Animador Sociocultural: revista iberoamericana
Participación en espacios públicos
vol.2, n.1, out.2007-abr.2008
Ucar
FACTORES CLAVE DE LA PARTICIPACIÓN
EN LOS ESPACIOS PÚBLICOS
Prof. Dr. Xavier Úcar Martínez
Dpt. Pedagogia Sistemàtica i Social
Universitat Autònoma de Barcelona
Recebido em 10 de junho de 2007
Aprovado em 29 de julho de 2007
Lo que está en juego es la reconstrucción de un espacio público (cada
vez más desierto en la actualidad) en el que los hombres y las mujeres
puedan participar en una translación continúa entre lo individual y lo
colectivo, entre los intereses, los derechos y los deberes de carácter
privado y los de carácter comunal. (Bauman, 2006: 166).
La participación no es algo que se pueda encender y apagar (Wenger,
2001: 82)
Participación y espacio público son unos conceptos que están muy presentes en
los diferentes discursos que llenan nuestra cotidianeidad. Se podría decir que son dos
términos que están de moda. Los encontramos en el ámbito de la política; la sociología;
la ecología; la comunicación; la antropología; la pedagogía; la arquitectura; el
urbanismo y la salud, entre otros. Y, desde todos ellos, estos términos nos solicitan, nos
interpelan, nos exhortan y nos intentan implicar -en tanto que ciudadanos y ciudadanas
miembros de una comunidad- en aspectos muy diversos de la vida social.
En el marco de nuestras sociedades complejas, la versatilidad de ambos
conceptos ha hecho que sean caracterizados de formas muy diferenciadas. Los dos
pueden ser planteados como valores; como estrategias; como herramientas; como
formas de expresión; como discursos; como ámbitos; como prácticas; o, en general,
como derechos y deberes que vertebran de manera transversal nuestras acciones y
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nuestra vida ciudadana.
La participación, entendida como ser parte y tomar parte en algo, y el espacio
público, en tanto que ámbito compartido –sea físico, sociocultural, simbólico o virtualy abierto a los otros, están íntimamente vinculados. Se podría decir que se implican
mutuamente: cada cual es condición de posibilidad del otro. El espacio público –por su
carácter público- presupone i alienta la participación y ésta última sólo puede darse y
adquirir todo su sentido en un espacio compartido. Tomando esta idea como punto de
partida, en esta comunicación interpelamos con algunas cuestiones clásicas -que
numerosos autores han utilizado como herramienta heurística- a la interacción entre
estos conceptos –participación y espacios públicos- con el objetivo de analizar sus
condiciones de posibilidad.
1. Participación y espacio público: las preguntas clásicas
Decía Kipling que tenía seis servidores leales que le habían enseñado todo lo que
sabía. Estos servidores eran las preguntas qué, quién, cómo, porqué, cuándo y dónde.
En nuestro contexto, se han añadido tres cuestiones más a les anteriores -en concreto, a
quién, para qué y cuánto- y el resultado ha sido caracterizado como la “técnica de las
nueve cuestiones” (Cembranos y otros, 1988) 1 . Les ideas derivadas del planteamiento
de estas preguntas –no plantearemos las nueve- a estos dos conceptos nos permitirán
dibujar el marco teórico que, desde nuestro punto de vista, posibilita la metodología de
participación en los espacios públicos.
1. 1. El ¿qué?
1
Estos autores proponen esta técnica como una herramienta simple y útil para planificar acciones o
proyectos en el ámbito de la animación sociocultural.
2
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Ya hemos apuntado que participar significa ser parte y tomar parte en algo. La
participación es una acción pero también un vínculo, una conexión con algo que, en el
caso de los humanos, se concreta en unas relaciones que se producen en el seno de una
comunidad. Dice Wenger (2001) que lo que caracteriza esencialmente a la participación
es la posibilidad de un reconocimiento mutuo entre personas, más allá de si nuestras
relaciones son conflictivas, armónicas, competitivas o de colaboración. La participación
configura nuestra experiencia y contribuye, también, a conformar las características
específicas de nuestra comunidad. Las acciones que hacemos o dejamos de hacer en
relación a los demás, en nuestra vida cotidiana, configuran las formas colectivas de ser y
repercuten, al mismo tiempo, en nuestra propia manera de ser y de actuar; en nuestros
comportamientos y en nuestra personalidad.
