Primera edición: 1986
Segunda edición: 1996
Edición: Mónica Olivera
Dirección artística: Alfredo Montoto Sánchez
Diseño de cubierta: José Luis Cadavieco
Diseño interior: Belinda Delgado Díaz
Corrección: Victoria Hernández
Composición computarizada: Aymara Riverán Cuervo
© Herederos de Samuel Feijóo, 2007
© Sobre la presente edición:
Editorial Letras Cubanas, 2007
ISBN 978-959-10-1310-1
Instituto Cubano del Libro
Editorial Letras Cubanas
Palacio del Segundo Cabo
O’Reilly 4, esquina a Tacón
La Habana, Cuba
E-mail: [email protected]
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PRÓLOGO
En la mitología caribeña Cuba alcanza un lugar cimero, bien
sea por la imaginación de sus hijos, por su fabulación poética, su fantasía exagerada, la superstición auxiliada por la
imaginación del indio nuestro, del criollo de español o de
africano, o del cubano ya en su plena definición etnológica y
su cultura desarrollada que inventa mitos, a veces de excesiva fantasía peligrosa.
Nuestra mitología cuenta con una de las más originales de
América, a veces dominada por el humor, a veces por una
fantasía artística profunda y por una superstición nociva.
Es la presente la primera mitología que se ha escrito en nuestro país; la más completa posible.
Surgiendo de la imaginación popular, de sus anhelos y sueños tantas veces, y aun de la superstición y el miedo, los mitos
revelan una de las mayores fuerzas de la creación folklórica
mundial. Fuentes son los mitos poderosamente originales y
simbólicos. Aun bajo los miedos supersticiosos las dotes creadoras son estimuladas por los sentidos alarmados. Cuando
el mito es bello, es arte.
Por lo demás, leyendas, mitos, fantasías, son los valiosísimos
documentos orales del pueblo, que indican y precisan los variados estratos culturales a los especialistas generales. El
folklore, a más de su fuerza creativa, es también claro aviso
de las distintas formaciones y deformaciones de la culturas
populares.
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Recorriendo, por décadas, nuestros campos hemos encontrado numerosa mitología, pero sabemos que mucho mito ha
escapado de nuestras pesquisas a pesar del largo trecho andado. Las sorpresas son constantes. Las fantasías se unen tantas veces en famillas, y varían, se desarrollan y embellecen,
como prodigios de la fabulación popular, constante.
Sobre los dioses de los indios cubanos poco sabemos. Conocemos el mítico cemí, de su tosco ídolo de piedra, del dios
Huracán... y de algunos mitos recogidos en la región de Xagua
(Cienfuegos), de tradición oral.
En cuanto a la mitología afrocubana, la mitología campesina, mucho se ha conservado y anotado, como se hallará en
estas páginas. Muy importante tarea el rescate de los mitos
nacionales, o las variantes nacionales del mito universal, sobre todo en sus relaciones con las artes plásticas, la danza, el
teatro, la narrativa, la poesía. Sobre este último género artístico, Camila Henríquez Ureña expresaba en su Invitación a
la lectura (La Habana, 1976):
La poesía desde sus orígenes ha dado expresión al mito. La
poesía dramática durante largo tiempo fue sólo la representación del mito en forma de acción directa; la poesía
épica lo representó en forma de narración, y aun la lírica, más individual en su expresión, le prestó su voz musical. Si bien hoy en día esas tres funciones de la poesía
abordan temas muy diversos y lejanos de los antiguos
mitos, no pueden desarraigarse de ellos y con frecuencia
los reviven en nuevas interpretaciones, (así, por ejemplo, el mito de Narciso y el de Orfeo) o basan en ellos
nuevas creaciones míticas.
Un poeta, Stephen Vicent Benet, escribía: «Siempre he creído
que las leyendas, mitos, tradiciones y fábulas forman parte
tan real de la historia de un país como las proclamas, los tratados o las reformas constitucionales».
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Como sabemos, el mito no es solamente «cualquier clase de
historia», al decir griego, sino también la creación de dioses,
semidioses, sus hazañas y hasta la factura de una cosmogonía,
dubitable o no. En ambos aspectos el lector encontrará en estas páginas interesante material. Los mitos, taínos y siboneístas,
de Guanaroca, Jagua, Aycayía, etcétera, son originales y revelan una recia, sencilla imaginación poética insular. Por gran
suerte para todos, nuestro país ha contado con hombres de
alta preocupación por sus tesoros populares, y, callados, sin el
menor elogio a veces. Ignorados, en sus pequeños pueblos, han
realizado la labor importante y necesaria, colectando leyendas, mitos, sucedidos, gracejos, la tipología, el florecimiento del
pueblo cubano, a través de todas sus épocas. No sabemos cómo
agradecer ese legado amoroso y pacienzudo a estos hombres
extraordinarios, de suma sensatez, dedicados a sus labores
hondas...
En este libro se recogen los mitos creados al puro auxilio de la
fabulación espontánea, y, a veces, con el vigor creativo de
la bella fantasía humana, o bien surgiendo de una realidad
cubierta de innúmeras versiones. Las mitologías pertenecen al
acervo de la cultura universal, por el arte hondo de su fuerza
creadora, si es logrado.
Entre las fuertes fuentes auténticas de la expresión general
de cualquier país, se hallan sus mitos, grandes generadores de
formas, grandes desflagradores de fuerzas artísticas, corrientes
de lejanos saberes primigenios, sólo en el mito contenidos, y de
errores nocivos.
ORIGEN DE LOS MITOS
Nos hemos referido en estas páginas al origen de los mitos,
pero debemos aclarar, hasta donde nos sea posible, este origen.
También puede originarse el mito por encuentros fortuitos
con elementos raros de la naturaleza.
La sorpresa, que a veces genera miedo, impide apreciar la
causa real, y el mito se crea entonces con elementos reales
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pero no míticos, mitificados por el miedo, y por las creencias
de los brujeros malignos y los supersticiosos, con sus mentiras
(a veces con raras fantasías). Ello es el mito mundial. Cuidarse, pues, del mito, pero es oportuno conocerlo, para analizar a fondo el folklore, sus errores.
Un ejemplo claro de ello lo ofrece el apasionante libro del
alpinista inglés Tom Longstaff: Recuerdos de viaje.
Refiere Longstaff que hallándose en los montes Himalaya
le ocurrió un raro suceso (fuente del mito). Sus palabras:
Nos hallábamos junto al morro del glaciar de Ponting.
En la vertiente meridional del Himalaya el hielo desciende
hasta la zona en que crecen los rododendros [...]. Poco
después encontramos abetos, cuya contemplación fue
grata para nuestros ojos, fatigados de las enormes extensiones de tierras sin árboles. Aspiramos de nuevo la
fragancia casi olvidada de las hojas nacientes.
Junio obligaba al invierno a batirse en retirada. Para
completar la transformación del panorama apareció en
escena el mismo dios Pan: de entre una espesura salió
la cara de un muchacho moreno, con una prímula roja detrás de la oreja, que nos miró asombrado y desapareció
sigilosamente y sin dejar rastro. No obtuvimos respuesta alguna a nuestras llamadas. Probablemente era un zagal de Kumaón, que años más tarde explicaría a sus nietos
cómo en cierta ocasión vio a dos gigantes, acompañados
por un gnomo de bermeja barba, que a buen seguro procedían de las nubes y que le persiguieron lanzando
horrísonos gritos.
Posible origen del mito, el suceso raro, pues el gnomo de roja
barba era Longstaff, de muy pequeña estatura y barba colorada.
MITOS Y ANIMALES
Si bien el mito se embriona y concreta en la imaginación humana,
dando salida a creencias, temores, sueños, supersticiones, etcéte8
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ra, otra raíz se halla en la naturaleza, creadora de seres de
formas «raras» y «fantásticas», al ojo del hombre. Ello estimula y origina la creación de monstruos de «horrendas» formas, o bien las graciosas estructuras en los más bellos mitos.
Es muy fácil la observación directa entre las formas del mito
y las formas de la naturaleza, y las consecuentes derivaciones
del mitómano.
Así el Dragón chino surge del reptil llamado «Dragón volador», de un pie largo, que se lanza desde un árbol y con la
ayuda de su «paracaídas» natural vuela, planeando, distancias hasta de treinta pies. Es oriundo de la isla de Java. También el Dragón chino pudo originarse del «grillo Talpa», muy
parecido a la forma del mito chino. La «raya» marina pudo
originarlo también al igual que el pez pelop, cuya estructura se asemeja al dragón clásico. La Hidra, con siete cabezas
de serpiente, tiene el cuerpo de un lagarto colosal.
Los asirios dieron alas a bueyes colosales, con rostro humano.
La Esfinge egipcia tiene cabeza humana, cuerpo y garras de
león. El Pegaso griego es un caballo con alas, y el Centauro
es el hombre-caballo.
En el antiguo Egipto, el dios Anubis tiene cabeza de perro.
Y su dios Ammon tiene cabeza de macho cabrío sobre un cuerpo
de león. Luzbel, Satanás, Diablo, según la tradición medioeval,
tienen alas de murciélago, rabo de canguro, a veces cuerpo de
cabrón.
En la América los zapotecas inventaron un dios-vampiro.
El Leviatán hebreo se tomó del cachalote.
Del pequeño pulpo se originó un gigantesco pulpo mitológico,
con tentáculos hasta de cien metros de largo.
El Unicornio se origina de la mezcla del ciervo con el peznarval de afilado cuerno.
El mito eslavo del Dumoval no es más que un gran mono
con rostro humano. Asimismo otro mito eslavo, Vodianoi, surge
del llamado «elefante marino».
La Lamia medioeval, mito de grande rareza física, tenía la
parte posterior de su cuerpo como un cabrón; las partes
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delanteras, de oso; cabeza y pechos de mujer; el cuerpo cubierto
de escamas. Silbaba como serpiente.
Las formas-mito de los extraños animales que ha creado la
naturaleza: el hipocampus, el insecto Peripatus capensis, el pez
Linophryne arborifer el pez-diablo, etcétera, han impresionado
la imaginación del mitómano, y le han ayudado a crear sus
mitos.
INTENTO DE CLASIFICACIÓN DE LA MITOLOGÍA CUBANA
Entre los mitos mayores cubanos clasificamos los siguientes: mitos de los indios cubanos recogidos en la región de Jagua: mito
del güije o jigüe; de la Madre de aguas; la Llorona o Gritona; el
cagüeiro; jinetes sin cabeza; babujales; bolas de candela; la Luz
de Yara; los mitos urbanos (entre ellos Matías Pérez, la fiesta
del Guatao, el Pelú de Mayajigua, Ma Dolores, casas embrujadas, la dama azul, el muengo…).
Entre los mitos universales, nuestra variante: brujas, diablos,
sirenas, etcétera.
Asimismo una grande versión de mitos primigenios,
teogonías, cosmogonías, creaciones de animales, vegetaciones,
etcétera.
MAPA MITOLÓGICO NACIONAL
Urge la creación de un detallado mapa mitológico nacional.
Crear un bien capacitado, culto, tenaz equipo de apasionados y lúcidos investigadores, que pueblo a pueblo, monte a
monte, provincia tras provincia, levanten el mapa de los mitos nacionales. Tendremos entonces un gran monumento a la
fantasía creadora, al ingenio descomunal de nuestro pueblo,
en cuanto a lo imaginativo artístico se refiere.
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Esta compleja búsqueda tomaría años, tomaría grande
paciencia. Pero es fundamental para nuestra cultura insular,
antillana, universal, al hallarse el mito bello. Algunos de ellos
aparecen en estas páginas. Otros son engendros de la superstición.
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MITOLOGÍA INDIA CUBANA
En el libro Tradiciones y leyendas de Cienfuegos, que redactara Adrián del Valle con los materiales que le entregara el
cienfueguero Pedro Modesto Hernández, acopiados por él en
la antigua zona de la Xagua india.
De esta importante recopilación hemos seleccionado los
siguientes mitos aborígenes.
HUIÓN (EL SOL) CREA AL HOMBRE
En los tiempos más remotos, Huión, el Sol, abandonaba periódicamente la caverna donde se guarecía para elevarse en el cielo y
alumbrar a Ocon, la Tierra, pródiga y feraz, pero huérfana todavía del ser humano. Huión tuvo un deseo: crear al hombre, para
que hubiera quien le admirara y adorase, esperando todos los
días su salida, y viese en él al poderoso señor del calor, la luz y la
vida. Al mágico conjuro de Huión, surgió Hamao, el primer hombre. Ya tenía el astro quien lo adorara, quien le saludara todas las
mañanas con respetuosa alegría desde los alegres valles y altas
montañas [...].
MAROYA (LA LUNA) CREA A LA MUJER
Huión no se preocupó más de Hamao, a quien el gran amor que
por su creador sentía, no bastaba a llenarle el corazón. Veíase
solo, en medio de una naturaleza espléndida, dotada de una ve13
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getación exuberante, poblada de seres que se juntaban para
amarse. En medio de la universal manifestación de vida y amor,
sentía Hamao languidecer su espíritu y le afligía la inutilidad de su
vida solitaria
La sensible y dulce Maroya, la Luna, compadeciéndose de
Hamao y para dulcificar su existencia, diole una compañera, creando a Guanaroca, o sea la primera mujer. Grande fue la alegría del
primer hombre.Al fin tenía un ser con quien compartir goces y penas,
alegrías y tristezas, diversiones y trabajos [...]. De su unión nació
Imao, el primer hijo.
CREACIÓN DE LA LAGUNA GUANAROCA
Guanaroca, madre al fin, puso en el hijo todo su cariño, y el padre, celoso, creyéndose preterido, concibió la criminal idea de
arrebatárselo. Una noche, aprovechando el sueño de Guanaroca,
cogió Hamao al tierno infante y se lo llevó al monte. El calor excesivo y la falta de alimento, produjeron la muerte de la débil criatura. Entonces el padre, para ocultar su delito, tomó un gran güiro,
hizo en él un agujero y metió dentro el frío cuerpo del infante, colgando después el güiro de la rama de un árbol.
Notando Guanaroca, al despertar, la ausencia del esposo y del
hijo, salió presurosa en su busca. Vagó ansiosa por el bosque, llamando en vano a los seres queridos, y ya rendida por el cansancio,
iba a caer al suelo, cuando un grito estridente de un pájaro negro,
probablemente el judío, hízole levantar la cabeza, fijándose entonces
en el güiro que colgaba en la rama del próximo árbol. Sea por la
innata curiosidad que ya se manifestaba en la primera mujer, o por
un extraño presentimiento. Guanaroca sintióse compelida a subir al
árbol y coger el güiro.
Observó que estaba perforado y con espanto creyó ver en su
interior el cadáver del hijo adorado. Fue tan grande el dolor y
tan intensa la emoción, que se sintió desfallecer y el güiro se
escapó de sus manos, cayendo al suelo, al romperse vio con
estupor que del güiro salían peces, tortugas de distinto tamaño y
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gran cantidad de líquido, desparramándose todo colina abajo. Acaeció entonces el mayor portento que Guanaroca viera, los peces
formaron los ríos que bañan el territorio de Jagua, la mayor de las
tortugas se convirtió en la península de Majagua y las demás, por
orden de tamaño, en los otros cayos. Las lágrimas ardientes y
salobres de la madre infeliz, que lloraba sin consuelo la muerte del
hijo amado, formaron la laguna y laberinto que lleva su nombre:
Guanaroca.
CAONAO Y JAGUA
Hamao, con los celos que en su corazón sembrara el dios del mal,
había sentido el primer dolor; Guanaroca, con la pérdida del hijo,
la pena primera y la más grande que una madre puede sufrir.
Hamao comprendió tardíamente lo irracional de sus celos y llegó
a vislumbrar el amor de padre. Guanaroca perdonó, y tras el perdón vino su segundo hijo: Caonao.
Tranquila y feliz fue su infancia, bajo la constante protección de la madre cariñosa. El niño se hizo hombre, y comenzó
a sentirse invadido de vaga inquietud, de profunda tristeza.
No podía darse cuenta de aquel su estado de ánimo, que le
hacía indiferente la vida. Un día, al volver a su solitario bohío,
detúvose a contemplar dos pajaritos que en la rama de un árbol
se acariciaban. Entonces comprendió el motivo de su pena. Estaba solo en el mundo, no tenía una compañera a la que acariciar y
de la cual recibir caricias, a la que pudiera contar sus penas, sus
alegrías, sus ilusiones, sus esperanzas. Sólo existía en la tierra
una mujer, pero ésta era Guanaroca, la que le había dado la
existencia.
Vagando por los campos, trataba en vano de distraer su soledad, y se fijó en un árbol lozano, de bastante elevación y redondeada copa.
De sus ramas pendían los frutos en abundancia, frutos grandes
y ovalados, de color parduzco. En plena madurez, muchos de
ellos, se desprendían del árbol y caían al suelo, mostrando algunos, al reventar, su carnosidad, sembrada de pequeñas semillas.
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Caonao sintió un deseo irresistible de probar aquel fruto, y
cogiendo uno de los más hermosos, le hincó, ávido, los dientes. Su
gusto era agridulce, y sintiéndole grato al paladar, halló en aquel
manjar extraño que de manera pródiga le ofrecía la naturaleza,
abundante y regalado alimento.
Tanto le gustó, que fue a su bohío en busca de un catauro de
yagua, con la intención de llenarlo con los raros y para él sabrosos frutos.
De vuelta, empezó Caonao por reunirlos todos en un montón,
e iba a empezar a colocarlos en el catauro, cuando un rayo de
luna, hiriendo a los frutos en desorden amontonados, hizo brotar
de ellos a un ser maravilloso, de sexo distinto al de Caonao.
Era una mujer.
Muy joven, hermosa, risueña, de formas bellamente modeladas, de piel aterciopelada, color de oro; de ojos expresivos, grandes y acariciadores; de boca roja y sonriente; de larga, negrísima
y abundante cabellera.
Caonao la contempló con éxtasis creciente, como por encanto
sintió que de su corazón huían la tristeza y la melancolía, expulsadas por la alegría y el amor. Ya no cruzaría solitario el camino de
la vida. Tenía a quien amar y de quien ser amado.
Aquella hermosa compañera surgida, al contacto de un rayo
lunar, del montón de la madura fruta, era un presente de
Maroya, la diosa de la noche, que del mismo modo que había
disipado la soledad de Hamao, el primer hombre, enviándole
a Guanaroca, la primera mujer, quería también alegrar la existencia de Caonao, el hijo de aquéllos, haciéndole el regalo de
otra mujer.
Caonao la amó desde el primer momento con todo el ardor de
que era capaz su joven corazón sediento de caricias. La hizo suya
y fue madre de sus hijos.
Aquella segunda mujer se llamó Jagua, palabra que significa
riqueza, mina, manantial, fuente y principio. Y con el nombre de
Jagua también se designó el árbol de cuyo fruto había salido la
mujer, y por cuyo hecho se le consideró sagrado.
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Jagua, la esposa de Caonao, fue la que dictó leyes a los naturales, los pacíficos siboneyes; la que les enseñó el arte de la pesca y
de la caza, el cultivo de los campos, el canto, el baile y la manera de
curar las enfermedades. Guanaroca fue la madre de los primeros
hombres; Jagua la madre de las primeras mujeres. Los hijos de
Guanaroca, madre de Caonao, engendraron en las hijas de Jagua;
y de aquellas primeras parejas salieron todos los humanos seres
que pueblan la tierra.
Según la tradición dominicana, Cihualohuatl, la mujer culebra, fue la Eva mitológica que daba a luz los hijos de dos en
dos, siempre varón y hembra, para facilitar así la reproducción y perpetuación de la especie.
La tradición siboney es más moral. Guanaroca, la Eva cubana,
sólo tiene hijos varones, y a su vez Jagua, la segunda Eva, sólo
hembras, uniéndose luego unos y otras por parejas para la reproducción.
CREACIÓN DE LA PLANTA VENENOSA DEL GUAO Y DE LA
MARIPOSA TATAGUA
Aipiri era una hermosa mestiza de la Jagua prehistórica. Presumida, coqueta, parlanchina, muy dada a engalanarse con prendas
de vivos colores, piedras y conchas, zarcillos y pulseras de guanín,
y adornarse la cabeza con flores del rojo más vivo para distinguirse de las demás mujeres y llamar la atención.
[…].
Esbelta, trigueña, de abundosa cabellera negra y ojos rasgados; de mirar insinuante, acariciador, provocativo. Gustaba con pasión del canto y del baile. Su mayor placer era asistir a
fiestas y diumbas, o guateques, donde podía lucir su melodiosa
voz y sus gracias de hábil bailarina.
Requerida de amores por un siboney gran cazador, unió a él
sus destinos y hubiera formado un hogar modesto y apacible, pero
feliz, si sus aspiraciones se hubieran concretado a las de una mujer hacendosa, amante de su esposo y de sus hijos. Pero Aipiri no
se contentaba con eso. No había nacido para llevar una vida
tranquila, al cuidado de la casa y de la prole. Amaba demasiado
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las diversiones, los placeres, los cantos, los bailes, los adornos,
los halagos, las alabanzas. Así sucedió que, al poco tiempo, el
hogar fue para ella un martirio, y apenas había dado a luz el primer hijo, sintió la nostalgia de sus bulliciosos días de doncella, sin
que cautivaran su corazón las gracias del tierno infante. Luchó al
principio y quiso sustraerse a la tentación. Pudo más el instinto de
su naturaleza voluntariosa y bravía que el amor de madre, y empezó por ausentarse un rato del hogar, después, fue más larga la
ausencia, hasta que llegó a ser más tiempo el que estaba fuera de
la casa que dentro de ella. Y mientras el niño, abandonado, lloraba, la desnaturalizada madre pasaba el tiempo en alegre charla
con los vecinos o asistía a reuniones y fiestas, entreteniendo a la
gente con los encantos de su voz y las gracias de sus bailes. Cuando
la tarde caía volvía a su casa, poco antes que llegara el marido de
su diaria y penosa excursión por los montes en busca del sustento. Tras un hijo vino otro y otro hasta seis, pero no varió de conducta la olvidadiza madre. Continuaba haciendo sus furtivas y largas
escapatorias, sin que el confiado marido se enterara. Los niños,
constantemente abandonados, pasaban hambre, crecían en medio del mayor abandono, y miseria, adquirían malos hábitos y
continuamente lloraban atronando el espacio con su eterno guao,
guao, guao. Como el bohío se levantaba solitario en medio del
campo, no temía Aipiri que el lloro de los niños molestara a los
vecinos ni que éstos la delataran al marido. No contaba con Mabuya, el genio del mal, que está en todas partes y a quien hacen
poca gracia los llantos continuados, inacabables, de los niños Hay
que reconocer que tiene motivos para ello, pues sólo la paciencia
de una madre sufre con resignación la música poco grata del llanto de los hijos.
Mabuya, cansado de oírlos, y viendo que sus lloros no tenían fin, como tampoco lo tenían los bailes y las diversiones,
ausencias y olvidos de la madre, temió quizá que aquellos niños malcriados fueran cuando mayores tan desalmados, crueles e inhumanos como él. En un arrebato de mal humor los
transformó en arbustos venenosos, conocidos hoy con el nombre de Guao.
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En el reino vegetal, es el guao algo así como un estigma, árbol
seco y estéril, su resina y hojas, producen al contacto, hinchazones y llagas, y aun se asegura que su misma sombra es dañina. En
eso vinieron a parar, según la tradición, los hijos de Aipiri por
culpa de la desnaturalizada madre.
Si el espíritu del mal hubo de castigar en los hijos la falta
de la madre, el espíritu del bien, más justiciero, impuso un
correctivo a la causante del daño, que debía servir de ejemplo. Transformó a Aipiri en Tatagua, mariposa nocturna de
cuerpo grueso y alas cortas, conocida también con el nombre de Bruja.
Es creencia bastante generalizada que las brujas o grandes
mariposas de color oscuro tienen significación maléfica,
anunciando, allí donde entran, alguna desgracia y aun la muerte de un familiar. Es una adulteración del significado verdadero
que le atribuye la tradición a la tatagua o bruja cuando se introduce en una casa y revoloteando se posa dentro de ella.
Según esa tradición, al transformar el espíritu del bien a la
madre que olvidó sus deberes, en la mariposa nocturna, lo
hizo para que ésta, al aparecerse a las madres, las advirtiera
lo sagrado de sus obligaciones, y que jamás, por asistir a fiestas,
bailes ni diversiones, debían dejar abandonados a sus tiernos
hijos [...].
Mitos indios en Matanzas
Américo Alvarado recogió siete historias indias en Matanzas. En
ellas se encuentran verdaderos mitos de los indios de esa región.
Entre ellos, el mito de Baiguana.
Una mujer muy bella que enloquecía a los hombres porque a todos buscaba […], todos los hombres iban hacía Baiguana y la
pesca y la caza eran abandonadas y los sembrados de yuca, de
maíz y boniato se perdían. El cacique de entonces, Maguaní, fue
al río Jibacabuya, que era el más poderoso afluente del río largo,
para hablarle a la boca de agua del Dios Murciélago y pedirle
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consejo, para que el Dios le indicara cómo resolver el asunto de
la bella y ardiente Baiguana. Y el cacique Maguaní llevó de regalo a Baiguana un pescado mágico, cogido por orden del Dios
Murciélago en el río Jibacabuya, y Baiguana lo comió y cuando
la luna estaba en lo alto se acostó a dormir frente a su bohío
mirando a la Luna...
Cuando salió el Sol, Baiguana se habla convertido ya en «una
montaña con forma de mujer dormida». La célebre loma El Pan
de Matanzas, según el mito, es Baiguana dormida.
Recoge Alvarado otro mito de los indios de Yucayo: aquel
de los amores de Guacumao y Cibayara.
Guacumao, según «le había profetizado el behique Macaorí»
sería el «hombre que haría dormir, hecha piedra, a una mujer que
mataba por amor».
La tal mujer, Aibamaya, conquistó a Guacumao, quien sabía
que debía convertir en piedra a su amante, avisado por su madre,
Cibayara. Guacumao estaba muy triste, no quería convertir en piedra a su amada. Y fue castigado por el Dios Murciélago:
Cuentan los pescadores de Yucaojo que frente a la punta de tierra
en que termina la bahía por un lado, muchas veces se ven dos
rocas blancas bajo el agua del mar, rocas que son el cacique
Guacumao y la mujer con fuego en la sangre que él amo, convertidos en piedra por el poder del Dios Murciélago. Así el Dios
arrancó, para bien de Yucayo, la vida de la mujer que mataba por
amor, y libró a Guacumao del terrible deber de hacer dormir,
hecha piedra, a Aibamaya.
Alvarado recoge el mito de Yumurí, que da nombre al río que
riega a Matanzas:
Yumurí y Albahoa se amaban, pero el padre de Albahoa,
Guananey, ordenó a su hija casarse con Canasí. «Albahoa le
hizo saber todo esto a su amado por medio de su fiel esclavo
Naguao.»
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Cuando se iba a celebrar la boda de Albahoa con Canasí,
Yumurí fue avisado por Naguao del acontecimiento, y montado
en una canoa se dirigió donde su amada para rescatarla, al caserío de Guananey. Yumurí, por precaución, dejó la canoa donde el río Babonao se encajona entre altas paredes. Y solo,
siguiendo un sendero, se encaminó hacía el caserío de Guananey.
Alhahoa estaba alerta, sabía el proyecto de fuga de Yumurí por
el bondadoso Naguao.
Los guerreros de Canasí y de Guananey, emborrachados con
nicha (bebida hecha con maíz y raíces fermentadas) se entregaban a la danza.
De pronto, Albahoa oyó tres graznidos de lechuza: era la señal.
Abandonó el poblado. Allá estaba esperándola Yumurí.
Pero había sido vista. Un guerrero dio la alarma.
Albahoa y Yumurí, agarrados de la mano, echaron a correr.
Eran perseguidos. La carrera se hizo cada vez más rápida. Albahoa
tropezó, una piedra no vista le habla lastimado un pie. Ya no podía correr. Sus perseguidores se acercaban. No había tiempo que
perder: Yumurí tomó en sus brazos a Albahoa y siguió corriendo... La distancia que los separaba de los perseguidores fue disminuyendo... Iban a ser alcanzados.
Yumurí comprendió que no le era posible llegar donde la canoa. Era necesario cruzar el río. A todo correr se acercó a la
parte del valle en que éste se estrecha para formar una garganta de piedra. Allí el río era cenagoso. Había muchos
mangles, ellos le prestarían apoyo para pasar. Y saltó con la amada en brazos. Y los primeros mangles resistieron el peso de los
dos cuerpos. Ya estaban en el centro de la ciénaga del río. Allá
en la orilla quedaban los perseguidores que no se atrevían a
seguirlos.
Los manglares crujían, se debilitaban. Yumurí pisó el fango. En
un silencio enorme, terrible; se hundían. Se hundían. Albahoa,
abrazaba a Yumurí, desapareció en el fango.
Y todos, desde aquella noche trágica, llamaron al río
Babonao el río de Yumurí.
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YUMURÍ
En su libro Carta desde Cuba, la escritora sueca Fredrika Bremer
anota el mito del valle del Yumurí. Es un mito sobre los aborígenes
cubanos:
La sangre de los inofensivos aborígenes masacrados clama todavía
desde la tierra, pero sus voces son una bella melodía, y han bautizado al más hermoso valle de Cuba con el nombre de Yumurí.
El hermoso valle no tiene recuerdo de las puras miradas del
cielo. Se dice que su nombre Yumurí lo toma del grito de agonía
de los indígenas, «Yo morí», cuando se arrojaban de las alturas al
río que atraviesa esta parte para no ser asesinados por los españoles.
LOS DOS INDIOS CAMAGÜEYANOS
(Recogido por Samuel Feijóo, de boca de Roberto Corrales)
En Camagüey, por el camino Vista del Príncipe, existe una ceiba
que tiene una flecha clavada en el tronco casi llegando al follaje.
Según la leyenda esto sucedió cuando la lucha de los colonizadores contra nuestros indios, y se dice que cada vez que hay cuarto
menguante salen al lado de la ceiba las figuras de dos indios.
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MITOS PRIMIGENIOS VARIADOS
(Recogidos por Samuel Feijóo en Las Villas)
LOS NEGROS Y LOS BLANCOS
En el principio todos los hombres eran negros. Entonces Dios
hizo un lago para que todo el que se bañara allí se le pusiera la
piel blanca.
El agua estaba muy fría y había una parte de gente que le
cogió miedo al agua tan fría. La otra parte se bañó y salió
blanca.
Pero uno de los que salió blanco vio a los negros que estaban en la orilla y se puso a empujarlos, pero éstos le tenían
tanto miedo al agua fría que caían en cuatro patas, y por eso
es que los negros tienen la planta de los pies y las manos
blancas.
CÓMO SE HICIERON LAS NARICES DE LOS NEGROS
Unos dicen que Dios hizo las narices de los negros a puñetazos y
otros que de una bola de fango. Pero la verdad es que Dios mandó dos barcos de narices para que los hombres cogieran narices
y se las pusieran, porque los hombres no tenían narices y les mandó dos barcos cargados de narices.
Los blancos se pusieron a velar y cuando llegaron los barcos
fueron los primeros que entraron y cogieron las mejores narices,
las más afiladas y más bonitas, y a las otras las pisotearon y las
regaron por el suelo en el tumulto de gente que había cogiendo
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las mejores narices. Y atrás vinieron los negros y cogieron las
narices aplastadas y pisoteadas y por eso los negros tienen
las narices estropeadas.
LA PALMA REAL, LA CEIBA Y LA VIRGEN MARÍA
La virgen María necesitaba alimento para el niño y le pidió palmito a la palma real, y la palma no se lo dio. Y entonces la virgen
dijo:
—¡Pues que te parta un rayo!
Y entonces le salió a la palma esa punta que tiene arriba
que es como un pararrayo y que llama al rayo. Y por eso el
rayo le cae a la palma real y la parte.
Después la virgen le dijo a la ceiba:
—Dame lana para abrigar al niño.
Y la ceiba le dio lana. Y entonces la virgen le dijo:
—Te doy una cruz.
Y por eso la ceiba forma cruz.
EL GALLEGO CON DIOS Y LA GANDINGA DEL CARNERO
Con una asquerosa expresión me fue contado en Las Villas
este horrible mito:
Aquí vino un gallego a Cuba, un gallego «agarrao» hasta las uñas,
le gustaba el dinero más que la comida, y se topó con Dios que
andaba recorriendo el mundo. Se hicieron amigos y andaban juntos y él no sabía que andaba con Dios. El gallego nada más que
pensaba en comer y buscar dinero y Dios en caminar y eso. El
gallego na más que hablaba de comida y de dinero. Dios le decía:
«Espere que más alante vamos a encontrar un dineral». El gallego
no tenía paciencia. Y Dios le decía: «Ahora vamos a almorzar y a
comer un puerco asao». Y el gallego no creía. Y como era Dios, él
sacaba la comida de donde quería, hacía milagros. Así llegaron a
donde estaba el puerco asao. Almorzaron y el gallego quería llevarse en un saco to lo que sobró y Dios no quiso. Dios dijo:
«Deja las sobras pa que el que venga atrás que coma, chico».
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Pero el gallego quería recoger todo lo que había sobrao. Y
Dios le decía: «Dios, da pa mañana; deja pa el que viene atrás». Y el
gallego decía: «Que coma candela el que venga atrás». Y Dios le
dijo: «Dios da, Dios da pa mañana». Y el gallego seguía diciendo:
«Que coma candela el que venga atrás». Entonces dejaron la comida y siguieron andando, y el gallego renegaba y decía: «No veo
dinero, ¿donde está el dinero?...» Y Dios le decía: «Dios da. Dios
da, chico». Y siguieron su camino y el gallego loco por encontrar
el dinero, hasta que Dios se cansó y le dijo: «Mira, levanta esa
piedra ahí»... Y el gallego la levantó y se encontró debajo de ella
centenes y onzas de oro y el gallego dio un brinco de alegría,
¡muchacho! Jaló por el saco pa meterlo to hasta el último quilo. Y
Dios le dijo: «No lo cojas to, deja pa el que viene atrás, que Dios
da...» Y el gallego renegaba y lo quería coger to, hasta el último
quilo. Y Dios le decía: «Dios da, deja pa el que viene atrás...». Y
el gallego decía: «El que viene atrás que coma candela». Pero
siempre Dios lo obligó a que dejara bastante dinero allí y siguieron caminando y caminando. El gallego llevaba el saco al hombro
y estaba cansado y decía: «¡Que hambre tengo!» Y Dios le decía
«Dios da.» Y el gallego decía «si lo que dejamos atrás lo hubiéramos traído no pasaríamos hambre ahora».
Entonces llegaron a una piedra y se sentaron cansados y el
gallego renegando de hambre y eso y Dios dijo: «Ve allí, y debajo
de aquel palo hay un carnerito asao». El palo estaba a dos cordeles y el gallego no lo quería creer. Y el gallego le dijo: «¿Quién va
a asar ese carnero pa nosotros?» Y Dios dijo: «Vaya allí y traiga el
carnerito asao». El gallego se levantó renegando diciendo que era
cuento, y fue debajo del palo y vio el carnerito asao y era tanta el
hambre que llegó y se pegó la gandinga del carnerito asao en dos
palos. Después viró pa atrás con el carnero. Y Dios le dijo: «¿Dónde
está la gandinga del carnerito?» Y el gallego dijo: «¿Qué gandinga?
El carnero no tenía gandinga.» Y Dios dijo: «Tiene que tenerla». Y
el gallego decía que alguien vino y se la había comido, se echó de
culo negando que se la había comido.
Dios no dijo más na y se pegaron a comer. Cuando acabaron
el gallego quiso recoger lo que sobró en el saco. Y Dios dijo:
«Dios da, deja pal que venga atrás.» Y el gallego decía: «El que
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venga atrás que coma candela». Y Dios decía: «Dios, da, no te
lleves nada».
Se levantaron y siguieron caminando sin llevarse las sobras el
gallego. Y el gallego a cada rato le decía a Dios: «¿Cuándo vamos
a partir el dinero que traigo en el saco?» Y Dios le decía: «Cualquier rato, cualquier rato...». Siguieron andando y Dios le preguntó: «¿Quién se comió la gandinga del carnero?» Y el gallego
decía: «No tenía, chico, no tenía... Gracias que te dieron el carnero, ¿vas a andar averiguando ahora si tenía gandinga de contra
que te lo dieron?...». Y Dios le decía: «Sí tenía, sí tenía chico...».
Siguieron andando y el gallego volvió con la misma del dinero,
que cuándo lo iban a partir. Y Dios decía: «Más palante, más
palante...». Y le volvió a preguntar por la gandinga del carnero, y
el gallego le respondió: «No tenía, chico, no tenía...».
Siguieron andando y se toparon con un río crecío. El gallego se
quiso tirar con el saco amarrao al pescuezo y decía: «si muero yo
pierdo el dinero también». Y Dios dijo: «Vamos a cruzar el río,
chico, no hay peligro ninguno»... Y como hacía milagros cogió y
partió parriba del río, a cruzar por arriba del río como por la
tierra. Y el gallego se asustó y le dijo: «¿cómo vamos a caminar
por arriba del río?» Y Dios le dijo: «Sí, vamos a cruzar por arriba
del río». Y se echaron arriba del agua caminando. El gallego iba
cogío de la mano y caminando por arriba del río. Al llegar a mitad
del río Dios lo cogió por el pelo y lo zambulló y cuando el gallego
salió Dios le preguntó: «¿Quién se comió la gandinga del carnero?» Y el gallego le dijo: «No lo sé, no lo sé». Lo volvió a zambullir y el gallego siempre decía que no sabía quién le había comido
la gandinga al carnero. Y Dios veía al gallego medio ahogado que
le decía: «Ahógame si quieres pero yo no sé quien se la comió».
Dios no lo zambulló más, siguieron andando y cruzaron el río.
Y el gallego le decía a cada rato: «¿Cuándo vamos a partir el
dinero que tengo dentro del saco?» Y Dios decía: «Más palante,
más palante»... Y el gallego tenía hambre y decía: «Tú na más que
Dios da y Dios da ¿y si no da na?» Y Dios dijo: «Camina... camina... que más palante hay una casita con comía...». Y siguieron
andando y el gallego decía a cada rato: «erre me caho en Dios,
¿cuándo llegamos a la casita?» Y Dios se reía con las cosas del
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gallego, y le decía que no se cagara en Dios que eso era malo y
el gallego decía: «erre, me vuelvo a cagar en Dios». Y Dios se
reía. En esto llegaron a una casita sola que había hasta una mesa
con comía y se sentaron a comer. Y contento el gallego decía:
«erre me cago en Dios, aquí nos vamos a quedar que esto está
muy bueno, ahora sí que no lo recogemos to sino que nos quedamos aquí, y dormimos y to». Y Dios dijo: «Cuando terminemos
de comer partimos el dinero. Aquí no nos podemos quedar porque hay que dejar esto pal que viene atrás»... Y el gallego dijo:
«erre, me cago en Dios, el que viene atrás que coma candela». A
la mitad de la comida le preguntó Dios por la gandinga del carnero. Y el gallego le dijo que no sabía, que si hubiera sabido se lo
hubiera dicho cuando casi lo ahoga. Y el gallego le preguntó entonces: «erre me cago en Dios, ¿cuándo vamos a partir el dinero?» Y
Dios le decía: «No te cagues en Dios, que es malo». Y el gallego
le decía: «Lo que es malo es no partir el dinero». Entonces Dios
cansao dijo: «Vacea ese dinero ahí arriba de la mesa pa partirlo».
Y el gallego muy contento vació el saco arriba de la mesa.
Entonces Dios pegó a hacer tres pilas de dinero. Y cuando el
gallego vio haciendo tres pilas las volvió a juntar en un montón y le
dijo: «erre, me cago en Dios, si somos dos na más, chico: ¿cómo
vas a hacer tres pilas?» Y Dios volvió a hacer las tres pilas, y el
gallego dijo: «Vuelves a hacer tres pilas si somos dos». Y Dios le
dijo: «Déjame acabar, chico». Y el gallego decía: «erre, me cago
en Dios, si somos dos». Entonces ya Dios tenía hecha las tres
pilas y le dijo al gallego dándole una pila: «Coja su pila». Y el
gallego la cogió y dijo: «Bueno, ¿y esa pila que sobra pa quién
es?» Y Dios dijo: «Esa es pal que se comió la gandinga del carnero». Y el gallego cogió la pila y la echó en su saco y dijo: «Pues fui
yo, erre, me cago en Dios, yo me comí la gandinga del carnero.
LOS DESEOS DE SAN PEDRO
San Pedro y un amigo salieron de recorrido. Les entró sed y san
Pedro empezó a pedir agua. Llegó a una casa y cuando se la
pidió a una mujer ella le lavó el vaso y muy atenta se la dio.
San Pedro bebió y cuando le devolvió el vaso le dijo:
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—Que Dios te dé un mal marido....
Y siguieron san Pedro y su amigo el camino.
Llegaron a otra casa y san Pedro pidió agua. Y una mujer de lo
más atenta le fregó el vaso y se lo trajo cariñosa.
Y san Pedro bebió y le dijo:
—Que Dios te dé un mal marido...
Llegaron a otra casa y san Pedro pidió agua. Y una mujer
renegona, de muy mala manera le trajo agua en un vaso sucio.
Y san Pedro bebió y le dijo:
—Que Dios te dé un buen marido...
Y siguieron su camino san Pedro y su amigo Y el amigo extrañado le preguntó a san Pedro:
—¿Por que tú a la mujer buena le deseas un mal marido y a la
mala uno bueno?...
Y san Pedro le dijo:
—Porque a la mujer mala hay que darle un marido bueno y a la
buena uno malo para que sea parejo.
NACIMIENTO DE LA AVISPA
(Mito recogido por Adalberto Suárez en Santa Clara)
Se escucha a menudo que la avispa nace de la mata de jía. Afirman algunos campesinos que del tronco de la jía va saliendo un
granito, como una burbujita, y que de allí sale volando la avispa.
LA CULEBRITA DE LA CRIN
(Mito recogido por Felipe Poey en el siglo XIX)
La culebrita de la crin viene a ser un animal invertebrado conocido en Europa con el nombre de Gordio acuático. Se cría en las
fosas de agua dulce, en los charcos y lagunas, y hay muchos en la
Isla de Cuba.
Los hombres ignorantes que llevan a bañar sus caballos a estos
sitios las han encontrado muchas veces, y como son de un diámetro poco más grueso que una crin de caballo, sobre un pie de
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longitud, han creído que provenía de una crin de este animal, transformada en culebra.
En el curso de mi vida he hallado hombres que defienden esta
maravilla, y la defienden con tanto más ardor cuando está más
distante de la verdad, hasta el extremo de afirmar que ellos mismos han hecho la experiencia, y explicándome los requisitos
necesarios para obtener un buen resultado. Confieso que yo
también he acudido a los experimentos, no porque tuviera fe, ni
siquiera duda, más para poder decir, a los ilusos y porfiados,
que me había sometido a hacerlos, y la crin no se ha convertido
en culebra.
EL CABALLITO DE SIETE COLORES
(Mito recogido por Samuel Feijóo en Las Villas)
Había un rey que tenía una hija casadera y la quiso casar con el
hombre que montara un caballo y diera un salto y llegara a la
terraza del palacio donde estaba esperándolo la princesa. Eso lo
dio a conocer por todas partes y por todas las sitierías para que
vinieran todos los guajiros con caballos a ver quién daba el salto y
llegaba a donde estaba la princesa.
En esos lugares vivía en un rancho pobre un padre con tres
hijos que trabajaban en un sitio que tenían, donde cosechaban
mucho mái. Pero a esa finca venían muchos caballos jíbaros a
comerse el mái, y los tres hijos tenían que velar toda la noche para
no quedarse sin la cosecha de mái.
De los tres hijos el menor era el más sufrido y sus hermanos lo
llamaban mocoso, pero su papá lo quería mucho. Y los dos hijos
mayores fueron al pueblo y trajeron a la casa la noticia del rey que
casaría a su hija con el guajiro que saltara con su caballo a la
terraza donde estaba la princesa.
La noche en que iban a saltar los jinetes, el hijo menor le dijo al
padre:
—Papá, no vele usted el mái, porque usted está muy viejo. Yo
voy a velar y así mis dos hermanos pueden ir a ver saltar los
caballos.
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El padre le dijo que él se iba a dormir. Y que no iba a poder
velar, y que los caballos jíbaros se iban a comer el maizal. Pero el
hijo menor le dijo:
—Papá, yo me llevo un güirito con ají picante y cuando me
entre sueño me paso el ají picante por los ojos y así no me voy a
dormir.
Entonces se fue a velar el maizal mientras sus hermanos se iban
al pueblo a ver quién se ganaba la hija del rey con un salto de su
caballo. Se llevó de paso un lazo de pita a ver si cogía uno de
los caballos jíbaros que se comían el maizal.
Se puso a velar abajo de un árbol frondoso que había en medio
del maizal. Y cuando le entró sueño sacó el güirito y se pasó ají
picante por los ojos, y se puso a llorar del ají pero no se durmió.
Y por la madrugada vinieron los caballos jíbaros a comer mái y el
hijo menor preparó su lazo y al caballo más grande y más lindo se
lo echó y lo enlazó. Y el caballo empezó a jalar pero el muchacho
empezó a cobrar soga, pues le atrincó en el tronco del árbol y fue
achicando y cobrando hasta que tenía cansado al caballo. Y éste
era el caballo del Diablo, y cuando vio que no se podía zafar y
que venían los claros del día y que él no podía ver el día porque
era caballo del Diablo, no le quedó más remedio que hablar y le
dijo al muchacho:
—Suéltame, y yo te prometo que ningún caballo vendrá a comerte el maizal.
Pero el muchacho no lo soltó. Y el caballo le dijo:
—Suéltame que cada vez que tú toques tres veces en el tronco
del árbol y digas: «Ven, caballito de siete colores, yo salgo como
Luna o como estrella o como sol para lo que te pueda servir». Y
cuando el muchacho oyó aquello decidió hacer ese pacto. Hicieron el juramento y soltó al caballo del Diablo que desapareció en
seguida.
Entonces el muchacho se fue para su casa y halló a sus hermanos haciendo el cuento de los caballos que saltaron y que se mataron al no poder tocar en la terraza. Y de cómo estaba el pueblo de
alborotado con ese asunto del matrimonio de la hija del rey. El
padre le preguntó que si se había dormido y el hijo menor le dijo
que no. Y el padre fue y vio el maizal y lo halló intacto.
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Por el día el hijo menor pensó en llamar al caballo del Diablo y
saltar con él y casarse con la princesa. Y al llegar la noche, le dijo
a su papá:
—Papá, que vayan mis hermanos al pueblo a ver a los guajiros
saltar, que yo me voy a velar el mái.
Y el padre que lo quería no quiso que fuera. Pero él lo convenció y al anochecer se fue con su güirito lleno de ají a cuidar el
maizal. Pero al maizal ya no había que cuidarlo porque ningún
caballo jíbaro venía a comerlo. Y en cuanto llegó al árbol lo tocó
tres veces y dijo:
Caballito de siete colores,
quiero que vengas como la Luna.
Y en seguida vio un resplandor grande y un caballo como una luna
que venía iluminando el monte. Y el hijo se montó en él, y en
cuanto se montó se le cayeron los guiñapos de ropa y se vio con
un vestuario de luna que brillaba a lo lejos.
Y se fue con su caballo para el pueblo, y desde que la gente lo
vio venir a los lejos decían:
—¡Ahí viene un caballo como una luna!
Y entonces puso su caballo frente al palacio y el caballo dio un
salto y cayó en medio de la terraza donde estaba la princesa sentada en su trono. Y el rey vino corriendo a abrazar a su yerno y a
casarlo en seguida. Pero el muchacho dijo:
—No señor, yo tengo que venir dos veces más y después me
caso. Y se retiró en su caballo como una luna.
Y al llegar al árbol el caballo se desapareció y todo el vestuario
luminoso del hijo menor se volvió los guiñapos que traía siempre,
y se fue para el bohío de su padre, y allí se halló a sus dos hermanos haciendo los cuentos de lo que había pasado, que un príncipe
con un caballo como una luna y vestido de luna había dado el
salto y que había dicho que él volverla dos veces más antes de
casarse. Y el hermano menor los oyó y les dijo:
—Yo era el príncipe con vestuario de luna que saltó a la terraza
del palacio del rey.
Y los hermanos le dijeron:
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—Cállate, mocoso, no hables más basuras. ¡Habráse visto a
este mocoso!...
Y él se calló la boca. Pero el padre les dijo:
—No lo traten así al pobrecito, que se quedó velando el mái
para que ustedes fueran a ver la fiesta. Y además, desde que él
vela ningún caballo se come el mái...
Y a la noche siguiente el hijo menor se fue al árbol frondoso y lo
tocó tres veces y dijo:
Caballito de siete colores,
ven como una estrella.
Y entonces vio venir al caballo echando la luz de una estrella atravesando el monte a toda carrera. Y él se montó en el caballo y sus
guiñapos se le volvieron un vestuario de estrellas. Y bajaron al
pueblo, y desde lejos la gente vio la luz y decía:
—¡Ahí viene un caballo como una estrella!
Y el hijo menor llegó y saltó a la terraza otra vez con su caballo
brillando los dos como una estrella. Y le dijo al rey:
—Mañana vengo otra vez a saltar y entonces me casaré con la
princesa.
Y se fue con su caballo, y éste se desapareció al llegar al árbol.
Y el muchacho volvió con sus guiñapos a la casa donde sus hermanos mayores contaban el salto del caballo como una estrella. Y
él les dijo que él había sido el que dio el salto y los hermanos se
pusieron furiosos y le llamaron mocoso y el padre tuvo que
defenderlo otra vez diciéndoles que gracias a él ellos podían ir a
ver al caballo saltar.
Y a la tercera noche el hijo menor llegó al árbol frondoso y lo
tocó tres veces y dijo:
Caballito de siete colores,
quiero que vengas como un sol.
Y entonces todo el monte y el maizal se vio alumbrado por la luz
de un gran sol y era el caballo que venía. Y el muchacho se montó
en el caballo y su vestuario alumbraba como el Sol. Y se fueron
para el pueblo. Y cuando miles de gentes los vieron venir decían:
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—¡Ahí viene un caballo como un sol!
Y el muchacho puso su caballo como un sol frente al palacio y
éste dio un salto y cayó en medio de la terraza, delante del trono
de la princesa que apenas podía verlos de la luz tan grande que
traían. Y allí estaba el juez, y el juez los casó. Y después que los
casó le dijo el muchacho al rey:
—Yo quiero que usted mande su carro de rey a buscar al rancho a mi papá y a mis hermanos.
Y el rey mandó el carruaje con una escolta de soldados al rancho donde vivía el padre y los hermanos del príncipe. Y cuando el
padre vio venir el carruaje del rey empezó a temblar.
—Ahí viene el carruaje del rey... por algo vendrá... Seguro que
ustedes han hecho algo malo en el pueblo y los vienen a prender.
Y los hijos le dijeron:
—No, papá, nosotros no hicimos nada malo; nada más que
celebramos la boda tomando vino...
En esto llegó el carruaje y se los llevaron a todos. Y ellos iban
temblando para el palacio del rey, creyendo que le iban a chapear
las vidas a los tres por algo malo que habían hecho.
Y cuando llegaron al palacio del rey los hicieron subir hasta el
trono y allí estaba el hijo menor con vestuario de príncipe y
cuando vio a su padre temblando de miedo, corrió a abrazarlo
y le dijo:
—Papá ¿usted no me conoce?...
Y el padre ni pudo casi conocerlo, pero al fin lo conoció.
—¿Yo no se lo decía que yo era el hombre que había saltado
en el caballo?... —le dijo el hijo menor.
Y el padre estaba asombrado. Y entonces el príncipe llamó a
sus hermanos y les dijo:
—Ustedes van a trabajar ahora en el palacio. Uno va para
trabajar en las caballerizas y otro de mozo de limpieza. Y luego le
dijo al padre:
—Pero, usted, papá, tiene el palacio para ir a donde le parezca; esto es de usted. Pero a estos dos que son malos hay que
darle ese castigo...
Y el hijo menor se quedó de lo más feliz en el palacio.
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MITOS DE LOS «¿POR QUÉ?»
(Mitos recogidos por Samuel Feijóo en Las Villas)
¿POR QUÉ EL AURA TIENE LA CABEZA PELADA?
El aura tiene la cabeza pelada por su misma culpa. El aura siempre está velando al animal muerto para comérselo, porque ella
traga de todo y nada le hace daño, porque tiene un buche muy
caliente.
El aura estaba velando al burro porque se lo quería comer. Y el
burro nunca se moría, pero un día el burro estaba tirado en el suelo,
acostado a la larga, y el aura con tantas ganas que tenía de
comérselo bajó, porque lo creyó muerto.
Entonces empezó, como hacen las auras, a picarle el agujero
de las nalgas al burro y el burro cuando vino a darse cuenta ya el
aura tenía metida la cabeza en las nalgas. El burro se asustó y
apretó las nalgas y le cogió la cabeza al aura, y ésta jalaba pero
no la podía sacar, y ahí luchaba y luchaba, y no podía sacar la
cabeza porque el burro con la cosquilla más apretaba y apretaba.
Al fin el aura pudo sacar con miles de trabajos la cabeza pero le
quedó pelada para toda la vida; a ella y a todas las auras que
parió.
¿POR QUÉ EL AURA NO TIENE NIDO?
El aura es muy haragana y a pesar de eso se hace muchas ilusiones.
Ella, cuando viene la lluvia se mete en el ramaje de un árbol y
dice: «Cuando escampe voy a hacerme el nido».
El agua pasa y el aura sale volando y se le olvida que iba a
fabricar su nido.
Vuelve a llover y el aura se mete de nuevo en las ramas de un
árbol, y piensa: «Cuando escampe voy a hacerme un nido». Escampa, el aura sale volando y se le olvida el asunto del nido.
Por eso el aura pone sus huevos entre las piedras y sus pichoncitos
no tienen nido.
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¿POR QUÉ LA CODORNIZ DUERME EN EL SUELO?
La codorniz sabe mucho, pero tiene mala memoria, y por eso
tuvo su fracaso.
Le ocurrió que fabricó un nido muy bonito y salió a pasear y a
cumbanchar, y después se le olvidó dónde estaba el nido tan bonito
que había hecho. Y como no lo encontró por eso duerme en el
suelo.
Hay un dicho por ahí en boca de la gente que dice: «Tanto que
sabes y te va a pasar lo que le pasó a la codorniz, que sabe mucho y duerme en el suelo».
¿POR QUÉ LA JICOTEA TIENE EL CARAPACHO CUARTEADO?
San Pedro le daba una fiesta con comida, en el cielo, a todas las
aves, y el día de la fiesta todos los pájaros salieron temprano con
los primeros claros. Pero el aura se quedó dormida y cuando
despertó bajó al arroyo a lavarse la cara en seguida para irse a la
fiesta.
La jicotea veía al aura con el apuro y le preguntó que a dónde
iba tan temprano y el aura le dijo que a la fiesta de san Pedro.
Y la jicotea le dijo que ella quería ir. Y el aura le dijo:
—¿Cómo vas a ir si tú no tienes alas para ir al cielo?
Y entonces la jicotea le dijo:
—Llévame montada en tu lomo.
Y el aura así lo hizo. Y se fueron volando para la fiesta de san
Pedro.
Por el camino la jicotea decía a cada rato al oler el tufo de aura:
—Fo, ¡qué peste!
Y aquello no le gustaba al aura.
Siguieron volando y llegaron al cielo, y como llegaron tarde les
tocó sentarse en lo último de la mesa donde estaba la comida.
Empezaron a comer, y cuando se llenaron el aura vomitó la comida y la jicota dijo:
—¡Fo, qué peste, miren esa cochina!
Y el aura se abochornó delante de todos los que estaban comiendo y se puso colorada de la vergüenza. Y pensó en desquitarse la vergüenza que le hizo pasar la jicotea.
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Al fin se acabó la fiesta y todos los pájaros volaron para la
tierra y el aura se iba a ir sola y san Pedro le dijo:
—No te puedes ir sola, te tienes que llevar a la jicotea.
Y entonces la jicotea se montó en el aura y san Pedro le abrió
las puertas del cielo para que se fueran.
El aura iba pensando por el camino: «esta jicotea me va a pagar el bochorno; la voy a tirar encima de una roca y la voy a
desbaratar». Y cuando vio una roca bien grande se volteó y tiró
a la jicotea para abajo y la jicotea dio con el carapacho en la roca
y se desbarató.
Pero san Pedro se había quedado pensando en que el aura le
iba a hacer la maldad a la jicotea y mandó a un mensajero atrás
para que vigilara al aura. Y cuando el aura tiró a la jicotea en la
roca vino el mensajero de san Pedro y recogió la jicotea y se
puso a pegarle con saliva los pedazos del carapacho, y la salvó, y
por eso es que la jicotea tiene el carapacho cuarteado.
¿POR QUÉ EL PERRO LE TIENE ODIO A LA JUTÍA?
Había una vez una fiesta de animales, baile, comida, tomadera y
todo, pero a esa fiesta nada más que podían ir los animales que
tuvieran tarros, como el chivo, el venado el toro...
Pero que había un perro que quería ir a la fiesta de todas maneras porque estaba enamorado de una chivita. Al ver que nada
más que podían entrar los animales de tarro se puso unos tarros
postizos y entró a la fiesta. Pero una jutía, que estaba en un palo,
estaba brava porque ella no podía entrar. Entonces vio que el
perro se puso los tarros postizos y cuando vio al perro en la fiesta
se puso a gritar: «¡Hay un animal ahí que tiene los tarros postizos!» Entonces los dirigentes de la fiesta empezaron a tocarle los
tarros a los animales a ver si era verdad que alguno los tenía postizos. Y empezaron a sacudirle los tarros, pero el perro los tenía
fuertes todavía y no se le cayeron.
Entonces la jutía volvió a gritar:
—¡Es el perro el que los tiene postizos!...
Y los dirigentes de la fiesta fueron a donde estaba el perro y le
sacudieron los tarros y se le cayeron, y botaron al perro fuera.
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Y desde entonces el perro le tiene odio a la jutía. En cuanto la
ve le parte para arriba a comérsela.
¿POR QUÉ EL CAMELLO ES JOROBADO?
(Mito recogido en La Habana por Maripepa de Mivia)
El mono y el conejo hicieron una apuesta sobre quién se comía a
la madre del otro.
El mono hizo una torre muy alta. Allí encaramó a su madre y se
comió a la madre del conejo, que empezó a buscar la manera de
comerse a la madre del mono, aunque había perdido la apuesta.
Se fijó en que el mono le llevaba todos los días la comida a su
madre y le cantaba:
¡Ay, mamá,
baja a soga!
Ella le tiraba por la ventana una soga muy larga. Él le amarraba
con ella la comida y le cantaba «Ay, mamá, sube soga», y ella
tiraba hasta que el paquete llegaba arriba. El conejo empezó a
probar a ver si podía engañar a la mona, pero ¡qué va! Su voz
muy ronca y cuando decía «Ay, mamá, baja a soga» era imposible que la mona pudiera creer que era su hijo, pero a fuerza de
comer huevos crudos y practicar, ya su canto era igualito al del
mono. Entonces buscó al camello, al león, al lobo, al tigre y a
otros animales y los convidó a comerse a la mona y todos estuvieron dispuestos a ir.
Llegaron al pie de la torre y el conejo se puso a cantar: «Ay,
mamá, baja a soga.» «Ay, mamá, baja a soga»... La mona tiró la
soga y el conejo los fue montando uno sobre otro. Los amarró
bien con la soga y empezó a cantar: «Ay, mamá, sube soga»...
«Ay, mamá, sube soga»...
La mona empezó a halar, pero aquello pesaba mucho y pensaba:
«Qué comida tan sabrosa me trae hoy mi hijito.»
Mientras ella halaba la soga, llegaba el mono y desde lejos vio
lo que estaba pasando y con toda su fuerza empezó a cantar:
«¡Ay, mamá, cota soga... Ay, mamá, cota soga!...»
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La mona soltó la soga y todos los animales cayeron al suelo y
salieron corriendo, pero al camello que venía debajo le cayeron
arriba y por eso el camello es jorobado.
¿POR QUÉ LA LECHUZA NO VE DE DÍA Y EL MONO NO HABLA?
(Mito recogido en Matanzas por Ramón Guirao y Agustín Guerra)
En la época a que esta leyenda se refiere, la lechuza podía ver
durante el Día y la Noche, y el mono hablaba con gran soltura,
acompañando el gesto a la palabra. Ambos disfrutaban de una
honda y sentida amistad. La lechuza gozaba entonces fama de
inteligente y leal, por cuyas virtudes tan señaladas el Día le dispensó atenciones, y llegó a ser con el tiempo, su confidente.
En cierta ocasión, el Día pidió a la lechuza que le ayudara a despojar a la Luna de sus atributos, obligándola a ser su servidora.
Conviene que se sepa que el Día contaba con la amistad de
todos los astros, no así la de la Luna, que no era un poco solitaria,
sino arrogante y orgullosa.
El Día ordenó a la lechuza que le enviara un mensaje a la Luna
invitándola a una suntuosa fiesta. Para conseguir su propósito
usaría una tinta de poderes secretos y misteriosos, que le cegaría
al leer el mensaje. Para hacer la invitación la lechuza tuvo que
valerse de un velo que la protegiera del maleficio.
No bien terminó el mensaje se dirigió la lechuza al encuentro de
la Luna. En el largo camino halló a su querido amigo el mono, a
quien enteró, en todos sus detalles, de los propósitos del Día, sin
advertir la presencia de la oscura tiñosa, que permanecía oculta
en el corazón de un árbol cercano. Sin perder la ocasión, la tiñosa
levantó el vuelo y le contó a la Luna cuanto había hablado el mono
y la lechuza.
Enterada la Luna, tomó las precauciones debidas para conjurar el maleficio... Y lanzó todo su poderío al espacio, produciéndose un estado total de oscuridad, que dio origen al primer eclipse.
El Día que estaba atento a todos los movimientos de la arrogante
Luna, se percató de la imprudencia y ligereza de sus aliados y
servidores, y les ordenó comparecer ante él.
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Después de reprocharles su conducta, obligó a la lechuza, que
se valía de todos los medios para no recibir el castigo, a leer el
mensaje de la Luna, quedando sin vista, víctima del maleficio. El
mono, al ver el lamentable estado de su amiga la lechuza, comenzó a dar gritos de espanto. Aprovechó el Día la ocasión de que el
mono permanecía con la boca abierta, y le hizo beber cierto brebaje que lo enmudeció para siempre.
Así quedó la lechuza imposibilitada de ver la luz del Día, y el
mono perdió el habla, por imprudente y conversador.
¿POR QUÉ EL CONEJO ES PEQUEÑO?
(Mito recogido por Manuel Cuéllar en Las Villas)
Al principio de la creación el conejo se quejó al Altísimo por haberle dado muy poco tamaño. Ya que no como el camello y el
elefante, quería ser por lo menos igual al chivo, pero no tan diminuto como lo había hecho, a pesar de tener pelos y cuatro patas.
