Red Latinoamericana de Investigadores sobre Teoría Urbana
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Observatório das Metrópoles
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Seminário Internacional
A Cidade Neoliberal na América Latina: desafios teóricos e
políticos.
A la memoria de Emilio Duhau López
Rio de Janeiro, 06, 07 e 08 de novembro de 2013
Local: IPPUR/UFRJ
Mesa 3- Os processos de transformação histórica da cidade latino americana.
Autora: María Cristina Cravino
CONICET/Instituto del Conurbano- Universidad Nacional de General Sarmeinto
Buenos Aires
Argentina
[email protected]
Titulo: Transformaciones urbanas y representaciones sociales de la ciudad en el Area Metroplitana
de Buenos Aires de las últimas décadas
Introducción
La presente ponencia se propone analizar las representaciones sociales de la ciudad de los
habitantes del Area Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Es decir, planteamos un análisis de la
subjetibidad del espacio urbano.
El AMBA comprende la Ciudad de Buenos Aires -capital de la república- y 24 municipios que la
rodean. Este aglomerado urbano albergaba en 2010 una población de casi 13 millones de personas
(la ciudad capital aportaba 2.891.082 y los 24 municipios 9.910.282). Desde el punto de vista político
administrativo, la Ciudad de Buenos Aires es autónoma desde 1996 y tiene un estatus similar al de
una provincia, mientras que los municipios del Conurbano Bonaerense pertenecen a la Provincia de
Buenos Aires, que cuenta con un total 134 municipios. La Ciudad de Buenos funciona como el
centro de la región y allí afluyen diariamente más de un millón de habitantes del Conurbano a
trabajar, estudiar o realizar otras actividades, aunque es posible detectar otras centralidades,
algunas incluso por fuera del área.
Buenos Aires como área metropolitana asienta a un tercio de la población del país. Se conformó
siguiendo la extensión del ferrocarril desde el centro a la periferia, proceso que se finalizó en la
década del 60 (Scobie, 1977). A partir de finales de la citada década, por medio de la construcción
de autopistas, cobró lentamente más peso el transporte automotor, que generó también otra forma
radial superpuesta. Mientras tanto, los autobuses (“colectivos”) unían las zonas interstisciales. La
urbanización acompañó la extensión de los medios de transporte colectivos (durante muchas
décadas subsidiados) y los sectores populares se fueron ubicando en la periferia por medio de la
compra de lotes en cuotas accesibles a los salarios de los trabajadores y mayoritariamente
autoconstruyeron sus viviendas u obtuvieron por crédito blando (esto último sólo algunos grupos de
asalariados) fondos para encargarla (Clichevsky, 1975).
Es sabido que desde la aplicación de medidas de corte neoliberal y represivas durante la dictadura
militar que gobernó Argentina desde 1976 a 1983, la región sufrió profunda transformaciones
urbanas. Las más importantes de ellas en la ciudad capital fueron analizadas por Oscar Oszlak en
su clásico libro “Merecer la ciudad” (1991): conformación de la Coordinación Ecológica Area
Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE), liberalización del precio de los alquileres, creación de
las autopistas urbanas, erradicación de las “villas de emergencia” -nombre popular que se le da a
los asentamientos informales- . Luego, en la etapa de la llamada transición democrática, durante el
gobierno de Raúl Alfonsión (1983-1989) se dieron sucesivos intentos de estabilización económica y
emergieron numerosos conflictos urbanos que pusieron a la luz las grandes dificultades de los
sectores populares de encontrar un lugar donde habitar en la ciudad. Durante la gestión de Carlos
Menem (1989-1999) se aplicó un drástico plan de reformas, que buscaban “achicar el Estado”, que
tuvieron fuertes repercusiones urbanas, como por ejemplo la privatización de todos los servicios
públicos (electricidad, gas, telefóno, agua y saneamiento, correo, ferrocarriles, subtes, autopistas,
etc.) y que abrieron el capítulo a una transformación estructural del espacio urbano. Una de las caras
más visibles fue el crecimiento de los barrios cerrados (Svampa, 2001, Pintos y Narodowski, 2012)
en el Conurbano Boanerense o Región Metropolitana de Buenos Aiers y de los asentamientos
informales en toda el área. Un sector de la clase media tuvo mejor suerte, ya que con la estabilidad
económica logró tener acceso al crédito, pero esto se revirtió en la última década. Nadie puede
dudar que cambió el paisaje urbano y se agudizaron conflictos por el derecho a la ciudad, presentes
desde hace muchas décadas. A pesar de la aplicación de políticas de corte neokeynesiano (o lo que
algunos llaman neodesarrollismo( a partir del año 2003, esta tendencia no fue revertida, aún con la
importe producción de vivienda de interés social desde esa fecha. Falta conocer mejor cómo esta
recuperación económica se plasmó en el territorio, que creemos fue de forma contradictoria.
Un dato que resalta, incluso, del Censo 2010 es que la población del AMBA creció en proporción
mayor a la media nacional.
No obstante, desde hace una década, el Estado Nacional, provincial y porteño han comenzado a
bosquejar ejercicios y lineamientos de de planificación urbana a escala regional. En particular
merece destacarse el Plan Estratégico Territorial del Ministerio de Planificación Ferderal, inversión
Pública y Servicios y los Lineamientos Estratégicos para la Región Metropolitana de Buenos Aires de
la Subsecretaría de Urbanismo y Vivienda de la Provincia de Buenos Aires..
Por su parte, también existen numerosas iniciativas legislativas en relación al uso del suelo y el
acceso a la vivienda, en diciembre de 2012 fue sancionada la Ley de Acceso Justo al Hábitat en la
Provincia de Buenos Aires, en la actualidad en proceso de reglamentación. En la Ciudad de Buenos
Aires, se han propuesto leyes de vivienda, de alquiler, se debate el Plan Estratégico y diferentes
transformaciones en zonas específicas (como el Centro Cívico). A nivel nacional se postulan leyes
de Planeamiento territorial, de Producción social del hábitat, de Alquileres y de Regularización
dominial, entre otras.
Con lo cual no estamos en una situación de “Estado Ausente” o estado mínimo como planteaba los
postulados neoliberales, no obstante muchos de los problemas de la agenda urbana, siguen
vigentes o se han empeorado. En particular, el Área Metropolitana de Buenos Aires ha entrado en la
agenda pública a partir de diferentes cuestiones problemáticas: a) los déficits urbanos: falta de
acceso suelo y vivienda para sectores de escasos recursos y sectores medios, falta de acceso a
servicios públicos urbanos o problemas de calidad de los mismos, esto último en particular en
medios de transporte de pasajeros –principalmente de la periferia al centro- y en comunicaciones; b)
déficit ambientales expresados particularmente en tres fenómenos: las inundaciones y anegamientos
(destacandóse el episodio del 2 de abril del 2013, con un saldo de 9 muertes en la Ciudad de
Buenos Aires) , procesos de contaminación (tematizados particularmente en al actualidad a partir de
la llamada “Causa Mendoza”, que llevó a la creación de la Autoridad de la Cuenca Matanza
Riachuelo (ACUMAR) y la falta de lugares donde despositar los residuos sólidos domiciliarios a partir
del “colapso” de los centros de disposición de los mismos)(Auyero-Twistun, 2008; Fernández, 2011;
Merlinsky et at. 2012); c) la tematización de la cuestión de la inseguridad que pasa a ser una de las
preocupaciones centrales de los habitantes de la ciudad, debatiéndose la metodología de registro de
hechos o percepciones de inseguridad (Kessler, 2009). Todos estos elementos se pueden palpar por
medio de prácticas de acción colectiva de protesta, expresando los principales conflictos urbanos.
Nos interesa entonces, analizar las percepciones que tienen los habitantes del área en un contexto
de una ciudad que presentan mayores contrastes urbanos, modernización de algunas áreas y
relegamiento de otras. A partir de 80 entrevistas a habitantes de distintas tipologías habitacionales
(1- asentamientos informales; 2- barrios cerrados; 3- barrios de clase media; 4- conjuntos de
vivienda de interés social; 5- barrios de sectores populares con tenencia en propiedad del suelo) del
AMBA (Ciudad de Buenos Aires y del Conurbano Bonaerense) se analizarán las representaciones
sociales del espacio urbano tomando los siguientes ejes: a) Percepciones del AMBA desde su
trayectoria de vida personal apelando al pasado; b) Caracterizaciones desde la perspectiva de los
distintos tipos de barrios de la ciudad; c) las zonas del miedo en el AMBA; d) la visión de los vecinos
del orden urbano metropolitan y e) imaginarios urbano en base a ciudades deseadas o modelos de
ciudad.
