto, de construção de alternativas pacíficas de obediência consentida às regras do jogo democrático. Todavia, ainda que estes avanços tenham configurado uma moldura legal em sintonia com os novos tempos democráticos, a carta constitucional parece caminhar pouco no tocante à reestruturação do sistema policial brasileiro. Como igualmente apontado na Introdução, a organização político-administrativa das polícias permaneceu, basicamente, inalterada. Tem-se, hoje, quase o mesmo modelo que foi estruturado durante os anos de 1969 e 1970, os quais corresponderiam a um dos períodos mais duros do regime militar, com o acréscimo, somente, da autorização para que os municípios possam constituir guardas municipais. Grosso modo, a República Federativa do Brasil distribui as competências entre os entes federados em relação ao sistema policial, conforme a síntese no quadro da pagina 100: Segundo as informações acima apresentadas, o modelo policial brasileiro é múltiplo e fragmentado, sendo as atividades de policiamento público concentradas na esfera estadual, sobrando aos municípios competências residuais e difusas como, por exemplo, o policiamento dos próprios municipais. Acrescenta-se a este modelo o fato de que as organizações policiais estaduais, que realizam as atividades cotidianas de policiamento, trazem a singularidade de serem órgãos com cadeias de comando próprias e independentes, que executam, de forma bipartida e incompleta, o ciclo do trabalho policial. No caso das polícias militares, responsáveis pelas rotinas de patrulhamento ostensivo, assiste-se a institucionalização de sua duplicidade funcional expressa na subordinação simultânea ao executivo estadual e ao Ministério da Defesa. Observa-se, ainda, a ausência de esferas institucionais de coordenação e articulação entre os três níveis de administração pública, capazes de integrar os órgãos de segurança e, desta forma, 100 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Entes Federados Competências Órgãos do Poder Executivo União (competência Decretar estado de sítio, esta- Forças Armadas, subordiprivativa) do de defesa e intervenção fe- nadas ao Ministério da Defesa. deral. Executar os serviços de polí- Departamento de Polícia cia marítima, aérea e de fron- Federal, subordinada ao Ministério da Justiça. A Poteira. lícia Federal exerce com exclusividade as atividades de polícia judiciária da União e sua competência se estende a todo o território nacional. Apurar infrações penais contra a ordem política e social ou em detrimento de bens de interesse da União e crimes federais. Prevenir e reprimir o tráfico de drogas, o contrabando e o descaminho. Patrulhamento ostensivo das Departamento de Polícia Rodoviária Federal, suborrodovias federais. dinada ao Ministério da Justiça e sua competência se estende a todo o território nacional. Manter as polícias civil e militar e o corpo de bombeiros militar do Distrito Federal. Legislar sobre direito civil, penal, processual e de trânsito. Definir normas gerais de or- Inspetoria Geral das Políganização, efetivos, material cias Militares do Exército bélico, garantias, convocação Brasileiro. e mobilização das polícias militares e corpos de bombeiros militares. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 101 União, Estados e DF Legislar sobre organização, garantias, direitos e deveres (Competência co- das polícias civis. mum) Estados e Distrito Fe- Realizar atividades de polícia 27 Polícias Civis, subordideral judiciária, ressalvando a com- nadas ao executivo estapetência da União e a apura- dual. ção das infrações penais, excluindo as militares. Realizar atividades de polícia 27 Polícias Militares, suborostensiva e a preservação da dinadas ao executivo estaordem pública. dual e, nas atividades de força auxiliar e reserva do Exército, coordenada pelo Ministério da Defesa. Estados e Municípios Administração do trânsito (Competência comum) Municípios Departamento de Trânsito estadual, Polícia Militar e Guarda Municipal. Proteger seus bens, serviços e 1.045 Guardas Municipais, instalações e fiscalizar as pos- subordinadas ao executivo turas municipais. municipal. Referência: Constituição da República Federativa do Brasil. constituir um sistema de fato, que traduza o princípio federativo em ações intergovernamentais com responsabilizações claras e compartilhadas. A ausência de um sistema policial é de tal modo sentida que as prioridades traçadas para as polícias federais, estaduais e municipais não possuem instâncias supra-institucionais de articulação, ficando insuladas e restritas aos seus próprios níveis de subordinação. Em verdade, o Ministério da Justiça ainda não desfruta de poderes normativos, reguladores e administrativos que permitam implementar diretrizes comuns, ou melhor, políticas nacionais de segurança pública, ou até mesmo, políticas de policiamento. Permanece uma espécie de instrumentalização perversa do pressuposto da autonomia federativa que estimula o isolamento das polícias e uma competição negativa entre elas, sobretudo entre as polícias estaduais que cuidam do atacado da segurança pública e que concentram, em boa medida, o monopólio legal e legítimo do uso da força. Fica, assim, evidente que, por um lado, as ambigüidades existentes nas definições formais dos mandatos, 102 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi atribuições e competências das agências policiais e, por outro, a falta de expedientes integradores, conduzem à multiplicação de conflitos de competência, à sobreposição e ao abandono de rotinas, a não cobertura do fluxo integral do trabalho policial, à duplicidade de gastos, à dispersão de esforços, à debilitação das cadeias de comando e controle e, por fim, ao clientelismo político em torno das polícias pela crítica falta de estruturas de gestão e gerência integradas e de ferramentas efetivas de controle social. Todos esses problemas comprometem a eficácia, a eficiência e a efetividade das organizações policiais que experimentam em larga medida estruturas atomizadas e descontínuas de gestão, conhecimento, inteligência, formação e comunicação. Pode-se afirmar que as 56 polícias e 1.045 guardas municipais brasileiras constituiriam, no limite, mundos auto-referidos, no qual as rotinas e práticas estariam confinadas a uma precária institucionalidade, a uma baixa visibilidade e a uma incipiente procedimentalização. Tudo isso se dá em um quadro onde as estruturas, expedientes normativos e procedimentais são muito recentes. O modelo policial brasileiro teria 34 anos, a Constituição democrática, 14 anos, e a criação da Secretaria Nacional de Segurança e as poucas Ouvidorias de Polícia, menos de 10 anos de idade. Situação atual da polícia e demais aparatos de segurança Para tentar cobrir as diversas atribuições conferidas pela Constituição, a Polícia Federal contava, no ano de 2002, com um efetivo que não ultrapassava a casa dos 8.163 policiais, o que perfaz uma razão de um policial federal para cada 21.393 habitantes. Em uma ordem de grandeza bem próxima encontra-se, no mesmo ano, o efetivo da Polícia Rodoviária Federal com um total de 7.175 policiais que conformam a modesta razão de um policial por 1.186 Km2 para patrulhar as rodovias federais10. Dissociadas das rotinas cotidianas de prevenção e repressão à violência e à criminalidade urbanas, bem como das demandas ordinárias dos cidadãos e de suas pressões pela melhoria da qualidade na prestação de serviços policiais, as polícias federais parecem, à primeira vista, não vivenciar uma crise institucional nas proporções com que esta tem sido experimentada pelas organizações estaduais nos últimos anos. Em verdade, estas polícias, além dos pleitos públicos pela ampliação de efetivos e orçamentos, pela sua modernização 10. Os efetivos das polícias federal e rodoviária federal foram totalizados pela Senasp-MJ em 2003. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 103 tecnológica, pela reestruturação de cargos e salários, apresentam pressões sutis pela ampliação dos seus poderes de polícia, como pré-condições para a produção de resultados mais satisfatórios. De certa forma, as polícias federais, em particular o Departamento de Polícia Federal, estão menos presentes no dia-a-dia dos cidadãos e, por isso, menos expostas ao seu controle e avaliação. A produção de seus resultados se dá em uma temporalidade estendida e distante do aqui e agora da resolução dos pequenos e grandes problemas que geram medo e motivam a população a chamar as polícias estaduais. Em razão dessa distância e, talvez, da pouca explicitação para a opinião pública de seus problemas estruturais, as polícias federais têm sido muito pouco objeto da crítica popular. Além disso, elas buscam estrategicamente transmitir uma imagem de maior profissionalismo, honestidade e seriedade de seus quadros que se espera corresponder à realidade. Contudo, pelo fato mesmo de serem meios de força do executivo federal e, a um só tempo, próximas dos agentes decisórios nos ministérios e no Congresso Nacional, e distantes da exposição aos olhos dos cidadãos, estão também naturalmente mais expostas aos riscos da politização e da apropriação por interesses conjunturais ou corporativos. Por esta razão, identificável em parte significativa das suas rotinas e práticas e atinente a polícias de caráter federal em todo o mundo, é fundamental que também as polícias federais comecem a se abrir mais ao controle social, aprimorem seus instrumentos de transparência e prestação de contas e desenvolvam expedientes efetivos de articulação com as demais instituições policiais e de justiça criminal. Tais mudanças aumentariam sua credibilidade, ampliando a eficácia e a eficiência de suas ações empreendidas de combate à corrupção, à lavagem de dinheiro, enfim, de repressão à criminalidade organizada e translocal, umas das prioridades definidas pelo Ministério da Justiça. Diferente do contexto político-institucional das polícias federais, as 54 agências policiais estaduais têm experimentado uma verdadeira crise de identidade evidenciada a cada ato de violação de direitos praticado por seus integrantes, explicitada na sua incapacidade estrutural de atender, com os escassos e declinantes recursos financeiros disponíveis, a uma demanda crescente por mais e melhores serviços, experimentada no sentimento de frustração ao ver seus próprios projetos, a despeito do mérito e do êxito, serem abandonados ou esquecidos em razão das mudanças constantes na orientação das políticas de segurança. Os dados disponíveis mais recentes retratam que as polícias civis e militares somam um total de 400.552 104 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi policiais em 2002, o que alcança uma razão nacional de um policial estadual para cada 329 habitantes. É evidente que o recorte espacial por regiões do país revela taxas bem diferenciadas. As regiões Norte e Centro-Oeste que possuem taxas razoáveis de um policial estadual para cada 325,1 e 232,9 habitantes, são aquelas que têm as razões policial por Km2 mais críticas, a saber, 92,7 Km2 e 30,9 Km2 , respectivamente. Já a região Sudeste destaca-se por obter a maior densidade de policiais, apresentando taxas satisfatórias tanto por habitantes (271,4) quanto por quilômetro quadrado (6,8) (figura 13). Em um contexto de percepção generalizada de insegurança, uma das demandas populares mais imediatas e correntes é a solicitação para aumentar o policiamento nas ruas que é muito bem recebida pelas polícias, uma vez que estão sempre dispostas a construir justificativas para a sua constante reivindicação pela ampliação dos seus orçamentos e efetivos. Normalmente estes tipos de reivindicações feitas pelas polícias encontram eco nas respostas governamentais reativas caracterizadas pelo “mais do mesmo”. Diante da falta de políticas públicas articuladas e continuadas e da real carência das polícias, certos procedimentos de rotina como a aquisição de viaturas, armamentos, munição e efetivo costumam ganhar o status de política pública para a área de segurança. Mesmo sendo um tipo de resposta reativa e pontual, ela possui visibilidade, podendo ser apresentada como um passo importante para a modernização das polícias. No Brasil, observase que nos últimos anos os efetivos estaduais de alguns estados têm crescido significativamente. No período de janeiro de 2001 a junho de 2003, constatase que boa parte dos estados ampliou os seus efetivos estaduais. Este é o caso dos estados do Amapá, Paraíba, Alagoas e Rio de Janeiro que experimentaram uma redução de suas razões policial por habitantes, isto é, aumentaram os seus efetivos, na faixa de 4% a 13% no período (figura 14). Todavia, o crescimento dos efetivos não necessariamente se traduziu em um aumento proporcional da presença de mulheres nas forças policiais estaduais. Mesmo que superior ao início da década, a proporção de policiais femininas no Brasil ainda é discreta, reiterando o ethos masculino nas polícias, sobretudo, nas polícias militares cujo percentual de mulheres é de 6,1%, ao passo que nas polícias civis a presença destas últimas chega a 22,8%, no ano de 2002, o que pode indicar ausência de clareza política para a questão. De todo modo cabe salientar que um dos instrumentos de democratização das agências policiais é, precisamente, a diversidade de recrutamento e seleção, visando a assimilação do recorte de gênero, racial, etc. e, com isso, a redução das resistências e preconceitos existentes entre as Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 105 polícias e as comunidades policiadas. O nível da educação formal das polícias estaduais também está um pouco longe do perfil de entrada desejado para o ingresso nestas organizações. Nota-se, em 2001, que 34,1% dos policiais militares e 14,1% dos policiais civis no país possuíam apenas o ensino fundamental, fato que desafia o processo de profissionalização crescente das polícias, requerendo projetos de ascensão da instrução formal dos policiais, tal como o que tem sido implementado na Polícia Militar do Rio de Janeiro através da parceria com a Fundação Roberto Marinho e o Movimento Viva Rio. Ainda tratando do perfil educacional constata-se que, segundo levantamento feito pela Senasp para o ano de 2001, somente 8,6% dos policiais militares e 20,2% dos policiais civis possuíam nível universitário. Um outro ponto importante a ser enfatizado, diz respeito às dificuldades experimentadas pelas polícias militar e civil de desenvolverem atividades rotineiras articuladas, em uma estrutura organizacional sem ossatura como é o caso do “sistema” policial brasileiro. Sabe-se que o enraizamento de culturas organizacionais radicalmente distintas, a constituição de histórias institucionais, métodos de trabalho e rotinas mutuamente desconhecidas, a utilização de tecnologias e processos de formação diversos, as competições perversas por orçamento, visibilidade política e operacional, aliadas a falta ou debilidade de expedientes de coordenação política, administrativa e gerencial entre as polícias estaduais, têm comprometido enormemente a possibilidade de se restaurar o ciclo completo do trabalho policial, pela integração rotineira das diretrizes e prioridades de policiamento traçadas para estas instituições. De modo geral, o máximo que se tem conseguido fazer, diante da capitulação às resistências oferecidas, é a realização das chamadas “operações conjuntas” que são, salvo exceções, pontuais e descontínuas no tempo, orientadas para a produção de visibilidade policial e, por isso mesmo, marcadamente de natureza repressiva. Ainda assim, nem todas as polícias estaduais empregam seus recursos neste tipo de ação, ocorrendo apenas em 63% delas. Além dos problemas relativos à oportunidade de se implantar processos de gestão integrada, tem-se um sem número de questões críticas derivadas da administração do uso da força. A despeito de ocupar um lugar central na razão de ser e no fazer policial, esta temática tem sido, sistematicamente, negligenciada no Brasil. Isto ocorre em parte pelo trauma sóciopolítico dos tomadores de decisão, segmentos acadêmicos, formadores de opinião, etc. em relação às instituições de controle e regulação, em parte pelo pouco acervo de reflexões desenvolvidos no Brasil sobre os meios de 106 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi força comedida. Contudo, o fato é que a discussão da administração legal e legítima da força e, por sua vez, a compreensão dos mecanismos policiais procedimentais de produção pacífica de obediência consentida, das técnicas de abordagem policial, dos processos de tomada de decisão e das oportunidades abertas para o seu aprimoramento democrático, por exemplo, têm caído numa espécie de zona cinzenta. O debate sobre o uso da força é ainda tão imaturo e tangente que acaba por contribuir para colocar as organizações policiais em uma espécie de limbo procedimental que mascara e, mesmo, suprime a necessária distinção técnica e legal entre as boas e as más práticas policiais, isto é, a distinção entre os parâmetros que norteariam os encontros entre os policiais e os cidadãos, em situações dissuasórias, preventivas e repressivas. E isto é de tal maneira grave que o “fazer” de polícia acaba sendo envolto em uma espécie de manto de personalização, informalidade e clandestinidade sobre o qual pouco se conhece e, por isso mesmo, pouco se pode controlar, monitorar e prestar contas. É evidente que a baixa institucionalidade da administração do uso da força contribui para comprometer não só a eficácia dos instrumentos de controle interno das polícias e de responsabilização, como a implantação e o desenho de modelos mais competentes de controle externo e accountability. Parece, então, previsível constatar que estes últimos sejam tão recentes no Brasil. Poucos são os estados da Federação que contam com corregedorias externas e ouvidorias de polícia. Do mesmo modo, poucas são as polícias estaduais que contam com programas voltados para redução da vitimização (33,0%) e do comportamento abusivo e corrupto (26,0%) (figura 15). Neste contexto de precariedade institucional, os policiais e cidadãos são instados a desconhecerem as regras do jogo democrático do uso da força e da expectativa de seu emprego, favorecendo comportamentos improvisados, imprevisíveis, oportunistas, discriminatórios e violentos tanto dos primeiros quanto dos segundos. É, também, neste contexto de reciprocidades amedrontadas e receosas que os atos de força legal, legítima, adequada, tecnicamente válida e eficaz se transformam em um impulso de violência, desrespeito, arbitrariedade e incompetência. Não seria imprudente dizer que uma parte dos atos excessivos praticados pelos policiais resulta menos da intenção deliberada de produzir abusos e mais da ignorância e da falta de padrões objetivos de atuação. De todo modo, parece óbvio que o desconhecimento e a indistinção conduzem a ação policial a um ambiente de incerteza irrestrita, no qual toda e qualquer atitude, de parte a parte, torna-se possível, ampliando, com isso, o risco de vitimização tanto dos Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 107 cidadãos quanto dos próprios policiais, cujos números têm atingido patamares extremamente elevados e inaceitáveis. Somente no ano de 2003, 1.195 indivíduos foram mortos no Rio de Janeiro e 868 em São Paulo pelas polícias, expressando um crescimento absoluto em relação ao ano anterior da ordem de 33,0% e 60,0%, respectivamente11. E, entre 1999 e 2001, cerca de 320 policiais militares e civis foram mortos durante serviço e em folga no Rio de Janeiro. Mesmo que o cenário das polícias no Brasil indique ainda a sobrevivência de problemas crônicos que comprometam a constituição de um sistema policial de fato, desde a metade da década de 90 já é possível observar o desenvolvimento de vários projetos de mudança nas polícias em diversos estados da Federação. As polícias militares –por serem, talvez, a policia uniformizada e ostensiva que está nas ruas diuturnamente sendo observada pela população– têm sido mais porosas às mudanças do que a polícia civil cuja maioria de suas atividades (investigação e inteligência) tende a ser mais discreta e, desta forma, menos perceptível aos olhos da opinião pública. No caso das primeiras, pode-se identificar projetos inovadores que, muitas das vezes, não tiveram conseqüências no médio e longo prazos, por conta da lógica pendular da segurança pública no Brasil que tende, na prática, a interromper os programas, inclusive os prósperos, em função das mudanças de orientação política e da conveniência eleitoral dos governantes. Dentre eles se destacam: a) o programa de redução de estresse e controle do uso de arma de fogo, inaugurado no Rio de Janeiro durante a gestão de Brizola e abortado precocemente; b) a estruturação de áreas territoriais de competência comum entre as policiais estaduais implantadas no Rio de Janeiro, Pará, Rio Grande do Sul, cujo propósito era a constituição de regiões integradas e de gestão descentralizada da segurança; c) o desenvolvimento em Minas Gerais, em parceria com a Universidade Federal de Minas Gerais (UFMG), de ferramentas georefenciadas de análise espacial e monitoramento da criminalidade, que se estendeu a outros estados como São Paulo, Pernambuco, Rio de Janeiro e Rio Grande do Sul; d) iniciativas de reengenharia organizacional na Bahia e no Rio Grande do Sul; e) o desenvolvimento de métodos de treinamento para o uso da força em São Paulo; f) a proliferação dos programas de policiamento comunitário nos estados; g) progra- 11. Os dados apresentados foram obtidos junto às secretarias de segurança pública dos estados do Rio de Janeiro e São Paulo. 108 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi mas de implantação de sistemas de inteligência policial; h) cursos de capacitação constituídos em parceria com ONGs e universidades; i) Cursos de pós-graduação também em parceria com as universidades; j) projetos voltados para a redução da misogenia, racismo e homofobia; e l) a implantação de ferramentas de gestão participativa. Já nas polícias civis deve-se enfatizar: a) os projetos voltados para a sua reestruturação organizacional; b) as iniciativas de modernização dos serviços de perícia; c) a constituição de núcleos de inteligência; d) a estruturação de bases de dados; e e) as ações voltadas para a profissionalização da formação policial. No que se reporta às guardas municipais, recentemente criadas, pode-se dizer que a maior parte delas carece de estrutura e de institucionalidade. Seu status ainda é bastante ambíguo, tanto do ponto de vista de sua definição constitucional, quanto nos seus arranjos institucionais que vão desde uma autarquia ao desenho de uma empresa pública de economia mista. Tem sido uma prática perigosa mas comum em algumas prefeituras tomar como inspiração ora o modelo das polícias civis, ora o modelo polícias militares, sendo a importação deste último o mais freqüente. Uma outra estratégia também freqüente tem sido de transferir para as polícias militares, por meio de convênios, as tarefas de organização e treinamento das guardas. Setores mais progressistas vêem nesta estratégia uma arriscada oportunidade de se reproduzir nessas jovens e emergentes polícias locais, os vícios e esquizofrenias ainda existentes nas organizações policiais históricas. Parece que este tipo de condução reflete, de certa maneira, a ausência de uma identidade própria às guardas, que tem oscilado entre uma vigilância patrimonial e o desejo de se firmar como uma polícia ostensiva de caráter preventivo e comunitário. Cabe notar que a ambigüidade identitária vivida pelas guardas é alimentada pela definição difusa de sua missão constitucional e, evidentemente, pelas pressões políticas exercidas pelas outras polícias, em especial, as polícias militares que vêem nas guardas municipais uma ameaça potencial ao seu monopólio. Este estado de coisa tem gerado toda sorte de conflitos na administração cotidiana da ordem pública, sobretudo no que se reporta à gestão do trânsito que é definido como competência comum dos estados e municípios. Estima-se que existam cerca de 1.045 guardas municipais em todo país, sendo que os estados da Bahia (23,7%), São Paulo (16,8%), Pernambuco (6,6%), Rio de Janeiro (5,5%) e Ceará (5,0%) possuem mais da metade delas. Todavia, estas guardas municipais são bastante heterogêneas, sendo a maior parte delas de pequeno porte. Chama atenção o fato de que 76,0% das guardas municipais existentes tenham sido criadas em municípios com Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 109 população inferior a 50.000 habitantes e que somente 13% delas estejam localizadas nos municípios com população superior a 100.000 habitantes12. Gastos públicos: quantidade e distribuição Um dos pontos chaves dos problemas do sistema de segurança pública no Brasil diz respeito aos recursos mobilizados para a sua manutenção e, mesmo, para a sua reforma. Apesar das estruturas existentes serem precárias e, em boa medida, obsoletas, seu custo tem sido cada vez mais elevado. Afinal, o caráter fragmentário, atomizado e reativo dos órgãos de segurança pública, somado à ausência de políticas públicas consistentes para o setor, tem oportunizado a ineficácia e a ineficiência, tornando muito cara a prestação de serviços de baixa qualidade ofertados à população. Grosso modo, os estados empregam a maior parte dos recursos previstos nos seus orçamentos para área com a folha de pagamento dos ativos e inativos e a manutenção das unidades policiais. Estima-se que os investimentos efetuados, mesmo nos estados que possuem os maiores PIBs e possuem um razoável equilíbrio fiscal, não ultrapassam a casa dos 3,0%. Tem-se, aqui, uma espécie de economia perversa que funcionaria como uma espiral invertida onde, com os escassos recursos provisionados, faz-se cada vez menos e pior. A recente criação do Fundo Nacional de Segurança Pública em 2000 pelo Governo Federal, uma ação louvável e necessária porém, como de costume, tirada do papel como uma resposta a mais uma tragédia ocorrida, apareceu para os estados e municípios como uma tábua de salvação que pudesse auxiliar, sobretudo, nos problemas cotidianos da administração financeira do setor. Ao longo do biênio 2001-2002 foram repassados para os entes federados a quantia de R$ 725.683.611,17, a qual apesar de modesta permitiu a realização de alguns investimentos segundo as rubricas orçamentárias que orientaram a aplicação dos recursos do fundo até 2003. São elas: “intensificação de policiamento ostensivo em áreas críticas”; “reaparelhamento das polícias”; “treinamento”; e “policiamento comunitário”. Vê-se pelos títulos destas rubricas a ausência de uma concepção sistêmica e integrada da segurança pública. Delas se pode extrair uma lógica insulada e fragmentária, que responde ao desafios no varejo e de forma convencional e desarticulada. O incremento de policiamento ostensivo (categoria que abarca desde construções, reformas de instalações e aquisição de equipamentos), e o reaparel12. Os dados mencionados foram obtidos junto à Senasp-MJ. 110 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi hamento (que inclui viaturas, munição, armamento, etc.), quando somados, correspondem a 87,4% do empenho dos recursos, evidenciando a ênfase na tradicional perspectiva de reiterar procedimentos de rotina pela simples reposição ou aquisição de meios13. Esta forma de alocação de recursos parece se render às chamadas melhorias de superfície, as quais encontram eco nas demandas dos segmentos conservadores dos órgãos de segurança pública que optam por implementar as mudanças do “mais do mesmo”. Os investimentos em policiamento comunitário (22,4%) e em treinamento (1,3%) parecem não estar em conflito com a perspectiva acima mencionada. No primeiro caso, porque tais programas, além dos seus méritos intrínsecos, servem como um efeito de demonstração de uma adesão, ao menos exemplarista, da perspectiva da prevenção. E, no caso do treinamento, porque pode, em boa medida, atender plenamente ao varejo dos cursos rápidos e desconexos de capacitação. Por fim cabe relatar que no ano de 2002, os estados que receberam mais recursos do fundo foram São Paulo (33,3%), Amazonas (9,0%), Paraná (8,4%), Minas Gerais (7,1%) e Pernambuco (6,4%). Estratégias de prevenção e políticas setoriais A compreensão da segurança pública como ramo de atuação mais amplo do que a gestão das organizações policiais, incluindo também a dimensão transversal da prevenção do crime e da violência e a identificação desta última como um conceito autônomo, objeto em si de políticas particulares e não simplesmente subsumido na macro-política social, constitui um processo ainda em curso ou, na melhor das hipóteses, um traço recente do debate da gestão pública no Brasil. De fato, a tendência tradicional dos setores que vocalizavam a importância da intervenção não-policial como meios de prevenção na área era a de relacioná-la de forma genérica às grandes questões das estruturas sócioeconômica e sócio-urbana, retirando-lhe assim qualquer especificidade concreta e expondo-a ao descarte no debate político por “importantes, sem dúvida, mas de longo prazo”. Da mesma forma, havia clara resistência nos demais setores de gestão (educação, saúde, cultura, etc.) em reconhecer-se como sujeitos de gestão da superação do crime e da violência, ecoando temores conhecidos de criminalização das políticas sociais. 13. As informações relativas à distribuição do Fundo Nacional de Segurança Pública foram obtidas junto à Senasp-MJ. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 111 Foi, portanto, somente a partir do esforço acadêmico e formulador de organizações acadêmicas, não-governamentais e internacionais em trazer à baila a literatura mais recente sobre o tema (níveis distintos de prevenção, estratégias sociais e situacionais, conexões com os demais setores, etc.) e os conceitos epidemiológicos (causa, causalidade, risco, vetores de transmissão, etc.) e de resolução de problemas (identificação, análise, resposta, avaliação), associado à imposição do problema pelo crescimento dos índices e da sua priorização pela população, que a abordagem começou a conquistar algum trânsito específico no interior das respostas governamentais e sociais para a superação das dinâmicas criminais. A porta de entrada com maior vitalidade neste sentido, como não poderia deixar de ser, foi a da defesa da necessidade de ampliação das políticas para a juventude em situação de risco. A ela associou-se no discurso de maior alcance público a importância da implantação ou expansão de espaços públicos de esporte, cultura e lazer nas regiões mais afetadas pelo problema. Essas duas vertentes passaram assim a constituir a tônica da compreensão comum sobre o tema. De um lado, levando à multiplicação de iniciativas governamentais e de ONGs com este fim: apoio à formação de lideranças juvenis, projetos de formação esportiva e cultural, estratégias de educação e profissionalização de jovens adultos, abertura de escolas nos finais de semana, etc. De outro, despertando justificável reação dos segmentos sociais comprometidos com estes públicos e políticas ante à sua justificação social como meios meramente de promoção de segurança. O reconhecimento da importância de fatores de risco como o abuso de álcool e a disponibilidade de armas de fogo assumem, também, lugar de destaque no processo. Estas últimas, sobretudo, ganham centralidade no debate público a partir dos esforços de organizações de pesquisa em demonstrar a forte correlação entre a sua expansão e a elevação da taxa de homicídios no país e de campanhas massivas de conscientização neste sentido protagonizadas por ONGs. Estes conduzem ao reconhecimento do tema como ponto de interesse para as políticas de segurança, à queda do número de registros de posse concedidos a civis pelas polícias e ao aumento significativo da apreensão de armas ilegais14. Suscitam também propostas 14. Segundo os dados processados pela Secretaria de Segurança Pública do Estado de São Paulo, no período de 1995 a 2002, observou-se um movimento de queda nas concessões dos registros de porte de arma. Se no primeiro ano da série mencionada foram concedidos 31.781 registros de porte de arma, no ano de 2002 foram efetuados apenas 10.066 registros. 112 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi de enrijecimento dos controles à comercialização e posse, levando à aprovação de nova legislação restritiva já em 1997 e, em dezembro de 2003, do chamado “Estatuto do Desarmamento”, o qual veda o porte de armas de fogo de qualquer tipo por civis em todo o país, aprimora a normatização de toda a cadeia de produção, circulação e uso de tais instrumentos e constitui reconhecidamente a legislação mais restritiva para o tema na América Latina, além de prever a realização em 2005 de um referendo nacional sobre a proibição também da venda. No âmbito da política de drogas, o país tem optado pelo trilha de descriminalização do consumo, deslocando-o para uma abordagem de recuperação e saúde pública (ainda que imperativa, por meio do expediente da justiça terapêutica), e de recrudescimento da repressão à produção e ao tráfico. Tal orientação, a par de implicar em mudanças legislativas recentes, condiciona a crescente mobilização de esforços dos aparatos públicos de segurança em face do problema e sua compreensão como um de natureza estratégica para o país. Movimento emblemático neste sentido foi a criação, em 1995, da Secretaria Nacional Anti-Drogas, localizada no Gabinete de Segurança Institucional da Presidência da República e mantida, portanto, desde então sob coordenação militar. Outros temas, por sua vez, ganham relevo inicialmente por conta sobretudo da iniciativa dos movimentos civis de direitos humanos. É o caso, por exemplo, dos fenômenos da violência intra-familiar, contra a criança e de gênero, da intolerância sexual e das dinâmicas de discriminação racial. Avançando nos esforços de diagnóstico e denúncia dos problemas, estes assumem a liderança da criação de novos serviços de atendimento e atenção às vítimas, redes de proteção e instâncias especializadas de investigação e controle. O exemplo de maior fôlego aqui talvez seja o das “delegacias da mulher”. Por conta da especificidade que caracteriza as dinâmicas violentas relacionadas à mulher e, por conseguinte, às interações domésticas e familiares, e como resultado da luta política do movimento de mulheres no Brasil, foram concebidas e implantadas em todo o país, a partir da metade da década de 80, as chamadas Delegacias Especiais de Atendimento à Mulher. Hoje, segundo levantamento da Senasp, estas delegacias somam um total de 333 unidades policiais, sendo que 62% delas estão localizadas nos estados de São Paulo (38%), Minas Gerais (13%) e Rio Grande do Sul (11%). Apesar disso, quando se amplia o ângulo de observação das políticas preventivas em geral, é necessário reconhecer que o saldo é ainda bastante Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 113 incipiente. A maior parte das iniciativas é protagonizada por organizações da sociedade civil, de maneira exemplar e inspiradora, mas com todas as inevitáveis limitações de escala e alcance. E mesmo naqueles casos em que iniciativas governamentais setoriais acolhem o conceito geral, e não apenas tal movimento, elas raramente contam com volumes de recursos mais do que simbólicos, como falta em regra a organicidade e integração multisetorial necessárias para a obtenção de impactos substantivos. A única iniciativa nos governos estaduais e federal que esboçou se constituir como um programa autônomo para a coordenação de esforços de prevenção da violência foi dada pelo Programa de Integração e Acompanhamento dos Programas Sociais de Prevenção à Violência (Piaps), iniciado em 2001 e que visava promover a integração dos programas federais com potencial de impacto sobre fatores geradores de violência em áreas selecionadas das regiões metropolitanas mais afetadas pelo problema, mas igualmente comprometido pela ausência de orçamento próprio e de mandato articulador efetivo. Mais recentemente, a Prefeitura de São Paulo buscou também concentrar ações sociais diversas nos distritos com maiores taxas de registro de homicídio, ajudando talvez a explicar a tendência decrescente do fenômeno aí registradas neste período, nas áreas geográficas selecionadas15 (figura 16). Justiça e sistema penitenciário Reforma da justiça. É fato que o processo de democratização do país trouxe à cena pública inúmeros desafios associados à consolidação, reestruturação e, mesmo, à modernização das instituições públicas garantidoras do Estado de Direito. Na última década, as inúmeras manifestações públicas e outras iniciativas da sociedade civil voltadas para o combate à corrupção e à impunidade nos três poderes da república e em todas as esferas da máquina do Estado, emprestaram cores mais nítidas à crescente demanda por mudanças substantivas na administração pública que possibilitassem a promoção da ética, da integridade, da transparência, do controle social, de modo a emprestar 15. Sucessivos estudos neste sentido têm sido divulgados pela Secretaria do Desenvolvimento, Trabalho e Solidariedade da Prefeitura do Município de São Paulo e pelo seu titular, o economista Márcio Pochmann. Para uma perspectiva recente sobre a associação e uma apreciação mais detalhada no documento “Programas Sociais da Prefeitura e Redução da Violência”, 2/2004, em <www.trabalhosp.prefeitura.sp.gov.br>. 