Dios le contestó que él no quería establecer la costumbre de
modificar lo creado, pero que si el conejo le conseguía la pluma
del águila, el colmillo del león y el huevo de la serpiente, le
aumentaba el tamaño.
El conejo hizo un pito de calabaza y lo sonó sobre la montaña,
por lo que apareció el águila.
—¿Cómo te atreves? ¿Qué suenas?
—Es un pelo de mi cuerpo que suena una vez al día, como
para que vengan a mí animales con que alimentarme, pero mi alimento es otro. Yo lo que necesito es una pluma tuya para que me
respeten. Dame esa pluma, que yo te siembro en su lugar mi pelo
sonoro.
Hecho el trato, el águila esperó un día y otro y otro más sin que
su pelo sonara, pero el conejo ya tenía la pluma.
Un pito de calabaza despertó a la serpiente que acudió ante el
conejo por entre los matojos. El trato se hizo como con el águila,
pero la serpiente (que todavía tenía patas) quería que le sonara una.
No hubo mayor dificultad. El conejo le arrancó una uña a la serpiente y se quedó cuidando del nido mientras aquella pasaba su dolor.
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El león que salía de su cueva escuchó de pronto un pito de
calabaza, y fue mayor su asombro cuando el conejo, frente a él,
se le echó a reír.
—¿Cómo te atreves? ¿Qué suenas?
—Es un pelo de mi cuerpo que suena una vez al día, como
para que vengan a mí animales que serían mi alimento si yo no me
alimentara de retoños y raíces y yerbecitas finas. Yo lo que necesito, para que me respeten, es un colmillo tuyo, que a ti no te hará
mayor falta porque el pelo solo llevará a tu boca los alimentos con
comodidad.
Todo el mundo quiere que la comida le llegue sin esfuerzo a la
boca, y el león soltó el colmillo.
El conejo llegó con su carga ante Dios.
—¡¡Conejo!! ¡Si tú con ese tamañito logras tales cosas, si tuvieras el tamaño del camello, o por lo menos, del chivo, serías el
azote de la creación! ¡No necesitas mayor tamaño!
El conejo se iba triste y caminaba dando tumbos, cuando el
Altísimo, apenado, lo llamó y le tiró de las orejas diciéndole: «Vaya,
ahí tienes las orejas bien grandes; pero no te hace falta más tamaño».
¿POR QUÉ LOS PERROS Y LOS GATOS RIÑEN?
(Del cuento folklórico «Los Compadres», de Dora Alonso)
La gata estaba cargada y le dijo al ratón:
—Compadre, yo quiero ser su comadre.
Cuando llegó su día, el perro fue padrino, y ratona la madrina.
Como era goloso, el compadre va y pregunta:
—¿Quién hará el almuerzo en esta casa y en este día grande?
Gata responde:
—Yo.
Cargó agua, fregó los platos, preparó los calderos. El fogón y
la candela se pusieron a bailar juntos y ella, mientras tanto, se
durmió.
Pero en cuanto cerró los ojos, la ratona salió de su nido y se
llevó la comida.
El perro entra en la cocina, destapa calderos, mira adentro: no
hay nada.
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—Comadre, comadre, ¿dónde está la comida?
La comadre no sabe. Dice la comadre que no sabe. Que
ella la preparó, que estaba dentro del caldero.
Perro desconfía, la muerde, la mata, luego de echarle la culpa,
de llamarla tragona.
El hijo de la muerta, después de llorar, se puso a pensar y acabó por encontrar la verdad:
—Yo creo que ratona estuvo en eso... ¡Pero ella verá ahora!
Echándose con disimulo cerca de la boca de la cueva donde la
otra tenía su nido, fue atrapando guayabitos y poniéndolos en fila,
mientras a pata y trompada, los meneaba:
—Tutuñare ¡kun!
—Tutuñare bare bare...
—Tutuñare ¡kun!
Jugó y zarandeó hasta que salió la madre a los gritos de sus
hijos.
La cogió también.
Desde entonces los perros y los gatos no se pueden ver.
Ni los gatos y los ratones.
¿POR QUÉ LA MUJER TIENE LAS NALGAS FRÍAS?
(Mito recogido por Samuel Feijóo en Las Villas)
Cuando no había tierra en el mundo y sólo había agua, Adán y
Eva iban montados en una canoa. Se pasaban los días y las noches navegando, como no había tierra, pero pasó que se le zafó
una tabla al fondo de la canoíta por tanto navegar, día y noche, y
empezó a entrarle agua a la canoa. Entonces lo que se le ocurrió
a Adán fue sentar a Eva como un tapón donde se zafó la tabla y
estaba entrando el agua. Y allí pasó los días en el hueco y se le
enfriaron las nalgas porque ellos estaban desnudos. Y tanto
se le enfriaron que hasta hoy las mujeres tienen las nalgas frías
por culpa de Adán que sentó a Eva en el hueco.
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¿POR QUÉ LOS NEGROS SON NEGROS?
(Mito recogido por Samuel Feijóo en Las Villas)
Eva metió mano a tener hijos y tenía veinticuatro. El Señor vino
de recorrido, llegó a la casa de Eva y le preguntó que cuántos
hijos tenía.
Eva le dijo:
—Tengo doce hijos.
Y era porque Eva se avergonzó de tener tantos hijos delante
del Señor.
Entonces el Señor le dijo:
—Vengo a bautizarlos.
Entonces Eva sacó doce hijos del cuarto y dejó los otros doce
allí adentro.
Y el Señor bautizó a los doce. Y esos doce son los blancos,
pero los que Eva le negó y se quedaron en el cuarto cogiendo
sombra cuando los sacó eran negros.
EL DIABLO EN CUBA
El Diablo posiblemente se encontraba ya en Cuba en las creencias de sus aborígenes, puesto que es una constante folklórica
universal. Vino a su vez con la religión de los conquistadores españoles, tan sanguinarios en Cuba que asesinaron a la población
india, genocidio mayor en la América.
Viejo mito el del Diablo. Fernando Ortiz, en su famoso libro,
que le estimulamos a crear y que le editamos después, cuando
dirigíamos la Editorial de la Universidad Central de Las Villas,
Historia de una pelea cubana contra los demonios, expone
datos importantes sobre el Diablo. Fragmentos donde se atacan
a los negros:
[...] En un antiguo Etiópico libro de santos ya encontramos a
los entes diabólicos personales, como también son de esa época los
personales ángeles guardianes; unos y otros como personificaciones del concepto dualista de la naturaleza humana, que trata de triunfar en una constante dialéctica del mal y el bien. La
realidad experimental, el poder, la accesibilidad, los prodigios,
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las apariciones, el trato y cooperación del demonio eran tan innegables para el ortodoxo como la creencia en Dios, la Trinidad y los
santos. Y acaso pueda pensarse que en aquel entonces el demonio
fue con frecuencia el personaje más importante en la vida cotidiana...
La figura física del demonio cristiano se formó con el tiempo.
Con recuerdos de los dioses paganos, del egipcio Set, del asirio
Ahrimán, del griego Plutón, del hebreo Satán, del indostánico
Siva, de los caprípedos Sátiros y de los viejos números eróticos del paganismo.
Iconográficamente el demonio se presentaba en la historia como
un ser monstruoso, animalesco, caprihumanoide como Pan, negro, con cuernos en su frente, pezuñas en sus patas de cabro, alas
de murciélago, orejas asininas, peludo con barbas de chivo, grandes dientes, ojos de mirada quemante, un gran rabo con punta
flechuda y un enorme falo, todo ello impregnado de pestífero azufre. Generalmente con tal figura se aparecía el demonio a los devotos en sus éxtasis, a los monjes y monjas en sus delirios
visionarios, a los creyentes en sus alucinaciones, y así lo representaban los artistas en estatuas, pinturas y teatros. También el
Diablo se hacía presente con otras muchas figuraciones, como
animal, como hombre o mujer y hasta como un ente celestial. No
se dudaba de su existencia real y así anatómicamente caracterizado, si bien la fantasía solía permitirse algunas variantes tocante a
las monstruosidades de ciertos miembros.
La más constante característica anatómica del demonio, aparte
de su configuración cabruna, era la de ser negro de pellejo, a lo cual
contribuyeron varias causas. Ante todo, la negrura siempre fue
característica del infierno. El padre Las Casas da la lógica explicación. «Así como a los dioses del infierno se ofrecían animales negros,
y esto era porque la color negra significa tristeza, y por consiguiente
lo malo, ofrecían animales blancos, porque lo blanco es color alegre y por consiguiente bueno y significa lo bueno, y porque los
infiernos son oscuros, como estén debajo de la tierra, y los cielos
claros y resplandecientes.»*
* P. Bartolomé de las Casas. «Apologética historia de las Indias», contenido en Historiadores de Indias, t. II, M. Serrano y Sanz. Madrid BaillyBaillière, F. Ortiz. 1909.
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Ya los Padres de la iglesia representaban al Diablo como un
etiópico y así se aparecía con frecuencia a los santos, según puede verse en las hagiografías. Esa pigmentación negra del Diablo
fue muy del gusto de los eclesiásticos desde sus primeros tiempos, no obstante sus prédicas de igualdad de trato para todas las
razas... en la otra vida. Dada la despectiva condición social del
negro esclavo en aquellos siglos, lógico era que ésta se reflejara
como peyorativa del Diablo. Si a éste había que darle, como a
Dios Padre y a los ángeles, una figuración humanoide, se prefería
para el demonio la de los hombres más socialmente rebajados. Y
ésta coincidió con el color de la raza que por más inferior fue
tenida y sojuzgada. Según el famoso poema «Martín Fierro», del
folklore argentino, al Diablo «el blanco lo pinta negro y el negro
blanco lo pinta».
Los negros, según entonces se decía, eran de raza despreciable, descendientes de Cam y de Canaán, sobre los cuales pesaba
la bíblica maldición del patriarca Noé, en la cual se basaban algunos teólogos, falsos exégetas del génesis, para justificar la esclavitud de los negros y hasta la de los indios, unos y otros «gente de
color» predestinados al yugo de los blancos cristianos. Además,
se atribuía a Cam y sus descendientes ser los primeros que ignoraron a Dios, según la tradición que recogieron y propagaron
Lactancio, san Agustín, Beroso, y Josefo; y esa prioridad en el
ateísmo o, mejor dicho, en el pseudoteísmo, no podía ser sino
cosa del mismo Enemigo Malo, inspiración de él y su obra
principalísima. De esto a decir que Cam fue un demonio había
poco trecho. La oscura piel de indios y negros evocaba la chamusquina del fuego infernal, según decían.
Por otra parte, había muchos documentos para demostrar que el
demonio gustaba de aparecerse como de color negro. En aquellos
siglos se supieron varios casos. Satanás, se apareció a san Pachnius
en la figura corporal de una voluptuosa negrita para provocar en
este piadoso monje las sensuales tentaciones. [Maximilian
Rudwin, The Devil in Legend and Literature, Chicago, 1931,
p. 311.] Santa Teresa de Jesús «vió cabe sí un negrillo muy feo
mostrando gran regaño». Era un demoñejo, a quien la santa histérica hizo huir echándole un poco de agua bendita. [P. Ribadeneira,
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S. J. La leyenda de oro para cada día del año. Vida de todos
los santos, que venera la iglesia. Revisada por los P.P. de la
Compañía de Jesús. Aprobada por Pantaleón Monserrat y Navarro, Barcelona, 1865, día 15 de octubre.] Reginal Scott, en su
Discoverie of Witchraft (1584), dice que de todas las formas
humanas el demonio prefiere la de un negro.
[…]
Hoy día para las más de las gentes, aún fieles cristianos, el
demonio es un sujeto ridículo a fuerza de la abusiva propaganda
de su fantástica peligrosidad. Sobre todo la figuración plástica del
cornudo Enemigo Malo se mira con desprecio. Los credos se
van desmitologizando. Hasta los eclesiásticos cultos suelen ahora
evadir en lo posible la figura del Diablo, tratando de que se piense
que toda la iconografía demoníaca de antaño no fue sino una
folklórica y simbólica personificación de conceptos metafísicos,
exentos de toda suposición realista. Cierto que fue imaginación, a
veces, de artistas geniales; pero no lo es menos que se hizo creer
en esa alegoría poética y mítica como en dogma de realidad indiscutible. Y en eso estaba su trascendencia histórica. En la fantasía
se creaba una fuerza muy repelente y temedora que inspiraba gran
terror, en el terror un gran poder, y en ese gran poder una decisiva
arma de gobierno y dominación. Según el padre Niceto Alonso
Perujo [Diccionario de ciencias eclesiásticas, t. III, p. 552]:
«hay que rechazar las groseras ideas del vulgo, especialmente de
la Edad Media, que concebía al Diablo como un ser deforme,
monstruoso y ridículo, con cuernos y rabo, pezuñas y enormes
alas de murciélagos». Pero no es cierto que esa figura tradicional
del Diablo fuera creencia sólo del vulgo, de los montunos y gentes
ignorantes. Trataban de ella los teólogos, la predicaban los catequistas, la atestiguaban los hagiógrafos, perseguían su negación
los inquisidores, la compartían prelados y sacerdotes con los grandes artistas y la grey entera. Esas «groseras ideas», hoy risibles,
eran las de la iglesia que las proponía y propagaba en su pueblo.
Negar ahora la creencia del real demonio así figurado entre los
eclesiásticos del pasado, reduciéndola a «grosera» ingenuidad
folklórica, supone una implícita acusación de embaucadores a
quienes con su autoritario ministerio sacerdotal hacían perdurar
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y fortalecer la fe y el terror en tales demonios, negrazos, cabrunos,
cornígeros, alados y rabilargos...
Historia de una pelea cubana contra los demonios es libro
mayor en Cuba y en la América Latina sobre demonología latinoamericana. En él se refieren los sucesos históricos de la aparición,
en Remedios, de la caverna boca del infierno, y como «apoderado» de la negra esclava Leonarda.
Reproducimos el Auto del cura exorcista de Remedios, Joseph
González, un documento descomunal. Fragmento lleno de las erratas de su escritor:
En la Villa de San Juan de los Remedios del Cayo en 11 días del
mes de septiembre de 1682 años su mrd. Cura Rector de la
Parroquial de esta villa, Vicario Juez Eclesiástico comisario del
Santo oficio de la Inquisición y Comisario Juez Apostólico y Real
Subdelegado de la Santa Cruzada, en ella dixo: que por que ha
más de dos años que está entendiendo en exorcisar y lanzar espíritus en el nombre del señor en diferentes criaturas posehidas, y
que a la fecha de este se han lanzado según la cuenta y buena fe
en el Altissimo Señor 800 mil espíritus y en el discurso de todo
este tiempo he amonestado a mi pueblo y predicado según el
Altísimo Señor me ha dado a entender, y reconocido mucha tivieza
de espíritu, que antes en vez de pedir al Altissimo Señor según el
Evangelista San Lucas, en que nos aconsexa que ocurramos a
pedir a Nuestro Padre y Señor a su casa; porque dice el Señor
por su boca: Domus mea, Domus orationis vocavitur y que
todo aquel que pide en ella, según su necesidad, recive, y tenga
en todo este tiempo experimentado y conocido la mucha tiviesa
del dicho mi pueblo, y antes se han tirado a los montes, tan solamente llevados de su conveniencia, y quizá a (algún) ningún servicio del Altissimo Señor; y por que va para dos meses poco más o
menos que con mayor extremo se han manifestado y continuado
dichos espíritus malignos en muchas criaturas, y a la fecha de estar ligados con exorcismos ocho criaturas, y otras muchas que
pasan de personas que dan muestra por la experiencia que tengo,
que sin duda están poseídos, y por la gran confusión de la gente
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que asiste oy en el lugar que es mui poca, mayormente desde que
se descubrió un espíritu que ha declarado por los conjuros que en
el nombre de Altissimo Señor, y dicho se llama Lucifer, el Príncipe
de las Tinieblas, y declarado por juramento que hizo en una declaración pública, según más largo consta de testimonio que mandé al Notario público diera: el cual se acomule a estos autos para
mayor abundancia. Y que assi mismo otros muchos espíritus que
lo han declarado públicamente vaxo los conjuros, y en nombre
del Altissimo Señor, en que se han retificado hasta la fecha de
este. Y en atención a que aunque son espíritus malignos, según
regla del Rdo. Padre Maestro Benito Remigio, tan grande Dr. de
estos tiempos, en que dice, que todo aquello que el Demonio
digere forzado por los conjuros, y en nombre del Altissimo Señor,
se le deve dar crédito: Y que ay criaturas de estas tan versadas,
que están devaxo de la ovediencia, de los espíritus malignos por
los exorcismos y conjuros, que declaran y an declarado estar en
dicha criatura 100 legiones de Demonios, y que la menos tiene,
tener 35 legiones de Demonios, cosa que atemoriza al Mundo, y
lo asombra, y aunque se lancen estos no quedar sana la criatura;
por lo cual se entiende tener muchas mas. Y declaran todos ellos
que mientras yo asistiere con mis Feligreses en dicho parage donde oy está la Poblazión, no han de cesar: Que aunque son Demonios, y padres de la mentira por mandato del Altissimo Señor me
dicen la verdad: porque este lugar el conservarse y mantenerse en
la parte donde oy está, no es del agrado del Dios Nuestro Señor;
por esto está dedicado para hundirse por el recto juicio del
Altissimo Señor, que es quien todo lo rige, y govierna todo, y por
la mucha confusión y temor de los Feligreses, dispuse hacer una
Fiesta al R. Sto., para lo cual cité al pueblo asistiera a dicha Fiesta
y que pidieran al Altissimo Señor que nos gobernase y diese de su
mayor agrado...
Bartolomé del Castillo, Notario Público, avisa: «En la dicha Villa
el día 13 de septiembre de este año de 1682: Yo el Notario leí y
publiqué el Autto en la Santa Iglesia Parrochial inter Missarum
Sollemnia, haviendo mucho concurso: de lo qual doi Fe.» Todo
ello resultaba del acontecimiento descomunal de la «posesión del
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demonio» en la esclava Leonarda. He aquí la certificación notarial, llena de errores tipográficos:
EL DIABLO ANTE NOTARIO EN EL PUEBLO CUBANO DE REMEDIOS
Certificación del notario. (4 septiembre 1682.)
Certifico, doy fe y verdadero testimonio para adonde convenga
cómo estando Yo, Bartolomé del Castillo, Notario Público del
Juzgado Eclesiástico de esta Villa de Sn. Juan de los Remedios
del Cayo, oy que se contaron 4 de septiembre a las 9 ó 10 del
Día, en la Santa Iglesia Parrochial de esta dicha Villa, estando el
Beneficiado Joseph González de la Cruz, Cura Rector de la
Parrochial de esta Villa, Vicario Juez Eclesiástico. Comisario del
Santo Oficio de la Inquisición y Comisario de la Santa Cruzada
en ella, exorcistando a un Demonio de los muchos que dise tema
una Negra Criolla de esta dicha Villa, llamada Leonarda, esclava
de Pasquala Leal, viuda, vezina de esta dicha Villa, el qual Demonio dixo que se llamaba Lucifer, y que estaban él y 35 legiones
apoderados del cuerpo de esta dicha Negra, a quien el Sr. Beneficiado le hizo hacer un Juramento, que es del thenor siguiente:
«Yo Lucifer Juro a Dios todo Poderoso y a la Santíssima Virgen
María, a Sn. Miguel y a todos los Santos del Cielo, y a vos que
ovedeceré en todo lo que me han de mandar los Ministros de
Dios en su nombre para honra suya y livertad de esta criatura: Y si
por ventura quebrantare este Juramento, quiero que Satanás sea
mi mayor contrario, y que se acrecienten más mis penas 70 veces
más de lo que padezco Amén Jesús.» Haviendo acavado de haber echo el Juramento referido le conjuro por Dios vivo y en su
vendítisimo nombre y en virtud de Santa ovediencia le dixera por
qué causa se avía apoderado de aquella criatura con los demás
sequaces que estavan en su Compañía y porque avía tantas criaturas versadas en Espíritus malignos y tantas legiones en cada uno
de estas criaturas havía.
A que respondió, rozado del conjuro y en el nombre del Señor,
y dixo: que la causa porque él y los demás se habían apoderado
de todos estas criaturas, era por las culpas de las dichas criaturas
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y de las de sus Padres y que por eso se avían apoderado de ellas; y
que este lugar estava determinado el que se avía de hundir y que
debaxo de la Guira de Juana Marquez la viexa estaba una voca
de infierno: a que le dixo al Sr. Beneficiado Joseph González de la
Cruz que era un perro y que no se le daba crédito a lo que decía,
que como Padre de la mentira no se le podía dar crédito, pero
que como Ministros executores de la Divina Justicia, también eran
Mensajeros de ella, y bolbiendo a conjurar por Jesu-Christo Hixo
de Dios vivo en y en virtud de Santa ovediencia, le digera la verdad, a que respondió forzado del exorcismo a conjuro, que si no
lo querían creer lo que el avía dicho que luego verían. A que el
dicho Señor Beneficiado bolbiendo la cara donde estavan los Señores Alcaldes ordinarios y algunos vecinos y demás concurso les
dixo: que vieran sus Mercedes sobre este caso lo que devía acer,
porque avía tenido noticias de una regla, que está en el Libro de
Práctica de Exorcismos del P. Benito Remigio, en que dice que
el lugar que acontinuan muchos los Demonios en cuerpos de Criaturas, lo degen porque se hundirá. Y dice más que decía el Libro
de Práctica de Exorcismos del dicho Padre Remigio. Que todo
lo que el Demonio decía de vaxo del conjuro y exorcismo se le
devía dar crédito: y prosiguió diciendo dicho Sr. Beneficiado que
avía oído decir a algunas personas que en cierto lugar havía sucedido haverse apoderado el Demonio de muchas personas, y
haviendo dexado el dicho lugar se hundió: a que me dixo el Sr.
Contador Jacinto de Roxas le diera testimonio de todo lo que
pasó en la dicha Iglesia, que es según y como tengo certificado:
que de todo esto fueron testigos los Señores Alcaldes Jacinto de
Roxas. Estevan de Monteagudo. Phelipe González de Castro y
Félix de Espino, presentes y demás concurso. Y para que conste
de mandatto del Sr. Beneficiado Joseph González de la Cruz en 4
días del mes de Septiembre de 1682. En testimonio de verdad,
Bartolomé del Castillo Notario Publico.
En sus valiosísimos Anales y efemérides de San Juan de los
Remedios y su jurisdicción, José A. Martínez Fortún recoge informaciones sobre un sacador de diablos en la zona:
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Los viejos de Remedios decían en 1828: «Aquí en el Cayo no
puede haber nada bueno, ya nos botaron al Saca Diablo». Por
aquella época se presentó un hombre que tenía la misión de curar
a fuerza de latigazos a las personas endemoniadas, hasta que algunos jóvenes le dieron una «pela», de cuyas resultas desapareció
para siempre de esta.
El Diablo continuaba sus fechorías en algunas regiones de Cuba,
aterrorizando a las personas ingenuas y supersticiosas.
Manuel Martínez Moles en el primer tomo de su obra Contribución al folklore refiere un cómico incidente ocurrido en SanctiSpíritus en 1859 cuando sacerdotes católicos llegaron a predicar
al pueblo. Martínez Moles relata:
Pero de los dos predicadores, el que lo hacía con más convicción, era el padre Aviñón; al extremo que en uno de sus últimos
sermones llevó a tal excitación nerviosa a su auditorio, que loca y
desatentada la multitud, corno despavorida a ganar las puertas,
abandonando el templo, presa de invencible terror.
La cosa ocurrió de la manera que vamos a relatar: Hablaba
del ángel caído, del diablo, arrojado a la mansión de las llamas, del
aceite hirviendo, del infierno; más lo hizo con tal viveza, con tal
colorido de horrible verdad, que sobrecogía el ánimo; y el público inquieto no lloraba, pero daba muestras de gran malestar; y en
un momento en que describía a Satanás, para hacer más tangible
su pintura, gritó: «¡Miradle!» Y cruzando en ese instante la octogenaria figura del padre Cuervo, las mujeres creyeron que realmente
era el Diablo, evocado por el predicador.
Un grito de espanto indescriptible salió de todos los pechos;
formóse un remolino de cuerpos, en que los unos empujaban a
los otros para ganar más pronto las puertas; el que caía era hollado
por aquella ola humana, sin que pudiera levantarse. Las grandes
puertas crujieron en sus jambas y las mamparas desaparecieron
ante el aluvión que se les fue encima.
El público de la calle, que oyó la gritería y vio salir la gente
despavorida, corrió también sin saber por qué; y en menos tiempo
que hemos tardado en relatarlo, se puso el pueblo en movimiento,
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los voluntarios previnieron las armas temerosos de un nuevo desembarco filibustero como el de las huestes de Narciso López; y el
sacristán, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, tocó a fuego, en
tanto que el pobre padre Cuervo, que había ganado ya las gradas
del altar, cuando al predicador se le ocurrió decir: «miradle», reía
como un bendito de aquel espanto de sus feligreses.
El padre Aviñón, entre colérico y abochornado, bajó del púlpito, renegado de la zambequería del pueblo, que una vez apaciguado, rió y comentó la ocurrencia durante todo aquel día y los demás
que siguieron, mientras duró la visita de los simpáticos misioneros. Predicaron hasta el 11 de diciembre; pero no se marcharon
hasta el 15 de dicho mes, dejando en el pueblo el imperecedero
recuerdo de la espeluznante pintura que hicieron del Diablo y del
infierno.
Los primeros siglos de la colonización española en Cuba conoció
de muchos diablos, los que trajeron los colonizadores y los que
vinieron con la religión de los esclavos africanos.
En 1972 recogimos de boca de nuestro informante, Julio
Jiménez, sabio y bondadoso negro ochentón, el siguiente relato:
CÓMO HACÍA VENIR AL DIABLO UN VIEJO NEGRO CRIOLLO
Yo conocí a un hombre, hijo de esclavos, en Cumanayagua, que
sabía de muchas cosas. Él había nacido esclavo y conocía mucho
de los misterios de los africanos.
Una vez me llamó y me dijo que él sabía cómo se hacía venir el
Diablo, en estas palabras:
—Criollo no sabe hacer eso. Eso son cosa africana. Tú ves,
coge un gato negro y lo alimenta. Coge gato negro sano y lo engorda. Ta va con él pal monte, y en una cazuela de hierro mete al
gato y tú tapa gato con tapa de cazuela, y tú luego arrima basura
y da candela. Gato cuando siente caló que ya no pué má empieza
maullá ahí. Tú no coja mieo. Maullío son rorizante. Gato ta llamando Diablo pa que lo salve. Entonce se presenta una figura, un
gente, un cosa que va habló contigo qué cosa quiere tú. Ese mismo son Diablo.
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Y me decía que con él se pactaba y se llegaba a un acuerdo, y
que así era como se llamaba al Diablo.
Sigue el Diablo en Remedios
En 1895 publicó Facundo Ramos en Remedios una leyenda de
la cual tomamos el siguiente fragmento:
LA RONDONA ENDEMONIADA DE REMEDIOS
Se cuenta por los más respetables ancianos de esta tierra, y como
cosa muy verídica, que a fines del siglo XVIII existió en esta población de Remedios una joven muy hermosa y de familla muy decente, llamada María Manuela.
Esta tal fue la conocida más tarde por Rondona.
Era de un carácter muy díscolo, agrio y dominante, así como
excesivamente vanidosa y amiga de salirse con sus deseos, aunque fuese con perjuicio de otro.
Como era hija única y de casa rica, le daban todos los gustos
que ella quería, por cuya razón siempre contaba con ahorros en
su hucha y con dinero bastante para sus caprichos.
Cuentan que su buena madre le pidió un día prestados siete
reales (sabiendo que los tenía y con ánimo de probarla) y María
Manuela con voz muy desentonada le contestó: «Yo no tengo ese
dinero.
»—Si te los he pedido [le contestó la madre] es porque he
sabido y visto que los tienes.
»—¡¡Siete legiones de demonios es lo que yo tengo dentro del
cuerpo!! [Replicó con la mayor insolencia y descaro la hija.]»
La pobre madre afligida y llorosa se retiró lamentándose del
mal trato que la daba.
Desde ese día no tuvo María Manuela ninguno bueno, pues
empezó a sufrir toda clase de accidentes, convulsiones y muchos
síntomas desconocidos para ella.
El que más le llamó la atención fue un incesante escupir, que la
mortificaba en extremo.
Además hablaba cosas inconvenientes y poco en armonía con
su sexo y clase.
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Involuntariamente sacaba la lengua a cada momento, y dicen
que fue tanto lo que se acostumbró a sacarla y de tanto tamaño
era que ya la colgaba fuera de la boca y con ella se lamía toda la
cara, el pecho y otras partes como si fuera una vaca u otro animal.
Este lengüeteo y la incesante salivación la llegaron a poner de
tal modo que no podía alimentarse por lo que enflaquecía más y
más al extremo de parecerse a una momia.
Al verle su familla y vecinos de tal figura empezaron a decir que
tenía los demonios en el cuerpo y que era preciso «curarla por la
Iglesia» como entonces se decía; es decir, que era de necesidad
aplicarle los exorcismos o sean los conjuros ordenados por la
Iglesia contra el espíritu maligno.
Para ello hablaron con mucho interés al párroco de la Mayor
entonces y ejemplar sacerdote Pedro D. Marcos García.
Éste la exorcitó varias veces, tanto en el templo como en la
casa de María Manuela.
Dicen que cuando la llamaba por su nombre en el momento del
exorcismo, no le respondía; pero sí contestaba en el acto cuando
citaba los nombres de los demonios que ella tenía en el cuerpo,
como Lucifer, Satanás, Belcebú, etcétera, etcétera.
El Padre Marcos con los exorcismos les mandaba que saliesen
del cuerpo de la pobre María Manuela y ellos, por boca de ella,
le contestaban que por donde querían que saliesen. El sacerdote
les contestaba que por donde no la hiciesen daño.
En cierta ocasión contestaron que si salían del cuerpo de María
Manuela sería para meterse en el cuerpo del sacristán.
Éste, que estaba detrás del cura con la calderilla del agua bendita y el hisopo, en cuanto oyó lo que decían los demonios se
horrorizó y soltando lo que tenía en las manos, se fue corriendo
hacia la pila de agua bendita y, de un salto se colocó sobre ella y
empezó a santiguarse a la carrera pidiendo auxilio a grandes voces. Tuvo el cura que auxiliarle con una docena de hisopasos que
le largó, y que le puso mojado como una sopa.
Al fin Dios quiso y la buena suerte de María Manuela, que le
sacaran los demonios del cuerpo, costando mucho trabajo el último que no quería salir y que le tuvieron que sacar por el dedo del
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pie derecho, y al sacárselo dejó un rastro de humo y olor de
azufre que apestó a todos los circunstantes y a la casa en que
estaban.
Por este tiempo el pueblo de Remedios conocía a María Manuela
con el apodo de «La Rondona», sin duda porque los demonios la
rondaban o andaban alrededor de ella.
MITOLOGÍA DEL DIABLO
Durante años buscamos por bateyes, montes, montañas, valles,
costas de Las Villas, la mitología cubana. Entre nuestros hallazgos
aparecieron algunos mitos sobre el Diablo en Cuba. Helos aquí.
DIOS Y EL DIABLO HACIENDO EL MUNDO
Cuando se hacía el mundo el Diablo vio que Dios hizo una paloma, y el Diablo dijo: «Yo hago otra». Y se puso a trabajar y lo que
le salió fue un murciélago. Pero el Diablo le dijo a Dios que la
paloma era muy indecente. Que el palomo se pasaba el día diciendo: «¡Que te jurgo el hueco! ¡Que te juurgo el hueeecooo!...» Y la
paloma contestándole: «jurgaméeeclo».
Entonces Dios hizo la perra y el Diablo el perro, y después los
aparearon y la perra cuando le vio el traste largo que el Diablo le
hizo al perro, dijo: «En esa no voy yo». Entonces el Diablo dijo:
«Eso se arregla fácil». Y le hizo un nudo en el traste al perro y por
eso hasta hoy el perro tiene ese nudo.
Entonces Dios empezó a hacer frutas y fabricó la pera. El Diablo la vio y dijo: «Yo hago otra». Y trabajó y fabricó el marañón.
Y Dios lo vio y le dijo: «Eso no tiene semilla». Entonces el Diablo
le puso la semilla por fuera y por eso el marañón tiene la semilla
por fuera.
Entonces Dios hizo la vaca. Y el Diablo dijo: «Yo la hago» y se
puso a hacerla y le salió una chiva sin rabo. Y Dios dijo: «No tiene
rabo». Entonces el Diablo le sacó una tirita de pellejo y se la
puso de rabo. Y por eso el rabo de las chivas parece una tira de
pellejo.
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MALDADES DEL DIABLO
José, el padre de Jesús, era carpintero, y cortaba con una especie
de machete la madera con que trabajaba.
El Diablo para hacerle daño una noche agarró los machetes y
para echarlos a perder los golpeó unos con otros, filos contra
filos, y les hizo unos dientes.
José al levantarse se disgustó al ver sus machetes, pero al usarlo observó que cortaban mejor la madera con un movimiento de
alante atrás y de atrás alante.
El Diablo se disgustó y esa noche agarró otra vez los machetes
y los puso filo contra filo, o más bien, diente contra diente, y trató
de jorobar todos los dientes de los machetes.
José al día siguiente nuevamente se disgustó, pero al usar los
machetes vio que cortaban mejor de alante patrás y de atrás
palante.
Así apareció el serrucho con sus dientes y sus trabas.
En Trinidad
Hallándonos en Trinidad recogimos de algunos informantes versiones sobre el Diablo cubano y sus triquiñuelas.
EL DIABLO PINTADO EN TRINIDAD
En el Palacio Borrell antes se oían sonidos de cadenas que se
arrastraban y la gente cogió miedo de pasar por ahí de noche,
pero ya no pasa nada. En esta casa hay un Diablo pintado en la
pared. El Diablo pintado se mantiene exacto al primer día en que
lo pintaron hace siglos; sus pintores fueron extranjeros, al decir
de las gentes. Borrell tenía hecho juramento con el Diablo y por
eso lo mandó a pintar.
Informante: Pedro Duarte Téllez. Ceramista. Trinidad.
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EL DIABLO PINTADO EN GUÁIMARO
En Guáimaro había una casa que tenía un Diablo pintado en la
pared y brillaba mucho.
Lo tapaban con pintura espesa para que no se viera, y el Diablo al poco rato volvía a aparecer en la pared. Pero esto se acabó
cuando tumbaron la pared.
Informante: Ulises Prado. Plomero. Trinidad.
EL REMOLINO QUE SE LLEVÓ A LA HIJA MALA
Este cuento se lo hizo mi bisabuela a mi abuela y mi abuela a
mamá:
Había una hija que cuando la madre tendía la ropa le quitaba el
palo que aguanta el cordel y se ensuciaba de tierra la ropa. No
quería pa na a la madre y todo lo que hacía era hacer maldades a
la madre. Eso era lo que le gustaba. Hasta que la madre un día se
puso tan violenta, que desesperada le dijo: «¡Ojalá que venga el
remolino y te lleve!» Y al poco rato empezó un remolino cada vez
más fuerte y la madre vio cómo el remolino se llevaba la hija y la
madre gritaba asustada porque había hablado contra la hija por la
soberbia que tenía en aquel momento con las maldades de la hija.
Entonces el remolino dejó la hija enganchada en el copito de una
ceiba de muchos siglos, que había pasado guerras y ciclones.
Viendo que no podía coger a la hija ningún vecino, por alto que
estaba y lo malo de coger que estaba la muchacha, empezaron a
hacer oraciones, to el mundo junto, pa que la hija cayera de allá
arriba porque no había cómo bajarla. Por fin cayó la muchacha,
cayó el cuerpo enterito, pero sin güesos, porque el remolino la
había molido, le desbarató los güesos. Y el que la mató fue el
Diablo que había antes, que es el que hace los remolinos.
EL PRISIONERO DEL DIABLO
El Diablo tenía un prisionero y también tenía tres caballos en su
caballeriza. Cada caballo tenía su nombre y como el nombre que
tenía así corría. El caballo se llamaba Viento, corría como el viento.
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Y el caballo Pensamiento corría como el pensamiento, y el otro
era el caballo que se llamaba La Vista y corría como la vista.
Y un día el prisionero se les escapó y corrió pa la caballeriza y
pensó coger el caballo Viento que era el que más corría pa su
idea. Y se montó en Viento y salió huyendo.
Pero el Diablo se dio cuenta que se le había ido el preso y fue
a la caballeriza y miró que le quedaban dos caballos y que le
faltaba Viento.
Entonces le echó garra al caballo Pensamiento, pues el Diablo
dijo: «Este es el que más corre». Y le cayó atrás con el Pensamiento, imagínate tú como corría. En seguida lo tenía alcanzado,
pero el preso tenía una virtud y el negocio fue que tiró algo pa trás
y en seguida se levantó una montaña entre ellos dos, y mientras el
Diablo tuvo que dar la vuelta por otra parte, el preso cogió ventaja.
El Diablo volvió a echar en Pensamiento y cuando lo volvió a
alcanzar otra vez ya el preso iba llegando a la mar, y cogió un bote
que había y dejó el caballo por la orilla, porque el caballo no
camina por la mar.
Cuando el Diablo llegó a la orilla ya él iba algo distante. Y entonces el Diablo por medio de magia sacó una cadena y se la tiró
al bote y como la cadena tenía un gancho en la punta cogió el bote
y empezó a jalar.
Pero el prisionero tenía un cántico mágico que no me acuerdo
y con ese cántico le partió la cadena. Ahora el Diablo, como Diablo al fin, saca yunque, martillo y ayudantes, pa acotejar la cadena, y en seguida acoteja la cadena. Y cuando la acaba de acotejar
ya el preso iba lejos otra vez.
Le vuelve a tirar la cadena y vuelve a enganchar el bote. Entonces el preso vuelve otra vez con su cántico y le vuelve a partir
la cadena. Y así fue la cosa hasta que el preso a base de cánticos
logró escapar.
EL CUÑAO DEL DIABLO
Una vez vivían dos hermanos gemelos, hermano y hermana, llegaron a personas mayores y entonces la hermana se casó con un
hombre desconocido y se fue con él, y entonces pasaron muchos
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años sin que el hermano pudiera ver a la hermana ni saber dónde
estaba. Entonces decidió salir a caminar con sus perros David,
Caló y Vená, hasta encontrarla, y pasaron días, meses y años y el
hermano caminó bosques y llanos y montes por todas partes buscando a su hermana, llegando de casa en casa, y ya un día llegando la noche ve una lucesita muy a lo lejos y entonces él decidió ir
a la lucesita y allí tocó en la puerta de la casa y de sorpresa salió
su hermana. Se abrazaron llorando de tanta alegría y entonces
más tarde apareció el cuñao que era el Diablo, lo invitó a ir el otro
día a una mata de aguacate que estaba en el monte diciéndole que
los aguacates estaban muy grandes y lindos. Llegó la mañana y
entonces el Diablo fue primero al monte y escondió un hacha
cerquita de la mata de aguacate, y mientras el Diablo estaba fuera
la hermana le contó al hermano los trabajos que había pasado en
compañía del Diablo que le traía carne humana para que
se la comiera y le daba mucho maltrato. Entonces antes de salir
para la mata de aguacate con el Diablo el hermano le dijo a la
hermana: «estas dos cazuelitas que yo voy a poner en la candela
cuando tú las veas hirviendo me sueltas los perros David, Caló y
Vená». Entonces llegó el Diablo y juntos partieron para la mata de
aguacate. Y el Diablo le dijo al cuñao que se subiera para tumbar
los aguacates, y cuando el cuñao estaba trepao el Diablo sacó su
hacha que la tenía oculta al pie de la mata y metió mano a hachar
con todas sus fuerzas y cantando:
Yeso, guarí, guasó,
si es preciso
comételo to
Y ya a pique de caer la mata, el cuñao encaramao decía así:
Si Dios hizo el palo
pa que engorde y que crezca,
que crezca y que engorde.
Y el palo volvió entonces a engordar y a crecer mientras el Diablo
volvía a hachar y cantaba:
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Yeso, guarí, guasó
si es preciso
cómetelo tó.
Entonces el cuñao arriba de la mata gritaba:
¡David, Caló y Vená!
¡David, Caló y Vená!
Mientras tanto las cazuelitas del fogón ya hervían demasiadamente avisándole a la mujer del Diablo que su hermano estaba en
peligro. Y estando el palo a pique de caer otra vez el cuñao volvía
a decir:
Si Dios hizo el palo
pa que engorde y crezca,
que crezca y que engorde.
Y en eso la hermana va al fogón y ve las cazuelitas hirviendo y
suelta a los perros y los perros partieron ligeros para donde estaba el amo y al llegar donde estaba el Diablo, éste gritaba apuradamente viéndolos:
—¡Si es jugando, cuñao!
Pero su cuñao le achujaba los perros y los perros lo mataron.
Entonces el hermano volvió donde estaba su hermana gemela y
se la llevó otra vez para su casa volviendo a ser felices los dos.
LAS TRILLIZAS
Éste era un padre que tenía tres hijas gemelas. Una se llamaba
Carángana Zú, la otra Jesús Cumareo, y la última Zénguere Nené.
Y el padre tenía ocultos los nombres de sus tres hijas, y el padre
siempre decía que el día que sus tres hijas fueran señoritas que el
hombre que adivinara sus nombres sería el hombre que se casaría
con ellas. Habían venido muchos hombres cuando fueron señoritas a casarse con ellas pero ninguno adivinaba el nombre.
Un día llegó un señor y el padre le dijo que le adivinara el nombre de sus tres hijas. Y el hombre se fue y no dijo nada. Pero puso
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un anillo de oro arriba de un pozo que estaba cerca de la casa
donde ellas siempre buscaban agua. Entonces se ocultó detrás de
un matojo y se puso a velar a las tres hijas. Las hijas llegaron y
cuando una de ellas vio el anillo de oro le gritaba a las otras:
«¡Vengan, Zénguere Nené y Jesús Cumareo!» Entonces las otras
le contestaban: «Carángana Zú ¿qué cosa es?» Y el hombre oculto
detrás del matojo apuntó sus nombres en un papelito, aprendiéndolo de memoria.
Entonces yendo donde estaba el padre le dijo: «Yo sé el nombre de sus tres hijas.» El padre no creyéndole dijo: «Es imposible
que usted sepa el nombre de mis tres hijas». Entonces el hombre
le dijo: «Yo se los diré, se llaman Jesús Cumareo, Zénguere Nené
y Carángana Zú». Y el padre al ver que había adivinado el nombre de sus tres hijas le dijo: «Usted es el hombre que se casará
con mis tres hijas».
El hombre se casó con las tres y fue a vivir al monte donde él
tenía su trabajo. Como allá habitaba el Diablo tuvo que hacer una
casa demasiado alta, subiendo por mediación de sogas cuando él
las llamaba así:
—¡Jesús Cumareo, Zénguere Nené y Carángana Zú!
Pero el Diablo estaba oyendo cuando él las llamaba para subir
y entonces el Diablo vino al otro día con mala idea de comérselas y
quiso subir y las llamó igual que las llamaba su esposo, pero como
la voz del Diablo era distinta, era muy gorda, las mujeres no le
tiraban la soga porque era una voz ronca y le cogieron miedo.
Entonces el Diablo se encaprichó de ir a un herrero que había por
allí para que le machucara la lengua con la mandarria y poder
hablar fino, parecido al esposo. Y el herrero se la machucó y el
Diablo las volvió a llamar pero la voz le seguía un poco gorda y
diferente a la del esposo y las mujeres no le tiraron la soga. El
Diablo volvió otra vez a ir al herrero diciéndole que le machucara
la lengua mucho más. Y entonces el herrero le dijo después que
se la volvió a machucar que se tomara cuatro yemas de huevo
para que se le aclarara la voz. El Diablo se tomó las yemas y
entonces se fue y las llamó:
—¡Carángana Zú, Zénguere Nené, Jesús Cumareo!
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Y ellas al ver que tenía la voz fina y parecida a la de su esposo le
echaron la soga y el Diablo aprovechando la soga se volvió para
arriba y se las comió a las tres. Al poco rato llega el esposo de su
trabajo y las llamó a las tres. Y no le contestaban ninguna de las
tres, y ya cansado de llamar a Jesús Cumareo, Zénguere Nené y
Carángana Zú, se decidió a subir de cualquier manera. Pudiendo
subir y llegando allí las vio a todas comidas y se entristeció y
murió allí mismo donde ellas murieron.
EL BIZARRÓN
Éste era un hombre que se llamaba El Bizarrón que andaba buscando trabajo y entonces le dijeron que a casa del Diablo estaban
buscando un empleado, pero que tuviera cuidado, que el Diablo
ya había matado a dos. A todos los que iban a trabajar los mataba.
Y El Bizarrón dijo: «yo voy; yo no le tengo miedo al Diablo».
Y fue allá a casa del Diablo y le dijo:
—¿Tiene trabajo?
Y el Diablo le dijo:
—Sí, como no, aquí hace falta un hombre.
Y El Bizarrón aceptó. Y el Diablo le llevó al cuarto donde tenía
que dormir para que se quedara y al otro día empezara a trabajar.
Al siguiente día el Diablo lo mandó a buscar agua.
Y El Bizarrón dijo:
—Déme un pico y una pala.
Y el Diablo se lo dio. Y El Bizarrón se fue para el río y se puso
a hacer una zanja pa que la zanja pasara por la orilla de la casa
trayendo el agua. A las once llegó el Diablo a ver qué había hecho. El Bizarrón y lo encontró haciendo la zanja. Y el Diablo le
preguntó:
—¿Pa qué usted hace esa zanja?...
Y El Bizarrón le contestó.
—Estoy haciendo una zanja que pase enfrente de la casa por
no tener que cargar el agua.
Entonces el Diablo medio que se asustó y lo mandó a la casa.
Al otro día el Diablo mandó a El Bizarrón a buscar una carga
de leña. El Bizarrón le dijo:
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—Déme un rollo de mecate.
Y el Diablo se lo dio. Y El Bizarrón se echó el rollo a cuesta y
se fue pal monte, y se puso a amarrar los árboles unos con otros
y como a las once fue el Diablo, a ver qué le pasaba a El Bizarrón y
se lo encontró amarrando al monte.
Y le preguntó:
—¿Qué estás haciendo?
Y El Bizarrón le contestó:
—¡Aquí amarrando el monte pa llevármelo de un viaje pa la
casa! Y el Diablo pensó: «Este hombre es un bárbaro», y se asustó y mandó a El Bizarrón pa la casa hasta el día siguiente.
Al otro día había un tiro de barretas en la playa. Y el Diablo
pensó: «Mandando a tirar barretas a este hombre con la fuerza
que tiene me gano un premio.» Y se fue con El Bizarrón a la playa.
El Bizarrón llevaba la barreta al hombro y el Diablo al pie de él. Y
llegaron a la playa y había gente practicando tirando barreta, preparándose para cuando llegara el momento de ver quién la tiraba
más lejos.
Y cuando llegó la hora empezaron a tirar barretas y le llegó el
turno al Bizarrón y entonces El Bizarrón mandó quitar unos barcos que estaban lejos:
—¡Quítenme de ahí esos barcos porque con el tiro los voy a
desfondar con mi barreta!
Entonces no lo dejaron tirar, porque había que mandar a quitar
los barcos. Y el Diablo se asustó mucho con su acolocao. Y el
Diablo pensó: «este hombre es peligroso, a este hombre hay que
matarlo».
Y se fueron los dos para la casa del Diablo. Y el Diablo dormía
en la barbacoa y El Bizarrón dormía abajo. Y el Diablo tenía un
molino arriba de dos piedras muy grandes y lo apreparó pa dejárselo caer por la noche arriba del Bizarrón.
Llegó la noche y se fueron a acostar.
El Diablo se fue parriba a la barbacoa y El Bizarrón se acostó
abajo, pero El Bizarrón notaba que se había movío algo allí y
sospechaba del Diablo.
Entonces cambió la cama pa un rincón donde creía que estaba
seguro. Y a media noche sintió el estruendo del molino que cayó.
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Y gritó:
—¡Ay, que mosquito me ha picado!
Y el Diablo que lo oyó pensó: «Le ha caído el molino arriba y
pa este hombre es un mosquito»... Y el Diablo se asustó más
todavía. El Diablo bajó a ver cómo estaba El Bizarrón y éste le
habló del mosquito que le picó y el Diablo se puso a ver y vio las
piedras desbaratás, y entonces dijo El Bizarrón:
Yo creía que fue un mosquito y fue el molino que me cayó
arriba...
Y el Diablo se asustó tanto que no quiso tener más al Bizarrón
acolocao y le dijo:
—Te voy a dar un burro cargao de dinero pa que te vayas de
aquí.
Y El Bizarrón se lo aceptó. Y el Diablo trajo el burro y le llenó
los serones de dinero y le dijo:
—Ahí lo tienes, vete.
Y El Bizarrón cogió al burro y se fue. Y entonces cuando llevaba El Bizarrón un rato caminando, la mujer del Diablo le dijo:
—Ese hombre te engañó, ese hombre no sabe na ni na, ni es
fuerte ni na...
Entonces el Diablo buscó un caballo y lo ensilló y se montó pa
alcanzar al Bizarrón y quitarle el burro de dinero.
Pero El Bizarrón ve al Diablo que venía a lo lejos y entonces
escondió al burro en un campo e caña y se acostó bocarriba en el
medio del camino con las patas parriba para esperar así al Diablo. Y el Diablo llegó, cuando lo vio con las patas parriba le
preguntó:
—¿Qué te pasa?
Y El Bizarrón le contestó
—Que el burro no quería caminar y le di una pata y lo boté al
cielo, creo.
Y el Diablo se asustó y le preguntó.
—¿Y por qué estás así con las patas parriba?
Y El Bizarrón le contestó:
—Esperando que el burro caiga del cielo pa que no se dé mucho golpe. Con mis patas lo voy a aguantar.
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Y el Diablo cogió tanto miedo que picó el caballo y viró patrás
y cuando llegó a la casa la mujer le preguntó:
—¿Topaste con él?
Y el Diablo le contestó:
—Allá lo encontré, que le dio una patá al burro y miré pal cielo
y ni se veía rastro del burro... Entonces cogí miedo porque si le
voy a quitar el dinero y el hombre me mete una patá me bota al
cielo a mí también, y dejé que se llevara al burro y al dinero,
cuando abajara otra vez.
LA JICOTEA QUE LE COMÍA EL SITIO AL DIABLO
Compay Diablo tenía un sitio muy bien sembrao pero le estaban
robando los plátanos. Y se ponía en vela y no agarraba a nadie.
Por la mañana amanecían las matas trozás. Y estando en vela una
noche siente una mata que se cae. Entonces corre a donde estaba
la mata, y encuentra a compay jicotea en el tronco. Y compay
Diablo dijo:
—Ah, me la vas a pagar ahora, cabrona, que yo te estaba
velando a ti anoche, y no te podía agarrar...
—Ay, compay Diablo, perdóneme, compay Diablo...
—Yo no perdona na, tú me la va a pagar.
—Ay, compay Diablo, no me mates, que tú me va a matar...
—No, yo no te voy a matar na, yo te voy a hacer algo peor...
—Ay, compay Diablo ¿dime que tú me va a hacer, compay
Diablo?
—Yo te voy a enseñar a robar plátano, ladrona...
Y cogió el racimo de plátano grandísimo y madurito que estaba y cogió un arique de yagua y la jicotea viendo aquello le seguía preguntando:
—Compay Diablo, ¿qué tú me va a hacer? ¡Quémame compay
Diablo, quémame!...
—Yo no te vo a quemá na, yo te vo a ahogá. Tú ere ma mala
que la candela; yo te va ahogá
—No compay Diablo, no, no ahogá a mí, compay Diablo. ¡Quema a mí compay Diablo, no ahoga... Quema a mí...!
Y había un río y un puente pegao al sitio. El charco era hondo.
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Y compay Diablo le dijo:
—Ahí mimito te va a matá. Te vo a ahogá ahí mimito.
Entonces cogió el arique y se lo amarró al pescuezo a comay
jicotea con el racimo de plátano y le dijo:
—Yo te amarro este racimo de plátano ahora pa que te vaya
pal fondo.
Y comay jicotea le gritaba:
—No, compay Diablo, no ahoga, quema a mí.
Y compay Diablo dijo:
—Bandolera, toma
Y la mandó con racimo de plátano y tó pabajo el charco.
Y cuando cayeron al agua al poquito rato el racimo de plátano
salió a flote y la jicotea estaba encarama arriba del racimo, comiendo y cantando:
¡Querenguyen yú
qué plátano,
querenguyen yú!
Querenguyén yú,
quen yú, quen yú,
qué plátano...
Y compay Diablo arriba del puente estaba hecho una fiera, yendo
de un lado a otro del puente y queriendo agarrar a comay jicotea
pero ésta estaba en su casa. Y compay Diablo no pudo nada,
porque la comay jicotea sabe más que compay Diablo.
EL DIABLO A LAS ANCAS
Decía un señor muy serio, y que por la cara que ponía había que
creérselo: que un día él salió de su casa después de haber discutido con su mamá y ésta le echó una maldición diciéndole: «Ojalá
te salga el Diablo y te arañe con las uñas».
Él sin pensar en nada montó en el caballo que cogió, al pasar
un arroyo, debajo de una mata de ateje. En esto se le montó en
las ancas del caballo una persona que se le sujetaba de los hombros y le clavaba las uñas... Él ni miraba para atrás, los pelos se le
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paraban de punta; el caballo estaba espantado y no quería caminar por mucho que él lo hincaba con las espuelas. Entonces él le
dio un sogazo al caballo y éste arrancó a correr y, al doblar una
vuelta del camino, la persona que venía detrás se cayó. Entonces
miró para atrás y vio que tenía las uñas larguísimas y el pelo y las
barbas igual, y que era el Diablo que andaba en unos zancos
grandísimos.
EL BAILE SIN CABEZA
(Contado por Julio Macón, en el bohío de los Cachito-epán, Caonao)
En los primeros tiempos del mundo habían tres diablos. El Diablo
viejo, la Diabla vieja y el hijito Diablito. Tenían al mundo loco. En
todo se metían y no dejaban vivir en paz a nadie. El reino de los
animales se reunió entonces a ver si acababan con los diablos; se
presentaron muchos planes y ninguno servía y entonces la agrupación de los guanajos abriendo las alas dijo que ellos tenían un plan
para acabar con los diablos y en secreto le dijeron al león jefe que
éste era el plan de bailar sin cabeza. Los animales le dieron una
confianza y los guanajos prepararon el baile en el monte. Lo primero que hicieron fue contratar una buena música de tambores,
guayos, guitarras, bongoses, claves, botijas, güiros y todo lo que
lleva una buena música de baile. Después hicieron el salón; los
elefantes tumbaron los palos y apisonaron bien con sus patonas la
tierra. Se hizo un salón espléndido. Los pájaros avisaron a todas
partes que había fiesta. Entonces el jefe de los guanajos escogió
cincuenta parejas de guanajas, macho y hembra y los enseñó a
bailar con la cabeza metida bajo el ala. Poco a poco les fue enseñando los pasos y los guanajos aprendieron a bailar sin cabeza.
A las orillas del monte, una noche empezaron el baile que estaba iluminado con carburo. La música sonaba fenómeno y los
bailarines bailaban con la cabeza metida bajo el ala y no se le veía
cabeza a nadie.
El Diablo viejo que había tenido una gran pelea con la Diabla
vieja y estaba descansando, lo oyó a lo lejos, y vino a ver qué
pasaba y a ver cómo desbarataba la fiesta. Llegó allí y vio el baile
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bien animado, alumbradito y con una música sabrosa. Preguntó a
los que cuidaban la entrada, apoyando sus brazos en la baranda
de cañabrava que tenía el portal del aposento del baile:
—Y eso... ¿Qué es?
Nada, el baile sin cabeza... le dijo el portero con palabra muy
alegre.
La música le gustaba tanto al Diablo que lo tentó:
—¿Puedo bailar un poquito con esa música tan buena? —dijo
el Diablo.
—Sí, pero tiene que bailar sin cabeza —dijo el portero.
—¿Cómo es eso? —dijo el Diablo curioso y sin ser bobo.
—Eso es así. Todo el mundo baila sin cabeza. ¿No oye el son
de la música como obliga? —dijo el portero.
El Diablo oyó entonces el son de la música que decía y obligaba:
No baila,
no baila;
el que tiene cabeza,
no baila.
El Diablo dudó; preguntó que cómo se le pegaba la cabeza y le
dijeron que con resina. El bongó estaba como nunca, los güiros y
tambores y las guitarras eran una gloria. Entonces el Diablo dijo
que sí, porque no pudo resistir; pasó adentro, a un picador de
tronco de ceiba, puso la cabeza y de un hachazo se la cortaron.
Una cuadrilla de guanajos botó el cuerpo por un barranco pabajo.
Así mataron los guanajos al Diablo viejo.
La fiesta siguió, la guanajería bailaba y la música no paraba y se
metía por todos los palos del monte y la Diabla vieja la oyó, y
vino a averiguar qué pasaba y se encontró el baile sin cabeza.
Apoyó los brazos en la baranda de cañabravas y se embelesó
oyendo la música más linda del mundo.
—¿Y esto? ¿Qué es? —dijo la Diabla.
—El baile sin cabeza —dijo el portero.
La Diabla vieja miró un rato y las piernas se le movían al compás de música tan buena. La marímbula apretó, apretó el bongó y
los treses y la Diabla vieja no podía resistir la música.
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—¿Puedo echar un pie? —dijo la Diabla.
—¡Cómo no! Pero primero tiene que quitarse la cabeza —dijo
el portero—, ¿no oye el son del baile?
La Diabla vieja puso oído y oyó el son:
No baila,
no baila;
el que tiene cabeza,
no baila.
La Diabla vieja dudó, averiguó que con resina le volverían a pegar la cabeza y como no podía resistir la música de los timbales
que era lo que más le gustaba, entró, puso la cabeza en el picador
y se quedó sin ella. Y así los guanajos mataron a la Diabla vieja.
El Diablito estaba jugando con caracoles en lo oscuro del monte;
oyó la música y llegó a la fiesta del baile. Miró un rato a los
guanajos bailando sin cabeza y no entendió bien el asunto y le
dijo al portero:
—Y esto ¿qué es?...
—El baile sin cabeza —dijo el portero.
—La música está buena. ¿No me dejan bailar un poco? —dijo
el Diablito.
—Sí, cómo no. Pero tiene que bailar sin cabeza —dijo el portero.
—¿Sin cabeza? —dijo el Diablito.
—Sí, así es como es...
El Diablito miró a todos lados, curioso, pero no podía resistir la
música que estaba en lo mejor y dijo:
—Yo nunca he visto un baile sin cabeza, pero quiero entrar...
pero zafarme esta cabecita...
—Pues oiga el son de la música —dijo el portero.
Y el son decía:
No baila,
no baila;
el que tiene cabeza,
no baila.
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—¿Y eso es también para mí?
—Sí, señor, el que tiene cabeza no baila —dijo el portero.
Entonces el Diablito dijo:
—Pues a mí esta cabecita no me la quitan niá jodía.
Y por eso hay Diablo todavía en el mundo, aunque menos que
antes, gracias a los guanajos.
JUAN JARAGÁN Y EL DIABLO
(Contado por Julio Macón en el bohío de los Cachito-epán)
Juan Jaragán se casó y la mujer le sacó barriga en seguida, y Juan
Jaragán que había vivido de los regalos de boda y de a Pepe,
cogiendo aquí y trapichando allá, se encontró con que no podía
cumplirle los antojos de la barriga de su mujer si no trabajaba:
—Quiero comer mucho mái —le decía a toda hora su mujer.
Y Juan Jaragán decidió trabajar por primera vez en su vida.
Pidió unos granos de mái y un jan. Y se fue a buscar un campo
bueno para sembrarlo y satisfacer el antojo de la barriga de su
mujer. Después de mucho caminar llegó a un monte, y en un llano
muy bonito que se halló, metió el jan, hizo un hoyo y echó un
granito. Pero el Diablo que era el dueño del terreno despertó con
el janazo y gritó con voz gorda:
—¡Ey! ¿Quién está ahí?
—Yo, Juan Jaragán, que vengo a sembrar mái para complacer
un antojo de la barriga de mi mujer.
Se oyó un silencio y después la voz gorda del Diablo que decía:
—¡A ver, vengan todos mis diablitos y ayuden a Juan Jaragán a
sembrar el mái!
En un momento los diablitos le arrebataron el jan de las manos
a Juan Jaragán, abrieron los hoyos y sembraron el mái.
Juan Jaragán se fue de lo más contento a su casa y se lo contó
a su mujer.
A los tres días Juan Jaragán se dijo: «voy a ver como está el
mái». Y se fue al monte y vio el llano y se encontró que ya el mái
había crecido cuatro cuartas y que estaba de lo más lindo. «Caramba, ya debo aporcarlo y echarle tierra», pensó Juan Jaragán.
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Y empezó a arrimarle tierra a la primera mata. Pero el Diablo oyó
el ruidito de la tierra movida y gritó con voz gorda.
—¡Ey! ¿Quién está ahí?
—Soy yo, Juan Jaragán, que estoy arrimándole tierra a mis
maticas de mái.
Se oyó un silencio y después la voz gorda del Diablo que decía:
—A ver, vengan todos mis diablitos y ayuden a Juan Jaragán a
arrimarle tierra al mái.
Juan Jaragán volvió muy contento a su casa y se lo contó todo
a su mujer.
A los tres días la mujer de Juan Jaragán decidió ir ella misma a
ver el mái, sin decirle nada a su marido, pues tenía un antojo de
barriga muy fuerte.
Llegó al monte y vio el maizalito que ya tenía mazorcas de leche. Al verlas, no pudo resistir el deseo y arrancó una. El Diablo
oyó el ruido que ella hizo cuando la arrancó y gritó con voz gorda:
—¡Ey! ¿Quién está allí?
—Soy yo, la mujer de Juan Jaragán, que vengo a arrancar unas
mazorcas para mi antojo de barriga.
Se oyó un silencio y después la voz gorda del Diablo que decía:
—¡A ver, vengan todos mis diablitos y ayuden a la mujer de
Juan Jaragán a arrancar las mazorcas!
En un momento muchos diablitos arrancaron todas las mazorcas del maizalito. La mujer de Juan Jaragán se asustó y se llevó
unas pocas para saciar su antojo.
Cuando Juan Jaragán llegó a su casa se encontró a su mujer
asando mái. En seguida sospechó. Y le preguntó a su mujer:
—¿De dónde sacaste esas mazorcas de mái? ¿De mi maizalito?