La estructura del artículo repasa los conceptos de experiencia metropolitana y barrio, para luego
analizar las percepciones del los habitantes de las distintas tipologías habitacionales del AMBA y
finalmente algunas palabras que permiten conclusiones preliminares y abren nuevos interrogantes
1. Experiencia metropolitana
Como señalamos en este trabajo trataremos de hacer una primera aproximación a la subjetividad de
los distintos sectores sociales en relación al espacio urbano que conforma la ciudad en su conjunto.
Esta subjetividad se construye a partir de la experiencia urbana metropolitana. Siguiendo a Duhau y
Giglia (2008: 21) se entiende por ella a tanto “prácticas como las representaciones que hacen
posible significar y vivir la metrópoli por parte de sujetos diferentes que residen en diferentes tipos de
espacio. El concepto de experiencia alude a las muchas circunstancias de la vida cotidiana en la
metrópoli y a las diversas relaciones posibles entre los sujetos y los lugares urbanos, a la variedad
de usos y significados del espacio por parte de diferentes habitantes”. Los autores muestran los
diferentes tipos de experiencias que se desarrollan en la ciudad de México, que implican desiguales
usos y percepciones del espacio urbano en las distintas zonas del distrito.
De esta forma una de las cuestiones es ver la heterogeneidad de las condiciones urbanas y de las
propias percepciones de los habitantes, tomando múltiples dimensiones que recuperen las
teorizaciones previas de investigadores de distintas disciplinas sobre el área.
Diversos estudios propone que la estructura urbana es el resultado de la división social del espacio
urbano, proceso en gran medida determinado por la dinámica del mercado inmobiliario y la
apropiación diferencial de la renta del suelo. Ribero (2002) plantea que la formas que adquiere la
distribución residencial y las desigualdades en las condiciones de vida al interior de la ciudad,
resultan de la acción de los grupos sociales interesados en la apropiación de la “renta real”,
entendida como la tensión entre el acceso desigual al consumo de los bienes y servicios colectivos y
las ganancias generadas por la valorización inmobiliaria. De este proceso deriva una determinada
estructura socio-espacial, entendida en términos de Lago (2002) o Duhau y Giglia (2008), como el
patrón de distribución de la población según su perfil socio-económico en las diferentes áreas que
conforman el espacio metropolitano, integrándose el grado concentración de los diferentes grupos
sociales y el grado de homogeneidad social de las áreas.
En este sentido, entendemos por estructura urbana a las formas espaciales discernibles que adopta
la división social del espacio urbano, es decir, el modo en el cual se distribuyen a nivel intra-urbano
los distintos estratos socio-económicos, los usos del suelo, los tipos residenciales y las condiciones
generales de calidad urbana1. Siendo la mercantilización del espacio urbano el proceso que orientan
la constitución de la estructura urbana, ya que los mercados inmobiliarios, son una pieza central al
momento de definir la configuración urbana y la diferenciación residencial, en tanto se constituye
como variable explicativa de las restricciones/oportunidades de acceso, uso y apropiación del
espacio urbano. En palabras de Duhau y Giglia (2008:155) la división social del espacio residencial
en la metrópolis actual, resultará “...de las formas pasadas o actuales de producción del espacio
residencial que determinan, a través del funcionamiento del mercado inmobiliario, el tipo de vivienda
y las áreas en las que la misma estará localizada, de acuerdo con el nivel socio-económico de los
hogares”.
Son diversos los estudios que se preocupan por el vínculo entre la estructura urbana o las
condiciones objetivas del proceso de urbanización y la dimensión de las prácticas y las percepciones
del espacio urbano. Sousa (2008), señalan que la estructura urbana se relaciona no sólo con la
distribución de la población según el nivel de ingresos, sino que la misma también incide en las
formas de interacción social. Para Rodríguez (2001) la posición en la estructura urbana y la
distribución residencial condicionan el acceso a la dotación de infraestructura y servicios, pero
también se vincula con formas de prestigio y poder. Desde una perspectiva constructivista, Lindón
(2010) sostiene que el sujeto cobra una nueva centralidad construyendo y reconstruyendo
cotidianamente la ciudad en contextos históricos particulares. El estudio de la experiencia y las
prácticas urbanas, las representaciones e imaginarios, las formas de uso y consumo del espacio
urbano, entre otras líneas de investigación dan cuenta de que el espacio urbano es producto y
deviene tanto de una realidad material, como de los diferentes modos en los cuales esta realidad es
experimentada y vivida por los sujetos. En ella están presentes numerosos conflictos urbanos.
Por otra parte, Levy (1998) considera que el espacio residencial –entendido como contexto del
habitar- está constituido por los arreglos de los tipos residenciales en el espacio geográfico y en el
espacio social. El espacio residencial es un arreglo particular entre la distribución de los hogares, las
características que asume el parque habitacional construido y las características socioeconómicas y
sociodemográficas que asumen las tipologías residenciales que lo constituyen. En esta línea, es
importante señalar que la posición residencial en dicho espacio acarrea costos económicos,
atributos de estatus y oportunidades desiguales de reproducción social, es decir, condiciona las
prácticas y la experiencia urbana, sin por ello determinarla totalmente.
En la literatura abundan diferentes aproximaciones a la estructura urbana y, por otro lado, al estudio
de la experiencia urbana. Sin embargo, son escasos los estudios que ligan ambas líneas de
investigación (ver Duhau y Giglia, 2008) desde un abordaje histórico, metropolitano y multiescalar,
que consideren las formas en las cuales el espacio es percibido, que analicen las marcas de
diferenciación, que presten atención a las relaciones barriales o al modo en el cual los contextos
urbanos particulares inciden en las formas de sociabilidad; y que al mismo tiempo articulen todas
estas preocupaciones con el desarrollo del proceso de urbanización, los modos de producción del
espacio habitable, las condiciones urbanas y los tipos de poblamiento.
1
Se reelabora a continuación el planteo original realizado por Duhau y Giglia (2008) respecto a la relación
entre la “división social del espacio residencial” y la “estructura socio-espacial”.
De acuerdo a datos estadísticos de la Ciudad de Buenos Aires 1,2 millón de personas todos los días
viaja entre una y dos horas desde el Conurbano al distrito central. La cifra viene creciendo en los
últimos 20 años.
Es un número que equivale a casi la mitad (47,7%) de los puestos de trabajo porteños, y que está en
aumento ya que, en los últimos 20 años, esa participación estuvo entre el 40% y el 45%. Durante la
crisis de 2002, por el desempleo, bajó al 36%, pero alcanzó el 48,8%, a fines de 2011, de acuerdo a
los datos de la Dirección de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires.La mayoría de esta
gente gana menos que sus pares porteños (en promedio 16% menos), registran mayor informalidad,
ocupan puestos de menor jerarquía y son mayoría en la construcción y entre el personal doméstico.
Un dato relevante indica que predominan los varones (66%) contra las mujeres (34%)2.
Mientras la ciudad aporta dos millones y medio de puestos de trabajo el Conurbano Bonaerense
3.700.000 empleos (Dirección de Estadísticas y Censos de Buenos Aires). Sólo un 6,2 % de los
porteños trabaja en el Conurbano (227.000). Esto muestra la centralidad de la ciudad capital, aunque
también su periferia otorga fuentes de trabajo3, lo hace en una proporción menor a su cantidad de
habitantes, como indicamos algo menos de 3.000.000 viven en el distrito federal y casi 9.000.000 en
el Conurbano. Aunque es importante aclarar que la aglomeración urbana actualmente excede en
buena medida la categorizción de AMBA del Instituto de Estadísticas y Censos Nacional (INDEC).
2. El barrio
El barrio, aún con sus límites ambiguos y sus heterogeneidades internas, es un locus central para la
percepción de la ciudad, y en particular de la percepción del lugar que ocupa el habitante en el
conjunto de la ciudad, partiendode aprehenderla como un sistema de jerarquías urbanas, que
incluyen aspectos simbólicas.
Siguiendo a Mayol (2000), este espacio se caracteriza por su cualidad de interfase entre dos ámbitos
concebidos como opuestos. En sus palabras: “El barrio aparece como el dominio en el cual la
relación espacio/tiempo es la más favorable para un usuario que ahí se desplaza a pie a partir de su
hábitat. Por consiguiente, es ese trozo de ciudad que atraviesa un límite que distingue el espacio
privado del espacio público: es lo que resulta de un andar, de una sucesión de pasos sobre una
calle, poco a poco expresada por su vínculo orgánico con la vivienda.” (op.cit: 9) (el subrayado es
nuestro).
Constituye así un microcosmos más aprehensible que el conjunto de la ciudad. Es decir “frente al
conjunto de la ciudad, atiborrada de códigos que el usuario no domina pero que debe asimilar para
Trabajan en promedio más horas que los porteños. Un 34% trabaja más de 46 horas semanales contra un 28% de los
porteños. Si se agregan las horas de viaje, la jornada se prolonga a más de 12 horas. Los del GBA son amplia mayoría
en algunas actividades porteñas. El 88% de los empleos de la construcción y el 66% del personal doméstico son
trabajadores que viven en el conurbano.. El 75% de los empleos operativos está ocupado por gente del GBA, contra el
65% que corresponde a los residentes en la Ciudad. Además, y vinculado a sus puestos laborales cuentan con menor
nivel de educación que los trabajados porteños.