El potencial de cambio y de transformación de la participación es bidireccional:
actúa sobre la identidad personal y sobre la colectiva. Se podría decir que la
participación es consustancial con la vida en sociedad: la vida social implica
necesariamente participación. De hecho, es a través de la participación -en las diferentes
comunidades que configuran el mapa de nuestra sociabilidad- como nos hacemos seres
sociales. La participación es un mecanismo de aprendizaje de lo social 2 y resulta, en
este sentido, un elemento clave para posibilitar la integración de las personas en los
grupos y en las comunidades.
Es cierto que se puede perfilar aún más el sentido de la participación diciendo,
como apuntan Font y Blanco, que son las acciones dirigidas a influir directa o
indirectamente en la política (2003: 15) pero, desde una perspectiva educativa, creo que
es preciso ir más allá. Me interesa destacar especialmente este punto porque nos permite
2
Wenger especifica todavía más apuntando que es un proceso de negociación de significado (2001:78).
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pensar la participación como un mecanismo no vinculado únicamente a las otras
personas con las que se comparte un marco espacial y temporal sino también y, sobre
todo, a los procesos particulares de construcción y reconstrucción de la propia identidad
en el marco de las relaciones sociales.
La participación es un medio –instrumento- que posibilita, más allá de lo que se
ha comentado en relación a la identidad, unas democracias sostenibles y dinámicas pero
es también un valor en ella misma –fin- si la consideramos en tanto que derecho
democrático y derecho de ciudadanía 3 .
Dice Augé (1995) que las condiciones de posibilidad de un lugar –y todo
espacio público lo es- son la identidad y la relación y eso lo contrapone a los que llama
nolugares en los que no pueden darse ni la una ni la otra. La participación se produce
en el ámbito público, en los espacios que compartimos con los otros. Unos espacios que
son físicos y socioculturales pero que son también, y lo serán aún más en el futuro,
virtuales. Es en estos marcos en los que la participación crea y recrea de manera
continúa las identidades personales y colectivas, la comunidad y, en general, la
ciudadanía (el hecho de ser y sentirse miembro de una colectividad de ciudadanos y
ciudadanas).
Nos solemos referir al espacio público de una manera genérica e indiferenciada.
Pero, en realidad, existen espacios de muchos tipos y no es lo mismo hablar de una
plaza pequeña que de un parque ni de las calles de un barrio que está ubicado en la cima
de una colina que de los de uno que es totalmente llano. Existen toda una serie de
3
Kliksberg la plantea como un derecho humano básico y le asigna tres tipos de legitimidad: moral,
política y macroeconómica y, por último, gerencial. Fundamenta la gerencial en el hecho de que la
participación es percibida como una alternativa con claras ventajas competitivas para producir
resultados en relación a les vías tradicionalmente utilizadas por las políticas públicas (2002:2).
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factores físicos (geográficos) y socioculturales – los frames de Goffman 4 -
que
condicionan la forma en que usamos y vivimos y nos relacionamos en los espacios
públicos de una comunidad. Hay lugares en los que los usos que les damos se ajustan
claramente a la función que le asignaron sus diseñadores. Hay otros, sin embargo, en
que son las propias configuraciones sociales –tipología de usuarios, de relaciones y de
tiempos- las que determinan unos usos que tienen poco o nada que ver con los
inicialmente previstos. Como apunta Delgado, en relación al espacio urbano, éste no es
el resultado de una determinada morfología predispuesta por el proyecto urbanístico,
sino una dialéctica ininterrumpidamente renovada y autoadministrada de miradas y
exposiciones (2007:14)
Dada la diversidad de espacios públicos y, también, de las posibles
configuraciones sociales que pueden utilizarlos, se podrá hablar de diferentes maneras
de diseñarlos, de mantenerlos, de dinamizarlos y, en general, de utilizarlos. No existen
normas generales que sean universalmente válidas. Participación y espacio público son
así dos realidades interdependientes y complejas que resisten planteamientos previos o
simplistas y que requieren, en cada caso, un abordaje singularizado y un análisis
cuidadoso y ampliamente participado de aquello que cada comunidad quiere hacer, que,
en definitiva, se refiere a aquello que cada comunidad quiere ser.