114 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi mais eficiência, credibilidade e confiança pública nas instituições democráticas. O olhar crítico e renovador das cobranças públicas, estendido a todos os setores mais intimamente associados à sustentação das garantias individuais e coletivas, não fez vista grossa sequer para o Judiciário. Esta demanda por mudanças –contando com a adesão de setores progressistas da própria magistratura, e com o contexto político trazido com o início do Governo Lula e de um novo mandato dos parlamentares– parece ter favorecido a retomada da discussão em torno da necessidade de reforma na administração da justiça que, no Congresso Nacional, vinha se arrastando por vários anos. Em sintonia com os compromissos políticos assumidos do atual governo, o Ministério da Justiça, no ano de 2003, cria em sua estrutura a Secretaria de Reforma do Judiciário que passa a funcionar como um órgão do executivo federal que operaria como um interlocutor junto ao demais poderes, atores políticos e entidades da sociedade civil, com o propósito de coordenar ações, produzir diagnósticos, construir adesões, sensibilizar a opinião pública, etc. em torno da agenda da reforma. É neste contexto que os projetos de reforma do Judiciário saem das gavetas e chegam ao plenário da Câmara Federal para serem submetidos à votação. Um dos pontos que tem gerado polêmica em seu percurso pelo interior do Congresso Nacional é a proposta de controle externo na administração da justiça que, de maneira previsível, tem encontrado fortes resistências vindas de segmentos do Judiciário. Contudo, a despeito das vozes corporativas, pode-se inferir que no imaginário coletivo, a ampliação da credibilidade do sistema de justiça estaria vinculada à institucionalização de instrumentos que possam efetivamente garantir o seu constante monitoramento e avaliação pela sociedade. Sistema penitenciário. Pelo menos desde a década de 80 o sistema prisional no Brasil encontra-se encerrado em uma prolongada e grave crise. Muitos são os fatores que têm contribuído para a atual situação de decadência, descrédito e ineficácia. De modo geral, os sistemas penitenciários têm, ainda, operado com as estruturas físicas e institucionais ultrapassadas que foram construídas à luz do paradigma da “cidade carcerária”. Este paradigma estava assentado numa concepção centralizadora, excludente e discriminatória de administração que defendia que a produção da ordem, da disciplina e da segurança no sistema seria mais eficaz e eficiente concentrando a população prisional em grandes unidades penais e estas também em grandes áreas delimitadas batizadas de “complexos penitenciários”. Os antigos complexos Carandiru (já desativado em São Paulo) e Frei Caneca (Rio de Janeiro), bem como o atual complexo Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 115 Penitenciário de Bangu no Rio de Janeiro, composto de mais de 15 estabelecimentos penais construídos, em sua maioria, nos últimos anos, são verdadeiros monumentos inspirados nesta perspectiva obsoleta e onerosa que, ao longo dos anos, vieram drenando os parcos recursos estaduais disponibilizados para manutenção, custeio e investimento. Sem, com isso, produzir resultados satisfatórios seja em relação à garantia dos direitos assegurados legalmente aos presos, seja no que se refere à segurança e ao controle das unidades. Soma-se a esta herança, ainda sobrevivente, a baixa profissionalização dos operadores do sistema. Apenas recentemente foram criadas as primeiras escolas de formação para os quadros funcionais dos sistemas penitenciários estaduais. Salvo exceções, a qualificação dos servidores, em especial os agentes penitenciários, não ultrapassa o período de três meses, e se restringe a visitas às unidades, às palestras efetuadas por voluntários e à transmissão de vivências e de práticas acumuladas pelos funcionários mais antigos16. Cabe ressaltar que a construção de uma matriz curricular para os servidores do sistema penitenciário, a constituição de quadros docentes e, mesmo, a confecção de planos de cargos e salários têmse constituído em uma das bandeiras daqueles que militam na área. Em verdade, pode-se dizer que as exigências estabelecidas pela Lei de Execução Penal e pelos Regulamentos Penitenciários Estaduais existentes, ainda não foram devidamente traduzidas em instrumentos concretos de gestão e em métodos e procedimentos técnicos de atuação no interior das cadeias. Sendo estes últimos construídos, quase sempre, com base em um saber prático, muitas das vezes, acrítico e ambíguo porque reprodutor de boas e más práticas. Em suma, assiste-se a uma baixa institucionalização das rotinas, o que parece favorecer o enraizamento de práticas violentas e corruptas nos estabelecimentos prisionais. Por outro lado, as respostas políticas ao crescimento da criminalidade violenta e da generalização do sentimento de insegurança, orientadas por uma lógica conservadora que conjuga a maximização do recurso penal com o produtivismo da ação policial repressiva, somadas à precarização dos expedientes de execução da pena privativa de liberdade e aos altos custos do modelo de administração penitenciária, parecem ter contribuído de 16. Os técnicos de nível superior (psicólogos, advogados, médicos, assistentes sociais, etc.) têm, além dos conhecimentos provenientes de sua formação universitária, apenas uma espécie de ambientação ao mundo da cadeia, carecendo, também, de capacitação adequada para o desempenho de suas competências no interior das cadeias. 116 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi forma decisiva para o agravamento das condições de vida nos cárceres, a ampliação do déficit de vagas, a elevação das taxas de encarceramento, etc. Segundo os dados disponibilizados pelo Departamento Penitenciário Nacional (Depen), da Secretaria Nacional de Justiça-MJ, o sistema penitenciário brasileiro é composto de somente dois estabelecimentos prisionais federais e 1.281 unidades estaduais, das quais 57,1% estão nos estados de Goiás (17,6%), Paraná (14,0%), Ceará (12,7%) e São Paulo (12,7%). Têm-se, no ano de 2003, 240.203 pessoas custodiadas em nosso sistema penitenciário, das quais 96% homens e 4% mulheres. Note-se que este montante corresponde a um crescimento de 161% em relação à população carcerária levantada pelo censo penitenciário de 1995. Ressalte-se que mais da metade dos presos do sistema encontra-se cumprindo pena em regime fechado (58,0%), quase um terço está em regime provisório (28%) e apenas 13% está em regime semi-aberto (13%). Merece atenção o fato de que os estados que possuem mais unidades penais não são necessariamente os mesmos que apresentam as maiores populações apenadas. Excluindo São Paulo que também concentra 40,2% dos presos do país (123.932 presos), os estados de Minas Gerais (7,5%), Rio Grande do Sul (7,3%) e Rio de Janeiro (6,0%) apresentam os maiores quantitativos de presos, porém não estão entre as unidades federativas que possuem as maiores quantidades de unidades prisionais. Esta desproporção pode ser compreendida melhor quando se constata que uma parte dos encarcerados está fora dos sistemas penitenciários estaduais. Cerca de 68.101 indivíduos ainda estão cumprindo suas penas ou aguardando sentença nas unidades policiais. Ao incorporá-los ao contingente total de encarcerados obtém-se um total de 308.304 presos no Brasil, dos quais 78% estão nas unidades prisionais e 22% nas carceragens das policiais, perfazendo uma taxa de encarceramento da ordem de 175,6 presos por 100.000 habitantes. Tais cifras sinalizam para o déficit de vagas existentes no sistema que já somam um total de 128.815 vagas ou 41,8% da população encarcerada. Comparando com os dados do censo penitenciário de 1995, vê-se que situação melhorou muito pouco, posto que há nove anos o déficit de vagas era de 53,0%. Somente o estado do Rio Grande do Norte apresenta uma situação superavitária com 22,7% de vagas disponíveis. Os estados mais críticos em termos de déficit de vagas e, por sua vez, com graves problemas de superpopulação nos cárceres existentes são Minas Gerais (76,1%), Maranhão (74,3%), Espírito Santo (71,9%) e Goiás (69,0%). Já São Paulo e Rio Grande do Sul apresentam, por sua vez, os seguintes percentuais de déficit: 42,3% e 30,6% respectivamente (figura 17). Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 117 As breves observações até aqui pontuadas parecem suficientes para situar o quadro dramático da questão penitenciária no Brasil e a importância de mudanças substantivas nas políticas dirigidas aos sistemas prisionais. Desde que o Fundo Penitenciário (Funpen) foi criado em 1994, os seus recursos têm-se caracterizado como uma espécie de tábua de salvação dos sistemas penitenciários estaduais. Mesmo dispondo de recursos ainda bem modestos, o Funpen possibilita alguns investimentos nos estados, cujos recursos, historicamente escassos, são majoritariamente alocados em custeio. Entre 1995 e 2002, o Governo Federal empregou o montante de R$ 792.644.987,16, ou seja, 71% dos recursos existentes no Funpen nestes oito anos. Neste mesmo período, os estados que receberam as maiores parcelas acumuladas foram São Paulo (31,0%), Minas Gerais (8,1%), Rio de Janeiro (6,0%) e Pernambuco (4,1%) que, juntos, somaram 45,1% do total dos recursos aplicados. Por conta, em parte, do caráter descontínuo, fragmentário e desarticulado das políticas públicas para a área, da pressão das necessidades emergenciais dos sistemas penitenciários e dos crescentes incidentes prisionais marcados por violações de direitos, rebeliões, chacinas, etc., os recursos do Funpen têm sido destinados, em sua maioria, para a construção e reforma de unidades que, em 2002 chegou a 85,6% do total de aplicações realizadas. Neste mesmo ano, foram gastos de 8,3% com o reaparelhamento das unidades prisionais; 2,5% com o Infopen (sistema nacional de informações penitenciárias); 0,6% com a profissionalização de detentos; 0,5% com os mutirões de execução penal; 0,4% com a assistência social; 0,3% com a capacitação de agentes penitenciários; e 1,8% com as penas alternativas (figura 18). Diante do exposto, pode-se dizer que a construção dos estabelecimentos penais estaduais, suas reformas e seu aparelhamento correriam por conta, principalmente, do Governo Federal. Uma vez que maior parte do orçamento do Funpen tem sido mobilizada nestas rubricas, sobra muito pouco para projetos voltados para a modernização da administração, para a profissionalização de presos e servidores e, por fim, para as ações voltadas para a implementação de penas alternativas que no biênio 2001-2002 recebeu somente R$ 5.995.190,41. Penas alternativas. Apesar do Conselho Nacional de Política Criminal e Penitenciária, criado em 1980, ter, em diálogocom as gestões do Ministério da Justiça, estabelecido como suas diretrizes os princípios da Constituição brasileira e dos tratados internacionais ratificados pelo Brasil, dentre eles, o fortalecimento da adoção de medidas e penas alternativas ao 118 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi encarceramento para os crimes de menor teor ofensivo, as iniciativas neste campo –as quais certamente poderiam contribuir para a redução da superpopulação carcerária e do déficit de vagas, a humanização do sistema penitenciário, a elevação dos padrões de ressocialização, etc.– são bastante recentes e modestas se comparadas aos desafios existentes. De todo modo cabe destacar os esforços realizados para a implantação de 37 centrais estaduais de apoio às penas e medidas alternativas conveniadas com o Ministério da Justiça em 25 estados, assim como o apoio à constituição de 5 Varas Judiciais Especializadas de Penas Alternativas, ocorrido nos últimos anos17. Mesmo que modestas, estas iniciativas possibilitaram que 32.500 indivíduos ou 10,5% da população encarcerada pudesse se beneficiar da adoção de penas e medidas alternativas. De acordo com as informações obtidas pelas Centrais de Apoio, a maioria dos beneficiários é do sexo masculino (87%), quase a metade deles possui apenas o ensino fundamental (46,8%) e 73% prestam serviços comunitários. O papel das empresas de segurança privada Na esteira da propagada crise do sistema de segurança pública e justiça criminal, explicitada, sobretudo, na segunda metade da década de 80, período este que coincide com o processo de redemocratização do país, começa a se configurar o que se pode chamar de uma espécie de reestruturação e modernização do mercado privado de segurança no Brasil. O movimento ascendente da criminalidade violenta nos centros urbanos, a baixa credibilidade pública das organizações policiais, o sentimento de desconfiança na administração da justiça penal, a sensação de impunidade e, por sua vez, o agravamento da percepção generalizada de insegurança são alguns dos aspectos que parecem ter contribuído para reacender no imaginário coletivo, particularmente entre os segmentos mais favorecidos da sociedade brasileira, a crença de que a saída pragmática e acessível para os graves problemas da insegurança vividos no cotidiano, seria, sempre que possível e na medida das possibilidades individuais, o seu enfrentamento por meios próprios. Estes meios se estenderiam da resolução parti- 17. As Varas Especializadas de Penas Alternativas foram implantadas em Fortaleza (1998), Recife (2001), Porto Alegre (2001), Salvador (2001) e Belém (2002). Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 119 cular e violenta dos conflitos à contratação de serviços privados de proteção e segurança clandestinos ou legalizados. Ainda que a disseminação desta crença, principalmente nos períodos de crise, não seja suficiente para compreender a construção e o fortalecimento do mercado da segurança privada já que, historicamente, as estruturas particulares e comunais de segurança antecederam a construção de um sistema público para o setor, ela cumpriu um tipo de papel simbólico instrumental, capaz de animar a demanda e estimular a oferta neste mercado. Afastando o falso mito de que a ordem natural das coisas conduziria ao infundado fantasma da privatização da segurança pública, observa-se, de fato, uma tendência internacional de crescimento da prestação de serviços privados de segurança que atuariam, em maior ou menor grau, nas interseções e lacunas existentes entre as esferas pública e privada. Com base nas informações publicadas no Diário Oficial da União, algumas delas divulgadas nos relatórios anuais da Federação Nacional de Empresas de Vigilância e Transporte de Valores (Fenavist), pode-se dizer que, no Brasil, também se confirma a tendência ascendente do número de empresas de segurança. Acompanhando a curva de empresas legalizadas por ano, observa-se um salto de 138 empresas em 1987 para 236 em 2002, configurando um total acumulado, nestes 16 anos, de 2.346 instituições cadastradas e autorizadas a operar pela Polícia Federal, responsável pelo cadastramento, avaliação, concessão de autorizações e fiscalização do funcionamento destas empresas. Note-se que para o ano de 2002, chega-se a uma média de 20 empresas legalizadas por mês. Um outro ponto importante a ser destacado refere-se à distribuição das empresas autorizadas segundo o ramo de atividade que atuam. Constatase que, no mesmo período citado, 67,4% delas dedicam-se ao ramo de vigilância, 10,4% atuam nas atividades de escolta armada, 7,7% realizam segurança pessoal, 7,3% desenvolvem atividades de ensino e 7,2% cuidam do transporte de valores. Merece também atenção a distribuição das compras autorizadas de munição e armamento efetuadas por estas empresas. No intervalo temporal de 1987 a 2002, as instituições privadas de segurança adquiriram, por meios legais, o quantitativo de 162.484.135 em munições (cartuchos, projéteis, pólvora, etc.) e 194.211 armas (revólver 38, pistola semi-automática, carabina 38, etc.), sendo a média de aquisição anual desta última algo em torno de 12.138 armas por ano. Os dados disponíveis no relatório anual produzido pela Federacão Nacional das Empresas de Segurança e Transporte de Valores (Fenavist) não incluem uma estimativa do número de profissionais contratados pelas empresas. Todavia, palpites, 120 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi mais ou menos orientados, têm sido realizados por especialistas das polícias. Eles estimam que para cada policial das forças públicas têm-se três vigilantes privados. Uma vez que se leva em conta esta proporção chega-se a um contingente de 1.247.670 trabalhadores em todo o país prestando serviços legalizados e clandestinos de segurança. Os empresários do setor afirmam e os meios de comunicação divulgam que a maior parte das empresas e, por conseguinte, dos profissionais contratados atua sem autorização, realizando uma espécie de concorrência “desleal”, ilegal e perigosa que funcionaria à revelia do poder público. Em verdade, a oportunidade mesma de dimensionar a extensão deste grave problema e dos seus efeitos perversos é limitada pela precariedade das informações existentes. A Polícia Federal sequer dispõe de uma base de dados informatizada, atualizada e relacional dos cadastros das empresas e das autorizações emitidas para os vigilantes, que a permita, efetivamente, exercer suas atribuições de controle e monitoramento. A organização das informações para fins de planejamento e gestão é quase artesanal, o que agrega dificuldades seja para confecção de diagnósticos consistentes, seja para ações fiscalizadoras mais eficazes. A esta limitação, soma-se a ausência de recursos humanos e materiais capazes de cumprir as atividades de regulação e controle das atividades de segurança privada em todo o território nacional. Este cenário é ainda mais crítico quando se sabe que frente a uma infinidade de atribuições e competências, como a repressão aos crimes federais, o crime organizado, o controle de fronteiras, etc. e, contando com um efetivo de apenas 8.163 policiais, cuja razão por habitante é de 1 policial por 23.393 habitantes, a Polícia Federal não tem podido colocar o controle e a fiscalização do setor como uma de suas prioridades. Na prática, tem ocorrido um tipo de transferência parcial, por meio de convênios e acordos informais, desta atribuição para algumas secretarias estaduais de segurança. Todavia, cabe ressaltar que este tipo de saída emergencial, hoje já rotineira e informalmente institucionalizada, não tem apresentado resultados relevantes no que concerne, por exemplo, o controle das atividades clandestinas de policiamento privado. Isto ocorre em parte porque, por um lado, integrantes dos níveis hierárquicos superiores das polícias abrem suas próprias empresas de vigilância e, por vezes, vendem os seus serviços nas mesmas áreas onde atuam como agentes públicos; por outro, parte expressiva dos policiais de ponta buscam o seu segundo emprego nas atividades clandestinas de segurança privada, como forma de complementação aos baixos salários. O famoso “bico” policial tem-se convertido no Brasil em uma Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 121 espécie de política compensatória e tolerante que constrange as autoridades da segurança pública a uma espécie de conivência velada com as práticas descritas. Balanço, êxitos e fracassos Mantendo em vista o plano geral e as várias políticas setoriais até aqui descritos, o quadro a seguir procura sintetizar alguns dos principais avanços e limitações vivenciados nos últimos anos: Plano Nacional Avanços Limitações – Criação em 1997 da Secretaria Nacional de Segurança Pública do Ministério da Justiça. – Lançamento em 2000 do I Plano Nacional de Segurança Pública e criação do Fundo Nacional de Segurança Pública como mecanismos de financiamento da sua execução. – Criação em 1980 do Conselho Nacional de Política Penitenciária e do Fundo Penitenciário Nacional. – Criação em 2000 do Programa de Integração e Acompanhamento de Ações de Prevenção à Violência em Áreas de Risco (Piaps). – Aprovação em 2003 do novo Estatuto do Desarmamento. – Criação em 1997 do Sistema de Informações em Segurança Pública (Infoseg) e em 2003 do Sistema Nacional de Estatísticas Criminais. – Surgimento de uma rede sólida de novas organizações nas universidades e na sociedade civil dedicadas à pesquisa, à formulação de propostas e ao desenvolvimento de projetos na área. – Afirmação crescente na agenda da segurança pública de temas como violência de gênero, contra a criança e o adolescente, intolerância étnico-racial e outros, contribuindo para a introdução de novos enfoques e prioridades no sistema. – Derrota ou paralisia ante a resistência corporativa das organizações policiais de todas as propostas de reforma constitucional do capítulo da Segurança Pública. – Tibieza da União em assumir a liderança de um processo de reforma do sistema de gestão da segurança pública no país e ampliação da integração entre as várias agências que o integram. – Concentração dos investimentos financiados pelo Fundo Nacional de Segurança (Funseg) na aquisição de equipamentos e viaturas, sem condicionamento a ações de natureza estrutural e reformadora. – Ausência de orçamento próprio para o Piaps e marginalização do programa no interior do governo como um todo. – Ausência de mecanismos de participação social na formulação e avaliação das políticas. – Elevação constante dos índices criminais e de violência em praticamente todo o país, minando a credibilidade do sistema e evidenciando a insuficiência das políticas adotadas. Plano Estadual 122 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Plano Estadual Avanços Limitações – Manutenção ou agravamento dos padrões de descrédito e desconfiança da população em relação às instituições policiais. – Permanência quase integral do arcabouço legal e institucional e de práticas e procedimentos tradicionais no âmbito das polícias civis. – Ausência de investimentos no desenvolvimento dos métodos e recursos de investigação criminal e perícia técnica. – Caráter restrito em relação ao efetivo total das polícias, na maioria das vezes demonstrativo, dos programas de policiamento comunitário implementados. – Ausência de políticas e programas específicos, coordenados, estruturados, multisetoriais e com real potencial de impacto, de prevenção criminal e da violência. – Inexistência ou não funcionamento de instâncias de participação social. – Manutenção ou oscilação cíclica dos padrões de letalidade e violência policial e de dinâmicas de corrupção e dificuldades das novas ouvidorias em promover impactos substantivos ante às naturais resistências e à indisponibilidade de poderes investigatórios e de punição (restritos às corregedorias, ainda internas). – Processo gradual de assimilação pelas gerações mais novas dos operadores de polícia do imperativo de observância dos princípios democráticos da transparência, prestação de contas e respeito aos direitos individuais. – Lenta introdução em alguns estados (MG, PA, PE, RS, SP, dentre os principais) de novos instrumentos e práticas orientados ao aprimoramento gerencial: subordinação das polícias civil e militar a uma mesma secretaria de estado, criação de áreas operacionais integradas, melhoria dos sistemas de informação e adoção de recursos de georeferenciamento criminal. – Implantação disseminada nas polícias militares de programas de policiamento comunitário. – Criação a partir da década de 90 de ouvidorias de polícia em 10 estados do país. Plano Municipal Avanços Limitações – Envolvimento crescente dos municípios com o tema a partir de 2001. – Desenvolvimento do processo em muitas cidades importantes por meio da ampliação das guardas municipais como agentes de segurança preventiva e comunitária, da adoção de políticas sociais e urbanas de prevenção, do apoio à inte- – Número ainda restrito de cidades com políticas e estruturas administrativas próprias dedicadas à temática e baixa capacidade técnica acumulada em grande parte daquelas que têm procurado caminhar nesta direção. – Risco natural de mimetização pelas novas guardas municipais em formação Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... gração interinstitucional dos vários órgãos de segurança e da criação de instâncias de participação social, traduzindo um paradigma renovador e obtendo bons resultados nas etapas iniciais de implantação. – Amplo potencial de criatividade e inovação no âmbito local, pela inexistência de corpos funcionais tradicionais e com força de resistência a mudanças, pela concentração nos municípios de competências no âmbito da prevenção social e situacional e pelas suas vantagens comparativas para a promoção da integração multisetorial e da participação social. – Desenvolvimento de um debate de alcance nacional quanto à revisão das atribuições constitucionais das administrações municipais na gestão da segurança pública e ampliação dos recursos do Funseg a elas destinados. 123 ou ampliação e pelos gestores das novas secretarias municipais de segurança urbana de modelos e práticas institucionais superados das polícias estaduais, até pela indisponibilidade de profissionais qualificados para a adoção de alternativas distintas, ou de “incorporação” daquelas pelas polícias militares, por meio da celebração de convênios neste sentido. – Competências constitucionais e legais na área seguem pouco definidas, mantendo os riscos de descontinuidade das iniciativas iniciadas no âmbito municipal e do apoio federal a estas. A discussão política do tema nas forças e partidos de esquerda Na esteira do que ocorreu durante a transição democrática da década de 80, a atitude da esquerda em relação ao tema foi sempre de quase completo distanciamento e desconforto até meados da década de 90 e segue ainda hoje sendo hesitante e baseada em agenda pouco consolidada. Quatro fatores principais ajudam a identificar as raízes deste processo: – A percepção da segurança pública como um tema de interesse essencialmente de elite, baseada na compreensão dos fenômenos delitivos como a agressão desta por parte de grupos marginalizados da sociedade e na priorização tradicional por parte do sistema de justiça criminal no país das dinâmicas com este perfil e das agressões contra o patrimônio. – A crença na hipótese de que sendo então as dinâmicas de violência e criminalidade meros subprodutos dos padrões de desigualdade e exclusão social, a superação destes seria condição necessária e suficiente para a reversão daquelas, de modo que a dedicação de esforços à segurança pública em si seria, a par de uma causa menor, em qualquer caso tempo perdido. – A identificação direta e inequívoca das instituições de segurança e justiça criminal como sujeitos de arbítrio e discriminação e nunca como 124 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi agentes de garantia de direitos e liberdades e promoção do convívio social pacífico, gerada não apenas pelas tradições libertárias de parte importante do pensamento de esquerda como também, na conjuntura dada, pelo histórico de corte autoritário e elitista das mesmas no país e pela memória recente da sua atuação no período militar, levando ao aprofundamento do estigma e constrangimento em lidar com temas a ele associados na nova ordem democrática em construção. – A apropriação plena da agenda no debate político e no imaginário da opinião pública pelo discurso conservador, reforçando e renovando o primeiro fator e assim fechando o ciclo e consolidando a localização do tema no espectro político. Compreensível, portanto, que a pauta da esquerda em relação ao tema não chegasse a existir propriamente, mas fosse na verdade essencialmente uma de democracia e direitos humanos (transparência e controle de abusos) e de inclusão social (redução estrutural das desigualdades como condição para avanços). Este quadro começa, porém, a alterar-se durante a década passada por conta de outros quatro determinantes: – Construção de uma pauta de prioridades alternativa a da vitimização concentrada na elite e nos agentes privados: a gradual qualificação das informações e leituras sobre as dinâmicas criminais e de violência no país permite a afirmação de análises que, de um lado, destacam com clareza a notável concentração da sua incidência sobre as áreas e segmentos sociais mais excluídos (periferias de centros urbanos, juventude pobre, etc.) e sobre grupos vulneráveis tradicionalmente vitimados pela discriminação (crianças, adolescentes e jovens, mulheres, negros e pardos, homossexuais, etc.), e, de outro, chamam a atenção para caráter estigmatizante e de reforço à exclusão social da exposição à violência, fazendo emergir uma nova agenda “progressista e democrática” para a segurança, invertendo as prioridades no sentido da proteção de tais áreas e grupos e do enfrentamento dos crimes que preferencialmente os vitimam. – Lenta, mas consistente, tessitura e difusão de paradigmas alternativos para a segurança baseados na ênfase na proteção universal e pluralista do cidadão, no primado dos direitos à vida, integridade física e liberdade, no enfoque preventivo social e urbano e de mediação de conflitos. Estes permitem a redefinição do setor como um ramo a mais das políticas públicas de promoção e garantia de direitos e liberdades da cidadania e a ampliação dos seus espaços de convergência com a promoção do desenvolvimento econômico, social e urbano em sentido amplo, fazendo com que o Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 125 tema pudesse aos poucos passar a ser compreendido como um aspecto relevante para a vida democrática e seu aprofundamento, vencidos os “traumas do controle” herdados do regime militar. – Pressão intensa da opinião pública, levando à tomada de consciência de que a omissão ou incapacidade de propor e implementar políticas consistentes em face do problema poderia representar um fator determinante para a marginalização na arena político-eleitoral e o crescimento de alternativas conservadoras supostamente mais efetivas em face do problema. – Sucessivos triunfos eleitorais em disputas para postos executivos, sobretudo em âmbito municipal e, agora, também no plano federal, exigindo das autoridades e gestores do espectro político progressista a formulação e implementação de respostas também no campo da segurança pública em particular. Estes movimentos, e particularmente os dois primeiros, por sua vez, alicerçam a construção de um discurso político capaz de se contrapor ao populismo conservador nesta seara com base em dois pilares principais: – No plano da disputa pela eficácia, denúncia das ineficiências e dos altos custos do modelo punitivo tradicional, chamando a atenção para o fato de que é ele o fundamento da atual e inepta política vigente no país (e desfazendo assim o mito de que o problema residiria na tibieza das instituições de ordem pública), destaque sobre a corrupção e a liberdade para o arbítrio como retroalimentadores daquelas, contraposição do discurso do arbítrio e do produtivismo policial com o da eficiência gerencial e proatividade do sistema, formulação em termos concretos do paradigma renovador descrito e fundamentação da sua defesa na referência a casos concretos de sucesso na experiência nacional e internacional. – No âmbito do debate ético, sustentação da superioridade da política democrática, fundada na não-criminalização de questões sociais, no primado na composição e resolução pacífica de conflitos e na ênfase na diversidade, sem no entanto deixar de sublinhar o quanto tal opção é de interesse tanto das classes populares (não exposição ao arbítrio, acesso a serviços confiáveis) como dos setores incluídos da população (redução da sensação de insegurança, recuperação de espaços públicos, estabilidade social) e se coaduna com o compromisso com a ordem pública democrática, dada pela legalidade e pelo direito como linguagens essenciais para a composição das relações e do convívio social. Tudo isso, entretanto, traduz-se até aqui muito mais na desobstrução do debate e desencadeamento de um processo do que na consolidação de um 126 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi contexto refeito. São ainda relativamente poucos os atores nos partidos e forças progressistas dedicados a tal reflexão, assim como escassos são a produção e o acúmulo propriamente de esquerda em relação ao tema. O único esforço formulador de maior vulto foi o “Projeto Segurança Pública” do Instituto Cidadania18, que deu origem ao documento “Segurança Pública para o Brasil”, base para a política na área do novo Governo Federal e para a proposição do Sistema Único de Segurança Pública cuja implantação foi iniciada em 2003. Afora isso, merecem destaque apenas os vários programas locais de segurança urbana e prevenção da violência que vêm sendo executados sobretudo a partir de 2001 por prefeituras administradas pelo Partido dos Trabalhadores, na maioria das vezes, ou por outros partidos do mesmo campo (São Paulo, Guarulhos, Diadema, Resende, Niterói, Porto Alegre, Recife, Olinda, Cabo de Santo Agostinho, Belo Horizonte, Uberlândia, Maceió, dentre outras). Estes constituem, sem dúvida, os exemplos recentes de maior vitalidade em converter na prática os princípios e postulados acima listados, com amplo potencial de aprofundamento e afirmação de modelos institucionais renovadores para a área. No mais, é preciso observar que ainda que sejam diversos os exemplos de experiências tópicas no âmbito da sociedade civil, sobretudo naturalmente no campo das políticas preventivas e setoriais19, o tema é ainda relativamente estranho às forças sociais mais claramente identificadas com a militância de esquerda. Para além das razões de fundo já apresentadas, é preciso notar que a manutenção de tal quadro beneficia-se também do fato de que foram relativamente poucas as experiências de administração estadual pelos partidos de esquerda no período, o que minimiza a experimentação dos desafios da gestão e permite a manutenção de relativo distanciamento em relação à oferta de uma agenda positiva para as polícias civis e militares. De todo modo, o contexto final contribui para que o acúmulo de massa crítica e a afirmação do discurso se dê lentamente, e sobretudo para a ausência de base social sólida para a implantação de programas ambiciosos de reforma no sistema de gestão e nas políticas públicas na área. 18. ONG presidida pelo então candidato Lula e voltada à formulação de políticas públicas setoriais que pudessem referenciar o discurso do PT e demais partidos do campo progressista no país. 19. Ver tópico Estratégias de prevenção e políticas sectoriais acima. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 127 Ao fim e ao cabo, destaca-se, assim, um contexto no qual a superação da inércia defensiva conduz à formulação de propostas e programas já significativamente consistentes e mesmo à afirmação, no nível municipal e de experiências não-governamentais demonstrativas, de boas práticas a emergirem como referência, sem que, no entanto, possa-se divisar a disseminação e a assimilação destas e daqueles no universo das forças sociais que poderiam sustentá-los e no rol das suas prioridades. O grande desafio talvez seja (ou siga sendo), portanto, o de encontrar constituintes para a agenda. Momento dado para seguir sistematizando o conhecimento acumulado nestes últimos anos sob a forma de referenciais concretos e compreensíveis de ação, mas principalmente para ir além da rede informal nas universidades e ONGs que os vem gestando e buscar sustentação para os mesmos em outros segmentos da sociedade civil e em setores mais jovens e organizados dos próprios operadores da segurança pública como condição essencial para a conquista da opinião pública e de avanços de maior vulto e conteúdo democrático e inclusivo na área. Passo no qual um envolvimento renovado dos atores progressistas pode sem dúvida ser decisivo, assim como o foi até aqui e segue sendo em tantos dos demais setores da vida e da gestão pública no país. Bibliografia Cerqueira, Carlos Magno Nazareth: “Remilitarização da segurança pública: a operação Rio” en Discursos Sediciosos.Crime, Direito e Sociedade, Relume & Dumará, Rio de Janeiro, 1996. “Crime Organizado e Política de Segurança Pública no Rio de Janeiro” en Arché Interdisciplinar, Faculdades Integradas Cândido Mendes, Nº 19, Ipanema, 1998. Departamento Penitenciário Nacional: Relatório de Gestão, Exercício de 2002, Brasília, Depen-MJ, 2003. Fenavist: Relatório Anual da Segurança Privada no Brasil, 2002. Frente Nacional de Prefeitos (FNP): A Segurança Pública e os Municípios. Atualização do Debate, Brasília, 2004. Holloway, Thomas H.: Polícia no Rio de Janeiro. Repressão e Resistência em uma Cidade do Século XIX, Fundação Getúlio Vargas, Rio de Janeiro, 1997. Ilanud / Ministério da Justiça: Das Políticas de Segurança Pública às Políticas Públicas de Segurança, 2002. Mingardi, Guaracy: Tiras, Gansos e Trutas. Segurança Pública e Polícia Civil em São Paulo (19831990), Corag, Coleção Estado e Sociedade, Porto Alegre, 2003. Muniz, Jacqueline: Ser Policial é, sobretudo, uma Razão de Ser. Cultura e Cotidiano da Pmerj, Tese de Doutorado, Iuperj, Rio de Janeiro, 1999. Muniz, Jacqueline: “A Crise de identidade das Polícias Militares Brasileiras: Dilemas e Paradoxos da Formação Educacional” en Research And Education In Defense And Studies, Center For Hemispheric Defense Studies, Redes, Washington, 2001. 128 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Muniz, Jacqueline y Domicio Proença Junior: “Police Use of Force. The Rule of Law and Full Accountability” en Comparative Models Of Accountability Seminar, Inacipe, México, 2003. Muniz, Jacqueline, Marcelo Durante, Renato Sérgio de Lima y Betânia Totino Peixoto: Mapa da Criminalidade Violenta no Brasil: Análise das Ocorrências Registradas pelas Polícias Civis (Janeiro de 2001 a Junho de 2002), Brasília, Senasp-MJ, 2004. Projeto Segurança Pública para o Brasil, Instituto da Cidadania, São Paulo, 2002. Ribeiro, Luiz Cesar de Queiroz (org.): Metrópoles. Entre a Coesão e a Fragmentação, a Cooperação e o Conflito, Observatório das Metrópoles / Editora Fundação Perseu Abramo, Rio de Janeiro, 2004. Segurança Cidadã e Polícia na Democracia: Cadernos Adenauer Nº 3 año IV, Fundação Konrad Adenauer Stiftung, Rio de Janeiro, 2003. Soares, Luiz Eduardo: Meu Casaco de General. Quinhentos Dias no Front da Segurança Pública do Rio de Janeiro, Companhia das Letras, São Paulo, 2000. Zaverucha, Jorge, Maria do Rosário y Negreiros Barros (orgs.): Políticas de Segurança Pública: Dimensão da Formação e Impactos Sociais, Fundação Joaquim Nabuco / Editora Massangana, Série Gestão Pública e Cidadania, Recife, 2002. Internet <www.armazemdedados.rio.rj.gov.br/index.htm>. <www.fenavist.com.br>. <www.ibge.gov.br>. <www.mj.gov.br/depen>. <www.mj.gov.br/senasp>. <www.novapolicia.rj.gov.br/index1.htm>. <www.presidencia.gov.br/sedh/>. 