3 Mientras los empleados en la ciudad capital en un 25% están en condiciones de informalidad, casi el 40% de los
asalariados se desempeñan en la informalidad o “en negro” en el Conurbano Bonaerense.
2
poder vivir en ella, frente a una configuración de lugares, impuestos por el urbanismo, frente a
desnivelaciones sociales intrínsecas, al espacio urbano, el usuario consigue siempre crearse lugares
de repliegue, itinerarios para su uso o su placer que son las marcas que han sabido, por si mismo
imponer al espacio urbano. El barrio es una noción dinámica, que necesita un aprendizaje progresivo
que se incrementa con la repetición del compromiso del cuerpo del usuario en el espacio público
hasta ejercer su apropiación de tal espacio” (Mayol, 2009:9-10). Esto es permite separar el “espacio
conocido y vivido” del espacio “desconocido”. Este aprendizaje implica siempre tiempo, no es
automático. Así “Debido a su uso habitual, el barrio puede considerarse como la privatización
progresiva del espacio público. Es un dispositivo práctico cuya función es asegurar una solución de
continuidad entre lo más íntimo (el espacio privado de la vivienda) y el más desconocido (el conjunto
de la ciudad o hasta, por extensión, el mundo): “existe una relación entre la comprensión de la
vivienda (un “dentro”)y la comprensión del espacio urbano al que se vincula (un “fuera) . El barrio es
el término medio de una dialéctica existencial (en el nivel personal) y social (en el nivel del grupo de
usuarios) entre un dentro y el fuera. Y es en la tensión de esos dos términos, un dentro y un fuera
que poco a poco se vuelven la prolongación del habitáculo; para el usuario, se resume en la suma
de trayectorias iniciadas a partir de su hábitat. Más que una superficie urbana transparente para
todos o estadísticamente cuantificable, el barrio es la posibilidad ofrecida a cada uno de inscribir en
la ciudad una multitud de trayectorias cuyo núcleo permanece en la esfera de lo privado “ (Mayol,
2000: 10). De esta forma consideramos que el lugar de pertenencia residencial, compartido con
algun tipo de grupo de personas más o menos homogéneo o más o menos heterogéno contiene una
forma de experimientar la ciudad, en palabras de Bourdieu, un habitus urbano.
Siguiendo al autor: “Esta apropiacion implica acciones que recomponen el espacio propuesto por el
entorno en la medida en que se lo atribuyen los sujetos, y que son las piezas maestras de una
práctica cultural espontánea: sin ellas, la vida en la ciudad sería una vida imposible. Está para
empezar la dilucidación de una analogía formal entre el barrio y el hábitat: cada uno de ellos tiene,
con los límites que le son propios, la más alta tasa de aprovechamiento personal posible, pues uno y
otro son los únicos “lugares” vacíos donde, de una manera diferente, se puede hacer lo que uno
quiere. Debido al espacio vacío intrínseco en las disposiciones concretas limitantes –los muros de un
apartamento, las fachadas de las calles-, el acto de aprovechar su interior incluye el de aprovechar
las trayectorias del espacio urbano del barrio, y estos dos actos son fundadores en la misma medida
de la vida cotidiana en le medio urbano: quitar uno u otro equivale a destruir las condiciones que
hacen posible esta vida. Así, el límite público/privado, que parece ser la estructura fundadora del
barrio para la práctica del usuario, no sólo es una separación, sino que constitiuye una separación
que une: lo público y lo privado no se ponen de espaldas como dos elementos exógenos, aunque
coexistentes, son mucho más, sin dejar de ser independientes uno del otro pues, en el barrio, hay
una significación de uno sin el otro” (Mayol, 2000: 10-1). Siguiendo este razonamiento habría lugares
donde la experiencia urbana es más fuerte, el barrio y en otras donde es más débil o plagada de los
imaginarios que circulan en los medios de comunicación o en la información boca a boca. Incluso
hay lugares del espacio metropolitano que sólo se conocen por referencias de otros, en particular de
la televisión o los diarios.
El barrio implica siempre una relación social y espacial al mismo tiempo y es un organizador de las
prácticas y experiencias urbanas. Así: “(..) el barrio es el espacio de una relación con el otro como
ser social, que exige un tratamiento especial. Salir de casa de uno, caminar en la calle, es para
empezar el plantemiento un acto cultural, no arbitrario: inscribe al habitante en una red de signos
sociales cuya existencia es anterior a él (vecindad, configuración de lugares, etc.). La relación
entrada/salida, dentro/fuera, confirma otras relaciones (domicilio/trabajo, conocido/desconocido,
calor/frío,, tiempo húmedo/tiempo seco, actividad/pasividad, masculino/femenino…); siempre se trata
de una relación entre sí mismo y el mundo físico y social; es la organizadora de una estructura inicial
y hasta arcaica del “sujeto público” urbano mediante el pisoteo incansable por cotidiano, que mete
en un suelo determinado los gérmenes elementales (susceptibles de descomponerse en unidades
discretas) de una dialéctica constitutiva de la conciencia de sí que adquiere, en ese movimiento de ir
y venir, de mezcla social y repliegue íntimo, la certeza de sí isma como algo inmediatamente social.”
(Mayol, 2000: 11). No obstante, nos interesa marcar que la experiencia barrial no es homogénea en
la ciudad, sino que depende del tipo de barrio (casas bajas, edificios en altura, asentamientos
populares, barrios cerrados, etc.) y de la sociabilidad que allí se desarrolla.
Este autor marca que el barrio es el sitio de un pasaje a otro, reconocible por su estabiidad relativa,
aunque no es del todo íntimo, pero tampoco anómino, es “vecino”. De esta forma, consideramos la
vida en el barrio es desde la infancia una técnica de reconocimiento del espacio en calidad de
espacio social y a medida que se va conociendo otros espacios de la metrópoli (e inclulsive otras
ciudades) es un dispositivo de reconocerlo en la jerarquía urbana. Esta mecánica no está exenta de
conflictos por reconocimiento, por distanciamiento de los estigmas que pudiera haber en el barrio o
un capital locacional que cuenta a la hora de socializarse o de incorporarse al mercado de trabajo.
García Canclini (1997) siguiendo a Mela plantea dos características que definen a la ciudad a partir
de la experiencia de habitar. Una es la densidad de la interacción y la otra es la aceleración del
intercambio de mensajes. La ciudad no es sólo un fenómeno físico, un modo de ocupar un espacio,
de aglomerarse; sino también un lugar donde ocurren fenómenos expresivos que entran en
contradicción con la racionalización de la vida social. Así como se pasa de ciudades a
megaciudades, también se observa un pasaje de la cultura urbana a la multiculturalidad. Por esta
razón postula la existencia de distintas ciudades de México, contenidas históricamente. La primera
es la ciudad histórico-territorial, básicamente pre-colombina. La segunda la ciudad industrial (que va
desterritorializando lo urbano) y que “provoca cambios en los usos del espacio urbano al pasar de
ciudades centralizadas a ciudades multifocales, policéntricas, donde se desarrollan nuevos centros a
través de los shoppings, de otros tipos de urbanizaciones, tanto populares como de clases altas, que
por distintas razones abandonan el centro histórico” (1997:81-2). En sus estudios encontró una
bajísima experiencia del conjunto de la ciudad, ni siquiera una parte importante de ésta. Incluso
algunos políticos consideran imposible actuar sobre toda la ciudad y planean sobre lugares
estratégicos. Pero, encontró actores comunicacionales que hacen intentos por recomponen la
totalidad. La tercera se vincula a las crisis urbanas e industriales y llevan a considerar el desarrollo
de agentes informacionales y financieros. Este proceso modificó muchos hábitos culturales y
estrategias de consumo. Por lo tanto, esto lleva a concebir a la ciudad no sólo sociodemográficamente, sino como una definición sociocomunicacional.
Este autor utiliza la metáfora de “ciudad videoclip” que hace “coexistir en ritmo acelerado, un montaje
efervescente de culturas de distintas épocas” (op. cit.: 88). Esto lo lleva a los “imaginarios urbanos”,
ya que buena parte de lo que nos sucede es imaginario, es decir construimos suposiciones sobre lo
que vemos, quiénes se nos cruzan, etc. Estos imaginarios están nutridos de toda la historia de lo
urbano. A su vez, el imaginario de los políticos se basa en buena medida de lo producido por los
medios. Retoma un estudio de Margulis para resaltar la importancia de los microespacios, que en
medio de la descomposición de las megaciudades constituyen marcas, establecen una
especificidad. De esa manera, existe un “patrimonio” construido por leyendas, historias, mitos,
películas, etc, que no es compartido por todos y sólo tomamos una parte, fragmentos que estabilizan
nuestras experiencias urbanas. Uno de ellos, sin duda es la vivencia del barrio. Estos imaginarios
están disponibles y “cada sector se vincula con él según las disposiciones subjetivas que ha podido
adquirir y según las relaciones sociales en que está inserto” (op. cit: 95).