1.2. El porqué y el para qué
En estas dos preguntas se sintetizan, por una parte, las razones que fundamentan
la participación en el marco de los espacios públicos y, por otra, los resultados que se
4
El frame se refiere al sistema de premisas, de instrucciones necesarias para descifrar y dar un sentido al
flujo de los acontecimientos (Wolf, 1982:40). Como el propio Goffman apunta, si un participante no se
sirviese continuamente de los frames se hallaría captando una comunicación en un batiburrillo de
palabras sin sentido y a cada palabra aumentaría la confusión (1974. 546)
5
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espera conseguir con dicha participación.
En lo que se refiere a les razones – el porqué-, se puede apuntar la evolución de
las sociedades en las últimas décadas y, también, las respuestas que la política ha ido
dando a las situaciones y problemáticas aparecidas a lo largo de estos años. Se ha
hablado a menudo de algunas de las consecuencias perversas del llamado Estado del
bienestar y de la democracia representativa que lo sustenta. Quizás las más evidentes
sean la desaparición de la política de la vida cotidiana y la idea de que son las
administraciones públicas las que tienen la obligación de resolver prácticamente todas
las problemáticas de los ciudadanos y ciudadanas. Lo que algunos autores han
denominado asistencialismo.
Por otra parte, existen bastantes caracterizaciones actuales de la realidad de
nuestras sociedades desarrolladas que destacan y enfatizan las situaciones de
fragmentación social; de exclusión social; de desafiliación; y, por último, de
individualismo –en su connotación más negativa 5 - que vienen a definir y a ilustrar la
transformación, el retraimiento y la desarticulación de lo comunitario 6 .
No resulta posible analizar la emergencia actual de conceptos y realidades como, por
ejemplo, participación y espacio público sin abundar en su estrecha relación con la
política y con los cambios acaecidos en las formas de gobierno como resultado del
impacto de la implantación de la democracia y de las transformaciones sociales. Si es
5
Camps habla del individualismo positivo, que caracteriza a las personalidades fuertes. Personalidades
que no temen la relación, el compromiso y la responsabilidad en les relaciones sociales porque son
plenamente conscientes de que, más que disminuirlas o ponerlas en peligro, lo que hacen es enriquecerlas.
El individualismo negativo, por contra, es el resultado de personalidades débiles, que sólo exigen los
derechos individuales y no los deberes y las obligaciones que han de sostener esos derechos (1993:51).
6
Una desarticulación social referida sobretodo al territorio y, en general, a las geografías físicas dado que,
por otra parte, aparecen nuevas articulaciones virtuales -a través de las retículas tecnológicas- que
reconfiguran comunidades de nuevo cuño en la denominada Sociedad de la Información.
6
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cierto que estas últimas acaban -en la mayoría de los casos- generando cambios
políticos, el auge actual de estos conceptos y de las realidades a las que se refieren
obedece, también, a la transformación operada, a lo largo del último medio siglo, en las
políticas sociales. La participación y el espacio público toman relevancia en un marco
en el que nuestras sociedades se enfrentan con la necesidad de reconstruirse y donde las
formas organizativas y los modelos de gobierno se encuentran en proceso de
reformulación. Herrera/Castón (2003) señalan, en este sentido, que en los países
desarrollados se ha pasado de modelos de política social verticales, jerárquicos y
normativos a otras de tipo horizontal, relacional e interactivo que implican,
necesariamente a la ciudadanía en su elaboración.
Cada vez resulta más difícil desarrollar formas de gobierno tradicional en las
sociedades actuales. Parece que una de las alternativas probables es la de la articulación
del gobierno en red. Este cambio de orientación en la forma de gobernar tiene,
inevitablemente, un impacto directo en las dinámicas sociales. Blanco y Gomà (2002:
22) describen y analizan las características de esta forma de gobierno:
a) aceptar la complejidad como parte del proceso político;
b) un sistema de gobierno con participación de diversos actores en marcos de redes
plurales; y, por último,
c) una nueva posición de los poderes públicos en cuanto a procesos, roles y
utilización de instrumentos.