La mujer asustada calló. Entonces Juan Jaragán muy bravo se
la llevó al maizalito del monte y allí se encontró todo el maizalito
en el suelo. Encolerizado cortó un cuje y le dio un cujazo a su
mujer en la espalda. Al ruido, el Diablo oyó y gritó con voz gorda:
—¡Ey! ¿Quién está por ahí?
—Soy yo, Juan Jaragán, que le di un cujazo a mi mujer porque
me tumbó el maizalito.
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Se oyó un silencio y después la voz gorda del Diablo que decía:
—A ver, vengan todos mis diablitos y ayuden a Juan Jaragán a
dar cujazos a su mujer.
En un momento muchos diablitos cortaron cujes y le entraron a
cujazos a la mujer de Juan Jaragán. Tantos cujazos le dieron que
la mataron.
Cuando Juan Jaragán la vio muerta dijo:
—¡Carajo, me la mataron!
Y se dio una palmada en la frente. Al ruido de la palmada el
Diablo gritó con voz gorda:
—¡Ey! ¿Quién anda ahí?
—Soy yo, Juan Jaragán, que me di una palmada en la frente
porque vi muerta a mi mujer.
Se oyó un silencio y después la voz gorda del Diablo que decía:
—A ver, vengan todos mis diablitos y ayuden a Juan Jaragán a
darse palmadas en la frente.
En un momento muchos diablitos empezaron a darle palmadas
a Juan Jaragán en la frente hasta que lo dejaron muerto.
Investigaciones de Seoane
En 1962 encomendamos a José Seoane, en Santa Clara, que
investigara por la región mitos y leyendas y sucedidos alrededor
de la superstición. En 1963 publicamos el libro bajo el sello de la
Dirección de Publicaciones de la Universidad Central de Las Villas, donde por muchos años dirigíamos la Editorial, fructuosa.
He aquí la investigación de Seoane en relación al Diablo en la
región.
EL DIABLO QUE PEGA A LOS NIÑOS
Dicen que cuando hay mucho viento el Diablo anda suelto. Eso
pasa en Semana Santa, porque Dios está muerto y el Diablo se
suelta. Hace muchos años un niño andaba por la calle y se presentó
de pronto una manga de viento, con el Diablo, y se llevó al niño y
lo pegó en la punta de una palma altísima. Los hombres se su71
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bieron a la palma pero no lo pudieron despegar. Pa poder bajar al
niño tuvieron que llamar un cura que lo bajó con rezos y haciendo
to los negocios que hacen los curas con las manos.
EL DIABLO CLÁSICO
Yo tenía unos primo que estaban en una situación económica muy
mala porque se gastaban el dinero en bailes y mujeres y tenían a la
madre casi abandoná. Un día la madre le pidió un peso a uno de
ello y él se lo negó porque tenía que ir a un baile. Entonces la
madre lo maldijo diciéndole:
—¡Permita Dios que el Diablo te salga!
El muchacho no hizo caso y esa noche se fue a un baile y cuando venía a caballo sintió que le aguantaban el caballo y vio al
Diablo. ¡Dios mío! Era como un hombre grande vestío de rojo
con unos tarros en la frente y un rabo larguísimo. Estaba echando
candela por la boca. El caballo huyó desorbitado y el muchacho
llegó a la casa atacao de los nervios, ensuciao y orinao.
Eso le pasó porque la maldición de una madre siempre alcanza.
EL DIABLO GORILA
Alejandra Cuéllar narra a Seoane:
Mi padre me contaba que esto le pasó a mi bisabuelo, hará
unos ochenta año. Él vivía en el campo y un vierne santo montó el
caballo pa recoger unos ternero. Salió maldiciendo de la casa
porque era un viejo muy rabioso y siempre estaba resongando y
cagándose en la madre de Dió. Al poco rato de andar en el asunto de los terneros se le apareció el Diablo. Cuando mi bisabuelo
vio aquello salió pa la casa a mil. Llegó con fiebre y se acostó sin
decir na de lo que le había pasao. Cuando la señora dél lo vio
acostao le dijo:
—Fulano, ¿qués lo que te pasa a ti?
Y él no pudo más y le dijo:
—¡Mujer, avemaría, no me digas na que me salió el Diablo!
¡Era como un gorila grande con pelo y cuernamenta y estaba
echando candela por los ojo y por la boca!
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Estuvo acostado siete días con fiebre y como los campesinos
no andan creyendo en médico se curó solo.
EL DIABLO CON CARA DE MONO
Una noche yo estaba con unos amigo y amiga bromiando [...] y
nos pusimos a hablar del Diablo, y Orestes un amigo mío me
decía haciendo murumacas con la cara y los braso:
—¡Mira, Fela, el Diablo está ahí!
Y yo le decía:
—¡Ésas son verracás!
Y él seguía diciendo:
—¡Fela, Fela, el Diablo está ahí!
Y hacía como si fuera el Diablo:
—¡Jumm, jumm, pros, tac, brrr...!
[...].
Pero quién le dice a usté que entonces miro pal lao de una mate
jagüey que había al lao una cerca y ¡ahí mismito estaba el Diablo
encaramao en la cerca! Carajo, de acordarme namá se me paran
los pelos! ¡Era horroroso! Tenía como cuatro metros de altura,
del tamaño del jagüey y tenía care mono, y en la frente tenía dos
tarro grandísimo enroscao y que daban pa bajo. Era muy pelú y
tenía los diente afuera y movía los brazos como si quisiera agarrarlo
a uno. Las mano eran larguísima, como de una vara o más largo
y los deos terminaban en punticas fina que parecían plumas de
aura. [...].
Rodolfo Torres hizo llegar a nuestras manos en 1973 un mito
moderno sobre el Diablo que recogiera, en ese mismo año, en la
zona oriental de San Lorenzo de Las Mercedes, Sierra Maestra:
EL OVEJO ENCENDIDO
Cuatro niños iban por un camino y uno de ellos se adelantó para
tomar agua de pozo.
Cuando estaba llegando al pozo el muchacho vio un ovejo encendido y sin cabeza, que salió del pozo y subió la montaña y se
perdió corriendo.
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El muchacho cayó al suelo desmayado. Una vieja, que después habló con él, le dijo que ese ovejo era el Diablo que había
venido a tomar agua.
En 1975, José Espinosa, de noventa años, nos relató, en Las
Villas, el siguiente episodio diablesco:
EL DIABLO EN UN CARRO DE CAÑAS
El Viernes Santo de 1948 me levanté por la madrugada para
ordenar unos carros de caña. Los habían dejado unos días antes
en el chucho, que era donde yo trabajaba entonces. Ese día mamá
se puso molesta conmigo: el Diablo andaba por ahí acabando con
la quinta y con los mangos. En el chucho habían cuatro carros.
Me subí a uno de ellos, al primero, y comencé mi labor. En eso
veo en el último carro a un hombrecito, como de pie y pico de
estatura, muy rojo, rojo como un hierro en una fragua, echaba
chispas, y humo por los tarros y por el rabo. El hombrecito hizo
una bolita de candela y me la tiró. Me la tiró como si yo fuera un
bolo. Luego hizo otra, y otra, y así... Las bolas cada vez eran más
grandes. Yo apenas tenía tiempo de quitarme, no se me ocurría
pensar nada, ni tirarme del carro, ni gritar. Hasta que al fin, me
vino un grito: ¡EL DIABLO, ÉSTE ES EL DIABLO! Reaccioné
y me tiré del carro y salí corriendo.
Mito del Diablo de los siboneyes
El investigador camagüeyano, Andrés A. Carreras Padrón
encontró en su provincia el siguiente mito aborigen que nos
enviara recientemente, para así contribuir al enriquecimiento de
la mitología cubana, como le había pedido. Helo aquí.
LA BAÑERA DEL DIABLO
—Pues sí, compañero, me decía mi amigo Estelio de la Hoz, a
orillas del Tínima, mientras se retorcía su negro bigote— este cuento
que voy a relatarte dicen que ocurrió por la Sierra de Cubitas hace
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muchísimos años, en aquella lejana época de la conquista, en que
los soldados españoles ponían por primera vez sus plantas en Cuba.
Parece que, según la mitología de los indios, Mabuya era el
espíritu del mal, y estaba cubierto de pelos negros desde las patas
hasta la cabeza, lleno de piojos, pulgas, caránganos, y otros muchos insectos que lo molestaban grandemente. Tenía además
manchado el cuerpo con el tizne del infierno. Esta situación lo desesperaba, por lo que llegó a la conclusión de que tenía que darse un
buen baño para limpiarse de toda esa inmundicia y quedar como
nuevo. Pero esto no podía hacerlo en la playa ni en una casimba
cualquiera por grande que fuera, a la vista de todos, sino en un
lugar secreto, donde nadie lo molestara contemplándolo.
Al fin Mabuya decidió construirse una bañera digna de su alta
jerarquía infernal. Se fue a la Sierra a buscar un paraje oculto,
donde pudiera solazarse a su gusto. Lo encontró entonces se puso
a cavar con las uñas, día y noche, un profundo hueco. La tierra y
las piedras salían disparadas para arriba como si se tratara del
cráter de un volcán, cosa que nada más puede realizar un diablo.
Concluido el hoyo y agotado por el esfuerzo empleado en tan
dura faena, se echó sobre la tierra para descansar un rato, jadeando hasta más no poder, mientras que el agujero se iba llenando de
agua poco a poco, hasta rebosar.
Cuando se despertó, ya el hoyo estaba lleno, por lo que, eufórico y dando agudos chillidos, se lanzó de cabeza al agua unas
cuantas veces, zambullendo hasta el fondo, y quedando así limpio
de parásitos y de las otras suciedades que lo atormentaban.
Salió del agua, sacudió su negro pelaje y se echó a tierra para
secarse al resisterio del sol, quedándose dormido. El Diablo hacía cosas y otras musarañas mientras dormía, por los ensueños
demoníacos que embargaban su estrecho cerebro.
Un indio que acertó a pasar por allí se puso a observar absorto
aquel extraño espectáculo, detrás de una peña. Él lo había observado y además se admiraba de ver cómo el demonio cambiaba
de color como un camaleón o una rana cualquiera, porque tan
pronto se ponía verde, como amarillo, como azul…
Un aura tiñosa que estaba en lo alto de una palmera tuvo sed y
descendió al pozo para beber un poco de aquella agua infecta,
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pero al meter el pico en el agua sintió que los ojos le ardían terriblemente y se les llenaban de repugnantes legañas, y que además
se le caían las plumas de la cabeza, por lo que dando un fuerte
graznido salió volando y se alejó.
Al graznido del ave el demonio se despertó, y al verse descubierto dio un zapatazo en el suelo y desapareció. Dicen los viandantes que aún existe por aquel lugar el pozo que en otro tiempo
fuera la Bañera del Diablo.
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MITOLOGÍA CUBANA MAYOR
La mitología cubana mayor corresponde —en orden a sus valores y extensión en la Isla—, a los mitos del güije o jigüe; la
Madre de aguas, el cagüeiro y la Luz de Yara.
Estos mitos no son solamente los más fantásticos, de
fabulaciones más artísticas, sino que se encuentran manteniendo
una vigencia que a veces asombra por su variada riqueza. Cuidarse
de la superstición.
MITOLOGÍA MAYOR CUBANA
EL GÜIJE O JIGÜE
LA MADRE DE AGUAS
EL CAGÜEIRO
LA LUZ DE YARA
EL GÜIJE: MITO MAYOR
(Mito de las aguas)
Enlazado con las apariciones universales en los ríos, seres míticos
de variados genios, en Cuba se encuentra el famoso mito del güije
o jigüe, el más extendido en nuestro país.
Es, quizás, el mito primero del país. De origen indio en sus
comienzos, recibe la influencia del esclavo africano y se convierte
en el güije negro y enano que ha penetrado nuestras artes, poesía,
pintura, dibujo, cine, ballet, cancionero...
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Posiblemente el mito cubano más recio, constante y completo
es el mito del jigüe o del güije.
A pesar de que se le denomina jigüe en la provincia de Oriente
y en algunas regiones de Camagüey, hemos optado por denominarlo güije, que es la forma más aceptada y popular en Cuba.
Se trata de un pequeño ser de las aguas generalmente negro, a
veces indio, de variadas características físicas y sicológicas.
ANTECEDENTES CUBANOS DEL GÜIJE
Jigüe, güije.
En su libro Vocabulario cubano, Constantino Suárez, El
Españolito, afirma que Güije es un «vulgarismo cubano, corrupción, por metástesis, de Jigüe».
Según Alfredo Zayas, en su Lexicografía antillana, «Jigüe»
es un cubanismo, una voz caribe, y es de origen indio: «La tradición
de supersticiones populares ha dado este nombre a un fantasma
que, al parecer, se presentaba en forma y figura de indio enano, con
cabellos largos, que surgía de las aguas de algunos ríos. Aún hay
gentes en la comarca oriental que relatan sucesos de jigües como
cosas reales».
En la Enciclopedia popular cubana de Luis Bustamante, se
dice: «GÜIJE: Fantasma que vive en los ríos; aparece en forma
de negrito desnudo. Algunos dicen Jigüe». Bustamante cita esta
estrofa de Nicolás Manzini:
Es el güije un anfibio, una sirena1
que se oculta en los campos con esmero
y sólo deja ver su tez morena
cuando amenaza un hecho extraordinario
de presagio funesto al vecindario.
1
El güije como sirena, como una de las formas del mito de las sirenas
encontradas en Cuba, no se afirma solamente por Manzini. En varios
testimonios de este ensayo se le asignan aletas y colas como acentuadas características físicas. Martínez Moles en su libro Contribucción
al folklore. Tradiciones y anécdotas espirituanas, se refiere al güijesirena:
«Su forma es la de un pez, mejor dicho un cetáceo, cabeza de negro y
cola de pescado».
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Después de citar un fragmento de la «Balada del güije» de Nicolás Guillén se refiere a la voz jigüe. «En Cuba llaman así a un
duendecillo pelilargo y carinegro, juguetón y enamorado, que aparece desnudo en los ríos, especialmente a los que se bañan en
Semana Santa. Algunos dicen güije, por transportación de letras.»
De modo que Bustamante se suma a Suárez en la afirmación
de güije por corrupción. Para afirmarse, Bustamante cita estas
palabras de Antonio Iraizoz: «La acción pasa por San Andrés,
barrio rural de Holguín, y los protagonistas de la comedia dan un
paseo a cierta zona de la finca Yuraguana, donde la fantasía popular supone que vive un jigüe».
Cita también Bustamante al escritor Miguel Ferrer: «Allí es
donde aparecen muchos días los jigües; yo los he visto algunas
veces: son como monos y como hombres: tienen mitad de todo.»
Refiriéndose a la voz jigüe, Bustamente anota: «hay un apeadero llamado Jigüe, en la línea de Altamisal a Arabos. También
hay un río llamado Jigüe en Holguín». Indica Bustamante que en
la Sierra Maestra se llaman «Lomas de Jigüe» a los estribos de
dicha Sierra. «Parece hay que tener en cuenta que esos nombres
pueden habérseles puesto a tales accidentes geográficos por el
árbol también llamado Jigüe, no por el fantasmita de la tradición
popular.»
Sobre ello nos aclara Constantino Suárez al afirmar que «el
Jigüe es un árbol silvestre que alcanza una elevación de diez metros,
más conocido por sabicú». Esteban Rodríguez Herrera concuerda:
«En Tierradentro muchos campesinos antiguos denominaban
Jigüe al árbol que hoy titulamos Jagüey macho; y al Jagüey hembra, o Jagüey o Higo-Jagüey. Algunos al Jigüe (Higüy
impropiamente, vocablo que se conserva en la nomenclatura de
la Tipografía cubana). Gundlach asegura que en Trinidad y
Bayamo llaman Jigüe al Sabicú.» También El Cucalambé, grande decimista cubano del siglo XIX, nombra en muchas ocasiones, en sus célebres décimas cubanas, a los jigües-árboles. Es
raro que no se refiera al jigüe-duende, a pesar de su afincamiento
sobre la tradición oral campesina oriental.
Posiblemente no oyó hablar de jigües, o de saberlo, no lo consideró valioso elemento para su poesía campesina.
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En el Diccionario provincial casi razonado de voces y frases cubanas, de Esteban Pichardo (edición de 1953 anotada y
comentada por Esteban Rodríguez Herrera), se dice en la voz
Güije: «Véase Jigüe.» Y en Jigüe:
N. ep. m. —Voz ind. Enano o pequeñísimo Indio que el vulgo
cubano decía salir de las aguas, ríos o lagunas, color muy moreno
y con muchos cabellos; enamorado, juguetón. Todavía en Bayamo
varias personas del bajo pueblo dicen que los Jigües son unos
Negritos brujos que suelen aparecer desnudos en su río. En el
Departamento Central dicen Güije. Fácil es equivocarse, quedando luego autorizada la transposición de las letras, como sucede en Bagazo o Gabazo; pero el vocablo Jigüe puede confundir
su significación con otra vegetal; no así Güije [...]. El Sr. Gundlach
asegura que en Trinidad y Bayamo llaman Jigüe al Sabicú. [...].
«[...] y los jigües, que cuando el descubrimiento, tanta parte
tomaron en la expiación y muerte de la linda siboneya Analay...»
—La Condesa de Cardiff, Mati, VI. [...].
De modo que el Jigüe, como mito cubano, ya se andaba en las
leyendas indias en la provincia de Oriente. Zayas lo tomó como
voz caribe, seguramente de esas fuentes.
En su Catauro de cubanismos, don Fernando Ortiz al referirse
al jigüe, afirma que es «creado por la imaginación india», y que
«Debió de tenerse por característico de este ser invisible y fantástico, creado por la imaginación india, especie de gnomo, la de ser
negro, pues según R. Martínez a los negritos se les decía antaño:
“parece un jigüe”».
Sin embargo, en su libro valiosísimo, Historia de una pelea
cubana contra los demonios, Ortiz ya escribe güije, aunque sin
negarle su figuración india aborigen: «Los güijes se figuran como
indios; pero lo más común es suponerlos negritos.»
Ortiz recogió en sus útiles Archivos del folklore cubano, en el
volumen II, un breve artículo: «Jigües. (Tradición Cubana)», de
Antonio Bachiller y Morales, escrito en La Habana, en 1848,
donde la voz india jigüe domina. Bachiller y Morales destaca el
origen indocubano del jigüe. Fragmento:
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[...]. Los cubanos aborígenes también tenían sus brujos, y, lo que
es menos sabido, también tenían sus enanos misteriosos a los
que, como los ha creado la imaginación alemana, le atribuían un
poder sobrenatural.
Como en Alemania el misterio salía de la selva y venía en auxilio del amor y de la virtud, poniendo con el mágico rito en movimiento a la naturaleza; el jigüe cubano salía del fondo de las
aguas con sus dilatados y abundantísimos cabellos, principalmente por la época que corresponde a nuestro San Juan. Por supuesto, el pequeñísimo indio no era monstruoso, o por lo menos, la
tradición no lo pinta sino algo moreno, las más de las veces, negro en
algunas. Los jigües fueron los enemigos naturales del cristianismo, porque las verdades de nuestra religión santa, debían rechazar
todo poder superior al de la cruz, y de hecho los cristianos se
burlaron de la influencia de los jigües.
Obsérvanse en este hecho la diversa índole de los pueblos, y la
confirmación de la unidad de la inteligencia humana; lo maravilloso en Alemania y en Las Antillas, diverso en su forma semejante
en su esencia. Alemania, país mediterráneo, va al fondo de sus
bosques a buscar negros y contrahechos enanos. Cuba, La Perla del Occidente, encuentra en las frescas aguas de sus corrientes ríos los pequeños jigüeyes o jigües que no pueden ser feos
siendo hijos de la hermosa y plácida naturaleza que los produce.
Distinguíase de los demás indios por sólo la pequeñez de su cuerpo y la longura de su cabello en que se envolvían. Los tales indios
a pesar de su pequeñez eran enamorados y se divertían en inocentes juegos dentro de las aguas con las indias hijas de los hombres.
[...].
Bachiller y Morales destaca ya una de las características atribuidas a los jigües o güijes cubanos: la de ser enamorados. Al güije ya
negrito, se le atribuyeron juegos no «inocentes», pues era perseguidor de mozas y amigos de jugueteos semilascivos o francamente lascivos.
A continuación, Bachiller y Morales relata una leyenda, sobre
la Laguna de Ana Luisa, que se origina a la llegada de los conquistadores españoles, esclavizadores de los indios:
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Entre las indias más bellas de Cuba, tan célebres por su hermosura,
vivía una en la provincia del Bayamo que aventajaba a todas en la
belleza del cuerpo y del alma. Corrían los mejores años de su existencia cuando llegaron a las playas de Cuba los españoles. Las
primeras conquistas del cristianismo aturdieron a los figüeyes que comenzaron a poner en ejercicio todo su poder sobrenatural para impedir la completa ruina de la religión del Cemí.
Convencidos de que era ineficaz su influencia parcial acordaron
reunirse en grandes cuerpos con el fin de agotar los medios, pero
todo era impotente.
El ejemplo cristiano que presentaba la india antes citada, que
había recibido en el bautismo el nombre de Ana Luisa, fue ocasión de que los jigües eligieran por morada una laguna que estaba
en tierras de ésta, que aún se conoce con el nombre de Laguna
de Ana Luisa. La mortandad de indios e indias era espantosa y
los españoles no sabían a qué atribuirla. Los naturales sabían sin
embargo cuál era el motivo. Los jigües tenían la propiedad del
basilisco, la ojeada de Medusa; cuando querían matar algún neófito, que eran muchos, fijaban sus mortíferos ojos en él y a poco
desfallecían destruidos por la terrible consunción o tisis...
Bachiller y Morales afirmaba que los jigües escaparon de la provincia oriental. En La Habana, su leyenda sirvió de «coco» a los
niños de aquella época. Después, se extinguieron:
Los jigües desaparecieron en Bayamo, última provincia en que
se conocieron, teniendo su morada en la Laguna de Ana Luisa;
en La Habana se quedó uno hasta los últimos tiempos, y algunas
de nuestras nodrizas contaban a los niños que ellas le habían visto
entrar en la bahía, negro como el azabache y cubierto en su larga
y poblada cabellera, el día de San Juan, y que el tal jigüe estaba
en comunicación con algunas personas a las cuales revelaba el
futuro. Todavía hoy se rompen dentro de vasos de agua huevos
que expresan en figuras ya conocidas, o que la imaginación crea,
el destino del hombre en la Tierra [...].
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Al origen indio del jigüe se refiere Ortiz, en la breve nota al pie
comentadora del jigüe de Bachiller y Morales:
Como puede observarse, Bachiller y Morales tuvo la idea de que
los jigües, así la creencia en ellos como el vocablo que los denomina,
son de origen indocubano. No cabe dudar que los aborígenes de
este suelo patrio fueron espiritualistas y creyeron en seres invisibles, duendes, trasgos, genios o fantasmas, por más que no se
haya hecho todavía el estudio de sus caracteres, ni de su significado dentro de la metafísica y de la religión de los cubanos precolombinos. Una expresión de esos seres fueron los cemíes, o
zemíes de que nos hablan los primeros cronistas de Indias...
Don Fernando Ortiz plantea su tesis de que la voz jigüe no es
indocubana. Comienza con un estudio de las definiciones anteriores sobre la voz jigüe y termina con afirmaciones filológicas:
Pero no creemos que el vocablo jigüe sea americano de origen,
como ya hubimos de decir en nuestro Glosario de Afronegrismos,
de donde reproducimos la siguiente cédula:
«JIGÜE, m. La tradición de supersticiones pupulares ha dado
el nombre a un fantasma que, al parecer, se presentaba en forma
de figura de indio enano, con cabellos largos, que surgía de las
aguas de algunos ríos. Aún hay gentes en la comarca oriental de
Cuba que relatan sucesos de jigües como cosas reales.
»Así lo copiamos de Suárez, que lo toma de Pichardo. Éste
marcaba los caracteres siguientes del jigüe: «color muy moreno y
con muchos cabellos; enamorado, juguetón». Pichardo aunque
afirma que el jigüe es un «enano o pequeñísimo indio», añade
después que en Bayamo todavía varias personas del pueblo bajo
dicen que «los jigües son unos negritos brujos que suelen aparecer
desnudos en su río». En algunas partes dicen güije por metástesis.
«Nosotros en el Catauro de Cubanismos hubimos de escribir:
»JIGÜE. Debió de tenerse por característico de este ser invisible y fantástico, creado por la imaginación india, especie de gnomo,
la de ser negro, pues, según R. Martínez a los negritos se les decía
antaño: “Parece un jigüe.”
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»Pichardo dice que jigüe es voz indígena y los léxicos posteriores lo han seguido. Es posible que así sea.
»Pero nosotros, cuando menos lo pensábamos, hemos dado
con el jigüe en la selva africana, y ya creemos que sea negrito de
raza, lo que explicaría la persistencia folklórica del negrismo del
jigüe en Bayamo y Las Villas, según ya se dijo.
»JIWUE, o sea jigüe, se dice al “mono” en lenguaje del
Camerón o de los negros calabares (Jonston, p. 703), y sabido
es que “mono”, “diablo” y “duende” han cambiado sus nombres
en África con mucha frecuencia...»
Cuando Ortiz se refiere al nombre jigüe, como de origen africano,
impuesto por la esclavitud negra en Cuba al duende del agua cubano, crea dudas y abre interrogaciones que sólo se cerrarían
con más fuertes investigaciones filológicas. Es posible un juego de
voces paralelas, parecidas. Etcétera.
Lo que sí es conocido con bastante perfección es que los esclavos africanos trajeron sus dioses, creencias y supersticiones a Cuba
y que aquí se transformaron, o se tornaron sincréticas junto a los
dioses, creencias y supersticiones del español y el criollo blanco.
Los duendes africanos, los chichiricús, se esparcieron por las
más fuertes zonas esclavistas, según Ortiz.2
Con estos chichiricús ya aparecen los negritos en los ríos y
lagunas cubanas. Aparecen los güijes. Y aunque se establece un
2
Historia de una pelea cubana contra los demonios (La Habana, 1963).
Al describir los alrededores nocturnos de Remedios:
[...], el campo se llenaba de duendes atrevidos que apenas caía la noche
salían a mortificar a las gentes perdidas en la lobreguez. No mataban ni
herían a los pasantes; más traviesos que malévolos, se contentaban con
burlarse de sus víctimas, asustándolas o dándoles broma. Tales eran,
entre otros, los Chichiricú, dos genios negritos venidos de la costa de
Guinea. Eran hombre y mujer, siempre emparejados y en cueros vivos.
Salían juntos a empresas de travesuras, retozando con los infelices
extraviados, metiéndose picarescamente bajo las enaguas mujeriles,
rascabucheándolas lascivamente con misteriosas manos, golpeando a
los incautos con invisibles puños, y a veces «encantándoles la cintura» y quitándoles por un tiempo la potencia para el engendro [...].
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sincretismo entre el jigüe indio de cabellos largos y el güije
de pelo encrespado, los dos, jigüe y güije, son atezados: el
jigüe de color aindiado y el güije de color negro brillante. Ya
el jigüe dejó de ser «inocente» en sus juegos con las desnudas
bañistas cubanas, y se tornó agresivo, violento, y aun asesino. Así
lo refiere una vieja leyenda que recogió la revista habanera El
Almendares, en 30 de mayo de 1852, escrita por José María
Izaguirre, y titulada «La aparición del jigüe».
EL JIGÜE ASESINO DE BAYAMO
Como estamos fijando los antecedentes del güije cubano, es de
suma importancia una sinopsis de esta rara leyenda sobre el famoso mito.
La acción transcurre en Bayamo, «pueblo lleno de tradiciones
y leyendas». Allí vivía, a fines del siglo XVIII, una adivina nombrada «La hija del Diablo» que «consultaba» a la gente del pueblo
y les predecía su futuro. La bella Rosa le consulta y ella le predice
que «irá al campo a pasar los primeros días de su boda, pero al
atravesar el río la aparición de un jigüe la matará».
Rosa queda consternada. Su casamiento con Rafael estaba
próximo. Se encuentra con su novio y le cuenta la profecía, y le
afirma:
«No quiero ocultarte que doy crédito a lo que la vieja me ha
dicho, y que si nuestro matrimonio llega a verificarse ha de ser
con la condición indispensable de que no salgamos de Bayamo.»
Rafael acepta. Se casa; viven en Bayamo.
Pero ocurrió que una tía de Rosa, Manuela, se agravó y los
médicos le recetaron «los aires del campo». Desde su finca le
escribe a Rosa, demandándole visita, para verla antes de morir;
su fin se acercaba.
Rosa se aflige mucho. Y los esposos preparan a toda prisa un
carruaje para visitar a la tía moribunda. El río Bayamo se hallaba
crecido, y les fue menester cruzar por el vado (el Charco de Ana
Luisa). Así narra Izaguirre los hechos:
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Llegados a él advirtieron un bulto en el medio de las aguas que
zambullía y volvía a asomarse, siempre en el mismo lugar, como si
estuviera atado, o como si la fuerza de las corrientes ningún imperio tuviera sobre él. Cuando el carruaje empezó a cruzar el río, el
bulto sacó todo su cuerpo sobre la superficie de las aguas y se
colocó en el medio del vado. Entonces pudo verse que tenía la
figura de un niño con el completo desarrollo de un hombre. Caíale
su melena negra sobre las espaldas, y su rostro parecía el de un
demonio, feo, repugnante, horrible. Pero lo más notable que tenía
eran sus ojos, vivos y penetrantes como la centella.
Cuando el carruaje estuvo cerca de él miró para el interior y
viendo a Rosa tan linda se quedó contemplándola con una fijeza
aterradora.
—El jigüe, Dios mío, el jigüe —exclamó la pobre niña más
muerta que viva—. ¡Oh, quitádmelo de alante, si no me matará!
Rafael hizo un movimiento para lanzarse sobre el indiecillo,
pero Rosa le detuvo con la mano maquinalmente. El jigüe, sin
embargo, seguía mirándola, siempre mirándola, con una calma,
con una paciencia, con una fijeza, que hacía subir por grados el
terror de la joven. Cubrióse la cara con sus manos como para no
sentir el peso de aquella mirada de basilisco, pero al través de sus
párpados y de sus dedos creía ver las llamas que lanzaban los
ojos del jigüe.
—Oh, por piedad... —murmuró Rosa.
Y su frente se cubrió de un sudor frío como el hielo, su cuerpo
temblaba como el de un azogado, y el corazón parecía querer
saltársele del seno.
—Rosa, por Dios, sosiégate, que esto no es nada —dijo Rafael, tomando entre sus manos las de la joven— pronto saldremos del río y todo acabará.
Pero a medida que el carruaje adelantaba la figurilla retrocedía,
y siempre mirando con mayor tenacidad a la pobre niña. Ya estaban cerca de la orilla opuesta del río, cuando Rosa exhaló un
débil gemido, sufrió una violenta convulsión, inclinó la cabeza en
el pecho y quedó inmóvil.
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Se había cumplido, pues, la predicción de la adivina. El jigüe la
mató.
Rafael sacó un puñal que llevaba oculto y sin reflexionar en nada
lanzóse al río con ánimo de destruir aquel ser miserable; pero la
corriente era más fuerte que él, y por más que luchaba tuvo que
sucumbir. Venía a este tiempo un árbol poderoso arrastrado por
las corrientes, y Rafael dio una zambullida para evitar su encuentro; pero aquella fue la última vez que vio la luz del sol. El jigüe
zambulló tras él, y apareció después prorrumpiendo en una carcajada que retumbó por todo el ámbito del río.
Izaguirre acota:
Inverosímil parece esta historia, pero nosotros, como fieles narradores de ella, nos hallamos en el caso de referirla tal como en
Bayamo se cuenta, sin ponernos a indagar si fue cierta o no fue.
Sólo sí diremos que en esta ciudad se tiene por verdadera, y que
ofendido quedaría el viejo bayamés de cuya palabra se dudase en
este punto.
LEYENDAS MODERNAS SOBRE LAS PERIPECIAS
DEL GÜIJE EN LAS VILLAS
En Sancti-Spiritus
Manuel Martínez Moles, al describir al güije de Sancti-Spíritus
refiere algunas de sus aventuras y costumbres tan asombrosas
como insólitas. De este tipo de aventuras y costumbres asombrosas el lector conocerá muchas en la sección que dedicamos a las
actuales investigaciones directas sobre el güije en los campos cubanos.
Afirma Martínez Moles:
Ente fantástico que tiene su habitación en el río Yayabo, de donde
sale en sus excursiones por los ríos del Término. Su forma es la
de un pez, mejor dicho de un cetáceo, cabeza de negro y cola de
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pescado. Según la fantasía popular asiste ocultamente a los oficios de la Semana Santa siguiendo un canal subterráneo que, desde
un charco del río Yayabo, llamado «Charco del negrito», va hacía
el altar mayor de nuestra primera parroquia; dejándose ver más
principalmente los jueves y viernes santos, según atestiguan algunos que han ido a bañarse al río en tales días.
Por su contacto con el Diablo, con él comparte su poder, y, a
su semejanza, hace diabluras. Hábil como él en transformarse,
cuando le conviene toma la forma humana, ya de hombre o mujer,
siguiendo la moda, para disimular mejor su presencia. Más de
una fiesta de Santiago ha corrido en diabólicos caballos, haciéndose notar por sus peligrosísimos saltos y su incansable beber sin
emborracharse, asistiendo después de oscurecido a los bailes de
máscaras sin que nadie pudiera reconocerle. Y cuando, terminado
el baile, algunos a quienes había llamado la atención por su extrema galantería con las damas se proponían seguirle, desaparecía
como por encanto, volviendo a aparecer a lo lejos, o pasando de
prisa por el lado de sus perseguidores en sentido opuesto. Su
presencia era siempre presagio de alguna calamidad pública.
Apareció cuando en Oriente proclamó la Constitución del año 12
el general Lorenzo; volviendo a aparecer cuando la lluvia de estrellas. Emisario de López y Céspedes, tomó parte activa en las
guerras de 1850 y de 1868, burlando siempre la vigilancia del
Gobierno.
Pero con el advenimiento de la República, que diseminó las
escuelas por todo el Término, el Güije ha desaparecido, y es posible que ya jamás vuelva a dejarse ver.
Entre las características del güije villareño, Martínez Moles destaca la ya conocida de gran bebedor de alcoholes. Ella se mantiene hasta nuestros días. La persistencia del «güije-curda», como
se le conoce en algunas regiones del país, se hace patente en
posteriores páginas.
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El güije en la Santa Clara colonial
En Santa Clara, un ya diabólico güije, produjo serias perturbaciones en la iglesia del Buen Viaje. Garófalo Mesa en sus Leyendas y tradiciones villaclareñas (La Habana, 1925) se refiere a
un aterrorizador güije, de los muchos que poblaban la región.
De la leyenda «La visión del güije del Caney», extraemos los
fragmentos que exponen las peculiaridades del güije villareño.
Entre ellas, la de aparecer como mono asesino.
Relata Garófalo la fiesta de un cabildo africano en Santa Clara:
Un rey y una reina, puramente africanos, recorrían las calles
entre músicas y canciones, ajenos al suceso ocurrido en la tarde
del día de las fiestas, en el asiento de una antigua tribu india,
nombrado El Caney:
Aquella tarde, entre dos luces, fue a la «poza» en busca de agua
con el cántaro al hombro «Ma Lucía», vieja morena que jamás
había mentido, y caminaba por las márgenes del río Cubanacán
cuando detrás de la misma «poza», tras una manigua de cañas
bravas, vio salir saltando sobre piedras y árboles, a una visión.
Fue para «Ma Lucía» una tremenda emoción. Dejando caer al
suelo el cántaro huyó despavorida, con las manos sobre la cabeza encomendándose a la Caridad del Cobre mientras la visión
seguía saltando y corriendo de peñasco en peñasco llevando el
pánico a todos los hogares.
Fue encontrado cerca de la «poza» el cántaro de «Ma Lucía» y
en la cercana manigua fue vista sobre un tronco la visión: era un
mono grande; semejábase el animal a un hombre, y le daban el
nombre de güije los morenos africanos de aquella barriada. El
miedo cundió por todos los hogares y la alarma fue tan grande
que muchas familias se trasladaron lejos...
Aquel mono raro que andaba saltando siempre por aquellos
lugares, aprisionó entre sus garras, una mañana, a un montero,
causándole la muerte, aumentando entonces el pánico, no quedando por toda la barriada un ser viviente.
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Es curioso como el mono-visión fue nombrado güije por los africanos de la región.
Garófalo Mesa relata a continuación que el mono, en las noches
de luna, se sentaba sobre una piedra blanca del río (característica
general del güije cubano). Gemía mucho. Un negro viejo no le
tuvo temor y llegó junto al mono-visión, y le oyó narrar la historia
del asesinato que había cometido con el montero.
Esa misma noche se celebraban las últimas fiestas del cabildo,
frente a la ermita del Buen Viaje. Se propaló entonces la noticia
de que el güije andaba en la fiesta. Músicos, danzantes y espectadores, huyeron.
En esos apurados instantes salía de la ermita un sacerdote, y
por la puerta lateral que da a la calle de San Pablo, se posaba,
sobre el alero de una casa, el güije que al verlo, dio un gemido
prolongado y saltó, cayendo en el centro de la calle, donde el
sacerdote lo roció con agua bendita y le bendijo, y saltando entonces sobre la techumbre del templo, se fijó en la Cruz, que, iluminada por la luz de la Luna, parecía escalar el cielo, y se perdió en
la nada, se deshizo como por encanto en lo alto de la torre.
El güije, pues, era también un demonio medioeval, que retrocedía y se aniquilaba ante los exorcismos de un sacerdote. Es éste
un güije mezclado, una leyenda híbrida, muy al estilo de las leyendas latinoamericanas tradicionales «a lo Palma»... El final de la
narración es el usual: «A la mañana siguiente, mientras repicaban las
campanas anunciando la fiesta de honor de la virgen, notóse,
entonces, que desde donde se alza la Cruz en la cúspide de la torre,
habían nacido unas flores blancas, y desde entonces hasta nuestros
días, perennemente la “Cruz” ostenta esas flores blancas».
Para otro costumbrista de Santa Clara, Florentino Martínez
«no hubo en nuestros campos, en épocas pretéritas, un lugar que
no tuviera un güije, siempre que existiera un río con una poza
profunda». Al referirse al güije le da una nueva característica física
«mitad pájaro, mitad cuadrúpedo». Martínez afirma, siguiendo la
tradición, que en la poza de El Caney habitaba el güije villaclareño.
Los bañistas propalaron la leyenda del güije, «tanta popularidad
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llegó a alcanzar que su retrato... o la concepción que de tal criatura
tuvo un dibujante pilongo, por las descripciones que hacían los
que aseguraban haberlo visto —bastantes discrepantes las más
de las veces— se publicó en la revista El mosaico, fundada por
el Dr. Cornide en 1893».3
Se le dedicaron versos, en la prensa local, al güije —tradición
que se ha continuado en Cuba— villaclareño travieso:
El que a Miguel Aniceto
le dejó las mangas cortas;
el que le torció las manos
el artista Mario Sosa...
Los Siete Juanes de Remedios cazan un güije terrible
El folklorista remediano Facundo Ramos nos legó el mito El güije
de la bajada. Es una de las narraciones «clásicas» del pasado
siglo, de célebres aventuras. «Se pierde en la noche de los tiempos la tradición que existe en Remedios acerca del güije de la
Bajada», río que cruza a una legua del pueblo. Allí existe el llamado Charco del Güije. Escribe Ramos:
Fue necesario que el antiguo vecino de ésta, D. Manuel González
(q.e.p.d.), descubriese el misterio que envolvía el Güije. Registrando un día los antiguos documentos y carcomidos papeles que
encontró en el derrumbe de la ermita del Cristo, tuvo la suerte de
encontrar un pequeño legajo que en letra ya casi borrosa contenía
la verídica historia del Güije de la Bajada y todo lo que a él se
refería.
Parece ser que el Güije era un negrito muy feo, de unas seis
cuartas de alto, sumamente barbudo, dotado de una fuerza
extraordinaria y de una agilidad extrema; a tal punto que cuantos habían pretendido cogerle no lo habían conseguido. Salía
de su madriguera por las noches y oculto por las tinieblas pasaba
3
A pesar de una firme búsqueda nuestra no se ha encontrado aún número alguno de la citada revista villaclareña.
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por todas las sitierías haciendo tales cosas que por ellas consternados vivían los sitieros y hacendados de los alrededores. En distintas ocasiones se habían armado en somatén los vecinos y habían
tratado de darle caza; más todo en vano, siempre se les huía.
Descubrió el intrigado escrutador de viejos documentos «el procedimiento para apoderarse del güije». Y así halló la manera de
reunir siete juanes (con enormes, graciosos cubanos apodos) para
su captura. El relato da paso a una acción rápida y eficaz:
Decía la tradición que tenían que reunirse siete juanes que fuesen
primerizos para que juntos fuesen a la Bajada y le cogiesen. Tenían que salir de aquí la víspera de San Juan, para llegar al Charco
del Güije en la madrugada misma, que era el momento en que
únicamente y a las cuatro en punto se podía cogerlo porque era
cuando se dejaba ver y pillar. El citado vecino Sr. González
se propuso averiguar lo que hubiese de cierto en este asunto y se
dedicó con afán prolijo a reunir todos los particulares necesarios
para la aprehensión del Güije. Habló con siete juanes primerizos
y les citó para la Plaza del Cristo en la noche del 23 de junio del
año 18... Estos tales fueron: Juan Manises; D. Juan García (a)
Buniato; D. Juan Pérez (a) Tayuyo; Juanito Pérez (a) Pericoso;
Juanito Calzones (a) El Yabusero; D. Juan (a) Patudo y D. Juan
Chicharrones.
Cada uno de ellos concurrió al sitio de la cita armado convenientemente para la operación que iban a practicar. El uno llevaba
un tendido de soga; el otro unos ganchos; aquél un par de esposas;
su vecino una cadena de amarrar perros, y, todos, lazos corredizos, cabuyas, cuerdas, y Tayuyo llevaba una «camisa de fuerza»
por lo que pudiera ocurrir.
Todos estos juanes más sus respectivos féferes y la guacabina
necesaria, y un garrafón de vino seco, fueron entrando en una
carreta muy chillona que de intento estaba ya dispuesta en la fonda del «Caballo Blanco» propiedad entonces de «Chucho» Mateos.
Salieron de aquí poco después de las doce de la noche, bien
cenados y en disposición de ánimo tal, que eran capaces por sí
solos de asaltar el Morro de La Habana y tomarle.
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Llegaron a las tres y cuarto a la orilla del charco y se dispusieron a despachar la guacabina que llevaban, pues aún faltaba mucho tiempo para aclarar.
A las cuatro menos cuarto, después de acabada la cena, se
levantaron y con mucha precaución rodearon entre todos el
charco, ocupando puntos estratégicos de modo que no se pudiera escapar el Güije. Se encomendaron al santo respectivo de su
devoción y con la soga hecha lazo en la diestra, esperó cada uno
el anhelado momento. ¡Cómo palpitaba el corazón de los siete
juanes en aquel instante! ¡Cómo sufrían al considerar el choteo
que les armarían en el pueblo si volviesen sin el Güije! Pero la
Providencia recompensó sus afanes.
Al dar las cuatro en punto en el reloj de la Iglesia Mayor (que
desde allí se oyen sus campanas), empezaron a ver consternados
que el agua del charco se revolvía profundamente y vieron como
una cosa negra que se movía en las aguas. De repente se oyó un
grito agudo y estridente, apareciendo sobre la cerca de piedra
un negrito muy barbudo dando saltos.
—El güije, ¡a él, a él! —dijeron todos a una vez—. Y le arrojaron sus lazos. Sólo el de don Juan Tayuyo le hizo presa y con la
misma se arrojaron los juanes sobre el negrito y le amarraron
fuertemente para que no se pudiera escapar. En hombros de todos le llevaron hasta la carreta y allí le volvieron a sujetar de tal
modo que era imposible se huyese.
Celebraron la victoria echando un trago al pie del Camaco, y a
los pocos instantes siguieron camino para Remedios. Llegaron
cerca de las siete y en la tienda de Ruviera refrescaron el pasaporte
con una ginebrita de La Campana. La gente de aquel barrio en
cuanto se hizo cargo de la procesión se lanzaron a ver lo que iba
en la carreta y excusado es decir la algarabía que se armó.
Un ejército de muchachos de todos colores y edades iba detrás
de la carreta dando unos gritos espantosos; los vecinos azorados
salían a las puertas y ventanas; los juanes no cesaban de decir a
sus amigos y conocidos el cómo habían preso al Güije, y de boca
en boca fue recorriendo la noticia por todo el pueblo. Mucho
tardó la carreta en llegar a la Plaza del Cristo, pues todos impedían
su paso para ver su contenido. Daba la casualidad que estaban
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diciendo misa, en la ermita, la cual ya casi se estaba terminando.
En el mismo momento de pasar la carreta por la puerta principal
del pueblo dijo el oficiante en alta voz: «Ite, misa est». Oír esto el
Güije, dar un salto espantoso, romper todas sus ligaduras, saltar
de la carreta y huir desesperadamente como alma que lleva el
Diablo todo fue uno:
Otra vez la escena medioeval: el sacerdote exorcisa al güije y
éste, aterrorizado, desaparece. Pero en Remedios desapareció al
modo cubano: entre gritos de «¡Ataja! ¡Ataja!», de muchachos,
mujeres y «público en general». Los juanes, a caballo, persiguieron al fugitivo y nada lograron. El güije se lanzó «de cabeza» en el
Charco de la Bajada. Nada más se supo de él.
Manuel González, el descubridor del manuscrito revelador de
los medios de captura, deseando «que nunca se olvidase en Remedios lo del güije» abrió tienda de víveres con este nombre:
EL GÜIJE
San Juan el Bautista convertido en güije en Trinidad
El «historiador oficial de Trinidad», don Francisco Marín
Villafuentes, publicó (La Habana, 1945), su Historia de Trinidad. En el capítulo III, «Del río Táyaba y de sus tradiciones», nos
refiere que en uno de los remansos de dicho río aparece el Charco del Negrito, o sea: Charco del Güije. Allí, según Marín, en los
viernes santos —al modo tradicional— aparecía el güije: «Una
negra figura con ojos de candela».
Entre sus informantes Marín halló varias versiones:
Otros aseguraban que era corriente, en la época de oro de Trinidad y en los días de la temporada de San Juan, principalmente, en
la fecha del santo Bautista, ir de peregrinación hasta el Charco
del Negrito. ¿Qué motivaba esta excursión hacia las márgenes del
Táyaba, dejando detrás el charco del Guamá, el de la Cruz y el
baño de las Almendras, para ir un poco más allá hasta el charco
del Negrito?
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Mucho poder tenía este negrito güije, cuando la peregrinación de
creyentes abandonaba los charcos sacros y tranquilos y se llegaba hasta el del negrito.
De labios de los viejos troncos familiares se trasmitía la leyenda
de que ese dulce remanso había sido teatro de horripilante tragedia;
que, en los días nefastos de la esclavitud, cuando los hombres que
arrastraban un infamante grillete empezaron a sentirse libres y
no faltaba en las dotaciones de los ingenios un nuevo Espartaco,
el charco fue refugio de un infeliz bozal que, huyendo a las persecuciones, y viendo diezmada su familia y destruido el conuco, se
ocultaba en sus aguas verdinegras.
Entre las informaciones aparece una sirena cubana, trinitaria, protectora del infeliz negrito víctima de los esclavistas:
La tradición afirma que algún genio invisible —¿sería la Ninfa del
Táyaba de que habla la interesante leyenda de Fernando Malibrán?—, sirena que tenía su alcázar de algas en las profundidades
del charco, brindaba su abrigo a la pobrecita víctima de la crueldad humana. Podía haber delatores; algún guajiro veía sentado en
las piedras de la orilla al negrito errante; pero sus perseguidores
jamás lo encontraron, ni aún bajando al fondo del charco; y tan
pronto se alejaban, podía mirársele sonriente, lustroso, luciendo
al sol la hirsuta cabeza y, en la boca, como un coco abierto y
labrado, la dentadura de felino.
La realidad histórica da fuerza al güije del Táyaba. La superstición le convirtió en San Juan Bautista. «Pasaron los años, y la
imaginación popular mezcló a esta leyenda el recuerdo del Viernes
Santo en que los ojos de fuego del Negrito brillaban intensamente,
afirmándose que era el propio san Juan Bautista el que aparecía
en el charco, por eso, también, se asoció la leyenda a la clásica
fecha del día de San Juan.»
¿No era el güije del Táyaba san Juan Bautista? Como él bautizaba.
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No faltaban los que decían haber visto al Negrito derramando
agua con una jícara sobre la cabeza de alguno que otro muchacho
que acudía a bañarse a la orilla del charco. Así fue aumentando la
leyenda, y, arrastrados por ella, el día de San Juan, acudían al
charco del Negrito hombres, mujeres y niños, y nadie dejaba de
ver sentado en una piedra, alisándose el cabello con un peine
de oro, al legendario Negrito, con los ojos hechos ascuas.
He aquí, pues, al güije peinándose como una sirena.
El güije monstruo del río Sagua
En el folklore sagüero (investigación realizada en 1940 por la
profesora del Instituto de Segunda Enseñanza de Sagua la Grande, Ana María Arrisó y sus alumnos) aparece la «siniestra leyenda» «El Charco del Güije». Dicho charco:
Está habitado por un monstruo que devora a todo el que se baña
en él, dejando como único indicio un reguero de sangre en la
superficie.
¿Cómo es ese monstruo? Al decir de los que lo han visto, mezcla
de hombre y de mono, con garras muy poderosas, dientes afilados, piel lustrosa sin pelo.
Como es lo usual, el güije salía a calentarse al sol los jueves, y los
viernes santos. «Persona que lo viera caía en sus garras.» Nadie
se bañaba en el charco. «Personas respetables tales como los
capitanes José Vicente y Francisco Almeida, con motivo de estar
persiguiendo un bandido dijeron que habían visto al Güije, que al
verlos se zambulló en el charco lanzando siniestros gritos y que
por más que intentaron matarlo no pudieron.»
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Raros güijes en el barrio Pastora
En 1963, publicó José Seoane sus Cuentos de aparecidos. Allí
se nombran dos singulares güijes villareños, con características
nuevas.
De boca de Orlando Martiñán, de veinticuatro años, barrio
Pastora, captó Seoane el siguiente güije:
Un amigo me contó que un día se estaba bañando en un río en el
campo y vio un güije que venía pa riba dél nadando sin romper
el agua, como si no tuviera cuerpo. Él nadó rápido pa la orilla y
salió chaquetiando.
El güije era chiquitico pero bastante viejo. Tenía en la cabeza
dos tarritos y el ombligo botao pa fuera. Las dos manos las tenía
como las ranas y venía fumándose un tabaco.
También recogió Seoane, del campesino Jacinto Robledo, de cincuenta y tres años, del mismo barrio, Pastora, una leyenda sobre
un raro güije:
Un día mi abuelo salió a caballo pa vender unas viandas pal pueblo y al llegar a un río paró pa quel caballo tomara agua. Era de
madrugá pero la Luna estaba clarita como el día y entonce sintió
como un remolino del agua y miró y vio salir un güije que se puso
hacer murumacas y voltereta como si nadie lo estuviera viendo y
mi abuelo se quedó como si le hubieran dao un trancaso y le
metió la espuela al caballo y salió chaquetiando de ahí.
Él bía oído hablar de güije pero creía que eso eran cuento de la
gente del tiempo España y cuando lo vio llevó un susto morrocotúo. ¡Afigúrese, ver salir, estando solo, aquella burundanga del
medio del río! ¡Haciendo la historia era y se le erizaban los pelo!
Yo no me acuerdo bien cómo decía él quel güije era, pero según me dice mi criterio era como un negrito viejo muy pelú y con
cuerpo de rana o pescao. Yo no he visto nunca un güije pero por
eso no pueo dejar de creer. Ademá, mi abuelo era un hombre de
ley y no decía nunca mentira ni guayabas.
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Yo no sé pa qué salen los güijes ni lo que son, pero lo que oío
decir es que nunca se mueren.
De boca de Santiago Cubas, campesino, recogió Seoane el siguiente extraño güije:
Mi agüelo contaba que un día salió a caballo a buscal una recogedora pol que mi agüela estaba de palto y cuando iba atravesando un río que estaba crecío sintió un aguaje entre las mata de la
orilla el río y miró y vio un güije que salía de las mata y venía
pa riba dél. El caballo pegó a relinchal y relinchal y mi agüelo
estaba ingrifao de los pelo polque el güije venía pa encima dél, y
entonces parece quel caballo también cogió grima y salió huyendo, y mi agüelo llegó a case la recogedora hecho una sopa y
engrifao de los pelo.
Él nos contaba cómo era el güije; dice que era como un monito
del tamaño un niño de ocho años, con un rabo larguísimo hasta
afuerate y con muchos pelo y venía fumándose un tabaco.[...]
Seoane encontró al campesino Julio Badía quien le relató su
experiencia güijesca:
Cuando yo era niño los viejos me decían que en la parte del pueblo onde pasa el río Cubanicay salía un güije que era como un
negrito chiquito con un sombrero enorme y una cosa larguísima,
y que caminaba por arriba el agua el río y sin hundirse. Decían
que el güije ese era el espíritu de un negrito que se bía hogao un
día en el río cogiendo pomarrosa.
RECIENTES INFORMACIONES HISTÓRICAS SOBRE EL GÜIJE
En nuestras actuales pesquisas nos hemos dirigido a dos hombres
de Las Villas, ya ancianos, de intensa juventud campesina, solicitando datos acerca de las características físicas y sicológicas del
güije villareño. Ambos son poetas decimistas populares de fama.
Ambos se ocupan de las tradiciones cubanas: Joaquín Marrero y
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Leoncio Yanes. Ambos han redactado sendas escrituras para
esta investigación.
Marrero:
En Cuba se habló siempre de los güijes, sobre todo antes, cuando
existían grandes bosques, pues estos seres misteriosos no son
moradores de los lugares sin vegetación. Su morada preferida era
algún charco hondo y sombrío en los ríos, donde los grandes árboles y las palmas formaran una cobertura de esas que siempre
inspiran cierto terror por su apariencia misteriosa.
Este pequeño morador de los bosques y los ríos era un ser
simpático y juguetón, según se cuenta, pues le gustaba retozar en
el agua y muchas veces, cuando había muchachos bañándose, se
aparecía y se mezclaba en los retozos. Los muchachos escapaban
en cuanto lo descubrían y no se bañaban más en aquel charco.
En el río Sagua, en el barrio Quemado de Hilario, hay un charco
que se nombra «Charco del Güije», y se dice que allí lo han visto
varias veces. Que un ser de piel negra y brillante, la cabeza redonda y pelada, los ojitos negros y brillantes, sale del agua para
calentarse al sol algunas veces, pero tan pronto siente ruido se
sumerje. Todos los charcos donde vive el güije son muy hondos y
sombríos. Los pescadores respetan estos lugares y no les gusta
tirar sus redes, anzuelos o tarrayas en ellos porque temen pescar
ese diablillo de las aguas.
Mi padre pescó muchas veces en ese charco y dice que una
vez por la mañana, casi al ser de día, vio una cosa que cruzaba de
un lado al otro del charco, con una cabeza redonda como una
güira, pero no pudo determinar si era algún ser sobrenatural.
Después que fueron desapareciendo en Cuba los montes y los
lugares sombríos, después que los ríos se han vuelto arroyos, cuando ya sus márgenes están limpias, los güijes se han perdido.
Leoncio Yanes trabajó como obrero del tabaco en los campos de
Camajuaní y Cabaiguán. Ha recorrido la provincia, muy interesado en sus costumbres. Nos informa:
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La Leyenda del Güije, como sucede con la mayoría de las leyendas, tuvo su motivo fundamental, su razón de ser. Las leyendas
tienen sus principios en hechos reales. Coincidencias, casualidades, apreciaciones erróneas, creencias subjetivas, la imaginación humana, la fantasía, a través del tiempo, se encargan de
acrecentarlas, y aún desnaturalizarlas para darles otro aspecto y
otro contenido.
Es completamente cierto que existe la Leyenda del Güije en la
tradición cubana. Son variadas y muy interesantes las versiones
que de la misma se cuentan los viejos campesinos.
En lo único en que todos los comentaristas del güije están de
acuerdo es en que el güije es de color oscuro y que reside en los
charcos más hondos y rodeados de árboles gigantescos.
Unos cuentan que es un negrito que sale y se lleva al fondo a
los niños que se acercan al río, para jugar con ellos en el seno de
las aguas. Otros, que lo han visto, afirman que es un ser de regular
estatura.
Algunos dicen que se trata de un bandolero famoso de la raza
negra, que, para huir de la acción de las autoridades, adquirió la
virtud de sumergirse en el agua y que de su cadáver en el seno del
charco, salió el güije. También una vieja campesina nos contaba
que su abuela le había asegurado que el güije era la continuación de un niño desobediente que por no oír los consejos de su
mamá se había caído al río y que ahora, de vez en vez, salía a la
superficie.
Yanes formula una tesis: «Por discriminación social, al güije se le
designó “negro”». Algunas madres campesinas «tratando de dominar al niño por medio del miedo» le cantaban, afirma Yanes, la
siguiente nana:
Duérmete mi niño
que te lleva «el coco»
no vayas al río
que te sale un güije
y te come un negro.
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A estas informaciones añadimos dos importantes versiones
modernas sobre el güije.
En el libro Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet (La
Habana, 1967) el mitómano ex-esclavo, Esteban Montejo, informa sobre güijes:
¡Ave María, los güijes: cada vez que salían eran la comidilla! Yo
no vide ninguno, pero los negros tenían una inclinación hacia ellos
natural. Los güijes salían en los ríos a todas horas. Cuando lo
sentían a uno, se escondían, se escurrían en las orillas. Salían a
coger sol. Eran negritos prietos con las manos de hombres y los
pies... los pies nunca supe cómo eran, pero la cabeza sí la tenían
aplastada como las ranas [...].
En su libro (extraordinario documental económico social) MINAZ 68,
aparecido en 1973, Roberto Branly nos da la última vigencia del
güije, en Holguín, provincia de Oriente. Es un relato de jigües
(como le nombran los orientales):
Bueno; mira: una vez yo estaba pescando en el Matamoros, y ese
día tenía la suerte mala, mala, mala. Vaya: quiero decir que no
cogía casi nada.
Se me pegaba la tarraya, pasaba más trabajo que el cará, y, en
fin: no resolvía prácticamente lo que quería.
Tonces,* siguiendo adelante en una poza, que vi una mancha
de biajacas, prácticamente fácil de coger: eran bastantes.
Tiré la tarraya.
En vez de coger las biajacas, lo que pasó fue que se me pegó y
no cogí ninguna.
Me tiré a despegarla.
Cuando salí a la superficie con la tarraya, me di cuenta que en
la orilla había un hombre de unos cincuenta y pico, sesenta años,
que también traía una. Y él se traía buena suerte, porque traía
buena ensarta. Tonces, nos pusimos a conversar.
* Tonces, contracción de entonces. [R.B.]
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Elogiándole yo sus pesquerías y diciéndole lo de la suerte
mala mía.
Tonces él me dijo que él —cosa que yo no creí del relato—;
que él tenía esa suerte porque a él los jigües* lo ayudaban.
Tonces, yo haciéndome el inocente —ya yo había oído hablar
de esa historia de eso— le pregunté qué era eso.
Y me contestó que eran una especie de duendes que vivían en
el río.
La diferencia de esos duendes a los otros era que eran negritos
—me dijo él—, orejudos, chiquiticos y amigos de la maldad hasta fuera.
Tonces yo le pregunté que cómo él se había hecho amigo de
los duendes, irónicamente, para hacerle creer que yo quería hacerme socio de ellos.
Tonces me contestó él que eso no era fácil ni que todo el mundo los veía ni podía verlos, aunque ellos sí veían a todo el mundo.
Que él una vez pescando maldecía de su mala suerte, inclusive
en voz alta, y sintió unas vocesitas que se reían.
Tonces dice que asombrado que no veía nada ni nada; inclusive
las voces salían de un árbol.
Entonces se asustó:
Pero en eso le dijeron:
—Nosotros te vamos a ayudar, con una condición: que no pesques más en esta charca, que le dicen «Charco negro».
Dice que él pescaba mucho en esa charca, pero prácticamente
cogió poco y a veces no cogía nada, inclusive viéndose gran cantidad de peces ahí.
Entonces dice que dejó de pescar ahí en esa zona, que desde
ese día tuvo buena suerte.
José Fontela Pérez [Mecánico del central Cristino Naranjo. Holguín.]
* Güijes, en otras provincias. [R.B.]
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RELACIONES DEL GÜIJE CUBANO CON LA AMÉRICA LATINA
Antes de comenzar con el aporte personal y el del equipo de
investigadores folklóricos (que constituimos para obtener
cuanto dato fuera posible sobre el güije en nuestros tiempos
—1972-1973— en varias provincias cubanas, es obligado conocer las relaciones de nuestro peculiar duende con sus similares
en la América Latina.
Ecuador
Adalberto Ortiz se refiere a una tunda del país, que es «el coco
de los niños negros del Ecuador».
La tunda come niños. Está en relación con un aspecto del güije:
«coco» come niños, utilizado por algunas madres cubanas que
quieren evitar peligrosos baños en hondas pozas.
He aquí los versos de Ortiz («La tunda para el negrito») sobre
el maligno animal:
Pórtate bien, mi morito,
pa que yo te dé café.
Porque si viene la tunda,
la tunda te va a cogé.
No te esconda, mi negrito,
que yo te voy a buscá,
y si la tunda te encuentra,
la tunda te va a entundá.
Pa duro te toy criando
y no pa flojo, ¿sabé?
Y si te agarra la tunda,
la tunda te va a mordé.
Cuando llegues a se hombre,
vos tenés que trabajá.
Porque si viene la tunda,
la tunda te va a llevá.
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Brasil
Es por una reseña de don Fernando Ortiz, «Sobre mitos brasileños y cubanos» (Revista Bimestre Cubana, mayo-junio, 1930,
pp. 351-354) que tenemos noticias del duende Sacy, brasileño,
«espíritu de los caminos», mito «hostil y cruel» de los indios
tupíes, dulcificado por «la influencia del elemento negro» en el Brasil:
El duende Sacy pierde por el contacto africano el carácter pérfido y agresivo del indio y se trueca en un diablito prieto, efusivo y
simpaticón, de aventuras domésticas y burlonas travesuras, que
llega a entrometerse en los bailes campesinos y zapatea invisible
en los ranchos del pobrerío. El geniecillo Sacy ha venido a ser
negrito, sandunguero, con gorro encarnado, fumador de cachimba y amigo de caminantes.
Ha debido de ocurrir con el Sacy brasileño algo análogo el
duende Jigüe de Cuba, que es un fruto del sincretismo de varias
míticas fundiéndose en una misma convivencia.
Paragüay: el güije rubio
El Yacy Yateré es, según una de las versiones recogidas por
Ambrosetti, investigador folklórico paraguayo: «Un enano rubio,
bonito, que anda por el mundo cubierto con un sombrero de paja
y llevando un bastón de oro en la mano».