Entonces, mientras Mayol enfatiza la experiencia urbana barrial García Canclini la experiencia
urbana metropolitana. Ambas tiene una estrecha relación, y suele ser altamente valorada la
experiencia local frente al espacio urbano más anómino, que es percibido a través de marcas e
iconos urbanos o mapas mentales (Alba, 2004). A su vez, Gravano (2003) se propone un estudio
antropológico del barrio como espacio simbólico-ideológico y referente de identidades sociales
urbanas4. Con lo cual la experiencia urbana tiene consecuencias en las autopercepciones de las
personas como habitantes de la urbe. Gravano plantea que esta mirada dicotómica se expresa en
dos categorías espaciale: el centro versus el barrio. Esta taxonomía es construida y redefinida en el
proceso histórico (Frederic, 2004).
Las ciudades crecen en extensión por medio de sus barrios y en ese proceso construyen nuevas
identidades que modifican la identidad de la totalidad de la ciudad. Lo mismo cuando se transforman
los barrios existentes. En este sentido, el concepto de “convención urbana” acuñado por Abramo
(2006) plasma el juego de estrategia de los desarrolladores urbanos y los consumidores de vivienda,
que imprimen una dinámica a la ciudad. El valor significante del barrio, tanto simbólico como
identitario relativiza para Gravano el problema de la escala. La funcionalidad de los barrios es
esencialmente la residencial, y plantea una tipología analítica: 1) el barrio social (como espacio de la
sociabilidad y como referencia de determinados valores que hacen a la convivencia); 2) el barrio
identitario (como potencialidad y consumación del barrio como constructor de identidad barriales). En
palabras del autor “lo espacial sirve de marca a las identidades de la misma manera que las
identidades marcan lo espacial en el proceso mismo de atribución en sus efectos al sistema de
representación” (2003: 259); 3) El barrio como producción ideológica (capacidad de lo barrial para
construir y ser construido por el imaginario social). Se puede plantear cómo crítica que también
juega un papel central la relación de los espacios residenciales con los económicos, administrativos,
de recreación, etc. De la ciudad. Estos también otorgan marcas a los barrios y su identidad. Juegan
de diferente formal el capital localicional de los habitantes.
En nuestro país, la relevancia de los estudios situados en los barrios (lógicamente existen buenos
antecedentes) responde a dos fenómenos antagónicos, pero asociados. Como consecuencia de
políticas sociales de corte neoliberal de los años 90, emerge la focalización como modalidad
supuestamente eficiente y eficaz de distribución de recursos y servicios para los sectores de bajos
recursos. Por lo tanto, la focalización territorial pasa a ser la forma más “simple”, que implica en
los hechos focalizaciones superpuestas de acuerdo a los criterios de cada programa. Esto provoca
zonas específicas donde la recepción de los recursos de los programas circulan de manera más
intensa que en el resto de la ciudad, y se constituye en “barrios bajo planes” Así observamos que en
los estudios de política social se multiplican los estudios en ámbitos barriales, lo mismo que
asociadamente los estudios sobre clientelismo (Auyero, 2001) o política (Frederic, 2004) o el
escenario de movimientos sociales, como las tomas de tierras, en los 80 y hasta mediados de los
años noventa (Merklen 1991; Cravino, 1998) y en los años post crisis del 2001 como centrales en
prácticas políticas novedosas de las clases medias tales como las Asambleas Barriales (Calello,
Realiza su trabajo a partir de un estudio comparativo de diferentes espacios de la Región Metropolitana de Buenos
Aires.
4
2002) o los nuevos repertorios de acción colectiva de los sectores populares, como movimientos
piqueteros (Svampa, 2003; Manzano, 2004; Bottaro, 2003: Delamata, 2004) que hicieron del corte
de rutas su práctica más visible. Por otro lado, también el barrio emerge como vinculado a las
transformaciones de las clases medias altas y altas, producto de la política económica de corte
neoliberal de los gobiernos en la década del 90. Esto llevó a analizar la sociabilidad microsocial en
los barrios cerrados y countries (Svampa, 2001, Janoschka, 2002). A su vez, como el espacio de
socialización del delito amateur (Kessler, 2004; Santiago, 2002). También desde la historia urbana
se observa una recuperación del espacio barrial, dando Scobie (1977) el puntapié inicial y
continuado por diversos autores (por ejemplo Gorelik, 1998 o De Privitello, 2003), sumado a ensayos
como los de Sebrelli o Sarlo.
Svampa (2001) en su estudio de “Los que ganaron”, es decir aquellos que viven en countries y
barrios cerrados, plantea una advertencia: no considerar que la sociabilidad que se vive en estos
tipos de barrios desemboca en la constitución de comunidades totales, en donde las diferentes
facetas de los individuos encuentran expresión. Sin embargo, observa que es importante la
tendencia hacia la homogenización social e incluso generacional. Al mismo tiempo, esta autora
muestra que existe una gradiente en cuanto al estatus social de estas urbanizaciones cercadas, ya
que no es lo mismo un country de larga data, uno nuevo o un barrio cerrado. La elección de los
barrios por estos actores se constituye en estrategias de distinción, tal como la concebía Bourdieu
(2000) y de esta forma también, en una “sociabilidad elegida”. Siguiendo a Abramo (2006)
conforman un tipo de convención urbana. Estos aspectos lo pudimos constatar en nuestras
entrevistas en el Area Metropolitana de Buenos Aires.
3. Percepciones del barrio en el Area Metropolitana de Buenos Aires: la articulación
espacio-tiempo
Podemos encontrar en la indagación que realizamos en diferentes tipologias habitacionales del
AMBA, distintos niveles de percepción del barrio organizadas por el tiempo. No nos estamos
refiriendo a un tiempo lineal cronológico, que da cuenta de las transformaciones urbanas y sociales
de este espacio, sino fundamentalmente una que se construye como oposición binaria: el barrio de
la infancia y el barrio del presente. Obviamente hay vasos comunicantes entre ambas experiencias
que funcionan como ejes comparativos y construcciones sociales y espaciales del barrio abrevando
en una subjetividad de la experiencia en la ciudad.
Presentaremos diferentes miradas del barrio de la infancia en relación al actual de personas que
viven en la capital federal o en el Conurbano Bonaerense, más cercana al centro o más hacia la
periferia.
Tomando un barrio de la zona norte de la Capital Federal (Saavedra), que se caracteriza por
viviendas unifamiliares y multifamiliares de clase media encontramos los siguientes relatos, que
son una buena síntesis de otros que recabamos:
“Me acuerdo que no estaba enrejado como ahora. En general, no estaba enrejado. Yo
jugaba en la calle, cosa que ahora no. Siempre fue un barrio de gente grande, digamos, y se
hacían carnavales en la calle, mis abuelos se sentaban en la puerta, cosa que ahora
tampoco se ve, y a veces hasta se ponían la mesa afuera para comer. Y no había, ahora
están remodelando un poco, edificios de dos o tres pisos, o sea que también la arquitectura
va cambiando” (Lucas, 28 años, Saavedra, fotógrafo)
“Mucho patinar en la calle, andar en bici. La plaza que da al Parque Las Heras, que en ese
momento no era un parque lindo sino que le decían el potrero, porque era todo yuyo –
después se puso lindo” (Lola, 29, Saavedra, diseñadora gráfica)
Otra entrevistada, que vive en Saavedra pero vivió su infancia en una zona del conurbano, de fuerte
perfil fabril y obrero, explicaba:
“Ah, era todo un barrio, gente trabajadora, buena, llena de gringos, y cada uno fue haciendo
su casita y hoy es un lindo barrio, pero al principio era humilde. Pero cuando uno es joven,
todo es lindo.” (Cristina, 84, Lanús –ahora vive en Saavedra-, Ama de Casa)
Otro grupo elabora el contraste, pero desde su experiencia en una ciudad pequeña, en este caso del
interior de la Provincia de Buenos Aires, donde las diferencias son aún más resaltadas:
“ Recuerdos, la verdad que geniales, los mejores recuerdos. Porque yo siempre rescato esto
de poder jugar en la vereda, de poder salir, ir al colegio y volver sola. Con mis amigas nos
juntábamos a andar en bicicleta a la noche… La verdad que los mejores, en cuanto a
tranquilidad, seguridad…” (Melina, trabaja en seguridad informática, 30 años, 3er. Año de
psicología, Navarro (Provincia de Buenos Aires, ahora vive en Saavedra).