Estos nuevos planteamientos y perspectivas modifican el escenario de actuaciones
puesto que, por una parte, politizan los espacios locales y, por otra, posibilitan su
configuración en red 7 . Implicaciones no menos importantes, de este nuevo modelo de
7
Es la denominada governance en la literatura anglosajona, que podría ser traducida como a
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gobierno, son la necesidad de proximidad relacional y la ampliación de los actores
participantes, tanto en la toma de decisiones como en la propia acción política. Eso
significa, entre otras cosas, participación, horizontalidad y co-responsabilidad en las
relaciones entre políticos, técnicos y ciudadanía y, también, en la gestión de los
territorios y las comunidades. Serán estos elementos los que justifiquen y expliquen, en
buena medida, el porque y el para qué de la participación en los diferentes espacios
públicos.
1.3. El quién y el cómo
El quién hace referencia a todas las personas y sujetos colectivos que, de una
manera o de otra, se ven afectados o interpelados por las acciones derivadas de la
participación o por la propia acción de participar. Las responsabilidades, los roles
desarrollados y el protagonismo de los agentes implicados pueden variar, pero todos y
todas se ven llamados por igual a la participación. Al hablar de los sujetos de la
participación nos referimos a las personas y a las entidades de la comunidad, puesto que
los político y los técnicos tienen ya incorporada -dentro de su rol o función profesionalla participación como mecanismo normalizado de actuación.
Si hablamos del cómo desarrollar la participación en los espacios públicos nos
estamos preguntando por la metodología, por el camino a seguir para generar escenarios
que propicien aquella participación.
La primera ley de la proxémica dice que las personas nos interesamos por todo
aquello que nos es próximo 8 . Parecería pues, de acuerdo con esta ley, que las personas
gobernabilidad o gobierno en red.
El concepto de proximidad, sin embargo, ha visto ampliado su alcance por efecto de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación. Sobre todo gracias al correo electrónico y a Internet.
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tendrían que estar, primero interesadas y, después, dispuestas a participar en los
espacios públicos de su barrio y de su comunidad, sea en su diseño; en el uso; en su
cuidado y mantenimiento; o, por último, en su dinamización. Pero eso no tiene porque
ser necesariamente así, a pesar de que, al menos de entrada, la motivación extrínseca
hacia la participación podría estar garantizada por aquella ley.
La participación requiere toda una serie de condiciones que se refieren tanto al
sujeto participante como a las otras personas co-participantes, sean estos políticos,
técnicos, miembros de entidades o ciudadanos y ciudadanas de “a pie”. Por parte del
sujeto participante demandan:
A) Protagonismo: Yo decido en qué quiero participar.
Se participa en aquello que se está interesado y el interés en participar en algo, a
menudo, obedece sobretodo a razones de orden personal. La motivación intrínseca de
las personas para participar es la “caja negra” del proceso; algo complejo y variable a
lo que difícilmente se puede acceder.
B) Confianza
a) En el proceso participativo: Lo que yo haga no será manipulado ni utilizado en
contra mía o sin mi consentimiento.
Sin confianza la participación no puede ser sino -el resultado de o la respuesta auna imposición o a una coacción. Las reticencias de los ciudadanos y ciudadanas
a implicarse en procesos participativos son, a menudo, el resultado de la falta de
confianza en el proceso. Es preciso tener mucho cuidado con este hecho puesto
que traicionar esta confianza supone malbaratar el capital social de una
comunidad y, en buena medida, dificultar sus perspectivas de crecimiento y
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sostenibilidad. En este sentido, es necesario apuntar que el conocimiento del
porqué –razones- y el para [conseguir] qué se participa es una condición
indispensable para generar escenarios que posibiliten la participación
b) En mis competencias personales para desarrollar la acción que la
participación solicita: ¿Lo sabré hacer? ¿Qué pensarán de mí cuando lo haga?
La participación muestra a los demás lo que una persona o un grupo hacen o lo
que son capaces de hacer. Eso significa que situaciones de inseguridad personal
respecto las propias competencias, pueden hacer percibir la participación como
un riesgo. Participar puede implicar asumir un riesgo dentro de un grupo o una
colectividad y es sabido que el miedo al riesgo puede ser un fuerte inhibidor de
la participación
C) Efectividad. Mis acciones tendrán efectos; podré contribuir a cambiar cosas.