Hasta esta parte del relato la única relación que tiene tal enano
paraguayo con el güije cubano es la estatura. También, como un
escaso tipo de güije, roba niños. El enano rubio paraguayo «roba
a las muchachas bonitas, las que son abandonadas, y el hijo que
nace de esta unión, con el tiempo será Yacy-Yateré».
Una relación más estrecha de este enanito con el güije cubano
consiste en que habita los pantanos, oculto entre espadañas.
Ninguna relación entre su bastón de oro y el ningún atributo material mágico del güije: «Gracias a su bastoncito de oro, Yacy-Yateré
se hace invisible, se torna ubicuo»... Según Demaría «Con el solo
contacto de su bastón puede derribar el árbol más macizo, como
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fulminar una vida [...] Cuando se acerca, hasta los pájaros huyen,
pues al señalarlos con la punta de su bastón, éstos caen de cualquier altura.»4
Su bastoncito es su vida. Según Concepción L. Chávez: «...nadie recuerda haber visto su cadáver; sin embargo, se supone que
la vara rutilante en que se apoya tiene que ver con su longevidad.
Si la pierde, en breves horas envejece las centurias vividas y hasta
quedaría convertido en cenizas».
En Paragüay existe un «duende del agua que es siempre negro», según Fariña Núñez. Se le nombra Y-Póra.
Es lúbrico. Lleva las niñas incautas a su guarida.
Este enanillo Y-Póra, tiene contactos estrechos con el güije cubano: ser de aguas, negro, enano, y amigo de las jóvenes hermosas.
Colombia: El Ribiel
Rogerio Velázquez en sus Leyendas y cuentos de la raza negra5
recogidas en las regiones del «alto y bajo Choco», que han sido
habitadas por descendientes de africanos de Colombia, nombra
el Ribiel o Ribereño, que sí tiene relación profunda con el güije
cubano: vive «en grutas labradas por el agua», «es un ser chiquitín,
desmirriado, pobre», «está lleno de malicia como el mono, de
astucia como el zorro».
El Ribiel gusta de vestir bien cuando el güije anda desnudo.
«Algunos lo pintan con franela y pampanilla, con cinturón de cuero arrancado a los caimanes.»
Como algún güije cubano, come niños.
Divergencia: el güije gusta de calentarse al sol; el Ribiel «hijo de
las tinieblas, odia la luz solar».
El Ribiel, como el güije, gusta del aguardiente: «Para
introducirse en las familias pide aguacelente; no dice “aguardiente”, porque la D es sagrada, como que con ella se escribe
Dios, término prohibido para él».
4
5
Datos del Folklore de Paraguay, de Carvalho Neto. Editora Universitaria. Quito, Ecuador, 1961.
Revista Colombiana de Folklore. Vol. II, núm.4, 1960.
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El Mohán
En Colombia existe también otro pariente del güijecillo cubano,
en la región de Tolima, de donde es oriundo.
Nos informa Misael Devia que «su figura varía con frecuencia
de un lugar a otro». En Ambulema «es un hombre pequeño,
musculoso, de pelo candelo, barba hirsuta, también roja, ágil,
vivaracho». Habitaba allí «la profunda y peligrosa moya (hoya)
de Boluga», donde devoraba pescadores y bañistas.
Donde se estrecha la familiaridad del Mohán con el güije cubano es en la región de Coyaima. Allí es «negro, tanto su piel
como su espesa y larga pelambrera. Era un oso negro como un
tizón; de temperamento huraño, huidizo, y desconfiado». Este
Mohán «tenía muchos encantamientos y güacas alrededor de los
charcos que habitaba, tesoros que él en persona custodiaba, haciéndolos inconquistables. Su mirada era maléfica y sus persecuciones muy funestas».
El Mohán tolimense tiene muchas peculiaridades: «lo han visto
en las grandes crecientes de los ríos fumando tabaco, tocando
tiple o remando tranquilamente». También «lo han encontrado
sobre una roca peinándose los largos cabellos... haciendo café en
la playa o cantando muy quedo a la orilla de los grandes ríos.
Otras veces se le ha oído retozar alegremente con muchachas,
cuyas risas y alardes llegan de la profundidad de las aguas».
Este Mohán «persigue a los hombres que pescan en Jueves
Santo... hace crecer el río misteriosamente y cuando está muy
colérico ahoga a los pescadores». Es enamoradizo: «A las mujeres se las rapta después que las haya hechizado convenientemente». Se enamora y es persistente en su objetivo:
Desde que inicia su persecución o su influencia, la mente de la
joven permanece embotada, perpleja, vive de mal genio, alucinada y con repentinos sustos. Busca las márgenes del río para
vagar. No hay que dejarla sola porque de un momento a otro
desaparece y no se vuelve a saber de ella.
El Mohán las persigue aún fuera de sus dominios: en los caminos, en los lavaderos, de día y de noche.
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Cuando logra raptarlas se las lleva a su mansión, las enseña a
fumar tabaco, las atrae y las hipnotiza y las alimenta únicamente
con pescado.
Muchas veces, después de continua lucha con rezos, bendiciones, riegos de agua bendita, oraciones conjuradas, zahumerios
de tabaco y otras yerbas aromáticas, se logra que el Mohán las
deje en libertad, apareciendo la muchacha de pronto en la playa,
ya inconsciente o despierta, pero cerril y endemoniada: no permite que nadie se le acerque, huye frenética, le teme a los santos
y a los crucifijos y desprecia y rompe las vestiduras que se le
proporcionan.
Para calmarla y restaurarla a la vida normal hay que bautizarla
de nuevo, rociarla con sal y agua bendita, darle fricciones por
todo el cuerpo con «chicote», rezarla y cubrirla con una de las
capas del sacerdote... y alejarla de los ríos, de las lagunas o de
cualquier fuente con alguna capacidad de agua.
Como el Mohán molesta y embruja mucho a los pescadores
éstos bautizan sus atarrayas, bautizo que «consiste en soltar al
primer pez que se pesque en su seno». Además el pescador debe
«pescar con paciencia y sin protestar por la mala suerte en las
pesquerías; no pescar en los días santos, no abusar de la pesca ni
renegar en los ríos; ser bondadoso y regalar parte del pescado
entre los vecinos, fumar mucho tabaco mientras se pesca y llevar
siempre un escapulario al cuello». Y es muy importante, y en
esto el pescador tolimense le hace al Mohán lo que suele también
hacer el pescador cubano al güije: «Dejarle por ahí un atadito de
tabaco y una botellita de trago en una parte donde él los encuentre.»
Uruguay: los negros del agua
Idelfonso Pereda Valdés, en su artículo «El folklore afrouruguayo»
señala a «los negros del agua» como uno de los mitos en su país.
Como los güijes, se andan juguetones en las ondas. No indica
Pereda la estatura ni las características de su conducta:
He señalado la posible africanidad de las leyendas de «Los negros del agua», seres fantásticos de color azabache que desde el
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fondo de los arroyos, ríos, lagos y lagunas, se ofrecen a la imaginación, nadando, zambulléndose o corriendo por las orillas, con
figura humana y de color azabache, equivalente a la Yara y a la
Madre del agua del folklore afrobrasileño, con la diferencia que
en aquel folklore estos mitos tienen representación femenina.
Pereda Valdés anota otro mito afrouruguayo. El negrito del pastoreo en relación a un negrito jinete. Si bien es cierto que el güije
cubano monta muy bien a caballo no es éste su juego habitual.
Otra superstición muy difundida en la campiña uruguaya es la que
se relaciona con El negrito del pastoreo. No afirmamos la africanidad del mito; pero sí que la imaginación popular tomó como héroe del doloroso episodio a un niño negro, por consiguiente, a un
descendiente de africanos.
La tradición popular, que también es muy conocida en la región
pastoril del Río Grande del Sur, se refiere a un negrito esclavo de
un estanciero muy rico y malo, que le zurró bárbaramente, y sangrando lo arrojó en un hormiguero. A consecuencia de las heridas
falleció el negrito esclavo.
La tradición popular como leyenda compensadora de su martirio
lo hace aparecer montando un caballo bayo al frente de una tropilla
invisible. Protegido por la Virgen María, El Negrito del Pastoreo, si
se le prende un cabo de vela, promete devolver objetos perdidos.
RELACIONES DEL GÜIJE CUBANO CON LOS DUENDES EUROPEOS
El güije pertenece a la mítica parentela universal de duendes,
gnomos, elfos, trasgos, lutines, pucks, kabolds, etcétera. Es mitología muy variada y añeja.
Que sepamos, pocos de los duendes europeos son negros o
aindiados. El diablillo casi siempre es rojo o blanco. Ninguno tiene las formidables, variadas características de nuestro güije, ni de
sus divertidos procederes y trasmutaciones.
Oreste Plath en su Folklore chileno afirma que «los duendes
son seres fantásticos de pequeña figura. Viven de noche. Son todos de sexo masculino y los hay blancos y negros, los unos son
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serviciales y los otros bellacos». El color, al que nombra Plath, es
confuso. Parece que se refiere al color del traje y no al de la piel,
pues a continuación afirma: «Para otros, los que visten de blanco
son alegres y sólo hacen travesuras; los que visten de negro son
menos inocentes que los anteriores».
Plath, añadiendo más saber sobre la mitología del duende, acoge
una vieja leyenda sobre los orígenes: «Cuando Luzbel fue arrojado del cielo, le siguieron innumerables ángeles y temiendo Dios
que se fueran todos, dijo: “¡Basta!”, y el cielo y el infierno se
cerraron. Multitud de ángeles quedaron en el aire, sin poder volver al cielo ni penetrar en el infierno, y éstos son los Duendes».
Remarcamos que el güije no es para los cubanos un «demonio»,
en la acepción religiosa de ese vocablo. En la Europa fanática del
Medioevo hubiera sido conceptuado como un pequeño diablo,
engendro de los avernos, etcétera.
Unos parientes lejanos de nuestros güijes, en Francia, nos da a
conocer Collin de Plancy en su Diccionario infernal:
Los pigmeos, un pueblo fabuloso que se dice haber existido en
Francia. Los hombres no tenían más de un codo de alto.
A los tres años parían las mujeres y sólo vivían ocho. Sus casas
eran construidas de cáscaras de huevos, y en el campo habitaban
en agujeros que se hacían en tierra.
Como se ve la relación con el güije radica en el tamaño. De Plancy
añade un detalle simpático, que no hubiera disgustado a los advertidos güijes nuestros: «Los pigmeos tenían guerra con las grullas
que cada año iban a atacarlos. Ellos, montados en perdices, y
según otros en cabras proporcionadas a su estatura, iban a combatirlas armados de todas armas».
También De Plancy se refiere a un ser mitológico emparentado
con el güije solamente por vivir en el agua, y no por su extraordinaria originalidad consistente en su oficio de culturizar a los hombres.
Oannesu oes. Monstruo mitad hombre y mitad pescado, venido
del mar egipcio [...] Apareció cerca de un lugar contiguo a
Babilonia, teniendo una cabeza de hombre encima de otra de pez;
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a su cola estaban pegados unos pies humanos, y hablaba concertadamente.
Este monstruo permanecía entre los hombres sin comer, les
enseñaba las ciencias y literatura, las artes, la aritmética, la agricultura, y, en una palabra, todo cuanto podía ser útil para suavizar
las costumbres.
Al ponerse el sol se retiraba al mar y pasaba la noche debajo
de las aguas.
Que sepamos, la mayor relación del güije, con los duendes
europeos se halla en Asturias.
Constantino Cabal, en su valioso libro Mitología asturiana,
presenta este homólogo: el Xanu, enano que vive en las aguas. En
Asturias se le conoce con el nombre popular de «Juan Canas».
Cabal lo define así:
Se perdió la noción de su figura; se le supone chiquito, de mala
intención y fuerte... Vive oculto en las aguas de los ríos y a la vera
de los pozos. Acerca de su trabajo dicen que se limita a agazaparse y atisbar a las personas...
Tiene un «gavitu». Se agazapa y atisba... Y cuando el que llega
a su escondrijo se descuida un solo instante, le echa el gavitu, tira,
se lo lleva, y lo esconde en el agua para siempre.
Como en Cuba las madres amenazan a sus hijos que gustan de
bañarse en los pozos con el maligno enano de las aguas:
—¡No te acerques ahí, que te coge Juan Canas!
INVESTIGACIONES ACTUALES SOBRE EL GÜIJE
(1972-1973)
1: Personal
2: De equipo
Inicio de las investigaciones actuales (1972-1973)
Si queríamos conocer la historia, la forma general, las características físicas y sicológicas del güije cubano, de ayer y de hoy, no
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existía otra solución mayor que realizar nuevas, largas, extensas
investigaciones profundas, en la amplitud geográfica de la Isla,
para conocer a fondo qué restaba, vivo, del mito del güije en
Cuba.
Fue así que comenzamos el rastreo, por llano, valle, costa, montaña, villorio, y por pueblos y ciudades donde habitaran campesinos o familias de cercana procedencia campesina. El tiempo urgía.
Cada mes desaparecen valiosos ancianos. Organizamos un equipo
de investigadores. Lo aleccionamos debidamente y comenzamos
la tarea en los meses finales del año 1972, en diversas regiones de
Cuba, bañada por aguas corrientes (manantiales, ojos de agua,
arroyos, ríos) y por aguas inmóviles (pozos, charcos, lagunas,
babineyes). He aquí primeramente, el resultado de nuestra investigación personal, que ha arrojado muy fabulosas muestras
del mito acuático cubano.
Investigación personal sobre el güije de la Laguna del Itabo
Conociendo, por años, que el pequeño pueblo rural de Caonao,
situado en el municipio de Cienfuegos, es zona güijera y madreagüera, allí nos dirigimos para iniciar las investigaciones. Conocemos bien la región y sus habitantes.
Visitamos la extensa finca La Josefa, regada por el río Caonao,
donde se halla la Laguna del Itabo, y la Laguna del Río Ciego (no
sabemos por qué se le nombra «del Río Ciego» siendo una laguna
de círculo casi perfecto).
Las mayores referencias nos llevaron a la Laguna del Itabo, de
güije muy legendario.
Nuestro primer entrevistado fue Argelio Villalobos, serio mulato de cincuenta años, pequeño agricultor, que ha habitado, durante toda su vida, la referida zona. He aquí sus palabras:
GÜIJE DE DIENTES Y UÑAS LARGAS
El difunto isleño Godoy, que vivía pegado a la laguna, me habló
mucho de ese güije del Itabo.
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Él me decía que el güije salía el Viernes Santo antes de salir el
sol. Me dijo que se puso en vela y lo vio, y que cuando el güije lo
vio a él se tiró pal agua de cabeza. Dicen por ahí que el isleño se
murió de una fajazón que tuvo con el güije. Pero fue de tifo. Lo
llevaron para el hospital y duró dos días.
Él me dijo que el güije era un negrito chiquito, con los dientes
grandes, que se le salían para afuera, y con las uñas larguísimas.
Él lo vio bien. Yo no lo he visto nunca.
Nosotros los campesinos cuando hay momentos de escasez
de comida decimos que tenemos «un güije debajo del fogón».
Eso se ha dicho años y años y quiere decir ese dicho que no hay
comida.
Nuestro próximo entrevistado es Manuel Roque, Canelo, de
sesenta y cinco años, blanco. Ha vivido en El Itabo por años. Ha
sido agricultor durante largo tiempo. Actualmente es empleado en
una Escuela de Arte. Es hombre sincero y locuaz.
Versión de Manuel Roque
EL GÜIJE SALÍA POR LAS TARDES
En el tiempo de los Iznaga, en la Laguna del Itabo salía un güije,
por las tardes. Por la noche y la mañana nunca se le vio. Le gustaba el atardecer.
El viejo Iznaga me lo decía, que él vivía a orillas de la laguna.
Cusita también lo vio. Pero yo nunca lo vi. Decían que era un
negrito chiquito desnudo. Si a mano viene era verdad, porque la
naturaleza es del carajo: hizo un güije.
En toda mi juventud se decía eso. Y yo llegué a vivir cerca de la
laguna y nunca vi nada de eso. Al caimán que había allí antes del
güije, le dieron dos o tres tiros y vino a morir al Pontón. A lo
mejor el caimán se chupó el güije.
Gerardo Roque, de sesenta y tres años, blanco, carretero retirado, es nuestro tercer informante. Vive en Miramonte, sección de
Caonao, pero vivió más de cincuenta años en la zona campesina
de La Josefa, donde se ubica la Laguna del Itabo.
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Ese hombre casi analfabeto, muy impregnado aún de supersticiones y creencias. Sincero, bondadoso. Su versión:
GÜIJE LARGO Y FLACO QUE COMÍA CAÑA Y ASUSTABA
Es cierto que yo oí decir al viejo Pablo Iznaga que en la Laguna
del Itabo había un güije. Lo oí muchas veces de sus labios, y de
otra gente en el batey.
El güije salía en forma de gente. Salía como a asustar la gente
en los campos de caña, donde asustó a muchos macheteros, entre
ellos a Nicolás Roque, que pasó un susto tremendo. Ñico
Martínez, de aquí de La Josefa, le tenía un miedo tremendo. Venía
del corte de caña una vez y se topó con el güije.
¿Tú no has oído decir cuando hay un hombre muy largo y muy
flaco que le dicen: ¡Tú eres un güije!? Del güije siempre se ha
hablado; es largo y flaco.
Yo nunca lo vi. El güije pa mí es como un pescado, que se tira
en el agua y se pierde. Sale por la noche. Sale a comer cañas por
la noche. Pablo Iznaga lo vio comiendo caña. Él conocía bien la
laguna.
Pero ya no hay quien hable del güije por este lugar.
El cuarto informante sobre el güije de la Laguna del Itabo es
Ramón Pérez, sesenta y ocho años de edad. Agricultor retirado,
habitando en La Josefa. De todos los entrevistados el verdaderamente sospechoso de mentira y fantasía es Ramón Pérez.
Campesino lépero, tostado, de ojos vivaces y de habla rápida
y fácil, plagada de la jerga guajira, y con cierto tono burlón,
leve, pero bien marcado. Nos parece un mitólogo natural. En
la zona es conocido como «cuenta cuentos» y gran bromista. Su
aporte recoge leyendas generales. De inventarlas, es importante
modelo de mitólogo del pueblo. Su versión:
GÜIJE EN FAJAZÓN A PUÑO LIMPIO
En la Laguna del Itabo, en La Josefa, donde yo soy natural, habían un güije tremendo y una Madre de aguas ligaos. Allí vivían
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los dos. Ya hace una pila de tiempo que no oigo hablar de los dos.
Los güijes parece que se han dado a la fuga porque ya no se oyen
mentar por ningún lao.
La gente que vio al güije, y yo era muchachón, me contaba que
era un negrito bajito fuerte, que no comía gente, pero que era un
rayo. Yo no lo vi, pero el isleño Godoy que vivía cerca, al oír
hablar de ese güije tan tremendo, de curioso se puso a velarlo
metío dentro de un cañaveral.
El ciclón de Valbanera había traído una palma en una crecía del
Caonao y la había recostado allí y el güije tenía la costumbre de
subirse arriba el tronco y secarse allí cogiendo sol. Siempre dejaba en el tronco un charquito del agua que le escurría. Yo vi el
charco, pero al güije no lo vi. Luciano sí lo vio cuando pasó por
allí y preparó un día un lazo y cuándo el güije estaba cogiendo sol
arriba del tronco lo enlazó por una pata, pero el güije se safó y se
tiró de cabeza pal agua.
Pero el isleño Godoy sí tuvo un problema serio con el güije. Se
puso en vela en el cañaveral y cuando vio al güije arriba el tronco
e la palma se le fue arriba y lo sorprendió de espaldas. El güije
estaba tremendo de fuerte y Godoy fue y se abracó con él, pero
no pudo con él, no lo pudo dominar. Aquella fajazón de puño
limpio costó la muerte al isleño, pues le entró fiebre y enseguida
se murió.
Terminadas nuestras investigaciones sobre la Laguna del Itabo
deseamos conocer si en la cercana Laguna del Río Ciego, se había observado algún güije, si quedaba alguna leyenda sobre su
aparición. José Álvarez, blanco, cañero retirado, de sesenta y
siete años, poeta decimista y hombre de hablar muy medido nos
informó al respecto:
APARECÍA EN VIERNES SANTO
De acuerdo con los dichos de los viejos vecinos de esta zona de
Caonao, en tiempos pasados se hablaba de la aparición de un
güije aquí en el Río Ciego.
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La vieja Sabina Tartabull, que había sido esclava, y también un
negro viejo, al que le llamaban Manuel Guanguá, nos decían que
se habían asustado muchas veces con la aparición de un güije en
Viernes Santo. Ellos decían que era un negrito de una estatura
pequeña, que vivía en el Río Ciego, que hoy tiene un caudalito de
agua insignificante.
Yo nunca lo vi. Pero el viejo Quintana, de La Josefa, y Dominguito Abreu, ambos difuntos, me dijeron que lo habían visto un
Viernes Santo, en que iban a pescar. Y era el mismo negrito. Según el decir de ellos si las personas no miraban al güije éste los
miraba largo rato, pero apenas la persona veía al güije, éste se
tiraba al agua.
En todas estas zonas de por aquí, y yo las he recorrido todas,
ése es el único río en que había un güije. En la poza de Caledonia
decían que había otro. El teniente Lago, que está medio chocho de
viejo, dice que él lo vio. Los viejos de allí, Juan y Leoncio Castillo,
y Tomás Gutiérrez, un segundo del central Soledad, también dicen
que lo vieron en la poza de Caledonia. Hace como cuarenta años que
murieron. Ya no salen güijes. Eso es cosa de viejos atrasados.
Días después de la anterior entrevista con José Álvarez, nos hizo
llegar una información escrita sobre el güije en las zonas aledañas
al que fuera central Constancia, junto al río Damují, municipio de
Cienfuegos.
EL GÜIJE EN EL PASO DEL ARROYO BAB1NEY
Ireno Hernández era montero, era mi tío, y cuantos le conocieron
sabían que nunca fue capaz de decir y menos aceptar una mentira, y recuerdo que él siempre hablaba de la aparición de un güije
en el paso del Arroyo Babiney, cerca del central Constancia.
En el batey del central había un negrito congo de baja estatura
a quien le llamaban Comején, a quien él conocía, y dice mi tío
que era Comején quien se estaba bañando en el arroyo, y lo llamó por ese apodo, pero aquel negrito se lanzó bajo el agua y mi
tío se quedó esperando que saliera.
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Al ver que no salía, pensó que se había ahogado y regresó al
batey.
¡Cuán no sería su sorpresa al ver a Comején revolviendo la
cachacera, que era su trabajo! Y éste le afirmó que no había ido al
río a bañarse.
En el pueblo de Caonao encontramos al informante Alejandro
Pérez, negro, cincuenta y seis años, obrero agrícola. Es hombre
que ha trabajado por años en el campo y conoce bien los arroyos
y lagunas de la región. Su información se refiere al güije del
charco de El Brazo, cerca de Cumanayagua:
GÜIJE QUE RECIBIÓ NALGADAS
Yo vivía cerca del Brazo y yo iba a bañarme al Charco del Güije
que había allí, pero siempre con miedo al güije.
Pero ocurrió que a una señora negra se le fue el niño de la casa
y ella se botó para el charco, porque sabía que al niño le gustaba
bañarse allí y se encontró un niño negrito, y le peleó y le metió
nalgadas creyendo que era su hijo, y en cuanto lo soltó, se tiró al
agua y desapareció en el fondo.
La madre viendo que no salía se tiró a sacarlo y no lo encontró.
Vino gente y la sacaron media ahogada y llorando.
Y cuando fue para la casa se encontró al hijo. Y lo que pasó fue
que le pegó a un güije.
También en esa región de Cumanayagua, siguiendo la pista
dada por Alejandro Pérez, hicimos contacto con la joven informante (veintiún años) Ana Caridad García, blanca, bibliotecaria,
quien nos refirió una característica física singular del güije.
EL GÜIJE SIN OMBLIGO
En Cumanayagua hace mucho tiempo se oyó decir que cerca
del río donde crecen las cañabravas salía un animal al que le
llamaban güije.
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Las madres, para que sus hijos no se bañaran en el arroyo de
las cañabravas, les metían miedo a sus hijos con el güije, que era
un negrito sin ombligo.
Francisco León, cincuenta años, empleado del Banco, que reside
actualmente en Cienfuegos, pasó toda su niñez y parte de la juventud en las zonas rurales del municipio. Es hombre responsable
y conocedor de las costumbres campesinas. Su versión:
EL GÜIJE DE LAS CAÑABRAVAS
Cuando yo tendría doce años yo vivía en el batey de la finca
Dolores, cerca de Cumanayagua. Y los muchachos del barrio nos
íbamos a bañar en el verano, todas las tardes, al Charco de las
Cañabravas.
Pero hubo un vecino, que nos dijo que él había visto allí un
güije. Nos dijo que un día él estaba bañándose y que había visto
salir del fondo del río, en un lugar sombreado por las palmas, un
negrito chiquito. Se sentó en las yerbas de la orilla, y él salió
huyendo porque ya a él le habían dicho que allí salía un güije.
Entonces todos nosotros nos fuimos de ese charco, le cogimos
miedo, y nos fuimos a otro. Nosotros creíamos sinceramente en
el güije. Ya no se hablaba mucho de güijes en el batey y dondequiera. Un güije era lo más natural entre nosotros.
En Cienfuegos, Julio Jiménez, albañil retirado, ochenta y dos
años, lúcido y sobremanera locuaz y cooperador, nos dio importantes elementos sobre la conducta juguetona del güije cubano:
EL GÜIJE DE LOS GRANDES HALONES
Una vez fui a Arimao y allí me encontré con Julio Mederos y él me
dijo que en el charco llamado El Güije, allí cerca, él iba con su
hermano Salustiano, a pescar por la noche.
Una de esas noches, hace como dieciséis años, lanzaron sus
cordeles al agua y entonces sintieron que se los halaban fuerte.
Como en el charco no había pejes grandes se extrañaron mucho.
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Sintieron entonces otro halón más fuerte todavía y entonces
vieron al güije que se había asomado a la superficie. Los dos se
llenaron de miedo y arrancaron a correr. Dejaron los cordeles y
hasta los zapatos en la orilla del charco. Más nunca volvieron al
arroyo Los Marcos, que es donde está el Charco del Güije. Ese
nombre le venía desde muy atrás. Y el miedo que tienen de volver
por allí es grande todavía.
En La Josefa, en el movido curso de nuestras investigaciones por
zona tan güijera, entrevistamos a Mariano Sobrino, blanco, sesenta y seis años, agricultor retirado. Hombre escéptico y de escaso
hablar. Su versión:
GÜIJE QUE AHOGA EN CHARCO PRIETO
Ahí en La Moza, en Manicaragua, por la finca de mi abuelo, que
en paz descanse, pasa el río Arimao, y todos decían que salía un
güije y ningún muchacho ni gente grande se bañaba ahí del miedo
al güije. Pero una tía política mía, Micaela, se fue a bañar allí
porque no le tenía miedo al güije. Se bañó y se ahogó. Apareció
el cuerpo. Era buena nadadora, pero no le valió de nada. Eso era
por el 1910, o por el 1912, por ahí.
Desde entonces nadie más se bañó en el Charco Prieto.
Luis Gómez, famoso cantante decimista de Cumanayagua, cincuenta y dos años, blanco, tiene un amigo que corrió desconcertantes aventuras con los güijes del río Damují, que desemboca en
la Bahía de Jagua. Su información presenta aspectos divertidos y
muy cubanizados del güije:
GÜIJE BAILADOR DE RUMBA
Yo conozco a un hombre, amigo mío, al que veo a menudo. Se
llama Eulogio, y era patanero, hoy retirado.
Él me cuenta que mientras su patana venía cargada de azúcar
por el río Damují, desde el central Constancia, se le montaban
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dos güijes, dos negritos enanos. Llegaban bailando rumba; contentos. Y después de un rato se tiraban para el río. Eso era madrugada tras madrugada, cada vez que había tiro de azúcar para
Cienfuegos.
Él nunca les tuvo miedo porque ellos no le hacían daño. Era un
hombre fuerte y después que empezó a contar el cuento a todos
le dio como un barrenillo. Él juraba que los veía.
Informados de que en Santa Isabel de las Lajas corrían leyendas
de güijes, entrevistamos al lajero Emilio Díaz, sereno, sesenta
años, negro, hombre muy serio, de poco hablar, quien nos indicó
la característica de comilón del güije:
GÜIJE COME PUERCA
Cuando yo era chiquitico yo vivía en Santa Isabel de las Lajas, de
donde soy natural. Allí me hablaban siempre del Charco del
Güije, donde salía un güije. También había otro charco que se llamaba «de la puerca» porque allí se cayó una puerca y le sacaron
toda el agua al charco buscando la puerca y la puerca no apareció.
Ese negrito chiquito sigue allí pero como me mudé no sé si
sigue saliendo o no.
En Cienfuegos encontramos al lajero decimista Ángel Ramón Subit,
ferroviario, cincuenta años, blanco. Nos refirió que en el llamado
Charco del Güije se bañó varias veces y que iría a Santa Isabel a
traernos informes. Así lo hizo, captando valiosas características:
GÜIJE CON TRENZAS Y PELO LARGO, Y GÜIJE SIRENA
Con fecha 6 de marzo de 1973 entrevisté a los compañeros siguientes: Manuel Álvarez Cruz, natural de Lajas, de sesenta y
siete años de edad, quien dice que con respecto a lo que se le
pregunta del Charco del Güije sólo puede decir que cuentan que
una familia, que vivía cerca del lugar antes mencionado, fue a buscar agua a dicho lugar y vieron un negrito chiquito, con un pelo
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largo y que cuando vio las personas que se acercaban hacía él se
tiró para el charco y desapareció.
Marcelo Madrazo Madrazo, de ochenta y tres años de edad,
natural de Lajas, dice que dicen que un viernes santo vieron un
negrito con una trenza y que de repente desapareció en dicho
charco.
José Manuel Galindo de sesenta y ocho años de edad, dice
que cuentan que en dicho lugar se veía una figura que era mitad
pez y mitad negrito.
René Madrazo dice que todo es pura fábula, que cuentan que
las familias que vivían en las partes aledañas a dicho charco, le
decían a sus hijos, para intimidarlos, que no se acercaran a las
orillas de dicho lugar porque allí salía un güije que se comía
las personas. Esto se lo contaban a los hijos con el fin de que no
cayeran en el charco mencionado, por ser muy hondo, de agua
muy oscura y por tanto peligroso para los niños.
No satisfechos todavía con las informaciones sobre el güije de
Lajas nos dirigimos a varios lajeros y pudimos encontrar a Eufemio
Guzmán, de setenta y dos años, blanco, agricultor retirado, quien
sí vio un güije.
Fue nuestro primer entrevistado que viera un güije.
YO VI AL GÜIJE
Yo vi un güije en la zona de Santa Isabel, hará unos quince años,
allí donde vivía Emeterio Sarría, en un paso del río cerca de Vaquería.
A las 10 de la mañana lo vi. Con mucha luz.
Yo iba por allí buscando un lugar donde darle agua a mi caballo. Estaba sentado encima de una piedra. Estuve cerquita de
él, a siete u ocho varas. Era negrito. Como de dos pies y medio.
Tenía el pelo apasado. Tenía una nariz fina. No era aplastada. Él
me miró y cuando me vio se tiró al agua. Más nunca lo volví a ver.
Nuestro anterior informante, Julio Jiménez, se refiere a un güije
que aparecía en la región de Sagua:
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EL GÜIJE QUE AHOGÓ A SU ENLAZADOR
Yo conocí a José Ramón Hudson, que vivió en muchas zonas de
Sagua, en El Purio, El Pavón, Sitiecito, Mata, La Cueva. De niño
yo lo conocí. Murió por los años cuarenta. Era un negro que tenía
los pies partidos. Era el hombre más inteligente que yo he conocido en el campo. Cogía vivas a las codornices y los guineos. Era
desmochador y domador de caballos y curaba enfermedades con
remedios del monte, resinas y yerbas.
Él me habló varias veces de los güijes. Él era mayoral de la
finca El Jobero. Yo era muy joven y me impresionaba mucho lo
que él me decía. Me contaba que siempre de mañana había contemplado a la orilla del río Sagua al güije, que salía a coger sol.
Pero en cuanto sabía que lo estaban mirando se zambullía. Era
enanito muy prieto. No era malo, lo que era jíbaro. Él lo vio personalmente en distintas ocasiones. Apenas daba tiempo a ser contemplado con calma.
Me contó que hubo un hombre de la zona que lo quiso enlazar,
pero la fuerza del güije era formidable y arrastró al hombre que
no apareció más. Se lo llevó pal fondo del río y nunca se supo
más de él.
A mí me encantaba oírlo. Pero yo nunca he visto ningún güije y
me he bañado en mil ríos de Cuba.
En la zona de Sagua, José R. Pérez Huett, de veinte años, blanco,
nos informa sobre las características extraordinarias del güije del
río Sagua. El güije adquiere aquí algunos aspectos del tradicional
Diablo católico (cuernos y rabo con punta de flecha):
GÜIJE CALVO, CON CUERNOS, GRANDES COLMILLOS Y RABO,
QUE CAMINA SOBRE EL AGUA
En el río Sagua la Grande, cerca de la ciudad del propio nombre,
en El Dique, se dice que había un güije en forma de niño, de cerca
de pie y medio de alto, sin pelo, desnudo, con grandes colmillos.
Rostro y cuerpo desfigurados, un rabo terminado en punta (como
una flecha), un par de tarritos pequeños. El güije era negro. Se
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cuenta que a todo el que fuera a bañarse en ese lugar, le salía, y
luego desaparecía caminando sobre el agua. Al salir daba un grito
espantoso, llevándose la persona que se bañaba al fondo del río.
Un isleño que no lo creía y fue a ver si era verdad, junto con
otras personas, al meterse en el río, el güije dio un grito y se llevó
al isleño ante los testigos espantados.
Agustín Díaz, sesenta y nueve años, barbero, blanco, hombre locuaz, decidor, de extraordinaria memoria, nos informa sobre un
güije en Taguasco, Las Villas:
GÜIJE SIN PELOS
Una vez, por 1929, yo era barbero en Taguasco y un día vino a
pelarse uno de los Gómez. Él me dijo que acababa de ver un güije
en el Charco del Güije, y que estaba arriba de un tronco de guamá,
sentado allí. Él iba de paso y lo vio bien.
El güije tenía el tipo de un negrito de dos años, y era «chino».
No tenía pelos, ni nada, todo pelao.
En cuanto lo vio hizo como la jicotea, se tiró pal agua.
Justo Campo, pintor, mestizo, cincuenta y cinco años, nos informa de un reputado güije que existió en una laguna en los campos
aguadenses:
GÜIJES DE PALO A LAS ÓRDENES DE UN BRUJO
Mi abuelo vivió como cien años y él me decía que me cuidara de
un negro congo al que le decían «Canajo», que era brujo.
Lo vieron muchas veces hablando solo a orillas de una laguna.
Y la gente decía que tenía güijes allí y los mandaba.
Mi abuelo me decía que nunca me acercara a él, que tenía
güijes y era malo. Y yo le huía siempre. Pues le echaba los güijes
de la laguna a la gente.
Yo le pregunté a mi abuelo qué era eso de los güijes y él me
dijo que eran unos negritos de palo que corrían por la laguna. Yo
les tenía mucho miedo.
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Marina Alemán, cincuenta y cuatro años, ama de casa, residiendo
actualmente en Santa Clara, nos informa sobre la fama de los
güijes en Caibarién, al extremo de dominar en los carnavales las
mascaradas.
COMPARSAS DE GÜIJES
En Caibarién, en tiempo de carnavales, hace como cincuenta años,
salían comparsas de güijes. Iban de casa en casa, tocando güiras
y timbalitos, cantándoles a los vecinos. Llevaban un saco y lo
llenaban de los regalos que les daban por tocar. Todos los años
salían y llenaban de música el pueblo las comparsas de los güijes.
Por allí salían muchos güijes, y por eso llegaban a tanto mérito.
Investigando en las montañas de Las Villas, donde corren fuentes, cascadas, manantiales, y hay pozos y charcos, el joven Delvis
Catoni, veinticuatro años, estudiante, ofrece los siguientes informes sobre el güije montañés:
GÜIJE CON ENORMES ALAS SECUESTRA UNA NIÑA
En la zona del Escambray, conocida por Meller, se dio el caso, ya
hace varios años, de la niña Onelia Fernández, de doce años de
edad.
Según cuentan, ella se encontraba tumbando mangos cerca
de un río que cruzaba próximo a la casa. La madre no cesaba de
llamarla: «Hija, ven para acá, mira que hoy es Viernes Santo y hay
que estar en la casa». Pero la niña no hacía caso.
De repente la mamá ve que alguien había atrapado a su hija por
la cintura y la conducía al río. La familia de la casa se lanzó al
auxilio de la infeliz criatura en manos de aquella cosa que según
los que la vieron era algo endemoniado. El extraño personaje acosado por palos y piedras soltó la criatura, ya desmayada, en la
arena.
Palabras propias de la víctima, ya hoy con sesenta y cinco años,
de los familiares, describen que aquella cosa era más o menos
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del tamaño de un ternero, negro y con enormes alas, pezuñas,
emitiendo fuertes chillidos. Allí le atribuyeron todo aquello a los
güijes, aparecidos en la Semana Santa.
Nos dirigimos a las zonas empinadas del Escambray, región de
Trinidad, en busca de los raros güijes montañeses. No fue fácil
encontrarlos. No gustan de la montaña. Al fin, en la zona El Condado, hallamos a Pedro Juan Fernández, veintiún años, mestizo,
del Consejo Nacional de Cultura, quien nos informó sobre el
güije de La Jícara, una poza, en un arroyo cercano, la cual visitamos y fotografiamos. Relato de Pedro Juan Fernández:
UN GÜIJE DE PELO LARGO ENLAZÓ A UN MONTERO QUE MURIÓ
DE FIEBRE
El Viernes Santo salía en la Poza de La Jícara, de la finca La
Pitilla, en Condado, Lomas de Trinidad, un güije.
El güije era un negrito bajitico, trabaíto, gordito. Tenía los ojos
colorao, y pelo muy largo. Salía a peinarse el pelo largo. Se sentaba
en una laja del charco y se ponía a peinar.
Se cuenta que muchos lo vieron, pero no lo pudieron ver de
cerca, porque cuando sentía pasos se zumbaba pa la poza.
Lo de él era que se le conoció alguna maldad, porque a mí me
contaron que él llegó a enlazar a un montero que trabajaba aquí
en la finca. El problema fue que el montero venía y lo vio y se bajó
del caballo, cogió el lazo y tiró a enlazarlo.
Bueno, según me dijeron, el güije cogió el lazo, y cuando el
montero vino a darse cuenta el güije lo enlazó a él, y el que estaba
jalando era el güije. Bueno, el montero logró irse y hubo de darle
después una fiebre muy grande y de esa fiebre falleció.
Del güije, bueno, sí se oían los comentarios. Aquí nos metían
miedo los viejos, que no vinieran a bañarse ahí, porque el güije
jalaba a uno pa dentro, y por eso muchas veces me cohibí de
bañarme.
El padre de Octavio, Gregorio Hernández y Manuel Zayas,
lo vieron, y lo contaban a los muchachos. Los muchachos le
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teníamos horror. Incluso, con este tamañón que yo tengo, cuando paso por aquí me da un miedo tremendo.
Víctor Rojas y Palacios, de cincuenta y siete años, mestizo,
empleado del Poder Local, nos refiere, después de llevarnos a la
Poza del Güije de la finca La Luisa, lo siguiente:
GÜIJE CAZA MOSCAS
Mi abuela Guadalupe Palacios me contaba que ella vio también
al güije en Viernes Santo
En la Poza del Güije, en La Luisa, ella vio a un güije que salía
desnudito y que cazaba las moscas que se posaban en sus patas,
y se las comía.
Allí él tenía su cueva, pegá a la poza, y allí se metía a dormir. Y
de ahí salía a bañarse en su poza.
En el mismo condado, nos dirigimos a la casa de Pablo Fernández,
negro muy solícito, de sesenta y siete años, buen narrador, bondadoso, quien nos aclaró el suceso del montero enlazado por el
güije en esa misma zona:
EL MONTERO ESPECIALISTA QUE NO PUDO ENLAZAR AL GÜIJE
Esos relatos de güijes se los oía yo a mis padres, desde los tiempos de España. Y eran de un güije que salía en el arroyo de
Cayacas, ahí en La Pitilla.
El güije era un negrito que salía ahí y se ponía a calentarse
arriba de las piedras. Los monteros le tiraban lazos y ninguno lo
podía enlazar.
Buscaron entonces a un montero especialista en enlazar, de
Cañamabo. Él se puso en vela y lo enlazó. Lo haló, con la soga
bien amarrada al pico de la montura, y dio espuelas a su caballo
para arrancar el güije del río y traerlo a rastro para el pueblo.
La gente que estaba viendo aquello gritaba:
—¡Enlazaron al negrito! ¡Lo enlazaron!
Pero el güije se tiró al agua y haló. Arrolló al caballo y lo arrastró.
La soga se reventó. Y al otro día el montero amaneció muerto.
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Subimos más, investigando, sierra adentro. Ya en Yabanabo, una
sola persona, María Moreno, de ochenta y seis años de edad,
conocía del güije montañés. Nunca lo vio. Pero supo que, en
Valdés, por donde pasa el río Yabanabo, existía un güije. Ningún
muchacho se bañaba allí, del miedo que le tenían. «Era un negrito
prieto con la boca colorá.» Nunca lo vio. Otras personas lo vieron.
Ella no. Bajamos después a la vieja ciudad de Trinidad, donde,
según se nos había informado, se hallaba la Poza de Ma Dolores, donde salía un güije muy renombrado.
Trinidad es ciudad que fue famosa por sus güijes. El historiador de la ciudad, como hemos visto, refiere el poder religioso del
güije de la zona, mayor que el de los católicos.
Ya en la ciudad, después de muchas visitas a viejos conocedores, nos dirigimos a los campos de Magua, y visitamos, tras larga
marcha, la Poza de Ma Dolores, que fotografiamos. Ninguno de
los vecinos de la zona quiso dar informaciones sobre el güije de la
renombrada poza.
Esa misma noche celebramos una gran reunión con los ancianos de Trinidad para conocer sobre distintos temas folklóricos de
la región; entre ellos los güijes de la zona.
Recogimos variados, breves testimonios.
José Sánchez Altunaga, músico:
GÜIJE CURANDERO ASUSTADO
Yo sé donde está ese güije. Una vez se asustó con una viejita que
se llama Ma Dolores y desde entonces desapareció el mencionado güije.
Ma Dolores, sé que hizo muchas curaciones con la saliva de
sus labios. Y en el agua de la poza había que bañarse con ropa. El
güije de allí ayudaba a curar cuando Ma Dolores se iba. Ella lo
asustaba.
Elena M. García Adlington, profesora jubilada, sesenta y dos años,
afirma que el güije de la Poza de Ma Dolores era «un güije bueno».
Pero también nos informó que otros eran malos, que se llevaban a
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los niños para comérselos. Era «el coco conque le metían miedo
a los niños las madres ignorantes».
Juan B. Zerquera, jubilado, sesenta y tres años, conoció de güijes
en el río de Las Castañas. Éstos salían los viernes santo. Jorge
Luis Díaz, plomero, veintinueve años, afirma que el güije «era un
niño negro que solía ir en semana santa a la Poza de Ma Dolores
y después regresaba a la iglesia». Era un negrito que «obsesiona
la mente con su brillo deslumbrador», afirma Francisco Barceló,
barbero jubilado, sesenta y seis años.
Agustina González, cincuenta y cuatro años, negra, ama de casa,
realiza el sincretismo chichiricú-güije en su corto informe:
GÜIJES LLORONES Y GRITONES
El güije era asunto de santerismo.
Se sentían que lloraban como niños.
Daban chillidos asombrosos.
También había chichiricús o checherecuses que eran unos muñecos hechos en especie de figuras de niños que los usaban los
santeros con prendas judías, y los enviaban a los distintos lugares
para hacer daño.
Ulises Prado, mestizo de veintiséis años, plomero, nos cuenta una
rara leyenda sobre el güije y su conocida afición a peinarse:
EL GÜIJE QUE PEDÍA SU PEINE
El güije es un niño prieto, que salía en distintos lugares de Trinidad. Según las leyendas dicen que por el río del Guarabo pasaba
un campesino y que vio un güije, y que el güije se estaba peinando
en un tronco seco con un peine de oro.
Cuando el güije lo vio se tiró al río dejando el peine en el tronco. El
guajiro lo recogió y se lo llevó para su casa dándoselo a su mujer.
Pero al otro día cuando él pasó por el río oyó que le decían: «¡Oye,
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devuélveme mi peine, que es mío!» Y así pasaron muchos días y
siempre cuando él pasaba oía lo mismo. Hasta un día en que el
guajiro se echó el peine en el bolsillo y lo llevó al río, y se lo puso
en el palo seco.
Y desde ese día no lo oyó más.
En un breve recorrido por la provincia de La Habana, provincia
no güijera, recogimos algunos informes de hijos de campesinos
orientales. Julio César Osorio, de veintidós años obrero de la
imprenta 04, nos relató que sus padres le contaban que «los güijes
ahogaban a los niños». Y algo muy peculiar, que «salían bailando
en un solo pie».
Miguel Escamilla, en la misma imprenta, de familia villareña,
nos informó que «los güijes eran los espíritus de los ahogados en
los ríos».
Pero fue Rafael Pérez, de sesenta y cuatro años, obrero constructor, de origen campesino, villareño, quien, en el reparto La
Güinera nos refirió un singular episodio grotesco con los güijes:
FALSO GÜIJE EN LA HABANA
En el reparto Diezmero se formó un aguaje muy grande el año
pasado (1971), de que salía un güije y que había ahogado a muchachos que se fueron a bañar. Yo trabajaba a dos cuadras del
lagunato y sé bien que los ahogó un remolino. Pero empezó la
novelería y se empezó a juntar gente pues decían que el güije
asomaba la cabeza y se escondía otra vez. Y yo fui a verlo y lo
que vi fue un tronco de una palma que el remolino rejundía pa
bajo y luego volvía a asomar arriba, y la partía de bobos viendo
y comentando, sin darse cuenta de que eso era cuento y bobería na ma.
Nuestra última investigación se realizó en Camajuaní, zona muy
güijera.
Recogimos de boca del mecánico Enrique Viera un raro tipo
güije-majá, dado a ejecutar impresionantes majaderías:
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GÜIJE-MAJÁ
Cerca de Camajuaní se encuentra, en el río del mismo nombre, un
paso llamado de Los Díaz, el cual los campesinos de la zona no
se atrevían a cruzar después de oscurecer porque se contaba que
había sucedido en una ocasión que al cruzar un campesino, un
negrito bajito, semidesnudo, se le había aparecido montado a la
zanca del caballo. Le impidió caminar, pues sus piernecitas se
prolongaban como majases enredándosele en las patas traseras
del animal, causándole pavor al jinete y al caballo.
Aporte del equipo
Para colectar testimonios importantes sobre las características
del güije, se constituyó un grupo de investigadores voluntarios.
Siempre estuvieron muy interesados en la investigación. Después
de nuestro aleccionamiento, en cuanto al cuidadoso método a
seguir, se lanzaron, con la adecuada paciencia y el adecuado entusiasmo, a realizar una pesquisa a fondo por los campos y pueblos
donde se suponía existieran los más ricos testimonios del mito.
El equipo
El equipo fue compuesto por Magaly Landa Pérez, treinta y dos
años, ex-auxiliar de nuestro departamento, quien investigó sobre algunas zonas de Matanzas, Las Villas y Camagüey;
Lawrence Zúñiga, pintor, de treintiún años, investigador en
Baracoa, Oriente; David G. Gross, joven escritor, radicado en Palma Soriano, Oriente; Humberto Barreras López, de veinticuatro años, técnico de Rayos X, investigador en la provincia de
Matanzas; Rigoberto Valdés, veintiséis años, poeta, investigador
en la provincia de Las Villas; Ena Torres, maestra rural, veinte
años, radicada en los campos de Camajuaní, Las Villas; René
Batista Moreno, poeta, treinta años, investigador en la Regional Caibarién, Las Villas; Miguel Martín Farto, veintiún
años, médico, investigador en Remedios, Las Villas; Aida Ida
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Morales, pintora, cuarenta y dos años, investigadora en Santa
Clara, Las Villas; Adalberto Suárez, cuarenta y tres años, carpintero, investigador en las presas de Las Villas y Matanzas.
Cosecha de Magaly Landa Pérez
YO VI GÜIJES
En eso de los güijes yo no creía. Un tío mío, que vivía en Camagüey,
siempre me decía que por allá salían en los ríos unos negritos
chiquitos que mordían y que por las mañanas se sentaban a coger sol arriba de una laja grande que había en el medio del río,
que cuando veían gente se tiraban al agua enseguida.
Decía que eran igual a un humano pero que en vez de pelo
tenían como una mazamorra verde en la cabeza.
Pero yo, Rita Piedra, a los treinta y dos años vi un güije, con
mis propios ojos. Eran como las seis y media o las siete, anocheciendo. Yo venía, con mi mamá y mis hermanos chiquitos, que
después que murió papá los fui a buscar para que vinieran a vivir
conmigo a Cárdenas. Veníamos con todos los trastes, calderos y
todo. Yo venía alante con un bulto, echando, pa pasar el puente
del río San Pablo antes que el agua lo cubriera, porque había
llovido en la cabecera y el río venía muy crecío.
En eso oigo una cosa que se tira de la baranda del puente pal
agua y miro y veo como dos cabecitas nadando apurás. Entonces
pensé: «eso no es pescao». Y tiro una piedra y salta pa’rriba un
negrito chiquito como de seis meses y después se volvió a hundir.
Mi cuñao me dijo que como el río estaba crecío el agua arrastró los
güijes desde lejos, porque ellos viven en todos los ríos profundos.
También, en una casa que yo trabajé, de gente muy rica, que se
fueron porque le quitaron primero ochenta caballerías, después
treinta y después veintitrés y se fueron del país. Ellos eran de por
allá del punto ese que nombra mucho Barbarito Diez, de SanctiSpíritus, y la señora me contaba que por el medio de la finca, que
era muy grande, pasaba un río, pero que ella no dejaba que los
niños se bañaran porque salían güijes, que eran unos negritos con
yerbas en vez de pelo en la cabeza.
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Rita Piedra, sesenta y tres años. Empleada de Círculos Infantiles. La Habana.
EL GÜIJE TIRAPIEDRAS DE VIOLETA
Yo nací en Dominicana y vine en 1915, de dieciocho años, para
Cuba. Viví muchos años en Oriente, me conozco toda la provincia de Oriente.
Después vine a pie para Camagüey y aquí en Violeta fue donde
oí hablar de güijes por primera vez hace como treinta años.
Decían que en el ojo de agua que hay en la colina Uno de
España había un güije que tiraba piedras a todo el que pasaba
por ahí.
La Guardia Rural no tenía descanso velándolo, pero nunca lo
pudieron coger, porque el güije es un animal que tira piedras, pero
nadie sabe cómo es porque no se puede ver.
Otilia Valladares, setenta y seis años. Dominicana. Violeta,
Camagüey.
GÜIJES COMEGALLINAS
De eso de los güijes yo he oído hablar mucho pero yo no los he
visto nunca ni quiero verlos.
Donde hay muchos güijes es en Oriente, en casi todos los ríos
de por allá salen güijes, la gente, aunque no los vea, lo sabe por el
rastro del excremento que es colorao. Dicen que son como unos
negritos chiquiticos pero no se sabe si tienen piel, o escamas, o
pelo, porque ellos huyen cuando ven gente y la gente huye cuando los ve, y nadie ha podido mirarlos con detenimiento.
Aquí en Violeta dicen que vivía uno en el ojo del agua y
que salía en el canal del Uno de España. Un hombre de aquí, que
ahora está en Florida, lo vio una noche, na menos que a las
doce de la noche. Iba cruzando el canal sentao en la montura
pa no mojarse los pies y cuando lo vio se cayó en el agua y por
poco se ahoga.
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Esos bichos no le hacen na a la gente, lo que sí comen gallinas
como loco.
Lorenza, sesenta y tres años. Ama de casa. Violeta,
Camagüey.
GÜIJE BORRACHO, CAZADO
Güijes no, jigües, es como se llaman. Cuando yo era muchacho,
fui con un primo hermano mío a pescar el río que pasa por
Chaporra, donde hace un charco que le dicen El Vedao, y mi
primo llevó una botella de aguardiente pa echársela al jigüe6 que
vivía allí, es una piedra hueca que había en el río. Si no le echaban
aguardiente, no dejaba picar a ningún peje.
El primo tiró la botella tapada y se fue pal fondo y al poco rato
estaba «boyando» vacía.
Entonces vimos al jigüe que hacía un «güip, güip» y se asomaba.
Mi primo cogió una piedra y se la tiró en una de esas veces que
salió y le dio en la cabeza. Entonces mi primo se lanzó al agua y lo
agarró. Era un negrito igualito a un niño, prietecito, la piel prietecita,
y la cabeza y pies iguales a los de un cristianito. Mi primo entonces lo volvió a echar en el agua cuando vio como era.
Estaba desmayado por la pedrá y por el aguardiente que había
tomado, por eso lo pudimos agarrar.
Miguel Echeverría, cientocuatro años. Violeta, Camagüey.
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En relacion al güije cubano y su botella de aguardiente lanzada a su
charco es conveniente reproducir la leyenda que recoge De Plancy
sobre otra botella lanzada a un diablejo en Francia, botella llena, posiblemente, de «agua bendita» y no de «aguardiente»: San Sulpicio era
obispo de Bourges y al dar la vuelta a su diósesis, suplicáronle unos
labriegos le echase al Diablo de un lago en que se había retirado san
Sulpicio, naturalmente, benigno y compasivo, consintió en la demanda
y les dio una botella de un santo bálsamo para arrojarla a lago, y luego
no solo se marcharon los demonios del lago sino que también este se
vio lleno de peces para alimento de los habitantes del contorno.
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GÜIJES CANTORES FASCINANTES
Allá en Alonso Rojas, en Vuelta Abajo, donde yo vivía cuando
era jovencita, había un charco muy profundo, y ahí salían, los
Jueves y Viernes Santo, sentados en una tablita, dos güijes, hembra y macho, y se ponían a cantar un canto «finito» que no se
entendía, pero que uno se encantaba oyéndolo.
Para ver los güijes, que eran como niños negritos con los ojos
redondos muy grandes, había que esconderse bien porque si ellos
se daban cuenta de que los estaban mirando, tiraban a esa persona pal agua.
En esos días en que los güijes salían, el agua del charco se
ponía prieta, y daba vueltas como un remolino sin parar. Yo no los
vi, pero mucha gente que los vio contaba que eran así.
Arcadia Sánchez, ochenta años. Violeta, Camagüey.
Cosecha de Lawrence Zúñiga
TRAMPA DE MAÍZ PARA EL GÜIJE
Mira, cuando yo era muchachón me decían que ahí, en Joa había
un güije, pero yo creo que esto lo inventaron los mayores para
meterle miedo a los muchachos. Yo tenía un amigo de Sagua que
me contaba que el güije existía porque él lo había visto. Él me
decía que el güije era un pez grande con cuerpo de muchachito
pero con cara de hombre y para cogerlo había que hacer un depósito con rejitas y echarle maíz. Entonces tirarlo a la poza y cuando
el güije mete la mano pa coger el maíz se le traba y no puede
escapar. Él dice que el güije es de color negro, pero yo creo que
todo eso es cuento de camino.
Rafael Sánchez, noventa y tres años. Baracoa, Oriente.
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EL GÜIJE DEL CHARCO DE LA PALMA
Es verdad que en el Charco de la Palma de Joa vivía un güije. Eso
era un pozo grande y ahí salía un güije. Yo no lo vi nunca pero sí
me lo contaban gente que lo vieron. Una vez un amigo mío venía
del pueblo montado a caballo y al bajar la lomita esa que queda al
pie del Charco de la Palma, miró pal agua y vio el güije, que se
tiró al agua cuando sintió los pasos del caballo. Mi amigo, al verlo, tiró la rienda del caballo y iba que jodía. Él cuenta que el güije
era un bicho prieto que tenía parecido a un muchachito negrito y
andaba desnudo.
Eusebio Gruzata, noventa y nueve años. Jubilado. Baracoa,
Oriente.
EL GÜIJE Y SU MUJER LA «SIGUAPA»
¡Ah... sí! Del güije he oído decir mucho, aunque yo nunca lo vide.
Pero me cuentan que en el charco del río Joa vivió muchos años
un güije y se pasaba el día entero encaramado sobre una piedra, al pie del charco, y cuando vía un hombre que venía por el
camino se tiraba de cabeza al agua, pero si era mujer se enamoraba de ella.
El güije dicen era un hombre chiquitico, negrito y cabezón,
siempre andaba en cuero. También dicen que ahí vivía una
«siguapa», que es la mujer del güije, pero de ésta no sé mucho,
pues además yo no la vide.
Andrés Soler Blanco, cien años, Jubilado. Baracoa, Oriente.
SIGUAPA ADÚLTERA Y AFICIONADA AL RON
La abuela de mi señora me contaba que una vez había una fiesta
en un campo y se terminó la bebida. Entonces dos o tres jóvenes
de la fiesta salieron del baile a la tienda más cercana por ron. Para
ir a esa tienda había que pasar por un río.
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Ya de regreso y con el ron, al llegar a este sitio del río, saltó una
siguapa que ya los estaba esperando, y atrapó a uno de los jóvenes. La siguapa comenzó a acariciarlo pues quería acostarse con
el hombre, pero éste, ya usted sabe, insultado. El resto, viendo el
panorama, y ya conociendo a la siguapa, le brindaron ron y como
a ella le gustaba mucho la bebida comenzó a tomar, pero sin soltar al hombre. Lo seguía acariciando. Pero cuando el ron se le
subió para la cabeza lo soltó, y el hombre viéndose libre iba como
mula espantada por el Diablo.
La siguapa era la mujer del güije. Es una mujer chiquitica, de
color negro y con el cuerpo cubierto de pelos. Siempre andaba
desnuda. Los pies planos y con el carcañal para alante y los dedos hacia atrás. El pelo de la cabeza muy largo y no hablaba, sólo
hacía un ruido así: «Ju-ju-ju-ju-ju-ju»...
También me contaba que a la siguapa le gustaba mucho el jobo,
y siempre la veían encaramada tumbando y comiendo jobo.
Juan Pedro Alayo, ochenta y ocho años. Procurador. Baracoa,
Oriente.
MUERTE A TIROS DEL GÜIJE DE TABAJÓ
Mire, Zúñiga, yo no fui quien ayudó a matar a uno de los güijes
que había en Baracoa, quien fue es un señor que vive por el cerro
de Tabajó y se llama Isidoro Gómez. Yo soy muy amigo de él y
siempre salimos juntos a cazar jutías, y un día pasamos por un
lugar y me dijo:
—Librado, usted ve esa cueva que está ahí, pues ahí vivía un
güije. Yo siempre lo veía y lo ayudé a matar.
El güije era un negrito chiquitico que todos los días a la salida
del sol salía a coger sol y nosotros un poco temerosos de los
cuentos que nos hacían que el güije se llevaba a la gente para la
poceta lo denunciamos a la Guardia Rural. Ahí dentro de esa cueva
hay pocetas y es donde el güije lleva a la gente. Un día nos pusimos de acuerdo con los guardias y velamos al güije, y cuando
salió el sol ahí estaba el negrito subido arriba de una piedra. Entonces los guardias dispararon y éste dio un salto y se metió en la
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cueva. Parece que no lo mataron de a viaje sino que lo hirieron, y
con los días se murió ahí dentro, pues yo me arrimé a la cueva
y había peste a mortorio, y las auras sí comieron del güije, pues se
metían en la cueva y salían y yo presencié todos estos hechos.
Además sé que mataron el güije porque más nunca salió a coger
sol.
Isidoro no se cansa de hacerme el cuento del güije y los guardias, pues cada vez que pasamos por la cueva repite la historia.
Isidoro Gómez tiene sesenta años y vive en el cerro de Tabajó,
barrio de Duaba.
Librado Suárez, cincuenta y dos años. Jubilado. Patricio
Lubumba núm. 24, barrio La Playita, Baracoa.
Cosecha de David G. Gross
GÜIJE LASCIVO
Mi papá tenía una finquita por la zona de La Maya y nosotros
íbamos los domingos a bañarnos en la zona del arroyo.
Una mañana, mientras estábamos jugando en el agua, sentí
una mano muy fría que me tocaba entre los muslos. No dije na,
para no asustar y que no se fueran a reír de mí. Al poco rato mi
hermana Elba dio tremendo grito y dijo que un hombre le había
cogío la nalga. Una muchacha que cocinaba en casa de los viejos
salió gritando:
—¡El Güije, coño, el güije!
Imagínese la corredera, si hasta mi hermana se desmayó.
Nadie lo ha visto nunca, pero dicen los viejos que es como un
negrito cabezón con cola de pescado. Después de aquel susto no
volvimos a bajar al arroyo.
No, no ría, que a mí también me agarró la nalga.
Gela. Terminal Calle 4, Santiago de Cuba.
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Informe de Humberto Barreras
GÜIJE BEBEDOR DE AGUARDIENTE
En Placetas, centro geográfico de la provincia de Las Villas y por
ende de la Isla de Cuba, hacia el sureste se encuentra el central
Benito Juárez (antes Zaza), así como sus áreas cañeras bañadas
por el río del mismo nombre, el cual, naciendo como un pequeño
riachuelo en la cercana población, llega a ser el segundo de importancia en el país. Ese río, que ya al llegar al central es bastante
caudaloso, luego de muchas vueltas y revueltas, pasa por la colonia de la familia Castellanos y, poco antes de llegar al potrero que
ellos llaman Manaquitas, forma una poza de regular tamaño,
franqueada en su ribera izquierda por una pendiente suave, cubierta de pomarrosas. Ella da acceso al lugar. Su ribera derecha
forma un abrupto barranco erizado de grandes rocas calizas sobre el nivel del agua.
Se llama a este lugar la Poza de los Majases o la Poza del
Güije. Al indagar nosotros sobre el porqué de tan singular denominación, Chicho Castellanos, de veintidós años, campesino y
obrero del central, nos informó:
—Dicen que en esa poza hay un güije.
—¿Usted lo ha visto? ¿Cómo es? —le preguntamos.
—No; yo no lo he visto, pero dicen que es un negro, chiquito,
un enano que se baña en cuero en ese lugar, siempre de noche,
nunca de día. Un enano que parece que vive en el agua.
«Bueno, nunca he oído decir que se meta con nadie. Sólo se
dice que si le dejan por la tarde, a la orilla de la poza, aguardiente,
no importa la cantidad de botellas que sean, al otro día amanecen
vacías.