129 Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... Figura 1 Evolução dos Homicidios no Brasil (1980-2000) 30 27,8 26,5 24,2 Taxas por 100.000 hab. 25 19,8 14,9 19,8 14,9 15 12,2 11,4 10 20,4 25,2 23,4 18,7 16,4 20 26,0 20,8 21,7 14,6 13,4 16,5 12,2 5 0 1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 Fonte: Sistema de Informações sobre Mortalidade (SIM) / Departamento de Informática do SUS (Datasus). Ver Figura 2 en pp. 130-131. Figura 3 Concentração da Criminalidade nos Municípios com População Acima de 100.000 Habitantes (1º semestre de 2002) Total de Crimes Crimes Roubo de Veículo Outros Roubos Furto de Veículos Outros Furtos Lesões Corporais Homicídios Doloso Total de Crimes Municípios com População Acima de 100.000 hab. Brasil 73.881 263.707 86.976 518.712 221.328 15.233 81.360 291.373 105.154 779.085 425.315 20.667 Fontes: Senasp-MJ / Secretarias Estaduais de Segurança Pública. Concentração da Criminalidade nos Municípios com População Acima de 100.000 hab. (%) 91 91 83 67 52 74 População 41.021 2.655 541 180 398 42 1.187 149 58 9.805 806 – 1.269 230 675 2.506 1.187 600 2.532 22.535 2.647 1.771 Ocorrências de Homicidios Dolosos Unidade Federativa 23,5 19,7 37,8 30,7 13,4 12,1 18,4 28,8 3,1 20,1 13,9 – 16,6 8,1 19,3 31,0 41,1 32,5 19,0 30,3 14,4 55,3 Taxa por 100.000 Habitantes a Brasil Região Norte Porto Velho Rio Branco Manaus Boa Vista Belém Macapá Palmas Região Nordeste São Luís Teresina Fortaleza Natal João Pessoa Recife Maceió Aracaju Salvador Região Sudeste Belo Horizonte Vitória Brasil, Regiões e Unidades da Federação (Capitais) 39.636.621 4.109.330 347.843 267.741 1.488.805 214.541 1.322.682 306.580 161.138 10.496.864 906.567 740.016 2.219.836 734.503 619.051 1.449.136 833.260 473.990 2.520.505 19.121.137 2.284.469 299.358 População 13.690 1.033 180 111 357 35 231 90 29 3.500 137 151 426 91 217 856 582 203 837 8.056 834 164 Ocorrências de Homicidios Dolosos Capital 34,5 25,1 51,7 41,5 24,0 16,3 17,5 29,4 18,0 33,3 15,1 20,4 19,2 12,4 35,1 59,1 69,8 42,8 33,2 42,1 36,5 54,8 Taxa por 100.000 Habitantesa 22,7 30,4 24,3 45,6 50,3 61,9 20,5 59,4 13,4 21,5 15,6 25,5 29,0 25,7 17,7 17,9 28,9 25,7 18,9 25,7 12,5 9,3 33,4 38,9 33,3 61,7 89,7 83,3 19,5 60,4 8,4 35,7 17,0 – 33,6 39,6 32,1 34,2 49,0 33,8 33,1 35,7 31,5 9,3 Concentração de Concentração Ocorrências Populacional Referentes à Homicídio na Capital (%) Coloso na Capital (%) Registros de Homicídios Dolosos por 100.000 Habitantes por Estados e Capitais no Brasil (2002) Brasil 174.632.932 Região Norte 13.504.612 Rondônia 1.431.776 Acre 586.945 Amazonas 2.961.804 Roraima 346.866 Pará 6.453.699 Amapá 516.514 Tocantins 1.207.008 Região Nordeste 48.845.219 Maranhão 5.803.283 Piauíb 2.898.191 Ceará 7.654.540 Rio Grande do Norte 2.852.800 Paraíba 3.494.965 Pernambuco 8.084.722 Alagoas 2.887.526 Sergipe 1.846.042 Bahia 13.323.150 Região Sudeste 74.447.443 Minas Gerais 18.343.518 Espírito Santo 3.201.712 Brasil, Regiões e Unidades da Federação (Total) Figura 2 130 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi 14.724.479 38.177.734 25.734.111 9.797.965 5.527.718 10.408.428 12.101.547 2.140.620 2.604.723 5.210.366 2.145.838 Rio de Janeiro São Paulo Região Sul Paraná Santa Catarina Rio Grande do Sul Região Centro-Oeste Mato Grosso do Sul Mato Grosso Goiás Distrito Federal 6.270 11.847 3.306 1.622 381 1.303 2.720 604 597 1.022 497 Ocorrências de Homicidios Dolosos 42,6 31,0 12,8 16,6 6,9 12,5 22,5 28,2 22,9 19,6 23,2 Taxa por 100.000 Habitantes a População Rio de Janeiro 5.937.251 São Paulo 10.600.059 Região Sul 3.388.656 Curitiba 1.644.599 Florianópolis 360.603 Porto Alegre 1.383.454 Região Centro-Oeste 2.520.634 Campo Grandec 692.546 Cuiabád 500.290 Goiânia 1.129.274 Brasíliae 198.524 Brasil, Regiões e Unidades da Federação (Capitais) 2.427 4.631 810 497 63 250 291 – – 280 11 Ocorrências de Homicidios Dolosos Capital 40,9 43,7 23,9 30,2 17,5 18,1 11,5 – – 24,8 5,5 Taxa por 100.000 Habitantesa 40,3 27,8 13,2 16,8 6,5 13,3 20,8 32,4 19,2 21,7 9,3 38,7 39,1 24,5 30,6 16,5 19,2 10,7 – – 27,4 2,2 Concentração de Concentração Ocorrências Populacional Referentes à Homicídio na Capital (%) Doloso na Capital (%) Fontes: Senasp-MJ / Secretarias Estaduais de Segurança Pública / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública (Coordenação Geral de Análise da Informação) / Polícia Civil / Polícia Militar / IBGE. Elaboração da tabela: 14/1/2004. a) Cálculo feito com base nas estimativas da população de 2001 divulgadas pelo IBGE. b) A Secretaria de Segurança do Piauí está retificando os dados do estado. c) A Secretaria de Segurança do Mato Grosso do Sul, no ano de 2001, não informou os dados isolados da capital, apenas os dados da Região Metropolitana. d) A Secretaria de Segurança do Mato Grosso, no ano de 2001, não informou os dados isolados da capital, apenas os dados da Região Metropolitana. e) Estimativa populacional referente ao ano de 2003 obtida a partir do Anuário Estatístico do Distrito Federal 1995-1996 divulgado pela Companhia do Desenvolvimento do Planalto Central (Codeplan). População Brasil, Regiões e Unidades da Federação (Total) Unidade Federativa Registros de Homicídios Dolosos por 100.000 Habitantes por Estados e Capitais no Brasil (2002) Figura 2 (cont. ) Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 131 132 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Figura 4 Mapa Comparativo das Taxas por 100.000 Habitantes dos Registros de Homicídios Dolosos no Brasil (2001 a jun. 2003) Acima da média nacional e crescendo acima de 60% no período Sergipe Acima da média nacional e crescendo de 1% a 15% no período Acre, Amapá, Pernambuco, Alagoas, Espírito Santo e Rio de Janeiro Acima da média nacional e decrescendo até 20% no período Rondônia, Mato Grosso do Sul, São Paulo e Distrito Federal Abaixo da média nacional e crescendo acima de 80% no período Maranhão e Santa Catarina Abaixo da média nacional e crescendo de 1% a 25% no período Amazonas, Paraíba, Bahia, Minas Gerais, Goiás e Rio Grande do Sul ∆ Abaixo da média nacional e decrescendo acima de 30% no período Roraima, Tocantins e Paraná Abaixo da média nacional e decrescendo de 1% a 20% no período Pará, Ceará e Rio Grande do Norte Sem informação Piauí e Mato Grosso RR AP ∆ AM PA MA PI RO TO AC RN PB PE MT ∆ CE BA SE DF GO MS MG ES SP RJ PR Média Nacional Ponderada: 11,5 ∆ SC RS Fontes: Senasp-MJ / Secretarias Estaduais de Segurança Pública / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública-Coordenação Geral de Pesquisa e Coordenação Geral de Análise da Informação / Polícia Civil / Polícia Militar / IBGE. 133 Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... Figura 5 Tabela das Taxas por 100.000 Habitantes dos Homicídios Dolosos nos Estados (1993 e 2002) Taxas de Homicídios Dolosos no Brasil 1993 UF RJ PE ES RO SP MT AP RR DF AL MS SE AC GO 2002 1993 Crescimento dos Tx. 100.000 hab. Homicídios (%) 41,2 37,6 41,3 42,6 28,4 17,1 20,2 31,8 35,9 24,3 25,1 20,4 25,9 16,6 56,5 54,5 51,2 42,3 38,0 37,0 35,0 34,9 34,7 34,3 32,0 29,7 25,7 24,4 55,2 60,5 48,5 22,7 57,2 169,0 178,5 68,1 23,2 59,8 49,5 75,4 32,5 82,2 UF PR CE PA RS PB AM MG TO BA PI RN SC MA 2002 Tx. 100.000 hab. 14,3 10,8 12,1 12,6 11,2 15,8 7,5 9,6 12,4 4,6 9,9 7,7 7,8 Crescimento dos Homicídios (%) 22,7 18,9 18,3 18,3 17,4 17,3 16,2 14,7 13,0 10,9 10,6 10,2 9,9 79,8 105,3 89,3 63,0 67,5 47,6 148,3 90,3 15,1 160,3 23,4 57,3 45,8 Fontes: Mapa da Violência IV-Unesco / Datasus-Ministério da Saúde. Figura 6 Indicadores Sintéticos de Criminalidade Violenta para o Brasil (2002) Indicadores Crimes letais e intencionais contra a pessoaa Crimes não letais e intencionais contra a pessoab Crimes violentos contra o patrimônioc Delitos de trânsitod Delitos envolvendo drogase Taxas por 100.000 hab. 27,3 324,3 441,8 163,6 47,2 a) Este indicador é composto da soma das seguintes categorias: homicídio doloso, lesão corporal seguida de morte, morte suspeita e latrocínio. b) Este indicador é composto da soma das seguintes categorias: tentativa de homicídio doloso, estupro, atentado violento ao pudor, tortura e lesão corporal dolosa. c) Este indicador é composto da soma das seguintes categorias: roubo, roubo seguido de morte e extorsão mediante seqüestro. d) Este indicador é composto das seguintes categorias: homicídio culposo e lesão culposa no trânsito. e) Este indicador é composto das seguintes categorias: tráfico de drogas e uso e porte de drogas. Fontes: Senasp-MJ / IBGE / Polícias Civis. 134 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Figura 7 Distribuição Percentual dos Registros Policiais segundo Indicadores Sintéticos de Criminalidade Violenta no Brasil (2001 a jun. 2003) Período: Janeiro a Dezembro de 2001 Período: Janeiro a Junho de 2003 0,4% 0,5% 0,1% 16,8% 0,0% 4,8% 2,7% 15,6% 4,9% 32,8% 2,8% 28,9% 47,3% 42,4% Período: Janeiro a Dezembro de 2002 0,5% 0,0% 16,2% Crimes Letais Intencionais 4,7% Delitos Envolvendo Drogas 2,7% 32,1% Crimes Violentos não Letais Contra a Pessoa Crimes Violentos Contra o Patrimônio Delitos no Trânsito 43,7% Resistência Racismo Fontes: Senasp-MJ / Secretarias Estaduais de Segurança Pública / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública-Coordenação Geral de Pesquisa e Coordenação Geral de Análise da Informação / Polícia Civil / Polícia Militar / IBGE. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 135 Figura 8 Mapa Comparativo das Taxas por 100.000 Habitantes dos Registros de Roubos no Brasil (2001 a jun. 2003) Acima da média nacional e crescendo acima de 40% no período Pará e Goiás Acima da média nacional e crescendo de 10% a 40% no período Rio de Janeiro, Rio Grande do Sul e Distrito Federal Acima da média nacional e decrescendo até 10% no período Rondônia e São Paulo Abaixo da média nacional e crescendo acima de 50% no período Amapá, Maranhão, Alagoas, Santa Catarina, Tocantins, Espírito Santo e Minas Gerais Abaixo da média nacional e crescendo de 1% a 50% no período Amazonas, Roraima, Ceará, Paraíba, Sergipe, Bahia e Paraná ∆ Abaixo da média nacional e decrescendo acima de 25% no período Pernambuco e Acre Abaixo da média nacional e decrescendo de 1% a 25% no período Mato Grosso do Sul e Rio Grande do Norte Sem informação Mato Grosso e Piauí RR AP AM PA MA CE PI TO AC ∆ RO MT SE BA DF RN PB PE ∆ MG GO MS ES SP RJ PR Média Nacional Ponderada: 157,4 RS SC Fontes: Senasp-MJ / Secretarias Estaduais de Segurança Pública / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública-Coordenação Geral de Pesquisa e Coordenação Geral de Análise da Informação / Polícia Civil / Polícia Militar / IBGE. População 758.996 42.703 6.742 1.227 4.622 600 26.589 2.055 868 101.235 10.018 – 2.876 7.652 5.616 29.547 861 5.297 39.368 460.991 28.806 8.639 Ocorrências de Roubos Unidade Federativa 434,6 316,2 470,9 209,0 156,1 173,0 412,0 397,9 71,9 207,3 172,6 – 37,6 268,2 160,7 365,5 29,8 286,9 295,5 619,2 157,0 269,8 Taxa por 100.000 Habitantes a Brasil Região Norte Porto Velho Rio Branco Manaus Boa Vista Belém Macapá Palmas Região Nordeste São Luís Teresina Fortaleza Natal João Pessoa Recife Maceió Aracaju Salvador Região Sudeste Belo Horizonte Vitória Brasil, Regiões e Unidades da Federação (Capitais) 39.636.621 4.109.330 347.843 267.741 1.488.805 214.541 1.322.682 306.580 161.138 10.496.864 906.567 740.016 2.219.836 734.503 619.051 1.449.136 833.260 473.990 2.520.505 19.121.137 2.284.469 299.358 População 39.825 29.502 5.160 999 4.606 589 16.208 1.589 351 66.180 6.307 4.523 2.169 5.390 3.583 15.937 485 3.516 24.270 253.020 7.094 2.377 Ocorrências de Roubos Capital 1.004,8 717,9 1.483,4 373,1 309,4 274,5 1.225,4 518,3 217,8 630,5 695,7 611,2 97,7 733,8 578,8 1.099,8 58,2 741,8 962,9 1.323,2 310,5 794,0 Taxa por 100.000 Habitantesa 22,7 30,4 24,3 45,6 50,3 61,9 20,5 59,4 13,4 21,5 15,6 25,5 29,0 25,7 17,7 17,9 28,9 25,7 18,9 25,7 12,5 9,3 Concentração Populacional na Capital (%) Registros de Roubos por Estados e Capitais no Brasil por 100.000 Habitantesa (2002) Brasil 174.632.932 Região Norte 13.504.612 Rondônia 1.431.776 Acre 586.945 Amazonas 2.961.804 Roraima 346.866 Pará 6.453.699 Amapá 516.514 Tocantins 1.207.008 Região Nordeste 48.845.219 Maranhão 5.803.283 Piauíb 2.898.191 Ceará 7.654.540 Rio Grande do Norte 2.852.800 Paraíba 3.494.965 Pernambuco 8.084.722 Alagoas 2.887.526 Sergipe 1.846.042 Bahia 13.323.150 Região Sudeste 74.447.443 Minas Gerais 18.343.518 Espírito Santo 3.201.712 Brasil, Regiões e Unidades da Federação Figura 9 52,5 69,1 76,5 81,4 99,7 98,2 61,0 77,3 40,4 65,4 63,0 – 75,4 70,4 63,8 53,9 56,3 66,4 61,6 54,9 24,6 27,5 Concentração de Ocorrências Referentes a Roubos na Capital (%) 136 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi 14.724.479 38.177.734 25.734.111 9.797.965 5.527.718 10.408.428 12.101.547 2.140.620 2.604.723 5.210.366 2.145.838 Rio de Janeiro São Paulo Região Sul Paraná Santa Catarina Rio Grande do Sul Região Centro-Oeste Mato Grosso do Sul Mato Grosso Goiás Distrito Federal 113.885 309.661 93.364 27.161 7.859 58.344 60.703 4.440 9.585 22.907 23.771 Ocorrências de Roubos 773,4 811,1 362,8 277,2 142,2 560,5 501,6 207,4 368,0 439,6 1.107,8 Taxa por 100.000 Habitantes a População Rio de Janeiro 5.937.251 São Paulo 10.600.059 Região Sul 3.388.656 Curitiba 1.644.599 Florianópolis 360.603 Porto Alegre 1.383.454 Região Centro-Oeste 2.520.634 Campo Grandec 692.546 Cuiabád 500.290 Goiânia 1.129.274 Brasíliae 198.524 Brasil, Regiões e Unidades da Federação (Capitais) 77.898 165.651 33.226 12.257 1.261 19.708 16.322 – – 13.435 2.887 Ocorrências de Roubos Capital 1.312,0 1.562,7 980,5 745,3 349,7 1.424,6 647,5 – – 1.189,7 1.454,2 Taxa por 100.000 Habitantesa 40,3 27,8 13,2 16,8 6,5 13,3 20,8 32,4 19,2 21,7 9,3 Concentração Populacional na Capital (%) 68,4 53,5 35,6 45,1 16,0 33,8 26,9 – – 58,7 12,1 Concentração de Ocorrências Referentes a Roubos na Capital (%) Fontes: Senasp-MJ / Secretarias Estaduais de Segurança Pública / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança PúblicaCoordenação Geral de Pesquisa e Coordenação Geral de Análise da Informação / Polícia Civil / Polícia Militar / IBGE. Elaboração da tabela: 14/1/2004. a) Nesta tabela estão agregados os seguintes delitos: “Outros Roubos”, “Roubo”, “Roubo a Carro Forte”, “Roubo a Estabelecimento Comercial”, “Roubo a Residência”, “Roubo a Táxi”, “Roubo a Transeuntes”, “Roubo de Carga”, “Roubo de Estabelecimento Bancário”, “Roubo de Veículo” e “Roubo em Ônibus (Assalto a Ônibus)”. b) Cálculo feito com base nas estimativas da população de 2002 divulgadas pelo IBGE. c) A Secretaria de Segurança do Piauí está retificando os dados do estado. d) A Secretaria de Segurança do Mato Grosso do Sul, no ano de 2002, não informou os dados isolados da capital, apenas os dados da Região Metropolitana. e) Estimativa populacional referente ao ano de 2003 obtida a partir do Anuário Estatístico do Distrito Federal 1995-1996 divulgado pela Codeplan. População Unidade Federativa Registros de Roubos por Estados e Capitais no Brasil por 100.000 Habitantesa (2002) Brasil, Regiões e Unidades da Federação Figura 9 (cont.) Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 137 138 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Figura 10 Jovens (15 a 24 anos) Vítimas de Homicídios Dolosos, por Estado, por 100.000 habitantes (1993 e 2002) Taxas de Homicídios Dolosos de Jovens 1993 UF RJ ES PE AP SP DF RR AL RO SE AC MT MS PR 2002 1993 Crescimento dos Tx. 100.000 hab. Homicídios (%) 73,2 64,6 60,4 39,0 56,6 67,9 29,6 30,5 46,5 29,6 50,6 20,4 34,0 20,0 118,9 103,7 103,4 81,2 81,0 74,1 68,2 62,2 57,0 53,7 52,3 51,4 48,9 45,5 84,6 98,5 93,7 248,1 72,0 39,6 264,3 135,4 52,6 120,8 44,7 211,1 67,7 148,2 UF RS AM PB CE MG PA BA TO PI RN MA GO SC 2002 Tx. 100.000 hab. 23,6 27,6 17,2 18,1 10,3 17,7 22,8 11,5 6,9 14,0 10,1 21,0 16,8 Fontes: Mapa da Violência IV-Unesco / Datasus-Ministério da Saúde. 35,6 33,1 32,0 31,0 30,7 29,8 23,1 21,5 19,9 16,9 15,0 10,9 10,0 Crescimento dos Homicídios (%) 73,4 69,0 106,3 106,9 247,8 120,4 19,4 143,5 240,5 43,5 92,1 136,2 97,8 139 Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... Figura 11 Registros de Homicídio Doloso por 100.000 Habitantes segundo Gênero (2002) 39,1 Pernambuco 8,71 Mato Grosso do Sul 52,3 7,48 47,3 Acre 5,49 40,8 Mato Grosso 5,45 Distrito Federal 30,4 Ceará 3,34 36,2 Bahia 3,24 21,2 Rio Grande do Sul 2,94 18,8 Tocantins 2,20 16,2 Paraná 2,04 24,4 Amazonas 1,97 38,1 Rondônia 1,72 11,8 Roraima 1,18 13,6 Rio Grande do Norte 0,55 7,9 Piauí Maranhão Homens Mulheres 0,54 2,3 0,17 0,00 10,00 20,00 30,00 40,00 50,00 Fontes: Senasp-MJ / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública-Coordenação Geral de Pesquisa / IBGE. 140 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Figura 12 Registros de Lesão Corporal por 100.000 Habitantes segundo Gênero (2002) 487,5 Acre 879,2 760,2 Distrito Federal 805,9 651,4 680,4 Rio Grande do Sul 369,7 Mato Grosso do Sul 519,3 455,9 Amazonas 512,0 181,4 Mato Grosso 275,2 249,7 273,5 Rondônia 221,3 212,1 Bahia 257,5 Rio Grande do Norte 145,6 Paraná 76,7 Sergipe 76,7 116,5 116,1 92,5 73,4 Tocantins 108,3 Piauí 70,7 71,4 63,0 Pernambuco 57,4 37,8 Roraima Homens Mulheres 28,6 27,1 Ceará 17,5 14,7 Maranhão 0,0 100,0 200,0 300,0 400,0 500,0 600,0 700,0 800,0 900,0 Fontes: Senasp-MJ / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública-Coordenação Geral de Pesquisa / IBGE. População 172.385.776 13.245.016 1.407.878 574.366 2.900.218 337.253 6.341.711 498.735 1.184.855 48.331.118 5.730.432 2.872.983 7.547.684 2.815.203 3.468.534 8.008.255 2.856.563 1.817.318 13.214.146 73.470.738 Brasilb Região Norte Rondônia Acre Amazonas Roraima Pará Amapá Tocantins Região Nordesteb Maranhão Piauí Ceará Rio Grande do Nortea Paraíba Pernambuco Alagoas Sergipe Bahia Região Sudesteb 474.189 39.989 5.029 2.917 6.915 2.588 14.885 3.590 4.065 117.506 8.691 7.396 14.044 8.805 9.422 21.378 8.974 6.351 32.445 216.331 Soma dos Efectivos 363,5 331,2 280,0 196,9 419,4 130,3 426,0 138,9 291,5 411,3 659,4 388,5 537,4 319,7 368,1 374,6 318,3 286,1 407,3 339,6 Habitantes por Policial 174.632.932 13.504.612 1.431.776 586.945 2.961.804 346.866 6.453.699 516.514 1.207.008 48.845.219 5.803.283 2.898.191 7.654.540 2.852.800 3.494.965 8.084.722 2.887.526 1.846.042 13.323.150 74.447.443 População 400.552 41.544 4.987 2.881 8.203 2.554 14.970 3.944 4.005 112.113 8.761 7.031 14.072 – 10.774 21.046 10.132 – 34.087 133.650 Soma dos Efectivos 2002 328,9 325,1 287,1 203,7 361,1 135,8 431,1 131,0 301,4 393,8 662,4 412,2 544,0 – 324,4 384,1 285,0 – 390,9 271,4 Habitantes por Policial Brasilb Região Norte Rondônia Acre Amazonas Roraima Pará Amapá Tocantins Região Nordesteb Maranhão Piauí Ceará Rio G. do Nortea Paraíba Pernambuco Alagoas Sergipe Bahia Região Sudesteb Brasil, Regiões e Unidades da Federação 8.511.227 3.852.968 237.565 152.522 1.570.947 224.118 1.247.703 142.816 277.298 1.550.940 331.918 251.312 145.712 53.077 56.341 98.527 27.819 21.962 564.273 924.574 Área (em Km2) 2001 474.189 39.989 5.029 2.917 6.915 2.588 14.885 3.590 4.065 117.506 8.691 7.396 14.044 8.805 9.422 21.378 8.974 6.351 32.445 216.331 17,9 96,4 47,2 52,3 227,2 86,6 83,8 39,8 68,2 13,2 38,2 34,0 10,4 6,0 6,0 4,6 3,1 3,5 17,4 4,3 Área (em Km2) Valores para Absolutos cada Policial 360.462 41.544 4.987 2.881 8.203 2.554 14.970 3.944 4.005 105.903 8.761 7.031 14.072 – 10.774 21.046 10.132 – 34.087 99.770 Valores Absolutos 2002 22,7 92,7 47,6 52,9 191,5 87,8 83,3 36,2 69,2 13,9 37,9 35,7 10,4 – 5,2 4,7 2,7 – 16,6 6,8 Área (em Km2) para cada Policial Soma dos Efectivos das Polícias Civis Efectivos das Polícias Civis e Militares 2001 Distribuição do Número de Polícias (Total dos Efectivos das Polícias Civis e Militares) segundo Área Territorial (em Km2) Efetivos Agregados das Polícias Civis e Militares dos Estados (2002) Distribuição do Número de Habitantes para cada Policial (Civil o Militar) Brasil, Regiões e Unidades da Federação Figura 13 Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 141 18.127.024 3.155.048 14.558.561 37.630.105 25.453.492 9.694.769 5.448.702 10.310.021 11.885.412 2.111.030 2.560.537 5.116.395 2.097.450 Minas Gerais Espírito Santo Rio de Janeiro São Pauloa Região Sul Paraná Santa Catarina Rio Grande do Sul Região Centro-Oeste Mato Grosso do Sul Mato Grosso Goiás Distrito Federal 45.027 9.398 45.345 116.561 61.403 19.383 13.980 28.040 38.960 6.066 6.599 6.718 19.577 Soma dos Efectivos 402,6 335,7 321,1 322,8 414,5 500,2 389,7 367,7 305,1 348,0 388,0 761,6 107,1 Habitantes por Policial 18.343.518 3.201.712 14.724.479 38.177.734 25.734.111 9.797.965 5.527.718 10.408.428 12.101.547 2.140.620 2.604.723 5.210.366 2.145.838 População 42.039 9.391 48.340 – 61.283 19.403 14.261 27.619 51.962 6.021 7.654 18.445 19.842 Soma dos Efectivos 436,3 340,9 304,6 – 419,9 505,0 387,6 376,9 232,9 355,5 340,3 282,5 108,1 Habitantes por Policial Área (em Km2) Minas Gerais 586.552 Espírito Santo 46.047 Rio de Janeiro 43.797 São Pauloa 248.177 Região Sul 576.301 Paraná 199.282 Santa Catarina 95.285 Rio Grande do Sul 281.734 Região Centro-Oeste 1.606.446 Mato Grosso do Sul 357.140 Mato Grosso 903.386 Goiás 340.118 Distrito Federal 5.802 Brasil, Regiões e Unidades da Federação 2001 45.027 9.398 45.345 116.561 61.403 19.383 13.980 28.040 38.960 6.066 6.599 6.718 19.577 13,0 4,9 1,0 2,1 9,4 10,3 6,8 10,0 41,2 58,9 136,9 50,6 0,3 Área (em Km2) Valores para Absolutos cada Policial 42.039 9.391 48.340 – 61.283 19.403 14.261 27.619 51.962 6.021 7.654 18.445 19.842 Valores Absolutos 2002 14,0 4,9 0,9 – 9,4 10,3 6,7 10,2 30,9 59,3 118,0 18,4 0,3 Área (em Km2) para cada Policial Fontes: Senasp-MJ / Secretarias Estaduais de Segurança Pública / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança PúblicaCoordenação Geral de Pesquisa e Coordenação Geral de Análise da Informação / Polícia Civil/ Polícia Militar / IBGE. Elaboração da tabela: 14/1/2004. a) Os estados do Rio Grande do Norte e de São Paulo não informaram o efetivo das polícias militares em 2002. b) O cálculo do número de habitantes por policial (civil ou militar), no Brasil e nas regiões, não considerou os estados do Rio Grande do Norte e São Paulo, em 2002. População Brasil, Regiões e Unidades da Federação 2002 Soma dos Efectivos das Polícias Civis Efectivos das Polícias Civis e Militares 2001 Distribuição do Número de Polícias (Total dos Efectivos das Polícias Civis e Militares) segundo Área Territorial (em Km2) Efetivos Agregados das Polícias Civis e Militares dos Estados (2002) Distribuição do Número de Habitantes para cada Policial (Civil o Militar) Figura 13 (cont.) 142 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 143 Figura 14 Mapa Comparativo das Razões Habitantes por Policial (Militar e Civil) nos Estados em relação a Média Nacional (2002) Acima da média nacional e crescendo de 1% a 50% no período Pará, Maranhão, Ceará, Piauí, Minas Gerais, Pernambuco, Paraná e Rio Grande do Sul Acima da média nacional e decrescendo a 16% no período Goiás Acima da média nacional e decrescendo de 1% a 15% no período Mato Grosso, Amazonas, Bahia e Santa Catarina Abaixo da média nacional e crescendo de 1% a 50% no período Roraima, Rondônia, Acre, Tocantins, Espírito Santo, Distrito Federal e Mato Grosso do Sul Abaixo da média nacional e decrescendo de 4% a 13% no período Amapá, Paraíba, Alagoas e Rio de Janeiro ∆ Sem informação Rio Grande do Norte, Sergipe e São Paulo RR AP AM PA MA PI CE RN ∆ PB TO AC RO PE ∆ MT SE BA DF MG GO MS ES SP PR Média Nacional Ponderada: 357,3 ∆ RJ SC RS Fontes: Senasp-MJ / Secretarias Estaduais de Segurança Pública / Departamento de Pesquisa, Análise da Informação e Desenvolvimento de Pessoal em Segurança Pública-Coordenação Geral de Pesquisa e Coordenação Geral de Análise da Informação / Polícia Civil / Polícia Militar/ IBGE. 144 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Figura 15 Programas de Redução da Vitimização e de Controle da Violência e Corrupções Policiais (2001)a Programas específicos visando diminuir o número de policiais mortos ou feridos em operações policiais Programas de natureza preventiva visando reduzir o risco de corrupção na Polícia Militar 26% 33% 74% 67% Existência de Ouvidoria 42% 58% Existe Não Existe a) Valores Absolutos obtidos a partir da Pesquisa Perfil das Polícias, realizada no 1º semestre de 2001. Fontes: Senasp-MJ / Coordenação Geral de Análise da Informação /Coordenação de Estatística e Produção de Dados / IBGE. Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... Figura 16 Homicidios por 100.000 habitantes Relação entre Homicídios e Programas Sociais 80 2001 2003 60 40 20 0 Áreas atendidas desde 2001 Áreas atendidas desde 2002 Áreas sem atendimento 145 146 Jacqueline Muniz / José Marcelo Zacchi Figura 17 Distribuição do Déficit de Vagas no Sistema Penitenciário no Brasil por Estados (2003) Deficit de Vagas Estados Sist. Pen. Polícia Total % Presos na Policía São Paulo Minas Gerais Rio Grande do Sul Rio de Janeiro Paraná Pernambuco Ceará Mato Grosso Goiás Santa Catarina Distrito Federal Espírito Santo Mato Grosso do Sul Pará Paraíba Bahia Maranhão Rondônia Sergipe Amazonas Piauí Acre Alagoas Rio Grande do Norte Tocantins Amapá Roraima Totais 99.026 5.438 18.421 18.562 7.489 12.488 11.317 6.802 3.334 6.693 6.897 4.128 4.915 4.522 5.414 5.317 2.116 3.372 2.794 2.024 1.336 1.932 1.487 1.761 1.114 931 573 240.203 24.906 17.718 4.136 – 6.200 – 622 872 4.242 446 50 2.225 1.423 1.139 – – 2.451 366 – 98 628 15 334 35 195 – – 68.101 123.932 23.156 22.557 18.562 13.689 12.488 11.939 7.674 7.576 7.139 6.947 6.353 6.338 5.661 5.414 5.317 4.567 3.738 2.794 2.122 1.964 1.947 1.821 1.796 1.309 931 573 308.304 20,1 76,5 18,3 – 45,3 – 5,2 11,4 56,0 6,2 0,7 35,0 22,5 20,1 – – 53,7 9,8 – 4,6 32,0 0,8 18,3 1,9 14,9 – – 22,1 Fonte: Depen-SNJ-MJ. Vagas Existentes Ab. 71.515 5.544 15.665 17.721 7.075 8.600 5.903 5.430 2.351 6.013 4.191 1.783 2.376 3.446 3.005 4.364 1.176 1.517 1.219 1.841 1.705 1.113 1.427 2.203 1.166 716 424 179.489 52.417 17.612 6.892 841 6.614 3.888 6.036 2.244 5.225 1.126 2.756 4.570 3.962 2.215 2.409 953 3.391 2.221 1.575 281 259 834 394 -407 143 215 149 128.815 % 42,3 76,1 30,6 4,5 48,3 31,1 50,6 29,2 69,0 15,8 39,7 71,9 62,5 39,1 44,5 17,9 74,3 59,4 56,4 13,2 13,2 42,8 21,6 -22,7 10,9 23,1 26,0 41,8 Avanços, Frustrações e Desafios para uma Política Progressista, Democrática e Efetiva de... 147 Figura 18 Distribuição dos Recursos Aplicados do Funpen por Tipo de Aplicação (2001-2002) (2001) Rubrica (2002) Valor % Construção e reforma 241.818.186,87 95,5% Mutirão Exec. Penal 1.822.667,86 0,7% Assistência Social 1.735.737,00 0,7% Profissionalização de detentos 2.239.540,35 0,9% Capacitação de agentes 2.300.401,05 0,9% Reaparelhamento 208.535,00 0,1% Infopen 251.000,00 0,1% Penas Alternativas 2.923.517,85 1,2% Total 253.299.585,98 100,0% Fonte: Depen-SNJ-MJ Rubrica Valor % Construção e reforma 148.031.111,40 85,6% Mutirão Exec. Penal 860.046,54 0,5% Assistência Social 763.121,13 0,4% Profissionalização de detentos 999.381,35 0,6% Capacitação de agentes 501.705,09 0,3% Reaparelhamento 14.413.440,12 8,3% Infopen 4.255.004,90 2,5% Penas Alternativas 3.071.672,56 1,8% Total 172.895.483,09 100,0% Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile Santiago Escobar / María Inés Ruz Introducción La Seguridad Ciudadana es una demanda política ascendente en la escala de intereses de la sociedad chilena. Desde la recuperación democrática, en 1990, el Gobierno ha venido trabajando –en aspectos parciales y con diferente intensidad– en el asentamiento de las bases de una Política Nacional de Seguridad Pública en el marco de lo que se puede denominar una “estrategia gradual e incremental”. Recientemente se ha promulgado un Plan Nacional de Seguridad Pública, cuya formulación es bastante más integral que la de todos los anteriores. Este Plan articula distintas acciones del Estado y tiene como objetivo gubernamental consolidar la seguridad como un bien público en torno del cual es posible construir un amplio consenso social y político. La no del todo superada desconfianza ciudadana en torno de la doctrina de la Seguridad Nacional –implementada hasta el término de la dictadura militar, en 1990– ha generado recelo en algunos sectores, principalmente vinculados con la defensa de los derechos humanos. A juicio de los mencionados sectores, el Estado se preocupa en exceso por el tema de la inseguridad sin que haya paralelamente mayor inquietud por los problemas estructurales que la originan. Esa desconfianza se deriva de los hechos de violencia estatal y violaciones de los derechos humanos de que fue objeto el país en el pasado reciente y se expresa en una oposición al fortalecimiento de aquellos mecanismos que, en el seno de las fuerzas del orden y de la seguridad, implican un reforzamiento técnico sin necesidad de que intervenga un claro cambio doctrinario. Esa postura –aunada al hecho real de que el mundo del progresismo conserva un déficit objetivo de pensamiento democrático en torno de las políticas públicas de seguridad y de los compromisos que un Estado democrático debe asumir frente a su ciudadanía– ha desembocado en una excesiva “policialización” de la seguridad. Esta policialización ha sido en parte producto de la inercia, del hecho de que la seguridad se delega casi por omisión y de los diseños institucionales y operativos de la seguridad en la 150 Santiago Escobar / María Inés Ruz propia policía, la cual tiene una gran independencia corporativa en la doble dependencia ministerial y en otra serie de normas de su estatuto orgánico. Una situación del todo inusual en una democracia en forma se produjo hace algunos años. Un conflicto de autoridad entre el presidente de la República, Eduardo Frei, y el director general de Carabineros, Rodolfo Stange, provocó que este último se amparara en la inamovilidad que le garantiza la Constitución y se negara a renunciar a pesar de haber perdido la confianza del presidente. El presidente no tuvo ningún instrumento legal para hacer valer su autoridad y, como salida al problema, se le concedió a Stange un “permiso administrativo con el encargo de estudiar (sic) una reforma institucional”. En el impase cayó el ministro del Interior, pero, dos meses después, el jefe policial volvió a asumir su cargo. En este escenario, una de las consecuencias más inmediatas es que, a la hora de adoptar decisiones, aquellos componentes discursivos y doctrinarios como la participación ciudadana, el capital social, la prevención y el manejo integrado de la variable socio-espacial de la seguridad son generalmente arrastrados por una visión que, en su centro, tiene a la fuerza policial como el elemento más importante. Desde una perspectiva comprometida con la equidad social, la inseguridad ciudadana y el temor se presentan como los principales límites de la libertad, cuyo ejercicio no es solo la ausencia de amenaza física delictual sino el efectivo goce pacífico y con justicia de los bienes públicos. El fenómeno de la delincuencia generalmente se distribuye de una manera desigual y crea en determinados ámbitos una atmósfera permanente intensificada que afecta con mayor fuerza a los más pobres, porque están social y económicamente imposibilitados de suplir las deficiencias del sistema público con medios propios. Cuando se habla de una ciudad segmentada, generalmente se habla también de una distribución desigual de la atmósfera de inseguridad. Los delitos que son hechos graves pero puntuales en determinados barrios, conforman, en barrios más pobres, un estado permanente de amenaza y producen una atmósfera de inseguridad. En consonancia con lo anterior, el mundo progresista debe asumir que un rol activo en la Seguridad Ciudadana implica un modelo de acción de dos carriles: un manejo apropiado de la dimensión policial y de justicia (que, sin caer en el facilismo de la “mano dura”, genere eficiencia en el control y la represión de la delincuencia) y un manejo adecuado de las políticas estructurales (especialmente del diseño de barrios, del ocio y de la recreación, que planteen la prevención en una visión de largo plazo). Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 151 La seguridad como política de Estado Se ha debatido que lo anteriormente expuesto solo es posible a través de una política de Estado. Pero habida cuenta de las limitaciones institucionales que tiene el Gobierno en una cantidad muy grande de materias para adoptar decisiones –sobre todo si ellas implican el dictado de leyes–, resulta evidente que esta discusión podría parecer estéril. Con la sola voluntad administrativa del Gobierno se puede hacer muchas cosas, pero no una reforma policial y un desarrollo de una política integral. Es indispensable entonces el consenso de las fuerzas políticas para implementar una política amplia, más aún si se tiene en cuenta que el régimen constitucional de las fuerzas policiales –especialmente de Carabineros– representa un blindaje corporativo ante la acción del poder civil. La formulación de una doctrina moderna acerca del uso de la fuerza –base sobre la cual debe implementarse el diseño institucional del componente policial– es sin duda central para el diseño y ejecución de esta política. ¿Qué tipo de policía y con cuáles componentes profesionales para enfrentar qué realidad de orden público y generar qué tipo de seguridad? Ésta es siempre la pregunta fundamental. Su respuesta no es técnica sino política y, para ser sustentable en el tiempo, no puede ser respondida a retazos y según el color doctrinario del gobierno. Esa respuesta se vincula más con los valores de orientación permanentes del sistema democrático, y de allí deben derivarse los énfasis gubernamentales. Seguridad con desarrollo humano Una concepción progresista debe adoptar una visión integral del desarrollo humano, de respeto a los derechos fundamentales y de eficiencia y coherencia en el uso de los recursos. Esta visión debe ser culturalmente adecuada al territorio y a las personas que lo habitan, centrada en la coordinación de los esfuerzos públicos y capaz de aprovechar realmente el capital social para transformarlo en efectiva participación ciudadana con miras a la protección de las víctimas. El Plan de Seguridad Ciudadana (<www.seguridadciudadana.cl>), que acaba de entregar el Ministerio del Interior de Chile, contiene, efectivamente, si no todos, al menos la mayoría de los elementos anteriormente señalados. Lo más novedoso de este Plan es que recoge la experiencia obtenida a través del Programa Comuna Segura y Barrio Vulnerable, que, junto con el 152 Santiago Escobar / María Inés Ruz Plan Cuadrante –diseño operativo aplicado por la policía de Carabineros– constituye un viraje respecto de las tradicionales formas en que se planificaba la seguridad en los barrios. Por otro lado, aunque no existe una evaluación pormenorizada del impacto de los diferentes programas de prevención en la reducción de las cifras de la delincuencia, todo parece indicar que ellos son altamente productivos y que es recomendable que los recursos se orienten de manera más decidida a la prevención situacional y a incrementar la profesionalización de los recursos humanos, tanto en el nivel policial como en el ámbito más amplio de la acción social. Incluso más: se debería insistir en la creación de cuentas presupuestarias separadas, unas para los programas de prevención y para la preservación de los derechos humanos de las víctimas y otras destinadas a amparar los derechos de quienes delinquen. Esto a objeto de dimensionar la eficiencia del gasto en uno y otro aspecto, lo que siempre resulta clave para sostener políticas innovadoras en el ámbito público. El carácter intersectorial, la descentralización y la territorialidad que caracterizan a las políticas de seguridad requieren de una estructura política a la cual remitirse. Esta estructura política no debe ser el Estado como ente global sino que debe tener un ámbito territorial menor. Éste es el papel del Municipio, gobierno territorial específico en condiciones de asumir un rol articulador respecto de la autoridad central y de sus diversas reparticiones como de la red social de su territorio sin perjuicio de que los asuntos de la policía y de toda las competencias relativas a ella trasciendan el nivel municipal para transformarse en resorte y problema del Estado central. El papel de la violencia La percepción de temor e inseguridad que expresa la población se debe a múltiples factores, pero dos elementos dinamizadores centrales de ese temor son la incertidumbre y la percepción de riesgo y amenaza permanente, característicos del mundo actual. Si a ello se agrega una situación objetiva de desprotección social e incertidumbre económica, el temor se transforma en el vector permanente mediante el cual los ciudadanos auscultan su realidad cotidiana. Ello se ve agravado porque, en general, en toda América Latina, la violencia constituye un fuerte componente cultural. Esta violencia puede manifestarse de diferentes maneras: en algunas partes puede tratarse de Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 153 violencia política estructural mientras que en otras de violencia doméstica –que somete a los individuos a muy temprana edad– y hasta de socialización autoritaria, como ocurre en Chile. Es evidente, entonces, que la educación para el diálogo, la tolerancia y la paz son elementos esenciales de una política de prevención y que el instrumento básico es la mediación como capacidad de desactivar conflictos y de generar entornos sanos, con sistemas de autocontrol social. Chile ha visto aumentar de manera alarmante la violencia en el interior de los colegios, lo que estaría reflejando una deficiencia estructural en los sistemas de socialización temprana de los ciudadanos. Resulta casi obvio que una política integral de Seguridad Ciudadana requiere respaldo comunicacional. No solo para inducir a la población a la resolución pacífica de conflictos, a la prevención situacional del delito o a la difusión de las buenas prácticas en materia de prevención y control sino, fundamentalmente, para establecer un flujo de información que potencie la reflexión y el autocontrol. La información, como bien público, es un contenido esencial del uso de la libertad, y ella se manifiesta no solo en el equilibrio informativo de carácter periodístico sino en la instalación de dispositivos abiertos de educación ciudadana y consulta y en actos de responsabilidad y transparencia por parte de las autoridades. Este aspecto acusa un enorme déficit en Chile, aunque se debe valorar el esfuerzo que organismos como el Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes (Conace) y la División de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior han hecho en los últimos años. No se trata en absoluto de un tema menor, puesto que la calidad y el respaldo de la información deben ser los más ciertos posibles a fin de evitar la manipulación informativa o la falta de confianza. Conocimiento del delito y su entorno En esta línea resulta esencial el estudio tanto de las causas de la delincuencia como de sus características e impacto en la comunidad. El tipo de delito, su frecuencia y territorialidad, el perfil socioeconómico, la edad, el género y los factores de riesgo de la víctima así como de quienes delinquen, permiten controlar y reforzar aquellas políticas específicas de prevención y control. En los últimos años, entre los esfuerzos hechos por la División de Seguridad Ciudadana, destaca el sistema georreferenciado, que permite localizar territorialmente la frecuencia y el tipo de delito. Particularmente importante en este ámbito resulta contar con información pertinente sobre la dimensión de género en materia de seguridad. La 154 Santiago Escobar / María Inés Ruz violencia intrafamiliar y el abuso sexual contra la mujer generalmente forman parte de los estudios de victimización, pero existe poca información cualitativa acerca de la participación creciente de la mujer en hechos delictivos, principalmente vinculados con el microtráfico de drogas. Este fenómeno, relacionado con la economía de subsistencia y que tiene alta tolerancia social en los barrios, involucra preferentemente mujeres jefe de hogar. Si se considera que el rol de la mujer es muy importante en la red social comunitaria de Chile, uno de los nudos al respecto es el problema del microtráfico de drogas en los barrios. La incidencia del diseño urbano y de la estratificación social de la ciudad en la frecuencia y tipos de delito es otra de las temáticas que requieren investigación, estudio y reglamentación con el propósito de orientar políticas públicas, que deben incorporar estos elementos como componentes permanentes. Finalmente, es necesario recalcar que, pese a la importancia mediática y política que el tema de la inseguridad ha tenido en los últimos 10 años, la sociedad chilena se presenta como un medio relativamente seguro en comparación con el resto de la región. Sin embargo, preocupa una creciente segmentación barrial en las grandes concentraciones urbanas, que, por efecto de su crecimiento desordenado, aparecen más como confederaciones de barrios agrupados en comunas que como ciudades integradas. Dentro de este fenómeno, la reaparición de barrios “prohibidos” a la acción de la autoridad y la policía ha llevado a la criminalización de enormes espacios territoriales en las ciudades. Rasgos centrales de la seguridad en Chile El tema de la Seguridad Ciudadana en Chile se presenta con rasgos bastantes particulares en comparación con el resto del Cono Sur. El país presenta bajas cifras de criminalidad y delincuencia, especialmente en referencia a la tasa total de delitos registrados o a la tasa nacional de homicidios. Paradójicamente, es uno de los mejores ejemplos de la disparidad o asimetría que presenta la dimensión objetiva del tema en relación con cómo la ciudadanía percibe el problema. En efecto, la percepción que tienen los ciudadanos es que el problema de inseguridad es mayor que el que puede inferirse del registro de los delitos efectivamente cometidos en la sociedad. Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 155 Entre las particularidades del país destaca, además, la alta valoración que tiene la ciudadanía acerca del funcionamiento de la Policía de Carabineros, lo que marca una diferencia con lo que ocurre en la mayoría de los países de la región. Esa valoración, que constituye un elemento de legitimidad muy fuerte, no inhibe el hecho de que la policía reciba críticas de la ciudadanía acerca de su desempeño, particularmente en lo relativo al innecesario sesgo autoritario de muchos de sus procedimientos menores. Sin embargo, existe, en general, una alta valoración de la policía, siendo el aspecto más destacado el referido al bajo nivel de corrupción existente en sus filas. Los obstáculos institucionales En razón de las particularidades inherentes a la transición chilena –influida por un complejo sistema de equilibrios políticos entre oposición y gobierno, inducido a su vez por una institucionalidad llena de mecanismos excepcionales–, los procesos de negociación se exacerbaron. Ello influyó en el tipo de conducción adoptado por las autoridades democráticas en Seguridad Ciudadana y en orden público interno y paralizó los tibios intentos de generar transformaciones institucionales significativas. En la actualidad, éstas han venido más bien impulsadas desde el ámbito de la reforma del procedimiento penal, cuya implementación ha puesto en evidencia enormes falencias investigativas y de procedimiento en la Policía de Carabineros. Esta especie de rigidez institucional determinó, además, un tipo de relación entre el poder civil y el mando policial de Carabineros, alejado durante mucho tiempo de cánones claros de respeto y obediencia y en el que la firmeza y la prudencia del poder civil evitaron conflictos mayores. Durante el gobierno del presidente Patricio Aylwin (1990-1993), una de las tareas más importantes consistió en viabilizar el regreso de las Fuerzas Armadas a los cuarteles y su reinserción en el nuevo orden democrático como instituciones obedientes y no deliberantes, dedicadas explícitamente a la seguridad exterior y dimensionadas según una escala necesaria para un país sin eventuales conflictos en sus relaciones exteriores. Esa voluntad, que consumió todos los esfuerzos de la agenda de normalización institucional del sector defensa durante 15 años, paralizó las reformas institucionales, no solo en relación con la policía –lo que resulta natural, pues se la omitía de todo esfuerzo– sino también, a la postre, en relación con el propio sector de la Defensa Nacional. 156 Santiago Escobar / María Inés Ruz Con todo, la normalización democrática del país fue determinante para que, en lo esencial, las instituciones armadas y las de orden y seguridad retomaran sus roles tradicionales. Durante el periodo dictatorial, algunas de ellas permanecieron en un ámbito difuso de responsabilidades, particularmente aquéllas relacionadas con la inteligencia interior, que fueron asumidas por el Consejo de Seguridad Pública, luego transformado en Dirección de Seguridad Pública e Información (Dispi) del Ministerio del Interior y que acaba de pasar a ser la base de la recién creada Agencia Nacional de Inteligencia (ANI). La primera etapa, además, estuvo marcada por la preocupación vinculada al surgimiento de episodios terroristas, que felizmente no fructificaron. En el proceso de reasunción de roles, los asuntos operativos más cotidianos y todo lo relativo a la coordinación o despliegue del terreno de la policía pasaron del Ministerio de Defensa al Ministerio del Interior, aunque en lo institucional formal –lo que incluye los temas presupuestarios y de dependencia– las policías civil y uniformada siguen supeditadas al Ministerio de Defensa. Ese traspaso, aunque ambiguo, suponía no solo la posibilidad de un cambio de doctrina en materia de uso de la fuerza –con fuertes impactos en la seguridad interior y los derechos humanos– sino, también, la apertura de una reforma institucional y doctrinaria de las policías. Sin embargo, pese a la claridad de ese objetivo y a la importancia política del tema, la conducción adquirió desde el principio una orientación inercial y conservadora, a excepción de aquellos aspectos más sensibles relativos a los derechos humanos. La reorientación actual, que deriva del nuevo Plan Nacional que se acaba de aprobar, es demasiado reciente para ser evaluada, sobre todo en aquellos componentes más novedosos o heterodoxos. En todo caso, las políticas siguen teniendo una fuerte inclinación a reforzar el rol policial, sin que se haya hecho una reforma profunda de la malla curricular de su formación profesional, y sigue habiendo una fuerte tendencia a endurecer las penas frente al delito y disminuir la edad de imputabilidad penal. Las acciones desplegadas por los gobiernos democráticos Como consecuencia de la mayor visibilidad de los problemas de Seguridad Ciudadana y de su importancia política, a mediados de los años 90 el tema de la delincuencia emergió como una preocupación que ameritaba una acción simultánea del Estado tanto en materia de prevención, control Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 157 y represión de los delitos como en materia de reforma de las penas aplicadas a los delitos de mayor ocurrencia. El eje de la acción antidelictual, que hasta ese momento estaba centrado casi exclusivamente en la acción policial, empezó a ser complementado con estrategias de prevención que proponían incorporar la participación de la comunidad organizada a fin de construir Seguridad Ciudadana y, al mismo tiempo, acelerar las acciones tendientes a concretar la reforma procesal penal. Parte importante de estos aspectos estuvieron esbozados en el primer Plan Nacional de Seguridad Ciudadana, elaborado, en 1994, al amparo del Consejo Coordinador de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior. Ese plan centraba sus esfuerzos en mejorar el desempeño policial y la coordinación interinstitucional para generar un mejor posicionamiento del Gobierno en la materia. La existencia de un clima político enrarecido en relación con las Fuerzas Armadas –sobre todo respecto del Ejército, dirigido entonces por Augusto Pinochet– contribuyó con la inviabilidad de gran parte del programa (inviabilidad con la que en realidad contribuyó más la falta de convicción y de voluntad política para introducir cambios). De esta misma época datan los planes Seguridad Vecinal (1993) y Comités de Protección Ciudadana (1995) (propuestas dirigidas a consolidar redes locales por medio del financiamiento de proyectos de prevención del delito) y el Programa Puertas Abiertas (cuyo objetivo era mantener a las comunidades informadas acerca de la labor que realizan los Carabineros de Chile en sus comisarías o retenes). Esta última propuesta implicaba nombrar un carabinero delegado para propiciar la comunicación entre la institución policial y las comunidades. La administración de los números telefónicos de emergencia pertenece a este programa. También se formuló el Programa de Seguridad Compartida para sensibilizar a la población respecto de la importancia de colaborar con los Carabineros. El refuerzo institucional y la profesionalización de la Policía de Investigaciones de Chile y el incremento logístico y presupuestario de Carabineros de Chile constituyeron hitos de la década de los 90. El presupuesto de esta última institución creció en una proporción de 100%, lo que permitió aumentar las plazas efectivas y mejorar las remuneraciones y las condiciones de operación del cuerpo policial. El gasto total de ambas policías constituye 0,7% del PIB nacional. La Reforma Procesal Penal, que se empezó a implementar a fines de la década pasada –luego de ser aprobada con un amplio consenso político–, tiene un costo directo calculado entre 500 y 600 millones de dólares y, de acuerdo con 158 Santiago Escobar / María Inés Ruz las proyecciones realizadas por el Ministerio de Justicia, cuando la Reforma se encuentre en régimen definitivo, los recursos asignados al sector justicia se incrementarán desde el 0,8% (actual) hasta el 1,3% del PIB. En el aspecto penitenciario, se duplicaron los metros cuadrados de prisiones construidas a lo largo de toda la historia del país. A pesar de esto, Chile presenta una de las tasas más altas de población penal de América Latina y del mundo. Tiene una tasa de 2,5 detenidos por cada 1.000 habitantes y un número de reclusos que creció desde 22.000 en 1990 a 38.000 a fines de 2003 para una población total de 15 millones de habitantes. Ello genera un hacinamiento carcelario de casi 40%, pese a la inversión hecha. La producción estadística en materia de Seguridad Ciudadana es relativamente débil. Apenas fue en 1997 cuando se comenzaron a ofrecer estadísticas oficiales periódicas y públicas sobre denuncias y detenciones por delitos de mayor connotación social y se establecieron también mecanismos de coordinación en materia de registros entre las policías y el Ministerio del Interior. Por otra parte, el esfuerzo de institucionalización estatal en políticas de prevención dio sus primeros frutos con la creación de la División de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior. A inicios del año 2000 se comenzó la implementación del Programa Comuna Segura Compromiso 100 –que durante 2004 abarcó 56 comunas de todo el país– y el Programa Barrio Vulnerable. El Programa Comuna Segura Compromiso 100 contempla la creación de Consejos Comunales de Seguridad Ciudadana y se está ejecutando en varias comunas. El secretario técnico de estos organismos articula los nexos entre la localidad y el Ministerio pero trabaja vinculado a la Municipalidad. Por su parte el Programa Barrio Vulnerable promueve iniciativas que mejoren el nivel de vida de los habitantes de la localidad, lo que implica coordinar una serie de programas públicos en iniciativas que combatan en forma indirecta la delincuencia. Este programa contempla la capacitación a microempresarios, jefes de hogar y dirigentes poblacionales y planes de prevención del consumo de drogas y organización de actividades deportivas y culturales. Contempla también la inversión en iluminación de calles. El marco legal Una de las primeras constataciones es la existencia de un marco regulatorio producido por agregación y sin gran coherencia institucional y Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 159 política en su interior. El conjunto de normas existentes ha sido elaborado tratando mayormente de responder a las demandas sociales o cambios que el sistema judicial o político viene imponiendo. En la Constitución no existe un articulado que de manera expresa deje constancia de que la Seguridad Ciudadana es un derecho civil o humano de los ciudadanos. Las referencias están en las disposiciones relativas a la libertad de las personas y a la seguridad individual. El Artículo 19 dispone que todas las personas tienen: • Derecho a la vida y a la integridad física y psíquica. • Igual protección en el ejercicio de los derechos, y derecho a la defensa jurídica según lo establezca la ley. • Y derecho a la libertad personal y seguridad individual, consagrando que nadie podrá ser privado de su libertad sino en atención a las disposiciones y procedimientos que establezca la ley. El marco constitucional establece al presidente de la República como la cabeza del sistema, al determinar que su autoridad se extiende a todo lo relacionado con el mantenimiento del orden público en el interior y con la seguridad externa del país. Antes del golpe de Estado de 1973, esa función era delegada en el Ministerio del Interior, que coordinaba todos los cuerpos policiales. A partir de 1974, por medio del Decreto Ley Nº 444 del 4 de mayo, la Policía de Carabineros de Chile pasa a depender del Ministerio de la Defensa junto con la Policía de Investigaciones (Decreto 646 del 17 de septiembre del mismo año). Aunque desde el punto de vista operacional es el Ministerio del Interior el que coordina las acciones en materia de seguridad, la dependencia administrativa de los cuerpos policiales sigue en el Ministerio de Defensa. Aunque constitucionalmente es muy claro que las labores de seguridad radican en la administración central, lo relacionado con la función de “desarrollo comunitario” ha permitido que las municipalidades pongan en práctica ciertas funciones respecto de la seguridad y que las comunidades participen más activamente. Así, por medio de la Ley Nº 19.602 del 25 de marzo de 1999, se modificó la Ley Orgánica Constitucional de Municipalidades, estableciendo que éstas podrán desarrollar funciones relacionadas con el apoyo y fomento de medidas de prevención en materia de Seguridad Ciudadana y colaborar con su implementación, sin perjuicio de lo dispuesto en el Artículo 90 de la Constitución. Con todo, una ley específica que regule el tema de la seguridad no existe. De ahí la importancia de la Reforma Procesal Penal, puesto que obliga a acatar un conjunto extraordinariamente amplio de sistematizacio- 160 Santiago Escobar / María Inés Ruz nes y consolidaciones jurídicas en el país. La Reforma estructura normas más claras y expresas frente a la protección de las víctimas, la protección de los derechos del imputado y las formas del debido proceso. Por cierto, existe otro conjunto muy amplio de normas importantes, entre ellas la Ley Orgánica Constitucional de Carabineros de Chile, la Ley Orgánica de Policía de Investigaciones, el Decreto Supremo Nº 1.086 del 16 de septiembre de 1983 sobre reuniones públicas y una serie de medidas asumidas en octubre de 2001, cuando, tras conocerse el paradero de un grupo de niñas asesinadas en serie en el norte de Chile, el presidente Ricardo Lagos anunció 20 medidas especiales para mejorar la seguridad, entre ellas la disposición de jueces las 24 horas del día –incluidos fines de semana–, de jueces a dedicación exclusiva para atender los delitos de mayor connotación social y la creación de un registro de ADN para identificación criminal. En materia internacional, Chile aún no ha ratificado el Estatuto de Roma, que, a fin de cumplir con la tramitación interna, fue ingresado al Congreso Nacional el 6 de enero de 1999. Actualmente su tramitación está paralizada al declararse inconstitucional su contenido por el Tribunal Constitucional. Finalmente, dentro del marco legal existe una atribución en la Ley Orgánica Constitucional de Carabineros, que es un caso anómalo pero muy importante. En materia presupuestaria, la confección del presupuesto del área es atribución del general director que, naturalmente, debe ser sometida a la aprobación del ministro de Defensa y del ministro del Interior una vez que haya sido elaborada por la propia policía dentro del marco presupuestario máximo que entrega el Ministerio de Hacienda. Ello determina una gran inercia en el gasto y pocas posibilidades reales de usar el presupuesto como mecanismo de coordinación, si bien siempre es un instrumento muy poderoso en manos del poder civil. Diagnóstico de la delincuencia El incremento de la criminalidad y de la sensación de temor e inseguridad en Chile no se aleja de los parámetros regionales, si bien la situación es menos crítica en relación con los homicidios y con los delitos efectivamente denunciados. El debate sobre políticas públicas de Seguridad Ciudadana se instala en la agenda pública del país en la década de los 90, al igual que en el resto de Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 161 la región, pero solo en el último lustro ha adquirido una fuerza demoledora como variable de significación política y como fenómeno empleado para la cristalización de mediciones, encuestas periódicas y registros sistemáticos. Las cifras de denuncias constituyen uno de los principales indicadores que el tema tiene, pero la brecha entre las denuncias y los delitos ocurridos apenas ha empezado a ser determinada de manera más efectiva con la realización, a fines de 2003, de la Encuesta Nacional Urbana de Victimización, estudio que permitió dimensionar mejor el fenómeno de la delincuencia en los ámbitos nacional, regional y local. Variación de la tasaa de delitos denunciados (1998-2001) Propiedad Personas Mayor connotación social (Total) Robo con violencia Lesiones Variación 1998-2001 1998 1999 2000 2001 767,6 389,7 878,2 421,7 913,7 513,6 1.045,0 657,1 277,4 267,4 1.157,4 103,6 275,6 1.299,8 135,2 275,7 1.427,4 169,6 332,6 1.702,0 223,4 419,5 544,6 119,8 143,9 a) Tasas por 100.000 habitantes. Las denuncias de este año corresponden a los registro de Carabineros. Fuente: Ministerio del Interior, 1999, 2001, citado por Lucía Dammert y Alejandra Lunecke: Victimización y temor en Chile, 2001. Estos datos reflejan que el robo con fuerza es el delito de mayor connotación social y que registra mayor porcentaje de denuncia (32%), seguido por las lesiones (20%), la violencia intrafamiliar (18%), el hurto (17%), el robo con violencia (10%) y, finalmente, las violaciones y los homicidios, cada uno con menos de 1%. Según algunos autores, uno de los principales resultados de la aplicación progresiva de la reforma procesal penal es la recuperación de la confianza en la justicia por parte de los chilenos, reduciéndose así la cifra negra entre delitos denunciados y efectivamente cometidos. Durante el año 2002 las denuncias registradas por el nuevo sistema ascienden a 167.694 casos, distribuidos en las siguientes categorías de delitos: 162 Santiago Escobar / María Inés Ruz Porcentaje de incidencias de tipos delictivos (2002) Tipo de delito Homicidios Lesiones Delitos sexuales Robos violentos Robos no violentos Hurtos Delitos económicos Otros delitos contra la propiedad Delitos contra la fe pública Delitos contra la libertad e intimidad Delitos ley de alcoholes Delitos ley de drogas Delitos funcionarios Delitos especiales Cuasidelitos Porcentaje 0,2 13,2 1,3 3,8 19,2 15,4 4,7 8,1 0,4 6,5 12,6 1,1 0,1 0,5 1,9 Fuente: Andrés Domínguez Vial: Informe sobre Seguridad Ciudadana de Chile. Realidad, instrumentos y líneas de acción, Santiago de Chile, 2003. La evolución y la situación actual de la delincuencia se miden a través de las estadísticas más regulares sobre denuncias y detenciones realizadas por Carabineros de Chile y por la Policía de Investigaciones, los registros de Gendarmería y el resultado reciente del estudio mencionado. La sensación de temor y la victimización Los estudios que abordan la sensación de inseguridad y sus factores asociados coinciden en destacar que las mujeres, los adultos mayores y las poblaciones de niveles socioeconómicos de menores ingresos son quienes experimentan un mayor nivel de temor. La sensación de inseguridad es un tema central en la agenda pública y política del país, y en estudios realizados por diversos institutos aparece como constante que la preocupación por los niveles de delincuencia ocupa los primeros lugares. Ello se mantiene e intensifica durante la década de los 90 y se prolonga hasta la actualidad. La experiencia de haber sido víctima de uno o más delitos influye en la sensación de temor, lo que aumenta en esas personas la percepción de la probabilidad de ser víctima nuevamente en comparación con los que no han tenido esa experiencia. Así se constata en la Encuesta Nacional Urbana Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 163 de Seguridad Ciudadana, realizada por la División de Seguridad Ciudadana y el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). En esta encuesta se observa la relación entre victimizados y no victimizados y entre las regiones que tienen mayor y menor cantidad de delitos. En la misma encuesta 47,8% teme ser víctima de un delito en los próximos 12 meses y 24,6% cree que es alta la probabilidad de ser víctima. La victimización por cualquier tipo de delito de algún miembro directo de la familia alcanza 45,5%, mientras que la victimización personal a mayores de 15 años (tomando en cuenta tanto los delitos de robo y hurto de vehículos, robo y hurto de objetos de la casa o desde el vehículo, robo con sorpresa, asalto, lesiones, robo con violencia y delitos económicos o corrupción) es de 30,3%. El robo con fuerza en la vivienda tiene el mayor porcentaje de víctimas, con 8,2%, mientras que el segundo lugar lo ocupa el hurto, con 6,9%. El tercer lugar lo ocupa el robo con sorpresa, con 5,4%. Denuncias y cifras Si bien las cifras de denuncias constituyen uno de los principales indicadores, su limitante es que se refieren a hechos presuntamente delictivos, ya que la existencia del delito se establece una vez que el sistema judicial entra a operar. En la definición actual se consideran delitos aquellos hechos establecidos en el Código Penal, que comprende una amplia gama de ilícitos que no son considerados de connotación social porque tienen un impacto público menor, como son los delitos económicos. Es por esta razón que no existen estadísticas que den cuenta del total de la criminalidad en Chile si no solo de aquellos atentados contra las personas y la propiedad que son considerados por el Ministerio del Interior como de mayor connotación social (DMCS) y que incluyen: robo con violencia (robo con violencia, robo con intimidación y robo por sorpresa), robo con fuerza en las cosas (sea o no sea un lugar habitado), lesiones, violación, homicidio y hurto. Según cifras del Ministerio del Interior, a partir de 1995 las denuncias de los delitos muestra una línea ascendente, siendo las lesiones y el robo con fuerza los delitos más comunes. En el transcurso del año 2003, la gran mayoría de las denuncias de DMCS provino de Carabineros de Chile. La participación de esta institución en la recepción de denuncias por violencia intrafamiliar es total, y en lo que respecta a denuncias por delitos de robo por sorpresa y lesiones muy cercana a 100%. Por su parte, la Policía de Investigaciones tiene mayor 164 Santiago Escobar / María Inés Ruz participación en la captación de denuncias por violación y, en menor medida, de hurtos y robos con fuerza. Dentro de las ocho categorías de denuncias por DMCS, el grueso de los hechos reportados durante 2003 son producto de robos con fuerza (39%); en segundo lugar se encuentra el delito de hurto (23%); en tercer lugar el delito de lesiones (22%); en cuarto lugar el robo con intimidación (7%); el quinto lugar lo comparten, con similar participación (4%), el delito de robo con violencia y el delito de robo con intimidación. Destaca la baja participación de los delitos de homicidio y violación. En otros términos, algo más del 60% del total de denuncias de delitos corresponden a ilícitos que afectan directamente a la propiedad. Las cifras de denuncias aumentaron en el país durante el primer trimestre de 2004, cuando se registraron 94.971 casos, con una variación positiva del 24,30% en relación con el mismo periodo del año anterior, cuando se registraron 76.404 casos. Con respecto al trimestre anterior, la variación porcentual es levemente inferior, 95.121 casos, con una variación de menos del 0,16%. En cifras globales, durante el primer trimestre de 2004 hubo 65.576 más denuncias que detenciones. En el primer trimestre de 2003 hubo 43.520 denuncias más que detenciones y en el último trimestre de 2003 hubo 57.778 denuncias más que detenciones. Es necesario precisar que el nuevo procedimiento penal aún no se encuentra en aplicación en la Región Metropolitana, razón por la cual, a mediados de 2005, estas cifras podrían variar de manera significativa. Las denuncias que recibe el Ministerio Público provienen, en 84,48% de las ocasiones, de Carabineros; en 5,97% provienen de la Policía Civil; en 5,4% se generan en la propia fiscalía; el resto, en una proporción mucho menor, provienen de Tribunales y Gendarmería. Por aplicación del Artículo 168 del Código Penal –facultad de no investigar–, 10,04% de las denuncias son desestimadas; 17,31% de los casos son abandonados porque el hecho investigado no amerita, según dicho Artículo (principio de oportunidad); y 47,58% del total de ingresos son objeto de aplicación del Artículo 167, es decir, quedan en archivo provisional porque no se han logrado los antecedentes necesarios. Esto da un total de 74,93% de denuncias que no llegan a una causa fundada. Solo 25% llega a Tribunales. Según fuentes del Ministerio Público, no existen bases empíricas para mostrar un incremento de la criminalidad. En este momento la institución estudia el número de presos condenados y existe la percepción de que no Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 165 hay una variación significativa en las cifras. No obstante se tiene en cuenta que todavía es temprano para evaluar los impactos de la puesta en marcha de la reforma procesal penal. Detenciones y cifras Las cifras de detenciones contemplan tanto aquellas personas que fueron detenidas en el momento de los hechos como aquéllas detenidas en horas y días posteriores. Las mismas provienen de Carabineros de Chile y de la Policía de Investigaciones y posteriormente procesadas por el Ministerio del Interior. Existe una directa relación entre la evolución de las denuncias y la cantidad de personas detenidas a raíz de éstas. En el caso de denuncias para el año 2003, el delito con mayores detenciones es el robo con fuerza, siguiéndole los detenidos por hurto y lesiones. Con respecto a la caracterización de los detenidos a partir de la información para el periodo 1999-2002, se constata que los detenidos por cometer delitos contra las personas (robo con violencia e intimidación, violación) son mayoritariamente hombres (cerca del 90%), mientras que en los casos de delitos contra la propiedad, aunque se mantiene la preponderancia de hombres, se incrementa la participación femenina, que llega al 16% del total de detenidos en el periodo analizado. En el mismo periodo, el promedio de edad de los detenidos por cometer un delito contra las personas es de 28 años. Los grupos de edad con mayor participación por este delito van de 18 a 24 años y de 25 a 34 años. Por su parte el promedio de edad entre los detenidos por delitos contra la propiedad es de 26,2 años. Las personas detenidas son mayoritariamente solteras y cerca del 89% tienen estudios medios o básicos, si bien se observa una tendencia a un mayor nivel de preparación de los detenidos, ya que las cifras muestran una disminución del porcentaje de los que solo tienen educación básica. De acuerdo con las estadísticas que lleva la División de Seguridad Ciudadana en el primer trimestre del año 2004, hubo un total de 29.395 detenciones, cifra menor si se la compara con las 32.884 detenciones realizadas en el primer trimestre de 2003, lo que arroja una variación de menos del 10,61%. Si la frecuencia de detenciones correspondiente al primer trimestre del año 2004 se compara con el trimestre anterior –en el que se realizaron 37.333 detenciones–, la variación porcentual es del 21,26%. 166 Santiago Escobar / María Inés Ruz El sistema penitenciario La población penal está compuesta por las personas que cumplen penas privativas de libertad y por aquéllas que cumplen sanciones alternativas a la reclusión. Esta segunda categoría de sanciones –creada en 1983, mediante la Ley 18.216– está compuesta por la remisión condicional de la pena, la libertad vigilada y la reclusión nocturna. El impacto inmediato de esta ley fue la disminución de la población penal, llegando a ser menor que la que cumplía condena en libertad en 1992. Esta tendencia se revirtió hacia 1995, cuando comenzó nuevamente a crecer la población penal hasta que en el año 2000 –por primera vez desde la entrada en vigencia de la Ley 18.216– la cantidad de personas recluidas fue mayor que las que cumplían la condena en libertad. En efecto, hasta principios de los años 90, la tasa anual promedio de crecimiento de la población penal era del 3,6%, pero entre 1995 y 2002 la población carcelaria creció en una proporción del 58%, lo que corresponde al 6,8% de aumento promedio anual. Esta alza ha sido atribuida al incremento de condenas y a la menor concesión de beneficios, en un contexto en que no se han aplicado indultos. Según las estadísticas de Gendarmería, en el año 2002 en Chile existían 34.901 personas privadas de libertad. De ellas, 19.434 (56%) están cumpliendo condena, 13.373 (38%) están en prisión preventiva y 2.094 (6%) restantes están en condición de detenidos. Chile cuenta con más de 100 recintos penitenciarios y tiene una sobrepoblación penal que llega al 60%, lo que impacta negativamente en las condiciones de seguridad. Actualmente, a través de la inversión privada, está en marcha el Programa de Concesiones de Infraestructura Penitenciaria, que considera la construcción de 10 nuevos centros con una capacidad para 20.000 plazas en total. Este programa contempla la eventualidad de entregar en concesión, además, la gestión de aquellos servicios como economato, salud y centros laborales. A principios del año 2003 se modificó la Ley de Plantas de Gendarmería mediante la Ley 19.851, estableciéndose un aumento del 71% de la dotación de vigilantes penitenciarios para satisfacer la mayor demanda de personal que genera la reforma del procedimiento penal. Además de mejoras laborales, dicha Ley permitió una reducción de la cantidad de internos por vigilante, quedando aproximadamente en una proporción de 3,5 reclusos por cada vigilante. Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 167 En el mismo periodo fue promulgada la Ley 19.856, que establece un mecanismo de rebaja en el cumplimiento de penas a los condenados que demuestren buena conducta. Ese descuento es de dos meses por cada año de cárcel durante la primera mitad de la pena y de tres durante la segunda mitad. Esta medida se empezó a aplicar en febrero de 2004. Tráfico de drogas y drogadicción Según un estudio del Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes (Conace), organismo oficial del gobierno de Chile encargado del tema, crecientemente el fenómeno del microtráfico de drogas se presenta como un hecho irreductible en el cual se conjugan un conjunto de factores que lo vuelven estructural. Donde existe una alta proporción de consumidores habituales y dependientes de drogas existe también mayor desocupación, un ingreso per cápita mucho menor y se presenta una mayor tasa de población penal. La mayoría de los habitantes de estos barrios considera que es inseguro caminar por sus calles y, por ende, prácticamente se encierran en sus casas. Los problemas aumentan cuando el tráfico y consumo predominante es pasta base debido a los estados de angustia y agresividad que la abstinencia genera entre los consumidores. El estudio sostiene que si bien es posible asociar conducta delictual y consumo de drogas ilícitas, existe un conjunto más amplio de factores que interactúan, entre ellos la alta proporción de viviendas con hacinamiento, el bajo nivel de escolaridad de las mujeres, el alto porcentaje de desocupación y la alta densidad poblacional. Por otra parte, la emergencia del delito puede explicarse por un conjunto de factores entre los que se mencionan las variables históricas (erradicación de pobladores de distintos sectores de la Región Metropolitana y concentración de extrema pobreza), variables de infraestructura (alto nivel de hacinamiento y allegados, aislamiento físico, bajo equipamiento comunitario), variables socioculturales y variables psicosociales. De acuerdo con los resultados del Quinto Estudio Nacional de Drogas en la Población General de Chile, el consumo de drogas prevalece en los hombres, en los jóvenes y en los estratos socioeconómicos más bajos. La tasa de consumo reciente de drogas ilícitas alcanzó 5,68%, correspondiente a 476.000 personas. En la calificación de drogas ilícitas se encuentran: marihuana, pasta base, clorhidrato de cocaína, crac, heroína, éxtasis y/o alucinógenos, LSD y otros ácidos. 168 Santiago Escobar / María Inés Ruz La droga ilícita más consumida en Chile es la marihuana, cuya tasa de consumo en la población general es del 5,17%. Le sigue el clorhidrato de cocaína, con 1,57%, y luego la pasta base con 0,51% de la población. El uso indebido de fármacos alcanza 4,31%, equivalente a 361.000 personas, en tanto que los solventes inahalables (como neopreno, tolveno, bencina o parafina, éter, pinturas en spray, poppers, acetonas y/o solventes para extintores de incendio) es del 0,2%. Entre los jóvenes de 19 a 25 años, la tasa de consumo reciente es del 14% contra tasas del 6,7% entre los adultos jóvenes de entre 26 a 34 años y del 6,6% entre los menores de 12 a 18 años. El consumo de cocaína y pasta base también es más alta en los jóvenes, con índices del 4,4% y 1,5% respectivamente. Respecto al género, el consumo es mayor entre hombres que entre mujeres. En el caso de la marihuana es de 4:1, en el de la cocaína de 5:1 y en el de la pasta base es de 10:1. La diferencia se estrecha en el caso de los jóvenes, sobre todo en el uso de la marihuana, en el que la relación es de 2:1. La diferencia en el consumo de cocaína es de 5:1, mientras que la tasa de consumo de pasta base es levemente mayor entre las mujeres que están en el grupo de 12 a 18 años. Si el resultado se analiza en función del estrato socioeconómico, el resultado es que 5% de los consumidores de marihuana pertenece al nivel socioeconómico alto y medio y cerca del 6% pertenece al sector socioeconómico bajo. El consumo de cocaína es más alto en el nivel socioeconómico medio y bajo alcanzando una diferencia de 2:1 respecto al nivel socioeconómico alto. El consumo de pasta base prevalece en una relación de 10:1 en los sectores medio y bajo en relación con los estratos altos. La institucionalidad pública Las instituciones Si bien la institución responsable de la Seguridad Ciudadana es la División de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior, existen un conjunto de instituciones que requieren coordinación para potenciar la información, los recursos y los impactos del sistema en sus niveles de prevención, control y sanción del delito. Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 169 Ministerio del Interior: – El Ministerio del Interior aparece como el responsable sectorial de los temas de Orden Público y Seguridad Ciudadana. Dada la especial estructura institucional que tiene el Estado de Chile en esta materia, el Ministerio no cuenta con una estructura interna especializada que le permita un seguimiento estrecho de la política policial. La Subsecretaría de Carabineros depende del Ministerio de Defensa y tampoco tiene una estructura propia. Debe entenderse entonces que, salvo lo poco avanzado con la creación de la División de Seguridad Ciudadana, lo que el Ministerio del Interior hace es la labor de coordinación política de la policía, ya sea directamente en La Moneda o a través de las intendencias. Es notoria la falta de un organismo con capacidad de seguimiento y orientación políticotécnica de la policía. – La División de Seguridad Ciudadana coordina la participación de otras instituciones públicas. Creada en fecha relativamente reciente, esta división está muy lejos de ser un instrumento de gestión en materia de Seguridad Ciudadana. Tiene más bien el perfil de un departamento de relaciones con la ciudadanía en materia de políticas públicas de seguridad, y se encarga también de proporcionar a la superioridad jerárquica del servicio antecedentes y fundamentos técnicos, de acuerdo con los escasos recursos disponibles. – El Conace, dependiente del Ministerio del Interior, como su nombre lo indica, es un consejo y no un organismo en forma. El Conace estableció en el nivel comunal el programa Previene, inserto en el municipio y adaptado a los requerimientos y realidades de cada localidad. – En el año 2001 se creó la Unidad de Denuncia de Delitos Graves, que depende de las gobernaciones e intendencias y está encargada de recibir las denuncias de delitos que han causado conmoción pública y que, por sus características, no cuentan con la garantía o confianza para ser denunciados en las instituciones correspondientes, es decir, las policías. – En los ámbitos regional y provincial, la Ley Orgánica Constitucional de Gobiernos Regionales faculta a las intendencias para establecer prioridades e iniciativas sectoriales específicas, entre las cuales se pueden mencionar algunos programas de Seguridad Ciudadana financiados con cargo al Fondo Nacional de Desarrollo Regional o al Fondo Social Presidente de la República. En menor medida, las gobernaciones provinciales también pueden optar por estos recursos. Un ejemplo de estas iniciativas es el Programa de Seguridad Vecinal que se implementa en la Región Metropolitana. 