Es decir, en todos los casos, se construye un barrio de la infancia y un barrio del presente, siendo el
primero añorado, idealizado, tanto para aquellos que vivían el mismo barrio, en barrios obreros o en
localidades pequeñas del interior. El “progreso” se ve como amenazante, lo mismo que la
inseguridad que parecía no estar presente en el pasado. Algunos hacen críticas al espacio público
que ahora es cerrado y por lo tanto cambia su característica.
Tomando una tipología totalmente distinta, un asentamiento muy precario en la periferia del
Conurbano Bonaerense (Los Hornos, en el Municipio de José C. Paz), donde hay fuerte presencia
de migrantes del interior del país, una entrevistada nos relataba:
“Tengo lindos recuerdos, una linda infancia, una linda escuela.. me acuerdo que pasé bien…
trabajé mucho en ese barrio, fui presidenta de la comisión para hacer cordones cuneta,
mejorar el barrio. Estuve en una junta vecinal, es decir, fui vecinalista”. N: como calificaría a
ese barrio? Cómo de clase media, media baja… obrero”. (Marta, Los Hornos, en José C.
Paz y vivió en su niñez en Victoria, Provincia de Entre Rios, ama de casa)
“Que venía a jugar a la pelota…. En bicicleta.. a mi nunca me robaron.. de los veinte años
que vivo nunca me robaron.
¿ ves algún cambio en la barrio desde que vos era chico?
Hhabía menos gente… están viniendo cada vez más.. son todos paraguayos los que vienen
casi… “ (Daniel, Los Hornos, 45)
En otra villa del Conurbano (Barrio Mitre, Municipio de San Miguel), los contrastes entre el espacio
barrial de la infancia y el actual no emergen como disruptivos, siendo esta situación minoritaria en
los relatos:
“El barrio Mitre…que ahí pasé mayormente.. de los seis años a los quince. Y del barrio era
un barrio así… donde están todos.. hablando mal y pronto decían que están todos los
negros… todos villeros… ahora. Si vos vas ahora está todo asfaltado, pasa el colectivo.
Donde nosotros vivíamos nunca se inundó todo.. enfrente había un campo que se cruzaba
para ir a la escuela, que después se cerró…
Pregunta: ¿y qué pasa en la escuela? …
P: sí porque no sé como te puedo decir, (nos veían) como peligrosos…ahí estaba toda la
mafia, estaban todos los chorros… y era cierto, vistes? Porque ahí, te digo así, a dos
cuadras de mi casa había un descampado con coches quemados… yo tengo una
experiencia de cuando íbamos a la escuela, cruzábamos por un caminito.. de ir y venir a la
escuela habíamos hecho un camino… todavía se me pone la piel de gallina, y voy y veo una
persona con la cabeza para arriba muerta… bueno, yo vivía ahí… después.. (..)Fue una
experiencia fea porque creo que once o doce años tenía y vi una persona muerta tirada en el
piso, encima conocido nuestro. (Paulina, 29, Los Hornos, José C. Paz)
En aquellos que viven en asentamientos populares también se perciben cambios, que son
fundamentalente vinculados a la densificación y a la composición social. Aquellos que provienen del
interior del país marcan fuentes contrastes entre espacios de sociabilidad intensa y nuevas
sociabilidades en el Conurbano Bonaerense. Excepcionalmente se recuerda.
Como sostiene Janoschka (2002) nuestros entrevistados de Nordelta, una ciudad cerrada
argumentan que eligen este tipo de barrios cerrados como un fuerte sentimiento de nostalgia a la
vida de la infancia, cuando podían circular libremente por las veredas en bicicletas o jugar con
amigos en la calle. Tal como detecta el autor citado, los que provenían de la Ciudad de Buenos Aires
deseaban una “casa en el verde” a partir de sus experiencias de niñez en las vacaciones o en las
casas de algunos parientes, los bonaerenses ya tenían origenes en viviendas más espaciosas y con
jardín estrechos y por lo general es de clase media alta. Lo mismo sucede con aquellos que
provienen del interior del país y quieren mantener una experiencia de vida en contacto con la
naturaleza. Por última, encuentra el grupo de porteños que suburbanizan para vivir más cerca de su
lugar de trabajo. Azucena de 33 años, proviniente de La Plata, capital de la Provincia de Buenos
Aires y dentro de la Región Metropolitana resaltaba que esa ciudad tenía algo de “pueblo”. Allí “la
gente jugaba en las calles con los vecinos y andaba en bicicleta”, situación que ahora no existe, en
sus palabras “ya perdió lo de pueblo”.
4. Percepciones del barrio en el presente en el AMBA
Una de las situaciones que atraviesan a todas las tipologías habitacionales indagadas es que sus
habitantes califican en su inmensa mayoría a su barrio como “tranquilo”. Esto puede ser explicado
por lo desarrollado en el apartado dos acerca del significado del barrio para los habitantes de las
metrópolis: el lugar conocido y donde uno es reconocido, el espacio de transición entre la vivienda,
como ámbito privado y la ciudad en su conjunto.
Así, por ejemplo, un habitante de una villa en el Conurbano afirmaba lo siguiente:
-
“¿Cómo le contarías este barrio a alguien que no lo conoce?
Es tranquilo el barrio.
¿Qué más les contarías?
Las calles son un desastre. La luz, está ahí. El problema son las calles.
¿Acerca de otras cuestiones como los medios de transporte: los colectivos, los remises?
Los remises no entran. Pero los colectivos pasan.
¿Cómo es la relación acá entre los vecinos?
Re- bueno.
¿Cómo es la composición social de este barrio?
Es un barrio pobre. La verdad.” (Sebastíán,Los Hornos, José C. Paz)
El entrevistado sopesaba ciertas dificultades del barrio como las calles que consideraba que estaban
en mal estado y un indicador claro de que se trata de un barrio estigmatizado, en lo má bajo de la
jerarquía urbana, como lo es que no ingresen los remises con el adjetivo de “tranquilo”, que parece
estar vinculado a la relación con los vecinos en particular. Acerca de su caracterización de “barrio
pobre”, esta respuesta parece ser una excepción, ya que aún aquellos que viven en asentamientos
por invasión, se perciben a si mismos como “clase media”, dejando la categoría “pobre” para
aquellos que no tienen vivienda o ingresos o sólo viven de lo que perciben de planes sociales
asistenciales. Residentes de otras villas también señalan como aspectos a cambiar, los pasillos,
evitar que se inunden zonas de los barrios, mejorar las viviendas, entre otras cosas. También se
quejan de la inseguridad, reclaman mejorar los espacios públicos como las plazas y la
infraestructura de salud. Algunos se refieron a sus propios barrios como “barrios abandonados”.
Elisa vive junto con su marido y sus dos hijas. Elisa terminó el séptimo grado y su marido el quinto
grado. Elisa tiene 20 años y su marido 55. Las hijas tienen 5 años y 2 años. Ambos perciben el Plan
Argentina Trabaja y la Asignación Universal por hijo (AUH). La casa es una habitación de ladrillo a
medio revocar, tienen cocina, pero con leña y sólo dos camas. También es una de las pocas
personas que caracerizó a su barrio como compuesto por sectores de “clase baja”. Remarcó dos
aspectos que lo diferencian de otros barrios, incluyendo algunos cercanos, donde ella vivió.
“ Acá a la noche es todo una oscuridad (…) Nosotros acá tenemos que quemar la basura”
(porque no pasa la recolección domiciliaria de residuos sólidos urbanos) (Elisa, Los Hornos,
Municipio de José C. Paz)
Raquel, 35 años , no trabaja y cuenta con primaria completa, vive en villa Mitre, en el Municipio de
San Miguel. Al referirse a su vecindario, ella remarca que existen diferentes zonas:“una parte de
clase media, zonas en progreso, zonas inseguras”y este está rodeado de “zonas residenciales y
countries”.