»¡Parece que es un güije borracho!
»Algunos dicen que tiene escamas igual que las truchas y las
biajacas. Otros, que hace el Mal de Ojo».
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Cosecha de Rigoberto Valdés
GÜIJE BROMISTAY COLMILLUDO
En el municipio de Vueltas hay un charco llamado Charco Largo.
Y cuenta un guajirito de esa zona que él montó al anca de su
caballo al güije que hay en dicho charco. Un día cuando fue a
cruzar el río se encontró con un negrito que le dijo: «Señor ¿Usted me puede pasar al anca de su caballo el río?» Él le dijo: «Sí,
hombre; ¡cómo no!» Lo montó al anca de su caballo y cuando iba
por el medio del río el negrito le dijo: «Mire hacia atrás». Y cuando miró, el negrito le mostró cuatro colmillos semejantes a los de
un perro, y entonces saltó para el charco riéndose a carcajadas.
Juan García. Campesino. Vueltas, Las Villas.
GÜIJE QUE ARAÑA
En el río de Sagua hay un charco llamado El Güije. Este nombre
se le debe porque dicen los vecinos de la zona que en varias
ocasiones han visto al güije que reside en este charco.
Dicen que tiene la forma de un negrito chiquitico. Una vez se
bañó en este charco un señor de Camajuaní, al cual le llaman por
sobrenombre El Güije. Este sobrenombre se le debe a que cuando
se bañaba en este charco, el güije salió y lo arañó por la espalda.
Juan Pérez Díaz. Campesino. Sagua, Las Villas.
Cosecha de Ena Torres
FIEBRE DE GÜIJE
Dicen los campesinos de por aquí que en la Presa de Francisco y
en la de José, han visto salir a coger sol un negrito chiquito, desnudo, y con el cuerpo cubierto de pelos, parecido a un mono.
Dice Agustín Santos que una noche en que él estaba pescando
camarones en la Presa de Francisco, sintió un ruido en el agua,
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alumbró con el farol y vio un güije. El güije se zambulló muy rápido, y no pudo verlo más. Se quedó allí mucho rato escondido,
pero no lo vio más. Al otro día Agustín tuvo una fiebre muy alta,
y una curandera que vivía por aquí, cuando él le contó lo que
había visto la noche anterior, le dijo que la fiebre que tenía era
muy mala de curar, que era «fiebre de güije» Y que a quien veía un
güije le daba mucha fiebre.
Orlando Vergara, cuarenta y nueve años. Pequeño agricultor.
El Bosque, Camajuaní. Las Villas.
Cosecha de René Batista Moreno
GÜIJE FOTOGRAFIADO
Amado Pérez me dijo a mí que había visto dos güijes. Entonces
yo fui allá con una cámara de cajón y con una fórmula que me dio
un conguito amigo mío. Los güijes son muy delicados y quieren
mucho a su padre.
Por eso quien quiere ver a un güije tiene que tirarle cinco rosas
rojas y un tabaco. Ellos se quedan con las rosas y le regalan el
tabaco a su padre, porque los güijes quieren mucho a su padre.
Le tiro al charco las rosas y el tabaco, y el güije sale. Salió uno y
no dos como decía Amado Pérez. Y le tiro la foto. Cuando sintió
el ¡clic!, del disparador, el güije se zambulló. La foto me salió
bien, buena. Y la tengo guardada para mí.7 El güije tiene los dientes como alfileres, es muy chiquito, y tiene los ojitos muy risueños.
No tiene ni pelos ni barba como dice la gente.
Pedro Fernández, cincuenta y siete años. Radiotécnico.
Camajuaní, Las Villas.
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Al conocer el relato, visitamos al informante en su casa; pero no halló la
fotografía del güije. A nuestro juicio el informante es un mitómano absoluto.
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GÜIJE LADRÓN DE DULCE DE GUAYABA
Una vez pasamos mi hermano y yo por Poza Redonda; eso está
cerca de Camajuaní, con rumbo a Remedios. Dejamos una barra
de dulce de guayaba que traíamos en la orilla de la poza, y nos
tiramos; el agua estaba buena.
En eso vimos salir un güije de una charquita que estaba al lado
y cogió los paquetes de dulce de guayaba y se metió en la charquita
otra vez. Nosotros, desnudos, juntos le caímos atrás, pero con un
poco de miedo.
Él se tiró rápido y comenzó a revolver el fondo, para que nosotros no lo viéramos, y como no nos atrevimos a tirarnos al charco,
le tiramos unos seborucos grandes.
Luego nos escondimos un rato en el montecito que hay cerca
de allí para caerle a piedra y matarlo si salía, pero no salió en toda
la tarde, y como era casi de noche, nos fuimos.
Armando Guerra, cincuenta años. Pequeño agricultor.
Callejón del Combate, Camajuaní, Las Villas.
GÜIJE A LAS ANCAS
Una noche yo venía a caballo del central Carmita y casi llegando
a la casa, y como la noche era clara, veo un perrito negro. Me
desmonto del caballo y le paso la mano. El perrito comenzó a dar
saltos de contento, porque era muy cariñoso. Y entonces me dije:
«Na, me lo llevo pa la casa, allí me hace falta.» Lo monto en el
caballo, y cuando llevaba un rato andando con él, se me convirtió
en negrito chiquito y me dijo: «Corre mucho, métele la pata al
caballo, que a mí me gusta correr a caballo». Yo no cabía arriba
del caballo de tanto miedo. Boto el negrito, o al güije, y salgo
corriendo a todo lo que daban las patas del caballo. Cuando llegué a la casa dejé el caballo con montura y todo, y me acosté con
la ropa que tenía puesta. Al otro día hice el cuento en la casa y no
me hicieron caso. Todos se rieron de mí.
Alfredo Jiménez, cincuenta y nueve años. Agricultor. Fusted,
Camajuaní, Las Villas.
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SABER DE GÜIJES
La gente dice a veces: tal zona es zona de mucho güije; pero el
problema es que los güijes andan por donde quiera, hoy están
aquí, mañana están allá, y así... Entonces la gente cree que hay
mucho güije, cuando a lo mejor hay uno solo. Los güijes no se
dan así como quiera. A veces si ellos no tienen un río, un arroyo o
una laguna donde meterse, se meten dentro de un pozo; se han
contado muchas cosas de los güijes que viven dentro de los pozos. Estos güijes por lo regular roban fastidian mucho, porque
no tienen nada que comer, y como tienen miedo a salir, a que los
vean, roban las cosas que hay en las casas cerca. Los güijes
que viven en los ríos, en los arroyos y en las lagunas, viven mejor,
son más fuertes, tienen más cosas que comer. Y se dejan ver
con facilidad, a veces llaman hasta la gente. Ellos hacen todo
esto porque saben que aunque los vean no hay quien pueda
cogerlos...
Renato Fernández, setenta y ocho años. Zona de Aguas
Negras, Camajuaní.
GÜIJES LADRONES DE CRUCES
Aquí en el Charco del Güije, hace unos años, se ahogó un muchacho de Santa Clara. Los buzos se tiraron para sacarlo, tuvieron
que trabajar mucho, pero al fin lo sacaron. Los buzos decían que
el charco era muy hondo y que tenía varias temperaturas,
que unas veces el agua estaba muy caliente y otras muy fría. Después los familiares del muchacho ahogado pusieron en la orilla del
charco una cruz, pero los güijes la robaron y la metieron dentro
del charco. Luego pusieron otra cruz y los güijes la robaron también. La última cruz, la tercera que pusieron, era de concreto, era
fundida. La pusieron como hoy y a los tres días no estaba allí. Los
güijes la robaron, la metieron dentro del charco como las otras.
Porque lo que mucha gente no sabe es que los güijes son como
las personas, que cuando uno de ellos muere lo velan, y le ponen
una cruz, lo meten dentro de unas lajas y le ponen la cruz.
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Mi abuelo decía que una vez vio unos güijes, en un montecito,
naciendo unas cruces de guayabo...
Raúl Ruiz, sesenta y dos años. Pequeño agricultor. Crucero
Carmita, Camajuaní.
GÜIJE CAZADOR DE JUTÍAS
Una tarde salgo yo con mi perro pa las lomas de Santa Fe y
comienzo a subir por la parte de la curva que hace la carretera
que va de Camajuaní pa Santa Clara, y me meto en el monte. En
eso el perro sale corriendo y se queda parao debajo de una mata
ladrando y enseñando los dientes, y yo digo: «Coño, jutía aquí,
qué pronto.» Y echo a correr pallá y me pongo al lao del perro a
mirar pa arriba. Y veo una cosa prieta con los ojos grandísimos.
Aquello mandó un chillido y se tiró pal suelo; echó a correr. Era
un güije que estaba cazando majá, porque al güije le gusta mucho
el majá.
Es que ellos saben que el majá casi siempre anda por las matas
buscando jutía. El perro lo agarró por una pata y el güije no podía
correr; y cuando yo estoy llegando casi hasta donde estaba el
güije, le dio la vuelta al cuerpo y se puso bocabajo pa que yo no
le viera la cara, o pa que él no me la viera a mí, no sé... Aquello
era como un pescao, porque tenía hasta escamas, y daba unos
gritos... Me dio lástima y lo dejé allí. Lo dejé porque también me
daba miedo cogerlo, y yo aguantando el perro que estaba loco
por comérselo.
Miguel Martínez, sesenta y ocho años. Pequeño agricultor.
Blanquizar, Camajuaní.
GÜIJE RAPTOR DE NIÑOS
Yo vivo cerca del Arroyo del Barro, eso queda en la zona de
Carmita. Una mañana mi mujer va a buscarme a un terrenito
que yo estaba sembrando de arroz y me dice que Rolandito,
que cuando eso tenía cinco años, se había perdido. Corro para
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allá para la casa y empiezo a buscarlo; en eso llega mi compadre
y le cuento la cosa, y me ayuda. Entonces empezamos busca que
te busca y nada; llevábamos ya como dos horas y nada. En eso el
compadre me dice: «Mira, Luciano, vamos a buscar al muchacho
por el arroyo». Bajamos al arroyo y cogimos para la desembocadura, donde se une el arroyo con el río Sagua, y cuando ya estábamos llegando al río, en unas chorreritas que hacía el arroyo,
vimos al niño jugando con un güije. El güije lo tenía cargado y el
niño le jalaba los pelos y las orejas, y el güije se reía. Nosotros
nos quedamos parados allí mirando aquello, mirándolo bien para
que cuando uno hiciera luego el cuento no fueran andarle con
basuras. Entonces llamamos al niño y echamos corriendo para
allá. El güije se turbó y en vez de dejar el niño allí en las piedras,
salió corriendo con él y lo soltó en un potrero. Luego cogió para
el río y se tiró en uno de sus charcos...
Luciano Sotolongo, sesenta años. Pequeño agricultor. Finca
Las Margaritas, Camajuaní.
GÜIJE LADRÓN DE TAMALES
Cuando yo era muchachón vivía en El Colmenar, sobre una lomita,
y por abajo pasaba el arroyo Manacas. La gente vieja de la zona
decía que en uno de aquellos charquitos vivía un güije, pero nosotros siempre lo negábamos porque nunca le habíamos visto. Un
día estaba yo acostado en una hamaca cerca de la cocina y mamá
dejó unos tamales sobre la mesa que estaba afuera, en el patio,
para que se enfriaran. Eso fue como a las diez de la mañana. De
pronto miré y vi a un negrito prieto, perilliparao, con mucho brillo
en el cuerpo y con la cabeza llena de espinas. Me tiré de la hamaca y le caí detrás para cogerlo, porque yo no creo ni en güije ni
que los muertos salen, ni un carajo, y aquella cosa prieta hizo
«fuuuuuuuuuuuuus», y se llevó siete tamales del tiro. Bajé corriendo
la barranca del arroyo detrás del güije y se me perdió por unos
paragüitas chinos que habían allí...
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Alberto Moreno, sesenta y siete años. Pensionado. Finca
Pesquero, Camajuaní.
LA VENGANZA DE LOS GÜIJES
Por ahí por la zona Aguas Negras se cuenta que en el año 1932
un tal Valerio López, que tenía una finca allí, mató un güije. Él
estaba cazando guineos jíbaros con su escopeta, pasó por una
laguna temporera y vio un güije en la otra orilla. Le tiró, lo cogió
por el pecho. Entonces una pila de güijes que estaban comiendo
guayabas por allí cerca, recogieron al güije muerto y se zambulleron
con él. Por la noche los güijes salieron de la laguna y se fueron
para la casa de Valerio y le mataron todos los animales, hasta el
caballo... Y se metieron en el rancho de las viandas, y echaron a la
laguna todo lo que había allí. No mataron a Valerio porque cuando Valerio sintió la cosa se trancó en el cuarto con su mujer y sus
hijos, y tiró una pila de tiros con su escopeta...
Eusebio Pérez, setenta y ocho años. Jubilado. El Colmenar,
Camajuaní.
GÜIJES CON VELAS BAJO ELAGUA
Yo creía que todas esas cosas que se contaban de los güijes eran
mentiras, pero un día me empato con el viejo Pepe y me dice:
«Bueno, el día que tú quieras ver un güije me avisas». Entonces
yo le digo al viejo: «Oye, Pepe, cuando tú quieras, yo voy contigo». Y él me dijo: «Pues nos vemos a las doce de la noche en el
Monte de la Coja». Eso queda por la calle Camilo Cienfuegos
para abajo, ya en el campo. A las once y media llegué allá. El
viejo llegó, como dijo, a las doce rayada, y cogimos para el Charco del Güije, aquí en el río Camajuaní. Por el camino me habló de
que todo hombre si quería podía ver a un güije, que la cosa era
hacer un plato de madera de ceiba y una vela de cera, de cera
pura. Hablando esas cosas llegamos al charco. Entonces de un
bultico que traía sacó las dos cosas. Y nos fuimos para la cabeza
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del charco. Colocó en el plato la vela encendida y lo dejó correr
río abajo, cuando aquello encendido iba por el medio del charco
se paró, y el viejo me dijo bajito: «El güije ya está debajo de la
vela». En eso sale del charco una mano prieta y coge el plato con
la vela encendida, y lo hunde, pero la vela no se apagó. Y el güije
comenzó a nadar a flor de agua, dio un salto y se hundió otra vez.
El viejo me dijo que el güije estaba dando las gracias, que mucha
gente que se había zambullido en los charcos por ahí había visto
velas encendidas en el fondo del río y que esas velas eran velas de
güijes.
César Alonso, cuarenta y ocho años. Zapatero. Camajuaní.
LA GRAN PELEA CON EL GÜIJE
Por el año 1932 el machadato estaba encabronao, no había donde buscarse un quilo; entonces me dije para dentro de mí, «la
cosa tiene que ser con inteligencia, me busco unas mercancías y
las vendo en el campo, andando por ahí siempre me trae algo de
comer». Yo tenía como doce pesos guardados y compré un caballo; mandé hacer unas cajas y las llené de mercancía. La primera
salida que hice fue para la zona de Los Maestres. Salí temprano y
cogí por La Sigüanea para llegar hasta allá cortando camino. Cuando fui a pasar por un arroyito que está ahora un poco más para
atrás del chalé que tenía Martirena allí, en el mismo paso del
arroyito, el caballo se me para, le meto las espuelas y no quería
caminar. Entonces me doy cuenta que al caballo lo están aguantando por el rabo y miro: era un güije que lo aguantaba por el
rabo. Me encabroné y me cagué en su madre setecientas veces,
pero el muy cabrón no soltaba el rabo del caballo y se reía. Salté
del caballo y le mandé una patá por las nalgas; aquel güije era
templao porque no salió corriendo, sino que me mandó un piñazo
y me dio en un ojo. En eso le caigo arriba a comérmelo y nos
estuvimos dando piñazos aquel güije y yo como veinte minutos.
Nos revolcamos, caímos en el agua; en el agua la fuerza del güije
era superior porque estaba luchando en su elemento y, como tenía uñas muy largas, me arañó toda la cara y el pecho. Yo no
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podía cogerlo bien, no podía afincarle un buen toletazo, era resbaloso como una anguila, y chiquito... Los brazos también me los
mordió, los dientes de los güijes son como alfileres y me los metió
por los brazos y por el cuerpo; me acabó. Ya yo estaba a punto
de salir corriendo, pero el güije lo hizo primero, corrió y se tiró en
un charco más grande. Yo regresé al pueblo a curarme. Hasta el
año 1934 fui vendedor ambulante por los campos, pero por la
zona de Los Maestres no fui más.
Rolando Izquierdo, noventa y cuatro años. Salamanca la
Vieja, Camajuaní.
YO VI AL GÜIJE
Ahí en el Charco la Mulata, en el río Sagua, cerca del puente
viejo, había un güije. Bueno, la gente decía que salía un güije sobre una piedra que había allí. Se decía también que el güije llamaba a la gente y que se reía mucho.
Entonces una noche paso por el charco pescando, ¿sabes? La
Luna estaba como un cristal. Y siento que me chiflan: «¡Siiiiiiii,
siiiiiiü», y miro y veo al negrito aquel dando brinquitos arriba de la
piedra y riéndose. Cojo la barranca, echo pa arriba, y me pierdo
de todo aquello.
Basilio Jiménez, veinticuatro años. Cocinero. Zona de Fusted,
Camajuaní.
GÜIJES HIJOS DE ESCLAVOS
Yo no conozco mucho de esas cosas de güijes, nunca he visto
ninguno, pero mi abuelo me decía que son de Matanzas y que
cuando la matazón aquella de negros de 1844, llegaron los Guardias Civiles a una colonia y comenzó la matazón. Un matrimonio
de negros esclavos se tiró al charco de un río que había por allí
para que no lo machetearan.
Luego la gente empezó con el comentario de que allí salían una
pila de güijes, pero salían nada más que de noche, porque le
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tenían mucho miedo a la gente. La gente decía que aquellos güijes
eran hijos de los esclavos que se tiraron al charco... Bueno, eso
decía mi abuelo.
Serafín Manso, noventa y tres años. Jubilado. Zona de La
Quinta, Camajuaní.
OJO PARA LOS GÜIJES
Siempre he vivido en el campo y muy unido a esas cosas que se
cuentan de los güijes, pero nunca vi nada... Yo le decía a mi abuelo: «Bueno, abuelo, ¿cómo es eso de que yo ando pa arriba y pa
abajo día y noche y nunca he visto nada?»
Entonces él me decía que había que tener ojos pa ver los güijes,
que los güijes eran trabajos de brujería que hacían los congos
para protegerse. Y como yo no tenía ojos para ver aquellas cosas, no veía nada.
Bernardo Hernández, cincuenta y seis años. Pequeño
agricultor. Finca Los Maestres.
LOS GÜIJES ME TRABARON LA TARRAYA
En un charco que tiene el río Camajuaní, cerca de La Prudencia,
un charco bajito, no muy hondo... Allí llegué una tarde y tiré la
tarraya. Entonces empiezo a jalar y medio que se me enreda, al
menos eso creí yo. Le di otro jalón y la puñetera tarraya no salía.
Entonces espero un poquito y le meto otro jalón más. Luego dejé
que el agua se aclarara pa mirar y ver pal fondo, ¡aquello fue del
carajo! Cuatro o cinco güijes agarrando la tarraya la estaban
jalando pa que yo no pudiera sacarla. Salgo corriendo y le cuento
aquello a un guajiro que estaba guataqueando en lo del Gualberto
y me dijo que sí, que allí salían güijes, que había una güijera y que
mucha gente la había visto.
Voy con el guajiro pallá y la tarraya estaba tirada en la otra
orilla y toda picada, la picaron los güijes con sus dientes. Parece
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que el problema fue que yo cogí un güije en la tarraya y los otros
güijes lo impidieron... Eso pienso yo...
Alberto Moreno, setenta y ocho años. Desmochador, Finca
Pesquero, Camajuaní, Las Villas.
YO VI AL GÜIJE CON MI PELOTA
En el potrero que había en la parte de atrás de la casa de los
Pepillos nosotros teníamos un «plan» de jugar pelota. Venía gente
del Pesquero a jugar con nosotros, y por detrás de los files pasaba el río Camajuaní. También allí había un charco donde siempre
nos bañábamos después de terminar el juego: el Charco del Aguacate.
Como a mediado del juego fue a batear Gelio Moya, un guajiro
muy fuerte, parecía un escaparate. Aquel guajiro batea y mete la
pelota por casa del carajo, en el mismo charco sobre una chorrera, sobre las piedras. Y yo fui a buscarla, me tiré al charco, y
cuando iba llegando al medio veo un negrito que se encarama en
las piedras de la chorrera y coge la pelota. Tenía pelo, rabo como
un mono y los ojos muy grandes, como los de una vaca. ¡Aquello
era el Diablo!...
Eladio Valdés, setenta y ocho años. Pequeño agricultor. Finca Salamanca la Vieja, Camajuaní.
GÜIJES QUE CHILLAN
La gente siempre le pone a los charcos negros y muy hondos,
Charco del Güije. Y a veces donde menos uno se lo imagina le
sale un negrito de esos. Ese caso me pasó a mí. A unos metros de
aquí, de la casa, hay un arroyo; los charcos no son hondos. Una
mañana como a las siete fui a buscar la vaca para ordeñarla. Bajo
la lomita y cojo por uno de los pasos que tiene el arroyo. Cuando
llego a él, veo en medio de un charquito, y sobre una piedra, a
dos negritos prietos, y con unos dientecitos como si fueran granos
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de arroz, y chillaban como unos judíos.8 En eso me ven y se tiran
al agua. Yo los vi debajo del agua: se metieron entre dos piedras.
Y yo lo único que atiné fue a correr.
Luego le hice el cuento a Pedro Fernández, que vive en Camajuaní, y éste se pasó una pila de días por allí con una cámara
fotográfica para retratar a los güijes, pero no se vieron más.
Amado Pérez, sesenta y cinco años. Jubilado. Purpulí,
Camajuaní.
GÜIJERA JUGUETONA
Aquí en el charco El Borbollón una vez se cayó una carreta con
bueyes y to. El carretero se salvó a pelo e rata. Entonces un grupo de guajiros de la zona nos preparamos para ver si sacábamos aunque sea la carreta. Nos tiramos y en verdá el charco era
hondo como caballo. Vimos la carreta; estaba tirada sobre unas
piedras del fondo, tirada de medio lao. Nos aguantamos de los
varales y comenzamos a estudiar la cosa. En eso salen, debajo
de unas lajas, como quince o veinte güijes. Y la güijera aquella
nos cae atrás con unas puyas. Salieron a comernos, porque
ellos no querían que nosotros nos lleváramos la carreta. Yo
pienso que el problema es que ellos la querían para jugar, porque ellos son muchachitos. Salimos nadando pa arriba como
el perro que tumbó la lata, y ellos al ver que nos íbamos, dejaron
de caernos atrás.
José Ramos, setenta años. Pequeño agricultor. Pesquero.
Camajuaní.
8
Pájaro cubano de color negro, llamado así por la encorvadura de su
pico.
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Cosecha de Miguel Martín Farto
EL GÜIJE DEL ANAYA
En el río Anaya hay un charco al que le dicen Charco del Negrito.
Eso queda por Ciego Montero.
Allí en ese charco, sale un güije, un negrito prieto y chiquito,
que vive lo mismo dentro que afuera del agua. Hay muchas personas que lo han visto, pero yo no lo he podido ver.
Una vez que estábamos tomando un grupo de amigos nos decidimos a coger al güije. Pero nos arrepentimos, porque uno dijo
que allí en el charco vivía una Madre de agua grandísima.
La Madre de agua es un majá con tarros, ésta de por aquí la
han visto por la orilla del río y después meterse en el charco. No
ha hecho nada porque nadie se ha bañado allí porque le tienen
miedo. Para decir verdad, yo respeto a los dos: al güije y a la
Madre de agua.
GÜIJE ATACADO A TIROS
Yo vivo hace tiempo aquí al lado del río Sagua la Chica, y conozco ese charco piedra por piedra. Y le digo que ahí, no hay quién
dé fondo. En una ocasión un hombre de esos que tienen aparato
para vivir debajo del agua, trató de llegar hasta abajo y no pudo.
El charco es estrecho y cuando uno cree que está en el fondo hay
como una puerta, y el que pase esa puerta no regresa. En ese
lugar es donde está el güije, que tiene muchísimas cuevas para
vivir. El güije sale muchas veces fuera del charco y se sienta a
coger sol en las rocas que rodean al charco. Este güije es un
negrito y barbudo.
Una vez le montaron guardia y cuando salió le entraron a tiros.
Dicen que lo hirieron. Esto fue en el año cuarenta. De allá para
acá no se había sabido más de él, hasta hace poco, que se ahogó
un muchacho allí, y no se pudo encontrar, ni por los hombres
esos que tienen aparatos para debajo del agua. Fue necesario
dinamitar el charco para poderlo encontrar. Y hay quien dice que
eso de la pérdida del muchacho tiene que ver con el güije.
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Pastor Chávez, treinta y dos años. Campesino. La Represa,
Santa Clara, Las Villas.
Cosecha de Aida Ida Morales
FALSOS GÜIJES BANDOLEROS
Según personas de avanzada edad, el güije es un personaje mitológico. Dicen que no existía tal güije, sino negros de pequeñísima
estatura que vivían fuera de la ley, como eran prietos se desnudaban y se untaban grasa en el cuerpo que les hacía brillar al sol.
Enrique Pérez Aday, sesenta y tres años. Obrero. Santa
Clara, Las Villas.
GÜIJE-DIABLO
El güije es un hombre chiquito, negro reprieto, que brilla con el
sol. Tiene los ojos muy grandes y rojos. No tiene pelo y tiene un
rabo.
Vive en los ríos y cuando siente que alguien se acerca se sumerge en las aguas.
Yo no lo he visto, pero me lo han contado gentes que sí lo
vieron.
Agustín Cuadrado, setenta y ocho años. Tintorero retirado. Santa Clara, Las Villas.
GÜIJE AGRESIVO DE BOCA AMARILLA
Mi papá me cuenta que mi abuelo le había dicho que el güije es un
negro chiquito que vive en los ríos y las lagunas, que tiene la boca
grande y amarilla, y que es muy flaco.
Donde hay güijes la gente no pasa ni se baña, porque dicen que
el güije sale y ahoga a la gente.
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Idolidia Ramos, treinta y tres años. Santa Clara, Las Villas.
EL GÜIJE VOLVÍA GÜIJITOS A LOS NIÑOS QUE SE ROBABA
El güije era un negrito que lo mismo tenía pelo que era calvo, a
veces tenía rabo, o no lo tenía, y con los ojos color de azufre, o
de sangre o de fuego.
Era ladrón de monedas y de ropa, y de comidas y de toda
clase de objetos, pero lo que más le gustaba robar era a los
niños.
Los robaba para enseñarlos a ser güijes. Los hacía pasar por
muchas pruebas y los transformaba en güijitos.
María del Carmen González. Ama de casa. Santa Clara.
GÜIJE ALMA-DE-AHOGADO
Me contó un señor de noventa años llamado Juan García, de Real
Campiña, Las Villas, que, trabajando él en una colonia llamada
Magdalena, del propio lugar, una tarde se fue a bañar al Charco
del Negrito y vio salir del agua un hombre negro que tenía más o
menos una vara de alto. Era un güije, ya a él le habían dicho que
allí salía ese extraño ser. Estaba desnudo, tenía pelos. Según cuentan en ese lugar murió un negrito ahogado y desde ese momento
empezó a aparecer el güije.
Carlos Manuel Ibánez, sesenta y tres años. Maestro
jubilado. Santa Clara, Las Villas.
Cosecha de Adalberto Suárez
YO VI UN GÜIJE EN TRINIDAD
Yo iba pasando a orillas del charco, que hay en un camino, y de
pronto vi un güije sobre una piedra calentándose al sol. Y en cuanto
me vio se lanzó al agua. Tenía la forma de un hombrecito chiquito
negrito, de cuarenta centímetros más o menos. Entonces yo me
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quedé y agarré un tolete, me puse a darle vueltas al charco para
ver si lo veía. Entonces sentí un ruido en el agua igual que cuando
se le da a una lata. ¡Óigame!, eso fue muy grande. Salí corriendo
y más nunca me asomé por ese lugar. Eso fue en el río Ay, en
Trinidad.
Adriano Amador. Barbero. Reparto Camacho, Santa Clara,
Las Villas.
YO VI UN GÜIJE EN EL OCHOA
El güije ese era un negrito sin brazos, caminaba igual que las personas, pero con trabajo, y parecía que tenía aletas, ojos grandes
y brillosos. El color no sé, porque tenía los ojos medio dormidos.
Tenía como un metro de alto sin pelo y era de color aceitunado.
Hacía un sonido como arranado, y su cuerpo como un ovoide, y
cabezón. Es acuático y nada, lo veía a momentos que saltaba y a
momentos que caminaba.
Adriano Amador. Barbero. Reparto Camacho, Santa Clara,
Las Villas.
YO VI AL GÜIJE DE CABARNAO
En el arroyo de Cabarnao, en la zona Táyaba, Trinidad, hace
como veinte años, cuando salía de la casa de mi novia, eran
aproximadamente las diez y media de la noche. Tenía que pasar
por ese arroyo que tiene un recoveco en forma de poza, a la que
le dicen la Poza del Güije.
Yo iba alumbrándome con la linterna, y de pronto vi un negrito
con los ojos colorao y empezó a chiflar. Era de estatura chiquita.
Tenía los brazos y todo igual que uno, y fue tan grande el susto
que me di, que no sé cómo pude brincar el arroyo, y en la primera
casa que llegué me vieron tan asustao que enseguida me dieron un
cocimiento de tilo, pa mis nervios, que no estaban en mí. Me
acobardé tanto que no pude seguir pa mi casa, pues me acordaba
cuando le vi los ojos colorao.
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A más de eso, cuando ese arroyo se seca, esa pocetica siempre tiene agua, y todos los vecinos de porái tienen que ir a buscar
el agua para sus casas. Pero antes de sacar el agua le dicen a la
poza: «¡Con su permiso!»
Armando Escobar, cuarenta y siete años. Carretero. Trinidad, Las Villas.
YO VI UN GÜIJE EN EL POZO
En la finca Remigio Zurbano, en Cuatro Caminos, cuando yo era
niño, yo iba mucho con mi familia.
Yo tenía ocho años, y me acuerdo como si fuera hoy, me fui a
pasar unos días allí. Lo primero que me encargaron fue no ir al
pozo porque allí salía un güije. En ese momento me dijeron: «¡Mira,
mira pa ya!», y cuando miré vi al güije, que se tiraba pa dentro del
pozo de cabeza. Era un negrito como un muchachito, prieto hasta
más no poder. Tenía pasa mala. Yo lo vi. Y me dijo el dueño de la
casa que él lo veía a cada rato. Me di un susto grandísimo, y me
agarré a los pantalones del que me lo enseñó, gritando: «¡Lléveme pal pueblo enseguida!»
Gregorio Rodríguez, setenta años. Empleado del Hotel Central, Santa Clara, Las Villas.
CONCLUSIONES MÍNIMAS
La presente investigación demuestra que aquellas personas que
en otras épocas recogieron leyendas sobre güijes en Cuba, las
anotaron de pasada, a la ligera, en conversaciones citadinas,
«folklore de gabinete», pues, nada serio, ni firme.
En menos de cuatro meses de trabajo intermitente, hemos recogido, junto a nuestro equipo bien acondicionado, centenares
de testimonios sobre güijes, en la ciudad, el pueblo, el villorio, y,
sobre todo, campo adentro, por batey, valle, costa, montaña.
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Investigando a fondo, en tan corto tiempo, lo hemos logrado,
cuando ya apenas se oye hablar de güijes en hogares, plazas,
parques, calles, con el mito prácticamente extinto.
Los jóvenes ya no conocen del mito. Ya nadie, joven, ve un
güije; a poco joven cubano interesa ya. Llegamos, pues, a tiempo
para rescatar un poco (decisivo) de este aspecto raro de la fabulación cubana universal. A veces más mentirología que mitología...
y con palabras malas, sucias.
LA MADRE DE AGUAS
RELACIONES CON EL MITO AMERICANO LA MADRE
DE AGUAS CUBANA
LA MADRE DE AGUAS AMERICANA
Por su nominal relación con el mito cubano de la Madre de aguas,
presentamos una breve selección de informes sobre este original
mito en «Nuestra América.»
La Madre de aguas es una serpiente mágica en Cuba.
En el resto de la América toma otras características.
La Madre de aguas es un mito amerindio.
En la presente investigación presentamos algunas versiones
americanas, y una narración popular africana, muy cercana a este
mito. Las versiones americanas son de origen feérico. Surgen,
pues, con el corriente estilo en las narraciones de hadas.
Leyenda brasileña sobre la Madre de aguas
J. da Silva Campos recogió una leyenda en Bahía sobre la Mae
d’agua, franca muestra de la fantasía del folklore brasileño, con
la narrativa usual de un cuento de hadas:
Era un hombre muy pobre. Entonces, siempre que él iba a la roca,
encontraba a la mae d’agua sentada en una piedra a la orilla del
río, con los cabellos sueltos. Un día, él fue bien despacio y la
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agarró por la espalda. Después de un trabajo enorme, consiguió
llevarla a casa y se casó con ella. Pero le recomendó, antes de
casarse, que nunca maldijera a la gente de abajo del agua. Desde el
día en que el hombre se casó con la mae d’agua, las cosas comenzaron a marcharle tan bien que era de admirar. Hizo una
casa de altos muy linda, tuvo muchos esclavos, mucho ganado y
muchas tierras. Al comienzo, vivió en armonía con su mujer, pero
cuando ella tuvo ganas de irse, comenzó a aborrecerlo todos los
días, por todos los medios y modos. La casa estaba siempre
desarreglada y sin barrer, la comida era mal hecha, los niños andaban sucios y no escuchaban sus consejos, ni los esclavos le
obedecían. Había un desorden tal en la casa, que hasta daba miedo.
Todo sólo para hacer que él se enojara. Un día el hombre no
pudo aguantar más callado aquel infierno y, enojado con tanta
mortificación, dijo bien bajito:
—¡Maldigo a la gente de abajo del agua!
Al mismo instante, la moza levantóse de la silla donde estaba
sentada, y él oyó un estampido muy fuerte —¡traco!—, abriéndose un enorme agujero en el medio de la sala. Ahí, ella se puso
a cantar:
Mi gente toda
lo que ocurrió es «de rechupete»
vamos todos a irnos.
Y esta vez, todos los que estaban dentro de la casa, hijos, esclavos y sirvientes, fueron arrimándose a la orilla del pozo y cayendo
dentro de él. Cuando acabó de caer aquel montón de gente
ella cantó:
—«Este dinero todo», etc.
El dinero que había en la casa, monedas de oro, de plata y de
cobre, se fue cayendo al pozo: ¡tlin!, ¡tlin! Después cantó:
—«Estos bichos todos», etc.
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Allá van los bueyes, vacas, chanchos, corderos, gallinas, todo
cuanto era animal, en fin. Ahí ella cantó:
—«Estos trastos todos», etc.
Se fueron todos los muebles, loza, baúles y otros trastos. Por
último ella cantó:
—«También esta casa», etc.
La casa cayó al pozo y ella cayó detrás de la casa. Todo se transformó en suelo, desapareciendo el pozo. El hombre quedó pobre, como lo era antes.
La Madre de aguas colombiana
En Colombia el mito adquiere dos vertientes: una mística, abstracta, y otra bien concreta, sobre base feérica.
La mística y abstracta se relaciona con la atracción de las aguas,
del espíritu de las aguas que llama a sus antros al poseído, al
fanático.
El mito es de Tolima, región de muchos ríos, lagunas y arroyos.
Según Misael Devia, en Folklore tolimense, en las corrientes
aguas se oye un murmullo plañidero, se percibe una especie de
encantamiento que embruja el aire, una especie de alucinación,
algo que es como el influjo misterioso de la inmensidad, creando
en la mente de nuestros abuelos esa creencia en seres sobrenaturales [...] Ellos llamaban y aún llaman «Madre de agua» a ese
influjo que ejercen sobre ellos las grandes corrientes, la belleza y
profundidad de las aguas explayadas, el hechizo y bonanza de las
fuentes dormidas, y le dan forma física y lo rodean de relatos y
leyendas que vienen a ser para ellos ciertas.
El investigador Devia define entonces la concreción física de la
Madre de aguas colombiana:
Es una niña muy linda, de cabellos áureos y fulgurantes, casi blancos; sus ojos son grises, claros como dos gotas de agua del más
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puro manantial, parece un ángel de lo puro bella. Pero en el fuego
de sus ojos hay hipnotismo, una fuerza de atracción que es imposible resistir; el único defecto en su angelical figura es que tiene la
característica de tener los piesecitos volteados hacía atrás, por lo
cual deja los rastros en dirección contraria a la que ella sigue.
Persigue únicamente a los niños, sobre los cuales ejerce una influencia perniciosa. Se puede decir que hay niños que nacen con
esa «ilusión», predispuestos a la persecución de la Madre de agua
y desde bebés son atraídos y molestados por ella. El niño perseguido por la Madre de agua habla siempre de una niña linda que
lo llama, sueña con ella, se despierta asustado y vive predispuesto
siempre a ausentarse solo, atraído por algo extraño. Cuando se le
lleva a la orilla de las aguas se ve intranquilo, cree ver flores muy
bellas flotando en la superficie; se abalanza sobre lo que cree ver
dentro del agua e insiste en que tiene que irse, pues una niña lo
llama con sus blancas manecitas; le da fiebre y diarrea y la conmoción lo enferma perniciosamente, y muchas veces muere, fuera
de otras, en que, por un ligero descuido, se pierde o se ahoga,
raptado por la Madre de agua.
Mito amazónico de la Madre de aguas
Juan Díaz del Águila, en su Folklore amazónico, recoge una
Madre de aguas, ya serpiente. Fragmento de su «La Yacu-mama»:
En lo profundo del río habitaba Yacu-mama, monstruo acuático
provisto de dos cabezas, con cuerpo de boa centuplicado en el
grosor, enteramente cilíndrico de cabeza a cola, largo de 25 a 30
metros. La Yacu-mama era la madre de los ríos. Lo era del propio Amazonas. De ella aprendió el agua su constante deslizamiento, su serpenteo, sus acechanzas; y si ocurrían naufragios y aun
los nadadores más expertos perecían ahogados al tomar un baño
en la corriente, era porque el agua lo quería, para proveer de
alimento el vientre insaciable de su madre [...].
Según decían los trabajadores del muelle, en ciertas noches se
podía escuchar el crujido de los anillos del monstruo cuando éste
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se disponía a cobrar nueva pieza una vez salido de sus largos
reposos digestivos. Y aún era posible distinguir en el fondo del
agua dos luces tan potentes como faros, provenientes de sus ojos.
¿No serían Madres de aguas las serpientes aquellas que describiera
Américo Vespucio en su Quatuor Navigationes?:
Serpientes vivas, atados los pies, y con una especie de bozales a
la boca para que no pudiesen abrirla; son las serpientes tan gruesas como un cabrito montés y de braza y media de longitud. Tienen los pies largos, muy fornidos y armados de fuertes uñas; la
piel de diversos colores; el hocico y aspecto de verdadera serpiente; desde las narices hasta la extremidad de la cola les corre
por toda la espalda una especie de cerda, o pelo grueso [...].
UNA BONDADOSA MADRE DE AGUAS AFRICANA
Repetimos que el mito Madre de aguas es amerindio. Sin embargo, en África, Blaise Cendrars halló un cuento de hadas donde se
distingue una humanizada Madre de aguas, sin ninguna relación
con sus homónimos amerindios.
Es una leyenda basuta, Kumongoé. En ella la mujer Thakané
lleva su pequeña hija Dilahloané hacía el río, para ahogarla en sus
aguas, y asi evitar que fuera comida por su suegro: «Entonces
tomó a la criatura en brazos y bajó al río. Llegó a un sitio en que
el río formaba un remanso profundo, rodeado de cañas altas. Se
sentó en el suelo y estuvo llorando mucho tiempo, sin poder decidirse a ahogar su hija».
Aparece después una legítima Madre de aguas, salvadora:
De pronto salió del agua una vieja y apareció en medio de las
cañas. La vieja preguntó:
—¿Por qué lloras, hija mía?
Thakané respondió:
—Lloro porque he de ahogar a mi hija en el río.
Entonces dijo la vieja:
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—Es verdad; en tu aldea no hay que tener hijas, todos han de
ser chicos. Dame la criatura, yo me encargaré de ella. Dime tan
sólo cuándo quieres venir a verla aquí, en este remanso.
Thakané le entregó la niña y se volvió a su casa. El día señalado volvió al remanso para verla. En cuanto llegó a la orilla se
puso a cantar:
Tráeme a Dilahloané, que yo la vea,
Dilahloané, que Masilo, su padre, rechaza.
Entonces apareció la vieja con la niña, ya bastante crecida. La
madre se regocijó de ello y estuvo mucho tiempo sentada a la
orilla del agua con su hija. Al caer la tarde, la vieja volvió a tomarla y desapareció con ella en el seno de las aguas. Thakané
volvía a ver a su hija cada cierto tiempo, y siempre la vieja traía a
Dilahloané.
Como se ve, la vieja resultó una madre bondadosa. Es la Madre
de las aguas, en el sentido feérico clásico.
Las Madres de aguas americanas son seres sanguinarios y
despiadados. Los elementos mágicos del mito se cumplen en ellas
y la dramaticidad peculiar a este tipo de mujer maligna —ciguapa,
bruja, sirena cantora, diablesa, etcétera— en las narraciones
folklóricas universales.
En Brasil, Olavo Bilac recogió un mito de idéntica agresividad
para con el ser humano. En esta ocasión no persigue niños, sino
hombres y mujeres. Se le denomina «La Yara». Dice Bilac que es
una ninfa de las aguas, tanto mujer como hombre, mujer para
seducir a los hombres, y hombre para seducir a las mujeres. Quien
al desgaire se mira en el espejo del río o en la laguna, ve a la Yara,
en su radiante hermosura. Ella abre los brazos, en pérfida invitación. La víctima es atraída y llevada al fondo de su palacio encantado y ella la mata en las funestas nupcias.
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EL DISTINTO MITO CUBANO DE LA MADRE DE AGUAS
En Cuba la Madre de aguas es un majá (serpiente) poderoso y
mágico. En la Isla, que sepamos, se han recogido dos leyendas
relacionadas con este mito. En 1940, un grupo de alumnos de
Gramática y Literatura del Instituto de Segunda Enseñanza de
Sagua la Grande, dirigido por la profesora Ana María Arriso,
colectó el que titulara La Madre de aguas de la Laguna de Hoyuelos.
Esta leyenda afirma que en dicha laguna existía un monstruo,
una Madre de aguas, que como una sombra se elevaba sobre
la superficie de las aguas y devoraba todo cuanto encontraba en su camino. Hasta una yunta de bueyes había desaparecido
en la laguna donde la hambrienta Madre de aguas sagüera vivía.
En 1962, José Seoane recogió en Las Villas otro mito sobre la
Madre de aguas. Se lo narró José Miguel Rodríguez; obrero, en
el barrio Condado. Lo peculiar de esta narración es que la Madre
de aguas no era maligna: no atacaba al ser humano. Ello contrariaba la tradición sagüera.
Rodríguez calificaba a la Madre de aguas de un majá tan grande como una palma9 que hay por ahí, por los ríos y charcos.
Son eternos.
9
En nuestro libro Cuentos populares cubanos, 1960, anotamos una leyenda «Estanislao y el majá» que es una variante de esta Madre de
aguas cubanas, dado que el majá-tronco cargó a Estanisalo por veinticinco leguas hasta dar con la mar.
El cuento es así en el idioma guajiro.
Estanislao Reyes iba pa’ un campo y lo cogió la noche y estaba tan
cansao que se tumbó arriba de un tronco pa’ dormir, pues en el suelo no
le gustaba hacerlo pa que no lo picaran las hormigas bravas o las arañas pelúas. Se acostó y empezó a roncar enseguida del sueño que
tenía. Y cuando despertó estaba en la playa de la Panchita, al lao de las
olas. Abrió los ojos y no creía lo que veía, porque él se había acostao
en el monte. Y lo que pasó fue que el tronco no era tronco, era un majá
gigante que esa noche quiso ir a la playa a veinticinco leguas de allí y se
llevó a Estanislao en el lomo completamente dormío. (Informó, en
Ranchuelo, Las Villas, el chofer Piquipiqui Cruz.)
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Aunque no los había visto, conocía su existencia por el relato
de un amigo. Afirmaba que las Madres de aguas nunca se mueren y nadie se atreve a matarlas porque el que las mata se muere. Lo bueno que tiene es que donde hay una, el agua nunca
se seca, lo mismo si es un río que una laguna. Esta información, de que la laguna o río donde se encuentre una Madre de
aguas no se seca, está en boca de todo informante. Nuestra actual investigación, tan extensa como acuciosa, lo ha comprobado.
Rodríguez repetía su cualidad inofensiva: no atacan a nadie
pero dicen que al que las ve le da fiebre.
NUEVAS MADRES DE AGUAS CUBANAS
Para aclarar lo más profundamente posible el mito de la Madre
de aguas de Cuba, hemos investigado más de medio año en pueblos, campos, caseríos; sobre todo en la provincia de Las Villas,
tan rica en mitos.
Hemos investigado personalmente en numerosas regiones
camperas, tanto llanas como montañosas.
También, hemos adiestrado un breve pero eficiente equipo de
investigadores: Adalberto Suárez, padre e hijo; Magaly Landa;
Aida Ida Morales; René Batista Moreno; Rigoberto Valdés; Alberto Anido; Joaquín Marrero.
Su concurso fue importantísimo. Caminaron, indagaron, salvaron.
El resultado de la investigación es sorprendente por la ganancia
de sus datos. Han parecido numerosas Madres de aguas, con
bellas variantes y extraordinarios hechos.
En Cuba, en términos generales, la Madre de aguas ni es sirena
ni es diosa, ni es espíritu atrayente y terrible de las aguas. En
Cuba la Madre de las aguas es, repetimos, un enorme majá, agresivo o no, maligno o no, silbante, y relativamente bienhechor porque mantiene las aguas corrientes donde quiera que las habita.
Pero existe una excepción: la ninfa.
Tal variante de la Madre de aguas la recogió el poeta decimista
popular, Joaquín Marrero, de boca de su padre.
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Es ella una leyenda de grande hermosura, cercana a la fabulación poética:
Me contaba mi padre, Silverio Marrero, que cuando él era un
niño vivía en San Felipe, en la provincia de La Habana, y que su
padre, Agustín Marrero, era muy aficionado a la caza de codornices, por lo que caminaba por los potreros de toda la zona. Además le gustaba la montería y otras labores del campo, todo lo cual
lo hacía recorrer muchos lugares internados en los montes y
potreros.
Varias veces le contó que por San Antonio había un ojo de
agua, una especie de pozo ancho natural, del cual conocía la siguiente leyenda:
Cierta vez iba un montero detrás de varias reses y al acercarse al
ojo de agua vio una mujer muy linda desnuda en su orilla. Se
detuvo a observarla, y ella le dijo: «¿Me has visto? Pues si quieres
vivir mucho tiempo no se lo cuentes a nadie». Acto seguido desapareció arrojándose al agua, pero sin hacer ruido. Y el charco
comenzó a revolverse como un caldero de agua hirviendo.
Se alejó preocupado de lo que había visto y llegó a su casa sin
decirle nada a su esposa. Pero ésta al notarle cierta preocupación le preguntó el motivo. «Nada mujer, no tengo nada», le
contestaba. Ella tanto le asedió con la pregunta hasta que le dijo:
«Voy a contártelo, pero va a ser la causa de mi muerte». Y le
contó lo sucedido. Al poco rato sintió un fuerte dolor de cabeza y
éste se fue agravando hasta que esa misma noche murió.
Esto se lo contaba mi abuelo a mi padre, y mi padre no lo creía
hasta que un día salieron los dos a cazar codornices y se encaminaron al lugar. Mi abuelo le dijo: «Vamos al ojo de agua, pero no
hables ni tosas, porque si lo haces se revuelve el charco».
Se acercaron al mismo y contaba mi padre que nada vio de
anormal al no ser un pocetón de agua limpia y cristalina. De pronto mi abuelo tosió y el charco comenzó a revolverse saltando al
extremo que los chispotazos los mojaban. Él nunca supo el motivo de este fenómeno, pero hubo quien se metiera en el charco y
lo hurgara todo sin hallar nada.
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Si mi padre no creyó a mi abuelo, yo tampoco creí a mi padre,
hasta que allá por el 1930, vi en un periódico un reportaje del ojo
de agua revuelto. Explicaba todos estos detalles, menos el de la
mujer desnuda y decía el reportero que pudo comprobar el fenómeno del agua revuelta cuando le hacían bulla.
El resto de nuestra investigación es diferente: surge siempre un
enorme majá, cornudo y silbador, poco sanguinario, a veces
plácido, siempre impresionante, atemorizador del campesinado
cubano.
Recorriendo la región mítica de Caonao, Las Villas
Bien y mucho conocemos la zona, barrio rural de Cienfuegos, por
haber convivido con su campesinado durante décadas. Es zona
ésta güijera y madreagüera en abundancia. Nuestras primeras
pesquisas se encaminaron hacia los viejos del lugar (conociendo
que cada viejo campesino es un tesoro folklórico único, impar.
Cada viejo que se muere, sin que sea investigado en amplitud, es
grande desgracia cultural folklórica). Viejo saber.
Las indicaciones se referían, todas, a la Madre de aguas que
aparecía en la Laguna del Itabo y en la Laguna del Río Ciego. Allí
nos dirigimos. Allí investigamos a jóvenes y a viejos. Algunos viejos conocían sobre la Madre de aguas. Los jóvenes ya no sabían
nada sobre la leyenda.
El Itabo es una pequeña loma en la finca cañera La Josefa. A su
pie se halla la laguna donde, según nuestros informantes, vivía
una gran Madre de aguas, parece el brazo de un río. Es alargada.
Toma la forma de canal. Se halla actualmente cerca de un guasimal.
He aquí el fruto de nuestras investigaciones.
MADRE DE AGUAS DE LA LAGUNA DEL ITABO
Nuestro primer informante se nombra Ramón Pérez, campesino,
blanco. Es agricultor retirado y cuenta con sesenta y ocho años
de edad. Ha vivido en la zona por cuarenta años. Es cetrino y
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excesivamente jaranero y de gran fantasía. En la zona le tachan de
«cuenta cuentos», es decir, de hombre cuyas palabras no son
confiables.
Éste es su relato:
MADRE DE AGUAS DEVORADORA
La laguna de la Josefa, la del Itabo, nunca se seca, y por eso hay
una Madre de aguas ahí. Donde hay Madre de aguas nunca se
seca. Y había un güije tremendo, había, porque ya no lo oigo
mentar a nadie.
A la orilla de esa laguna vivieron viejos de antes que vieron las
dos cosas. El viejo Nicolás Iznaga que vivió a la orilla vio la
Madre de aguas tres veces y al güije cantidad de veces.
En el año 1922, pasaron sucesos raros ahí. Resulta que vino un
hombre a darle agua a su yegua paría ahí, y desaparecieron los
dos, y al otro se vio una mancha de sangre a flote en la laguna.
Y otra vez Arcadio fue a pescar allí hace un carajal de años y
desapareció también, por eso yo creo que había Madre de aguas
allí, porque el güije no come gente y la Madre de aguas sí.10
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El mito cubano se relaciona, en cuanto a la voracidad del animal en las
aguas, con el mito chileno del Pinchén o Piguchén. Refiere el folklorista
chileno Evaristo Molina Herrera, en su Mitología chilota, del Pinchén
o Piguchén: «Cuando una persona o animal entra al agua, especialmente a los ríos, o lagunas, bañarse, Piguchén (que vive durmiendo en el
fondo) sube a la superficie atraído por el olor de la carne viva, y lo
envuelve totalmente acto seguido y lo lleva hacia abajo para devorarlo». Este Pichén o Piguchén concuerda con El Cuero, otro mito de
animal feroz de aguas, que anota el también chileno Julio Vicuña
Cifuentes (Mitos y supersticiones recogidas de la tradicion oral chilena).
El Cuero es un pulpo que se cría en el agua y tiene las dimensiones y
el aspecto del pellejo de un animal vacuno perfectamente estirado. Las
mejillas están guarnecidas de innumerables ojos, y en la parte que parece ser la cabeza tiene cuatro más de mayor tamaño. Cuando una persona o animal penetra en el agua, El Cuero sube a la superficie y lo envuelve devorandolo en un momento, a este Cuero le dicen manta en otras
partes de Chile.
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El segundo informante se nombra Mariano Sobrino, agricultor
retirado, sesenta y seis años de edad, blanco. Con más de treinta
años residiendo en la zona. Es hombre reposado, de mente clara
y confiable.
MADRE DE AGUAS AGRESIVA
A mí me dice todo el mundo aquí que en la Laguna del Itabo hay
un Madre de aguas, una serpiente con tarros. Esa laguna nunca se
seca porque tiene Madre de aguas. Yo no la he visto, pero me han
dicho pescadores que se han metido ahí, que hasta la han agarrado con la mano, y han tenido que soltarla porque ella jala mucho,
y se los llevaba para abajo. Los Quintanas y los Macones y
Heriberto Terry han tropezado con ella pescando. Y han salido
huyendo, han abandonado la pesca y los jamos y hasta la ropa,
del miedo. Pero hace muchos años que no sale y nadie pesca ahí.
El siguiente informante se nombra Francisco González, cañero
retirado, de sesenta y ocho años de edad, blanco, residente por
muchos años en la zona.
Es hombre responsable y muy cuidadoso en sus palabras.
MADRE DE AGUAS APACIBLE
En la Laguna del Itabo había una Madre de aguas. Hace años que
no se oye hablar de ella. Yo sabía donde estaba, y hace años me
metí con un poco de miedo, y no la encontré. Parece que se fue
de allí con una creciente.
Me contaba mi papá Román que allí existía la Madre de aguas
y que después de la Guerra del 68, él trajo para Caonao unos
En el floklore paraguayo existe el Moñal, según Núñez «monstruo
horrible, mortal para quien lo ve». Bogarín lo define como una «sierpe
crinada», y así nos acercamos al mito cubano, «que vivió en una caverna insondable, no lejos del legendario cerro Ñanguarú, en una cañada
cenagosa». (Citas de Carvahlo Neto en su Folklore del Paraguay.)
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parientes huérfanos. Eran unos muchachos. Y Andrés Ramírez, el
mulatico bayamés, se fue a pasear a la laguna y se zambulló y se
encontró con la Madre de aguas, un majá grande. Y él no sabía lo
que era una Madre de aguas. La sacó de la cueva y subió con ella
a flote y se la enseñó a la gente que estaba con él y gritó:
—¡Miren qué anguila más grande traigo!
Y cuando la gente la vio, lo dejaron solo; se desprendieron a
correr desnudos. El inocente no sabía nada y la volvió a poner en
la cueva. Y no le pasó nada. Ni le dio ni fiebre ni nada. Así que yo
creo que lo que cuentan de que la Madre de aguas es mala no es
cierto...
Allá en Caledonia decían que había una Madre de aguas y nosotros nos bañábamos allí y no nos hizo nada nunca.
El último informante se nombra Celestino Pérez, cañero retirado,
de sesenta y seis años de edad, negro. Conoce la zona desde
niño y es persona respetable y de mesurada conversación.
MADRE DE AGUAS CAZADA A TIROS
Yo voy a decir la verdad de lo que pasó con la Madre de aguas
en la Laguna del Itabo. Yo he trabajado más de cuarenta años en
esos lugares y no tengo que decir mentiras. Lo que pasó fue que
sí había un majá muy grande y yo lo vi mil veces que vivía en el
tronco hueco de una guásima y todas las tardes se subía y se
echaba en un gajo a coger el sol.
Él vivía al pie de la laguna. Adentro nunca lo vi. Pero un día
vino Armando con una escopeta y cuando se asomó a coger el
sol lo mató.
MADRE DE AGUAS EN LA LAGUNA DEL RIO CIEGO
El segundo lugar de gran referencia como habitado por una Madre de aguas en la finca La Josefa es la laguna conocida como
Laguna del Río Ciego. A ella fuimos. Se encuentra a cien metros,
o ciento veinte metros de la Laguna del Itabo.
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Es casi redonda, una laguna tranquila, donde hallamos niños
pescadores de guabinas y biajacas. Se afirma que, en la temporada de las lluvias, se une al río Ciego, un pequeño arroyo cercano.
La Madre de aguas de esta laguna se caracteriza porque persigue a los hombres.
Nuestro primer informante se nombra Argelio Valladares,
obrero cañero de la finca La Josefa, cincuenta años, mulato. Es
hombre veraz.
MADRE DE AGUAS APACIBLE
Yo soy natural de La Josefa, y me he criado y vivo en ella. He
oído hablar mucho, tanto del güije como de la Madre de agua.
Me decía Manuel Guanguá, que la había visto y que era un majá
muy grande y que tenía tarritos encorvados como una vaca
bronsuí. Él me dijo que pasó para su trabajo por el río Ciego y
era un majá tremendo, calentándose al sol en una palizá que había
allí de una creciente.
Yo he pescado varias veces en esa laguna, que es muy honda,
pero hay fondo, y siempre estaba a la espectativa no sea cosa me
topara con ese bicho tan grande y tan feo. Tremendo susto me hubiera llevado. Manuel Guanguá me decía que cuando vio aquel
animalón salió corriendo como una bala. Que yo sepa no hizo
daño a nadie.
El segundo informante se nombra Gerardo Roque, cañero retirado, blanco, sesenta y dos años. Es hombre de habla rápida y de
fondo supersticioso. Criado en la zona de La Josefa.
LA MADRE DE AGUAS LLAMABA RABOS DE NUBE
Todo el mundo hablaba de la Madre de aguas en el río Ciego.
La Madre de aguas es un remolino, y la gente decía que cuando bajaba un rabo de nube al río Ciego era porque lo llamaba la
Madre de aguas. Cuando una vez llegó el rabo de nube a la Madre de aguas formó volcanes de agua. Eso fue tremendo. La Madre
de aguas llama al rabo de nube.
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Yo nunca llegué a ver la del río Ciego, pero to el mundo hablaba de eso. En cuarenta años viviendo en esa zona los oídos me
duelen de haber oído hablar de eso, pero ya no se habla na.
El último informante se nombra Manuel Roque, blanco, sesenta
y cinco años. Con más de cincuenta años de permanencia en la
zona. Es hombre muy conversador y cooperó grandemente en
la investigación.
MADRE DE AGUAS HABLADORA
En esa laguna había una Madre de aguas que metía miedo. Dicen
que era un animal grandísimo, parecido al majá, y con tarritos.
A ésa la vio el viejo aquel que le decían Ciríaco. Y gente de por
aquí la vieron.
El viejo congo, Carvajal, me decía, cuando yo era niño:
—Hijo no baña ahí, ahí hay una Madre de aguas que pita como
rayo.
El agua ahí es fría y el lugar es hondo. Eso nunca se seca. Todo
lo otro se seca menos eso. Ahí se ahogó la yegua de Carlos
González, la yunta de buey de Tomasito Quintana, y la gente decía que era la Madre de aguas que jalaba los animales pabajo.
Ahí nadie pesca con jamo, del miedo que tienen.
En nuestras investigaciones tras las Madres de aguas cubanas
recorrimos tres provincias: Las Villas, Camagüey y La Habana,
en breves pero intensísimas búsquedas, no agotadoras del mito,
que se anda, en términos generales, por los campos donde corran
aguas. En Caonao, Las Villas, hallamos al carretero de la caña
José Alejo, de setenta años, blanco, jubilado. Es de habla reposada y precisa.
VI UNA MADRE DE AGUAS COME-RANAS
En una poza en Vista Alegre, por Ciego Alonso, cerca de Palmira,
yo vi una Madre de aguas.
Estaba a vara y media arriba del agua, entre el macío. La vi.
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A mí nadie me conoce por mentiroso ni tengo por qué mentir
nada. Yo la vi.
Ya estaba anocheciendo cuando yo la vi, la vi bien. Estaba en
la mitad del charco. Era un majá gordo con tarros. Le vi los
tarros. No sé si, como dicen, es que al majá viejo le salen tarros,
y que el majá viejo busca el agua. A lo mejor es un majá que se
puso viejo y engordó en el agua comiendo ranas.
Yo me fui a Vista Alegre, allí cerca, y hice el cuento. Y allí había
otros viejos que también la habían visto. Nunca había hecho
daño. Era la figura de un majá. Ese charco no se ha secado nunca. Eso es lo que yo sé de la Madre de aguas.
En Santa Clara hallamos al barbero retirado Agustín Díaz que
viviera su juventud en los campos de Taguasco. Hombre hablador y simpático. Blanco, setenta y dos años. He aquí su relato:
RASTRO DE UNA ENORME MADRE DE AGUAS
En Chepón vivimos tres años, del 20 al 23. Chepón es un barrio
de Taguasco. Allí había una laguna entre el monte de Herminio
Sánchez, y allí había una Madre de aguas. Nunca se secaba la
laguna donde ella estaba.
Pero una vez vino una seca muy grande y la laguna se empezó
a secar. Y ya la Madre de aguas tenía el lomo afuera. Entonces
decidió irse de allí y era tan grande que cuando salió por el fango
dejó un rastro como de un tronco enorme que lo fueron arrastrando, del grueso de un horcón. Mis hermanos y yo vimos ese
rastro bárbaro. De allí cogió para el monte y de allí para el
río Taguasco. Nosotros seguirnos el rastro hasta que llegó al río
Taguasco donde se perdió.
En una reciente visita, 1973, al pueblo de Trinidad, reunimos a
los ancianos del pueblo para realizar animadas investigaciones
alrededor del folklore trinitario. Al plantearse el mito de la Madre de aguas tan sólo recogimos una breve información, la del
plomero Ulises Prado:
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MADRE DE AGUAS QUE CANTA COMO GALLO
Las Madres de aguas son majases muy grandes con tarros en la
cabeza que cantan como gallos y que viven en los ríos. En
la ciudad de Camagüey, en 1971, recogimos en una reunión que
realizamos buscando el mito, una leyenda donde aparece la serpiente Madre de aguas. No se la menciona por su nombre.
El informante: Pedro Roig. Obrero gráfico.
MADRE DE AGUAS ASESINA
Hay en esta ciudad una laguna que le llaman La Turbina. Allí se
bañan muchas gentes, grandes y chicos —yo también— y es el
caso que cada cierto tiempo se ahogaba alguien y la gente lo atribuía a que el primero que se ahogó se le quedó el espíritu maligno
allí y cada cierto tiempo buscaba compañía y halaba al infortunado de turno.
Otros decían que había una serpiente que agarraba al infeliz
y se lo llevaba hasta el fondo. También decían que el agua depositada en ella tenía temperaturas distintas a ciertos pies de profundidad, causando repentinos calambres.