170 Santiago Escobar / María Inés Ruz Ministerio de Justicia: – Servicio Nacional de Menores (Sename). La finalidad de este servicio no está estrictamente vinculada a la Seguridad Ciudadana. Su labor se centra en la atención a niños y jóvenes en situación irregular que resultan vinculados con el sistema judicial. Los ejes de su actividad son la prevención y la rehabilitación. – La Corporación de Asistencia Judicial y el Programa de Acceso a la Justicia. Su función es prestar asistencia jurídica, judicial y/o social a sectores de menores recursos con el objetivo de asegurar el acceso a la justicia a toda la población, incluidas las víctimas de delitos. – Gendarmería. Este servicio se preocupa de atender, vigilar y asistir a las personas detenidas, privadas de libertad o con libertad restringida. También realiza un trabajo de rehabilitación y apoyo a la reinserción social. Es necesario aclarar que Gendarmería no tiene el carácter de un cuerpo armado, si bien cuenta en su interior con una estructura jerarquizada que atiende los problemas de vigilancia y seguridad. Por lo mismo, ha exhibido los mejores niveles de flexibilidad institucional en todo el sector y ha sido notoria su modernización en variados ámbitos. – El Ministerio de Justicia, a través de sus Secretarías Regionales, desarrolla un vínculo estrecho con Carabineros, Policía de Investigaciones y Tribunales de Justicia, particularmente en la implementación de la Reforma Procesal Penal, su contenido y procedimientos. Ministerio Público: – Esta repartición es de reciente creación en el sistema institucional chileno y tuvo su origen en la Reforma Procesal Penal. Su trabajo se enfoca en la atención a las víctimas y testigos y en la dirección de todo el proceso investigativo en materia penal. Es un órgano especializado dentro del esquema judicial que no se coordina en asuntos políticos o administrativos con las otras instituciones de Seguridad Ciudadana. Servicio Nacional de la Mujer: – Este Servicio tiene a su cargo la articulación de programas integrales sobre violencia intrafamiliar. El trabajo se desarrolla a través de centros especializados que proporcionan información a las personas que son víctimas de este delito a quienes les brindan tratamiento especializado, lo que contempla atención médica y legal. Instituto Nacional de Deportes de Chile: – El uso saludable del tiempo libre es uno de los objetivos que vinculan directamente este servicio con las iniciativas de Seguridad Ciudadana. Los Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 171 recursos para financiar actividades deportivas y recreativas en el nivel local provienen del Fondo Nacional para el Fomento de Deportes. Estos recursos se asignan a organizaciones vecinales mediante concurso público. El actual gobierno hizo una gran promesa en torno del ocio y la recreación en la etapa de campaña como elementos centrales en la provisión de mayor seguridad, especialmente en los barrios. Finalmente nada de lo prometido se ha concretado y, fuera del cambio de estatus del director –que pasó a categoría de subsecretario, dependiente del Ministerio de la Secretaría General de Gobierno–, su labor ha pasado prácticamente desapercibida. Instituto Nacional de la Juventud: – Realiza un trabajo de prevención social a través de programas dirigidos a jóvenes de los sectores de menores ingresos. Si bien la temática de Seguridad Ciudadana no está directamente vinculada con su labor, ésta tiene un impacto positivo en la prevención situacional, otro ámbito en el que prácticamente no se ha hecho nada. Son numerosas las opiniones acerca de que sería necesario tener solo una oficina nacional de coordinación de políticas de juventud y generar estructuras regionales capaces de atender de manera más pormenorizada y cercana los problemas juveniles. Entre esos problemas, el tema de la violencia y su conexión con la comisión de delitos es uno de los más fuertes. Ministerio de Educación: – A través de las secretarías regionales del Ministerio de Educación se impulsan iniciativas integradas de prevención de la drogadicción y del delito. En la malla curricular de los cursos de educación básica y media se ha empezado a enseñar prácticas de mediación y estrategias de resolución no violenta de conflictos, aunque todavía es un programa muy falto de recursos y apoyo gubernamental en el propio Ministerio. También se han integrado los programas de prevención de drogas y conductas saludables. Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes (Conace): – Fue creado en 1990 con la misión de implementar políticas públicas para prevenir el consumo de drogas y el tráfico de sustancias ilícitas en el país. A partir de 1994 se realiza, de manera bianual (años pares), la Encuesta General de Drogas en la Población General. Desde 1995, de manera bianual (años impares), se realiza, junto con el Ministerio de Educación, la Encuesta Nacional de Drogas en Población Escolar. También se realizan estudios en la población penal y, junto con el Servicio Nacional de Menores, se realizan estudios de drogas en menores de alto riesgo. 172 Santiago Escobar / María Inés Ruz Más que su estructura, que es muy simple, lo enormemente complejo es su funcionamiento, puesto que el Conace está compuesto por una enorme cantidad de organismos respecto de los cuales el director ejecutivo es apenas un secretario sin ningún poder real de decisión. Tal como funciona actualmente, el Consejo está muy lejos de ser un organismo efectivamente útil en la implementación de una política de seguridad más dinámica e integral en materia de drogas, particularmente porque todos los aspectos significativos del tema están fuera de su alcance o de su competencia. Centros de Estudio no gubernamentales: – El Foro de Expertos en Seguridad Ciudadana. Esta instancia fue convocada por el Ministerio del Interior en junio de 2003 como un espacio de reflexión y debate académico con el objetivo de identificar la magnitud del problema y proponer iniciativas de políticas públicas de seguridad. En realidad, la convocatoria ha resultado muy útil para el Gobierno, ya que le permite suplir la falta de una capacidad propia para generar ideas innovadoras en la materia. – El Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana, radicado en el Centro de Análisis de Políticas Públicas y en el Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Chile. Este centro fue creado en virtud del Programa para Estudios en Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior y la Comisión de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt) y aborda tres líneas de trabajo: Seguridad Ciudadana y sociedad civil, modernización policial y gestión pública, y Seguridad Ciudadana y medios de comunicación. Es quizás el mejor centro de ideas actualmente existente por la calidad de sus expertos, entre los que se cuenta Hugo Frühling, su director, de larga trayectoria académica en el tema. – La Fundación Paz Ciudadana. Es una fundación nacida en 1992 con el objetivo de contribuir con la formulación de políticas antidelictivas a través de una contribución técnico-académica. Su labor consiste en realizar investigaciones y análisis estadísticos, seminarios y debates con actores del ámbito público y privado. También ha desarrollado un trabajo de comunicación y difusión de materiales para apoyar el combate contra la delincuencia con sesgos doctrinarios fuertemente represivos. Vinculada estrechamente con el diario El Mercurio, la Fundación, pese a la recepción que le brinda el Gobierno, ha sido una gran impulsora de la “percepción del miedo”, y sus trabajos generalmente se enfocan en una crítica de las incapacidades gubernamentales sobre la materia y sirven de sustento teórico a la crítica de la oposición. Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 173 La orientación política y los diseños operativos El marco conceptual de una política nacional de Seguridad Ciudadana debe partir siempre del reconocimiento del pleno respeto de la integridad física y psíquica de todas las personas como elemento constitutivo del Estado de Derecho. Los derechos de las víctimas implican que el Estado no puede ser permisivo ante el incumplimiento de las normas de convivencia social, toda vez que el derecho de los imputados exige que el Estado respete las garantías del debido proceso. La necesaria rentabilidad social de los recursos públicos exige a su vez una utilización eficiente y racional, el enfoque y territorialidad de las acciones así como su integralidad e intersectorialidad. Lo anterior implica el trabajo coordinado entre las instituciones policiales pero también entre las vinculadas con la educación, la salud y el empleo. Los dos pilares que deben sustentar los programas de Seguridad Ciudadana son las acciones de control y las de prevención. Para que la prevención sea efectiva se requiere el compromiso de la comunidad, cuya participación se considera central para el éxito de las políticas públicas que se están implementando. La participación ciudadana está vinculada con el resultado de las políticas de prevención situacional y social. La primera tiene relación con la reducción de las oportunidades de cometer delitos o comportamientos antisociales y con el endurecimiento del blanco o de las condiciones físicas o situaciones que facilitan la comisión de delitos. La prevención social, porque ataca las causas de los factores de riesgo que elevan las probabilidades de que las personas desarrollen comportamientos delictivos, incide en la reducción de los comportamientos violentos. Las acciones de prevención social comprenden también las iniciativas que fomenten y apoyen la reinserción social y laboral de las personas que cumplen sanciones en libertad, estén recluidas o hayan cumplido condena de reclusión. El Plan Cuadrante Es una estrategia preventiva elaborada por Carabineros cuyos fines son mejorar la percepción de seguridad en la comunidad, mejorar la vigilancia y favorecer la relación entre ciudadanía y Carabineros. Aunque en los comienzos su cobertura fue muy pequeña, la excelente evaluación que la propia policía hace de sus resultados la amplió rápidamente y se proyecta como un programa nacional el año 2005. 174 Santiago Escobar / María Inés Ruz El eje del programa es el intercambio de información útil para el quehacer policial a fin de controlar la criminalidad, para lo cual se establece una acción territorial a partir de cuadrantes. Éstos dependen de un conjunto de variables cualitativas y cuantitativas relacionadas con la criminalidad, entre ellas las actividades económicas y sociales más importantes, con lo que se diseña un mapa criminológico con los puntos críticos de riesgo. El Plan Cuadrante se inspira en esquemas de policía de proximidad para establecer relaciones de confianza entre la policía y los habitantes de cada localidad. Ese diagnóstico local permite identificar las intervenciones prioritarias de manera flexible y con atención a los requerimientos de las comunidades. Además, el diagnóstico resulta el criterio clave para la asignación de funcionarios policiales y la facilitación del sustento logístico para su operabilidad. Los objetivos específicos del plan son: – Potenciar la vigilancia policial preventiva, enfocando el uso de los recursos institucionales. – Dinamizar la gestión policial operativa con una actitud proactiva. – Adecuar la metodología de la acción policial a las particularidades del lugar. – Producir una identificación de propósitos entre policía y comunidad. – Promover la cooperación cívica al desarrollo policial de los Carabineros de Chile en diferentes campos vinculados con las necesidades sociales de la comunidad. Los objetivos complementarios son aumentar la productividad del personal policial, en especial disminuyendo los tiempos de respuesta frente a los requerimientos de intervención. Por ello se busca elevar la eficiencia desarrollando una acción preventiva en conjunto con la comunidad con el fin último de reducir la sensación de inseguridad de las personas y mejorar su calidad de vida. El Plan se inició en la Prefectura Santiago Sur y se extendió al año siguiente a toda la Región Metropolitana. Durante 2002 se agregaron en forma paulatina comunas de las regiones de Valparaíso, Bío-Bío y Araucanía. Dicho plan implica la definición de trazados dotados de una cantidad fija de medios de vigilancia y la designación de funcionarios permanentes para cada cuadrante, lo que facilita el conocimiento del sector y el establecimiento de lazos de confianza con la comunidad. Para tales efectos se contacta con las organizaciones civiles como juntas de vecinos, comités de Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 175 seguridad, colegios y vecinos. Su labor principal es realizar un patrullaje activo para detectar problemas y generar soluciones. Los recursos se asignan a través de la metodología de “Unidades de Vigilancia Equivalentes”, unidad de medida que expresa la capacidad operativa de los distintos recursos de la institución. (Un carabinero a pie corresponde a 0,2 UVE, uno montado a 0,3 UVE y uno en moto todo terreno a 0,45.) El método permitió conocer el déficit o superávit de recursos en cada plantel. La aplicación del Plan ha traído consigo cambios en el desempeño de la labor policial. Se creó una Oficina de Planificación para el procesamiento y análisis de datos a fin de superar los problemas que se detectan en el trabajo diario. Se encarga además de organizar los turnos y planificar los servicios, como las labores de puerta a puerta y hacer entrevistas en profundidad a las víctimas de delitos. Programa Comuna Segura El Programa Comuna Segura Compromiso 100 fue creado por el Ministerio del Interior con el propósito de emprender una política preventiva con participación ciudadana. Su objetivo es generar y fortalecer las capacidades locales y transferir capacidades para implementar una estrategia de reducción de la delincuencia y del temor, coordinando esfuerzos del Estado, del municipio y de la sociedad local organizada. El Programa se propone habilitar los Consejos Comunales de Seguridad Ciudadana y las Mesas Técnicas Municipales para asesorar el programa en cada comuna. La transferencia de capacidades se viabiliza a través de un secretario técnico, profesional con dedicación exclusiva y a través de recursos que se obtienen de fondos concursables. En la actualidad el Programa se extiende a 56 comunas (de 356 que tiene el país), cada una con más de 70.000 habitantes. Éstas se fueron incorporando gradualmente a partir de 2001. Se prevé su extensión a 60 comunas antes de 2005. El Programa se formaliza mediante un convenio entre el Municipio y el Ministerio del Interior, y se financia principalmente con cargo a la Ley de Presupuesto siendo la Subsecretaría del Interior el intermediario para hacerle llegar los recursos. También recibe aportes del municipio y de los propios beneficiados a través de la postulación al Fondo Nacional Concursable de Proyectos. En la primera fase la selección de las comunas se realiza de acuerdo con cinco indicadores estadísticos sociales y delictivos: robo con violencia, tasa 176 Santiago Escobar / María Inés Ruz de robo con fuerza, violencia intrafamiliar, prevalencia en el consumo de drogas e índice de pobreza. Posteriormente se cambiaron estas variables y se ponderaron el índice de vulnerabilidad social, la población según censo y la tasa promedio de denuncias de DMCS. La metodología de trabajo parte de un diagnóstico comunal de Seguridad Ciudadana y sigue con la formulación de una estrategia local de reducción de la delincuencia, que conlleva acciones de prevención y control situacional y social. La participación de la comunidad se verifica a través de una red local de instituciones que incluyen al sector privado. También se contemplan mecanismos de difusión. Carabineros juega un rol importante en la formulación, implementación y monitoreo de las acciones desarrolladas. Comuna Segura constituye un ensayo de descentralización de las políticas públicas en materia de seguridad. Se trata de una descentralización parcial y progresiva desde los organismos centrales hacia los Consejos Comunales de Seguridad Ciudadana. Los fondos concursables que se financian con el presupuesto del Ministerio del Interior han permitido el desarrollo de 1.756 iniciativas de prevención comunitaria desde el año 2001. Durante el primer año fueron asignados 1.200.000 pesos chilenos que son 2.000 dólares; 1.560.000 pesos chilenos (2.600 dólares); 2.620.000 pesos chilenos (4.637 dólares); 4.205.575 pesos chilenos (7.009 dólares). Esta equivalencia se calcula según la tasa de cambio del peso chileno para 2004. Estos recursos son complementados por fondos comunitarios y por recursos de las propias organizaciones que ejecutan los proyectos. Los proyectos que postulan a los fondos concursables se pueden agrupar en tres grandes grupos: 1) proyectos de promoción y participación comunitaria; 2) proyectos de prevención psicosocial; y 3) proyectos de infraestructura participativa. Algunos ejemplos específicos son la instalación de una radio comunal itinerante, un centro de información computacional, una biblioteca interactiva, la construcción de plazas y de juegos infantiles, el programa de cine en el barrio, entre otros. Los mismos son ejecutados por centros juveniles, uniones comunales de juntas de vecinos, agrupaciones de la tercera edad, centros de madres, centros de apoderados y ONGs. En una evaluación inicial de este programa se puede destacar que por primera vez se incorpora a la comunidad una mirada más integrada de la Seguridad Ciudadana, superando la visión meramente represiva. Paulatinamente el combate a la delincuencia se ha ido asociando con una actitud Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 177 más propositiva y de participación social en la que el fenómeno de la delincuencia es tratado desde una visión holística y multicausal. Barrio Seguro Este programa surgió a raíz de la crítica situación de inseguridad que se vivía en la población La Legua de Emergencia a mediados del año 2001. Por este motivo inicialmente se llamó Barrios Vulnerables. A partir de 2002 comenzaron a identificarse barrios que por diversas razones presentan una situación crítica con presencia de grupos de narcotraficantes organizados. El Programa contempla un periodo mínimo de intervención de 18 meses y tiene 4 componentes: movilización comunitaria, prevención en grupos de riesgo, reinserción social de personas en conflicto con la justicia y acceso a la justicia. Si bien en sus inicios no se contempló entre sus componentes la acción policial, la labor policial se ha concentrado en desmantelar bandas de narcotraficantes que operan en barrios. Además de en La Legua de Emergencia, hasta el momento se han realizado trabajos en La Victoria, Santa Adriana y Sara Fajardo (Intendente Saavedra). Los programas que se realizan son de variada índole y apuntan a generar un ambiente más agradable de convivencia entre los vecinos. Estos programas persiguen mejorar el entorno físico a través del asfaltado de calles y pasajes, instalación de luminarias, recuperación de áreas verdes, creación de espacios de participación y difusión de derechos, expansión de oportunidades de recreación y esparcimiento, capacitación, empleo y desarrollo productivo así como desarrollar acciones especiales en materia de salud. Una evaluación realizada por una consultora independiente señala que el Programa Barrio Seguro ha logrado disminuir la sensación de temor así como revertir el aparentemente inmutable “orden de las cosas” de la localidad de La Legua de Emergencia. Sin embargo, los factores que producen temor continúan activos pese a que, paulatinamente, las organizaciones que trabajan asociadas con el PBS se van constituyendo en nuevos referentes para la comunidad, lo que posibilita que otros se integren a ella. Reforma Procesal Penal Durante el mes de octubre de 2003, el Ministerio de Justicia invitó a un conjunto de expertos independientes a integrar una comisión que revisara 178 Santiago Escobar / María Inés Ruz y evaluara la marcha y el funcionamiento del nuevo sistema de enjuiciamiento criminal. El encargo específico era realizar un informe que consignara fortalezas y debilidades en la implementación de la reforma, en materia legal, operativa o de otro tipo. La Reforma Procesal Penal es la acción modernizadora de mayor envergadura actualmente en el ámbito público nacional. Sus objetivos son modernizar el sistema de administración de justicia criminal –tanto en lo referente a la provisión de un servicio público como a la provisión de bienes públicos–, sustituir el sistema inquisitivo por uno acusatorio, obtener una mayor eficacia y celeridad en la persecución y sanción del delito y una mayor eficiencia en la administración de los recursos financieros. Respecto del papel en materia de Seguridad Ciudadana, es importante recordar lo que plantea el mensaje presidencial: “Se busca cambiar fundamentalmente el modo en que los tribunales desarrollan el procedimiento penal, proyectando ese cambio hacia el trabajo de los organismos policiales, hacia el funcionamiento del sistema penitenciario y, en general, respecto del conjunto de las actividades estatales que constituyen la respuesta represiva a la criminalidad (...)”. En lo fundamental, la Reforma del Sistema Procesal Penal corrige el actual sistema, que otorga a una misma persona la facultad de acusar, investigar y fallar, estableciendo un Ministerio Público que emprenda la investigación para determinar si hay o no mérito para acusar. Este órgano tiene carácter autónomo, distinto al de cualquier otro órgano del Estado. A los jueces les corresponderá tutelar los derechos ciudadanos, que se podrán ver amenazados por efecto de la indagación que efectúan los fiscales, y, lo más importante, determinar si el sujeto imputado por el órgano investigador es o no responsable del delito del que se le acusa. Uno de los objetivos de esta reforma ha sido justamente aumentar los niveles de Seguridad Ciudadana y ampliar el acceso a la justicia. Según estima la División de Seguridad Ciudadana, la Reforma ya arroja algunos efectos positivos, aunque hay muchos desafíos pendientes. Se considera sin embargo que tiene efectos sistemáticos sobre los niveles y tipos de denuncia de DMCS: a) Se observa una mayor eficiencia en el uso de los recursos destinados a la persecución criminal a partir de la incorporación de mecanismos de selectividad y mayor racionalidad en la persecución del delito. b) Se aprecia un aumento de los estándares de calidad profesional de los aparatos policiales, dado los incentivos que el nuevo sistema impone para que los policías mejoren su labor. Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 179 c) Es notable el mejoramiento de la capacidad instalada del Estado en la persecución de la criminalidad más compleja. El Ministerio Público ha creado unidades especializadas para potenciar su labor en distintas áreas. d) Es perceptible el mejoramiento del sistema a través del uso de medidas cautelares alternativas y de la incorporación de sistemas alternativos de resolución de conflictos. e) Existe mayor coordinación entre las policías de Investigaciones y Carabineros, así como entre éstas y el Ministerio Público. f) La atención a las víctimas del delito es superior debido a la creación de la Unidad de Atención a las Víctimas y Testigos del Ministerio Público, que brinda información, orientación, derivación a la red asistencial y apoyo psicológico a las víctimas. Aunque todavía es temprano para evaluar de manera más sistemática el impacto de la Reforma en el comportamiento de la delincuencia y en los niveles de Seguridad Ciudadana, se estima que hay desafíos posibles por alcanzar en el mediano plazo. Una de las principales objeciones tiene que ver con la indefensión en la que se mantiene a la víctima que no dispone de recursos para pagar su propio abogado. Se ha acrecentado el denominado “proceso de victimización secundaria”, ya que la víctima no solo debe concurrir a denunciar el delito, someterse a las actuaciones de la fiscalía y declarar en juicio, sino que además está obligada a someterse a la prueba de un relato, a veces antojadizo, del fiscal de turno, quien pretenderá obtener la máxima pena como eficiencia acusatoria, prescindiendo incluso del auténtico interés de la víctima. Al igual que en el viejo sistema de enjuiciamiento criminal, aunque con menos intensidad, se excluye del proceso a la víctima y se desplaza el daño o la lesión del bien jurídico hacia el Estado, que aparece como víctima por acción del fiscal mientras que a la verdadera se la exenta de toda participación. La posición de la víctima ha mejorado pero solo en forma programática y a cambio de la imposición del deber de colaborar con el conflicto, expropiado en favor del Estado. El segundo problema parece venir del estatus de la Defensoría Pública, que aparece como una institución muy subordinada dentro de toda la estructura. Un tercer problema proviene de la baja adecuación profesional de Carabineros de Chile al nuevo procedimiento. No se trata tan solo de la dificultad de que un cuerpo policial de características militarizadas tenga obstáculos en el reconocimiento de la dirección de un civil –en este caso del 180 Santiago Escobar / María Inés Ruz fiscal– en la investigación de un delito. En este sentido, más allá de la pronta respuesta a los requerimientos que la policía recibe, es preciso mejorar la comprensión del papel que juega el fiscal así como la articulación de su rol con el de la fuerza policial. Es necesaria la asunción por parte del Ministerio Público tanto del liderazgo como de la responsabilidad en el combate contra la delincuencia, así como la promoción de una labor proactiva de la Fiscalía en la identificación de delincuentes y en la pronta consecución de la condena. Se debe reforzar la capacitación de la fuerza policial en relación con sus facultades y con la correcta utilización de ellas para mantener el orden público, particularmente en el nivel operativo. Hace falta integrar los sistemas de información del Ministerio Público y del Ministerio del Interior, y además homologar la información proveniente del Poder Judicial, del Ministerio Público, del Ministerio de Justicia, de la Defensoría Penal Pública, de Carabineros de Chile, de la Policía de Investigaciones de Chile y de la Gendarmería. Proyecto de Ley de Responsabilidad Penal Juvenil La Sala de la Cámara de Diputados aprobó el 14 de julio pasado, en primer trámite legislativo, el proyecto de Ley de Responsabilidad Penal Juvenil, que establece por primera vez en Chile un sistema de justicia especializado para adolescentes mayores de 14 años y menores de 18 años de edad que han infringido la ley penal. Con esta propuesta legal se pone fin al trámite del discernimiento y se hace responsables a los adolescentes por las infracciones que cometen en el marco de un procedimiento de justicia que entrega garantías fundamentales tanto a víctimas como a imputados. Así, a través de procedimientos especiales, se castigan todos los crímenes y simples delitos y algunas conductas tipificadas como faltas en el Código Penal que tienen alta connotación en la seguridad de las personas. Para ello se establece un amplio catálogo de sanciones que se dividen en dos categorías: las no privativas de libertad (aplicadas por instituciones colaboradoras del Sename y bajo su supervisión), y las privativas de libertad (que deberán ser cumplidas en recintos especiales administrados por el Sename y no en cárceles de adultos). El nuevo sistema de justicia juvenil replica los principios establecidos en la Reforma Procesal Penal: oralidad, transparencia y rapidez en la resolución de los conflictos a través de un procedimiento acusatorio. En adelante, habrá jueces encargados de dictar sentencia y de velar por el cumpli- Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile 181 miento de las sanciones fiscales del Ministerio Público que representarán a las víctimas y dirigirán la acción de las policías y defensores públicos que se ocuparán de la representación de los imputados. Los nuevos actores tendrán una formación especializada en la materia. El nuevo sistema establece, asimismo, la posibilidad de llegar a acuerdos reparatorios entre la víctima y el imputado. Otorga también facultades a los fiscales para aplicar el principio de oportunidad en la persecución del delito. La iniciativa considera infracciones graves (a las que puede aplicarse la privación de libertad) delitos como el homicidio, la violación, el secuestro y la sustracción de menores, las mutilaciones y lesiones leves, el robo con violencia e intimidación en las personas y el robo con fuerza en lugares habitados. El nuevo sistema busca evitar la reincidencia delictiva con un fuerte acento en la rehabilitación. Para ello contempla un amplio catálogo de sanciones no privativas y privativas de libertad, proporcionales a los delitos y faltas, considerando criterios como la edad del adolescente, el número de infracciones cometidas y la gravedad de los hechos. Actualmente en Chile no existe una justicia especial para adolescentes que han infringido la ley penal. El actual sistema aplica los mismos procedimientos e igual catálogo de medidas a los adolescentes que han infringido la ley penal y a los niños y jóvenes que necesitan asistencia y protección. Así, la vigente Ley de Menores, cuyos principios datan de hace más de 70 años, no distingue la situación de un niño que se encuentra vulnerado en sus derechos fundamentales –ya sea por abandono, explotación sexual, maltrato– de la de un niño o adolescente que cometió un delito y requiere de algún tipo de sanción. De la misma forma, el actual sistema niega a las víctimas toda participación en la resolución del conflicto y no satisface sus pretensiones de justicia, mientras que las medidas de protección y el trámite de discernimiento generan una sensación social de impunidad e inseguridad frente a las infracciones cometidas por adolescentes. Si alguien mayor de 16 años y menor de 18 comete algún delito, hoy en día es sometido por el juez de menores al “trámite de discernimiento” para establecer si el infractor es o no imputable penalmente. Si es menor de 16 años, se considera inimputable automáticamente. Si tiene más de 16 años y es declarado inimputable, saldrá en libertad sin sanción. Si es declarado imputable, deberá ser privado de libertad en recintos especiales. El actual sistema no está en concordancia con lo establecido en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, suscrita por nuestro país en 182 Santiago Escobar / María Inés Ruz 1989 y que concibe a los adolescentes como sujetos de derecho, a quienes se les puede exigir una responsabilidad especial y adecuada a su etapa de desarrollo. El proyecto de ley recoge recientes innovaciones legislativas, como las contenidas en la nueva Ley Orgánica reguladora de la responsabilidad penal del menor de España (LO 5/2000) –que entró en vigencia en enero de 2001– y en la experiencia de la aplicación de leyes similares en el contexto de América Latina, especialmente la Ley de Justicia Penal Juvenil de Costa Rica (1996) y el Estatuto del Niño y Adolescente de Brasil (1990). Considera también las normas de la Convención Internacional sobre Derechos del Niño, las Reglas de las Naciones Unidas para la Administración de Justicia de Menores y para la Protección de los Menores Privados de Libertad, y las directrices de Naciones Unidas para la Prevención de la Delincuencia Juvenil, entre otras. Bibliografía Documentos y textos Centro de Estudios del Desarrollo (CED): Participación ciudadana y reformas a la policía en América del Sur, Azún Candina Editores, Santiago, 2004. Dammert, Lucía y Alejandra Lunetke: La prevención del delito en Chile. Una visión desde la comunidad, Universidad de Chile, Instituto de Asuntos Públicos, Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana, Santiago, 2004. Defensoría Penal Pública: Memoria Anual 2003, Santiago, julio de 2004. Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana en Chile, Foro de Expertos en Seguridad Ciudadana. División de Seguridad Ciudadana, Santiago, abril de 2004. División de Seguridad Ciudadana y Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes: Relación entre consumo de drogas y comportamientos delictuales, Santiago, mayo de 2004. Frühling, Hugo et al.: Control democrático para la seguridad interior, CED, Santiago, 1998. Frühling, Hugo: Violencia e inseguridad en el Chile moderno, Cuadernos del Segundo Centenario Nº 10, CED, Santiago, 2000. Ministerio del Interior / Conace: Quinto Estudio Nacional de Drogas en la Población Nacional de Chile, Santiago, 2002. Ministerio de Justicia / Ministerio Público / Defensoría Penal Pública: Anuario Estadístico Interinstitucional Reforma Procesal Penal 2003, Santiago, 2004. VVAA: La grieta de las drogas, Cepal, 1996. Páginas web Centro de Estudios de Seguridad Ciudadana: <www.cesc.udechile.cl>. División de Seguridad Ciudadana. Ministerio del Interior de Chile: <www.seguridad ciudadana.gob.cl>. Fundación Paz Ciudadana: <www.pazciudadana.cl>. Instituto de Estudios Estratégicos y de Seguridad Internacional Ideesi. Universidad La República: <www.ulare.cl/link.cgi/Investigacion/Institutos%20de%20Estudios/IDEESI/>. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Introducción Tendencias básicas A los efectos de contextualizar las políticas de Seguridad Ciudadana, parece importante considerar algunas especificidades del Uruguay. Una agenda posdictatorial azarosa. Inmediatamente después del restablecimiento democrático (1985), se produjo una serie de actos de gobierno (fundamentalmente leyes) que revisan algunas políticas de seguridad características del periodo dictatorial. Conjuntamente con la amnistía para los presos políticos, en el marco de la Ley de Pacificación Nacional (15.737, marzo de 1985) se ratifica la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), y esa misma Ley incluye la derogación de un dispositivo extremo como las medidas de seguridad eliminatorias. Sucesivas iniciativas ratifican una orientación tendiente a disminuir la presión penalizadora1 en un proceso que puede visualizarse como de atenuación del peso de la seguridad en tanto límite, primero y último, de las políticas estatales. No obstante la contundencia inicial, ese proceso se desarrolló sin que el Estado produjera ninguna impugnación (oficial ni oficiosa) con respecto a la Doctrina de la Seguridad Nacional. No hubo debate acerca del marco ideológico antidemocrático que orientó durante una larga década la actividad de los organismos de seguridad (incluyendo a la policía). En Uruguay el Estado no impulsó comisiones ad-hoc destinadas a revisar ni las responsabilidades ni las orientaciones de las fuerzas de seguridad durante el periodo de usurpación del poder; menos aún se pasó por experiencias como las que, en Centroamérica, determinaron la firma de los tratados de seguridad democrática y que constituyeron, para cada país involucrado, piedras angulares en la reelaboración estratégica democrática de las políticas de seguridad pública. En un trámite político caracterizado 1. P. ej., reglamentación de la “gracia”, “libertad anticipada y excarcelación provisional”, entre otras. 184 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin por la amortiguación2, ni la Doctrina de la Seguridad Nacional ni las políticas de seguridad inspiradas por ella aparecen explícitamente reivindicadas desde el Estado, pero tampoco impugnadas ni públicamente emplazadas. Débil implantación de los enfoques de derechos humanos. Los derechos humanos –como núcleo político cultural– se han reducido, desde 1985 en adelante, a la impugnación de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura (1973-1985). Se trata de un programa sostenido principalmente por las organizaciones políticas de la izquierda, el movimiento sindical y organizaciones defensoras de los DDHH, al que se contrapuso desde un principio la llamada “solución uruguaya”3, impulsada por la derecha y ratificada mediante plebiscito popular en 1989. Actualmente el recorte es más radical aún, ya que el tema se sitúa, básicamente, en la interpretación del Artículo 4º de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado4. La agenda pública se estructura en Uruguay bajo una consistente hegemonía de los partidos políticos. Otras expresiones de la sociedad civil, diferentes del movimiento sindical (feministas, ambientalistas, de derechos humanos, defensores de los consumidores, defensores de los derechos de los niños, de la diversidad de opciones sexuales, de etnias) y portadores de una reivindicación más centrada en los derechos humanos, mantienen lazos más o menos explícitos con el sistema de partidos y no problematizan las hegemonías partidarias. Ello ha determinado, en buena medida, la debilidad de los enfoques desde los derechos humanos con respecto a los diferentes niveles de reivindicación o interpelación de la vida colectiva. En particular, ningún actor colectivo relevante sostiene la necesidad de articular las políticas públicas a partir de un enfoque integral de los derechos humanos. Inestabilidad de las políticas. Las prioridades en las políticas de seguridad pública no aparecen consistentemente jerarquizadas de acuerdo con la orientación moderna de la Seguridad Humana. Son políticas que, sin un 2. Real de Azúa se refiere a la amortiguación como a un resultado del desempeño de un sistema político dotado de una gran “latitud de acción” capaz de ejercer la “función redistributiva y (...) numerosas mitigaciones y concesiones a los niveles medios (…) [entrenado] en el exitoso arbitraje entre demandas de distinta proveniencia y [con] una caudalosa inventiva legal y constitucional cuando había de salirse del paso en los momentos difíciles…” (p. 52). 3. La “Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado” (diciembre de 1986) determinó el cese de todas las investigaciones acerca de los delitos cometidos por las fuerzas armadas y policiales durante el periodo en que imperó el terrorismo de Estado. 4. El Artículo 4º abre el espacio para continuar aquellas investigaciones orientadas a establecer el paradero de niños apropiados durante los actos de represión. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 185 anclaje en los derechos humanos, aparecen dominadas por cambios de orientación y prioridades, sujetas a estrategias políticas de corto plazo. Puede pensarse que en el campo de la seguridad pública o Seguridad Ciudadana se disputan espacios de poder material y simbólico que no guardan relación directa con las temáticas enunciadas en políticas y discursos. Las diferencias de orientación y aun la coexistencia de orientaciones contradictorias derivan de diferentes componentes: a) perspectivas de los jerarcas políticos circunstanciales; b) niveles de sensibilización y énfasis predominantes en la opinión pública con respecto a diferentes aspectos de la agenda de seguridad pública; c) influencia de las corrientes de pensamiento y las agendas de los organismos internacionales; d) movilizaciones desplegadas por actores de la sociedad civil; e) iniciativa de agentes de los sistemas administrativos y ejecutivos de los servicios de seguridad del Estado. En el anexo I se presentan algunos hitos que permiten percibir el movimiento de las orientaciones en las políticas de seguridad pública a través de una serie de actos de gobierno que abarcan desde 1993 hasta 2003. A fin de realizar un análisis comprensivo de las políticas de Seguridad Ciudadana, hemos considerado actos de gobierno, leyes, actividades –tanto del Estado como de la sociedad civil–, discursos y algunos trabajos de investigación producidos en diferentes ámbitos. Una pieza clave ha sido el Programa de Seguridad Ciudadana, implementado en la órbita del Ministerio del Interior entre 1998 y 2003 con el apoyo financiero del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y técnicos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Desarrollo de la criminalidad en los últimos 10 años El Programa de Seguridad Ciudadana (PSC) es el resultado de un consenso político y su objetivo fue “disminuir las situaciones de violencia interpersonal (...) para contribuir a que la percepción de inseguridad sea menor” (PSC 2002, p. 9). Se trata de un programa orientado tanto a la resolución de conflictos en el nivel material como simbólico. Los informes producidos en ese marco constituyen la principal fuente para analizar el desarrollo de la criminalidad desde la perspectiva que rige las políticas públicas en materia de seguridad (PSC 2001; PSC 2003). El núcleo de preocupaciones anudadas en torno de la percepción de la inseguridad ciudadana es sintetizada por Morás al señalar que “La genera- 186 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin lizada percepción de la violencia como un fenómeno creciente e irreductible tanto a modificaciones legales como de operativas institucionales, ha alentado la expansión de mecanismos privados para la provisión de seguridad, deteriorando los patrones de sociabilidad, representando un serio riesgo respecto a expectativas de intervención de los poderes públicos y en última instancia cuestionando las posibilidades de un modelo de desarrollo humano sustentable” (v. Morás s/f). Esa violencia, así sustantivada, se percibe como un fenómeno irreductible que parece cernirse como una amenaza sobre las expectativas colectivas, tanto acerca de la capacidad del Estado para seguir proveyendo un bien básico (la seguridad) como de la posibilidad de desarrollo de un programa colectivo (el desarrollo humano y sustentable). Es decir, la violencia cuestiona el pasado y el futuro. Todo. La violencia aparece instituida como un nuevo enemigo de la colectividad. Con esa perspectiva resulta interesante considerar cuál o cuáles formas de violencia aparecen jerarquizadas en los informes del Centro de Información del Programa de Seguridad Ciudadana (Cipsc). En primer lugar subrayamos el hecho de que la categoría violencia aparece sumida en su dimensión criminal (aspecto que se denota desde el título en ambos trabajos de Morás). En segundo lugar, las formas de criminalidad se jerarquizan de acuerdo con dos criterios vinculados a su importancia: uno cuantitativo (la “frecuencia”) y otro cualitativo (la “violencia que implica para la sociedad”). Los ejemplos de una y otra forma de clasificar los delitos son, para el primer grupo, el hurto y la rapiña, y, en el segundo, homicidio y violencia doméstica (PSC 2001, p. 21). Es llamativo el hecho de que la violencia doméstica no aparezca discriminada en las series, ni siquiera para los últimos años, cuando comenzó a ser objeto de atención y registro. En tercer lugar es importante considerar que las series se elaboran a partir de la información proporcionada por el Departamento de Sistemas del Ministerio del Interior; por lo tanto son un reflejo de la actividad policial a cargo de ese ministerio. Se trata de los delitos registrados según la actividad de los órganos del Estado encargados de la prevención y represión de conductas delictivas y de acuerdo con las denuncias recibidas en sus dependencias. Diferentes discursos afirman, y otros denuncian, el incremento de la violencia criminal y el consiguiente sentimiento de inseguridad por parte de la población5. Si lo segundo parece avalado por los resultados de diferentes investigaciones (PSC 1999; PSC 2000), lo primero no es tan claro. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 187 Según lo aportado por el Cipsc, en el periodo 1990-2002, se percibe un sostenido incremento en la tasa de rapiñas (8,1 a 26), pero es muy leve el aumento en la tasa de homicidios (6,5 a 6,7), y la tasa de hurtos sufre un incremento ligero (17,1 a 23,3) (v. anexo II). Cabe agregar que en el informe de 2001 se afirma que la rapiña parece ser un delito casi “exclusivamente montevideano”, aunque también se registre un sostenido incremento en el departamento de Canelones (PSC 2001, p. 2626). Por su lado, la información procedente del Poder Judicial acerca de los procesamientos ocurridos por 22 delitos entre 1990 y 2000 reporta: a) un número decreciente del total de procesamientos en el periodo considerado (- 3%); b) una baja porcentual de los procesamientos por hurto (42% a 38,5%); c) un leve incremento en los procesamientos por homicidio (2% a 3%); d) un incremento significativo de la rapiña (4% a 7%); e) una baja en los procesamientos por delitos sexuales (3,49% a 2,60%) (v. anexo II). Otro recorte analítico posible parte del agrupamiento de la información en “Delitos contra la Propiedad” (hurtos, rapiñas y daños) y “Delitos contra la Persona” (lesiones, homicidios y sexuales). En este nivel se percibe una diferencia en las tasas de incremento de unos y otros, ya que mientras en el total de delitos contra la persona la tasa evolucionó de 30,4 (1990) a 59,8 (2002), en los delitos contra la propiedad la modificación de la tasa fue de 21,9 (1990) a 31,2 (2002) (v. anexo II). No es aventurado suponer que la diferencia registrada en la variación entre uno y otro grupo de delitos corresponda a una mayor visibilidad de determinadas conductas –como la violencia doméstica–, que en el periodo considerado fueron objeto de importantes campañas por parte de actores de la sociedad civil, recibieron tratamiento legislativo y, en el nivel administrativo, se instrumentaron mecanismos de denuncia y contraloría. Ello permite poner en discusión hasta qué punto se estaría ante un aumento de los episodios de violencia o ante la mayor visibilidad de fenómenos sociales ya presentes en la vida colectiva. En los Informes del Programa de Seguridad Ciudadana la violencia es medida a través de la criminalidad. Esto revela, por una parte, un sesgo en el abordaje de los desarrollos de las violencias en la vida social y, por otra parte, implica un recorte trascendente tanto de la categoría violencia como 5. V. Paternain; López Machin 1996; e Informes de comisiones y discursos tanto de legisladores del Gobierno como de la oposición en diarios de sesiones de la Cámara de Representantes y de la Cámara de Senadores, 1995 y 2000. 188 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin de la propia categoría Seguridad Ciudadana. Este enfoque deja afuera otras expresiones de violencia, porque otras formas de la inseguridad humana no registran similar tratamiento ni espacio analítico. A algunas de ellas nos referiremos en lo que sigue. Víctimas y autores No fue posible acceder a registros oficiales ni privados en relación con las víctimas de diferentes formas de violencia criminal. La información disponible está contenida en Encuestas de opinión pública sobre Seguridad Ciudadana entre habitantes de Montevideo y Canelones6. Los resultados de las encuestas arrojan un incremento sostenido en el número de personas que dicen haber sido víctimas de delitos (14% en 1999; 19% en 2000), y de quienes dicen haber presenciado personalmente algún acto delictivo o tienen un familiar que puede ofrecer el mismo testimonio (25% a 43%). En un nivel más exhaustivo, aunque acotado también por la escasa disponibilidad de fuentes documentales, el sociólogo Rafael Paternain incursionó, en un trabajo publicado en 1995, en el perfil de las víctimas de algunos delitos (se consideraron únicamente homicidios y delitos sexuales) a partir de lo que él define como el “núcleo duro de población carcelaria” (p. 150). Algunas de sus conclusiones de entonces son las siguientes: a) la mayoría de las víctimas eran hombres (72%); b) el tramo de edad predominante de las víctimas se situaba entre los 25 y 45 años (46%); c) una relación previa entre víctima y victimario resulta porcentualmente en nivel muy bajo (15%). Paternain sostiene como conclusión de este corte de su trabajo que “...se trata de una modalidad delictiva esencialmente impersonal y anónima, en donde la víctima resulta preponderantemente masculina –en un tramo vital de madurez...”. Probablemente algunas conclusiones de entonces pueden ser actualmente revisadas a la luz del creciente registro de situaciones delictivas vinculadas a las violencias en el ámbito doméstico. Ello reviste importancia para una indagación de las diferentes prácticas y ámbitos sociales legitimadores de las violencias. Violencias invisibles o parcialmente visibles. Existen dimensiones de las violencias que permanecen invisibles, enmascaradas o parcialmente visibles, definidas por algunos autores como violencias culturales, en tanto son ejercidas “sobre un sujeto reconocido (individual o colectivamente) [y] se caracteriza por utilizar la diferencia para interiorizar y la asimilación para desconocer la identidad [y los derechos] del otro” (CIIIP, p. 30). Entre ellas Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 189 pueden reconocerse las violencias ejercidas por género, por edad (contra niñas y niños y contra ancianas y ancianos), por etnia, entre otras. Violencia doméstica. Durante los últimos años, la violencia doméstica ha sido objeto de atención por parte de la sociedad civil uruguaya, lo que determinó, en el marco de una sostenida movilización ciudadana, la aprobación de la Ley Nº 17.514 o Ley de Violencia Doméstica (el 2 de julio de 2002)7. Los niveles de victimización como resultado de actos de violencia en el ámbito doméstico empiezan a ser reconocidos públicamente a partir de un proceso en que las organizaciones de la sociedad civil articulan enfoques, programas e iniciativas con diferentes instituciones estatales (Jefaturas de Policía, Instituto Nacional de la Familia y la Mujer, Intendencia Municipal de Montevideo, Dirección Nacional de Prevención Social del Delito). Los datos que empiezan a reconocerse indican que “considerando el extremo de los incidentes familiares con resultado de muerte o grave menoscabo de derechos” en los que debió intervenir la policía, para el año 2001, el Uruguay perdió 66 vidas por incidentes familiares que concluyeron con la muerte intencional de una persona en el ámbito intrafamiliar. Con el siguiente detalle: “El Uruguay comprobó así que cada 6 días falleció una persona, cada 9 días [muere] 1 mujer, adulta o niña, cada 12 y 1/2 mujer en relación de pareja, cada 14 y 1/2 hombre, adulto o niño y cada 52 días 1 hombre en relación de pareja” (v. anexo III). La Ley de Violencia Doméstica define aspectos no penales (principales formas de exteriorización), es decir, de orden público y de interés general. Esta Ley representó una respuesta política relevante y reflejó un importante consenso político. Sin embargo, las dificultades y conflictos generados en el proceso de su implementación dan cuenta de las dificultades para enfrentar este tipo de violencias, cuya génesis radica en pautas culturales profundamente arraigadas en la sociedad8. Dimensión de género. La información global disponible no presenta un recorte que permita un análisis exhaustivo desde una perspectiva de género. El orden simbólico de subordinación femenina se refleja en la 6. Entre ambos departamentos abarcan el 56% de la población del país. Las encuestas fueron contratadas en el marco del PSC. 7. Un antecedente fue el Artículo 18 de la Ley Nº 16.707 (de Seguridad Ciudadana), del 12/7/ 1995, que reconoció como delito la violencia doméstica y quedó incorporado al Código Penal uruguayo como Artículo 321 bis. 8. Las principales resistencias, aunque no las únicas, provinieron de sectores del Poder Judicial, los que llegaron incluso a solicitar a los órganos jurisdiccionales la declaratoria de inconstitucionalidad de la referida Ley. 190 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin ideología del Código, así como en la manera de relevarse la información, en lo complejo de los procesos de promoción de leyes, modificación de costumbres institucionales o el reconocimiento de nuevos derechos para las mujeres. En este sentido parece verificarse lo sostenido por la jurista peruana Giulia Tamayo acerca de que el histórico “recorte de la representación de las experiencias femeninas” en el espacio público (político) abate “la formulación de derechos al respecto [recluyendo] las experiencias de subordinación y violencia en el denominado ámbito de lo privado” (p. 72). En esa medida, las experiencias de violencia específicas de las mujeres en diferentes órdenes de la vida cotidiana no aparecen reflejadas tampoco en las evaluaciones de violencia del PSC. Incluso resulta relevante que los informes de ese Programa se elaboren siguiendo la clasificación de los delitos establecida en el Código Penal, es decir, de acuerdo con el bien agredido (tutelado). En lo que refiere a “Delitos contra la personalidad física y moral del hombre”, el Código consigna homicidios, lesiones, violencia doméstica, riñas, etc. Entre los “Delitos contra las buenas costumbres y el orden de las familias” figuran la violación, el atentado violento al pudor y el ultraje. El lugar socialmente acordado (impuesto) a las mujeres se recorta nítidamente en ese breve inventario. Esto es notorio en el genérico masculino para definir al sujeto de derecho pero también en los bienes agredidos en cada Título del Código Penal: un homicidio o una riña lesionan la personalidad física y moral; una violación las buenas costumbres y el orden familiar. Sobre el total de personas fallecidas como consecuencia de situaciones de violencia doméstica, 62% son de sexo femenino, siendo el 65% mujeres adultas. Cada 9 días muere una mujer en esas condiciones y cada 12 y 1/2 días una mujer en relación de pareja (v. anexo III). Muerte de gestantes y aborto voluntario. La práctica de abortos en condiciones de riesgo constituye la principal causa de muerte entre el grupo de mujeres gestantes: alcanza el 27% para todo el país y asciende al 47% en el Centro Hospitalario Pereira Rossell, principal centro nacional de referencia en atención de mujeres y niños (Briozzo, pp. 83-97). El aborto voluntario puede ser considerado tanto como una experiencia de violencia contra las mujeres, derivada de la manera en que están organizadas las relaciones de género, como un delito cometido por éstas, en muchos casos con la complicidad de otras personas. Existe una estimación de 33.000 abortos voluntarios anuales, lo que representa una tasa de aborto del 38,5% que sitúa al país entre los 12 primeros en una escala que incluye 81 (Sanseviero, p. 39). Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 191 La mujer como autora de delitos. Algunos datos revelan un aumento sostenido de la participación cuantitativa de la mujer en tanto autora, coautora o cómplice de diversos delitos, y también una derivación de los delitos contra la persona hacia delitos contra la propiedad y, dentro de ellos, en “copamientos” y “rapiñas”. La información relativa a la población carcelaria de Montevideo permite sostener esa afirmación en la medida que entre 1990 y 2004 las mujeres pasaron de representar 2% a 5,5% del total de la población reclusa, lo que corresponde prácticamente con el porcentaje nacional (5,48%) (v. anexos IV y V). Si se considera el total de delitos procesados para el año 2001, las mujeres representan el 10%. En copamientos son el 9,8%, en falsificación el 34%, en hurto el 5% y en rapiña el 3% (v. anexo IV). División socioeconómica. Como en la mayor parte de las sociedades, el sistema de control social alcanza con mayor facilidad a las personas que delinquen y pertenecen a los grupos sociales más vulnerables que a aquéllas que lo hacen al amparo de situaciones de poder, ya sea este político, económico o de otro tipo. La información históricamente relevada acerca del perfil socioeconómico de la población carcelaria confirma ese sesgo de clase, por lo menos en cuanto al carácter de asalariados de la mayoría de los encarcelados en periodos tan amplios como los años 50, 70 y fines de los 80 del siglo pasado (v. anexo VII). La clasificación de los hombres ingresados a la cárcel por “profesiones”, incluyendo en esta categoría comerciantes, empleados, chóferes, peones y jornaleros, deja en la sombra la identidad de un relevante porcentaje clasificado como “sin profesión” (Paternain). Durante los últimos años han cobrado carácter público situaciones con apariencia delictiva protagonizadas por personas pertenecientes a niveles socioeconómicos poderosos. En muchos de esos casos tuvo intervención la justicia penal, determinando procesamientos de autoridades de gobierno y magistrados, autoridades del fútbol, funcionarios públicos de alta jerarquía, asesores de gobernantes, secretarios de presidentes, jerarcas de empresas públicas, banqueros o industriales. En 1998 se aprobó la denominada “Ley Anticorrupción” (17.060), reglamentada por el Poder Ejecutivo a través de un decreto, en enero de 2003, conocido como “normas de conducta para los funcionarios públicos”. Uno de los ejes del accionar del gobierno instalado en 2000 fue el combate contra el contrabando. En el sitio web de la Presidencia de la República se exhiben los resultados de lo que en su momento fue presenta- 192 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin do como una verdadera cruzada presidencial9. Un producto más tangible del empeño oficial por enfrentar el contrabando ha sido la sustitución sistemática de sucesivos directores del servicio de contraloría de aduanas, quedando la sensación de que la capacidad para influir de los grupos económicos vinculados al contrabando es superior a la voluntad política del Estado. Estructura por edades La estructura por edades del grupo de personas que participan en situaciones delictivas, sean éstas consumadas o tentadas, no revela modificaciones relevantes en el periodo considerado ni tampoco con respecto a tendencias generales, de acuerdo con lo que revela la información brindada por el Instituto Nacional de Criminología (Inacri) (v. anexo V). Sin embargo, dos datos parecen los más relevantes: a) el sostenido descenso de la edad promedio de los procesados y penados, que desciende de los 35 a los 27 años; y b) la presencia incipiente entre la población reclusa de personas que delinquen por primera vez siendo adultos mayores. La población carcelaria uruguaya se sigue caracterizando por su juventud. En 1995 el 37,4% de los procesados tenía menos de 25 años y el 68% entre 18 y 35 años (Paternain, p. 113). En la actualidad el promedio de edad en el Complejo Carcelario Santiago Vázquez (que alberga alrededor de 40% de la población carcelaria) es de 27,9 años; en el Penal de Libertad el promedio es de 27,3 y para la población reclusa femenina del interior del país la edad promedio es de 33 años. Casi el 70% de la población carcelaria masculina es menor de 29 años10. La población carcelaria no refleja la estructura poblacional del país. Si consideramos la población total del Uruguay en el grupo de edad de 20 a 29 años, ésta representa el 14% del total de la población y algo menos del 21% del total de imputables11; sin embargo, como ya lo hemos visto, la población carcelaria de ese tramo de edades equivale a cerca del 70%. 9. V. en internet: <http://www.presidencia.gub.uy/noticias/contrabando/procedi mientos.htm>. 10. En algunos delitos como el hurto, la edad de los procesados registra una participación creciente de los más jóvenes, los que han pasado de representar el 59% en 1990 al 67% en 2000 (PSC 2001, p. 39; v. anexo V). 11. V. en internet: <www.ine.gub.uy/biblioteca/uruguayencifras2003/poblacion%20 web.pdf>. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 193 Un análisis más exhaustivo de la participación por edades en actos delictivos pone de manifiesto una situación particularmente significativa desde el punto de vista de las violencias y los derechos humanos: la construcción artificial del niño y del joven como factor de peligro e inseguridad pública. Desde lo revelado por encuestas de opinión pública12 hasta las afirmaciones de dirigentes políticos13, se ha desarrollado un sentido común que no necesita demostrarse el incremento radical de la participación de menores de edad (niños y adolescentes) en situaciones penadas por la Ley y en el creciente nivel de violencia presente en esas situaciones. Ese supuesto “dato de la realidad” resulta radicalmente desmentido a partir de la investigación empírica. El Observatorio de los Derechos de la Infancia y la Adolescencia (Unicef 2004), tomando como base una investigación desarrollada en 2003, establece que los temas de la seguridad y violencia han tomado en los últimos años centralidad en la agenda pública e individual. En este contexto los adolescentes han aparecido de manera estereotipada asociados a conductas delictivas o desviadas, [a pesar de que] los adolescentes no cometen más delitos que la población adulta y que los mismos tampoco son más graves (...). 90% de los niños y niñas judicializados tiene entre 14 y 17 años (...), más de 80% de las infracciones de los adolescentes son contra la propiedad (...), en 70% de las infracciones no se utiliza ningún arma y en más de 80% no se utilizan armas de fuego (...); solo en 2% se usaron armas de grueso calibre (...), los homicidios [promedio 47] y las violaciones [promedio 13] se mantienen estables en los nueve años analizados (...); no es posible establecer una asociación lineal entre el aumento del delito y el aumento de las intervenciones [483 intervenciones en 1995 y 1.200 en 2002], siendo el aumento de las detenciones policiales [y no necesariamente el aumento de los delitos cometidos por adolescentes] una de las explicaciones del aumento de las intervenciones (p. 63) (v. anexo VI). La situación de los derechos de los niños y adolescentes uruguayos ha sido calificada con severidad por el Comité de los Derechos del Niño, especialmente en lo relacionado con “la insuficiencia de las medidas adoptadas para armonizar la legislación interna con los principios y las disposiciones de la Convención (...)”. También se ha puesto el acento en que “aún no se haya revisado el Código del Menor de 1934, que contiene varias disposiciones 12. V. Luis Eduardo Morás: Violencia social e inseguridad ciudadana: situación actual y perspectivas en internet <www.unesco.org.uy/most/seminario/ongs-gobernancia/documentos/ Moras.pdf>. 13. Es significativo que uno de los portavoces de estas posiciones sea precandidato presidencial, quien habla desde su “autoridad” de ex-ministro del Interior durante los últimos ocho años y funda su campaña en la promesa de promover la baja de la edad de imputabliidad para los menores. 194 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin contrarias a la Convención (...), comprendidas algunas relativas a la administración de justicia de menores (...), a la [vigencia] de la doctrina de la existencia de ‘niños en situación irregular’ que sienta las bases para su posible estigmatización y frecuente internamiento y privación de libertad basándose en su situación económica desfavorable...” (Unicef 2004, pp. 9-12). Finalmente, y a propósito del otro extremo de la estructura poblacional del Uruguay, comienzan a registrarse entre la población reclusa, como señalamos anteriormente, personas que delinquen por primera vez siendo adultos mayores. Se trata de una situación que llama la atención puesto que podría denotar la incorporación de nuevos contingentes de personas a los grupos que desarrollan estrategias de violencia delictiva como medio de vida. Ello puede vincularse con un proceso de aumento progresivo de la precariedad del empleo y con la ruptura del capital social de una parte significativa de la población. Sobre este punto el informe Desarrollo Humano en Uruguay 2001, elaborado por la Oficina del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), analiza las consecuencias de la apertura comercial y la flexibilización laboral de los años 90 destacando la creciente vulnerabilidad de los trabajadores por: a) la generación de incertidumbre; b) la disminución de la libertad de opciones laborales; c) el aumento de la tasa de desempleo y de la precariedad de éste; d) la exclusión de los beneficios de la seguridad social; e) la desafiliación con respecto a las redes de sociabilidad tradicionales; y f) la pérdida de capital cívico (pp. 100-104)14. Por su parte, algunas investigaciones sobre la violencia en América Latina señalan, a partir de mediados de los años 80, una circunstancia en que se verifica un sostenido incremento de las estrategias de violencia sin finalidades políticas, y que tiene como escenario la ciudad. Este intervalo ha sido llamado “la década perdida” (Briceño León, pp. 13-23). Parte principal Doctrinas y estrategias En Uruguay el tema de la seguridad pública es considerado inmanente al Estado en tanto éste se concibe como democrático y social de derecho, lo que se desprende de la lectura conjunta de los Artículos 4, 82, 24 y 25 de la Constitución de la República. Se trata de un Estado sometido al derecho que crea luego de ser creado (orientado a la conservación en lo exterior y en lo Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 195 interior), lo que supone el mantenimiento de la cohesión social, el orden jurídico, el orden público y el aseguramiento de las condiciones sociales para el bienestar y el progreso de la vida humana. La Constitución uruguaya, tributaria del pensamiento jusnaturalista y personalista, establece que toda persona tiene derecho a esa protección por el solo hecho de serlo, lo que motiva la intervención del Estado a esos fines. Desde la Ley Nº 16.736 de 1995 hasta la concepción doctrinal que sustenta que la seguridad es un cometido esencial, se ha agregado que la seguridad es a la vez sustantiva. Adicionalmente, a partir de la Ley llamada precisamente de Seguridad Ciudadana (16.707, julio de 1995), la seguridad es considerada como un bien común. Esta Ley es una pieza clave para reconocer avances, conflictos y tensiones también en el plano doctrinario. Ella resulta de un consenso entre todos los partidos políticos, es decir, se trata de la expresión legislativa de lo que podría definirse como el principio de una política de Estado. Las corrientes más avanzadas en Uruguay buscan la articulación de la seguridad jurídica, la seguridad individual, la seguridad social y la seguridad humana. Este último concepto, el más moderno, pretende ser una síntesis armónica extendida incluso a la protección de la naturaleza, a la cultura y a los fenómenos externos al Estado (Cagnoni). Se asienta sobre el valor que alcanza el capital social logrado en una sociedad. El capital social es definido como la acumulación de experiencias compartidas que han ido estableciendo redes sociales, instituciones informales, lazos sociales y valoraciones comunes de lo que es positivo o negativo para el desarrollo, la convivencia y la identidad nacional. Estructura sectorial y responsabilidades político-administrativas La responsabilidad política en materia de seguridad descansa en el Sistema Orgánico del Poder Ejecutivo a través de una de sus secretarías de Estado: el Ministerio del Interior. La misión de mantenimiento del orden público corresponde a la Institución Policía Nacional, cuerpo nacional y profesional que depende del Ejecutivo a través del Ministerio del Interior. En nuestro país, además, es auxiliar de la justicia. 14. El PNUD define en este trabajo la pérdida de capital cívico como un resultado objetivo y subjetivo de la precariedad del empleo. “Desde el punto de vista objetivo el régimen de bienestar uruguayo está asentado en la progresiva adquisición de derechos sociales a partir de la participación en el mercado de trabajo (...). Desde el punto de vista subjetivo también se produce un debilitamiento de sentimientos de ciudadanía” (p. 101). 196 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin En los últimos tiempos algunas transformaciones experimentadas por la policía aparecen asociadas con los procesos de democratización y marcan una tendencia a transitar de modelos represivos a otros preventivos. La organización policial se asienta sobre la existencia de 34 unidades ejecutoras –de las cuales 19 corresponden a Jefaturas de Policía Departamentales– con la misión general de mantener el orden público y de jurisdicción territorial acotada al límite geopolítico del departamento. Al frente de cada una se encuentra un profesional policial, cargo que goza de particular confianza por parte del Poder Ejecutivo, de conformidad con el Artículo 173 de la Constitución Nacional, y 19 direcciones nacionales, creadas por ley y con competencia especializada por razones de materia y jurisdicción en todo el territorio de la República. Estas unidades ejecutoras están a cargo de profesionales policiales, por ser cargos de carrera. El cargo de director nacional de Información e Inteligencia ha sido declarado por ley cargo de particular confianza del Ejecutivo. El proceso de selección para asignarlo recae sobre un oficial superior de la Policía Nacional. La profesionalización de la Policía, evidenciada en el reconocimiento de la Licenciatura en Seguridad Pública como carrera terciaria –que permite, además, continuar estudios de posgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República– y el acercamiento de la Policía a la comunidad han cumplido un rol principal de promoción y prevención. Gasto público La evaluación del monto y de la calidad del gasto público en materia de seguridad se presenta como una empresa compleja por la carencia de información pública acerca de la ejecución presupuestal. Las series publicadas permiten apreciar el total del gasto asignado al Ministerio del Interior entre 1996 y 2002. Esta información aparece desglosada como “Gastos de personal, inversiones y otros gastos” (v. anexo IX). Se puede afirmar que todo el gasto de ese Ministerio corresponde a la parte del Estado encargada de la Seguridad Ciudadana, pero no es seguro que todo esté destinado al desarrollo de políticas de seguridad pública. En términos generales, durante el periodo considerado, el gasto se mantuvo constante (a valores dólar), con tendencia al alza hasta el año 2000. Su caída más importante se produjo en el año 2002 por causa de la liberación del tipo de cambio. El porcentaje del Ministerio del Interior sobre el total del gasto público se sitúa entre 6,07% en 1996 y 5,57% en 2002. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 197 Un capítulo aparte lo representa el PSC. Éste Programa fue ejecutado entre septiembre de 1998 y diciembre de 2003 y contó con un presupuesto global de 25 millones de dólares, de los cuales 17.500.000 corresponden a recursos externos (del BID), en su origen absolutamente orientados al despliegue de un sistema de acciones dirigidas a la promoción de la Seguridad Ciudadana. Organización operativa policial La Policía Nacional del Uruguay se compone de unos 24.000 efectivos, agrupados bajo el denominado “Escalafón L” o “Escalafón Policial”, que incluye a los policías ejecutivos (que son la mayoría) y a los denominados subescalafones de apoyo (administrativos, técnico-profesionales y especializados). Dada la permanente generación de vacantes producidas por baja voluntaria, retiros o cesantías que no siempre se pueden cubrir en forma inmediata, el número de efectivos no es estable. La cantidad de efectivos policiales por cada 1.000 habitantes ha evolucionado en forma decreciente en el decenio, situándose en 5,3 en 1990 hasta alcanzar los 4,9 en 1999, lo que representa una variación de - 8,3%. (PSC 2002, p. 28). Por disposición constitucional, los efectivos policiales poseen un estatuto especial que les confiere prerrogativas así como prohibiciones. Entre las prohibiciones figuran el ejercicio de ciertos derechos: los políticos –salvo el voto–, la huelga o la libertad de expresión o de pensamiento en el nivel gremial (salvo a través de asociaciones profesionales autorizadas). Se agrupan en dos grandes categorías: 1. Personal superior u oficiales, que se subdivide en: a) oficiales superiores (inspector general, principal o mayor); b) oficiales jefes (comisario inspector y comisario o jerarquías equivalentes); c) oficiales subalternos (subcomisario, oficial principal, oficial ayudante y oficial subayudante); d) alumnos (cadetes de la Escuela Nacional de Policía, formándose en la carrera de grado. Pueden recibir jerarquía de personal subalterno a partir del segundo año de la carrera: cabos, sargentos y sargentos primeros). 2. Personal subalterno, que se subdivide en: a) suboficiales (suboficial mayor y sargento primero); b) clases (sargento y cabo); c) alistados (agentes de primera y de segunda o jerarquías equivalentes). El diseño táctico básico descansa en las denominadas Unidades Básicas Operacionales, que son las Comisarías Seccionales en el nivel de las Jefaturas de Policía Departamentales. Cada una en una jurisdicción acotada del 198 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin territorio del departamento, realiza la labor de mantenimiento del orden y de la seguridad pública, se coordina directamente con los jueces penales de turno y realiza la labor de auxiliar de la justicia. El funcionamiento táctico se complementa con la existencia de las Direcciones de Investigaciones (automotores, homicidios, ilícitos económicos, hurtos y rapiñas, etc.) y de Grupos de Apoyo (radiopatrulla, plantel de perros, radiocomunicaciones, etc.). Actualmente, en el departamento de Montevideo, se aplica un plan piloto (aún no evaluado), similar al modelo chileno de organización por distritos, que agrupa a varias comisarías y que cuenta con equipos de investigación propios, policía de proximidad, etc. Las Direcciones Nacionales que realizan funciones vinculadas con la seguridad pública cuentan con dependencias cuyo nombre es variable según la Unidad Ejecutora de que se trate en todos los departamentos. Estas dependencias son: la Dirección Nacional de Bomberos, la Dirección Nacional de Policía Caminera, la Dirección Nacional de Migración, la Dirección Nacional de Policía Técnica (Policía Científica), la Dirección Nacional de Información e Inteligencia, la Dirección Nacional de Identificación Civil, la Dirección Nacional de Prevención Social del Delito, la Dirección General de Represión del Tráfico Ilícito de Estupefacientes, la Dirección Nacional de Cárceles, Penitenciarías y Centros de Reclusión y el Estado Mayor. Otras direcciones nacionales responden a la atención interna de la Fuerza y son: la Dirección Nacional de Sanidad Policial, la de Asistencia Social Policial y la Escuela Nacional de Policía. Estrategias de prevención y políticas sectoriales La prevención eficaz de la criminalidad demanda la adaptación de las respuestas a la complejidad de las sociedades modernas tanto en sus desarrollos locales como en las interrelaciones transnacionales. El Estado uruguayo articula la prevención sobre dos tipos de respuestas: la prevención de las situaciones que incitan al delito y la de su prevención social. La primera pone el acento en la reducción de las oportunidades de delinquir mientras que con la prevención social se procura reducir los factores y las motivaciones que conducen al delito. La prevención situacional. Se manejan las categorías de prevención situacional, disuasión o prevención pasiva. Su característica es la utilización de un gran número de efectivos de patrulla, movilizados o a pie, controles aleatorios de documentación, saturación con efectivos de alto poder de Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 199 fuego y mayor preparación en zonas calificadas como peligrosas o “rojas” por la frecuencia e incidencia del delito. Se crean unidades especiales como las comisarías móviles, puestos o destacamentos de auxiliares, la policía de proximidad (siguiendo el modelo inglés). Eventualmente –y, en general, consecuente con el clamor de la opinión pública–, se toman iniciativas que despiertan fuerte resistencia en la propia sociedad, como el despliegue de razzias nocturnas indiscriminadas o dirigidas especialmente a los jóvenes o la obligación a los ciudadanos de justificar, ante el funcionario policial que lo reclame, la razón por la cual circula en determinada zona. Un dato interesante es la relación existente entre detenidos por la policía y remitidos por la justicia. En 1990 esa relación era de 7%: 6.738 remitidos en un total de 90.041 detenidos. En el año 2002 esa proporción seguía expresando una diferencia de casi el 90%, ya que sobre 82.985 detenidos se procesaron 9.223 personas (PSC 2003, p. 53). Otro tanto se percibe en la información desglosada de las intervenciones policiales en materia de represión al tráfico ilícito de drogas. En esta materia, entre 1999 y 2003 las detenciones se incrementaron: en 1999, 33% de los detenidos resultó procesado (65/195) mientras que en 2003 el porcentaje se redujo a 16% (279/ 1.736) (v. anexo IX). Durante 2002, la población masculina correspondiente a la franja de edad entre los 20 y los 64 años sumaba 1.825.367 personas. Ese mismo año fueron detenidos 82.958 individuos, es decir, 4,5% del total de ese universo poblacional. La prevención social del delito. Las políticas dirigidas al desarrollo de estrategias de prevención social han estado pautadas por la influencia de las corrientes internacionales más innovadoras en la materia, especialmente por los resultados del Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento al Delincuente (realizado en Viena, 2000). Consecuentemente con lo anterior, la estrategia institucional para la prevención social del delito aparece orientada a reducir los factores y las motivaciones que conducen a delinquir. El centro del accionar institucional es la persona, su protección integral y la mejora de su calidad de vida. Al mismo tiempo, la seguridad pública es promovida como un bien común a través de la gestión asociada y articulada entre diferentes actores comunitarios que aportan sus propias visiones y experiencias. La Policía participa como un referente en su área de conocimiento: la seguridad pública. Se trata de una estrategia que no procura resultados inmediatos sino que jerarquiza las acciones necesarias respecto de las urgentes. En este sentido, la prevención social es percibida 200 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin como una estrategia que en su desenvolvimiento fortalece la integración del tejido social y por lo tanto del sistema democrático y social de derecho. El PSC, presentado ante el BID en 1997, establece como línea maestra “orientar la planificación estratégica y la ejecución de las acciones a los factores incidentes, identificados en el diagnóstico de situación, como punto de partida para el diseño de estrategias de intervención con la finalidad de: a) reducir los factores criminovalentes y la motivación delictiva mediante medidas de desarrollo e inclusión social; b) estimular los factores crimino-resistentes; c) emprender un camino de participación articulada y convergente por parte de las instituciones públicas y la comunidad con capacidad de actuación, en torno de objetivos comunes y consensuados; y d) propender a un cambio de paradigma respecto a la justicia penal y a los sistemas de control social”. Estrategias específicas por grupos de alto riesgo15 – Infantilización de la pobreza: la pobreza afecta a la infancia y a la adolescencia en una proporción creciente. El último estudio oficial publicado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) (2003) da cuenta de que el 52% de nuestros niños, niñas y adolescentes viven por debajo de la línea de pobreza16. Uruguay vive un proceso de “reproducción intergeneracional de la pobreza” a través de mecanismos de desacumulación de capital social y cultural, en cuyo marco se consolidan, para amplias zonas de la sociedad –especialmente para los más jóvenes–, formas de socialización al margen de los mecanismos históricamente eficientes de integración social y movilidad vertical. Se trata de niños y jóvenes socializados en contextos caracterizados por la acumulación de experiencias de violencia (estructural, cultural, doméstica, interpersonal) para quienes las formas de la violencia criminal como estrategia de vida constituyen una opción entre las pocas de las que disponen. – Adolescentes emplazados en la condición de infractores juveniles a la Ley Penal: el encasillamiento de los jóvenes en la condición de infractores juveniles tiene como consecuencia la probabilidad decreciente de su participación en la construcción de una ciudadanía positiva donde se reconozcan y sean reconocidos. Ya nos hemos referido a ello anteriormente. 