Azucena, tienen 33 años y vive en Nordelta (ciudad cerrada) en el Municipio de Pilar, fuera del
AMBA, en lo que se conoce como Región Metropolitana de Buenos Aires, es Licenciada en
Relaciones Internacionales y trabaja para una empresa española. Vive allí con su marido y dos hijos
pequeños. Tiene una casa de dos plantas, jardín y pileta indivdual. Es de la ciudad de La Plata,
capital de la Provincia de Buenos Aires y vivió en diferentes lugares de la ciudad e incluise unos
años en EEUU, donde estudió. Es interesante su forma de autopercibirse como sector social:
“ABC1”, que corresponde al lenguaje del marketing. Ella relataba que hizo una adaptación a la vida
en la ciudad cerrada: “Los domingos no había nada que hacer, eran días aburridos por lo general. O
jugabas con tus amigos o no tenías nada que hacer”. Describe a Nordelta de la siguiente manera:
“Y, Nordelta es un reducto bastante particular. La llaman ciudad pueblo. La realidad es que
es la mejor manera de describirlo. Es un conglomerado de barrios cerrados. Barrios
independientes con su propia seguridad, con su propia intendencia, y a su vez, cerrados por
una asociación que es la Asociación Vecinal Nordelta. Es como un mundo un poco de
fantasía. Es lo que uno busca, o sea, esta es la explicación de por qué yo vivo acá. Yo vivo
acá porque estoy tranquila de que no tengo una reja en la ventana, de que no me va a entrar
un ladrón al menos a robar en la mitad de la madrugada, que mis hijos pueden salir a la calle
y no los va a pisar un auto, que yo estoy todo el día afuera en el trabajo y sé que mis hijos
vuelven y pueden salir al jardín, pueden ir a la plaza y no les pasa nada. Donde la
recolección de basura nunca falla, donde si la luz se corta hay alguien que llama al medio
segundo y te lo solucionan, donde si se te seca un árbol en la puerta no estas 200 horas
llamando por teléfono sino que haces un reclamo y vienen y te lo arreglan. Un poco donde
las cosas funcionan. Una ciudad pensada y administrada para que funcione en cierta forma.
Reconozco que tiene parte irreal porque los chicos se crían en un mundo menos real pero la
ecuación inseguridad vs seguridad hoy no lo dudo. Cuando mis hijos tengan 17 o 18 años
veré. Me falta mucho esa época. Ellos son chiquitos, se vuelven en transporte. Los dos van
a guardería todo el día. Entendés? Ellos llegan, Susana los esta esperando. El colegio esta
acá adentro también, todo en Nordelta. Micai va desde los 6 meses y la realidad es que acá
adentro tenés todo. Tenés un centro medico, tenés un supermercado disco, tenés cine,
tenés un shopping. Si querés salir no salís.
La realidad es que yo voy al centro todos los días. Los fines de semana no tengo ganas de
hacer nada. Eso es lo que me pasa. Los fines de semana aprovechamos y vamos al
shopping, a McDonald’s, a los jueguitos. Igual también acá hay mucho para hacer, porque
salís con ellos, vas a la laguna, les das de comer a los patos, salís a andar en la bicicleta, los
llevas en el autito. O sea, te permite por ahí mucha mas libertad al aire libre que lo que te
permitiera estar en la ciudad. O sea esta bueno el hecho de ir a una plaza. Acá tenemos una
plaza en el clubhouse y yo me siento y charlo y no tengo miedo de que al chico me lo roben.
La relación con los vecinos es muy acotada. Este tipo de barrios tiene el problema de que
vos no tenés medianeras, entonces los ves a todos. Entonces la gente es bastante
cautelosa. Pero si yo te tuviera que describir no existe la relación que existe en un barrio. O
al menos por ahí mi barrio de La Plata era particular. Pero no existe la relación que existía
antes. No es que salís a la calle y saludas a todo el mundo, sino seria un conventillo. Es un
poco también la forma de vivir que te lleva a eso porque si no, no tendrías privacidad de
nada.”
Y viste que hay distintos barrios, ¿eso cambia según el barrio?
Cambia. En realidad no es que… Cambia el poder adquisitivo de la gente porque el costo de
los lotes. El barrio mas exclusivo es La Isla, que son todos lotes al agua, lotes de 1000 y pico
metros, son lotes que valen 500 mil dólares. Entonces eso obligatoriamente te genera una
brecha. Después esta castores que es un barrio grande que tiene 600 lotes (la Isla tiene 300
lotes). Castores tiene de todo, mega mansiones y casas comunes. Después esta La
Alameda que es el barrio más viejo, que es este. Es el barrio con el que yo por ahí más me
identifico. La alameda, Glorietas, que son barrios con más perfil de gente joven, con chicos,
que la luchás un poco más. O sea, no es que la tenés regalada. Con un perfil de gente más
trabajadora, por así decirlo. Después tenés Barrancas del Lago pero son casas más
chiquitas, son casas Pulte, son todas casitas iguales, después tenés Sauces que son lotes
más chiquito. Pero también es un perfil de gente hasta por ahí más joven que nosotros.
Después tenés El Golf que esta empezando a construirse, prácticamente no tiene muchas
casas, va a ser un barrio del estilo de La Isla. Hay otro que están haciendo Cabos del Lago
que va a ser una especie de Castores, pero son barrios que se empezaron a construir entre
el año pasado y este. Si, están construyendo mucho, y muchos edificios inclusive.”
La entrevistada describió muy detalladamente la visión que tiene de su barrio, cuyos aspectos
positivos fueron señalados por todos los entrevistados, que inclusive marcaron este tipo de
sociabilidad muy particular, muy asociada a la vida de los niños (tal como también lo señala
Janoschka, 2002 o Svampa, 2001), pero superficial. Otros entrevistados, con hijos mayores
señalaban las dificultades de depender siempre del automóvil para moverse en la ciudad y casi
todos marcaron que su vida social gira en torno a recibir visitas en su barrio, que tiene las
comodidades para hacerlo y que acotan sus salidas a otros lugares de la Región Metropolitana,
inclusive de la Capital Federal. Varios señalaron que sienten que su estilo de vida está amenazado
con la construcción de edificios de departamentos y la llegada de más vecinos, y otros marcaban
que sólo se sentían seguros en sus barrios ya que no sentían tanta certeza de los controles en la
entrada principal. Rubén, otro entrevistado de Nordelta valoraba “el silencio” y afirmaba “yo con mis
vecinos me llevo perfecto y nada, una vecindad tipo “me prestas un kilo de azúcar” o “me quedé sin
hielo”, todo eso lo tenemos. Pero que el que me presta la taza de azúcar sea un amigo, esa es una
confusión que no tengo”. María Liliana, secretaria explicaba que en la puerta de su casa en el barrio
de Caballito (distrito central) le había robado varias veces en la puerta de su casa, y eso le hizo
pensar en mudarse, a pesar de que allí estaba muy cómodo y vivía a cuatro cuadras de su madre.
Planteaba entonces que “te hacés de otra familia solidaria, que son tus vecinos, los papás del
colegio” y al igual que otros vecinos consultados relataba cómo se ponían de acuerdo los padres
para colaborar entre ellos en la búsqueda de los niños a la salida de la escuela u algunas
actividades deportivas.
Dolores, tiene 73 años y vive en un barrio formal de sectores populares. Al hacer referencia a su
barrio valora altamente sus vecinos, a los que considera “gente muy buena”, pero cuando se le
consulta por si existen problemas en su barrio responde: “… las calles… ponen un poco de piedra y
ya está. Que hagan calles como corresonde” y luego hacía referencia a que “los trabajadores son
siempre los que pagan el pato.. que viajan mal y tienen que viajar mal en el tren, todos colgados”.
Estas dos cuestiones sintetizan lo que planteaban la mayoría de los entrevistados en este tipo de
barrios, ellos tienen años viviendo allí o inclusive nacieron en la casa que habitan y la vecindidad es
el elemento más resaltado. Depende de la zona o el barrio, algunos agregan la falta de agua
corriente. Además también, al igual que la clase media se sienten preocupados por la inseguridad y
afirman que “tenés que estar enrejado”.
5. Las zonas del miedo en Buenos Aires
Federico vive en Saavedra, en la ciudad capital, tiene 34 y es fotógrafo, y mientras repasaba los
lugares que le gustaba y los que nos les gustaba soltó la frase “Lugano no me gusta, si puedo evitar,
lo evito”. Lugano es una barrio de la zona sur de la ciudad, donde predominan conjuntos
habitacionales e interés social, con villas y un sector céntrico de viviendas unifamiliares de diferentes
calidades. Algo similar afirmaba de la localidad de Caseros en el Conurbano, por su carácter fabril y
arquitectónico, lo mismo que su barrio de origen, Saenz Peña, localidad del Conurbano lindera a la
capital. Otro entrevistado de clase media porteño, afirmaba “no me atrae la idea de entrar en una
villa”. De esta forma, un poco solapada sostenía su intención de evitar pasar por esta tipología
habitacional. Agregaba que una vez entró en una cercana a su barrio, de noche y “sentía miradas” y
continuaba afirmando como síntesis “trato de no exponerme”. Otro entrevistado sostenía que tenía
mucho miedo cuando el tren pasaba por al lado de algunas villas y se frenaba y venía a gente
fumando “paco” (pasta base de cocaína).
Para los que viven en countries toda la ciudad menos su barrio adquiere característica de insegura.
Tal como sostiene janoska sus barrios adquieren la característica de islas para su habitantes.
Para los que habitan asentamientos, su barrio es relativamente seguro, siempre que sepan los
lugares que se deben evitar.