Lo que sí puede que sea aceptable es que como allí había una
cantera de los ferrocarriles desde la dominación española, quedó
un hoyo muy ancho y trataron de rellenarlo con cachivaches y
hasta con vagones de ferrocarriles desechados, no percatándose
de una serie de manantiales que allí salían los cuales con el tiempo
anegaron los hierros salientes, y puede ser que esos obstáculos
hacían que cuando el bañista tropezaba con ellos se les acalambraran los pies.
En la muy folklórica región de Camajuaní, Las Villas, en 1972
recogimos, en animada reunión investigativa, con jóvenes y viejos
muy solícitos, una vieja leyenda, muy valiosa, narrada por Elías
Aguilar:
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MADRE DE AGUAS EN UN POZO
Esta leyenda me fue contada por un esclavo que vivió en este
batey llamado La Matilde, en el cual existía un ingenio que era
propiedad de Agustín Falcón (el viejo Falcón como así le decían), el cual fue su último dueño y tenía a su cargo centenares
de esclavos.
Como en muchos pueblos de Cuba, en Camajuaní también tuvieron lugar unos curiosos episodios, que más tarde pasaron a
formar parte de las leyendas de este pueblo. El escenario de esta
leyenda fue el ingenio La Matilde y un profundo pozo situado en
ese lugar.
Según me contó el esclavo, en aquellos tiempos se decía que
en este profundo y oscuro pozo, existía una Madre de aguas (especie de serpiente con cuernos), a la que temían los negros esclavos y
por lo cual se negaban a limpiar dicho pozo. Era tal el miedo que
sentían que preferían ser azotados y hasta recibir la muerte antes
de limpiarlo.
Pero siempre había algunos esclavos que, por serles fieles a
sus amos, penetraban en el pozo. Sucedió, según cuenta él,
que aquellos que penetraban en el pozo perdían la razón y se
ahorcaban.
Y así siempre ocurría algo trágico a los esclavos que intentaban conocer el secreto del pozo embrujado.
Cuenta él que un mulato claro, llamado Lorenzo, entró al pozo,
mató a la serpiente y salió arrastrándola. Al ver esto los negros
esclavos huyeron despavoridos a los barracones dando gritos de
espanto y orando en sus ritos africanos. Al regresar Lorenzo hacia el pueblo, vio que los potreros aledaños a la línea de Sagua
estaban ardiendo y que hasta su propia casa ardía también. Creyendo que lo sucedido era castigo por haber matado a la serpiente,
Lorenzo se suicidó dándose un tiro.
Pasados bastantes años, fue allí un grupo de personas a investigar y descifrar el enigma. Hechas las investigaciones se dijo que
la causa que producía a los que visitaban aquel pozo sensaciones
raras, era la rarifícación del aire debido a la gran profundidad del
mismo, cosa que desconocían los esclavos de aquellos tiempos.
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Poco tiempo después entrevistamos al agricultor Juan Hernández, en Jibacoa, Villaclara. Nos narró lo siguiente:
LA MADRE DE AGUAS DEL RÍO NEGRO EN JIBACOA
Yo tengo setenta años y desde niño le tenía terror a una Madre de
aguas, que todo el mundo decía estaba en una poza de este valle.
Esta Madre de aguas tenía una amiga —La Llorona—, que era
una aparición horrorosa.
Pasaron los años, vino la Revolución y se hace una presa y el
río Negro se seca y yo me digo:
—Ahora voy a ver al fin a esa Madre de aguas y a esa Llorona... Y nos acercamos con mucho miedo a la poza, y na; no
vimos na. ¡Cincuenta años huyendo pa na!
En 1973, realizamos un grande encuentro de búsqueda folklórica
en el Taller 04, imprenta habanera, sita en Zulueta 614, La Habana. Allí, frente a obreros de distintas regiones del país, planteamos el mito y recogimos nuevos datos, que aportan rarísimas características a la Madre de aguas cubana.
El obrero René Valdés relata:
MADRE DE AGUAS VEGETARIANA
A los majases cuando tienen muchos años y están muy viejos, le
salen tarros, y se van a vivir al río. Salen de noche y se alimentan
de árboles frutales y si alguien los ve ellos lo hipnotizan, y se lo
llevan al fondo del río haciéndoles desaparecer.
MADRE DE AGUAS CON VOZ DE VIOLÍN
J. Echevarría, de sesenta y cuatro años, nos refirió una extraña,
singular, característica de la Madre de aguas cubana:
En ciertas lagunas se dice hay Madres de aguas, que son unos
majases que viven en ellas. Éstos tienen tarros como un chivo y
emiten sonidos como un violín.
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Aporte del equipo
El equipo de investigadores que adiestramos para las búsquedas
de las Madres de aguas en Cuba realizó una grande labor, descubridora de nuevas facetas del mito.
Ha sido la suya tarea buena, poderosa.
Adalberto Suárez (hijo)
Comenzamos por los aportes de Adalberto Suárez, hijo, catorce
años, alumno de Secundaria Básica en Santa Clara. Recogió entre sus compañeros de estudios el siguiente relato:
CASTIGO DE UNA MADRE DE AGUAS A SU PRESUNTO ASESINO
Me contaron aquí en Santa Clara, mis amigos estudiantes que
una vez un guajiro viejo veló a una Madre de aguas para matarla.
Él la había visto una vez en el río y dijo: «La próxima vez que la
vea la voy a matar».
Y la veló y un día se la encontró serenita arriba del río. Le vio
los tarritos afuera y dijo: «Ahora la voy a matar».
Sacó el machete y se metió en el río despacio para no hacer
ruido, para sorprenderla y darle un machetazo, pero la Madre de
aguas lo sintió que venía y salió huyendo río abajo hasta el mar.
Y el viejo se murió de la enfermedad que le mandó la Madre de
aguas desde el mar.
Adalberto Suárez (padre)
Aporte de Adalberto Suárez, cuarenta y cuatro años, carpintero,
dibujante, blanco. Hombre muy dispuesto e inteligente, de grandes facultades para las búsquedas folklóricas.
Adalberto Suárez investiga en las presas, donde trabaja como
carpintero. En la presa Matos, en Sancti-Spíritus, recogió de boca
del también carpintero, Andrés Piedra, el siguiente informe:
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MADRE DE AGUAS COME-VACAS
En la laguna de La Cabezada, que está en El Santo, había una
Madre de aguas.
Dice la gente que ahí se caían los terneros y las vacas y desaparecían sin dejar rastro. El único rastro que se veía en los cañaverales cerca de esa laguna era el de ese majá tan grande.
Muchos dicen que ese majá silba, y otros que canta como
gallo, y también que tiene dos tarritos en la cabeza. Si te cae atrás
tienes que matarlo porque si no te echa una maldición terrible.
Yo no lo he visto, pero oigo decir eso desde chiquito. Ahora
tiempo se secó esa laguna y todo el mundo fue allí para ver lo
que había allí.
Los que fueron dicen que no aparecieron ni los huesos de los
terneros ni de los animales que ahí se han caído. Yo creo que ese
animal, según dicen, cuando él ve que se está secando el lodo
donde vive se va para otro lugar, y algunas veces coge para el
mar.
MADRE DE AGUAS COME-CARNERO, TERNEROS Y CHIVOS
Entre Amaro y Sitio Grande, en la finca Delgado, Regional Sagua,
existía una laguna llamada El Encanto, donde había o hay una
Madre de aguas, que es grande como una palma a raso. Tiene la
piel igual o parecida a la del majá, los ojos grandes y con brillo.
Tiene tarros y chifla.
Una señora de la zona, que lavaba la ropa en las márgenes de
esa laguna, sintió un ruido muy grande que hacía con el cuerpo
arrastrándose; y al verla quedó horrorizada por el horrible animal, dejando toda la ropa, que luego no pudo encontrar.
Allí existieron varios hechos de ese animal. En ocasiones el
extravío de terneros, carneros, chivos, etcétera, que, según se
afirma, la inmensa Madre de aguas se los comió.
Esa laguna nunca se secó, por mucha que fuera la sequía. En la
actualidad esa laguna se encuentra inundada por las aguas de
la presa.
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Víctor, El Taita. Sagua la Grande, Las Villas.
Suárez entrevistó en Santa Clara a Gregorio Rodríguez, empleado del Hotel Central, setenta años:
MADRE DE AGUAS AFRICANA Y AL SERVICIO DE SANTEROS
Las Madres de aguas dependen de los africanos, porque ellos las
trajeron de allá, no crea que son de aquí. Ellas representan como
una mujer, se ven con pintas y tarros.
Las Madres de aguas se van para el mar y están dos o tres
meses y después regresan a tierra.
¡Mire que eso es cosa grande, esas Madres de aguas las usan
los santeros! Pero yo creo que con eso no hacen daño.
Adalberto Suárez entrevistó en el Reparto Camacho, Santa Clara, a Juan Díaz, quien le informó sobre un hecho de la Madre de
aguas que ya conocíamos; el majá-tronco.
MADRE DE AGUAS CON MONTURA
Yo no me acuerdo para qué lado queda ese lugar, sé que es aquí
en Las Villas. Se llama Calambuco y a los que le pasó esto a uno
le decían El Chora. Eran dos, iban a caballo y llegaron a la orilla
de un río.
Se desmontaron para descansar un rato. Se quitaron los zapatos y pusieron las monturas en un tronco grande que había allí.
Entonces buscaron piedras para poner a hacer café en una lata
que traían. Sacaron de las alforjas los preparos que traían para
hacer café. Buscaron gajos secos y le dieron candela.
Se sentaron en el tronco a esperar que estuviera el café.
Cuando se lo bebieron, empezaron a recoger, pero de pronto
vieron que el tronco empezaba a caminar con monturas y todo lo
que habían puesto arriba de él. Se fijaron bien y era una Madre
de aguas enorme. Y salieron corriendo, dejando hasta los zapatos.
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Alberto Anido
El Investigador Alberto Anido, treinta y cuatro años, dibujante,
compositor de canciones, guiñolista, recogió en los campos del
parque de diversiones infantiles Arco Iris, en Santa Clara, el siguiente relato, referido al río Ochoa que atraviesa el parque:
MADRE DE AGUAS CHIFLADORA EXTRAÍDA POR BUZOS
Yo fui con mi sobrino José Alberto a pasar la tarde en el Arco Iris,
que está al lado del río Ochoa.
Nos fuimos caminando hasta el lugar donde comienza el recodo que hace allí el río, a una poza honda, famosa por la gente que
se había ahogado allí. Se llama la poza de La Majagua.
...Cuando estábamos mirando, una persona que había allí nos
dijo que allí existió un remolino que halaba a la gente para abajo y
las ahogaba. Que a ese remolino lo terminaron cuando bajaron
unos buzos y sacaron a la Madre de aguas, que estaba escondida
bajo las piedras del fondo. Era enorme, una serpiente muy gorda
y muy larga. Tenía muchos tarros en la cabeza.
Hoy se bañan los niños sin problemas.
Uno de los niños de la zona me dijo que la Madre de aguas
silbaba y chillaba, y que oían sus chillidos a kilómetros de
distancia y que los niños no dormían del miedo.
Rigoberto Valdés
El joven de treinta años, Rigoberto Valdés García, investigó en el
Regional Placetas, Las Villas, sobre la Madre de aguas. Solamente
encontró una referencia, que entregó sin el nombre del informante
ni el lugar donde recogiera la información.
Pero es el suyo un relato de suma importancia sobre las costumbres del mito, que establece su relación con la Yemayá de los
yorubás en Cuba:
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LA MADRE DE AGUAS Y LOS SANTEROS
Cerca del central Fidencia, en la zona de Placetas, hay una poza
y en la misma hay una Madre de aguas. La han visto los vecinos
de la zona. Dicen que es un enorme majá y que tiene tarros. Dicen
algunos viejos que esta poza era visitada por unos negros santeros los viernes santos, los cuales le traían comida a la Madre
de aguas.
Esta salía y se pasaba el día con ellos junto a la orilla.
Aida Ida Morales
La investigadora Aida Ida Morales, de Santa Clara, cuarenta y un
años de edad, es graduada de la Academia de San Alejandro,
dibujante y pintora.
Entrevistó en Santa Clara a Ricardo Pedreira, trabajador de la
construcción, de cuarenta y ocho años de edad, y éste le informó
sobre una Madre de aguas que conociera en Santa Lucía,
Caibarién.
MADRE DE AGUAS EN UN POZO
Esto me lo contó un amigo en Santa Lucía, un señor de apellido
Hernández, y nunca se me ha olvidado.
La Madre de aguas es una especie de majá muy grande con
tarritos. Se parece a la serpiente anaconda, como las que habitan
en las selvas del Matogroso, del Brasil.
Esta Madre de aguas no vivía ni en el río ni en arroyo, sino que
vivía en un pozo extremadamente profundo, que tenía una solapa
que es dentro del pozo como una especie de recodó. Ahí debajo vivía ella. Un día un señor de la zona armado de un machete
bajó al pozo y la desbarató a machetazos.
En Santa Clara entrevistó a Juan O’Farrill, de ochenta y un años
de edad, comerciante jubilado, quien le refirió una singular
aparición del mito.
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MADRE DE AGUAS COMO SIRENA
A mí me contaron mis padres que había una señora que, pasando
un río, en el cual había una poceta, vio a una señora sentada en
una piedra peinándose. Ella le pidió un objeto y la que estaba
pasando no se lo dio. Se fijó bien y vio que era una Madre de
aguas, mitad de mujer de color blanco y mitad pez.
La señora escapó a todo correr y contó a todo el mundo lo que
le había pasado. Luego se quedó inválida, y la gente decía
que eso fue un castigo de la Madre de aguas por divulgar su
existencia.
En Santa Clara entrevistó a Agustín Cuadrado, de setenta y
ocho años de edad, tintorero retirado.
MADRE DE AGUAS QUE COME COMIDA DE SANTEROS
Es un majá que pone los huevos fuera del agua, y cuando hay
crecida y suben las aguas del río, se rompen los huevos y caen al
agua. Luego va cogiendo tamaño y se pone enorme.
Ella vive debajo de las lajas de las piedras del río y en ese lugar
casi siempre hay un remolino.
Es de color dorado, con pintas negras y grandes escamas. Además, cuando es adulta, le salen unos tarritos en la cabeza y camina con unas pezuñas que tiene por el vientre. A la Madre de aguas
le dan el nombre de majá de Santa María y en caló le dicen
emboma. Los santeros le veneran como si fuera santa Bárbara, o
sea: Yemayá, y le llevan comida al río.11
Cuando ella lo siente sale a comer y no le hace nada al santero.
El mismo informante, Agustín Cuadrado, narra a Aida Ida Morales una característica nueva y asombrosa de la Madre de aguas
villaclareña:
11
Como se advierte fácilmente es muy estrecha la relación entre esta
Madre de aguas que informa Cuadrado y la Iemanja brasileña que alimentan sus creyentes.
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MADRE DE AGUAS AL SERVICIO DE SANTEROS
Yo tenía un amigo que tenía una Madre de aguas que se estaba
criando dentro de una tinaja, y según iba creciendo la ponían en
otro recipiente más grande, hasta que le hicieron una especie de
pozo. Caminaba por la tierra y por dentro de la casa y le gustaba
jugar con los pollos y los gatos. Cuando tocaban a la puerta de la
casa de este señor que era santero, ella, para ver al recién llegado
y si éste traía mala intención, iba parando la cabeza hasta que se
quedaba parada en las pesuñas.
Si el que llegaba venía con buena intención entonces seguía en
sus juegos con los gatos y los pollos.
En Santa Clara entrevistó a Florencio Bravo, de setenta y dos
años de edad, comerciante retirado, quien le describió una nueva
forma de la Madre de aguas.
MADRE DE AGUAS COMO HONGO
Yo he visto en la poza de algunos arroyos a la Madre de aguas.
Es como la madre del vinagre, redonda, grande, como si fuera
un hongo enorme, un paraguas.
Donde está ella no se seca el agua.
Magaly Landa
La investigadora Magaly Landa, bachiller, de treinta años de edad,
entrevistó en Violeta, Camagüey, a una campesina, que no quiso
identificarse, de cuarenta años, mulata.
MADRE DE AGUAS GUARDA BIAJACAS
En el ojo de agua que llena el canal que pasa por el Uno de España vive una Madre de aguas. Yo no la he visto ni quiero verla.
Pero dicen que sale a coger sol, que es como un majá muy
largo, con dos tarritos en la cabeza.
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Una vez un muchacho se resbaló y cayó en el ojo de agua y por
poco se ahoga, porque el majá lo enroscó por las piernas y le
halaba pabajo. Tuvieron que halarlo con fuerza porque ese majá
se lo llevaba.
También en ese ojo de agua hay unas biajacas grandísimas,
que se ven claritas ahí. Pero nadie las puede pescar. Ése es otro
misterio del ojo de agua y su madre.
René Batista
El investigador René Batista, de treinta y tres años de edad, residente en Camajuaní, investigador de historia y poeta, ha realizado
numerosas búsquedas por la región, de excelentes resultados.
Entrevistó a Lorenzo Alonso, pequeño agricultor, de cuarenta
y cinco años, en la finca La Panchita.
MADRE DE AGUAS CON CUERNOS DE TORETE
Las Madres de aguas cuando son muy viejas le salen tarros. Se
van por los ríos hacia el mar, son muy gordas y muy grandes.
Algunas alcanzan como quince metros. Una vez fui a ver a un tío
mío que estaba grave porque se había caído de una palma. Yo
andaba con mi farol. En eso, cuando voy a cruzar el paso de Los
Díaz, veo como una cosa negra entre las piedras del Paso. Primero pensé que era un palo, luego vi que aquello se movía. Eché un
poco más palante el farol y vi que aquello sacó la cabeza. La
cabeza era grande y tenía dos tarros como los de un torete. Viré
y me quedé en casa de mi tío. Aquella Madre de aguas, me dijo
un viejo que había allí, venía de seguro de la cabeza del río con
rumbo al mar. También se dice que el que mate una Madre de
aguas se muere a los tres días.
Un campesino entrevistado, Joaquín Vivó, de setenta y ocho
años de edad, relató una experiencia personal sobre la Madre de
aguas carnívora.
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MADRE DE AGUAS COME-TERNEROS
Cuando yo vivía en Arroyo Frío se hablaba mucho de una Madre
de aguas, y según la gente era muy vieja porque tenía los tarros
muy grandes y tenía el pellejo colorao.
Un día como a las seis de la tarde amarro allí un ternero para
que se comiera la yerbita fresca y tomara agua cuando quisiera.
Por la noche estoy sentado en el comedor con un compadre y
siento berridos. Salimos corriendo porque seguro que algo le estaba pasando. Llegamos allí y nos quedamos frío: la Madre de
aguas se había tragado casi todo el ternero y lo que vimos de él
fueron las patas de atrás y el rabo. La Madre de aguas tenía los
ojos muy grandes y la boca abierta como un saco, tragándose
aquello. Cojo una piedra, que era lo que tenía a mano y se la tiro.
Entonces ella con el ternero a medio tragar se metió en el primer
charco que vio. Eso fue como en el año 28.
Mario Muñoz, de Guajabana, pequeño agricultor, de setenta y
dos años, vio a la Madre de aguas en un potrero:
MADRE DE AGUAS QUE VA POR TIERRA BUSCANDO MAR
Aquí en La Julia, en 1935, se hablaba mucho de una Madre de
aguas. Ella, antes, vivía en un arroyo, pero se secó el arroyo y
luego vivía por ahí, por los lugares más húmedos. Una vez yo iba
para la casa de mi mamá, eso queda ya en plena Julia. Había
mucho polvo. Y vi en el camino una marca como un gajo grande
o un tronco de una palma que habían arrastrado por allí. Yo no le
hice mucho caso a aquello, y seguí mi camino, y no me pasó por
la mente lo de la Madre de aguas. En eso doblo para coger un
potrero y debajo de una mata de mango vi la Madre de aguas.
Era grande y gorda, y tenía los tarros como de un buey. Aquello
metía grima. Yo salí corriendo y me puse a mirarla de lejos. Cogió
el potrero adentro. Iba con rumbo a la costa, buscando el mar.
Aquella Madre de aguas tenía como doscientos o trescientos
años, calculo yo.
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El pequeño agricultor Oscar Santos, de cincuenta y ocho años,
vio también a la Madre de aguas, pero esta vez en grupo. Lo que
le sucedió con ellas pertenece a los relatos de superstición en
Cuba.
MADRES DE AGUAS QUE RESUCITABAN
Mis padres me hablaban mucho de las Madres de aguas. Ellos
me dijeron que las Madres de aguas tenían escamas grandes, que
eran rojas, y que tenían tarros y que por los tarros se calculaban
los años que tenían. Yo oía todo eso y me parecía muy bonito,
pero nunca quise creer nada. Un día salgo para Yaguajay, de
aquí de Centeno, y cuando voy llegando a la carretera veo, en
medio del camino, una bola de Madres de aguas.
No eran grandes, eran chiquitas, eran pichones de Madres de
aguas, porque dicen que las Madres de aguas viejas alcanzan
veinte metros de largo. Y como yo no les tengo miedo cogí el
machete y las picotié. Les di machete por todos lugares. Cuando
caminé veinte o treinta pasos viro la cara y las veo igual que
como me las encontré. Viro otra vez y les doy machete, eran como
ocho enredadas, las hago todas pedacitos. Me voy, miro otra
vez, y las veo unidas. Entonces corrí mucho porque quería salir
de todo aquello. Luego hice el cuento y me dijeron que si las
hubiera matado, yo no la hubiera pasado bien. Porque el que
mata o lastima una Madre de aguas se jode para toda la vida.
Pero que a mí no me pasó porque yo soy hijo de la virgen de Las
Mercedes, como las Madres de aguas.
Un caso parecido es el sucedido a Emeterio Jiménez, zona Fusté,
de ochenta años de edad. También agrede a una Madre de aguas,
esta vez a tiros.
MADRE DE AGUAS INMUNE A LAS BALAS
Aquí en Fusté se hablaba mucho de una Madre de aguas. Mucha
gente de por aquí la veía y me lo decían, pero yo no quería creer
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nada. Un día la hija mía, Leonor, fue a lavar la ropa al río, y al
poco rato siento la gritería. Yo estaba engrasando la escopeta,
porque pensaba ir a cazar venao. Cojo la escopeta y unos cartuchos en la mano y corro. Cuando llego a la barranca del río veo a
mi hija subiendo y sobre las piedras, saliendo del río, una Madre
de aguas, grande, gorda, con tarros. Bajo un poco y le disparo
los cartuchos. Se los metí todos en el cuerpo, y la Madre de
aguas ni se enteró.
Luego desapareció. Mi hija que estaba mirando todo aquello
me dijo: «Corre papá, que ese bicho es mágico, y no se deja ver
pa matarnos». Corrimos hasta la casa y yo cogí un machete y salí
otra vez pal río porque yo sí no creo ni en la Madre que me parió.
Recogí la escopeta, y todo estaba como antes, como si nada
había pasado.
MADRE DE AGUAS EN EL POZO
Aquí en Fusté hay un pozo muy viejo de cuando tiempo de España. Yo me casé y hice mi casita allí cerca pa poder utilizar el pozo,
le daba una buena limpieza y ya. Lo hago así y un día comienzo
con el pozo. Una vez alguien me dijo que había visto entrar allí
una Madre de aguas. Pero se me había olvidado y me acordé
cuando iba bajando la soga y ya casi a mediado del pozo. Cuando estoy llegando me detengo y enfoco con la linterna. Y veo una
Madre de aguas con unos tarros del carajo, pará igual que un
hombre y con un jadeo. Entonces les grité a mis hermanos que
estaban aguantando la soga: «¡Echen parriba con to lo que tengan, pero ya!» Y salgo con los nervios que no valían un quilo, del
tiro desbaraté la casa y me mudé de allí...
Quino Pérez, cincuenta y seis años. Fusted, Camajuaní.
Esta zona de Fusté antes estaba llena de Madres de aguas, pero
hubo una muy vieja y muy grande. Una vez Florencio Reyes estaba cazando y vio un pellejo de majá; entonces le midió el ancho
con las manos y tenía dos cuartas y media.
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A él aquello le asustó mucho y dijo para sus adentros que le
gustaría encontrarse con ese majá. No caminó ni unos dos cordeles cuando vio en una mata de guanábana un majá grande; sobre
los gajos más altos estaba. Y cuando la miró bien supo que aquello no era majá que era una Madre de aguas. La fue siguiendo con
la mirada y vio que aquel bicho llegaba hasta el tronco de la mata
y que en el tronco se hacía un rollo. Entonces huyó de allí; no
quiso tirarle con la escopeta, por miedo a la reacción de aquel
animal.
Ricardo Hernández, cincuenta y seis años. Fusted, Camajuaní.
En la misma zona de Fusted, Ramón González, campesino de
setenta años, añade advertencias sobre las defensas mágicas
de la Madre de aguas:
PELIGROS DE MATAR A UNA MADRE DE AGUAS
Las Madres de aguas son muy peligrosas, el que mata una Madre
de aguas no sabe lo que le espera, porque las Madres de aguas
están siempre «trabajadas». En los centrales, los conguitos que
venían de África las preparaban pa su defensa. Si golpeas una
Madre de aguas, es malo; y si la matas, te mueres. Ellas no se
meten con nadie, pero cuidado, porque si llegas a acosarlas por
casualidad lo acaban a uno.
MADRE DE AGUAS DE QUINIENTOS AÑOS QUE HIPNOTIZA
Una Madre de aguas jaquetona es una cosa grimosa; tiene tarros,
le salen como unas barbas, son grandes y gordísimas... A veces la
gente ven una Madre de aguas pichona y forman el escándalo, y
hasta dicen que es vieja... Las Madres de aguas viejas las han
visto muy pocos. Una Madre de aguas que se considere vieja,
tiene al pie de trescientos o cuatrocientos años y quinientos también; ésa es la edad buena de una Madre de aguas para ir a morir
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al mar. Una Madre de aguas de esa edad de acuerdo al tamaño
que coge no hay río ni arroyo ni pozo ni laguna que la aguante...
Ver una Madre de aguas cuando va a morir al mar, es cosa muy
peligrosa... Porque según ellas se van poniendo viejas van creando un poder en la vista, ésa es la única defensa que tienen, que
hipnotizan. Después que hipnotiza a un animal o una persona le
pasa por arriba y lo revienta. Yo una vez vi una por Los Robalos;
ella me miró y yo le volví la cara y me fui. Porque de muchacho
conozco todas esas cosas, son conocimientos de mis abuelos y
mis padres, que tengo, y que me han servido de mucho...
Conrado Hernández, sesenta y nueve años. La Panchita,
Camajuaní.
MADRE DE AGUAS GIGANTE
Por este pueblo en el año 1924 pasó una Madre de aguas. La
Madre de aguas venía de la loma La Blanquita; entonces bajó,
cogió por la estación de ferrocarril y entró al pueblo por la calle
General Naya. Era muy gorda y muy grande porque la gente al
otro día comentaba que por la madrugada, por la parte del parque, había temblado la tierra. La Madre de aguas cuando enderezó por el parque viejo, lo que es ahora el parquecito infantil, se
llevó un testero y arrancó varios bancos y se perdió por la excavación; iba buscando el mar por ese rumbo. Un viejo de apellido
González, que hace años murió, la vio pasar; él estaba de sereno
esa noche. Y decía que tenía una cuadra de largo y un ancho
como de dos palmas...
Alfredo Gómez, setenta y cuatro años. Camajuaní.
NUEVA MADRE DE AGUAS CON MONTURAS
Una vez estoy bajando de las lomas del Escambray con rumbo a
Trinidad y me cogió la noche. Entonces llego cerca de un arroyo,
le quito los aparejos a las mulas, que eran siete. Puse los aparejos
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sobre un tronco de palma nueva que había allí tirado. Por la mañana me despierto y miro para la palma y los aparejos y no los vi.
Me levanté asustado y miro para el charco y veo los aparejos
flotando en el agua y me di cuenta de todo: la palma era una
Madre de aguas.
Ramón Pedroso. Camajuaní.
El campesino Martín Ramos, de la zona de Fusted, de sesenta y
nueve años, relató un caso personal donde se establece la relación mágica de la muerte de la Madre de aguas y la muerte de un
ser humano.
MADRE DE AGUAS DESPEDAZADA POR UNA BOMBA
Aquí en Camajuaní, en el año 1917, vivía un mulato que le gustaba mucho la pesquería. Se llamaba Gerónimo Montes. Un día él
me invita a pescar. Cogimos, él, tres amigos y yo, un domingo
bien temprano por la mañana, para el arroyo Manacas que está
cerca de Muela Quieta. Y comenzamos a pescar de la mano izquierda del puente para arriba.
Entonces llegamos a un charco que tenía un tronco de una palma atravesado, y fuimos a coger unas cuantas truchas. En eso
cuando llegamos con la red hasta el tronco de palma, sale de allí
una Madre de aguas vieja. Los tarros eran grandes y tenía mucha
barba.
Estaba encabroná. Se paró dentro del agua muy tiesa y con la
boca muy abierta con ganas de mordernos. Salimos corriendo.
Gerónimo no era tan liviano como nosotros y la Madre de aguas
lo envolvió cuatro o cinco veces y lo revolcó por el fondo. Nosotros corríamos y pensábamos que la Madre de aguas lo había
matado. Cuando miramos para atrás vimos a Gerónimo, que
corría también, con la cara llena de miedo. Nos detuvimos allí
para auxiliarlo. Lo sacamos a la carretera y se lo contamos todo a
la policía.
Regresamos con la policía y ésta tiró varias bombas de agua.
La última trajo a la superficie pedazos de carne y sangre. La bomba
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había reventado a la Madre de aguas, pero Gerónimo murió unos
días después.
Rigoberto Díaz, pequeño agricultor, vecino de La Quinta, de sesenta y siete años, relata un nuevo caso mágico sobre los peligros
de matar a una Madre de aguas.
MADRE DE AGUAS MUERTA A MACHETAZOS
Aquí cerca de las ruinas del central La Matilde hay un arroyito, y
yo casi todos los días a eso de las diez o las once de la mañana
pasaba por allí con rumbo al pueblo. En más de una ocasión vi
dos Madres de aguas que habían allí. Nunca le dije nada a nadie,
porque me habían dicho que el que maltrate un animal de
aquellos, se enfermaba, y si luego la Madre de aguas se moría
uno también se moría. Y que si uno la mataba en el acto, dos días
después se moría. Entonces cuando yo las veía, cogía por otro
lado y me iba. Un día encontré en el camino a Juan Pérez. Al
cruzar el arroyito vimos a las dos Madres de aguas. Eran muy
grandes y gordas. Y él sacó el machete. Yo quise impedir que las
matara, pero como las Madres de aguas estaban tan gordas y
eran muy lentas, él mató a una. La otra huyó. Yo le dije que no
seguía con él y regresé a mi casa. Estaba muy asustado. Le dije
que él sabía a muerto y le conté lo que se decía sobre quien
matara una Madre de aguas y él se rió. Al otro día por la mañana me enteré que Juan Pérez había amanecido muerto.
El pequeño agricultor Ramón Loyola, de treinta y ocho años mantiene el mismo respeto y miedo. Es muy peligroso matar una Madre de aguas.
ES PELIGROSO MATAR A LA MADRE DE AGUAS
Joaquín, un amigo mío que vive por aquí cerca, y yo, siempre
estábamos pescando. Aquello prácticamente era nuestro trabajo.
Salíamos a pescar y luego vendíamos en Vueltas la pesca. Pescá188
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bamos cualquier cosa: truchas, biajacas, camarones, rana-toro,
anguilas...
Un día nos tiramos para El Santo, al charco de un arroyo que
le dicen La Puntilla. En un jagüey que hay en la orilla había enroscada una Madre de aguas. Yo había oído hablar mucho de
esos bichos, pero nunca había visto ninguna hasta ese día. Yo
pensé que lo que había enroscado era una manguera. Joaquín
también lo creyó. Pero aquello empezó a bajar y a meterse en el
río. Era blanca como la plata, brillaba mucho, y estuvo como veinte
minutos para meterse toda dentro del agua. No le hicimos nada,
porque dicen que el que le haga daño a un animal de esos se sala
para toda la vida.
Miguel Martín Farto
Joven médico, veintitrés años, investigó en la zona de Remedios y
recogió extraordinario testimonio sobre una violenta Madre de
aguas, de boca de Ida de Paula, ama de casa, Remedios. Ella le
relató un suceso muy reciente, ocurrido en el patio de su casa, en
la calle Máximo Gómez.
MADRE DE AGUAS INVENCIBLE
Mire, como usted ve, ese patio está limpio. Hace muy poco, había, donde están esas matas de plátanos, muchas hojas de esas
matas que tupían todo el lugar. Allí oía yo el ruido todas las noches después de las doce. Creyendo que era alguna lechuza o un
aura y temiendo que fuera a infestar el patio por ser aves que
andan con animales muertos, cogí una vara y traté de espantarla
dándole golpes a las matas. Mientras más golpes les daba más se
sentía el ruido.
Luego Venancio, un amigo, vino a limparme el patio y después
de cortarme todas esas ramas que usted ve por allí, no encontró
nada. Esa misma noche antes de dormir salí a dar una vuelta por
aquí por el patio para acostarme tranquila y alumbré el montón de
basura que deposito aquí en la fosa para dejar limpio el patio.
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Alumbré una esquina de la fosa y vi un bicho que nunca había
visto, ni en cuentos, ni en revista, ni en libro. Asomaba una cabeza
grande y chata de alante a atrás. Tenía un par de tarros en forma
de tirabuzones, terminados en punta fina. Entre ambos tarros tenía una cosa que no sé describir, una cosa extraña, como una
cresta, pero no era una cresta. Estaba cubierta de escamas, que
me lucían duras. Yo las comparaba con el caparachón de una
jicotea. El color de aquello no era ni blanco ni gris ni negro. Era
todo mezclado, como veteado. Los ojos saltones brillaban mucho. La boca, cuando la abrió, era más grande que el resto de su
cabeza. La lengua era negra y gruesa y terminaba en una especie
de dos lengüetillas finas. Tenía dientes que se dirigían hacía atrás.
Cuando vi aquel bicho pensé buscar luz brillante pero pensé
que no le haría nada, por las gruesas escamas. Entonces busqué
salfumán y cuando esa cosa abrió la boca le eché casi toda la
botella. El resto se lo eché en los ojos. Aquello se movió y se
derrumbó. Me di cuenta del tamaño que debía tener al sentir salpicar el agua del fondo de la fosa al caer.
Usted ve, esta fosa ya está tapada con esta placa de cemento. El hueco por donde ella salió yo lo tapé al otro día con cemento. Pero, luego, mire, se abrió este hueco y éste y éste más
grande, y éste otro aquí. Y mire este hueco enorme aquí.
Yo me asusté y traje a Salud Pública y tapó los huecos y le
echó veneno a la fosa. Pero nada, mire.
La noche aquella en que vi el bicho me acosté. Esa noche del
domingo no supe más de mí hasta el martes por la mañana cuando amanecí con dolor en las articulaciones. Algunas gentes me
han dicho que fue la Madre de aguas que me bajeó.
Como usted ve, yo tapé otra vez todos los huecos, y anoche
volví a sentir un ruido, y mire, ese agujero en la tierra apareció hoy.
Ayer yo la sentí chiflar. Eso no lo había sentido nunca. Me han
dicho que cuando chifla es cuando tiene algún problema. Yo me
imagino que debe ser la hembra que busca al macho. Si no recibe
contesta se marcha.
Yo, por si acaso, cierro todas las puertas que dan al patio cuando
voy a dormir.
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CONCLUSIONES MÍNIMAS
El mito de las Madres de aguas en Cuba, se puede hallar en varias provincias. De realizarse nuevas investigaciones aparecerían
nuevos relatos en las distintas zonas del país, sobre todo en las
más atrasadas y supersticiosas.
Sus características de gran serpiente mágica se evidencian a
cada nueva información. La raíz mítica es indiscutible.
Es un hecho real que el mito va desapareciendo en la Isla. Las
nuevas generaciones no lo conocen. Ningún joven, que sepamos,
ha visto una Madre de aguas. Fantasía del madreseo, pues, extraña.
EL CAGÜEIRO
Es éste un mito de la región oriental de Cuba. El cagüeiro tiene la
facultad, al verse perseguido en algunas de sus aventuras, de convertirse en cualquier animal: puerco, chivo, vaca, conejo, pájaro... Según la leyenda, el cagüeiro pronunciaba un ensalmo y
se convertía en el animal que deseaba.
David González Gross, a instancias nuestras, recogió numerosos datos sobre el cagüeiro. Según sus informaciones, el cagüeiro
se transformaba en un animal «para poder burlar a la Guardia
Rural», pues el cagüeiro robaba, asaltaba tiendas en los campos,
y cometía otras fechorías por el estilo. Ante el peligro recurría a
su magia.
Según su informante, Manuel Lahera, de Palma Soriano:
Allá por el barrio de La Aduana, hubo una vez un cagüeiro al que
la gente estaba vigilando. Una noche lo velaron, y cuando estaba
robando gallinas le gritaron. Inmediatamente se convirtió en
puerco. Sus perseguidores le tiraron un tiro de sal y lo hirieron en
la pata derecha de alante.
Al otro día el Alcalde de Barrio comenzó a visitar casa por
casa, y en una de ellas encontró a un hombre herido con sal en el
brazo derecho. La guardia rural se lo llevó preso por ladrón y por
cagüeiro. Es verdad que los cagüeiros existieron. Ya no; ya no
hay nada de eso: ni siquiera los negritos de los ríos, los jigües.
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González Gross refiere que su padre «tenía una finca y se pasaba
la vida vigilando a los trabajadores para que cumplieran sus tareas y no haraganearan. Éstos nunca lo podían ver, pues él se
paraba en las lomitas y se escondía detrás de los árboles». Según
nuestro informante cuando su padre agarraba a uno en falta, el día
de pago le decía cosas como ésta:
«Si te vuelvo a ver sentado debajo de un cedro, como el lunes,
no te doy más trabajo.»
Los trabajadores se quedaban sorprendidos y con el transcurso del tiempo le comenzaron a llamar El Cagüeiro.
Para nuestro informante, la escritora de Palmarito de Cauto,
Carmen Lovelle, «el cagüeiro se puede convertir en cualquier animal, chivo, majá, etcétera, y hasta en algo inanimado como el
tronco de un árbol caído... Me contaron que el cagüeiro cuando
iba por el monte, o a realizar sus transformaciones, se ponía la
camisa al revés».
En Palmarito de Cauto, Carmen Lovelle entrevistó a Antonio
Pérez Lago, de ochenta y cuatro años, el cual le refirió lo siguiente:
Conocí un individuo nombrado Rafael Quiala, alias Felungo, que
decían que era cagüeiro, de los que tienen y rezan «La oración de
la Santa Camisa».
Era veterano, creo que de las dos guerras de independencia.
Cuando lo conocí ya era viejo, tenía dos hijos hombres, que no se
ocupaban de él, ni él de ellos. Era desmochador de palmas, y en
las casas que iba a trabajar se quedaba a vivir por unos días. Las
familias lo querían porque donde él estuviera no había necesidad.
Salía de cacería siempre solo; nunca permitía compañía. Cuando entraba al monte se quitaba los zapatos, los colgaba de un
árbol, salía siempre con un venado, una jutía o un puerco jíbaro.
Cuando por las sequías o por las muchas lluvias había escasez
de viandas, se iba para el monte, y a los pocos días regresaba con
plátanos, calabazas o yucas gigantes, también traía panales de
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abejitas criollas que hacen sus colmenas en la tierra y cuya miel
nunca empalaga. En épocas difíciles, como en el machadato, se
metía en el monte, y durante meses, nadie sabía de él.
Por muy bien que lo trataran, nunca permanecía mucho tiempo
en una misma casa. Algunas familias no se lo permitían por la
peste que tenía, pues, según la tradición, los cagüeiros no podían
tener más de una camisa. Cuando ésta se le caía del cuerpo, se
compraban otra.
Refiere Carmen Lovelle que de varios informantes recogió «las
siguientes historias»:
Años atrás, monte adentro de Palmarito de Cauto, se hizo famoso un hombre que llegaba a las tiendas de campo con un billete de
veinte pesos a comprar una caja de cigarros. El dependiente le
daba el vuelto y al poco rato en el lugar del billete aparecía un
papel amarillo.
En varios lugares hizo el truco, e inmediatamente desaparecía, como si se lo tragara la tierra. Hasta que un día se encontró
con el pagador de una colonia de caña y, haciéndose pasar por
pagador también, logró que le cambiara billetes de veinte pesos
por valor de doscientos pesos. Después el pagador encontró los
papeles amarillos. La policía y la guardia rural lo persiguieron pero
nunca lo pudieron encontrar.
Hubo un cagüeiro ladrón de puercos. Los cochinos se perdían
como si siguieran con una soga al que los venía a buscar. Hasta
que una noche un hombre sintió un sonido raro en el corral. En la
oscuridad vio un animal que parecía un verraco jíbaro, le disparó
con su escopeta y sintió el chillido de un puerco. Al día siguiente,
cuando fue a ver, no había ningún puerco muerto ni herido, pero
el vecino apareció con un tiro de escopeta en una pierna. Este
cagüeiro era ya conocido como ladrón, y cuando se cometía un
robo y los guardias lo venían a buscar, decía: «Me voy a dejar
prender». Y, efectivamente, los guardias lo prendían, y llevándolo
montado en las ancas de un caballo, en la primera curva del cami193
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no se les perdía. Cuentan que una vez lo amarraron de un tronco
del camino y mientras los guardias llegaron a una casa a tomar
café, el hombre se fue dejando la soga amarrada tal cual estaba.
Carmen Lovelle se refiere también al «Anti-cagüeiro»:
Vive en este pueblo de Palmarito un ex-sargento del antiguo ejército, del cual se dice que tenía poder contra los cagüeiros.
Dicen que si él iba persiguiendo a un individuo, y se encontraba
un tronco de árbol, un perro, un chivo, o algo que a él le resultaba
extraño, decía a sus soldados:
—¡Cójanlo, que ese mismo es!
Los guardias amarraban el tronco o el animal que fuese, y cuando llegaban al cuartel resultaba que era el individuo que andaban
buscando.
Carmen Lovelle realizó una nueva investigación, esta vez a
Gregorio González Muñoz, campesino del barrio Santa María,
del municipio de Palma Soriano:
Mi suegro se llamaba Sabás Molina y sabía remedios contra los
cagüeiros. Una vez salió de cacería con un vecino, y como decían
que andaba un cagüeiro por allí, mordió las balas en cruz, y cuando le tiró a un venao y fue a recogerlo, al venao se le salía por la
barriga el tasajo que ellos habían comido antes de salir a cazar.
Después se desapareció el venao y apareció el vecino herido en
la barriga, pues era cagüeiro
Sobre el cagüeiro corren muchos mitos en los montes orientales.
Los que hemos presentado dan una breve idea general sobre el
tema, tan fantástico.
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LA LUZ DE YARA —MITO MAYOR—
INVESTIGACIONES PERSONALES
COLABORADORES
LA LUZ DE YARA
La luz de Yara es mito mayor cubano, creado en la zona norte de
las provincias orientales del país, en la región de Baracoa principalmente. Se relaciona con el suplicio de Hatuey, el indio cubano
que se enfrentó a los colonizadores españoles y que fue quemado
vivo por ellos, en Yara.
Su fuerza de gran simbolismo patriótico y libertario lo llevó a
convertirse en el nombre de uno de los regimientos más famosos
en la Guerra de los Diez Años, contra la España colonizadora. El
Regimiento Luz de Yara, cuyas hazañas guerreras recoge la historia y es todavía recordado por los ancianos de la región, y está en
la mente de los jóvenes como un nombre que los alienta.
Es muy conocida la «Leyenda cubana» que escribiera en el
pasado siglo Luis Victoriano Betancourt, con el título de «Luz de
Yara» y que publicara en La Estrella Solitaria, Camagüey, Octubre 10 de 1875. Fragmento:
Apareció al fin, la señal del sacrificio. Hatuey se arrojó intrépido a
las llamas devoradoras; los españoles lanzaron aullidos feroces
de alegría, y Bartolomé de las Casas cayó de rodillas elevando al
cielo una oración fúnebre, mientras el ángel de la libertad recogía
en sus alas el último suspiro del primer mártir de la independencia
de Cuba.
Desde entonces una luz tenue y misteriosa, desprendida de la
inmensa hoguera, vagó errante por las noches sobre aquellas dilatadas llanuras, velando el sueño de los que aún dormían en servidumbre, y esperando la hora de la iluminación eterna y de la
eterna venganza.
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Aquella luz era el alma de Hatuey. Era la luz de Yara.
Tres siglos pasaron. Una noche la luz errante se detuvo sobre
el mismo sitio en que se había alzado la hoguera de Hatuey. Y en
aquel momento, las palmas de Cuba, esos espectros silenciosos
de los indios, sacudieron violentamente sus fantásticos plumeros.
Y el éter se iluminó con una claridad pura y brillante. Y la tierra se
estremeció hasta en sus más internas profundidades. Y la luz tenue y misteriosa, agitada por embravecido huracán, convirtiéndose en gigantesca llama, se extendió por todos los vientos con
rapidez vertiginosa, inflamando todos los corazones, purificando
todas las almas y santificando todas las libertades.
Era la Luz de Yara, que iba a cumplir su venganza.
Era la tumba de Hatuey, que se convertía en cuna de la independencia.
Era el Diez de octubre.
Ésa es una versión del mito que recogiera Betancourt.
Con los años conocimos de boca de orientales distintas versiones del mito.
En marzo de 1974 viajamos hacía la región de Baracoa para
conocer de cerca el mito, sus versiones modernas.
Durante unas semanas recorrimos los campos de Baracoa y de
Yara recogiendo de boca de informantes sus versiones sobre la
Luz de Yara y de algunos habitantes de la ciudad de Baracoa.
Informantes de la ciudad de Baracoa
He aquí algunas de las versiones sobre el mito que recogiéramos
en la ciudad de Baracoa:
LE RALLAS UN ANILLO DE ORO Y VIENE PARRIBA TI...
Ella se refleja sobre el mar y se comparte en mil pedazos. Tú le
rallas un anillo de oro en los arrecifes y ella viene parriba ti...
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Yo de muchacho lo hice, y la vi venir parriba mí y corrí. La luz
es roja completamente y alumbra mucho. A mí sí que no me pueden hacer cuentos. Ella viene sobre el mar y la he visto. Su reflejo
se ve en el agua y es brillantísimo.
Pedro Zamora, sesenta y ocho años. Trovador.
ESTÁ A LA ALTURA DE UN HOMBRE QUE LLEVA UN MECHÓN...
Yo la luz la he visto desde que tengo conocimiento, la de Yara y la
de Jaitecico igual. Ésa con más vera porque yo vivo en ese barrio
desde niño.
La de Yara sale del bajo de la loma, y a veces de la cresta de la
montaña. Ella baja y se divide en dos o tres partes y vuelve a
unirse. Al unirse se ve un gran destello.
Ella va a una altura superior a un hombre, pero con un paso
como si fuera una persona que lleva un mechón... De pronto desaparece.
Casi siempre, cuando sale, se mantiene como una hora. Estamos cansados de verla.
Algún origen tiene esa luz. La luz de Yara tiene fama dondequiera.
Hace como quince años que no la veo. Era una bola muy grande. La de Yara se ve mucho, pero la de Jaitecico se ve con menos
frecuencia. Por Caguacey hay otra.
Mucha gente ha soñado con tesoros escondidos en Jaitecico;
han ido a sacarlos y no han podido. Juan Enrique Silá vio el hoyo
que hicieron unas gentes que vinieron de La Habana para sacar el
tesoro. Parece que no encontraron nada.
Un concuño mío ha ido a sacar ese tesoro varias veces y nada.
Parece que la Luz de Jaitecico lo está guardando.
Cirilo Caté Suárez, sesenta y cinco años. Impresor.
Convocamos a una reunión en un salón situado en los altos de la
Biblioteca de Baracoa. Allí se congregó gente de distinta cultura y
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profesión: maestros, estudiantes, obreros, poetas, músicos, etcétera. Por tres horas trabajé con ellos. Se escribió mucho sobre el
mito. He aquí la cosecha:
LA HE VISTO VARIAS VECES...
A la Luz de Yara la he visto varias veces en las lomas de Boca de
Miel, en la madrugada, y trasladarse hacia el obelisco y partirse
en tres partes iguales, pero en distintos colores, que son amarillo,
azul y verde.
Otro día la he visto por horas enteras. Esto lo digo por que soy
pescador. Una vez en el pesquero llamado «Punta de Matahambre», la vi tan cerca que tuve mucho temor. Vimos con su luz
hasta los placeres de la costa.
Mi abuela, que se llamaba Martina Gaínza me decía que esa luz
sí era cierto que salía y que en los meses de las menguantes era
cuando ella más se dejaba ver y que ciertas veces ella la veía
trasladarse desde las lomas hasta el cementerio.
Pablo Raffo, cuarenta y dos años. Pescador.
ES LA CENIZA DE HATUEY...
La Luz de Yara es la ceniza de Hatuey. Me contaba mi abuelo que
cuando quemaron a Hatuey un viento enorme se llevó la ceniza
de él y la dejó caer en la loma de Yara, y jamás ese viento ha dejado de
acompañarla. Salen a pasear y la ceniza se convierte en luz, y el
viento pasea la luz y a veces la convierte en dos, tres y hasta en siete
partes. Cuando la luz desaparece se escucha un ruido enorme.
Arcadio Calderón. Trabajador del DESA.
LA LUZ LE DEJÓ MUDO...
Me han contado que la Luz de Yara se hacía presente en la noche
cuando se rallaba un anillo de oro en los arrecifes. Venía a hacerse
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presente delante del que había rallado el anillo, y que luego se
compartía en diez o doce luces.
Cuentan que una vez le salió a Julián Toirac desde el fondo del
mar. Éste estaba pescando y tan grande fue el susto que se dio
que se desmayó y estuvo varios días sin hablar.
Oscar Montero González, cuarenta y ocho años. Soldador eléctrico y músico.
VI UNA LUZ ENORME QUE SE LEVANTABA DE LOS PICACHOS DE
YARA...
De niño se me decía sobre la Luz de Yara que había que esperar
a las doce de la noche, rallar un anillo en los «dientes de perro»
(arrecifes) y que la luz venía a quien usaba de ese sortilegio.
Ya con más edad fui varias veces a la costa y no rallé dicho
anillo, por temor. Una de esas noches vi una luz enorme que se
levantaba de los picachos de Yara. Luego se hizo muchas luces,
caminando desde dicha loma hasta la ensenada del río Miel. Poco
a poco se apagaron unas cuantas y las demás se fueron acercando a la más alta y se hicieron nuevamente una luz gigante que
volvió al lugar de su nacimiento y allí se apagó.
Otras veces la vi con menos reflejos, pero siempre llevando
direcciones semejantes y terminando en el lugar de su nacimiento.
De esta luz se decía que era un tesoro enterrado en la ensenada
del Miel. Más tarde un señor, cuyo nombre omito, escarbó con
un aparato mecánico por aquellos contornos y según se dijo nunca halló dicho tesoro.
Ramón Barthelomy, cincuenta y cinco años. Responsable de
obras.
NO PICA EL PEZ...
Hace tiempo que oigo hablar de La Luz de Yara.
Los pescadores de ribera declaran que cuando esta luz hace su
aparición no pica el pez, por lo que tienen que abandonar la pesquería y esperar que la luz se retire.
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Luis Eliades Rodríguez, treinta años. Profesor de Artes Plásticas.
SON LOS PIRATAS...
Se dice que en tiempos de la colonia unos piratas escondieron un
tesoro en la ensenada de Porto Santo, y al transcurrir los años
dichos piratas murieron. Esa luz que aparece se parte en siete
pedazos y ellos no son más que los siete piratas en espíritu que
vienen a cuidar dicho tesoro. Según algunos viejos pescadores
hay que matar a siete y dejar los cadáveres en ese sitio. También
cuentan que cuando la marea baja se ve una cadena muy gruesa
que amarra la caja del tesoro, y que alrededor de esa cadena
merodea una cubera muy grande.
Lawrence Zúñiga, treinta y dos años. Decorador artístico.
ES HATUEY RECLAMANDO EL ORO...
Oí hablar por primera vez de la Luz de Yara a Eufrasia, una vieja
especialista en todos los cuentos de nuestra región.
Ella decía que para verla había que ir al malecón, rallar un anillo
de oro puro en los arrecifes y entonces ella venía. Para que no
llegue hasta uno hay que tirar el anillo al mar.
Dicen que es el alma de Hatuey que reclama a los españoles el
oro que se llevaron de la Isla.
Liana López Tarrero, dieciocho años. Responsable de Educación Artística.
LA LUZ LO AMARRÓ...
Conozco un caso muy raro. A Bitite, estando en el parque 20 de
Mayo, llegó la Luz y lo dejó tieso. La Luz lo amarró y no se pudo
ir, porque él fue el que ralló el anillo. Los demás escaparon.
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Arcadio Manuel Calderón. Obrero.
Investigaciones personales en Boca de Miel y Majana, zona
de Yara
Avanzamos hacia las regiones de Yara, acompañados del pintor
Lawrence Zúñiga, conocedor de la zona.
Llegamos a la orilla del río Miel. Allí nos cruza un barquero.
Caminamos con buen sol y brisa. Llegamos a un brazo de mar
y allí nos cruza otro barquero. En la barca hallamos a la primer
informante de la zona de Yara, Heriberta Leyva.
Ya en Boca de Miel, los pescadores enterados de los objetivos
de nuestra investigación, acudieron solícitos, con sus informes.
Durante un largo rato anotamos sus datos.
Después emprendimos la subida al Majana, por montes de
café y de cocoteros. Allí, nuevos informantes. Los informes, muy
parecidos entre sí.
Cosecha recogida
Boca de Miel
LA VI BRINCAR Y COMPARTIRSE EN SIETE PARTES...
Hace dos años yo estaba de guardia, en la playa, soy miliciano.
Yo la vi sobre las once y media de la noche, tal vez las once... La
noche era oscura. Ella salió por la loma y se fue corriendo por la
orilla de la costa y cuando sale a la playa se pone a brincar. Se
compartió en siete partes; cada parte tenía un color. De pronto
se me perdió. No sé si se metió en el mar o se fue por el aire. Se
desbarató.
Rubildo Terreno Lambert, treinta y siete años. Barquero en
Boca de Miel.
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AHORA YO SÉ QUE NO ES CUENTO...
Yo soy pescador y estuve toda la vida diciendo que eso era cuento y una noche me sorprendió la Luz y me salió al pie de donde yo
tenía tirados los cordeles.
Eso no hace nada malo, no se mete con nadie.
A veces la he visto una hora andando por la costa y después se
va pal mar y se parte en muchos pedazos.
¡Ahora yo sí sé que no es cuento!
La he visto a dos varas de mí, del tamaño de una güira verde,
quietecita. De pronto sale y se parte y juegan las lucesitas unas
con otras. Eso sale donde quiera. No le tengo miedo a la Luz
porque no hace na. Yo pesco solo toda la noche y me ha salido
mucho. No hace na. Desfila y se va.
Amado Cala, cuarenta y siete años. Pescador. Boca de Miel.
LA LUZ VA POR LA COSTA SIGUIENDO LOS BARCOS
Cuando yo tenía como dieciocho o diecinueve años la vi por
primera vez. La vi en la punta de Majana dando brincos. Yo venía
en un barco cargado de guineos para un vapor que había en el
puerto esperando frutas y allí la vi. Nosotros como a media milla
de la costa y ella brincando en los arrecifes. El barquito andando
y ella dando brincos. Se repartía y se volvía a juntar. Tenía un
color rojo fuerte, oscuro.
Después la he seguido viendo, navegando, pues me he pasado
la vida navegando en los barcos. Ver la Luz es cosa diaria.
Yo no sé ni de dónde viene o sale, si de la nada o donde sea,
pero la vi yo y todos los compañeros que veníamos en barco de
dos mil guineos, un barco grandón. Para un pescador de aquí la
Luz de Yara es cosa corriente.
La bola no la vi nunca muy grande ni muy cerca.
Felipe Fuentes Matos, setenta y cinco años. Marinero mercante. Boca de Miel.
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LE DECÍAN QUE SE PARTIERA EN DO...
Había persona que no le tenía miedo a la Lu de Yara y otra mucho
ma. Pero la que no le tenían miedo a la Lu le decían que se partiera en do y se partía. En cinco pedazo se partía.
Yo no la he visto pero lo que la han visto me cuentan eso.
Fernando Lambert, sesenta años. Cayuquero. Boca de Miel.
PEDRO LEYVA NO ME DEJÓ PARTIRLE PARRIBA...
Yo la vi en 1954. Yo iba para Majayara a pie, a la una de la
noche. Yo iba en compaña de Pedro Leyva. Dentro del monte
de la Agua del Salto estaba allí. Estaba en cantidad de grande, del
tamaño de un tanque. Era roja. Era un rojo veteado encendido.
Estaba quieta totalmente. Era como una cosa como si estuviera
viva, que se agitaba, pero no se quitaba de ella. Como yo no le
tengo miedo, le dije a Pedro Leyva.
—¡Vamos a agarrarla!
Pedro Leyva le cogió miedo y no me dejó partirle parriba. Era
una cosa que le comía la vista a uno.
Cuando di la espalda de ahí, casi no veía, según tenía yo la
vista empañada. Es un lumínico de cantidad de fuerza. Le quita
la vista a uno.
Marcelo Terrero, cuarenta y seis años. Carnicero. Boca de
Miel.
RONDA DE PESCADORES
Yo la he visto a las diez, a las once de la noche. Llega por el mar
y se rompe contra las rocas y sigue hasta Jaitecico.
En Semana Santa salía mucho. Orillaba toda la costa hasta
llegar a Yara. A veces atraviesa la bahía y se tira en Punta de
Playa; se pone a bailar y se reparte en siete.
Yo la he visto: corre, se para. Brinca por la costa. Hay en la
costa pescadores que la han visto y me han contado que se pone
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a rondarlos. Ellos están acostumbrados a eso; para ellos eso es
nada. Cualquiera se asusta.
En Boma vi la Luz una vez, que volaba en medio del agua. El
paso de ella es de Río Seco hasta Jaitecico. Como doce leguas
recorre. Ése es el camino de ella, y se reparte en donde quiere.
Viene siempre por toda la costa y coge la ensenada y vuela después hasta Jaitecico.
Leoncio Fuentes, cincuenta y nueve años. Pescador. Boca
de Miel.
Majana
YO LA VI...
En mis cincuenta y nueve años nunca la vi. Pero mi abuelo decía
que sí, que la Luz salía. Juan Delgado le dijo una vez que eso era
una mentira que la Luz no salía; y mi abuelo le dijo:
—A lo mejor te sale cualquier día...
Y así pasó; por Behorques le salió la Luz de pronto a Juan
Delgado, y la Luz cogió y se le posó en un hombro y Juan Delgado salió huyendo para su casa.
Pero la Luz se le metió dentro de su casa y se la alumbró todita.
Una vez, aquí en Majana, nos vinieron a avisar que el horno estaba ardiendo, que estaba volado; y cuando llegué allí no había
nada; era la Luz de Yara, y me quedé muy nervioso.
Daniel Práxides Rodríguez, cincuenta y nueve años. Trabajador agrícola. Majana.
SE PRESENTÓ COMO UNA RACHA DE UN CICLÓN Y ME APAGÓ EL
MECHÓN
Yo venía del pesquero y vi una luminaria y parecía que era un
yarero. La vi caminando rápido por la piquería de piedra. Vino al
pesquero y se desapareció por La Fortuna. Yo que estaba solo,
la verdad del caso, que los pelos se me pusieron de punta. Recogí
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todo lo mío y salí huyendo. En eso se presenta como una racha de
un ciclón y me apagó el mechón.
Salí en cuatro pies y me fui donde estaba Felipe. Aquello fue
muy grande.
Después la he visto en los planes de horno y también la he visto
corriendo por ahí...
A ella le gustaba ir y ponerse arriba del palo más alto del barco.
Desde hace años no sale.
A veces sale y parece que hay un pedazo de tierra ardiendo.
En Holguín hay una tienda que se llama «La Luz de Yara».
Eugenio Delgado, sesenta y ocho años. Agricultor. Majana.
ME CREÍ QUE ERA UN HOMBRE SENTADO
Cuando yo era muchacho salgo de mi casa en San Antonio de
Duaba y cuando llegué al camino real veo una luz y pienso que es
una persona que va con un mechón. Apuro el paso y mientras
más caminaba yo más caminaba la luz; y por un cangilón del camino la veo en un barranco, quieta, y digo: «Mira, el hombre se
sentó.» Y me acerco y no hay nadie: la luz sola.
Entonces, asustado, quiero irme, pero ella dio un brinco y se
puso delante de mí y me fue alumbrando hasta la puerta de mi
casa. Yo iba con los pelos de punta. No podía regresar, tenía que
seguir palante. Era una luz roja. Cuando llegué a la mata de mango de mi casa se partió en muchos colores y desapareció.
Mi papá cuando yo era niño me decía que eso era mentira. Y
una noche un señor que estaba en la casa le dijo: «Mire, pa que lo
crea, ralle un anillo de oro con otro y verá que la Luz viene», y
papá ralló los anillos y al momento la Luz bajó de la mata de
mango donde estaba, en el patio de la casa, y que papá decía que
era un cocuyo y vino tan grande, tan grande, que alumbró el guineal
entero.
Yo la he visto varias veces repartirse en cinco pedazos.
Me decían que era el espíritu de Hatuey que lo quemó la candela, que anda vagando por ahí... Que sale de la piedra de Yara.
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Rafael Delgado, cuarenta y nueve años. Agricultor. Majana.
Yara.
LA VI CERQUITA, A VEINTE VARAS...
Yo soy natural de aquí de Yara, y como a los quince años la vi por
primera vez. Hace como cinco meses que no la veo.
La vi cerquita, como a veinte varas. Es una luz redonda que se
riega en tres y a veces siete partes, y después vuelve y se junta.
Nunca le he tenido miedo. La he visto mil veces. Mis hijos, que
son pescadores, la ven por las noches en esa faralla de la costa
que usted ve ahí.
Es una luz roja que alumbra mucho.
Yo la he visto pegá a un palo y después brincar. La he visto en
la playa, pero no le puedo decir de dónde sale.
Nunca le he caído atrás a la Luz ni ella me ha caído atrás a mí.
A veces se está quieta y a veces está andando.
Pescando en la playa me ha salido entre los pies. Ella no se
mete con nadie. A veces la gente le dice: «¡Pártete en siete!», y
se partía; «¡Pártete en cinco!», y se partía. Aquí casi todo el mundo la ha visto.
Eso sale en su tiempo de salir. En la seca brava a ella le gusta
salir.
Elpidio Delgado, sesenta y siete años. Agricultor. Yara.
YO LA VI DE NIÑA...