15. Asumimos operativamente la definición “grupos de riesgo”, aunque estimamos más pertinente pensar en dinámicas sociales que implican la vulnerabilidad de grupos específicos. 16. V. en internet: <http://www.ine.gub.uy/>. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 201 – El desempleo en los jóvenes uruguayos: el desempleo entre los jóvenes duplica el promedio generacional nacional. La tasa puntual de desempleo para todo el país es de 16,9% mientras que para el grupo de edad entre 18 y 24 años es del 38,1% y para el grupo de más de 25 años del 12,2% (INE 2004). Esta situación impulsa a la emigración en busca de oportunidades o recrea el círculo de la pobreza y los procesos de fragmentación social. – Segmentación territorial: según diferentes estudios realizados durante los últimos años en los barrios, especialmente de Montevideo, se asiste a procesos de segmentación territorial que determinan una desigual distribución de activos que afectan principalmente a la población más joven (v. Cepal/PNUD 1998; IDES 2000). – Disfunciones familiares: las principales víctimas de las familias disfuncionales siguen siendo las mujeres, las niñas y los niños, los adultos mayores y los discapacitados. Los conflictos internos del contexto familiar se traducen en violencia doméstica en sus diferentes manifestaciones (adicciones a drogas lícitas e ilícitas, explotación laboral o subempleos, etc.). La ausencia de niños y niñas de sus entornos familiares es su forma de rechazo a una realidad insoportable que los lleva a integrarse al circuito de la calle como espacio de socialización. La calle es el lugar que los enfrenta a nuevas formas de violencia. Allí viven en riesgo permanente de ser víctimas o victimarios. La familia disfuncional puede ser un factor incidente en el suicidio (segunda causa de muerte entre adolescentes y jóvenes luego de los accidentes de tránsito) así como en los intentos fallidos de autoeliminación (Vignolo). Frente a las dinámicas anteriormente reseñadas, se prevé un incremento de estrategias sociales contra la violencia. La prevención social aparece como un diseño orientado a ejercer efectos proactivos allí donde la prevención situacional solo puede intentar disuadir o reprimir. Los ejes estratégicos para la prevención social son: a) la formación de los niños desde la primera infancia para minimizar los factores de riesgo que puedan facilitar o conducir hacia la delincuencia; b) el desarrollo comunitario, el fortalecimiento de la cohesión social local, el respeto de las particularidades y la movilización comprometida y responsable de las comunidades; c) la educación de la juventud en la observancia de la Ley, el respeto a los valores compartidos y la tolerancia ante la diversidad; d) la gestión asociada y/o la autogestión, orientadas a la eliminación de precondiciones adversas a la integración social y a la convivencia pacífica tales como la pobreza, la exclusión de las instancias educativas, la insuficiencia de oportunidades de 202 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin empleo remunerado, las situaciones de discriminación y otras formas de abandono social que generan inequidad y vulnerabilidad; e) la rendición de cuentas permanente y la generación de un control recíproco de la gestión común; f) la participación responsable para compartir fortalezas, debilidades y aprendizajes orientados a evaluar los éxitos o fracasos y la elaboración de nuevos diseños estratégicos de intervención; g) la descentralización de los servicios a través de equipos que actúen como referentes en las comunidades locales (PSC 2002). Control de armas en manos de particulares En Uruguay existen numerosas disposiciones legales y administrativas tendientes a regular la tenencia de armas en manos de particulares. Sin embargo, la sensación predominante es que la situación está fuera de control. Se percibe una tendencia sostenida a la adquisición de armas por particulares, lo que, según datos de la Jefatura de Policía de Montevideo y del Ministerio del Interior, permite estimar la existencia de 1.000.000 de armas en poder de la población17. Un porcentaje importante de esa magnitud no está registrado y queda fuera del control del Estado. El titular de uno de los establecimientos de venta de armas más antiguos de Montevideo señalaba en 1996 que en la ciudad existían unas 50 casas especializadas, de las cuales la mitad se instaló en la última década del siglo pasado. Los promedios de venta, según los propios comerciantes, oscilaban entre las 20 y las 80 armas mensuales, y los compradores eran por igual hombres, mujeres, jóvenes y adultos. Finalmente, es de destacar que Uruguay está situado entre dos productores de armas (Argentina y Brasil), lo que facilita el acceso a armas baratas tanto legal como ilegalmente adquiridas (López Machin 1996). Parece razonable vincular la facilidad de la población para acceder a un importante poder de fuego, con la potencial incidencia de este factor en los niveles de violencia y letalidad presentes en distintas formas delictivas (homicidio, lesiones graves o gravísimas, copamientos y rapiñas), así como también en los suicidios, que afectan en forma especial a jóvenes y adolescentes. 17. Un informe internacional transmitido por la agencia EFE (1/7/2004) daba cuenta de que en Uruguay hay más armas en manos de la población civil que en Irak. El Observador de Montevideo, 1/7/04, p. 6; <www.observa.com>. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 203 Tráfico de drogas y sustancias ilícitas Las estrategias en materia de prevención y enfrentamiento al tráfico y consumo de drogas y sustancias ilícitas se presentan bajo orientaciones relativamente contradictorias. La Junta Nacional de Drogas (JND), organismo que funciona en la órbita de la Presidencia de la República, se ha caracterizado por el despliegue de iniciativas inscritas en el paradigma de la reducción de riesgos y daños. En el anexo X se trascribe un recuento de las principales actividades de la JND18. Este recuento permite apreciar el despliegue de iniciativas caracterizadas por una fuerte vinculación con el sector académico y profesional, tanto en el ámbito nacional como internacional, y también con instituciones de la sociedad civil. Vale la pena consignar aquí un fragmento de la presentación (en línea) del programa ALTER-ACCIONES, implementado por el Instituto de Educación Popular El Abrojo, una de las organizaciones de la sociedad civil vinculadas con los programas de la JND: “ALTER-ACCIONES se propone entonces, no solo implementar ‘acciones que alteren’ las relaciones de las personas con las sustancias, desarrollando elementos que permitan continentar culturalmente los diferentes consumos, sino a la vez desarrollar intervenciones que ‘alteren las visiones’ normalmente simplificadoras, prejuiciosas y desinformadas que la gran mayoría de la población tiene sobre el consumo de drogas tanto legales como ilegales”19. Mientras tanto, en la órbita del Ministerio del Interior, de conformidad con sus cometidos y estrategias, el énfasis está puesto en la represión del tráfico y el consumo de sustancias. A través de las estadísticas oficiales de la Dirección General de Tráfico Ilícito de Estupefacientes (Dgtie), incorporadas en el anexo IX, es posible aportar las cifras correspondientes a incautaciones en el tráfico internacional y en el mercado interno entre los años 1999 y 2004 (hasta el 2/6/2004). Asimismo, la información permite observar los datos sobre personas detenidas, procesadas e internadas. En todos los niveles se percibe una tendencia creciente y se destaca la diferencia entre las personas que fueron detenidas y las que fueron procesadas. Esto seguramente puede explicarse por el hecho de que la tenencia de sustancias para el consumo personal no es castigado en Uruguay, lo que de paso revela 18. V. en internet: <www.presidencia.gob.uy>. 19. V. en internet: <www.elabrojo.org.uy/pralter1.html>. 204 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin la fuerte presión que sobre el consumidor ejerce la represión al tráfico. Ello, de diferentes maneras, contradice algunas estrategias tanto de “prevención social” como especialmente de “reducción de daños”20. Justicia y sistema penitenciario La función jurisdiccional se concentra en el Poder Judicial, al cual refiere la Sección XV de la Constitución de la República. El órgano jerarca es la Suprema Corte de Justicia, integrada por cinco miembros que deben ser electos por una mayoría calificada (dos tercios de votos de integrantes de la Asamblea General del Poder Legislativo). Por debajo se ubican los Tribunales de Apelaciones, compuestos por tres miembros, los Juzgados Letrados, los Juzgados de Paz Departamentales, los Juzgados de Paz y los Juzgados de Faltas. El Poder Judicial es un poder técnicamente independiente pero no lo es en el plano económico, situación que lo torna dependiente de la voluntad de los otros poderes del Estado, especialmente del Ejecutivo21. Es de destacar que todos los cargos son de carrera. Este poder exige una profunda formación –aún antes de ingresar como juez– y el perfeccionamiento permanente en más de una materia. La justicia penal y la justicia de menores. La edad para fijar la capacidad de culpabilidad es 18 años, correspondiendo el juzgamiento a los juzgados con competencia en materia penal, de conformidad con el Código de Proceso Penal. Las personas que resulten procesadas, se trate de delitos con pena de prisión o con pena de penitenciaría, cumplen sus penas en cárceles para adultos, dependientes de la Dirección Nacional de Cárceles, Penitenciarías y Centros de Reclusión o en las cárceles departamentales, dependientes de las jefaturas de policía. 20. Recientemente comenzó un proyecto conjunto de rehabilitación en materia de adicción a la “pasta base” (de creciente presencia entre los más jóvenes). En este proyecto participan la JND, el Ministerio del Interior, el de Salud Pública, el Instituto Nacional del Menor, la Suprema Corte de Justicia y el Centro de Investigación y Asesoramiento Toxicológico (CIAT) de la Facultad de Medicina. La “pasta base” es una sustancia que irrumpió a finales de 2003, según la Dgtie por un cambio operado en la comercialización y el consumo de drogas en el país, derivado a su vez de una variación en las políticas de represión encaradas por los países productores. El perfil de los pacientes que se presentan a rehabilitación es: hombres jóvenes (entre los 16 y 30 años) provenientes de los estratos sociales más bajos. Esta droga se adquiere a muy bajo costo. Incluso, según lo que han manifestado algunos pacientes, si se compran tres dosis se regala una. 21. Una iniciativa legal tendiente a otorgarle la independencia financiera fracasó en 1999 por un escaso margen. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 205 Cuando el inculpado tiene menos de 18 años, se trata de infractores juveniles a la Ley Penal, y su juzgamiento, en el caso del departamento de Montevideo, es responsabilidad de los jueces de menores, y, en el interior del país, de jueces con competencia en materia penal. Para ellos no se aplica el Código del Proceso Penal, sino la Ley Acordada Nº 7.236 –del 29 de julio de 1994– por la Suprema Corte de Justicia, la Ley Nº 16.707, de agosto de 1995, en concordancia con las disposiciones de la Constitución y con las principales normas internacionales en la materia22. Los adolescentes declarados infractores son internados en dependencias del Instituto Nacional del Menor, del cual depende el Instituto Técnico de Rehabilitación Juvenil. En el caso de los adolescentes, es notoria la falta de normas claras e iguales que respondan no a la teoría tutelar y punitiva, sino a un modelo de responsabilidad juvenil rehabilitador en clave de derechos. A los adolescentes se les aplican “medidas educativas” (Artículo 92 del Código Penal) que, a efectos prácticos, son penas, privativas o no de la libertad ambulatoria, pero que, en todo caso, suponen la imposición de una conducta esperada que debe cumplirse, so pena de la utilización de la fuerza pública. Sistema carcelario. El sistema carcelario uruguayo se encuentra desbordado con un aumento de la superpoblación a partir de 1995. Esto se debió, primero, a la Ley de Seguridad Ciudadana Nº 16.705 –de agosto de 1995– y, seguidamente, a la Ley de Urgencia Nº 17.243 –del 29/6/2000– en sus Artículos 64 y siguientes, que introdujeron modificaciones al Código Penal Ordinario aumentando los mínimos de algunos delitos y tornando no excarcelables otros. El 86% de los procesados carece de condena firme superando la media latinoamericana, que equivaldría a 20 puntos porcentuales menos. En general se trata de personas de escasos recursos económicos, elemento que determina que casi mayoritariamente su defensa se encuentre en manos del Estado a través de la labor de los defensores de oficio. La reincidencia tiene también porcentajes altos, estimándose en 42%. Para 22. La Convención sobre los Derechos del Niño (a falta del Código de la Niñez y de la Adolescencia), la Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, algunas disposiciones del Código del Niño de 1934, las Reglas de Beijing (Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de la Justicia de Menores), las Directrices de Riad (Directrices de las Naciones Unidas para la Prevención de la Delincuencia Juvenil), Reglas de Tokio (Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre las Medidas no Privativas de la Libertad), sin perjuicio de otras disposiciones u opiniones consultivas o doctrinarias aplicables. 206 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin 1990 existían 1.200 presos en todo el país y a fines de 2003 su número había ascendido a 7.076 (Inacri). Una comisión tripartita ha estudiado las condiciones de reclusión y ha reconocido el hacinamiento, la alimentación insuficiente y problemas sanitarios graves –con el surgimiento de focos epidémicos, enfermedades infecto-contagiosas como el VIH-sida y de salud mental– sin que hasta el momento haya habido soluciones efectivas. Recientemente se sancionó una ley por medio de la cual se crea la figura del ombudsman carcelario con la finalidad de asegurar los derechos de las personas procesadas y penadas. Lo engorroso del mecanismo de designación determina que hasta la fecha no haya sido cubierto el cargo. El sistema carcelario de adultos y el sistema de rehabilitación juvenil no habilitan el cumplimiento del principio constitucional de brindar la posibilidad efectiva de la reinserción social y suelen operar como reproductores del sistema delictivo. Ello es más grave por el marcado descenso de la edad de los procesados, penados e infractores juveniles, quienes, en su gran mayoría, son analfabetas funcionales –en términos en que la Unesco se refiere a ello– y apenas han alcanzado niveles de escolarización que les permite cierta comprensión lecto-escritora. Un proyecto conocido con el nombre de Centro Nacional de Rehabilitación, desarrollado en el marco del PSC, intentó asumir en parte y como piloto el desafío de la reinserción social de los procesados, pero las condiciones exigidas para ingresar en el proceso educativo de rehabilitación propuesto no se adecúan a la realidad de las personas a las que está dirigido (PSC 2001). Este proyecto demanda un gran esfuerzo material y humano, pero no debe descartarse. Disponibilidad y calidad de la información (pública y privada) El acceso a la información y su calidad son materia pendiente de las instituciones para con la sociedad uruguaya. En este sentido existe un Proyecto de Ley sobre Habeas Data cuya aprobación representaría un hito importante. Este proyecto pretende dar acceso a los ciudadanos a la información que sobre ellos exista en los archivos institucionales. Actualmente, la iniciativa es considerada por el Poder Legislativo, razón por la cual aún no es posible evaluarla. La situación actual se caracteriza por la diversidad de criterios para la recolección de información, lo que impide contrastar, comparar y desarro- Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 207 llar análisis cuantitativos y cualitativos sobre la base de datos de diferente procedencia. La Ley determina que el INE debe centralizar toda la información. Sin embargo, la coordinación entre todos los actores públicos y privados con el INE es deficiente o nula (excepto en lo relativo a los censos de población y en los ajustes de la Encuesta Nacional de Hogares, que permiten una continua actualización de información intercensal y la inclusión eventual de algún dato específico). Por otra parte, mucha información producida por el Estado ha sido legalmente tasada como reservada al ámbito en que se genera, lo que crea también importantes problemas legales. La discusión política en las fuerzas de izquierda Para un análisis de los abordajes de la problemática de la Seguridad Ciudadana por parte de las “fuerzas” de izquierda uruguayas es necesario establecer dos distinciones. Desde 1971 la expresión orgánica y política del pensamiento de izquierda lo constituye el Frente Amplio (ahora Frente Amplio/Encuentro Progresista, FA/EP). Nos atenemos a esta realidad, de modo que analizaremos la discusión política de la izquierda orgánica a partir de los documentos del FA/EP y de las actuaciones de sus legisladores23. En un contexto diferente deben considerarse los debates producidos en el nivel de organizaciones de la sociedad civil cuyos abordajes de los conflictos sociales suelen ser coincidentes con la izquierda y que se han caracterizado por elaborar e intervenir en el debate público sobre Seguridad Ciudadana. ¿Hay o hubo discusión estratégica sobre el tema Seguridad Ciudadana? La necesidad de enfrentar la Seguridad Ciudadana como una responsabilidad política inmediata parece haber sorprendido a las fuerzas de izquierda una vez que esta problemática ya estaba instalada en el debate público. La izquierda carece de una tradición de reflexión sobre los problemas de la sociedad desde este sesgo que, tanto en el nivel de prácticas como en el de debates, aparece históricamente vinculado con la perspectiva de las derechas24. Por lo tanto, desde el momento en que la izquierda asumió la 23. Lo que no implica que algunas fuerzas que integran el FA/EP no puedan tener alguna elaboración propia. 24. Usamos las categorías derecha e izquierda en tanto expresiones políticas defensoras o impugnadoras del statu quo tradicional de las sociedades latinoamericanas. 208 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin necesidad de producir iniciativas en esta dirección, lo hizo apropiándose de las categorías en torno de las cuales se articulan los debates (seguridad, delito, violencia) y de sus sentidos hegemónicos en la sociedad. En los primeros documentos en los que se pronuncia sobre este asunto de manera explícita, se percibe la preocupación de confrontarse con sesgos de pensamiento que refuerzan concepciones eminentemente represivas de la seguridad pública. En esos documentos no hay, sin embargo, una elaboración innovadora que pueda calificarse como el pensamiento de la izquierda a propósito de la Seguridad Ciudadana25. Una situación diferente se aprecia cuando se consideran los aportes provenientes de la actividad parlamentaria de la izquierda. En el debate de la Ley de Seguridad Ciudadana (1995) se percibe un esfuerzo para ampliar las categorías de análisis y para proponer iniciativas coincidentes con su visión de la sociedad. Por otra parte, la izquierda es uno de los principales promotores de la actividad de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes, ámbito en el cual se desarrolla una sistemática actividad en torno de temas que habitualmente aparecen incluidos en las agendas de Seguridad Ciudadana, en particular la situación carcelaria26. El trabajo en esos ámbitos da cuenta de una consistente elaboración así como de un riguroso seguimiento de los procesos sociales involucrados. Actualmente el FA/EP elabora, a través de un conjunto de “unidades temáticas”, los ejes de una futura gestión de gobierno. La elaboración en relación con la Seguridad Ciudadana se encuentra radicada en la unidad temática “Derechos Humanos - Seguridad y Sistema Carcelario - Sistema Judicial”, dentro del eje temático “Democracia de la Sociedad y del Estado”27. Algunas organizaciones de la sociedad civil han abierto el debate en forma explícita sobre las políticas públicas en esta materia, tanto en su dimensión práctica como en las categorías sobre las que se desarrolla (por ejemplo, el PSC). Se trata, en algunos casos, de organizaciones de la 25. El primer documento que produce un desarrollo acerca del problema es El Otro ProgramaProyecto alternativo y bases programáticas (1999). V. en internet: <http://www.ps.org.uy>. 26. Algunas leyes importantes en esta materia son iniciativa de la izquierda, como el Comisionado Parlamentario para las cárceles (2003), o las que establece penas alternativas a la prisión (2003). La actuación de la izquierda se destaca también en la comisión tripartita (poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial) para evaluar la situación carcelaria y proponer mecanismos para su mejoramiento. 27. Si bien para la fecha de elaboración del presente informe no se contaba con documentos definitivos, sí fue posible acceder a algunos avances así como a los contenidos de los documentos anteriores. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 209 sociedad civil que participan en diferentes niveles del PSC o en otros, como los que promueve la JND. Este debate se promueve, por lo tanto: a) desde un ámbito social; b) desde un ámbito social concernido por las políticas y los programas debatidos; c) desde organizaciones de la sociedad civil que se articulan con los organismos del Estado; e) o desde organizaciones de la sociedad civil que conservan la autonomía intelectual y el sentido crítico28. Conceptos o fórmulas manejados El capítulo dedicado a la Seguridad Ciudadana en el programa de gobierno del FA/EP29 se caracteriza por la dispersión conceptual. Allí coexisten propuestas relacionadas con el mejoramiento del desempeño de los organismos de seguridad y con el estado de las cárceles, pero también se presentan tanto un conjunto de situaciones vinculadas con los derechos humanos básicos (vivienda, alimentación, educación y educación física, seguridad social) como problemas a resolver en el ámbito de la Seguridad Ciudadana. En estas propuestas se percibe un intento de reorientar los sentidos de la agenda de seguridad pública o de construir un concepto alternativo, ampliado, de seguridad. Sin embargo, el tema plantea un problema a la labor teorizadora de la izquierda, a saber: no difundir la agenda de seguridad dentro de la agenda social o viceversa (v. Aguilera Peralta). En las propuestas del FA/EP se superpone parte de una vasta agenda social a la agenda de seguridad. Y más allá de los enunciados, eso significa “pasar al campo de la agenda de seguridad aquellos temas que, no siendo originales de la agenda de seguridad, tienen un efecto en la seguridad” (ibíd., p. 111). Bajo esta perspectiva, todo puede ser leído, medido y, finalmente resuelto, en términos de seguridad. Aguilera Peralta, tratando de incursionar en caminos alternativos, propone las categorías de “seguridad positiva” y “seguridad negativa” (en lo que parece una recreación de las categorías propuesta por Galtung de “paz positiva” y “paz negativa”): “seguridad positiva es el tratamiento de todos los temas que afectan el bienestar de la persona [y] seguridad negativa es la prevención de los riesgos y las amenazas” (ibíd., p. 112). Aun en el plano teórico, el problema está lejos de ser resuelto. En todo caso, seguridad, como cualquier categoría política, no es neutra. 28. V. en internet: <www.upaz.edu.uy/ges/complejas/foro4/index.htm>. 29. V. en internet “El otro programa” (1999): <www.ps.org.uy>. 210 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin En la elaboración más reciente de los objetivos político-administrativos de la izquierda, en caso de llegar a gobernar, el campo de la Seguridad Ciudadana aparece definido con mayor precisión30. Principales conceptos: a) la seguridad es un derecho humano; b) es un cometido del Estado, con énfasis en la compensación de las vulnerabilidades sociales; c) se reconoce la Seguridad Ciudadana como preocupación de la población; d) se reconocen los factores socioeconómicos y culturales que conducen a la inseguridad de la población; e) se rechaza incluir los problemas sociales en la Seguridad Ciudadana; f) se rechaza la estigmatización de los grupos sociales más vulnerables como portadores de conductas criminales; g) se denuncia la “impunidad”31 y las diferentes formas de corrupción en tanto factores de debilitamiento de la cohesión social; h) se rechazan las escaladas represivo-penales como solución al problema de la inseguridad ciudadana; i) se denuncia la hiperinflación carcelaria como resultado de la orientación represiva de las políticas de seguridad de los últimos años; y j) se denuncian las condiciones de vida de la población reclusa. Orientaciones: – Ministerio del Interior: a) definición de competencias del Ministerio como mando político, pero no ejecutivo, de las fuerzas policiales; b) reestructuración de recursos humanos en el Ministerio; c) reestructuración de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia compatibilizando sus cometidos y mecanismos con el Estado Democrático de Derecho. – Policía Nacional: d) desarrollo de mecanismos para consensuar, política y profesionalmente, una reforma de la Ley Orgánica Policial; e) fortalecimiento de la Dirección General de la Policía Nacional; f) transición hacia un nuevo despliegue territorial; g) fortalecimiento de la formación policial; h) remodelación de los mecanismos de promoción; i) depuración de responsables de crímenes durante la dictadura; j) aprobación de una nueva doctrina policial (policía como servicio público, con responsabilidad en defensa, protección y promoción de los derechos humanos), compromiso con la legitimidad democrática y las autoridades nacionales, afirmación de la naturaleza civil de la Policía y respeto por la autonomía profesional; j) códigos y tribunales de ética. 30. Esta elaboración ha sido producida en la órbita de la ya referida unidad temática “Derechos Humanos - Seguridad y Sistema Carcelario - Sistema Judicial”, incluida en el eje temático “Democracia de la Sociedad y del Estado”, que empezó a trabajar en marzo de 2003. 31. Nombre con el que se conoció a la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 211 – Sistema penitenciario: k) formulación de un plan de emergencia que contemple: los recursos económicos para humanizar las condiciones de vida de la población reclusa y de trabajo del personal penitenciario; el desarrollo de un programa de capacitación de corto plazo para el personal de cárceles; la adecuación de la normativa para profesionalizar a dicho personal; extraer las cárceles de la órbita policial; sustraer la policía a la guardia perimetral e interna de las cárceles; asegurar la autonomía profesional del personal técnico que trabaja en el sistema carcelario. Además de este plan de emergencia, se proponen medidas de mediano plazo tendientes a una transformación radical de la política carcelaria del país. En forma especial se plantea la necesidad de incorporar al marco jurídico una definición de Seguridad Ciudadana democrática e identificar la misión de la policía dentro de los cometidos esenciales del Estado. Una agenda de inseguridad colectiva compartida. Apuntes para un debate sobre las políticas de Seguridad Ciudadana y la política de la izquierda La información relevada y analizada a lo largo de estas páginas, incluso con fuertes limitaciones y sesgos, permite diferentes abordajes a la cuestión propuesta. Nosotros hemos priorizado poner de manifiesto algunos aspectos cuyo resumen incluimos a continuación. 1. La agenda de Seguridad Ciudadana no da cuenta de la diversidad de dinámicas de violencias presentes en la sociedad uruguaya, particularmente de las violencias estructurales y culturales. Desde la perspectiva de la Seguridad Ciudadana, se reduce la violencia a su dimensión criminal y delictiva, con lo cual, en el plano simbólico, se están reforzando otras violencias. Incluso una perspectiva avanzada de la Seguridad Ciudadana, como lo es la prevención social del delito, según sostiene Leal, supone una estrategia que “para ser eficiente [debe] neutralizar todos los escenarios potencialmente generadores de inseguridad. Estos escenarios son definidos como la pobreza, la exclusión y la marginalidad. Por esa razón la policía se siente con razones suficientes para introducirse en las políticas sociales desde el supuesto de que las desigualdades sociales son la fuente del crimen y la violencia” (p. 14). El problema no es que la policía colabore desde el objetivo (garantizar la vigencia del Estado de Derecho para todos los habitantes del país) que define sus roles específicos en la resolución de algunos aspectos de los conflictos sociales. Antes, el problema radica en la reducción conceptual de 212 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin una vasta agenda de temas sociales que en definitiva se remiten a la dignidad de la vida humana en una dimensión de seguridad. 2. La seguridad, como toda categoría política, no es neutral. La Seguridad Ciudadana, tal como está establecida actualmente (como una estrategia frente a la violencia reducida a su dimensión criminal) supone, en el plano simbólico, el reforzamiento de las dinámicas de exclusión social y, por lo tanto, de violencia. Este enunciado implica una relegitimación de la violencia porque refuerza los mecanismos de discriminación y estigmatización de los grupos sociales más vulnerables al asociar la criminalidad con la pobreza, la exclusión y la marginalidad. Es decir, este supuesto interpreta algunas dinámicas sociales de violencia desde la perspectiva de seguridad de la ciudadanía que tiene voz y poder para influir por medios legítimos, y excluye de la condición ciudadana a los grupos que recurren a la violencia ilegítima (el delito). La ciudadanía que se siente amenazada legitima la violencia para enfrentar a la no ciudadanía del delito. 3. Lo anterior no implica una negativa a abordar los problemas del orden público, los desafíos de la vigencia del Estado de Derecho, del rol de las fuerzas de seguridad en un Estado democrático, de las políticas de seguridad pública, de la calificación y profesionalización de las policías, de las políticas carcelarias, etc. Menos aún supone la apuesta a escindir el abordaje de estos problemas desde una perspectiva de derechos humanos. Sí supone un esfuerzo para situar los temas de la seguridad en el escenario conflictivo de la sociedad real, en sus dimensiones reales y posibles, desde una perspectiva incluyente y no excluyente. La pregunta pareciera ser ¿a qué nivel y calidad de seguridad podemos aspirar desde nuestra realidad social, política, geográfica, es decir, histórica concreta? 4. Parece importante interrogarse: ¿por qué se impone la agenda de seguridad? La respuesta obvia es que esta agenda se impone a partir de las condiciones objetivas y subjetivas de vida de las sociedades contemporáneas. La inseguridad es el tono dominante de la vida en el principio del siglo XXI. Para decirlo con palabras de Ulrich Beck, “...lo que le sucede a los hombres de hoy [es que] de las seguridades de la sociedad industrial se encuentran lanzados a las turbulencias de una sociedad de riesgo universal [que entre otras cosas significa] la disolución y (...) el desmembramiento de las formas de vida de la sociedad industrial (clase, capa, roles, sexo, familia)...” (p. 35) y, siguiendo a Giddens, Beck afirma que en el contexto de la globalización “...no sólo se forman redes de dimensiones mundiales, sino que se rompen, quedan alterados desde adentro lo local y lo propio como horizonte de experiencia” (ibíd., p. 139). Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 213 Uruguay es un país pequeño, frágil, cuya vulnerabilidad quedó demostrada de un modo inocultable durante los últimos años. Como resultado de dinámicas tanto externas como internas, asiste a un proceso de disolución y desmembramiento de sus formas de vida históricas, en particular de la trama social que le dio estabilidad material y simbólica durante su breve trayectoria como país. Ése es el horizonte de la inseguridad uruguaya. En esa medida, y como paso habilitante para la revisión crítica de las categorías dominantes en la agenda de Seguridad Ciudadana, puede resultar interesante explorar una agenda de inseguridad colectiva compartida, tal vez como condición necesaria para la construcción de una agenda de dignidad humana. En el marco de tendencias hacia una creciente desarticulación social, tanto material como simbólica, en la sociedad uruguaya parecen existir reservas. Incluso dentro de las limitaciones señaladas en este trabajo, los debates sobre el PSC han permitido percibir actores de la sociedad civil, del mundo académico, de la administración pública (en particular de la policía) y del sistema político, portadores de experiencias y autores de elaboraciones propias, dispuestos a escucharse mutuamente. Esa capacidad de diálogo puede ser la base para una nueva agenda. Bibliografía Aguilera Peralta, Gabriel: El tratado marco de seguridad democrática en Centroamérica; progresos y necesidades, Universidad para la Paz Seguridad Humana y Democracia en Centroamérica, San José, Costa Rica, 2003. Beck, Ulrich: La democracia y sus enemigos, [1995], Paidós, Barcelona, 2000. Briceño León; Roberto (comp.): Violencia, sociedad y justicia en América Latina, Clacso, Buenos Aires, 2001. Briozzo, Leonel (coord.): Iniciativas sanitarias contra el aborto provocado en condiciones de riesgo, Sindicato Médico del Uruguay, Montevideo, 2002. Cagnoni, Aníbal: Estudios sobre el Estado Democrático y Social de Derecho, Barreiro y Ramos, Montevideo, 1989. Centro Internacional de Investigación e Información para la Paz (CIIIP): El estado de la paz y la evolución de las violencias. La Situación de América Latina, Trilce, Montevideo, 2000. De León, Eduardo y Georgina Garibotto: Juventud, activos y riesgos sociales en la reorganización espacial de Montevideo, Comisión de Juventud de la Intendencia Municipal de Montevideo, 2000. Cámara de Representantes ROU: Diario de Sesiones Nº 2498, tomo 698, Montevideo, 1995. Cámara de Representantes ROU: Diario de Sesiones Nº 2.877, 2.878, 2.879, Montevideo, 2000. Domínguez, Cristina y Mariela Fernández: Perfil de los incidentes familiares con víctimas fallecidas. Análisis estadístico y explicativo de la realidad uruguaya, Investigación de la Dirección Nacional de Prevención Social del Delito del Ministerio del Interior, Montevideo, 2001. Equipos Mori: Segunda encuesta de opinión pública sobre Seguridad Ciudadana, Ministerio del Interior, Montevideo, 1999. 214 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Equipos Mori: Tercera encuesta de opinión pública sobre Seguridad Ciudadana, Ministerio del Interior, Montevideo, 2000. Faroppa, Juan: Ponencia en Jornada sobre Seguridad Pública y Derechos Humanos, Fundación Vivian Trías, Montevideo, 2004, mimeo. Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef): Investigación sobre las infracciones juveniles y las sanciones judiciales aplicadas a adolescentes en Montevideo, Unicef, Montevideo, 2003. Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef): Observatorio de los derechos de la infancia y los adolescentes en Uruguay, Unicef, Montevideo, 2004. Instituto Nacional de Estadísticas (INE): Uruguay en cifras, 2004. En internet: < www.ine.gub.uy/ biblioteca/uruguayencifras2003>. Katzman, Rubén: “Segregación residencial y desigualdades sociales en Montevideo”, en Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) (ed.): Apoyo a la implementación del Programa de Acción de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, Cepal, Montevideo, 1997. Leal, Gustavo (comp.): Exclusiones y ciudadanías. Ideas nuevas para viejos problemas, Frontera Editorial, Montevideo, 2003. López Machin, Graciela: El fenómeno delictivo en el Uruguay de los últimos diez años 1985-1995, DNPD, Ministerio del Interior, Montevideo, 1996a, mimeo. López Machin, Graciela: Encuesta de las Naciones Unidas sobre el control de las armas de fuego, Ministerio del Interior, Uruguay, 1996b. Morás, Luis Eduardo: Violencia social e inseguridad ciudadana. Datos, temores, reacciones y consecuencias, Montevideo, s/f, mimeo. Morás, Luis Eduardo: Violencia social e inseguridad ciudadana: situación actual y perspectivas, en <www.unesco.org.uy/most/seminario/ongs-gobernancia/documentos/Moras.pdf>, s/f. Paternain, Rafael: Sociología del delito. Aproximación a la realidad carcelaria, Montevideo, 1995, mimeo. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) / Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal): Desarrollo Humano en Uruguay 2001, Montevideo, 2001. Programa de Seguridad Ciudadana: Informe analítico sobre violencia y criminalidad en el Uruguay 1990-2000, Ministerio del Interior, Montevideo, 2001. Programa de Seguridad Ciudadana: Programa de Seguridad Ciudadana. Estado de ejecución del programa (2), Ministerio del Interior, Montevideo, 2002. Programa de Seguridad Ciudadana: Informe analítico sobre violencia y criminalidad en el Uruguay 1990-2002, Ministerio del Interior, Montevideo, 2003. Real de Azúa, Carlos: Uruguay ¿una sociedad amortiguadora?, [1973], Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2000. Sanseviero, Rafael: Condena, tolerancia y negación. El aborto en Uruguay, CIIIP / UPAZ, Montevideo, 2003. Tamayo, Giulia: Bajo la piel. Derechos sexuales; derechos reproductivos, Casa de la Mujer Peruana Flora Tristán, Lima, 2001. Vignolo, Julio: Suicidio en Uruguay, tesis de maestría presentada en el Primer Seminario Internacional sobre Suicidio, Ministerio de Salud Pública, Montevideo, 2004, mimeo. 