Los efectos o la falta de efectos de las acciones participativas realizadas contribuyen
a reforzarlas positiva o negativamente. Ésta es una característica necesaria para
incentivar una participación sostenida y durable. Las personas que participan tienen
que percibir o saber que lo que hacen genera efectos.
D) Eficacia: Mis acciones servirán para algo; para conseguir lo que se pretende.
La efectividad de la participación es insuficiente si no se halla orientada, en buena
parte de los casos, hacia los intereses que la motivaron. Si la participación ha de ser
sostenible, tiene que producir resultados visibles y tangibles y, al menos en algún
caso, dichos resultados han de producirse en la dirección inicialmente pretendida.
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Por parte de los otros la participación requiere, al menos:
A) Reconocimiento: Existes; eres respetado; lo que haces es importante y no podemos
hacerlo sin ti.
Responde a todos los requerimientos anteriores y, en este sentido, los retroalimenta.
B) Transparencia: No te estamos engañando.
La honestidad es un ingrediente clave de los procesos participativos ya que alimenta
la confianza y posibilita una gestión adecuada de las expectativas mutuas (entre los
participantes) respecto al proceso desarrollado. Desde mi punto de vista, la gestión de
las expectativas es uno de los elementos determinantes del éxito o el fracaso de los
procesos de participación, ya que posibilita la eficacia del proceso participativo y,
sobre todo, asegura su sostenibilidad en el tiempo. Dicha gestión depende, en primer
lugar, de los técnicos (educadores, animadores, trabajadores sociales, etc.) que son los
que se relacionan cara a cara con los participantes. Pero aquellos dependen, en buena
parte de los casos (actividades, proyectos y programas), de decisiones políticas o
directivas en lo que se refiere a la disposición y asignación de recursos. La honestidad
y la transparencia del técnico –educador, animador- respecto a los resultados
esperables o a las posibilidades reales de los procesos de participación desarrollados,
puede contribuir a evitar situaciones y sentimientos de frustración, de engaño o de
traición. Situaciones y sentimientos que pueden darse tanto entre los profesionales de
la intervención como entre las personas que participan en el proceso.
Se puede afirmar que la honestidad y la transparencia de políticos y técnicos, en todo
aquello que se refiere a las posibilidades reales de obtener resultados de los procesos
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para los que se solicita la participación de las personas, son estrategias pedagógicas.
Al menos por dos motivos:
a) Porque contribuyen, de una manera determinante, a la motivación e
implicación de las personas en dichos procesos.
b) Porque contribuyen -a través de los mecanismos de mutualidad o reciprocidad
positiva- a modelar o desencadenar respuestas, en las personas que participan,
con las mismas actitudes y comportamientos, esto es, honestidad, confianza y
transparencia.
Figura Nº 1: Requisitos de la participación
Es preciso señalar que todos estos requerimientos –figura Nº 1- obligan por
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igual al sujeto y a las otras personas participantes puesto que, entre el uno y los otros, lo
único que cambia es el punto de vista del observador: yo, desde mi punto de vista, soy
sujeto participante; pero formo parte de los otros participantes desde su perspectiva.
Estos requerimientos no aseguran ni la participación ni sus resultados pero hacen
posibles escenarios en los que aquéllos tienen más probabilidades de producirse. Es, en
este sentido, que los definimos como condiciones de posibilidad para la participación.
Los propios requerimientos definidos muestran la complejidad de los procesos
participativos y las dificultades para preverlos o planificarlos previamente. Cada
proceso de participación es singular y se construye en el marco físico y sociocultural de
una comunidad determinada. Se puede decir que, más allá de estos principios genéricos
de acción, no existe una metodología única ni universalmente válida para desarrollar
procesos de participación en los espacios públicos. Lo que sí se ha generado
abundantemente, en estos últimos años, es una gran diversidad de estrategias y técnicas
para vehicularlos.
Para implementar estos procesos en la línea de los requerimientos apuntados, es
preciso crear -de forma ampliamente participada y consensuada- escenarios que
posibiliten la participación. Y, es necesario, también, dotarlos de la suficiente
flexibilidad para poder irlos ajustando de forma continuada a la evolución de la propia
realidad sociocultural en la que se están desarrollando.
Bibliografia citada y de referencia
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Barcelona: Gedisa.
BAUMAN, Z. (2002) Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de cultura
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