Como cada sector social que habita distintos tipologías residenciales, la percepción de ciudad es
diferente. Sin duda el medio de transporte privilegiado de los barrios cerrados es el automóvil por lo
tanto las calles, los semáforos son los lugares preligrosos particularmente. Para los sectores
populares tanto de barrios informales como de barrios populares formales las estaciones de trenes,
o ciertas calles son los lugares seguros. En el caso de estas últimas, son las que se encuentran
contiguas al ferrocarril, a una fábrica o a espacios vacantes.
Roberto tiene 44 años, es publicista y vive en Nordelta, en la entrevista explica que resignó vivir en
un “barrio real” por inseguridad. En sus palabras: “Yo creo que los barrios reales son más cómodos,
en el sentido que tenés todo a un radio de poder ir caminando. En estos lugares tenés que tener una
estructura de organización porque no vas a la panadería de afuera caminando, tenés que agarrar el
auto (…) bueno, pero en los últimos tiempo no me gustaba la inseguridad, básicamente me fui por
eso”. En otro momento de la entrevista sintetizaba: “Creo que la capital es más seguro que la
provincia. Eso claramente es así, lo dicen los números. Cambia mucho vivir acá o allá, o sea que el
traslado es un tema, que es donde te la dan. Cuando entrás a tu casa, salís de tu casa. Evito el
Conurbano, bueno no puedo evitar, pasar pasar por todos lados, porque vas por autopistas. Evitas
adentrarte en algunos lados”.
Los entrevistados que habitan barrios de sectores populares del Conrubano Bonaerense señalan
particularmente como los lugares más inseguros a las villas, pero en particular las de la ciudad
capital, coincidente con lo señalado a aquellos consultados que habitan otro tipo de barrio. Asocian
villas a droga y al momento de indicar cuales aparecen las más difundidas por los medios de
comunicación: la villa 31 de Retiro, la 1-11-14 de Bajo Flores, la 21-24 de Barracas.
Marcelo, de 41 años, vecinos de un barrio de trabajadores que construyeron en lotes propios, en el
Municipio de San Miguel, en el noroeste del Conurbano es un buen ejemplo de cómo circula la idea
de inseguridad. El afirmaba “yo por lo menos nunca tuve un robo, pero se ve que la ciudad no es
segura”. Proponía, como muchos políticos o intendentes del Conurbano, colocar cámaras en las
calles y cree que de esa forma se evitaría el delito.
En algunos casos, se reproduce el estigma de las villas como los lugares donde viven los
delincuentes. Así, Sofía, de 18 años, habitante de una villa en el Municipio de San Miguel, afirmanba
que “los delincuentes viven en las villas”. Raquel hace referencia a que “en las esquinas… acá bajas
del colectivo.. y te agarran.. está llena de vagos esa esquina.”. Como plantea Kessler (2011) las
mujeres suelen tene mayor temor que los hombres a las situaciones de inseguridad, aún cuando la
percepción de la misma incluya a ambos géneros. Muchos de los que habitan asentamientos
populares o barrios de loteos afirman casi no salir a pasear por lugares fuera de sus barrios, sólo
compras en los centros de sus municipios o visitas a algunos parientes. Algunos, sobre todo los que
tienen niños pequeños utilizan las plazas cercanas.
El tema del delito muchos lo asocian a la llegada de migrantes de países limítrofes, que es
argumentados por los vecinos de todas las tipologías habitacionales indagadas, aunque grupos
dentro de cada uno de estos tipos de barrios consideran que está bien una política migratoria
inclusiva.
6. El orden urbano metropolitano
Constatamos que para los habitantes del AMBA existe una visión dicotómica de la ciudad, donde se
diferencian dos zonas opuestas: la ciudad capital y el Conurbano. Para aquellos que viven en el
distrito central las imágenes que se tiene del conurbano es el de un territorio de pobreza e
inseguridad, con excepción del corredor norte, que incluye lugares de esparcimiento como el Delta
del Tigre. Manifiestan expresamente que evitan ir a la zona sur y a la oeste, siendo la primera vista
como más peligrosa. Es decir, la Avenida General Paz, que divide la capital del Conurbano se erige
como una frontera simbólica entre dos mundos separados. Esta frontera fue construida social y
políticamente. Podemos rastrear como un hito en esta construcción social la etapa de la última
dictadura militar que decidió erradicar todas las villas del distrito federal y transportó a muchos de los
habitantes de estos barrios en camiones destinados al transporte de residuos hacia el conurbano.
Además allí se crearon zonas de disposición final de residuos sólidos urbanos en rellenos sanitarios,
no existiendo ninguno de ellos en la capital. Además en la última década se agrega el rol que
cumplieron los medios de comunicación en presentar al Conurbano como el lugar del clientelismo,
de la pobreza y el delito. Muchos de los que habitan la ciudad capital consideran que los pobres
deberían vivir allí y no en su territorio, negando que actualmente la perifieria es disputada en sus
espacios vacantes entre emprendimientos privados de barrios cerrados y asentamientos.
Lógicamente la localización cercana a las autopistas es el lugar privilegiado por los desarrolladores
inmobiliarios.
La mayoría de los habitantes de Nordelta (ciudad cerrada) que entrevistado lamentaban tener que
pasar por el conurbano y por esta razón el transporte era un tema crucial. Si por alguna razón no
podían utilizar el automovil dependían de un sistema de combis (autobuses de tamaño pequeño) y
evidenciaban preocupación por lograr utilizarlo y no quedar a la deriva del trransporte público, que
era evitado de cualquier forma.
Tanto los habitantes de barrios de clase media como de barrios cerrados consideraban a las villas
son los lugares más feos, generando una asociación simbólica y de estatus urbano entre pobreza y
fealdad.
Por otra parte, encontramos una fuerte naturalización del orden urbano. Un entrevistado de un
barrio de sectores populares del Conurbano Bonaerense afirmaba “todos los barrios tiene una parte
rica y una parte pobre”. De esta forma, a los habitante de las villas o asentamientos populares no le
preocupan la presencia en la ciudad los barrios cerrados, por el contrario les parecía una “respuesta
natural” de aquellos que tenían altos ingresos para resguardarse del resto de los habitantes del
AMBA. Lo mismo los vecinos de barrios de sectores populares, que afirmaban “es una cuestión de
seguridad y ahí viven más libres… pueden andar en bicicleta, juntarse con amigos. Acá también se
junta pero no es lo mismo” . Algunos habitantes tanto de asentamientos populares como de barrios
de trabajadores iniciados por loteos populares hacían referencia al estilo de vida de los barrios
cerrados porque habían trabajado allí como empleadas domésticas, jardineros, etc.
Los que vivían en barrios cerrados en las entrevistas expresaron los motivos para vivir allí que
coincide con lo encontrado por Janoschka (2002) en su estudio de Nordelata. Por un lado,
expresaban su necesidad de refugiarse en lugares seguros, pero también para lograr un estilo de
vida vinculado a un entorno natural, a una vida familiar y a la posibilidad de llevar una vida sana
practicando deportes en el mismo lugar qaue habitan. Aquellos que habitan en barrios de clase
media, tanto en viviendas unifamiliares como en altlura los barrios cerrados eran una opción válida
de vida para otros e incluso para ellos mismo. En algunos casos expresaban que por su vida laboral
necesitaban de la centralidad y esto les hacía descartar la vida en lugares más alejados, donde se
encuentran las urbanizaciones cerradas. Sólo la clase media profesional, pero portadores de
orientaciones políticas progresistas y preocuapdos por ciudades inclusivas desarrollaba discursos
censurantes de estas tipologías habitacionales. En este último grupo un entrevistado afirmaba que
tenía una posición divida frente a los barrios cerrados: “Por un lado tienen esa suerte de encanto de
vivir sin rejas, de poder dejar la perta de su casa abierta. Por otro lado me parece que es una
ostentación, porque por lo general lo barrios cerrados estan la lado de barrios muy pobres, no por
nada, sino porque te venden tierras carísimas en lugares donde en verdad la tierra sale dos mangos
(pesos), lotean todo. Y de venden esa cosas de verde. Es raro, porque también es re-maqueteado
todo. Lo que si no me gusta ni medio es que las generaciones que se crían ahí, por ejemplo
Nordelta, ahí hay shoppings, cines, no tenes necesidad de salir al mundo exterior si vivía ahí dentro.
Y generan asi gente de probeta, me parece horrible”. Y como una buena síntesis de la experiencia
urbana fragmentada agregaba: “hay gente que vive en la villa o mismo en Fuerte Apache (nombre
con el que se apoda al conjunto de viviendas de interés social Barrio Ejército de Los Andes, en el
Conurbano, contiguo a la ciudad capital) mi mamá me contaba que los llevó de excursión el año
pasado, o sea, consiguió un micro y los llevó a ver el Obelisco y no conocían el Obelisco!!. Hay
gente que tiene 30 o 40 años y no salio del barrio. Conocen los barrios de al lado y nada más.