Yo la vi de niña, como de diez años; soy de la zona de Yara. La vi
como a las diez de la noche. Salió del medio de la loma y bajó
hasta la playa. Era de color colorado. Era muy grande y luego se
ponía chiquita. Nunca la vi partirse como tanta gente la ha visto.
Me dio un miedo grande cuando la vi. Por esta zona de Yara
mucha gente la ha visto.
Heriberta Leyva, setenta y cuatro años. Ama de casa. Yara.
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Aporte de Lawrence Zúñiga
SALÍA EN UNA PIEDRA ENORME...
En Baracoa no sólo salía la Luz de Yara sino en Jaitecico. En una
piedra enorme, que dicen que vino rodando de la montaña, salía
la Luz. Hubo un pequeño terremoto y se cayó. Yo vi esa luz. Ya
no salen esas luces, pero salían.
Rafael Pérez, cincuenta años. INIT. Baracoa.
SE VEÍA EN LA LUZ UN HOMBRE
Yo vivía en Tibaracón del paso de Yara y en toda esa playa habían
pocas casas y la mía quedaba al pie de Yara. Allí nacía la Luz. Yo
la veía; era colorada como un farol. Nacía en la meseta y venía
volando y se posaba en el mar. Caminaba de un lado a otro, luego
se pasaba a la playa y se corría hasta los arrecifes. A veces se veía
en la Luz un hombre. Yo también lo vi y por eso se lo digo. La luz
se dividía en varios pedazos y éstos corrían de un lado a otro toda
esta zona de Yara. Estando mi madre viva, un Viernes Santo la
Luz vino hasta la puerta de mi casa. Yo no le tenía miedo, estaba
acostumbrado a ver la Luz de Yara. Hace años que no sale.
Juan Fernández, ochenta años. Jubilado. Yara.
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MITOLOGÍA AFROCUBANA
(Mitos teogónicos y cosmogónicos del negro cubano)
Nota
Los esclavos negros que trabajaban nuestros campos durante
el coloniaje español, trajeron del África dioses, semidioses y variadas creencias religiosas de origen mítico que, por sincretismo con
la religión del colonizador, crearon nuevas mitologías.
Ciertos investigadores cubanos recogieron algunos de esos
mitos afrocubanos, sobre todo en relación a las teogonías y
cosmogonías. Así encontramos entre sus dioses a Ikú (la Muerte), que habita en todas partes: cielo, mar y tierra. Las flores son
el símbolo de Ikú. La paloma es el alma que Ikú ha elegido para
que busque al moribundo y le eleve el alma.
Por otra parte, Ochún es la diosa del amor. Desde que nace
vive en el mar. Ella sale a sus fiestas, pero siempre vuelve al agua.
Tiene la mitología afrocubana un raro diosecillo llamado Chiguidí, Dios de los sueños. El sueño llega al durmiente y lo lleva a
donde él quiere...
Así tenemos los mitos de Obatalá, Changó, Ochosí, Yemayá,
etcétera, en esta rica y variada mitología afrocubana.
Según nos refiere Lydia Cabrera:
Olofi, el Dios infinitamente lejano e incomprensible, creó el Universo. Hizo a Obatalá. Obatalá hizo al Hombre, le traspasó un
poco de su inteligencia, le dio la voluntad.
Obatalá es el más grande de todos los Oricha.
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Obatalá es el hacedor de las cabezas, el dueño, el modelador
de las Almas.
Padre y Madre de los Oricha, de los Santos: Obatalá es el que
está por encima de todos los Santos.
MITO YORUBÁ Y MITO SIBONEY
Los yorubás habitaron a Cuba numerosamente. Del África natal
trajeron sus hermosos cantos y bailes, sus teogonías, cosmogonías
y mitos religiosos, costumbres, etcétera, que se fundieron con las
peculiaridades generales de la población nativa.
Los yorubás también habitaron Brasil y contribuyeron a agrandar el folklore afrobrasileño. Estudiando su folklore, Arthur Ramos recogió un mito que se asemeja a otro recogido en Cuba por
Pedro Modesto Hernández y transmitido a Adrían del Valle para
su elaboración literaria.
Sobre ello nos detendremos.
El mito recogido en Brasil es el siguiente:
Obatalá, el Cielo, se unió a Odudua, la Tierra, y de esta unión
nacieron Aganjú e Iemanjá respectivamente, Tierra y Agua,
Iemanjá desposó a su hermano Aganjú, de quien tuvo un hijo,
Orugán.
Se apasionó éste por su madre y comenzó a perseguirla, hasta
que un día la violentó, aprovechándose de la ausencia paterna.
Iemanjá se puso a correr, perseguida de Orungán, que le proponía vivir con ella. Ya iba a alcanzarla y ponerle las manos sobre
ella, cuando Iemanjá cae al suelo de espaldas. Entonces su cuerpo comenzó a dilatarse, a crecer desmesuradamente, hasta que
sus senos comenzaron a soltar dos corrientes de agua, que se
reúnen hasta formar un gran lago. El vientre se rompe y de él salen los
siguientes dioses: 1) Dada, dios de los vegetales; 2) Xangó, dios
del trueno; 3) Ogún, dios del hierro y de la guerra; 4) Olokún,
dios del mar; 5) Oloxá, dios de los lagos; 6) Oyá, diosa del río
Níger; 7) Oxun, diosa del río Oxun; 8) Obá diosa del río Obá;
9) Orixá Okó, dios de la agricultura; 10) Oxússi, dios de los
cazadores; 11) Oké, diosa de los ciervos; 12) Ajé Zaluga, dios
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de la riqueza; 13) Xapanam (Shankpanna) dios de la viruela;
14) Orún, el Sol; 15) Oxú, la Luna.
Hasta aquí el mito brasileño y sus supersticiones.
El mito del cubano siboney, fue recogido en Cienfuegos por Pedro Modesto Hernández (1866-1924), cuya familia residía en
esta región desde mucho antes de la fundación de la ciudad,
en 1819. Se repite.
La leyenda siboney narra que Huión, el Sol, creó a Hamao, el
primer hombre. Maroya, la Luna, le dio una compañera:
Guanaroca. Tuvieron un hijo: Imao. El padre llevó (a escondidas
de su madre dormida) al pequeño Imao al bosque. Allí el niño
murió. Hamao, «tomó un gran güiro, hizo en él un agujero y metió
dentro el frío cuerpo del infante, colgando después el güiro de la
rama de un árbol».
Al despertar, Guanaroca salió a buscar al niño. Vagó por muchos lugares. Entró en el bosque. En un árbol, el grito estridente
de un pájaro negro (el judío) le hizo levantar la vista. Halló el
güiro. «Por un extraño presentimiento» fue «compelida a subir al
árbol y coger el güiro».
Al ver dentro el cadáver de su hijo se sintió desfallecer y el
güiro se escapó de sus manos, cayendo al suelo; al romperse vio
con estupor que del güiro salían peces, tortugas de distintos tamaños y gran cantidad de líquido, desparramándose todo colina
abajo. Acaeció entonces el mayor portento que Guanaroca viera: los peces formaron los ríos que bañan el territorio de Jagua, la
mayor de las tortugas se convirtió en la península de Majagua y
las demás, por orden de tamaño, [en] los otros cayos. Las lágrimas ardientes y salobres de la madre infeliz, que lloraba sin
consuelo la muerte del hijo amado, formaron la laguna y laberinto que lleva su nombre: Guanaroca.
¿No sería penetrado, en alguna forma, el mito-siboney, ya en boca
del pueblo, por el mito-yorubá, mediante el sincretismo que tantas tradiciones orales acostumbra?
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Es indudable la similitud en algunas partes del mito, en los temas,
en los nombres, en el suceso central. ¿O bien no trabajarían
parecidamente las imaginaciones primitivas yorubá y siboney, al conocido modo de las relaciones universales entre los mitos? No obstante, es oportuno establecer los contactos entre ambos mitos.
1. En el yorubá, Orún es el sol. En el siboney lo es Huión.
La similitud fonética es evidente.
2. En el yorubá interviene la Luna (Oxú); en el siboney también (Maroya).
3. En ambos mitos se engendra un hijo: Orungán el yorubá.
Imao el siboney.
4. En el mito yorubá es la ausencia paterna la que origina el
delito; en el siboney el sueño ausenta a la madre y permite
el delito.
5. Tanto en el mito yorubá como en el siboney la relación
hijo-madre es decisiva.
6. En el mito yorubá de los senos de la madre saltan dos
corrientes de agua que forman un gran lago. En el siboney:
de los ojos de la madre surgen las aguas que formarán la
laguna.
7. En el mito siboney del redondo güiro que se rompe surgen
peces que forman los ríos que corren la comarca de Jagua.
En el mito yorubá del vientre que se rompe surgen dioses
de varios ríos.
Las relaciones quedan planteadas.
Posteriores estudios, con adecuados documentos e investigaciones, permitirán aclarar, a definitiva luz, la relación más justa, entre
los dos mitos expuestos, entre razas que si no convivieron en
Cuba, es en esta Isla donde mezclaron sus culturas: fuerte la
yorubá, débil la siboney (apoyada en su cerámica, los restos de
su lengua y las leyendas cada vez más vagas, perdidas, entre el
actual pueblo cubano).
Según Martínez Furé, en su artículo «Los Yyesas» (La Gaceta
de Cuba, junio de 1974), los dioses de los yorubás africanos en
Cuba son los siguientes:
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Elegba (Eshu, Elegbara), dueño de los caminos y las encrucijadas.
Ogún, señor de la guerra, de los metales, del monte y la herrería.
Oshosi, dios de la caza y de los cazadores.
Shangó, orisha de los rayos y del fuego.
Babalú Ayé, dueño de las plagas y de las enfermedades.
Inle, orisha de la pesca fluvial.
Ibeyi, los dioses niños gemelos.
Agayú, orisha barquero padre de Shangó.
Orula (Orúmbila, Orúmila), dios de la adivinación.
Orisha Oko, orisha de los terrenos labrantíos.
Osaín, dueño de las hierbas del monte, gran curandero.
Oke, la loma, «bastón de Obatalá».
Ogué, dios de la ganadería.
Odudua (Odua), orisha del mundo subterráneo.
Obatalá, creador del género humano, «dueño de todas las cabezas», orisha de la paz y la justicia.
Yemayá, dueña del mar.
Oyá (Yansa, Yansán), orisha de los vientos y la centella.
Oshún, diosa de los ríos y de los manatiales.
Yewá, dueña del mundo de los muertos.
Oba, «la felicidad conyugal», una de las esposas de Shangó.
Y otros...
IKÚ
(RECOGIDO DE LA TRADICIÓN ORAL DE LOS YORUBÁS POR
RAMÓN GUIRAO, PROVINCIA DE LA HABANA):
Se habla de los tiempos en que la gente no moría... De no morir
ser viviente sobre la Tierra, llegó a poblarse el mundo de tal forma
que era imposible dar un paso... Los viejos, rugosos, encogidos,
no podían andar ni morir. Arrastraban, muy penosamente, sus largos cabellos blancos, pero remediaban su debilidad agrupándose,
como hacen las hormigas laboriosas para mover las hojas secas
de los bosques. Se reunían hasta veinte ancianos con el propósito de trasladar una ramita seca con que mantener encendida la
hoguera; cuarenta no bastaban para mover una cazuela de barro
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cocido; se citaban ochenta para cortar una calabaza... porque
estaban muy cañengos y no tenían fuerza para nada.
Los jóvenes invocaban a los dioses, y les pedían que los liberaran de la inutilidad de los viejos.
Tanto clamaron, que al fin escuchó sus rogativas Ikú, la Muerte. Una voz profunda, como el rugido del viento huracanado, se
oyó a lo lejos, en lo más apartado y espeso de la selva.
Acudieron los jóvenes a responder a la complaciente Ikú, que
remediaría el mal.
—Durante tres días con tres noches —dijo Ikú desde lo más
intrincado del bosque—, lloverá sin cesar, y crecerán las aguas...
Los jóvenes y los niños deben subirse al piso alto de las casas,
porque las lluvias anegarán los campos... La tierra será un río sin
márgenes...
Los jóvenes respondieron a Ikú, muy afligidos:
—Nuestras casas no tienen pisos altos.
Ikú habló de nuevo:
—Suban al techo de las casas...
—El techo de nuestras casas es de guano.
—No soportará el peso...
—Entonces —dijo Ikú encolerizada—, suban a la copa de los
árboles...
A las palabras iracundas de Ikú siguieron los truenos y las primeras lluvias. Durante tres días y tres noches llovió sin descanso.
Las nubes parecían haberse roto como un cántaro. El primer día
la lluvia cubrió las raíces y los caminos. El segundo, quedaron las
casas ocultas por el agua. Al amanecer del tercer día, la lluvia
alcanzó la altura de la trompa de los elefantes y las jirafas... Las
aguas continuaron creciendo lentamente, hasta la altura que saltan
los tigres para apresar a los monos. La tierra era un mar sin oleaje
ni costas, son sólo las islas flotantes y movedizas de las ramas
quebradas. En la copa de los árboles más frondosos y altos esperaban los jóvenes y niños que se cumpliera la promesa de Ikú.
Los ancianos, tiritando de frío, intentaron, durante la mañana
del primer día, alcanzar las ramas elevadas, pero no pudieron,
porque era más veloz el agua desbordada en escalar los gruesos
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troncos de los boabades y las yagrumas que el movimiento lento
de los viejos entumidos.
Cuando escampó, al alba del cuarto día, vieron los jóvenes a la
luz de un cielo limpio, lavado por los dioses, que no había viejos
cañengos en el mundo... Hasta los jóvenes comenzaron a morir
también, quizá porque algunos no lograron subirse a tiempo al
cogollo de los árboles...
OBATALÁ, CHANGÓ, OYÁ, OCHÚN, OLOFI, AGALLÚ SOLÁ
Mitos africanos, o neoafricanos, acriollados en Cuba, cosechó
Rómulo Lachatañeré en su importante libro ¡Oh, mío Yemayá!
Lachatañeré los recogió de labios de adeptos al culto yorubá.
Algunos de estos mitos extraños son reproducidos en las siguientes páginas.
OBATALÁ Y SU HIJO
Obatalá, después de acoplarse con Agallú Solá, tomó el camino
de osan-quiriñán y ascendió por las cumbres que conducen a su
ilé (casa) blanca como copos de nieve y se entregó a sus menesteres, sin darle importancia a su fugaz entretenimiento.
Al poco tiempo sintió las molestias que anteceden a la maternidad; tampoco la mujer se preocupó y continuó entregada a sus
ocupaciones. Hasta que un día sintió unos dolores muy fuertes,
como si algo quisiera desprenderse de sus entrañas.
Obatalá dijo:
—Pujaré hasta que salga afuera.
Al poco rato surgió el niño. La parturienta lo tomó en brazos y
acariciándolo dijo:
—Te llamarás Changó.
—Me place ese nombre —contestó el moquenquen (niño).
Obatalá, después de esto, volvió a entregarse a sus asuntos y no
tomó en consideración al moquenquen, que se aburría corriendo
de un lado a otro de la casa, o bien permanecía largo espacio de
tiempo tendido en el suelo. Con los ojos fijos en la cúpula del
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cielo. Cuando veía venir a la madre, la asía abrazando sus piernas
y preguntaba con lágrimas en los ojos:
—Obatalá, ¿quién es mi padre?
—No sé, moquenquen; ¡no me molestes!
Changó vertía lágrimas.
—Guay, guay, guay...
Y se separaba de la madre, arrastrando sus patitas por el suelo, muy apesadumbrado y compungido. Cuando volvía el nuevo
día le repetía a la madre:
—Obatalá, ¡quiero ver a mi padre!
—Moquenquen, no tengo tiempo para contestarse.
Y todos los días era lo mismo.
—Mi iyaré, ¡quiero ver a mi padre!
Hasta que un día Obatalá, obstinada, le responde:
—Es Agallú Solá; ¡vete y quédate con él!
No terminó la frase cuando Changó escapó ligero, deslizándose por las montañas como una gacela y se interna en el monte,
gritando:
—¡Agallú Solá! ¡Agallú Solá!...
Ocurrió que en Agallú Solá quedó el recuerdo de la mujer y
todas las tardes la evocaba, internándose en el bosque, presa de
una furia insólita. Caminaba tan de prisa que dejaba un remolino
de árboles detrás de él y lloraba con copiosas lágrimas que caían
golpeando insistentemente las hojas secas esparcidas en el suelo.
Y el monte se llenaba de tristeza y caían las tardes lentas y
monótonas, porque el recuerdo de la omordé afectaba tanto a
Agallú Solá que le hacía perder la noción del tiempo
Aquella tarde escuchó la voz del moquenquen, reclamando su
nombre, y se detuvo en el recodo de un camino a esperarlo.
—¿Qué buscas, monquenquen?
—Busco a mi padre.
—¿Y tú, quién eres?
—Soy el monquenquen de Babá.
Al escucharlo, Agallú tiembla de ira y vuelve a interrogarlo:
—¿Quién es tu padre?
—Tú eres.
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Entonces Agallú le dice:
—Monquenquen, tengo mucha hambre para que vengas con
esas sandeces. Te asaré y me servirás de comida.
Changó no se inmuta y le dice sonriente:
—No me matarás; eres mi padre.
—¿Qué no?... Pues verás...
Agallú toma unas ramas, las junta y prende fuego; comienza
a avivar la llama ante la impasibilidad del niño, que no ha cesado
de sonreír. Cuando la hoguera está en su punto, toma al
monquenquen por los brazos y lo arroja a ella.
Dice, regocijándose por dentro:
—Hoy me alimentaré con tu carne tierna.
El fuego chirriaba y lanzaba al aire mil chispas que alumbraban
con tenues destellos la tarde declinante, y las llamas en múltiples
lengüetas relamían inofensivas el cuerpo del monquenquen, que
permanecía erguido en medio de la hoguera.
—Ah, monquenquen, ¡ahora verás cómo te achicharras!
—Dijo Agallú, y tomando un gajo pególe despiadadamente.
Pasó una amordé por aquel sitio y al ver el suplicio del niño
corrió hasta llegar al pueblo inmediato y clamó a toda garganta el
crimen de Agallú Solá.
La gente se amotinó y comenzó a dar su opinión.
Unos decían:
—Debemos ir allá y castigar a Agallú.
Otros:
—Lo más prudente es avisar a Olofi, Padre del Cielo y de la
Tierra.
Dos mujeres. Oyá y Ochún, se encargaron de llevar la misiva a
Olofi, después que se acordó que debía de contarse con su autoridad para resolver cualquier anormalidad que se presentara.
Enterado Olofi, dijo a Oyá, entregándole una centella:
—Ve, alumbra la selva. Lo demás está hecho.
—Tráeme el moquenquen —dijo, dirigiéndose a la segunda
mujer.
Cuando Agallú Solá ve venir la centella, corre despavorido,
dando saltos como un simio; se detiene ante una palma y la escala
en un santiamén. Allí queda temblando de miedo.
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Ochún rescata al monquenquen de las llamas y ambas mujeres
vuelven a Olofi. Olofi dice, refiriéndose a Changó:
—¡Te hago dueño de la candela!
A Oyá dice:
—¡Eres dueña de la centella!
—Otro día te tocará; hoy he repartido muchos aché (virtud)
Dijo, refiriéndose a Ochún.
TEOGONÍAS, COSMOGONÍAS
En sus libros Cuentos negros de Cuba y en El monte, Lydia
Cabrera recogió de labios del pueblo negro cubano mitos que
devolvemos al acervo cultural folklórico cubano, donde pertenece:
SAMBIA
Sambia hizo el primer hombre que hubo en el mundo y la primera
mujer. Como es natural, la pareja nueva, ¡bonita que la hizo!, se
casó y tuvieron un hijo: se lo enseñaron a Sambia y él les dijo que
si a los siete días se les moría, que no fuesen a enterrarlo sino
que lo pusieran entre los bejucos y lo taparan para que no lo
cogiera la tierra. Resultó que el hijo se les murió a los siete días; y
en vez de dejarlo en la bejuquera, como él les había dicho, abrieron un hoyo y lo enterraron igual que una semilla.
Esperaron unos días y fueron a contarle a Sambia que el niño
se había muerto y que no resucitaba. Pero como Sambia todo lo
ve, ya había visto que lo habían desobedecido.
—¿Pero yo no les dije lo que tenían que hacer?
—¡Antela bila bulu wámbo yayéndale! ¡Brutos, que no saben!
Ahora, todos los que sigan haciendo se morirán; ni uno solo va
a resucitar... Por no haberme hecho caso.
De esta pareja descendemos todos; y nadie cuando muere
resucita.
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LA TIERRA LE PRESTA AL HOMBRE, Y ÉSTE TARDE O TEMPRANO
LE PAGA LO QUE LE DEBE
Fue cuando en la Tierra no había más que un solo hombre...
Junto al mar se elevaba la loma Cheché-Kalunga. Kalunga se
llamaba el mar. El Hombre se llamaba Yácara. La Tierra se llamaba Entoto.
Cuando salía el Sol, Cheché-Kalunga veía al Hombre abajo,
escarbando afanosamente con sus manos en la Tierra.
Un día Cheché-Kalunga-Loma Grande le habló a Entoto:
—«¿Quién es ése que veo a mis plantas, que te hiere, te revuelve,
te maltrata, devora tus hijos y luego canta.
«Yo soy, el Rey, el Rey del mundo».
Y Entoto le respondió a Cheché-Kalunga:
—«Es Yácara, el enviado de Sambia.»
Entonces habló el Mar. Le dijo a Entoto:
—«¡Que no te engañe. Yácara; nunca podrá más que yo, ni
puede más que tú!»
Y el Hombre oyó lo que hablaron el Mar, la Montaña y el Llano. Se acercó al Mar y le dijo:
—«Soy el enviado de Sambia.»
El Mar le respondió furioso:
—«No reconozco a ningún señor.» Y le escupió el rostro.
Cuando el Hombre, como era su costumbre, quiso continuar
abriendo agujeros y hurgando en el suelo, la Tierra le preguntó:
—«¿Por qué tomas lo que es mío?»
—«¡Soy el enviado de Sambia!» —volvió a repetir el Hombre.
Pero esta vez la Tierra se endureció y se cerró y no pudo obtener
nada de ella. Entonces Yácara se volvió a Cheché-Kalunga y le
pidió permiso para escalar su cima y hablarle a Sambia. ChechéKalunga le dijo: —«Sube» —y Yácara llamó a Sambia y hablaron:
—«La Tierra no quiere darme nada de lo que tiene.»
—«Allá ella» —contestó Sambia—, «arreglen ese asunto entre los dos».
El hombre descendió y le dijo a la Tierra:
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—«Sambia dice que nos pongamos de acuerdo». Le pidió que
le proporcionara cuanto necesitaba para vivir y la Tierra
respondió:
—«Bien; te daré a comer mis hijos. Ellos te alimentarán a ti y a
toda tu descendencia. Veamos qué me ofreces en cambio».
—«No sé» —dijo Yácara—. «No poseo nada. ¿Qué quieres?»
—«Te quiero a ti» —contestó Entoto.
Yácara aceptó obligado por el hambre que empezaba a torturarlo.
—«Así será» —dijo—. «Mas con una condición. Me sustentarás con tus hijos día a día, y yo al fin, te pagaré con mi cuerpo,
que devorarás cuando Sambia, nuestro padre, te autorice y sea él
quien me entregue a ti al tiempo que juzgue conveniente».
Llamaron a Sambia que halló justo el arreglo, y quedó cerrado
el trato del Hombre y la Tierra.
Más tarde el hombre se entendió con el Fuego; hizo trato con
los Espíritus, con las bestias, con la Montaña y el Río. Jamás
pudo pactar nada seguro con el Mar ni con el Viento.
EL SOL Y LA LUNA
«...La Luna es un ser muy poderoso. Ella le ganó una porfía al sol;
por ella el sol no tiene hijos». (Las estrellas son los hijos de la
Luna). «Los congos contaban que la Tierra era la mujer del Sol,
Tangú. La Luna, Ngunda, hizo un pacto con la Tierra para salvarle los hijos, pues el Sol durante el día, se los quemaba. La Luna le
dio el rocío. Venía de noche, mientras dormía el Sol, y la refrescaba. Así los frutos no se secaban».
Y los lucumí: «El Sol y la Luna» (...), se casaron, tuvieron muchos hijos. Los varones, cuando empezaron a crecer se dijeron:
«Vamos a ver dónde va papá,» y un día lo siguieron.
«Ahora, cuando el sol se volvió y vio el enjambre de soles
chiquitos que iban detrás de él, y brillando todos tan bonitos, se
molestó. Se enceló como un gallo y los quiso castigar. Los muchachos huyeron y tropezando, como no conocían el camino,
cayeron en el mar y se ahogaron.
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Las hembras, Irawó, como no salían de la casa sino con su
madre, no les pasó nada. Las estrellas acompañan a la Luna que
pasea de noche. El Sol, que perdió, a sus hijos en aquel arrebato,
va siempre solo...»
LA DISCORDIA
—«En el reparto que hizo Olofi de la Tierra, cuando distribuyó
los cargos entre sus hijos, a Allágguna le tocó ser Creador de las
Pendencias. Todo lo revoluciona.
»Donde llega, la arma. Gobernaba una gran parte de África, y
se peleaba con todos los vecinos. Su índole es revolucionario.
Olofi lo llamó a capítulo:
»¿Por qué gobiernas en esa forma pendenciera? Yo quiero la
paz, ¡alafia para todos! Él le contestó: Usted Babá está sentado y
la sangre no le circula. A Olofi le daban siempre las quejas de sus
camorras. Allágguna lo que buscaba siempre era la lucha. Entonces Olofi le quitó el África y lo mandó al Asia. Allí Allágguna encontró gente tranquila. Jamás se desafiaban ni disputaban. ¡Qué
tranquilidad, aquí no puedo estar! Le preguntó a unos hombres:
¿Cómo se vive aquí, descansando siempre? Sí, señor, todos vivimos en paz.
»¿No pelean nunca? Nunca. Pues en adelante tendrán que pelear. Yo soy el Guerrero, el jefe, y conmigo no se sosiega. Allágguna
se marchó. Fue a visitar una tribu vecina y les dijo: “Vayan a dominar a aquella gente. Son bobos”. Volvió a aquel pueblo y los arengó:
“Por ahí vienen los invasores. ¡A vencerlos! No les queda más
remedio que defenderse, ser vencidos o vencedores”. Y así no
dejaba a nadie en paz. Alumbrando guerra aquí, allá, y por todas
partes, y metiendo discordia entre unos y otros, hasta que la guerra ardió en el mundo entero. Y volvieron los pueblos a quejarse a
Olofi.
»¡Allágguna, por favor, hijo mío! Quiero la paz.
Yo soy la paz, yo soy Alámorere, bandera blanca. Prima
chincha boré.
»Si no hay discordia no hay progreso.
»¿Y con la discordia avanza el mundo?
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»Haciendo que el que tiene dos quiera cuatro y triunfe el que
sea capaz, el mundo avanza.
»Bien, dijo Olofi, si es así durará el mundo hasta el día que le
des la espalda a la guerra y te tumbes a descansar».
Ese día no ha llegado.
CABEZA Y ANO
«[Oddudua] fue quien hizo las cabezas. (Y quien repartió coco
entre los santos). Olorún hizo solamente el cuerpo. El cuerpo caminaba, pero sin saber adónde, ni por donde iba. Olorún se lo
entregó a Oddudua y le dijo: Okoni se mueve, pero no tiene dirección. Acaba tú mi obra.
»Entonces Oddudua le hizo la cabeza. Pero todavía el hombre
aquel no hablaba. Vino Ibáibo. Le abrió la boca y le dio la palabra. Oro. Oddudua le había hecho un solo ojo a la cabeza. Un
solo ojo tiene Ibáibo: ese odyú ciega al que mira. Para que la
cabeza mirase mejor, Ibáibo le hizo otro ojo, además de darle,
mókbo, (voz)».
[...]. «Ahora le contaré lo que le pasó a la cabeza. Apunte.
Como Orí decía que él era Oba, el Orificio dijo que con todo, el
Rey del cuerpo era él y que lo probaría. ¿Qué hizo el Oriolo? ¡Se
cerró!
»Pasó un día, dos, la cabeza no sintió nada. Al cuarto, la cabeza, bien: si acaso un poquito pesada, pero el estómago y fúno, el
intestino, bastante incómodo. Al sexto día, ilú (el vientre) estaba
gordísimo, wó wó. El hígado... edósu, duro como palo, y Orí
empezó a sentirse mal. Muy mal. Elúgó, la fiebre, hizo su aparición. El purgante Lerroá no se conocía entonces y la situación
empeoró a partir del décimo día, porque ya todo funcionaba mal
y la cabeza, los brazos, las piernas, no podían moverse. Lo que
entraba, el purgante de guaguasí, no salía... La cabeza no se pudo
levantar de la estera para llevar al cuerpo. Ella, y todos los órganos, tuvieron que rogarle al Orificio que se abriera. Él demostró
lo importante que es, aunque nadie lo considera ahí donde está,
en la oscuridad, y despreciado de todos».
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IKÚ
«Gobernando Obatalá, ocurrió que la muerte, Ikú, Ano, la enfermedad, Ofó, la vergüenza y Eyé o Arafé (Iñá), la tragedia, el crimen, tuvieron mucha hambre. Porque nadie moría; porque nadie
enfermaba, ni peleaba ni se abochornaba. Resultado de esta felicidad fue que el bien de unos se volvió el mal de otros, y que Ikú,
Ano, Ofó, Irá y Eyé, para subsistir, decidieron atacar a los súbditos de Obatalá. Éste aconsejó a su pueblo que nadie saliese a la
calle ni se asomase a las ventanas. Y para calmar a Ikú, Ano, Ofó,
Irá y Eyé, Obatalá les dijo que esperasen, que tuviesen un poco
de paciencia. Pero el hambre que sufrían ya era atroz, y la Ikú,
Ano, Ofó y Arafé, salieron a las doce en punto del día con palos
y latas moviendo gran estruendo, y las gentes curiosas, se asomaron sin pensar a las ventanas. Ikú cortó un crecido número de
cabezas. A las doce de la noche volvió a oírse otro ruido ensordecedor; los imprudentes, unos salieron y otros corrieron a las
ventanas a ver qué sucedía, e Ikú hizo otra buena siega de cabezas. Desde entonces, a las doce del día y de la noche, tienen por
costumbre rondar las calles Ikú, Ano, Ofó y Arafé, y las personas
juiciosas por eso se recogen».
CHANGÓ
Changó se viste de mujer
«Una de las veces en que tuvo que esconderse de sus contrarios,
porque si caía en sus manos le cortaban la cabeza, querían matarlo de todos modos, se metió en casa de Oyá. Sitiaron la casa y no
había manera de escapar. Changó vaciló aquel día; entonces Oyá
se cortó sus trenzas y se las puso; lo vistió con su ropa, lo adornó
con sus prendas, sus collares, argollas y manillas, e hizo correr la
voz que iba a dar un paseo.
Changó y Oyá tenían el mismo cuerpo. Tiposo como ella,
Changó salió vestido de mujer caminando igual que Oyá, altanera
como es, saludando con la cabeza, muy ceremoniosa y sin hablarle a nadie —Oyá no es santa de rumbanzunga, es muy seria.
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Por el pelo largo, la ropa, los movimientos, ninguno sospechó que
no fuese la misma Oyá Ayabba en persona. Los enemigos de
Changó, muy respetuosos, creyeron que era la Santa, le abrieron
paso y Changó pudo escapar.
Cuando ya no había peligro, salió Oyá de verdad y ellos se
decían... pero ¿qué es esto? ¡Que Changó se nos fue de entre las
manos con las trenzas y el traje de Oyá!»12
CHANGÓ Y EL DRAGÓN
—«Otra vez, de Mina fue a Tákua a matar un animal feroz que
acababa allí con todos los hombres y nadie podía con él.
»—¿Para qué has venido? ¿Para dejar la vida? —le dijeron.
»—Para acabar con ese monstruo.
»Aquel dragón rugía y toda la tierra temblaba. Devoraba a las
mujeres. Changó no quiso soldados para vencerlo. Solo y cuerpo
a cuerpo luchó y lo mató:
Kaui Kaui Maforilé
Ké eñi Aladdó, titila eyé
»Changó cantaba eso y echaba borbotones de candela por la
boca».
Changó en la cárcel
«Hipócritamente, en Tákua y en Tulempe le hacían fiestas a
Changó, las mujeres lo querían con locura, pero los hombres lo
odiaban. En una fiesta lo prenden y lo encierran en un calabozo
con siete vueltas de llave. Changó había dejado su pilón en la
casa de Oyá. Pasaron los días y como Changó no venía, Oyá
movió el pilón: miró, y vio que estaba preso.
»Allá en la cárcel, Changó sintió que andaban con su pilón, y se
dijo: ¡Nadie más que Oyá sabe templarlo! Y botó truenos y más
12
«La santa Bárbara que se adora en la iglesia es Changó vestido de
mujer.» [L.C.]
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truenos. Oyá enciende su brasero y empieza a ochiché (a encantar). ¡Oyá samaterére, Oyá samatere!... Pero el canto no la acompaña, no domina. La candela la quema. Cuando ve que se quema,
cambia el canto:
Centella que bá bané.
Yo sumarela sube,
Centella que bá bané.
Yo sube arriba palo...
»No dice más que estas palabras, cruza, y el número siete se
forma en el cielo. La centella rompe la reja de la prisión y Changó
sale. Ve a Oyá que viene por el cielo en el remolino y se lo lleva de
la tierra Tákua. Hasta aquel día, Changó no sabía que Oyá tenía
centella. Así empezó a respetarla».
Changó y su padre
«...Changó no conocía a su padre, que ara Aggayú». Aggayú
era tan temido y respetado que dejaba la puerta de su casa abierta de par en par. Nadie se hubiera atrevido a entrar. Aggayú la
tenía siempre abarrotada de frutas, pues el río, las tierras y las
grandes sabanas son suyas: Changó se metió en la casa de Aggayú,
comió de todo, se hartó y luego se acostó a dormir muy tranquilo
en su misma estera.
»Cuando Aggayú volvió del campo, encontró a aquel negro
atrevido descansando y tan campante... ¡Ay, caramba! Lo agarró, ¡Iki busi sian! juntó leña, le prendió fuego y echó en la hoguera a Changó. Pero Changó no ardía. ¿No es candela? ¡Cómo iba
a arder! Entonces se lo llevó en hombros a la orilla del mar, para
ahogarlo. En el mar se aparece Yemayá, —Yemayá-Konlá— madre de Changó.
»—¿Qué vas a hacer Aggayú? ¡No puedes matar a nuestro
hijo! Aggayú dijo entonces: En el mundo yo soy el hombre más
bravo, y tú, Changó, eres tan bravo como yo. Certifico que eres
mi hijo». [...].
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OSAÍN
«Este santo poderoso en quien tenemos al Esculapio lucumí, no
posee más que un solo pie, el derecho; un brazo, el izquierdo, y
un ojo; una oreja desproporcionadamente grande, por la que no
oye absolutamente nada. La otra, muy chica, al contrario, es tan
sensible que percibe los ruidos más apagados y distantes. Oye el
andar de una hormiga o el vuelo lejano de una mariposa. Osaín
camina a saltos o rengueando, como Awó Jonú Aggróniga o Sódyi,
—lucumí Babalú Ayé, san Lázaro—, el gran santo de los ararás.
»Este Osain Okini Gwáwó Eléyo era malo: tenía mucho coraje, demasiado temple. Por cuestión de una mujer tropezó con
su hermano Osain-Alábbio. Se internó catorce días en lo último
del monte para trabajar una brujería y vencer a su hermano con
su arte. Allí, entregado nada más que a su odio y preparando su
mororá (bilongo), se encuentra con el Eleggua (centinela) de su
hermano, un jubo que silba y que tiene una secreción en la cola.
Guerrea con él y pierde el ojo que le falta.»
Aún más enfurecido por este revés, sigue invocando, pidiendo,
azuzando contra su rival terribles fuerzas maléficas, y suspende la
operación mágica en que está enfrascado porque tiene que bajar
al fondo de un pozo a buscar un secreto que está allí escondido,
para mezclarlo con su brujería.
Se sube sobre un viejo brocal, éste se derrumba y pierde un
brazo y una pierna. Cuando está en el fondo, destrozado y sangrando entre las piedras, con la mano que le queda agarra un
ratón. Éste chilla y lo oye una lechuza que grita a su vez: ¡Aléyo!
¡Aléyo kini bá wó! Osaín le da a comer el ratón y le pide en
cambio tres plumas de su ala izquierda. Espera que amanezca;
llama al Aura Tiñosa y le pide otras tres plumas de su ala derecha.
—¿Para qué?, le pregunta el Aura. —Para un matari, para
nkisomalongo, para preparar una piedra que camine por el
monte con un muerto adentro. Y Aura Tiñosa le da tres plumas
de su ala derecha, Gracias a estas plumas Osain vuela y vence a
su hermano.
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OBBARA
Olofi invitó a una fiesta a todos los orisha. Obbara, Changó se
hallaba pobrísimo. Sucio —obó eleri—, y raído no se atrevió a
asistir. Cuando todos los orisha estuvieron reunidos en casa del
Arughó, éste les regaló eleggueddé, calabazas. Despreciaron un
regalo tan común e insignificante y resolvieron por escarnio llevárselas a Obbara.
Obbara las recibió y lejos de despreciarlas, dijo: Emiché o
eleggueddé (yo sí cocino calabaza). Pero Obbara al escoger una,
creyó que la calabaza tenía bichos. No obstante, la abrió, y al
extraerle la tripa, la halló repleta de oro. Todas contenían oro.
Pasado cierto tiempo Olofi volvió a citar a los orisha para una
nueva fiesta, y cuando ésta ya estaba en sus comienzos, los tambores repiqueteando, vieron venir a un hombre enteramente vestido de blanco cabalgando un caballo del mismo color.
—¿Quién es? Parece un príncipe.
—¡Aggó ile! Pase adelante, le grita Olofi.
Era Obbara, que dueño del caudal que contenían las calabazas, venía a darle gracias a Olofi.
Versión
«Olufina era mentiroso, no se le podía creer una palabra, todo el
mundo lo tenía por embustero. Por esto estaba pasando muchos
trabajos. ¡Mentiras de Obbara; de su boca no sale una verdad!
Los demás santos lo acusaron de mentiroso ante Olofi. Veremos
si Obbara irori, miente, dijo Olofi para sus adentros. Anunció una
fiesta, invitó a todos los santos, invitó también a Obbara, que
estaba en la inopia. Olofi cortó dieciséis calabazas, y entre ellas,
una muy chiquita, ya medio fruncida, que colgó de la cruceta de
su bohío. Llegaron los Ocha. “¿Están todos?”, preguntó el viejo.
Sí, señor, estamos todos. No, contestó Olofi. Falta uno.
»—Falta Obbara, pero no vendrá, por lo mismo que dijo que
vendría.
»—¡Mírenlo! Allí lejos viene Obbara, dijo Olofi, y viene a
caballo.
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»—¡No puede ser!
»Porque era Obbara, ni sucio ni andrajoso, sino vestido de
blanco y con unas alforjas grandísimas debajo de la montura del
caballo. (¿De dónde habrá sacado ese caballo?). Echó pie a
tierra:
»—La bendición.
»—Santo hijo. Y Olofi se volvió a los demás orisha y les dijo:
»—Dijeron que no vendría, y ha venido. Ahora que estamos
todos reunidos, quiero hacerles un regalo a cada uno. Y le dio una
calabaza a cada orisha. Obbara recibió la más chica. Los demás
se molestaron con aquel regalo. ¿Para eso nos ha reunido Olofi?
¿Tanto se ha querido burlar de nosotros? ¡Vaya una ocurrencia!
Y cuando terminó la fiesta, aunque para no herir a Olofi tuvo que
cargar cada uno con su calabaza, las tiraron en el camino. Obbara
se fue el último. Vio las calabazas y las recogió todas, llenando
con ellas las alforjas hasta no más. Las guardó en su casa y al día
siguiente, mientras estaba guataqueando en el campo, su mujer.
¡Okó, etié mi ochiché mo yéun osi eleggueddé! (mi marido, voy a
cocinar y comer calabaza). Cogió una, la partió, y del corte que
hizo obe (el cuchillo), salieron monedas de oro. ¡Odé, odé okomi,
aféfá píywó eleggueddé!
»Obba se asustó y pegó las dos partes de la calabaza lo mejor
que pudo.
»Cuando Obbara volvió del trabajo le contó lo que le había
pasado y le enseñó la calabaza. Pero Olofi, en su oportunidad
reunió otra vez a los santos. Obbara cogió la calabacita que le
había regalado Olofi, se vistió de blanco, montó en su caballo y
fue a ver al Viejo. Cuando llegó, ya estaban todos reunidos.
»—Quiero saber, dijo Olofi, qué han hecho con el presente
que les hice la última vez que estuvieron conmigo.
»Se miraron unos a otros. Aquel tosió, el otro tragó, y al fin, no
les quedó más remedio que cantar.
»—Yo la tiré en la manigua.
»—Yo también.
»—Es que me estorbaba.
»—La mía me pesaba mucho y tenía mucho que caminar para
llegar a casa.
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»—Y tú, Obbara, ¿qué hiciste con tu eleggueddé?
»—Aquí está la mía, Babá. La guardé, y como al salir de aquí
encontré en la sabana un montón de calabazas, yo dije, mira el
desprecio que le hacen a papá, y las recogí todas.
»—Eres el único que apreció mi regalo, y como todos ellos dicen que eres tan mentiroso, ahora yo mando que tu palabra resplandezca sobre el mundo; con verdad y con mentiras, se tenga por
verdadera. El honor del hijo es honor del padre».
EL CANGREJO NO TIENE CABEZA
(Fragmento)
El viejo Ceferino Baró, del ingenio Santa Rosa, cuenta que a su
padre le dijo su abuelo que el mundo no lo hizo Dios con sus
manos. No fue Dios quien lo hizo, sino un Diablo hermoso como
un hombre y grande como la noche en que estaba tendido —no
había más que noche, cielo negro y agua negra en torno suyo—,
y este Diablo, oprimiéndose el vientre vomitó todo lo que existe.
Los hombres, las mujeres, los animales, los árboles. Todo el universo-mundo lo vomitó este gran Diablo. El Sol, que le ardía en la
boca del estómago; la Luna helada, la multitud de estrellas, los
cometas, esos caballos-luceros de larga crin que corren desbocados
por el cielo. Pero Gabino Sandoval, que en santa gloria esté con
todos sus pecados, aunque ya le flaqueaba mucho la memoria,
afirmaba que no señor, que así no fue como nació el mundo: que
eso es cuento de congos y los congos son mentirosos. Congos y
lucumíes siempre estaban encontrados y Baró descendía de Congos
Reales y Sandoval de Edwaddo. No acabarán de ponerse de
acuerdo. Los lucumíes... la flor de África. El mundo lo hizo Olofi.
Olofi era albañil, y era además, lo que hoy se llamaría un mecánico. Un ingeniero. Olofi, Obatalá, Ibaibo... que eran tres y en el
fondo no son más que uno. Cuando Olofi hubo terminado la bola
del mundo levantó las montañas, unas muy altas, altísimas, otras
medianas, otras más chicas. Todo muy sólido. Todo lo que construye es firme, eterno. Aquí cavó un agujero inmenso, profundo;
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allí otro más reducido, y otros más pequeños y más pequeños
que llenó de agua; y éstos fueron los mares, los lagos, las lagunas... Y venga a hacer surcos, derechos, sinuosos, más largos,
más cortos, más anchos, más estrechos, ciñendo las montañas,
atravesando las llanuras de la Tierra; y el agua, contentísima, se
echó a andar por estos surcos. Olofi hizo entonces los caminos a
semejanza del río. Pero nadie transitaba por ellos. Sólo el viento. Los caminos tuvieron que marcharse solitarios y mudos. ¡Qué
silencio el de los caminos! Sólo se oían los ríos que andaban
cantando a toda agua, peregrinando por el mundo. Entonces Olofi
se dijo:
—Voy a hacer a los hombres para que animen los caminos.
Ahora bien, lo que hizo Olofi —no vaya nadie a confundirse—
fue el cuerpo: nada más que los cuerpos de los hombres. No hizo
las cabezas. ¿Por qué? No se sabe... cabe suponer que no le
daría la gana... Quizás algún viejo memorioso se acuerde de haberle oído algo más sobre esto a sus viejos. Pero hay cosas que
ya sólo los muertos pueden contestar. Preguntarlo a un muerto. A
veces nos aclaran en sueños los recuerdos.
Los cuerpos que hizo Olofi se movían. Iban de un lado a otro,
pero sin dirección. Andaban sin cabeza y sin rumbo. Continuamente se rompían brazos y piernas.
Obatalá le hizo notar a Olofi que a sus hombres les faltaba
algo.
—Algo con qué pensar...
Y fue cuando Obatalá, que era modelador e iba a hacerse cargo del asunto de las almas, las hizo Erí, las cabezas.
Para que las cosas queden bien, hay que fabricarlas con despacio. Todo lleva su tiempo. No se puede, no se debe andar de
prisa ni haciendo una nariz de negro, y Olofi, Obatalá, Ibaibo
trabajaban despacio. Y ya nadie los imita: ahora todo el mundo
quiere acabar pronto, acabar al empezar apenas, acabar hasta
con la propia vida; las manos ya no sienten cariño por lo que
tocan —no se tardan—, así se malean los oficios... y así anda el
mundo.
La cabeza pensaba. De un modo distinto, enmarañado,
que nadie puede imaginarse ya. Pensaba con mucha dificul229
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tad —pejugones de ideas— y lo que pensaba se lo callaba... y si
lo decía, otra cabeza no entendía nada, porque cada cabeza pensaba lo suyo.
Vino Ibaibo y comentó:
—Muy bien, muy lindo. Pero no oigo que habla.
—Ibaibo —dijo Olofi— dale la palabra y la vista.
Ibaibo hizo una ceremonia. Con un cuchillo le abrió la boca y
en medio de la lengua trazó una cruz.
Di bayacumao-cué yumao.
El hombre habló entonces:
—¡Etiémi! ¡Yo! ¡Soy! —dijo resueltamente el hombre con
mucho fán fán.
Ibaibo sólo tiene un ojo en la frente. Un ojo como el de la
Divina Providencia y no se le escapa nada. Por eso los santeros
nunca destapan de pronto la sopera blanca donde tienen a Ibaibo
sin desviar al mismo tiempo la mirada. Los cegaría el rayo luminoso del Ojo de la Divina Providencia... A Anón, la pordiosera,
con un siglo a cuestas de miserias y recuerdos, le parece haberle
oído decir a un africano, en tiempos de la esclavitud, que cuando
se empezó a fomentar el mundo, los hombres tenían los ojos en la
parte superior y redonda de la cabeza. Hay quien dice también
que al principio los hombres no tenían boca y no comían más que
flores con las narices... pero Mamá Dionisia se ríe de eso; nunca
le oyó a los suyos nada semejante. Debían ser cosas de blancos...
Lo cierto, lo que ella supo de buena tinta, es que los primeros
hombres vivían en el cielo —que era muy frío— y que en la tierra
vivían los animales. Cuando los hombres bajaron a la Tierra, Dios
les dio el Fuego. Llegaron y encendieron hogueras. Las llamas
calentaron el cielo. Era conveniente. Por eso Dios les había dicho
que bajasen. Enseguida sacrificaron animales, los asaron y se los
comieron. Nasacó fue el cocinero.
Bien, Ibaibo le puso al hombre la palabra en la boca, la vista en
los ojos. La cabeza pudo ver lo que pensaba y pensar en lo que
veía y con el tiempo en lo que no veía; o fue dejando de ver.
Habló claro; entendía y la entendían.
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Ahora las demás criaturas también quisieron tener cabeza.
Cosa muy natural.
El cangrejo fue el primero que habló del asunto con Obatalá.
—A nadie le faltará su cabeza —le dijo Babá— para eso estoy
trabajando sin cesar desde que amanece hasta que anochece.
Vuelve de aquí a un tiempo y te daré tu Erí.
¿Qué hizo el cangrejo? Se fue tierra adentro; luego por la costa
hasta lo último, anunciando que Obatalá, a instancias suyas, estaba fabricando cabezas al por mayor, y que muy pronto todos
podrían disponer de un adminículo tan necesario y a veces de
tanto adorno.
Mientras tanto, pasaron días y días. Obatalá llamó al gran reparto de cabezas que tuvo lugar al pie del árbol Oú y la multitud
de seres vivientes, prevenida por el cangrejo, corrió a recibir el
precioso donativo que les hacía el Orishanka. Cada cual se
encasquetó su cabeza. (La misma que han seguido usando hasta
el presente.)
El cangrejo que camina reculando y desviándose, tres pasos
atrás, tres pasos a un lado, nunca en línea recta, demoró tanto
tiempo que, al regresar de su viaje oficioso, se habían acabado
las cabezas. Cada uno se adueñó de la que Obatalá le tenía destinada.
¿Quién se llevaría la cabeza del cangrejo?
Era el único animal que había faltado al repartimiento.
—Lo siento —le dijo el Señor— «a estas horas tienes que
quedarte como estabas. No hay una sola cabeza de sobra en el
taller».
Ahora bien, el viejo Rufino que era Musunde narraba esta historia de otro modo. Había un hombre que no tenía cabeza, sin
embargo se las arreglaba bastante bien con las manos... Tan bien
que todo se lo apropiaba. El Cangrejo era bueno, era noble, fatalmente confiado, y aquel hombre era su amigo. Un día, por hacerle un favor, Cangrejo le prestó su cabeza. Insambia Punguele
había citado a todo el mundo a la Loma Cheché Kalunga donde
vivía, para discutir y resolver entre todos amistosamente, en
la medida de lo posible, quién debía de nombrarse Capataz en la
tierra para que los mandase a todos. El hombre se desenvolvió
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tan bien con la cabeza del Cangrejo, miró, observó, movió los
ojos y sobre todo argumentó con tal elocuencia, que Sambia no
dudó en proponerlo y hacerlo aceptar como jefe.
El Cangrejo, que no había asistido a la reunión, esperaba a su
amigo, un tanto impaciente, a la salida de la loma.
—¿Qué hace usted ahí? —le preguntó el hombre al verlo.
—¿Qué hago aquí? Pues esperarlo a usté y a mi Cabeza.
—Pues bien, sepa que he decidido quedarme con ella.
—No es necesario que se quede usté con ella, pues cuantas
veces me la pida, tendré mucho gusto en prestársela. Pero ahora,
devuélvamela enseguida que esta noche...
—¡Bah! ¡A mí me hace más falta que a usté! ¡Dése por descabezado y asunto concluido! ¡Adiós!
—¡De ningún modo! No consiento. No... —pero el hombre,
el jefe, sonando el látigo de cuero de manatí que Insambia le había entregado como atributo de su cargo, le dijo así:
—¡Cangrejo, si vuelves a molestarme pidiéndome tu cabeza,
te desbarato!
¿Podía esperarse tal infamia el bondadoso, el complaciente y
desprendido Cangrejo? Tan de sorpresa lo tomó la traición del
amigo y el chasquido del látigo lo amedrentó tanto, que de un
brinco dio de espaldas en la cumbre de la loma. Luego rodó la
cuesta y donde antes llevaba la cabeza se le clavaron las dos
piedrecitas que hoy le sirven de ojos.
LOS MUDOS
(Fragmento)
El cazador quiso tener lumbre en su choza.
A la medianoche, despertó al mayor de sus hijos sacudiéndole
por un brazo.
—Ve a casa del Tigre, pídele una candela.
—¡Tengo miedo! —dijo el muchacho.
—¡Obedece! —dijo el cazador. Y lo lanzó a la oscuridad de
afuera, a la noche compacta de entonces, que entre dos lunas,
aún no tenía estrellas.
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—¡Tún, tún!...
El Tigre tenía sueño ligero desde que se había robado el fuego.
Lo ponía entre sus patas delanteras y se dormía custodiándolo,
sin alejarse demasiado por las veredas en bajada del sueño.
Así seguía sintiendo el vivo calor continuo cerca del pecho, y
seguía mirando los juegos de las llamas, más sutiles, con los ojos
cerrados.
(Era un fuego muy pequeño el primer fuego.)
Apenas golpeó el muchacho con los nudillos en la puerta, el
Tigre, haciéndose muy viejo, cantó como llorase de una pena
muy honda; cantó de una herida de su cuerpo: cantó esta canción, que no se ha de cantar en monte firme cuando se ha puesto el sol. Y para que así fuera, sólo quedaron las palabras; y el
viento negro de aquella noche sin luna, sin estrellas, se llevó la
música a más allá de todo lo que ya se olvidó, cosa de que los
hombres imprudentes no traigan de ella memoria precisa a nueva vida, y la repitan...
Tanifalloku ¡Teremina!
Tanifalloku ¡Teremina!
Oruniwallo teremina
Wallallé Oñiñá teremina
Wallallé ¡teremina!
—Entra —dijo el Tigre, abriendo la puerta, mostrando el fuego.
—¡Tengo miedo!
Saltó el Tigre y se tragó al hijo del cazador.
El cazador que esperaba la candela, matándose los mosquitos,
le dijo a otro de sus hijos:
—Ve a pedirle al Tigre una chispa de fuego.
—¡Tengo miedo! —dijo el muchacho—. ¡Espera a que amanezca!
—¡Obedece! —dijo el cazador.
El Tigre estaba echado en el umbral de la puerta, abierta de par
en par:
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¡Tanifalloku... Teremina!
—Abuelo, dame una brizna de tu fuego, que mi padre me manda
que te pida.
—Sí —dijo el Tigre—, toma ese tallo que está subiendo. ¡Tómalo pronto, no se te escape!....
Y se tragó al hijo del cazador.
El cazador mandó a sus siete hijos, uno tras otro, por la candela. Ninguno volvía.
—Iré yo mismo —dijo el hombre.
Ya el Tigre había cerrado su puerta. Ya empezaba a cabecear.
Sin querer, se resbalaba por la pendiente del sueño, y su cuerpo,
y el fuego, iba dejando lejos, atrás.
—¡Tún, tún!
—Ah, eres tú, el cazador —dijo el Tigre—. La puerta no está
atrancada, no tienes más que empujar.
—No —contestó el hombre—. No entraré. ¡Tengo miedo,
tengo miedo! Sólo que el tigre no le dio tiempo a huir. Saltó precipitado, de la roja oscuridad, y se lo tragó.
En el vientre del Tigre, el cazador halló vivo a sus siete hijos. Se
dio cuenta que tenía un cuchillo... Rasgó las entrañas de la fiera, y
todos salieron uno a uno por la brecha de su flanco.
El hombre temblando se apoderó del fuego, y se marcharon
—enmudecidos— bajo el cielo negro, negro, por la noche profunda y cerrada que aún no tenía estrellas...
Y nunca más recobraron el uso de la palabra.
Y por eso hay mudos en el mundo.
¡SOQUANDO!
Gorrión, que era un bambollero, reunió a todos los miembros de
su especie. Llamó a Buey, con quien andaba siempre de pique y
en tiquiriquití, y le dijo:
—Les voy a cortar a todos la cabeza. Después se las vuelvo a
poner.
—No —dijo Buey—. Tú no puedes hacer eso.
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—¡Pst! Nada más sencillo. Vas a verlo.
Los gorriones confabulados formaron una hilera interminable.
Eran todos los gorriones de Cuba, y no faltaba uno.
—¿Listos, señores y señoras?
Gorrión, machete en mano, se acercó al primero de la fila, que
alargó el cuello tranquilamente.
Empezó la carnicería.
Y Buey, con atenta estupidez, vio que, en efecto, Gorrión decapitaba, uno a uno, a todos sus semejantes.
—Eséquere Uán. ¡Soquando! Eséquere Uán. ¡Soquando!
Eséquere Uán... ¿Lo ves? —le gritaba al Buey mostrándole cada
cabeza cortada.
Cuando terminó, con la mayor rapidez y limpieza del mundo,
aquella siega inconcebible. Buey dijo:
—Muy bien: me consta que has muerto sin piedad a tus hermanos. Pero dudo mucho que les devuelvas la vida.
—Ahí está la gracia! —contestó Gorrión muy contento. Y a
toda prisa empezó a colocar las cabezas tronchadas en sus cuerpos correspondientes. ¡Y a contar todos los gorriones revividos!
(Eran montoncitos de plumas lo que había cortado: los gorriones
escondieron la cabeza debajo del ala.)
Ante la evidencia, Buey quedó convencido y muy admirado.
Ahora Buey congrega a todos los bueyes de Cuba, y cita a
Gorrión y a toda su compaña, y dice: que a él, cuadrúpedo muy
honrado, pájaro farandulero no lo disminuye.
Para hacer la misma proeza que gorrión con sus gorriones, le
siguen, no sólo los bueyes, sino las vacas y los terneros. Uno
detrás de otro van llegando al matadero. Y Buey empuña el jifero.
Tienen miedo. Son muchas veces que titubean, que reculan, que
se espantan —sin disimulo—, antes de prestarse a la prueba del
cuchillazo.
Eséquere Uán. ¡Soquando! ¡Eséquere Uán. ¡Soquando!
Eséquere Uán. Caen las cabezas y la sangre fluye a borbotones.
—¿Tú ále? —grita Buey alzándolas con trabajo (porque es
asombroso lo que pesan) y mostrándolas a Gorrión, que siente un
poco de náuseas.
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Cuando después de varias horas muy bregadas, Buey jadeante
y satisfecho —en sangre tinto hasta los cuernos—, dio por terminada la degollina, Gorrión dijo:
—Muy bien. Me consta que has muerto a conciencia a todos
tus hermanos. Pero dudo que les devuelvas la vida, porque no
tienen alas.
—¡Ahí está la gracia! —contestó Buey gravemente, cobrando
resuello y limpiándose el sudor.
Se puso a la obra de ajustar cabezas...
Adaptábalas al cuello y en cuanto retiraba las manos,
¡cataplán!, la cabeza se desplomaba. Y así fue que ni una sola
se quedaba fija; y por más empeño que tomó en soldarlas, no
hubo cuerpo que recuperara su cabeza, ni cabeza que reintegrara viva al cuerpo del cual había consentido en separarse —hay
que confesarlo— sin grandes entusiasmos.
Como el Buey recomenzaba una y otra vez, pacientísimo, la
misma operación, Gorrión lo dio por vencido, y se fue de rumba
con todos los suyos, a celebrar el triunfo.
Al fin, en pegar cabezas que se despegaban, se le pasaron al
Buey las veinticuatro horas necesarias para que sus decapitados,
por el gran calor, hedieran como es de rigor. Y Buey, aunque un
poco tarde, comprendió.
—He matado a mi madre, a mi padre, a mis hermanos, mis
mujeres, mis hijos, y mis nietos y biznietos; a todos mis tíos, los
hijos de mis tíos, nietos, y biznietos. ¡A todos mis «carabelas»!
¡Ah! Esto es lamentable... ¡lamentable!
Raboteando con mansa tristeza se entró en un estanque y, del
modo característico a su noble raza, se ahogó...
Tal día aciago hubiera perecido íntegra la nación bovina, si un
buey ya viejo y una vaca flaca, no se hubieran abstenido de
concurrir a aquel acto extravagante.
Es cierto que presenciaban la escena de bastante lejos, y que
en un momento dado, la vaca, alborotándose, le dijo a su compañero:
—¡Magnífico! ¡Vamos también nosotros a que nos corten la
cabeza!
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—Mira —contestó el buey reteniéndola por la cola—. «Tú y
yo estamos viejos. No servimos. Esos juegos buenos son para
los jóvenes, la gente fuerte...»
De esta pareja desgraciada, nació, sin embargo, un ternerito y
una ternera, que se unieron en honesto concubinato y procrearon
mucho: y gracias a ellos, aún hay bueyes y vacas en Cuba, la
bella.
SE CERRARON Y VOLVIERON A ABRIRSE LOS CAMINOS
DE LA ISLA
Ya se plantaban las cañas dulces; ya estaban los trapiches, las
vegas y cafetales; pero de esto hace mucho, mucho tiempo —¿quién
se acuerda, si ya no van quedando negros viejos para contarlo ni
quien lo quiera oír?— se cerraron misteriosamente, se borraron
todos los caminos de Cuba. Y es que nadie, impunemente, por
una causa incomprensible, podía transitar por ellos.
Aquellos que cruzaban las lindes de sus fincas, los que se alejaban de sus pueblos, dejaban atrás sus caseríos o su bohío solitario, no retornaban nunca.
Toda comunicación entre los habitantes del país, aún entre aledaños se hizo impracticable. Cada cual vivía cautivo en su lugar.
Viajar, era morir. El terror a Ikú, apostada al comienzo de las
rutas desvanecidas, la Ikú aguardando en todas direcciones, hizo
de cada pueblo, de cada hacienda, de cada sitio, de cada casa,
rica o pobre, un mundo aparte y cerrado; cárceles, cuyas murallas invisibles, murallas de aire, transparentes como la luz del
día, sin embargo, eran infranqueables...
De un extremo a otro de la Isla, la vida quedó estancada. Y
todos los hombres se apesadumbraron; sin grillos, sin azotes, sin
mayoral, los blancos, mirando al horizonte, se sintieron esclavos;
los que eran costeños y vivían tierra adentro lloraban si el viento
hacía cantar los árboles como cantan las olas; y los que estaban
junto al mar y eran de tierra adentro, tampoco podían contener
ahora sus sollozos cuando oían cantar al mar con la voz de sus
bosques: por el mar moría el hombre de los montes y de las
sierras; el hombre del mar moría por la tierra inaccesible. Al huir y
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borrarse los caminos, desaparecieron también los anhelos, los sueños, las esperanzas; los corazones se enmustiaron y se enfermaban de tristeza, de aburrimiento, de nostalgia. Pero muchos
hombres valerosos, espíritus demasiado inquietos para soportar
la pesadumbre de aquel extraño cautiverio, estos que en todo
tiempo preferirían el infortunio a una felicidad monótona, se marchaban de sus predios fingiendo que tomaban por patarata —historia
de Cocos y Moringa, buenas para amedrentar sólo a los niños—
la evidencia de un peligro desconocido, pero a poco de andar
por la tierra sin caminos sucumbía el viajero.
Ya era hora —decían— de rebelarse contra aquel destino; hora
de vencer el miedo, de vencer la muerte, derribando las angustiosas barreras transparentes.
De éstos no retornó ni uno...
Vivía allá por Vuelta Abajo, en el asiento de un cafetal abandonado, con otros negros que ocupaban las fábricas ruinosas, o
sus bohíos de vara-en-tierra, una pareja africana; ¿mas quién se
acordaría de sus nombres?
El dueño de la hacienda, un hombre activo y lleno de ambición,
había partido un día, desesperado, en un caballo cuatralbo. Su
hijo único, un mayoral y algunos fieles esclavos, armados hasta
los dientes, el caballero cubierto el pecho de escapularios, y de
amuletos los negros, marcharon luego en su busca. Nunca más
volvieron. La «niña», el ama, esperándolos había muerto de pena.