215 Anexos Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay Anexo I Hitos en las políticas de Seguridad Ciudadana Hito Fecha Amnistía Ley 15.737 1985 Caducidad de la pretensión punitiva del Estado. Ley 15.848 1986 Congreso Internacional de Seguridad Ciudadana (Córdoba, Argentina) 1990 1993 Creación de la Dirección Nacional de Prevención del Delito (Decreto 248/93 2/6/1993) Seguridad Ciudadana. Ley 16.707 1995 Detalles Amnistía para presos políticos, ratificación de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, derogación de las “medidas de seguridad eliminativas”, reglamentación de la “gracia que extingue el delito” y de la libertad anticipada y excarcelación provisional, entre un vasto conjunto de medidas democratizadoras. El Estado renuncia a perseguir los delitos de lesa humanidad cometidos por militares, policías o asimilados hasta el momento del restablecimiento democrático. Fue impugnada y ratificada mediante plebiscito popular. Encuentro multidisciplinario (500 participantes): jueces, policías, criminólogos, penitenciaristas y una amplia gama de representantes de las ciencias sociales, gobernantes y administrativos, así como de expertos internacionales. Ejerce importante influencia en efectivos policiales uruguayos participantes, influencia que se reflejará en algunas inflexiones de orientación estratégica que los efectivos reproducirán en Uruguay. Énfasis de la Declaración de Córdoba: a) relación entre estructura social - marginalidad - poder económico - delincuencia; b) prevención; c) nuevos diseños de desarrollo institucional frente a la inseguridad; participación ciudadana; d) seguridad, impunidad, vulnerabilidad; e) proceso penal y Seguridad Ciudadana; f) el rol del municipio en la seguridad urbana; g) sistemas y modelos de prevención policial. Organismo ejecutor de la Comisión Nacional de Prevención del Delito, instancia asesora del Poder Ejecutivo integrada por el Poder Judicial, los ministerios del Interior, Educación, Salud Pública y Trabajo y Seguridad Social (convoca y preside el Ministerio del Interior). Ley aprobada con posterioridad a un acuerdo de todos los partidos políticos en torno de: a) la abreviación del proceso penal; b) la reforma del Código Penal; c) la modificación del Código del Niño; d) el mejoramiento de las normas carcelarias; e) el mejoramiento de las normas sobre policía; f) la legislación sobre alcoholes e inhalantes; g) la legislación sobre sustancias que producen dependencia psicológica; h) el apoyo a las víctimas; i) las empresas privadas de seguridad; j) la educación y la información; k) los delitos y 216 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Anexo I (cont.) Hitos en las políticas de Seguridad Ciudadana Hito Fecha Convocatoria a la Comisión Nacional de Prevención del Delito 1996 Comisión Especial de Seguridad Ciudadana (Poder Legislativo) 1996 Reestructura (formal) de la Dirección Nacional de Prevención del Delito 1996 Programa de Seguridad Ciudadana 1998 Detalles faltas ambientales. No obstante este antecedente, la Ley de Seguridad Ciudadana aparece determinada por la necesidad de modificar la apreciación de inseguridad que domina a la opinión pública. Lo fundamental del articulado se orienta a crear nuevas figuras delictivas y/o agravar las penas para otras ya existentes. Uno de los delitos creados es el de violencia doméstica. Incluye la facultad de los jueces penales de “internar” adolescentes mayores de 16 años en cárceles para adultos. En la primera (y única) convocatoria a la Comisión Nacional de Prevención del Delito, se solicitó la producción de un informe “El Fenómeno Delictivo en el Uruguay 1985 -1995”. Bajo la firma de la directora nacional de Prevención del Delito, se establece un pormenorizado diagnóstico de la evolución de la criminalidad y un conjunto de recomendaciones que serán presentadas al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) como base para la elaboración de un programa piloto. Cometidos: realizar el estudio de la seguridad pública y de la actuación de los organismos relacionados con el tema. La comisión debe presentar un informe donde se realice un diagnóstico de la situación y se efectúen las recomendaciones a los organismos competentes. Fue integrada apenas 9 meses después de su creación por la Cámara de Representantes. El Ministerio del Interior la recrea con la finalidad de asignarle cometidos que abarquen mayor cantidad de problemas y de darle proyección nacional. Beneficiario: Ministerio del Interior. Monto total: 25.000.000 de dólares. Aporte externo: 17.500.000 dólares. Duración: 1998 a 2003. Objetivos: disminuir las situaciones de violencia interpersonal en la población de Montevideo y Canelones para aminorar la percepción de inseguridad; fortalecer las capacidades del sector público y privado promoviendo la participación de la sociedad civil organizada y de la comunidad, especialmente de la juventud. Valoraciones: algunos componentes (violencia doméstica, iniciativas comunitarias, centros pilotos) han sido destacados en el ámbito internacional. Otros programas han sido descontinuados y sus fondos reorientados. Sustentabili- Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 217 Anexo I (cont.) Hitos en las políticas de Seguridad Ciudadana Hito Fecha Restricciones al instituto de la “gracia que extingue el delito”. Ley 17.272 2000 Legislación y reglamentación de funciones de la Dirección Nacional de Prevención Social del Delito 2000 Detalles dad: no está prevista. Es de destacar que el PSC se implementa en un marco especialmente favorable, caracterizado por: a) la voluntad de los cuadros policiales y políticos de introducir cambios; b) la disponibilidad de recursos económicos para llevar a cabo programas innovadores; y c) la receptividad en la sociedad civil para acompañar este proceso. Se restringe el alcance de la “gracia” reglamentada por la Ley de Amnistía. Las competencias y orientación de la Dnpsd –en concordancia con los postulados programáticos del PSC– entran periódicamente en conflicto con orientaciones permanentes de las jerarquías políticas más influyentes en el nivel del Ministerio del Interior. Servicios públicos y privados, 2000 Ley duramente criticada por la izquierda por razoSeguridad Ciudadana y nes formales y de contenido. Se trata de un “pacondiciones en que se desarrollan quete de asuntos” de variada naturaleza que el las actividades productivas. Poder Ejecutivo considera de urgente resolución. Ley 17.243 Entre ellos figuran algunos relacionados con la seguridad pública. Se trata del aumento de las penas para algunos delitos, lo que favorecerá la “inflación” sostenida de la población carcelaria. Diez años de ratificación de 2000 Severa crítica de ONGs nacionales e internaciola Convención de los Derechos nales a propósito de la inadecuación del Código del Niño del Niño vigente y de la no promulgación de uno nuevo en armonía con la Convención. Violencia doméstica. Ley 17.514 2002 En 1998 se instala una comisión para estudiar un Sistema de Detección, Prevención y Atención a la Violencia Doméstica con integración institucional pública y fuerte presencia de la sociedad civil organizada. A pesar del indudable peso del movimiento de mujeres en la promoción de esta solución legal, el resultado no fue una ley para las mujeres sino para la persona humana, abordando el tema desde el menoscabo de los derechos humanos. Su implementación ha sido objeto de resistencias e impugnaciones legales por parte de sectores del Poder Judicial. Defensa de la salud 2002 / En diciembre de 2002 la Cámara de Diputados 2004 reproductiva aprueba (con 47 votos a favor y 40 en contra) un proyecto de Ley que contiene un marco integral de salvaguarda de derechos sexuales y reproduc- 218 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Anexo I (cont.) Hitos en las políticas de Seguridad Ciudadana Hito Fecha Trabajo sexual. Ley 17.515 2002 Comisionado parlamentario. Ley 17.684 2003 Prisión preventiva. Ley 17.726 2003 Fuente: Elaboración propia. Detalles tivos entre los que se incluye la legalización del aborto voluntario hasta los 90 días de gestación. En mayo de 2004 el Senado rechaza el proyecto (con 13 votos a favor y 17 en contra). Se establece un marco normativo y regulatorio del trabajo sexual. Se trata de una Ley que: a) reconoce la condición de trabajadora/es a aquellas personas que “habitualmente ejercen la prostitución recibiendo a cambio una remuneración en dinero o en especie”, lo que supone el goce de los beneficios sociales acordados a los trabajadores en Uruguay; b) incluye un conjunto de disposiciones y apreciaciones de naturaleza discriminatoria basadas en razones de orden público y moral. Se instituye la figura del comisionado parlamentario con el cometido de asesorar al Poder Legislativo en su función de control del cumplimiento de la normativa constitucional, legal o reglamentaria y de posconvenios internacionales, referidos a las personas privadas de libertad en virtud de proceso judicial. Esta Ley fue unánimemente aprobada pero hasta la fecha no ha sido cubierto el cargo. Se faculta a los jueces a establecer penas alternativas a la de prisión preventiva para determinados delitos y circunstancias. 219 Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay Anexo II Tasa de delitos y faltas (1990-2002) Año Contra la persona 1990 1996 2002 Contra la propiedad Faltas % Total Lesiones Homicidios Sexuales % Total Hurtos Rapiñas Daños 30,4 37,8 59,8 23,3 22,2 26,5 6,5 6,5 6,7 25,9 29,2 31,3 21,9 22,3 31,2 17,1 16,3 23,3 8,1 16,9 26,0 17,1 15,6 27,2 7,9 5,6 6,0 – Homicidios y delitos sexuales por cada 100.000 habitantes. – Contra la persona, lesiones, rapiñas y daños por cada 10.000 habitantes. – Contra la propiedad, hurtos y faltas por cada 1.000 habitantes. Fuente: Elaboración propia, ubicada en el Anuario Estadístico sobre Violencia y Criminalidad en el Uruguay 1990-2002, PSC-Ministerio del Interior. Procesamientos judiciales (1990-2002) Procesamientos por año de ocurrencia Delitos 1990 1996 2000 Hurto Rapiña Homicidios Violación Atentado violento al pudor Total 3.435 334 186 143 141 8.131 2.602 458 198 83 96 6.585 2.806 524 223 62 131 7.195 Fuente: Elaboración propia basada en el Anuario Estadístico sobre Violencia y Criminalidad en el Uruguay 19902000, PSC-Ministerio del Interior. Detenciones, procesamientos e internaciones en el marco de la represión al tráfico ilícito de drogas (1999-2004) (al 2/6/2004) Detenidos Procesados Internados 1999 2000 2001 2002 2003 2004 195 65 * 579 151 3 1.815 333 6 1.765 275 10 1.736 279 11 480 109 9 * Las internaciones corresponden a menores intervenidos por la justicia competente. Fuente: Dirección General de Represión del Tráfico Ilícito de Drogas-Ministerio del Interior. Inhalantes c 1.35,5 84 7.318,24 (I) (II) 4 11.380,14 493.782,91 1999 44,9 738 5.289,6 (I) (II) 5.872 143,25 15.352,08 805.843,14 2000 3,78 20 6.709,2 (I) (II) Fuente: Dirección General de Represión del Tráfico Ilícito de Drogas - Ministerio del Interior. 91 18.049,41 1.155.617,9 2001 2.385,7 31 6.605 (I) (II) 12.133 3 ,5 33.753,53 903.469,13 2002 Incautaciones por tráfico ilícito de drogas (1999-2004) a) Cifras tráfico internacional. b) Mercado interno. c) En gramos. d) En unidades. e) En dosis. Heroínac Hojas de coca Hachisc Cannabis plantasd e MDMA- éxtasisd Sicofármacosd Anfetaminasd L.S.D.e Crack c Cocaína c Marihuanac Anexo II (cont.) 18 4.714 (I) (II) 42.492,96 620.410,96 2003 44,75 22 4.182 (I) (II) 632.771,63 2004 220 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 221 Anexo III Resumen de información estadística acerca de la violencia doméstica En 39% de los hogares uruguayos, niños, niñas y adolescentes sufren algún tipo de maltrato: 15% violencia física grave, 17% violencia física leve y 7% violencia psicológica (investigación realizada por Unicef-Cifra, 1999). La Línea Azul del Iname recibió 6.841 consultas por diferentes formas de maltrato hacia niños, niñas y adolescentes en el periodo de febrero de 1999 a junio de 2003. En 2001, Uruguay perdió 66 vidas por incidentes familiares que concluyeron con la muerte intencional de una persona en el ámbito familiar con las siguientes puntualizaciones: • 52 eran adultos (34 mujeres y 18 hombres) y 14 menores de edad (7 niñas y 7 niños), totalizando 41 personas del sexo femenino y 25 del sexo masculino. • La edad mínima de las víctimas fue el momento inmediato al nacimiento y los 84 años de edad, lo que hace una media de edad de 35 años para las víctimas y de 38 años para los victimarios. • El lugar principal de esas muertes fue el hogar para 55 de las víctimas; 5 fallecieron en la vía pública y 6 en otros sitios. En 35 casos el medio utilizado fue el arma de fuego, en 14 el arma blanca, en 10 los golpes, en 4 la asfixia y en 3 las quemaduras. • Del total de víctimas, 21% fueron menores de edad. Entre niños y niñas, 10 fueron ultimados por sus progenitores, dos por otros familiares y dos adolescentes por sus parejas; el 78% de las víctimas presentaba especial vulnerabilidad, ya fuera por razones de género o de edad, constituyendo un total de 52 personas. • Uruguay comprobó así que cada 6 días falleció una persona, cada 9 días 1 mujer, adulta o niña; cada 12 y 1/2 mujer en relación de pareja; cada 14 y 1/2 hombre, adulto o niño; y cada 52 días 1 hombre en relación de pareja. • Más de la mitad de las víctimas murió durante fines de semana y feriados, momentos en que las familias suelen tener mayores instancias de convivencia. Por lo menos 200 personas en el transcurso del año 2001 vivieron directa o indirectamente la violencia en su máxima expresión por episodios de muerte vinculados a relaciones familiares o de relaciones de pareja, presente o pasada. Fuente: Investigación de la Dirección Nacional de Prevención Social del Delito del Ministerio del Interior: Perfil de los incidentes familiares con víctimas fallecidas. Análisis estadístico y explicativo de la realidad uruguaya, año 2001, psicóloga Cristina Domínguez y (PT) asistente social Mariela Fernández. Publicada en internet: <www.dnpd.gub.uy>. 222 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Anexo IV Procesamientos judiciales por sexo y edad según delitos (2001) Total Total 8.803 Hurto 3.120 Lesiones 966 Rapiña 571 Estafa 437 Homicidio 235 Encubrimiento 145 Estupefacientes 379 Falsificación de documentos 225 Apropiación indebida 142 Atentado violento al pudor 123 Atentado 93 Daño 120 Homicidio culposo 125 Delitos relacionados con lib. cheq. 103 Violación 73 Ultraje público al pudor 31 Otros delitos 1.897 Hombres Mujeres 18-25 26-35 36-50 51-70 7.998 2.943 908 553 322 211 127 308 805 177 58 18 115 24 18 71 3.921 2.065 351 417 63 88 65 155 2.300 699 275 104 131 63 49 128 1.887 293 240 47 183 49 24 73 637 62 88 3 54 27 6 22 58 1 12 181 107 44 35 32 29 65 37 91 54 35 20 1 2 122 89 115 114 1 4 5 11 21 46 68 25 23 27 33 37 44 16 15 41 31 3 4 19 4 1 73 91 31 1.703 30 10 25 9 452 24 26 8 571 37 25 8 647 28 14 5 216 4 1 1 12 194 + de 70 6 8 1 1 3 Fuente: Poder Judicial. Elaborado por la División de Planeamiento y Presupuesto basado en datos del Instituto Técnico Forense. Procesamiento por aplicación de la Ley de Seguridad Ciudadana por grandes áreas y sexo, según delito (2001) Delitos Total Riña en espectáculos públicos y competencias deportivas Rapiña con privación de libertad y copamiento Receptación Porte y tenencia de armas Falsificación de C.I. y pasaporte Violencia doméstica Total Montevideo Resto del país Hombres 900 300 600 832 68 5 5 – 24 471 9 12 79 46 633 26 21 101 5 43 – 11 9 5 51 676 26 32 110 Nota: Datos válidos al 3/5/2002. Fuente: Poder Judicial-Instituto Técnico Forense. 27 205 17 20 31 Mujeres 223 Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay Anexo IV (cont.) Procesamientos judiciales por edad y sexo según delitos (2001) % de población carcelaria femenina por años, Montevideo (Comcar / Libertad / Cárcel de Mujeres) Hombres Mujeres Total Porcentaje 1990 1995 2004 1.474 33 1.507 2% 1.551 82 1.633 5% 3.341 195 3.536 5,5% Fuente: Elaboración propia basada en Paternain; Inacri 2004. 224 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Anexo V % de mujeres y hombres reclusos por tramos de edad (1950-2004) Edad Mujeres (%) Hombres (%) 1950 15-18 19-21 22-30 31-40 41-50 51-60 Más de 60 <30 años (%) 3,1 19 39,4 21,4 9 5,5 2,6 61,5 16,9 40 25,3 12,3 4,1 1,4 56,9 1978 18- 21 22-30 31-40 41-50 51-60 Más de 60 <30 años (%) 19,4 30,8 25,5 14,5 6,6 3,2 50,2 16,7 37,1 26,4 13,1 5,0 1,7 53,8 1988 18- 21 22-30 31-40 41-50 51-60 Más de 60 <30 años (%) 32,3 35,3 23,3 5,9 3,0 6,9 67,6 30,3 34,9 14,1 7,5 6,3 65,2 2004 Mujeres interior del paísa Sin información 18 y 19 años 20-29 30-39 40-49 50-59 -60 y + Edad promedio <29 años (%) 10,26 5,13 30,77 30,77 15,38 5,13 2,56 33 40 Comcarb 2,11 17,66 48,75 18,86 8,28 2,78 1,55 27,9 66,41 Libertadc 2,9 6,94 62 19,6 6,5 1 0,5 27,3 69,05 a) Recluidas en cárceles departamentales. Se carece de información sobre las recluidas en la cárcel de Montevideo; b) Complejo Carcelario Santiago Vázquez; c) centro de reclusión situado en las proximidades de la ciudad de Libertad. Fuente: Elaboración propia basada en Paternain; Inacri 2004. 225 Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay Anexo V (cont.) % de mujeres y hombres reclusos por tramos de edad (1950-2004) % de mujeres sobre total de población reclusa a septiembre de 2003 Total población reclusa al 30/9/2003 Mujeres en el interior Cárcel de mujeres (Montevideo) % de mujeres Fuente: Inacri 2003. 7.076 193 195 5,48 226 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Anexo VI Adolescentes, infracción, justicia de menores y DDHH Datos Algunas características de los adolescentes intervenidos en el sistema Interj (Instituto de Rehabilitación Juvenil). Edades <18 18 17 16 15 14 13 12 >11 (%) 13 20 26 20 12 4 2 1 2 De los casos, el 95% tiene más de 14 años y la franja donde se produce el mayor número de intervenciones se sitúa entre los 16 y 18 años (66%). Composición de los hogares Familias: Sin padre ni madre Extendida Nuclear reconstituida Monoparental Sin datos Nuclear (%) 6 8 15 18 26 27 La familia nuclear o extendida (formada por los padres y algún otro familiar) constituye el 35% de los casos, y junto con la familia nuclear reconstruida, alcanza el 50%. Las familias monoparentales o sin padre ni madre alcanzan el 24%. Como dato especial se destaca que, en los núcleos de convivencia, la ausencia de padres alcanza el 33% de los casos y la ausencia de madres el 8%. Ocupación de las madres (%) Sin datos Servicios y obreros Ama de casa Desocupada Trabajo informal Trabajo administrativo Comerciante o independiente Profesionales/gerencial Jubilado o pensionista Otras 39 22,5 20 4,1 2,3 2 2 0,3 0,8 7,5 La criminalización de la juventud está dada por el hecho de que los jóvenes con problemas penales provienen en su mayoría de hogares con acceso precario al mercado de empleo. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 227 Anexo VI (cont.) Adolescentes, infracción, justicia de menores y DDHH Infracciones (%) Rapiña Hurto Homicidio Lesiones Tentativa de hurto Violación Tráfico de drogas Otras infracciones 40,5 26,96 8,02 6,3 4,44 2,23 0,19 11,63 Es claro el predominio de los delitos contra la propiedad como rapiña, hurto, tentativa de hurto (70%), frente a delitos más violentos como homicidio, violación y lesiones (16%). Clasificación de bienes jurídicos lesionados por las infracciones adolescentes (%) 1994-1995 Propiedad Persona física Vida Orden público Drogas Otros 85 9 3 3 1997-2000 81 9 6 1 1 2,5 Entre ambos periodos, los delitos contra la propiedad van del 85% al 81%. Se destaca que el 70% de las rapiñas son cometidas sin utilización de armas de fuego. Asimismo, se indagó en la naturaleza de los bienes afectados en los delitos contra la propiedad y los montos obtenidos por los adolescentes infractores. En la mayoría de los casos se sustraen objetos, especialmente en la vía pública, mediante la modalidad de arrebato, descuido o rapiña (en estos casos se trata mayoritariamente de zapatos deportivos (¿championes?), chaquetas, camperas, relojes, bicicletas). En cuanto a los montos sustraídos, ya se trate de bienes, dinero, o de bienes y dinero, los porcentajes fueron: 1994-1995 < $ 1.000 $ 1.001 - 3.000 $ 3.001 - 7.500 > $ 7.500 43 25 17 15 1997-2000 52 24 13 11 Del análisis de la afectación económica puede afirmarse que, en su mayoría, se trata de infracciones de montos relativamente bajos que no dan cuenta de actividades planeadas, organizadas ni sofisticadas y, en general, son realizadas en forma espontánea con otro u otros reunidos en forma ocasional. 228 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Anexo VI (cont.) Adolescentes, infracción, justicia de menores y DDHH Conclusiones 1. No es verdad que la edad del delincuente disminuye y al mismo tiempo aumenta la violencia ejercida en sus actos. 2. No es verdad que la justicia de menores no aplica penas. Por el contrario las intervenciones son crecientes. 3. Los adolescentes excluidos son los seleccionados por el sistema penal juvenil. 4. Hay un aumento creciente de la judicialización por infracción. 5. Hay una tendencia lineal de crecimiento de las privaciones de libertad a menores, a pesar de los compromisos internacionales suscritos por Uruguay. 6. Las infracciones más violentas (homicidios y violación) cometidas por adolescentes no han experimentado aumento. 7. Aumenta la criminalización de menores por infracciones contra la propiedad, que es el bien jurídico más afectado por los jóvenes. 8. La reincidencia es un resultado frecuente luego de la imposición de penas con privación de libertad. Es menor cuando se aplican penas de libertad asistida. 9. Se mantiene la inadecuación de la justicia juvenil a la Convención de los Derechos del Niño. 10. Son frecuentes las detenciones policiales ilegales, inconstitucionales y arbitrarias. 11. Se desconoce el principio de proporcionalidad o prohibición del exceso a propósito de los jóvenes infractores. Fuente: Investigación sobre las infracciones juveniles y las sanciones judiciales aplicadas a adolescentes en Montevideo, Unicef (2003) y la ONG, Defensa de Niños y Niñas Internacional. 229 Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay Anexo VII Ingresos carcelarios de hombres según “profesión” (1950-1978-1988) (%) Empleados Comerciantes Choferes Militares y policías Peones y jornaleros Sin profesión Otros 1950a 1978b 1988c 3,1 7,2 2,0 2,2 71,3 12,0 2,9 16,7 3,1 19,4 6,0 17,2c 39,4 23,6 24,5c 27,5 20,1 a) Datos nacionales; b) datos solo de Montevideo; c) incluye solo jornaleros. Fuente: Paternain. Anexo VIII Población total de Uruguay por sexo según grupos de edad (al 30/6/2002) Grupos de edad 0-4 5-9 10-14 15-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54 55-59 60-64 65-69 70-74 75-79 80-84 85-89 90-94 95 o más Total Hombres Mujeres 3.360.868 267.934 281.373 271.077 269.716 258.198 238.610 227.971 223.897 211.340 192.403 175.377 155.873 141.698 132.302 120.105 89.592 56.277 30.312 12.201 4.612 1.627.129 136.240 143.607 137.914 137.070 130.336 119.278 113.090 109.896 103.089 93.467 84.373 74.093 65.542 58.988 50.568 35.389 20.102 9.486 3.447 1.154 1.733.739 131.694 137.766 133.163 132.646 127.862 119.332 114.881 114.001 108.251 98.936 91.004 81.780 76.156 73.314 69.537 54.203 36.175 20.826 8.754 3.458 Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas: <www.ine.gub.uy>. 42.219.501 49.009.719 54.330.870 56.499.725 61.043.609 69.743.566 1997 1998 1999 2000 2001 2002 3.891.589 3.791.611 3.565.056 3.406.809 3.107.307 2.515.314 2.013.224 Presupuesto Ministerio del Interior (total en miles de pesos uruguayos) 5,57 6,21 6,30 6,27 6,34 5,95 6,07 % 15.40 12.68 11.73 11.00 10.17 8.89 7.50 Promedio anual de cotización en dólares 252.700.584 299.022.949 311.684.228 305.536.578 282.937.457 282.712.848 268.429.866 Total Ministerio del Interior en dólares 2.365.557 2.270.420 2.172.624 2.060.515 1.978.832 1.679.885 1.372.112 Costo del personal (en miles de pesos uruguayos) 1.358.979 1.364.030 1.273.108 1.218.349 1.032.741 750.275 594.315 167.053 157.161 119.324 127.945 95.734 85.154 46.797 Otros gastos de Inversiones funcionamiento (en miles (en miles de de pesos uruguayos) pesos uruguayos) Distribución presupuesto Ministerio del Interior Cuadro comparativo entre gastos totales del Estado y del Ministerio del Interior (1996-2002) Fuente: Elaboración propia basada en información de la Contaduría General de la Nación y del Banco Central del Uruguay. 33.152.179 1996 Presupuesto General de la Nación (total en miles de pesos uruguayos) Anexo IX 230 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 231 Anexo X Perfil de las actividades de la Junta Nacional de Drogas de la Presidencia de la República • I Congreso Iberoamericano de Trastornos Adictivos. • Cierre de Actividades 2003. • Nueva encuesta sobre consumo de drogas en estudiantes de enseñanza media. • I Jornadas del Servicio de Farmacodependencia del Hospital Maciel. • Videoconferencia nacional desde Paysandú: Educación en habilidades para la vida en ámbitos educativos institucionales y entornos comunitarios. • 8º Congreso Mundial de sida. • Plan de Drogas 2004 para la Educación. • Llamado a aspirantes: consultor en el área epidemiológica. • Foro de Acá 2003. • I Simposio Iberoamericano de Trastornos Adictivos. • Seminario “Drogas y Exclusión Social”. • Proyecto: “Colonia da la vuelta al mundo diciendo No a las Drogas”. • Seminario sobre drogas en Maldonado. • Seminario sobre drogas, educación y periodistas. • Curso de capacitación para personal y docentes del CES y el CETP. • Combate del lavado de dinero, desde el sistema judicial. • Programa Calidad de Vida en el Trabajo. • Drogas: haciendo posible lo imposible. • Curso de capacitación en la “problemática del consumo de drogas” (equipo V). • Curso de capacitación en la “problemática del consumo de drogas” (equipo IV). • Curso de Capacitación en la “problemática del consumo de drogas” (equipo III). • Curso de capacitación en la “problemática del consumo de drogas” (equipo II). • Curso de capacitación en la “problemática del consumo de drogas” (equipo I). • Conferencia: “Aspectos médico-toxicológicos de las drogas”. • Videoconferencia: “Uso de drogas legales e ilegales”. • Prevención del abuso de drogas y VIH/sida. • Lanzamiento de la Junta Departamental de Drogas de Flores. • San José crea su Junta Departamental de Drogas. • Teleconferencia: curso de capacitación. • Día Internacional contra el Abuso y el Tráfico de Drogas. • Programa Kairós. • Naciones Unidas: premio a la sociedad civil. • Tacuarembó: la localidad procura crear organismo de lucha contra adicciones. • Rivera: Día Mundial sin Humo de Tabaco. • Organismos del Estado buscan consensos en materia de drogas. • Donación del Centro Japonés para la prevención del abuso de drogas. • Maestría iberoamericana en drogodependencias. • La Aventura de la Vida en el litoral I. • Prevención en drogas llega a 15.000 escolares. • Competencia internacional: “Déjalo y gana 2002”. • La Aventura de la Vida en el litoral. • El Abrojo: Programa de Actividades 2002. • Drogas: capacitación. • Consumo de drogas y su incidencia en el trabajo. • Problemática del uso de drogas en cárceles. 232 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin Anexo X (cont.) Perfil de las actividades de la Junta Nacional de Drogas de la Presidencia de la República • Encuentro: drogas en la infancia y adolescencia. • “La Aventura de la Vida”: un aporte a la promoción de hábitos saludables de vida. • Investigación sobre consumo de cocaína y derivados. • Seminario: Solidaridad y Participación. Ciudadanía en la Lucha contra el sida. • Videoconferencia: presentación. • Videoconferencia: Día Mundial de Lucha contra las Drogas. • Posgrado de Especialización en Drogodependencia. • Guía “Para que hablemos sobre drogas”. • Proyecto regional sida y Drogas. • Actividades de capacitación de El Abrojo. • Fortalecimiento del BROU contra el lavado de activos. • Becas para maestría iberoamericana en drogodependencias. • Campaña: Prevención de dopaje en el deporte. • Drogas: más información, menos riesgos. • Prevención del consumo de alcohol en conductores: “Ceda el Volante”. • Inauguración: Centro de referencia en drogas. • Videoconferencia: Aspectos ético-jurídicos del consumo problemático de drogas. • Rivera: Reducción de la Demanda de Drogas. • JDD Colonia. Lanzamiento 22/10/2002. • Ponencia de la videoconferencia del 9/10/2002. • Videoconferencia: Aspectos Psiquiátricos y Psicológicos del Uso Problemático de las Drogas, 9/10/2002. • “Tabaquismo: consumo en el ámbito de la enseñanza media”, 7/10/2002. • Organizaciones gubernamentales implementan estrategias comunes en materia de drogas. • Resumen de teleconferencia Nº 20020814. • Resumen de teleconferencia Nº 20020710. • Jornada sobre prevención y tratamiento de las adicciones. • Jornada sobre prevención y tratamiento de las adicciones. • Jornada sobre prevención y tratamiento de las adicciones. • Lanzamiento de la Junta Departamental de Drogas de Maldonado. Fuente: <www.presidencia.gub.uy>. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 233 Anexo XI Propuestas de la izquierda en Seguridad Ciudadana III Congreso Extraordinario del Frente Amplio “Alfredo Zitarrosa”, 20, 21 y 22 de noviembre de 1998 – La Seguridad Ciudadana preocupa en forma creciente a la población; en particular a la de menores recursos, sin posibilidad de protegerse mediante rejas, alarmas, guardias privados o de atenuar las consecuencias de los delitos a través de seguros o del respaldo económico propio. Más allá del condenable sensacionalismo con que manejan la cuestión algunos medios de comunicación y de la prédica de algunos voceros de la derecha que explotan el tema buscando un mayor control social, debemos reconocer el problema y enfrentarlo, sabiendo que la realidad actual es el resultado de un largo proceso de deterioro social donde confluyen causas económicas, sociales y culturales. – No existen recetas mágicas que aseguren soluciones fáciles y rápidas, pero, a partir de una jerarquización de la prevención del delito a través de políticas sociales y económicas que mejoren el salario y el empleo y enfrenten la problemática de la marginalidad y la pobreza, también debemos articular una respuesta de corto plazo, para lo cual debemos impulsar la superación de la gestión policial y una modificación al régimen de sanciones. – El instituto policial deberá ser transformado, dignificando su función, recreando los puentes necesarios entre él y el resto de la sociedad, mejorando sus salarios, combatiendo la corrupción interna, adecuando leyes y reglamentos que lo rigen, dotándolo de equipos adecuados –en especial en armamento y medios de comunicación y transporte–, tecnificando y modernizando métodos de investigación y manteniendo al personal con un nivel de instrucción y entrenamiento superior al actual. – Respecto al régimen de sanciones, se deberá impulsar el régimen de medidas alternativas a la prisión preventiva; se deberá abordar el tema carcelario, quitando las cárceles de la órbita del Ministerio del Interior, evitando el hacinamiento de los reclusos y promoviendo el estudio y el trabajo de los mismos. Y por último se deberá facilitar la reinserción social del ex-recluso, en particular su reinserción laboral. Documentos del IV Congreso “Héctor Rodríguez”. Propuesta de grandes lineamientos programáticos para el gobierno 2005-2010 porque entre todos otro Uruguay es posible 21 y 22 de diciembre de 2003 – La seguridad ciudadana es un derecho humano, aunque se ha convertido en un problema nacional. Sin perjuicio de entender que el delito tiene múltiples causas, no es posible eludir la responsabilidad del Estado en arbitrar soluciones teniendo en cuenta que éstas dependen de la capacidad para concertar acciones con la sociedad, y del éxito de las políticas que aseguren crecientes grados de integración social. – Se promoverá una policía profesional dignificando la función policial, reafirmando su papel de auxiliar de la justicia. El otro programa. Bases programáticas - Proyecto alternativo Capítulo Seguridad Pública La seguridad ciudadana preocupa en forma creciente a la población; en particular a la de menores recursos, sin posibilidad de protegerse mediante rejas, alarmas, guardias privados, o de atenuar las consecuencias de los delitos a través de seguros o del respaldo económico propio. Más allá del condenable sensacionalismo con que manejan la cuestión algunos 234 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin medios de comunicación y de la prédica de algunos voceros de la derecha que explotan el temor buscando un mayor control social, debemos reconocer el problema y enfrentarlo, sabiendo que la realidad actual es el resultado de un largo proceso de deterioro social donde confluyen causas económicas, sociales y culturales. No existen recetas mágicas que aseguren soluciones fáciles y rápidas, pero, a partir de una jerarquización de la prevención del delito a través de políticas sociales y económicas que mejoren el salario y el empleo y enfrenten la problemática de la marginalidad y la pobreza, articularemos respuestas de corto plazo. La seguridad ciudadana no se conseguirá por la vía de crear nuevos delitos o de agravar las penas, como se ha hecho hasta ahora. Desarrollaremos una nueva política criminal que terminará con la selectividad del sistema penal que hoy se orienta preferentemente hacia los sectores más carenciados y enfrentará con medios idóneos los delitos de cuello blanco, la corrupción, el narcotráfico, los delitos económicos y las bandas internacionales. El instituto policial deberá ser transformado, dignificando su función, recreando los puentes necesarios entre él y el resto de la sociedad, mejorando sus salarios, combatiendo la corrupción interna, ajustando las leyes y reglamentos que lo rigen, dotándolo de equipos adecuados –en especial en armamento y medios de comunicación y transporte–, tecnificando y modernizando métodos de investigación y manteniendo al personal con un nivel de instrucción y entrenamiento superior al actual. El objetivo será la superación de la gestión policial. Respecto al régimen de sanciones, se impulsará un sistema de medidas alternativas a la prisión preventiva; se abordará el tema carcelario, buscando quitar a las cárceles de la órbita del Ministerio del Interior, evitando el hacinamiento de los reclusos y promoviendo el estudio y el trabajo de los mismos. Y por último se deberá facilitar la reinserción social del ex-recluso, en particular su reintegro a la vida laboral. Plan de atención interinstitucional a los ciudadanos en situación de extrema pobreza y de marginalidad Análisis y definición de transferencias de subsidios y aportes presupuestales o extrapresupuestales a los efectos de: • atender ausencia o carencia de vivienda y regularizar asentamientos marginales; • implementar plan de seguridad alimentaria básica; • fortalecer los espacios de socialización de niños y adolescentes sobre la base del sistema educativo y la educación física; • elaborar un plan de soporte interinstitucional ante el abandono total o parcial y la violencia doméstica; • asegurar la cobertura de la seguridad social para todos los niños independientemente de la situación laboral de los padres; • dar cumplimiento al Artículo 37 de la Ley 16.707, implementando el funcionamiento de las “comisiones honorarias de promoción de la infancia en situación de riesgo” en cada departamento; • creación de un fondo para posibilitar su eficaz funcionamiento. El instituto policial Se creará una comisión con la participación de partidos y de organizaciones vinculadas al quehacer policial que estudie una reestructura del instituto y formule recomendaciones para la modificación de su Ley Orgánica y de los Reglamentos que la rigen. Entre otras necesidades deberá tener en cuenta: • Reformular los cometidos del instituto. • Dar nuevo destino a tareas que son ajenas a las funciones policiales propiamente dichas. Seguridad Ciudadana: la situación en Uruguay 235 • Modificar las políticas de ingreso. • Reestructurar los planes de formación profesional. • Reformar el Estatuto Policial restableciendo su característica civil limitando la disciplina militar a determinados cuerpos. • Modificar el régimen de promoción y ascenso. • Establecer nuevo organigrama orientado por un criterio descentralizador del funcionamiento. Medidas económico-sociales • Descentralizar el funcionamiento de la Dirección de Investigaciones creando equipos zonales particularmente en Montevideo y Canelones. • Extender y dimensionar adecuadamente la actuación de la policía técnica en los procesos de investigación. • Descentralizar en bases el servicio de radio-patrulla en Montevideo. • Recuperar para la función ejecutiva el máximo de funcionarios de formación policial. • Asignación de un rol nacional efectivo para la Dirección Nacional de Prevención del Delito. • Extender la experiencia de la Comisaría de Menores y la Comisaría de la Mujer al interior del país. • Estudiar y poner en práctica medidas tendientes a modificar la relación entre la policía y la sociedad civil. • Convertir la Fiscalía Nacional de Policía en un cuerpo especialmente seleccionado que cumpla las funciones de policía interna. • Mejorar la regulación legal y reglamentaria de la policía privada. Sistema carcelario Para avanzar en el cumplimiento del mandato constitucional de buscar la reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito en procesados y penados se propone: • Aprobar el proyecto de Ley referido a medidas alternativas a la prisión preventiva y penas alternativas a la reclusión, que cuenta con media sanción, actualmente, a consideración del Senado. • Impulsar el tratamiento y la aprobación del proyecto “Instituto Nacional de Rehabilitación”, por el cual se crea éste como servicio descentralizado sacando las cárceles de la órbita del Ministerio del Interior. • Iniciativas a corto plazo del sistema carcelario, tomando como base la propuesta elaborada por la Comisión Honoraria de Mejora del Sistema Carcelario. • Promover y asegurar la posibilidad de trabajo y estudio en las cárceles brindándoles protección social a quienes trabajen. • Estudiar la aplicación en nuestro país de leyes vigentes en otros Estados, en las que por cada tres días de trabajo o estudio de los reclusos se les descuenta un día de pena. • Creación del Hospital Penitenciario, con especial atención hacia un sector especializado en psiquiatría. Medidas complementarias a) Habilitar la creación de un pequeño equipo investigador al servicio de los juzgados penales o fiscalías disponiendo los recursos necesarios. b) Fortalecimiento de la credibilidad del sistema político e institucional. 236 Rafael Sanseviero / Graciela López Machin c) Tratamiento y aprobación de la Asamblea General de la llamada “Ley Cristal”. d) Implementar medidas que posibiliten la eficacia en la investigación policial y judicial de los delitos llamados “cuello blanco” que determina importantes perjuicios económicos para el país y sus habitantes. e) Defender el poder adquisitivo de la población combatiendo la usura y aprobación de la Ley que combate este tipo de práctica delictiva. f) Defensa y protección de la víctima, incorporando medidas de protección de víctimas, testigos y denunciantes. g) Aprobación del proyecto “Defensoría Nacional de víctimas de la violencia sexual y doméstica”, hoy a estudio del Senado con media sanción. h) Desarrollo de la promoción y prevención en salud mental. i) Creación de una comisión honoraria con el objeto de actualizar el plan nacional de salud mental, de efectuar recomendaciones sobre su puesta en práctica y elaborar proyecto de Ley de salud mental. j) Atención especial a los fenómenos de alcoholismo y drogadicción, de importante incidencia en los problemas de seguridad. k) Instrumentación de un plan de redimensionamiento de la educación física y el deporte en Uruguay. l) Modificación de la política de recursos utilizando con racionalidad mecanismos presupuestales y extrapresupuestales para asegurar ingresos decorosos al funcionario, atender su problemática de vivienda y dignificar su función. Fuente: Elaboración propia basada en información publicada en internet: <www.ps.org.uy>.