Entonces digo: no es lo mismo eso que vivir en un barrio cerrado?”. Con lo cual el entrevistado se
referia a experiencias de aislamiento en las tipologías habitacionales opuestas dentro de la jerarquía
urbana metropolitana.
Para muchos habitante de la capital de clase media que no están dispuestos a vivir a grandes
distancias de sus lugares de trabajo las llamadas “torres jardín” o “torres country”, que cuentan con
espacios verdes privados, piletas, canchas de tenis, salón de usos múltiples, gimnasios u otras
comodidades de uso común son vistas como una opción más aceptable, sin las características de
aislamiento que le otorgan a los barrios cerrados.
7. La “ciudad ideal” según los habitantes del AMBA
En relación a la ciudad deseada los habitantes del AMBA expresaban modelos diferentes de
acuerdo al lugar en que habitaban. Muy claramente los que que viven en countries tenían como
referencias ciudades de EEUU o de Europa. Estos eran muy críticos de la Ciudad de Buenos Aires
como territorio metropolitano y cuando indicaban las ciudades preferidas como modelo, indicaban
lugares que habían conocido en sus diferentes viajes. Fueron citadas: Barcelona, Paris, Berlín,
Miami, Nueva York, Florencia (“Firenze”), Londres.
Los habitantes de barrios de clase media y media alta señalaban como las principales críticas a lo
que sucedía en la metrópoli a los problemas de transporte y su calidad, la suciedad de de la ciudad
en su conjunto, en particular aquellos que vivían en la capital. El conurbano era percibido como un
territorio sucio. Justamente las ciudades señaladas fueron ponderadas por su limpieza, por la calidad
del transporte, pero también por la “educación” que portaban sus habitantes en cuanto al ciudad de
sus ciudades.
Sólo algunos criticaban la fuerte desigualdad, otros sostenían que siempre la va a haber,
naturalizándola como un hecho social y urbano y otros que respondía traslando la preocupción a
espacios más acotados a las prácticas de cada uno de los habitantes.
Palabras finales
De acuerdo a la indagación que hicimos por medio de entrevistas y fotolenguaje entre habitantes de
diferentes tipologías habitacionales del AMBA encontramos distintas experiencias urbanas, tanto
barriales como metropolitanas. Hallamos relatos sobre el pasado de la ciudad, donde primaba el
barrio idílico, seguro y socializado y una imagen actual de la ciudad como el caos, la inseguridad y la
necesidad de encontrar lugares donde habitar de acuerdo a los estilos de vida y capacidad
económica. El orden urbano, con sus jerarquías territoriales, sus imaginarios acerca de los tipos de
habitantes de cada uno de los espacios, se reafirma como naturalizado, reificado por lo tanto casi
incuestionado. El habitus urbano reproduce las desigualdades y las reafirma por medio de
argumentos de la experiencia urbana y los lugares evitados. El Estado en las percepciones aparece
casi como ausente en cuanto a actor central de la planificación urbana o proveedor de vivienda para
aquellos que no acceden al mercado. Los que habitan barrios cerrados por lo general propone
acciones caritativas frente a ellos o, inclusive al mismo tiempo, elementos que eviten el contacto con
los sectores de menores recursos. En cambio, se lo interpela como el actor deficiente en cuanto al
transporte, recolección de residuos, garante de a seguridad o aquel que mantiene el espacio público.
Los que se mudaron a barrios cerrados (clase media y media alta) son los que presentan
percepciones de la ciudad metropolitana fuertemente polarizadas: sus barrios son islas seguras y la
ciudad en su conjunto es un territorio peligroso y evitado en lo posible. Su experiencia urbana está
apegada a la movilidad en autómovil porque lo que casi no tienen vivencias de peatón, aún cuando
la mayoría lo tuve en su pasado. Su característica de peatón o andar en bicicleta se circunscribe y
recrea en un “mundo artificial”, tal como lo señalaron algunos de los entrevistados. Según un dario
de tirada nacional (Clarín, 20-9-2013) “hay una minoría que se desplazó a los barrios cerrados y
“countries” ubicados en el conurbano y desarrollan sus actividades en la Capital, ahora con un gran
trastorno por la saturación de las autopistas y embotellamientos (…) están volviendo a vivir a la
Ciudad (Capital Federal)”. María Liliana, una entrevistada de Nordelta expresaba: “Y al principio
(hace 7 años) era fácil porque vengo muy temprano. Yo salía de allá 6.30 de la mañana y venía sola.
Ahora vengo a paso de hombre. Desde los últimos 3 años fue el cambio. Yo salía y tenía un auto allá
adelante. Ahora estoy rodeada de autos. Y a la vuelta también. No vuelvo en hora pico pero a las
15.30 ya la Av. General es inaccesible”.
Los de clase media presentan una idea conservadora de ciudad, por ejemplo vario entrevistados del
barrio de Caballito (Ciudad de Buenos Aires) o San Miguel (Conurbano Bonaerense) desarrollaron
acciones colectivas contra la construcción de vivienda en altura, en el caso del primer barrio esta ya
tenía fuerte presencia pero se negaban a que aumentara su escala (arguyendo colapso de
infraestructura, ruidos y otros aspectos que empeorarían su calidad de vida) y los segundos porque
transformaban un barrio de los suburbios en un centralidad densa. La mayoría viven arraigados en
su barrio, valorando un estilo de vida que les permite un acceso a pie a múltiples servicios
(comerciales, culturales, educativos, etc.), muy asociado a la idea de Mayol (2009) del barrio como
un lugar de transición entre el espacio privado y el público, señalando aspectos que le otorgan
marcas de reconocimiento urbanas y sentirse en lugares de cierta homogeneidad social.
Los sectores populares naturalizan la estructura social urbana y buscar tener una experiencia urbana
segura acotando los lugares donde circulan. Así los sectores de la ciudad más peligros son aquellos
donde circula mucha gente desconocida, como por ejemplo las estaciones de trenes, o los lugares
sin iluminación, o que por propio aprendizaje prefieren evitar. Estos últimos particulares esquinas o
calles cercanas a sus barrios donde vivieron, vieron o escucharon que sucedieron hechos de
inseguridad. De esta forma se diferencian espacios dentro de sus propios barrios que son
categorizados recurrementemente como “la entrada”, “el fondo”, “abajo”, tal como lo encontró Segura
(2006) en un estudio en un asentamiento en Conurbano Bonaerense. Con lo cual la experiencia
urbana es totalmente distinta a la de aquellos que vien en barrios cerrados , ya que su movilidad
depende siempre del transporte público, que atraviesa lugares diferentes a las autopistas o lugares
donde se encuentran los suburbios de elite. No obstante muchos de los que viven en asentamientos
informales se consideran a si mismo “clase media” porque suponen “pobres” a los que no tienen
vivienda o no cuentan con trabajo o sus ingresos son sólos los programas sociales asistenciales
(como la Asignación Universal por hijo)
Es decir, aun cuando la ciudad se haya transformado y las periferias sobre todo se convirtieron en
espacio de disputa por localización (con formas de movilidad totalmente diferentes entre sectores
populares y clase media y media alta) se tiene a reproducir la naturalización de las jerarquías
urbanas. Los barrios cerrados parecen sólo una preocupación de la clase media intelectual o
progresista, ya que los que viven allí expresan un discurso de conformidad frente a ese estilo de vida
(aunque traiga costos cotidianos en cuanto a que ven vedados ciertas formas de urbanidad), los que
habitan barrios populares o asentamientos informales consideran a este tipologia urbana una forma
válidad de habitar la ciudad, como afirmaba una vecina del Conurbano: “si uno tiene la oportunidad..
y se sienten seguros… es cuestión de cada uno”. Las clases medias se dirimen entre mantener su
forma de vida (sin densificación), mudarse a barrios cerrados acorde a su capacidad de pago o
aceptar a aquellos que se suburbanizan como una modalidad legítima de escapar de la inseguridad
o de vivir en contacto con la naturaleza.
La centralidad también emerge como altamente disputada a partir de un crecimiento exponencial de
la población que habita en asentamientos informales, que desafían el orden urbano, tal como lo
planteó Oszlak (1991) para mediados de la década del 70, cuando la última dictadura militar decidió
erradicarlos del distrito capital. También se encuentran disputados los espacios de clase media
porque aparecen conflictos ante la mayor densificación, el cambio de usos, ante el crecimiento de
espacios dedicados al comercio o ya más vinculado a las políticas públicas del Gobierno de la
Ciudad el enrejamiento de parques y plazas que implican la modificación del uso de la mismas, ya
que es vedado el acceso en horarios nocturnos en una ciudad que habitaba esos espacios hasta
altas horas de la noche (paseando perros, charlando entre amigos o en familia, tomando mate o
jugando al futbol u organizando actividades culturales, tales como murgas, tambores, etc.).
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