Los negros la enterraron al pie de uno de los mangos frondosos que antes formaban con los naranjos —en una tierra excelente ahora invadida por las malezas, las bejuqueras y las yayas—,
las calles y guardarrayas majestuosas del cafetal.
Veinte años, quizá más, debían haber pasado desde entonces.
Veinte hijos, que en este tiempo, engendraron aquellos dos africanos. Veinte, entre varones y hembras.
Les nacía un varón, crecía sano y fuerte y en cuanto era talludo
venía a decir a su padre:
—Babamí, mó fó iaddé; me voy... ¡pájaro no quiere vivir en
jaula! —y quieras que no, se marchaba, escabullándose como
una jutía por el maniguazo.
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La pobre negra gemía inconsolable: —¡Omó, onó, umbó, chón,
chón, chón! (¡Ay, mi hijo se va andando!)
Así perdieron estos negros todos sus hijos varones.
Ya viejos los dos, la mujer sin haberse apercibido de su estado,
parió jimaguas, Ibeyes.
La alegría de una conga centenaria, que hacía las veces de Reina
en aquel palenque fortuito, donde había negros de varias naciones, no tuvo límites al contemplar a los jimaguas que dormían
cobijados por unas yaguas secas, en las cuatro tablas de palma
tendidas sobre los maderos cruzados que les servía de yacija:
¡Yé yé yé, lukénde, yéye
yéye, lukéndé, yéyé!
cantó la vieja y se armó el más alegre zarambeque que en veinte
años resonara en aquel lugar.
Cada Ibelle traía al cuello un collar de perlas de azabache con
una cruz de asta. En nada podía diferenciarse un Ibelle del otro.
Eran idénticos, como dos granos de café.
El que nació primero se llamó Taewo, y el que nació después
se llamó Kaínde.
A los dos les brillaba una luz vivísima en el pecho. Esta luz que
venía con ellos al mundo —decían los viejos del perdido cafetal
era marca divina del Señor Obatalá.
La madre cuidó de estos hijos milagrosos con pasión reverente. Todos mimaban y agasajaban a los Ibelles; las mujeres velaban por ellos como su propia madre. Venían del Cielo: a los
jimaguas los envía Oloddumare, son una gracia de Olórun.
Príncipes, hermanos o hijos de Lúbbeo, Changó Orisha —el que
es Fuerte entre los Fuertes, heredero universal de Olofi, el Creador de vida—; son ellos los únicos niños que acaricia Yansa, la
lívida Señora de los cementerios.
Los alimentaban con frutas y palomas blancas, los bañaban
con yerbas de olor, ungían sus cuerpos con manteca de corojo.
Para honrarlos al nacer se hicieron grandes ceremonias; para contentarlos, se les bailaba y cantaba los cantos que son suyos. Mas
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así que crecieron, alegres y revoltosos —estrechamente unidos e
iguales— y alcanzaron el alto de un caimitillo, los Jimaguas le dijeron al viejo Taita las mismas palabras que antaño, uno a uno,
habían pronunciado sus hermanos.
—Babamí mó fó iaddé...
Al escucharlos comenzó a gemir la madre y con ella todas las
mujeres que tanto los amaban.
—¡Mis Ibeyes! ¡Ay! ¿Ahora se van también mis Ibelles: a morir se van mis Ibeyes!... —Y he aquí que la conga más que centenaria, un prodigio que ya no veía, ni entendía ni podía tenerse
derecha, se irguió repentina sobre su miseria. Una corriente de
vida, por unos instantes impulsó su corazón, desentumeció milagrosamente sus brazos, dio firmeza y soltura a sus piernas inútiles. Remozada y fuerte sobre sus pies, no en tenguerengue, sino
arrogante como en los días en que era el mejor «caballo» de Siete
Rayos; con frescura increíble se alzó la voz de la vieja rediviva
dominando el coro plañidero de las mujeres. Se trocaron los llantos en cantos de alegría.
¡Yé, yé, yé, lukénde, yéyé!
En torno a dos platos de madera exactamente iguales, las negras
alborozadas batieron palmas; llorando y riendo a la vez de contento, bailaron la ronda saltada de los Ibeyes —el baile que regocija a los Jimaguas, el baile de las Mamás Chuchas—, mientras
éstos se alejaban por las maniguas vedadas.
Si los caminos, atajos, dereceras, anchas veredas o delgados
trillos, se habían cerrado y luego marejadas de yerba, montes
firmes y vírgenes se los habían tragado todo, era, decían los zahoríes o los brujos que hablaban con los dioses y los muertos, por
culpa de un ogro o un Diablo.
Este Diablo, Okurri Borukú, cruel y caprichoso, uno y mil a la
vez, apenas el viandante recorría un trecho largo, le salía al encuentro, pretendía someterlo a una prueba en la cual invariablemente fracasaba y se lo comía.
Siete días anduvieron los Jimaguas por la broza espesa. Las
breñas desenmarañaban para dejarlos pasar y luego volvían a
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intrincarse estrechamente; en estos siete días con sus siete noches
dormidas en paz al amparo de cedros, ácanas, jocumas o yabas,
bajo enredaderas sin maldad, no ocurrió absolutamente nada.
A presencia de los Ibeyes desaparecían Chichicate, Manuelita
y Guao, los tres palos malvados del bosque. Luego marcharon a
cielo abierto por tierra llana, pedregosa, olorosa a esparto y
granadillo. Lejos asomaron unas lomas; subieron costeándolas;
y desde una cumbre contemplaron el mar.
Otros siete días anduvieron por la sierra, y al descender de
mañana, hallaron, en la garganta de un pequeño valle, al Diablo
inmóvil en una talanquera, entre dos enormes montones de huesos humanos.
Parecía dormir de pie profundamente, con el mismo sueño del
valle, como en un sopor de eternidad y de pesado silencio. Muy
cerca ya del terrible guardiero, un Jimagua —Taewo— deslizándose y rápido como una lagartija, se ocultó en la espesa yerba
botija (esta yerba, lo mismo que Aanamú, la maloliente, tiene virtud de deshacer lo malo).
El Diablo entreabrió los ojos en aquel momento. Era un viejo
gigantesco, horroroso, de cara cuadrada partida verticalmente a
dos colores, blanco de muerte y rojo violento de sangre fresca.
La boca sin reborde, abierta de oreja a oreja; los dientes pelados, agudos, eran del largo de un cuchillo de monte. Kaínde, al
notar que el demonio cerraba de nuevo los ojos sin ánimo de
salirse de su soñera, se le allegó resueltamente y asiéndolo por
uno de los negros plumeros o de las cuerdas que llovían de sus
hombros, lo zarandeó de duro.
—¡Arriba, Taita, despierta! —gritó el chiquillo insolente, con
todas sus fuerzas.
—Mujú-mujú —refunfuñó el ogro viejo, estirándose, volviendo en sí poco a poco; y el valle apacible mugió como un toro.
—¡Moquenquén! —exclamó luego luego sorprendido al ver al
negrito—. ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Sabes mi ley?
Moquenquén ¡mira mi diente! Debe hacer muchos años que duermo. ¡Ya nadie cruza por aquí! ¡Me parece que debe hacer muchos años que no saboreo carne humana! Y despierto con hambre,
moquenquén, ¡mira mi diente!
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—¡Déjame pasar! —contestó dulcemente el ibeyi—. «¡Ábreme el camino!
—¡Odára! Pero antes tendrás que tocar mi guitarra y hacerme
bailar hasta que me canse. Si tu son es bueno y me complace, y
demuestras tocando ser más resistente que el Diablo, pasarás. Si
no, ¡Iléun!, te comeré. ¡Mira mi diente moquenquén! ¡Ésta es mi
ley!
Y el Diablo comenzó a arañar furiosamente en su costado hasta abrirse en la carne un gran huraco; hundió las manos hasta el
puño en la herida y se extrajo de bajo las costillas una guitarrita
que entregó al muchacho.
Éste contempló las cuerdas y comenzó a tocar:
Dínguirin - Dínguirin - Dínguirin - Dínguirin - Dínguirin Dínguirin - Dínguirin - Dínguirin - Dínguirin - drín.
Dea Mamandéa dea mamandellín.
Dea Mamandéa dea mamandellín.
dinguirín dinguirín
Dea Mamandéa dea mamandellín.
—¡Ah! —dijo el Diablo enrojecido de pies a cabeza y alargando
las orejas—. Esto me gusta moquenquén. Bailaremos. Y bailó
dos, tres, cuatro horas sin parar.
Sentía el Jimagua entumecerse sus dedos adoloridos y a punto
de impedírselo el brazo.
—Taita, tengo sed —dijo al fin—, allí junto a aquel tamujo,
veo un ojo de agua; déjeme beber.
—Bebe —contestó el Diablo.
Kaínde corrió a esconderse en lugar de su hermano. Éste empuñó inmediatamente la guitarra y continuó rasgueando:
Dínguirin - dínguirin - dínguirin...
Chisporroteaba el Okurri Borokú. Se paseaba mostrándose espantoso. Se estremecía, se remeneaba... Un segundo permanecía inmóvil y de pronto, avanzaba brincando y rugiendo de contento,
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luego recelaba sorprendido y furioso como si esquivara a otro
Diablo inesperado que a su vez se adelantase a embestirle.
Daba vueltas vertiginosas fijo en un mismo sitio. Bailaba como
una llama, incesantemente, sin sospechar que quieto, en soñarrera de tantos años, sus fuerzas habían menguado.
Horas más tarde volvió a decir el negrito:
—Taita, quiero beber.
—Bebe, moquenquén. Pero, moquenquén, ¡mira mi diente!
Volvió Taewo, que ya estaba fresco y bien repuesto. Y el Diablo no daba señales de cansancio: continuaba revirándose, sacudiendo sus escamas sonoras, moviendo sus plumeros y
escandalizando al valle (que tenía olvidadas aquellas danzas) con
el estruendo de sus cencerros y cascabeles y los estampidos de
sus explosiones.
—Taita, ¡un poco de agua!
—Bebe, hijo mío. No podrás beber lo que yo bailo... Detrás
del jagüey nace un río. ¡Bébete el río, moquenquén! Pero mira mi
diente; mientras toques, bailará el Diablo.
El Diablo estaba contento de veras; el fuego seguía brotando
de sus ojos sorprendidos en las órbitas, de su boca inmensa, de
su nariz movediza. Magníficas plumas de llamas salían de su trasero;
y mientras el Ibelle se retiraba un instante fingiendo que bebía,
continuaba bailando y ardiendo, cantándose a sí mismo.
Dínguirin - dínguirin
dínguirin - dínquirin.
Entonces vino Kaínde, que había hecho siesta y devorado seis
palomas de doce que le ofrendó un gavilán. Ya iba el sol de caída;
ya ennegrecía, abstraído, el valle. ¡Ay! ¡Dínguirin - dínguirin! Y
otras cuatro horas pasó el Ibeyi arañando las cuerdas de la
guitarra. Salió la Luna. Descendieron los pájaros de la oscuridad
a bailar con el Diablo. Volaban en bandadas tenebrosas en torno
a su cabeza moñuda. Los montones de huesos crujieron, se animaron, y el valle se llenó de las osamentas que erraban en todas
direcciones, plateadas más tarde por la Luna, persiguiéndose, cho243
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cando unas con otras. Y Okurri Borokú se bamboleaba, estevado, desplumado, anhelante, entontecido.
—¡Eh, Taita, voy a echar un trago! —y el Jimagua que tomó
después la guitarra lo vio recomenzar sus vueltas tamboleando y
caer al fin, pesadamente.
—¡Esta es tu ley! —dijo el Ibeyi—. ¡Mientras yo toco ha de
bailar el Diablo! Taita, enséñame los dientes.
El dentón, forzando una sonrisa, una mueca de cansancio,
horrenda y triste, se incorporó fatigosamente. Ya no podía con su
cuerpo: ya no había lumbre en sus ojos; jadeaba, colgaba su lengua bífida. El muchacho lo obligó a moverse al compás de la guitarra. En el cerco de lechuzas y murciélagos, que revoloteaban
lúgubres en torno suyo, el Diablo perdía el equilibrio, daba tumbos de borracho...
Era la medianoche en el valle azul cubierto de huesos humanos.
—El agua debe estar muy fresca con la Luna llena. —Okurri
Borokú no deseaba otra cosa: dócil, vencido, esperaba el momento en que el muchacho cesara de tocar siquiera unos instantes.
Estaba desjarretado; sentía su cuerpo muerto de la cintura a los
pies, medio muerto de la cintura al cuello.
Sin darse cuenta, cayó de espaldas, cara a la Luna.
«Dínguirin dín... gui... rin...» Oyó, muy lejos, reírse la guitarra...
—¡Llegó tu hora! —dijeron a un tiempo los Ibeyes.
Iban a arrancarle las entrañas para quemarlas en una hoguera:
más allí hablaron las cruces de asta de sus collares:
—Busca tres hierros que hallarás en el monte, una mata de
malva y una cazuela de barro. Arráncale el corazón, despícalo,
májalo con las hojas y entiérralo después metido en la cazuela.
Así lo hicieron.
Vencido el Diablo —desendiablada, libertada la Isla— reaparecieron los caminos sin que fuese menester que el hombre, de
nuevo, tuviese que trazarlos y rehacerlos con el sudor de su frente. Dicen también que los Ibeyes resucitaron aquella noche a cuantos se habían perdido: que por la Palma Real subieron al Cielo y
le pidieron a Obatalá —que jamás les niega nada—, devolviera
sus antiguos cuerpos y las almas, a aquellos miles de esqueletos
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que yacían insepultos en el valle y en las sendas que Okurri Borokú
había cerrado.
OBATALÁ Y ORULA
(Recogido de la tradición oral de los yorubá por Ramón Guirao y
Agustín Guerra. Provincia de La Habana.)
Hacía mucho tiempo que Obatalá venía observando lo imaginativo que era Orula... En más de una ocasión, pensó entregarle el
mando del mundo, pero cuando reflexionaba detenidamente su
propósito desistía, porque Orula era demasiado joven para una
misión de tanta importancia, a pesar del buen juicio y seriedad de
todos sus actos. Un día, Obatalá quiso saber si Orula era tan
capaz como aparentaba, y le ordenó que preparara la mejor comida que se pudiera hacer.
Orula escuchó los deseos de Obatalá, y, sin responder, se dirigió al mercado cercano con el fin de comprar una lengua de toro.
La condimentó y cocinó de manera tan singular, que Obatalá,
satisfecho, se relamía de gusto... Terminada la comida, Obatalá le
preguntó la razón por la cual era la lengua la mejor comida que se
podía hacer.
Orula respondió a Obatalá:
—Con la lengua se concede «aché», se ponderan las cosas, se
proclama la virtud, se exaltan las obras y maneras, y con ella
se llega también a encumbrar a los hombres...
Cuando transcurrió algún tiempo, Obatalá quiso que Orula preparara de nuevo una comida, pero esta vez debía ser la peor que
se pudiera hacer.
Orula volvió al mercado, compró una lengua de toro, la cocinó
y se la presentó a Obatalá. Y al ver Obatalá la misma comida que
le había ponderado Orula como la mejor, le dijo:
—¡Orula! ¿Cómo es posible que al servirme esta comida me
confesaras que era la mejor, y la presentaras ahora como la más
mala?
Orula respondió a Obatalá:
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—Entonces te dije que era la mejor, pero ahora te digo que es
la peor, porque con ella se vende y se pierde a un pueblo, se
calumnia a las personas, se destruye su buena reputación y
se cometen las más repudiables vilezas...
Obatalá, maravillado de la inteligencia y precocidad de Orula,
le hizo entrega, desde ese momento, del gobierno del mundo.
EL ALACRÁN Y EL BAILE
(Recogido por Miguel Barnet)
Akeké, el alacrán, vivía en una cuerda floja.
El cielo sostenido por los hermanos Sapa y Sapo empezó a
descender porque ellos se cansaron.
Los hombros se les ampollaron y ya eran postillas negras y
hombros chatos.
El alacrán se cansó del cielo y bajó por la cuerda. Llegó a la
tierra contento, pero a los pocos días se empezó a aburrir.
Pensó en qué pensaría y terminó sin pensar.
Le dio, entonces, por picar. Picó al primer hombre que le cruzó
por su camino. Y el hombre saltó.
Luego esperó a que pasara una pareja de un hombre y una
mujer.
Cuando la pareja pasó la picó y el alacrán dejó de aburrirse
porque la pareja bailó del dolor toda la noche. Entonces les avisó
a todos los alacranes que cogieran la cuerda y bajaran.
Ellos bajaron y picaron a diestra y siniestra.
Y ahí nació el baile. De la picada de Akeké.
OCHOSI
(Versión de Manuel Mendive)
Ochosi, es el dios de la cacería y de la prisión. En la Tierra hacía
falta un cazador y Obatalá lo envió para que allí cazara.
Ochosi cazó tanto que tuvo la obsesión de matar y destruirlo todo.
Obatalá le pidió que no cazara más, pero Ochosi lo desobedeció.
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Encontró un animal blanco, una paloma. Los animales blancos
son de Obatalá.
Mató la paloma y Obatalá lo requirió de nuevo, y Ochosi siguió cazando. Una noche se encontró un venado y Ochosi le lanzó muchas flechas sin hacerle daño. Ochosi se le acercó más y le
metió una flecha en la frente. Entonces el venado se iluminó.
Obatalá se había convertido en venado. Ochosi no pudo cazar
más y murió de pena.
LA MALDICIÓN DEL HECHICERO AFRICANO
(Recogido por Samuel Feijóo en Nuevitas)
En esta bahía de Nuevitas se encuentran tres islotes, conocidos
geográficamente con el nombre de «Los tres ballenatos». A principios del siglo XIX, existía un criadero natural de ostras, el cual era
conocido con el nombre de «Banco de las Perlas». Se cuenta que
llegó a la bahía un barco negrero y que un terrateniente de Puerto
Príncipe depositó en el Ballenato mayor a los esclavos. Después
de tenerlos varios días en ese lugar, decidió que los mejores esclavos fueran llevados al Ballenato del medio, para ser entrenados
como buzos para el Banco de Perlas. Entre los esclavos que se
habían escogido se encontraba el hijo de un rey africano.
Al ver tanta crueldad, un hechicero que también venía como
esclavo, echó una maldición. Ésta era que el criadero de ostras
desapareciera del bajo. A tal maldición el negrero, que de cierta
forma temía a la maldición de los africanos, amarró a éste con una
gruesa cadena a un árbol al pie de la playa, y lo puso a pan y agua.
Pero el hechicero se adentró en la mar con sus cadenas y cuando el
negrero fue a llevarle el pan y el agua se encontró que había desaparecido, y la cadena se encontraba dentro de la mar. Pero su
asombro fue más grande cuando el dueño de los esclavos llegó
gritando al cayo: «¡Las ostras han desaparecido, ya no se encuentran en el bajo!»
Y desde entonces el criadero de ostras se encuentra en el canal
que existe entre el Ballenato mayor y el del medio, por lo que aún
en nuestros días no es factible su explotación.
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BABUJALES
LOS BABUJALES
(Mito recogido en Ranchuelo por Joaquín Marrero)
I
Cuando yo era niño, allá por los años 1908 a 1912, todavía existían
muchos viejecitos que habían sido esclavos, los cuales conservaban
los hábitos de aquella época en que se trataba a los amos de «Su
Merced», a los jóvenes le decían «niños», y, sobre todo, eran muy
respetuosos. Su forma de tratar a las personas era tan humilde que
se hacían dignos de respeto también, tanto los hombres como las
mujeres. Entre ellos recuerdo a Gonzalo, Ta Margarito, Toyita, Cabo
Silvestre que fue veterano y muchos más, que fueron esclavos en
los ingenios demolidos de la comarca.
Con ellos fue con los que supe muchas cosas de sus creencias
y ritos que como un ancestro traían desde sus tierras lejanas de
África. En cierta ocasión hube de notar que los viejecitos Calazáns
y su compañera, se reunían muy misteriosamente en la cabeza del
corte de caña y se ponían como a rezar, por lo que un día les pregunté y ellos se sorprendieron de mi pregunta, pues no les gustaba
que descubrieran sus secretos.
Un día la viejecita, que estaba sola porque el compañero se
había ido a apagar una candela que había en otro campo de caña, me
llamó y me dijo: «Mira, niño blanco, este cofrecito de lata,
tiene el secreto de cómo se corta mucha caña, pero no lo abras,
porque dentro hay cosas sagradas de los babujales y si ellos
saben que andan con ellas nos abandonan y se van con otros».
—¿Quiénes son esos babujales? —le pregunté.
Ella me dijo:
—Son unos hombrecitos chiquitos, que tú no los ves, pero están siempre cerca de los viejos que fueron esclavos, porque antes
ellos nos ayudaban a trabajar pa rendir tarea y no cansarnos.
Cuando nosotros éramos esclavos y mayorá nos obligaba a
trabajá mucho, nosotro bajito le decíamos a babujá; pega ahí... y
al momento sacábamos el tajo y completábamos la tarea.
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Y completó su explicación de esta forma:
—Los babujales vinieron con nosotros de la tierra africana y
nunca nos abandonan si les cuidamos los secretos que ellos tienen. Ahora ellos no trabajan porque somos libres y lo que ganamos es de nosotros, pero nunca nos cansamos ni la mocha nos
pica porque ellos nos cuidan.
II
Los viejos africanos utilizaban muchas creencias y fantasías, para
fortalecerse en su trabajo y no sentir el cansancio agotador.
Practicaban infinidad de ritos y ceremonias traídos de su tierra
con el fin de mantenerse fuertes. Entre esas creencias existía la de
los babujales, esos hombrecitos pigmeos que no tenían otro delirio que el de estar trabajando permanentemente. Era tal la rapidez con que trabajaban, que en un momento cortaban una carreta
de caña y limpiaban un campo.
Habían algunos esclavos que, para su creencia, siempre andaban acompañados de tales seres fantásticos, que siempre iban en
parejas y siempre les estaban diciendo en voz baja: «¿Dónde pego,
dónde pego, dónde pego?...»
Por ello bastaba que les dijera: «¡Pega ahí...!» Y rápidamente
derribaban un tajo de cañas.
Así fue que en el antiguo ingenio Lola, donde se llevaba a cabo
la jornada de zafra, había escasez de macheteros, pues ya eran
los últimos tiempos de la esclavitud y la mano de obra empezaba
a escasear. En tales circunstancias hubo de presentarse un moreno fuerte, el cual ya se había libertado por haber comprado su
libertad, y pidió trabajo, el cual le dieron para cortar caña.
Llegó al corte y se sentó en la guardarraya hablando bajito y
comiendo caña a tal extremo que el mayoral le preguntó si iba a
cortar o no, pues ya era media mañana y no hacía nada. El caso
fue que ya los demás macheteros estaban botando los tajos y fue
que el extraño sujeto, revolcó la mocha y dijo: ¡Arriba mi gente...!
Y lo que se vio fue un remolino de cañas que caían limpias y en
perfecta hilera en el centro del tajo, pues entonces se cortaba a
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tonga corrida. Fue tal la velocidad que salió primero que todos
los otros a la otra guardarraya.
Los macheteros, asombrados ante aquella forma de cortar caña,
salieron corriendo y gritando que aquel hombre tenía el Diablo
encima. Entonces él dijo que le pagaran la caña que había cortado, que se iba, pues dondequiera que llegaba le pasaba igual,
porque tenía un par de babujales que le ayudaban.
Este caso lo contaban los viejos que vivieron en aquella época
por los ingenios Lola, Aurelia, Yagua y Guáimaro, todos hoy demolidos.
BABUJALES
(Mito recogido por Ramón Rodríguez Mestre)
Al llegar a su fin la Guerra de Independencia cubana, cuando
todavía flotaba sobre el aire de los campos el humo de la pólvora,
una familia de la provinvia de Oriente, huyéndole a las miserias de
la guerra, se trasladó a un rancho en el pueblecito de Rodas, provincia de Las Villas.
Constituía la familia una viuda con siete hijos de los cuales uno
solo era varón. De las hembras, la mayor era Efigenia, ya adolescente. Efigenia era débil, pálida, triste y silenciosa.
Su madre, doña Eustaquia, salía con la aurora a los sitios abandonados en busca de viandas y de frutas para alimentar a sus
hijos, dos de los cuales estaban atacados por el cólera.
Aquella madre lloraba ante la cama de sus hijos enfermos y
miraba aquel rancho de yagua y de guano como a un monstruo
que iba a tragarse toda la familia. Una mañana, por el trillo que
moría en el patio de la casa, galopa sobre un potro negro un jinete
vestido de blanco, con insignias doradas en los hombros, botas
negras relucientes y espuelas plateadas. Efigenia lo vio y asustada
gritaba:
—¡Un hombre a caballo!
Su madre le contestó:
—Déjalo que llegue para ver qué se le ofrece...
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Pero de pronto el jinete y el caballo desaparecieron ante sus
ojos. Rosita y Orfelina, dos hermanas jimaguas que lo vieron,
dijeron que el jinete lanzó un chiflido.
—¿Será una cosa del otro mundo? —preguntaron las dos
jimaguas.
La madre le replicó:
—-No crean en visiones. Entren para el rancho...
Al día siguiente, como de costumbre, regresaba la viuda a media mañana con un saco de viandas al hombro. Al llegar al tronco
de un árbol muy viejo, dejó caer su carga para descansar un momento. Entonces oyó una voz quejumbrosa que gritaba desde el
interior del tronco:
—Infeliz...
Al mismo tiempo oyó millares de voces y gemidos que la ensordecieron. Laudelina, la más corpulenta de sus hijas, que siempre la acompañaba en sus viajes a los sitios, lanzó un grito de
horror.
Su madre le dijo:
—¡Ésos son babujales, hija!
Y ambas siguieron caminando silenciosas a su rancho. Por el
camino se les presentó un hombre que les dijo:
—Señora, su casa está llena de gente...
La viuda exclamó:
—¡Ha muerto uno de mis hijos!
Y lanzando al suelo el saco de viandas se lanzó a correr rumbo
a su casa. Allí se encontró que mucha gente de la zona estaba en
el rancho.
—¿Qué sucede en mi casa? —preguntó desesperada la viuda.
Don Severino, un viejo labrador, le contestó:
—No se alarme señora, sus hijos están salvos. Pero ha ocurrido que como a las ocho de la mañana le han estado tirando
ladrillos a su rancho. He puesto cuadrillas de hombres a registrar
esas maniguas y no han encontrado a nadie. Buscan y buscan... y
siguen tirando ladrillos, aunque éstos no le han pegado a nadie
todavía. Creo que esto no es cosa de esta tierra...
La viuda doña Eustaquia le dijo:
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—Mire, don Severino, yo no creo en esas cosas. Sáqueme la
gente de mi rancho. El que hace esas cosas es alguien que viene a
abusar de mí porque estoy sola. A mí no me asustan ni los truenos.
Entonces empezó la evacuación de curiosos y cesó el tiroteo
de ladrillos.
Por la noche, cuando todos se acostaron, Rafaela, la más pequeña de las hembras, dijo que sentía en el techo como si golpearan
con un cujito y unas voces muy finitas.
La madre dijo:
—Creo en Dios, en ustedes no creo.
Pero aquellos fantasmas venían noche tras noche y le pegaban
a las muchachas tremendas palizas. Pero no tocaban ni a Efigenia
ni a la madre. Efigenia, tierna y delicada como era, comenzó a
sentirse mal. Casi siempre estaba oculta en su cuarto oscuro.
Un día en que sólo tenían para comer un poco de yuca, los
babujales hicieron saltar el caldero del fogón y la yuca cayó al
suelo.
También sobre la mesa se cayó una barra de pan y una voz
desde el aire gritó:
—¡Come de ese pan!
Doña Eustaquia gritó:
—¡No comas de ese pan!
Pero era tarde, porque ya Efigenia le había dado un mordisco.
A partir de ese día Efigenia cayó enferma y vivía en su cuarto
donde se le escuchaban conversaciones misteriosas.
Los domingos algunos jóvenes visitaban la familia. Efigenia salía a verlos y se enamoró de uno de ellos, llamado Gervasio, que
era muy buena persona.
Al poco tiempo de relaciones se casaron y se fueron a vivir a la
ciudad de Cienfuegos. Desde entonces en el rancho de Rodas
reinó el silencio y la paz. Pero en la casa del joven matrimonio
hicieron su aparición los «babujales», que hacían ruidos y hablaban día y noche por toda la casa.
Aquello se difundió por el barrio y muchos curiosos entraban a
la casa ansiosos de oír hablar a los «babujales». Gervasio se volvió un chiflado y se pasaba la noche de velorio en velorio o haciendo huecos en los montes buscando derroteros. Pronto la
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miseria azotó aquel hogar. Efigenia, minada por una enfermedad
murió a los cinco años de casada.
Una enfermedad desconocida que la ciencia no pudo curar.
Con la muerte de Efigenia los «babujales» desaparecieron de
la casa.
A más de setenta años de distancia aún quedan en Cienfuegos
testigos presenciales que hablan de aquellos sucesos misteriosos.
MITOS DE LAS BRUJAS EN CUBA
La creencia en las brujas es tradición universal. Se han generado
verdaderos mitos, alimentados por la fantasía y la superstición,
con sus travesuras y fechorías.
Ofrecemos algunos de los innumerables cuentos sobre el mito
de las brujas recogidos en Cuba por celosos investigadores.
INVESTIGACIONES EN LAS PROVINCIAS ORIENTALES
Investigación de Eddy Bolaños
UN ENCUENTRO CON LAS BRUJAS
Digo yo que las brujas existen, lo que pasa es que están viejas y
cansadas y por eso ya no se ven volar...
Usted ve el montoncito aquel, bueno, pues yo venía una noche,
como a las doce más o menos, y en eso oigo un ruido como el de
una ventolera que sacudía todas las matas.
Entonces sentí una risa y todos los pelos se me erizaron.
La muy maldita bruja me tuvo perdido toda la noche, casi hasta
la madrugada.
Yo caminaba en vuelta de donde viven los haitianos, y oía
clarito la música de sus tumbadoras, y cuando me iba acercando... na, la fiesta era pa otro lao. Entonces me dije: «¡qué va, esto
es cosa de brujería!» Tuve que persignarme y hacer la señal de la
cruz con los dedos cruzados, y así la muy maldita bruja me dejó
tranquilo y se fue.
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Otra noche yo venía cruzando por el puente que está antes de
llegar a la curva y veo una luz que se acercaba por el medio del
camino. Yo pensé que era el compadre Sebastián que tenía una
linterna; pero cuando me voy acercando, la luz se apaga y otra
vez aquella ventolera dando vueltas sobre mí. Le digo que no
sabía qué hacer; hice la señal de la cruz, me persigné, me arrodillé
en la tierra y como si na. Entonces me acordé que el difunto mi
padre me había dicho que si uno se quitaba la camisa y la viraba al
revés la tumbaba. Yo tenía mucho miedo porque no quería verle
la cara a un bicho de ésos; pero no me quedó más remedio que
tumbarla. Pero lo peor no fue eso, no; lo peor fue que tuve que ir
hasta donde cayó y hacerle un piquete en la nalga con mi cuchillo
y tomarme un poco de sangre, porque si no embromaban a uno
con su brujería.
Pero eso no fue todo, no. ¿Sabe usted quién era la maldita?,
pues la vieja Lucrecia, la mujer del haitiano Manuel, que vivía en
el montencito. Ya ella está muy vieja y no puede volar, pero dicen
que las hijas son un rayo. Usted ve, casi to las noches pasa una
por aquí, pero ya yo no le hago caso y solamente le digo: «¡Vete
con el Diablo maldita!», y hago la señal de la cruz pa que no me
haga na.
Ahora mismo le voy a contar cómo ellas hacen pa volar. Mire,
se ponen desnuitas en pelota, dicen una jerigonza, me parece que
es algo así como «Sin Dios y sin santa María»; se tapan con una
sábana y se pasan la noche fastidiando por ahí. Hay quien dice
que se vuelven hormiguitas y se meten en las casas donde hay
niños recién nacidos pa chuparles el ombligo y coger la sangre pa
brujería.
En mis tiempos había que andar con cuidado porque to esto
estaba lleno de brujas.
Informante: Chano López. Yarayabo, Palma Soriano.
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Investigación de Lawrence Zúñiga
ATRAPANDO BRUJAS EN BARACOA
Me han contado los viejos de aquí de Baracoa que las brujas sí
existían, que tenían el poder de quitarse la piel y salir volando
como si fueran pájaros. Hay quien dice que las brujas eran de la
raza de los isleños de Canarias. Ellos salían volando de Baracoa
y visitaban a sus familiares en las Islas Canarias, y cuando regresaban traían plantas existentes en esas islas.
A las brujas las velaban para atraparlas, y una de las formas
empleadas para ello era la siguiente: Cuando ellas salían volando,
que dejaban la piel escondida, la gente la cogían y le echaban
cenizas y cuando las brujas regresaban del viaje y se iban a poner
sus pieles, no podía; y ahí mismo les echaban garra. Entonces les
daban tremendas palizas, y a algunas las quemaban vivas.
Otro medio para atrapar las brujas era el siguiente: se les regaban granos de mostaza en las pieles, y cuando ellas regresaban no
podían ponerse las pieles hasta no recoger toda la mostaza y en
este trajín les daba el amanecer, y ahí mismo las atrapaban. Dicen
que la mostaza tenía el poder de romper el hechizo de las brujas.
YO ME VI HECHIZADO POR LAS BRUJAS
Decían que las brujas venían de Canarias, hay quien no cree en
brujas, pero yo puedo asegurarle que sí existieron las brujas, porque a mí ellas me han embrujado. Mire, estando yo una vez en
Banes, fuimos yo y dos amigos a un baile. La casa quedaba un
poco lejos del poblao, esto era en un campo. Cuando llegamos a
la casa del baile no vemos nada de fiesta pero siempre entramos
a la casa, y estuvimos hasta tarde y yo viendo que no venían los
músicos ni los bailadores les digo a los muchachos: «Vamónos de
aquí porque no veo nada de baile». Nos ponemos de pie y sale la
vieja de la casa y nos dice: «No se vayan, muchachos, que esto se
compone». Le dijimos a la vieja: «Qué va, vieja, nos vamos porque se nos hace tarde y queremos dar una vuelta por el poblao».
Salimos y comenzamos a caminar. Era una zona de cañaverales y
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teníamos que ir por un camino recto. Ya eran como las doce de la
noche y no habíamos caminado cincuenta varas de la casa, cuando se nos pierde el camino y se nos presenta una bejuquera que
no nos dejaba caminar. Empezamos a luchar por ver si pasábamos, pero qué va, era imposible. Yo le digo a los compañeros:
«Pero si estamos perdidos.» Y ya yo estaba un poco asustado y
miro pa to los laos y era bejuquera. No se veía una caña. Miro pa
el cielo y me doy cuenta que la Luna estaba como el día, que si se
caía allí un alfiler aparecía. Seguimos luchando y medio comenzamos a cruzar la bejuquera hasta que por fin logramos salir de ese
monte, pero más adelante volvimos a encontrarnos de nuevo la
bejuquera. Comenzamos a luchar de nuevo para ver si podíamos
cruzarla, pero qué va, esta vez nos fue imposible. Entonces decidimos sentarnos y esperar que amaneciera. Pero antes que amaneciera comenzamos a oír un ruido cerquita, como si fuera un
río crecido que venía bajando. Que yo recuerde por allí no había río
ni la cabeza de un guanajo. Ya cuando el alba comenzaba a subir
fue desapareciendo la bejuquera.
Yo estaba vestido de blanco y salí de allí como un carbón y cuando
llegamos al poblao contamos lo que nos había sucedido y nos dijeron: «Ésas eran brujas, si ustedes lo hubieran sabido se hubieran quitado la camisa y se la ponen al revés y enseguida le aparece el camino
pues la ropa al revés le quita fuerzas a las brujerías de las brujas». Por
eso yo le aseguro que en mis tiempos sí habían brujas, porque a
mí me pasó, pero ya las brujas se acabaron, eso fue en mis tiempos, cuando ellas salían y hacían maldades.
Informante: Rafael Sánchez, veterano de noventa y tres años.
Baracoa. Murió al día siguiente de realizada la entrevista.
(L. Z.)
Investigación de Rodolfo Torres
LA BRUJA QUE SE EQUIVOCÓ
Una bruja, que se subió en un peñasco, para volar debía decir
«Sin Dios y sin santa María», pero ella dijo «Con Dios y con
santa María», y se cayó por el peñasco y se murió.
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Informante: Clotilde González, sesenta y dos años. Costa
del Turquino.
BRUJAS EN LAS ANTIGUAS PROVINCIAS DE LAS VILLAS
Investigación de Martínez Moles en Sancti-Spíritus
Manuel Martínez Moles relata en el tomo I de su Contribución
al folklore, La Habana, 1926, el siguiente embrollo con las brujas espirituanas, refiriéndose a correntón Taita Bolo «y sus acompañantes»:
BRUJAS EN SANCTI-SPÍRITUS
¿Cómo quiere usted que a esas gentes no les salieran las brujas y
hasta el mismo Diablo en figura humana? Y así fue, pues, refieren
aquellos, que por haberlos oído de sus antepasados, salen garantes de la verdad del hecho, que una noche fueron sorprendidos los de la Ronda por una parranda deliciosa en las que sólo
figuraban muchachas lindísimas, que, tocando unas guitarras, iban
bailando y cantando de una manera tan provocativa y graciosa
que no tardaron los guardadores del orden en querer sumarse a
aquella diversión. Pero que todas sus esperanzas resultaron vanas, porque las bailadoras se les escapaban, bailando y siguiendo
siempre adelante mientras que cantaban en lengua macabra:
Y Juan Carendé la muchitanga.
A lo que una de ellas, la más gordita, respondía dando un revuelo
delante de Taita Bolo:
Y tampillí bamba.
Así, de este modo, seguía la parranda, cada vez más animados, y
cada vez más empeñados los perseguidores que habían perdido
hasta la noción de los lugares por donde iban; y ya no sabían por
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dónde se encontraban, cuando resultó que de repente y como
por encanto cesó la música, las mujeres aquellas desaparecieron,
encontrádose sin saber cómo, y ya al venir los claros del día, nuestros rondadores metidos hasta el pescuezo en un maniguazo, tan
tupido y tan intrincado que a duras penas, y no sin dejar pedazos
de la ropa y de la piel en aquel zarzero, pudieron salir, llegando a
sus casas en un estado tan deplorable, que en la de Taita Bolo,
hubieron de matarse, por algunos días, sendas gallinas gordas a
fin de recobrarlos y que pudieran adquirir algunas fuerzas.
Dicen que tan pronto como esto sucedió, fue conocido, todos los
vecinos atemorizados acudieron a la iglesia a proveerse de la «Bula
de la Santa Cruzada», antídoto contra brujas y maleficios, y que
durante muchas noches no hubo alma viviente que se aventurara
fuera de los umbrales de su morada, no oyéndose otro ruido en el
pueblo que el del Santo Rosario rezado a voces en todos los
hogares.
Investigación de Florentino Martínez en Santa Clara
(Selección de su libro Ayer de Santa Clara)
LAS BRUJAS
Las brujas son cosmopolitas, o lo eran en la época en que andaban por el mundo. Al presente, apenas si se dejan ver por algún
rincón de aquél o de otro país, al que haya llegado muy lentamente el progreso, que ha podido más que las brujas, pues las ha
hecho huir Dios sabe dónde. No las vamos a seguir a donde sea,
porque las que nos interesan son las de nuestro terruño.
En Cuba también las hubo, y muy abundantes en número, si
nos atenemos a lo tradicional, aunque se ignora si eran indígenas,
o fueron traídas por los españoles, colonizadores desde arriba, o
por los negros africanos, que llevaron el peso de la colonización
desde abajo.
El caso es que hubo brujas, o si se ha de decir la verdad, hubo
mucha gente que creía en su existencia, y otra tanta que presumía
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haberlas visto, por lo que la fantasía popular ha recogido, y propalado frecuentes visitas de esas viejas narigudas que, por lo
común, se presentaban cabalgando en una escoba.
Vayan algunos casos, recogidos al azar. Cierta noche salió de
esta ciudad, o de esta población que todavía no había llegado a la
mayoría de edad, un campesino, rumbo a su cercana residencia,
sobre el camino del Granadillo. Iba a pie, y en el paso de un
arroyo pantanoso, en tanto buscaba en la oscuridad, el mejor
lugar para pasar el atolladero, se sintió cogido por detrás, izado
en el aire, y lanzado a la otra orilla al grito de:
—Comadre Marota; ¡allá va la pelota!
Hubiera podido darse por satisfecho, ya que había cruzado el
pantano sin mancharse, pero resultó que, sin darle tiempo a pensar
lo que le había ocurrido, ni lo que vendría después, fue recibido en
la otra banda y lanzado a la de origen, con el mismo grito de:
—Comadre Marota; ¡allá va la pelota!
No se sabe cómo terminó aquel tira tira, porque lo que queda
dicho es lo único que se sabe, o se ha contado del percance de
aquel campesino zarandeado por las brujas.
Otra noche dos jinetes que marchaban en dirección contraria,
por un estrecho callejón de San Gil se encontraron un gran
pantano, uno de los muchos que abundaban entonces en nuestros
caminos rurales, donde todavía no faltan, que sólo ofrecía un lugar por donde poderlo pasar, sin peligro de un serio atascamiento
de la cabalgadura, o de una caída en el fango, con bestia y todo.
Cada cual se contuvo en espera de que el otro iniciara el cruce,
si es que no lo iniciaron los dos a la vez; y tras un momento de
espera, repitieron la acción, con igual resultado, pues parecían
sincronizados los movimientos; y ello llevaba trazas de no tener
fin, hasta que uno de los jinetes, que sin duda era el más decidido, dijo al otro:
—Amigo; o pasa usted, o paso yo.
No tuvo que repetir la indicación. El jinete de la otra banda se
transformó en jineta, y su cabalgadura en un palo de escoba, que
ascendieron por el aire, dejando el paso franco al otro caminante, que luego contaba lo sucedido a cuantos quisieran oírlo,
jurando que era cierto «como éstas son cruces».
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Otra aparición de esas damas enlutadas de medianoche,
ocurrió en pleno día, en un barrio rural de este término, de los
más alejados. Eran las once de la mañana de un ventoso día de
marzo, cuando, llevadas a mucha altura por una ráfaga, volaban
una sábana, una larga cuerda y, lo que es más raro, ¡una tranca!
Dos hermanos asturianos, creyentes fervorosos en la existencia
de las brujas, ya porque sabían de su existencia aquí, o ya porque
también se dejaban ver por Asturias, comprendieron en el acto lo
que ocurría, en contra del parecer de algunos campesinos que
contemplaban el espectáculo, del que creían causante al ventarrón, a falta de otra mejor explicación, aunque sin explicarse lo
de la tranca... que volaba; y conociendo también la contracandela
que habría de aplicarse en tales casos, clavó un machete en el
suelo; acción cabalística para hacerlas caer, perdiendo todo su
hechizo, o embrujamiento, valga la redundancia.
Todos los allí congregados pudieron ver cómo la sábana, la
soga y la tranca descendían a tierra rápidamente, y cuando los
más decididos —el del machete primero— corrieron al lugar en
que parecía que habían caído aquellos objetos, sólo hallaron un
poco de ceniza, confirmando así lo dicho de que se trataba de
brujas auténticas, que esta vez sí se atrevieron a salir de día, aunque disfrazadas de un modo bastante original, según queda explicado [...].
Región de Cienfuegos
LA VIEJA DE LAS CALABAZAS
(El presente es un relato extraído del libro Tradiciones y leyendas en Cienfuegos, investigación de Pedro Modesto Hernández
que redactara Adrián del Valle, del cual presentamos algunos fragmentos):
...Cierto día se notó la presencia de una cara extraña, que causó
no poca impresión en la tranquila colonia. Se trataba de una mujer ya entrada en años, de aspecto sospechoso y al decir de las
comadres con sus puntas y ribetes de bruja. Alta, algo encorvada,
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ojos pequeños y vivos, nariz corva en conversación con la
barbilla, la boca sin dientes, arrugada y terrosa la piel. Dijo llamarse Belén, y en lo sucesivo por Señá o Ña Belén fue por todos
conocida. Estableció sus reales en el barrio de Las Calabazas,
por eso también se la conoció por «La Vieja de Las Calabazas».
La presencia de Ña Belén inquietó por unos días y dio materia de
chismorreo a las comadres y aun fue el tema de conversación
de las personas sesudas. Nada se sabía acerca de su procedencia. Mientras unos aseguraban que era una infeliz que en busca de
mejor suerte había venido del poblado de Yaguaramas, cabalgando en un buey, que era toda su hacienda, otros, dando ya por
seguro que se trataba de una bruja, afirmaban muy formalmente
que un sábado por la noche había llegado de Canarias, montada
en una escoba larga y mugrienta.
Lo cierto es que Ña Belén no fue una carga para nadie y
que no hubo motivo para echarla del pueblo, con disgusto de los
que, considerándola como verdadera bruja, hubieran deseado
verse libres de su poca agradable presencia. Ganábase la subsistencia ejerciendo el oficio de lavandera y practicando el siempre
socorrido de curandera, y como tal llegó a adquirir tanta fama,
que fue una competidora temible de los primeros médicos que
tuvo la colonia, D. Domingo Mongenié y D. José Vallejo y del
boticario D. Félix Lanier.
Algunos aciertos que tuvo al principio Ña Belén, debidos más
a la casualidad que a su saber, le dieron gran fama de curandera,
siendo creencia general que podía curar todas las enfermedades,
por graves e inveteradas que fuesen. Aquellos fueron los días de
gloria de Ña Belén; más ¡ay!, no tardaron por su mal en venir los
de desgracia. Como a tantos otros, la fortuna, tornadiza, le volvió
las espaldas.
Sucedió que tomaron incremento las tercianas y las fiebres que
empezaban con manifestaciones de frío, siendo no pocos los colonos atacados. Enseguida le echaron la culpa a Ña Belén. Por si
esto fuera poco, la acusaron también de envenenadora y de que
enfermaba a los niños con alferecías. La fantasía popular, que se
complace a veces en la creación de las mayores aberraciones,
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que da luego por artículos de fe, supuso que Ña Belén arrebataba, al menor descuido de las madres, a sus hijitos enfermos, y que
todas las noches llegaba la vieja bruja a su miserable bohío del
barrio de Las Calabazas, con una gran sarta de niños, muertos o
moribundos, que le colgaba del brazo. Luego sometía los cadáveres a manipulaciones repugnantes y obtenía grasa misteriosa, y con ella y ciertos signos y palabras cabalísticas, lograba
trasladarse todos los sábados, cabalgando en la consabida escoba, a las más distantes regiones, que algunos creían eran las Islas
Canarias. Como es de suponer, tales versiones, trasmitidas de
boca en boca y considerablemente corregidas y aumentadas, infundían alarma y terror en el corazón de las madres, que ni por un
momento se atrevían a dejar a sus hijos solos, sobre todo si estaban enfermos.
Es difícil prever a qué extremo de violencia hubiera llevado
aquel estado de ánimo colectivo a los pacíficos habitantes del
primitivo Cienfuegos, de haberse prolongado algún tiempo. Afortunadamente, de la noche a la mañana desapareció Ña Belén,
sin dejar rastro, sin que nadie pudiera decir qué había sido de ella,
si muerto o se la había llevado el Diablo. Pero como la incertidumbre no cabe en la mente del pueblo sencillo y candoroso,
enseguida vino la explicación de la misteriosa desaparición de la
Vieja de Las Calabazas. Se dio por cierto y averiguado, que un
sábado, en tanto se remontaba la bruja en el espacio, cabalgando
en su escoba y llevando una gran sarta de niños muertos colgados
de una mano, sosteniendo con la otra un enorme paraguas y rodeada de murciélagos y lechuzas, una madre que acababa de perder a su hijito, al verla, precisamente en el momento que la bruja
parecía alcanzar la Luna, la conjuró con los sagrados nombres de
Jesús, María y José. Al instante, la maldita bruja estalló como un
cohete; sus chispas rodaron por la estrellada bóveda celeste y se
apagaron en el horizonte.
Otra explicación se dio a la desaparición de la bruja, sin que
obtuviera el favor de la primera, no obstante ser más verosímil.
Se rumoró que algunos vecinos que, como el resto del pueblo,
achacaban a la bruja las epidemias reinantes y otros desaguisados, reuniéronse cierta noche, dirigiéndose con sigilo al bohío de
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la vieja, le dieron muerte y la enterraron en un lugar que más tarde
ocupó una tienda de víveres que, por extraño humorismo de
su propietario, la denominó con el nombre de La Vieja de Las
Calabazas.
Hay quien asegura que ninguna de las dos apuntadas versiones
es la cierta, y que lo sucedido fue que el celoso y avisado don
Luis De Clouet, comprendiendo que era peligroso para la tranquilidad de la colonia, que continuara en ella Ña Belén, procuró
convencerla de que debía abandonar aquellos lugares, pues en
ello le iba la propia vida, y la vieja, prudente, aprovechó las sombras de la noche para irse sin que nadie la viera.
Cuando alguna curiosa mujer preguntaba a don Luis.
—¿Y Ña Belén?, ¿qué es de ella?
Respondía aquél con su castellano marcadamente afrancesado
y dando a sus palabras un suave tinte irónico:
—Señora, La Vieja de Las Calabazas se fue, noticiándome
que está dispuesta a volver, si la ocasión se le ofrece, para apoderarse de los niños cuyas madres no los vigilan ni cuidan como
es debido; pero yo, señora, no permitiré que la bruja vuelva, porque sabré impedir que las madres dejen abandonados a sus hijos,
castigando a la que tal haga.
Efectivamente, la bruja, o lo que fuera, no volvió a Cienfuegos
mientras vivió don Luis. [...].
Investigación de Joaquín Marrero en Ranchuelo
SOBRE LAS BRUJAS RANCHUELERAS
Cuando yo era niño, mi mamá me hacía muchos cuentos de brujas. Decía que eran mujeres iguales a otras cualesquiera, pero
que tenían una facultad diabólica de transformarse en seres misteriosos por las noches y volaban montadas en escobas. Otras
veces se ponían alas de unas sábanas almidonadas.
Nos decía —pues éramos varios hijos— que las brujas salían
por las noches a chuparse la sangre de los niños recién nacidos,
pues le extraían la sangre por la tripa del ombligo, sobre todo si
los niños no estaban bautizados.
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Ella le tenía terror a todas esas creencias y leyendas, producto
de la fantasía popular y de la propaganda que tenía sus raíces en
las prédicas religiosas.
Y no era mi madre sola, pues todas las mujeres del campo
vivían empapadas en esas creencias, de tal suerte que a ellas les
atribuían infinidad de males y calamidades propias de la ignorancia o de los efectos naturales en la salud de los niños.
Muchas veces se escuchaba rumor de alas en la noche y nadie
se detenía a pensar que podían ser aves nocturnas en bandadas...
lo que producía en la familia era terror y pánico.
Las más duchas en estos misterios aconsejaban que se encendieran lamparitas de aceite de oliva con mecheritos hechos de
una latica triangular sostenida por tres tapitas de corcho y que
flotara sobre el aceite con una mechita encendida toda la noche.
Otras aconsejaban que cuando se escuchara ruido de alas y
bullas en el aire se dijera bien alto: ¡Ven mañana a buscar sal...!
Y si al otro día se presentaba alguna mujer a pedir un poquito de
sal prestada, esa era la bruja que había estado rondando la noche
anterior.
Otras veces nos decían que cuando se oyeran esos ruidos, se
pusiera una escoba detrás de la puerta, que la bruja de seguro no
podía seguir volando y se caía allí mismo.
Cierta noche mi padre fue al pueblo a buscar mandados, pues
entonces no había Ley del Cierre ni ocho horas de trabajo, y los
tenderos despachaban hasta las doce de la noche.
Mi madre se quedó sola en el campo junto con nosotros, que
éramos tres vejigos y pegados a ella esperábamos a papá, con
ansiedad, pues teníamos miedo de estar allí tan solos.
De súbito se comenzó a oír un rumor como de muchas alas que
flotaban por el aire y el ruido se fue acercando hasta pasar por
encima de la casa y luego se alejó poco a poco hasta perderse en
la soledad del espacio.
Mi madre, aterrada, rezaba y se persignaba, como si todos los
diablos hubieran estado rondando la casa. Mi hermano Cundo
era recién nacido, y desde ese día se durmió con la luz encendida
todas las noches.
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El cuento de aquella «Cosa grande», se estuvo haciendo durante más de diez años y mamá no lo olvidó nunca.
Ya yo era grande y una madrugada, como a la una, estaba en el
corral de la vaquería, cuando comencé a oír un ruido igual al que
habíamos escuchado aquella vez. Se me erizaron los pelos, pues
la noche era de Luna y no se veía qué cosa era lo que lo producía,
hasta que por la parte norte se fue acercando una sombra oscura
por el aire que me aterró, pero no le quité la vista, como fascinado por aquel fenómeno. Así pasaron unos segundos hasta que
pude descubrir que era una bandada de patos de La Florida, la
cual estaba compuesta, a mi juicio, por más de tres o cuatro mil
ánades. Aquel batir de alas a un mismo tiempo, era imponente,
sobre todo en la soledad de la noche y en pleno campo, pero
aquello me sacó de dudas. Allí me di cuenta que ese mismo ruido
fue el que escuchamos cuando éramos niños.
Investigación de Ramón Rodríguez en Cabaiguán
MOSTAZA Y TIJERAS CONTRA LAS BRUJAS
Dicen que las brujas vuelan en bandadas y si se posan en una
casa la estremecen. Si se les tira semillas de mostaza, y si éstas
tocan a alguna bruja, ella cae al suelo convertida en pato. Cuando
las brujas entran en una casa donde hay un niño chiquito, si éste
no tenía una tijera abierta en cruz debajo de la almohada, las brujas se llevaban al niño hasta por una rendija.
Informante: José López. Barrio Pedro Barba, Cabaiguán.
Investigaciones de José Seoane en Villa Clara
(Seleccionadas de su libro Cuentos de aparecidos)
LAS BRUJAS DEL LECHERO
Mi mamá hacía una historia que le pasó al lechero de ella. Él se
levantaba de madrugá pa ordeñar las vacas y una ves sintió un ruido
extraño como cuando se menea una sábana almidoná. Entonces
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miró pa riba y vio muchísimas brujas volando sin escoba ni na con
vestidos largos. Se reían con unas risas chillonas y hacían ruiditos
como si estuvieran chiquiando. Entonces empezaron a burlarse
del y a tirarle piedrecitas. El pobre hombre se asustó muchísimo y
esa mañana no ordeñó na.
Las brujas son mujeres riales como cualquiera pero que por la
noche salen a hacer fechorías por ahí. Pa poder volar tienen que
hacer un ungüento con sangre del ombligo de una recién nacía y
untárselo abajo del brazo. Todas sus fechorías y correrías las hacen por la noche porque le tienen miedo a la lus. Por eso es bueno
ponerle una velita a los niños recién nacidos, porque si viene alguna bruja sale huyendo.
Juana Delgado. 60 años. Barrio Puente, Santa Clara.
LA BRUJA DE LA CASA ELEGANTE
Mi abuela me contó una vez lo que le hizo una bruja a un hombre.
Dice que una ve un hombre muy elegante de la ciudá cogió por un
camino muy tarde en la noche. Entonces se le apareció una mujer
muy elegante y muy bella que le dijo:
—¿Quiere acompañarme a mi casa?
Al hombre se [le] hizo la boca agua cuando oyó eso y le dijo:
—¡Sí, cómo no!
Y empezaron a caminar conversando. Cuando habían caminao
bastante rato llegaron a una casa muy elegante y lujosa y entraron. La casa estaba muy alumbrá y la mujer le dijo al hombre que
se sentara y entonces empezó a reírse muchísimo ella y aquella
casa elegantísima se convirtió de pronto en un desierto. Entonces
—¡madre mía, qué susto!— la mujer se levantó volando y se fue
riéndose.
El hombre se quedó ahí aturdío y despué empezó a buscar el
camino pero no lo encontró. Tuvo que pasarse la noche ahí oyendo ruidos rarísimo. Al otro día cuando salió el sol encontró el
camino y volvió pa su casa y más nunca cogió por aquel camino.
Juana Rodríguez. 54 años. Campesina. Santa Clara.
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UN GALLEGO BAUTIZÓ EN LA YAYA AL HIJO DE UNA BRUJA
En la loma La Yaya le salió una bruja que yo no sé cómo era a un
gallego que yo conocí. La bruja andaba volando con un hijo que
tenía y el gallego le dijo:
—¿Qué es lo que quiere?
Y la bruja le dijo:
—Que me bautice el hijo mío que se murió hereje.
Y entonces el gallego le echó agua con sal en la cabeza al muchacho y entonces la bruja se fue y le dijo al gallego:
—Cuando yo me vaya no mire patrá, porque si no se muere.
Pero el gallego era muy sabino y miró patrás y se jodió y se
murió ahí mismo. En La Yaya tol mundo conoce la historia.
Antonio Monteagudo. 47 años. Obrero. Santa Clara.
LAS RARAS BRUJAS DE PALO PRIETO
Yo me crié en el campo y por allí vivía un señor isleño que le
decían Cotorrón por lo mucho que hablaba. Vivía en la finca Palo
Prieto hace unos veinte años y era un señor de mucha edad. Siempre estaba hablando y haciendo historias de brujas que él daba
por muy ciertas y se emocionaba muchísimo al contarlas como si
se tratara de una cosa que él hubiera palpado.
Contaba el Cotorrón que él conoció a un señor que tenía una
esposa que era bruja y que se juntaba de noche con muchas compañeras brujas y salían en bandadas volando, después de untarse
un ungüento debajo de los brazos, sin el cual no podían volar, y
salían a hacer sus fechorías.
El señor amigo del Cotorrón se sentía muy mortificado porque
su mujer era bruja, y un día que ella había preparado mucha comida para cuando regresara de hacer sus fechorías cenar con las
demás brujas, el señor se puso muy ofuscado y envenenó la comida
y al otro día la tandereta de brujas amaneció muerta. La palabra
tandereta él la usaba mucho y significaba lo mismo que montón,
pila, burujón.
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El Cotorrón también contaba que un día un señor venía del
pueblo a pie porque le habían robado el caballo y después de
haber caminado mucho se encontró una mula y se montó en ella y
cuando la pinchó con las espuelas la mula se convirtió en una
bruja, que salió burlándose del señor.
El Cotorrón contaba tantas historias de brujas que los guajiros
de la zona ya creían en ellas. En la finca de que vengo contando,
Palo Prieto, que se encuentra sólo a dos kilómetros y medio de la
carretera vivía un señor que yo conocí, que le decían don Felo,
que ya se murió hace como quince años. En una ocasión él estaba
en la finca una noche y en ese momento pasaba por la carretera
un carro altoparlante tocando música. Él pensó que eran brujas
que pasaban cantando a distancia y al otro día nos contó que le
había pedido a Dio que se llevara «a la bruja de los diablos».
Por esa zona que yo me crié algunos campesinos creían que las
brujas velan la caída de la noche para chuparle la sangre a
las criaturas recién nacidas. Una ocasión una señora dio a luz y
una mujer medio barbuda que había por el lugar le dio un remedio
contra las brujas, la señora hizo el remedio y una noche una bruja
quiso entrar, pero el olor no se lo permitía y entonces se paró en
el techo y dicen que gritó:
—Válgale a la barbuda y al atisador de ruda.
Y no pudo entrar y se fue.
J[osé] A[ntonio]. Actor. Santa Clara.
LA BRUJA EN EL PALO
Esto pasó en el campo. Una mujer me contó de que una ve tuvo
necesidá de leña pal fogón y salió por fuere la casa a buscarla y
cogió el hacha pa rajar un palo y cuando levantó el hacha el palo
se convirtió en una bruja feísima que se fue chillando y riéndose
de la mujer, diciéndole:
—¡Oye, boba, agárrame a ver si puedes meterme en el fogón!
¡Te creías que yo era un palo! ¡Chii, chii!
Y se desapareció chillando.
[Juan Hernández] Campesino. [Santa Clara.]
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LA BRUJA PUERCA
Cuenta mi mamá que cuando ella era joven en case de un señor
que se llamaba Perucho, en el campo, salía una puerca fantasma
arrastrando una cadena y se desaparecía siempre, cuando la iban
agarrar. Todas las noches se aparecía alrededor de la casa y como
eso era muy sospechoso pensaron que era una bruja y como se
dice que cuando las brujas se transforman en animales para hacer
fechorías si se pinchan y se le saca sangre vuelven a coger su
forma de bruja, pues decidieron pincharla y la próxima vez que se
apareció la velaron y la pincharon y la puerca se volvió una bruja
y la agarraron y después cogieron miedo y la soltaron y no dijeron
nada a las autoridades.
Yo no creo en brujas, porque eso es creencia de la gente de
antes, ni me acuerdo cómo decía mi mamá que era la bruja de la
historia.
J. R. Martínez. 30 años. Campesino. [Santa Clara.]
Investigaciones de Rigoberto Valdés en Camajuaní
SOBRE LAS BRUJAS
Me contaba mi padre de una mujer que era bruja y que su marido
se enteró. Entonces le dijeron al marido que las brujas se quitaban la piel para volar. Entonces el marido se puso en vela por las
noches y una noche la vio cuando se quitaba el pellejo y lo dejaba
debajo de una piedra en el patio de la casa.
Al momento buscó ají guaguao, muy picante, y pimienta, y se
lo untó al pellejo por la parte de adentro. Cuando su mujer llegó y
se puso su piel, se acostó muy sutil para que su marido no se diera
cuenta de que había salido a realizar sus fechorías. Pero al poco
rato no podía soportar la picazón y despertó a su marido diciéndole:
—Qué picazón más grande y rara tengo; no es por fuera sino
por dentro de la piel.
Y el marido le dijo:
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—Te pica... eso te pasa por bruja y bandolera.
Cuentos de una abuela sobre brujas
SAN FRANCISCO Y SU FUTURA SUEGRA
Cuenta mi abuela que en Canarias las brujas abundan. Ella cuenta
la historia de Francisco, un muchacho que visitaba a su novia,
pero que siempre que llegaba, la futura suegra se le perdía.
Entonces unos amigos le dijeron que era una bruja. Él se negó
a creerlo, y entonces uno le dijo:
—Mira, para que te convenzas de que es verdad, llévate una
tijera en el bolsillo. Cuando vayas a tu próxima visita y veas salir a
la vieja, sin que tu novia se dé cuenta clava la tijera encima de la
puerta, de modo que quede en cruz, y tú verás...
El muchacho hizo la operación, y cuando la vieja regresó a su
casa no pudo entrar.
Entonces gritó desde afuera a su hija:
—¡María dile a Francisco que me deje entrar!
Francisco le respondió:
—Señora yo no la tengo amarrada...
La vieja le dijo:
—Quite eso que tiene clavado encima de la puerta.
Así Francisco pudo comprobar que la vieja era una bruja.
Investigaciones de René Batista en Camajuaní y Vueltas
LA BRUJA ENAMORADA
Esta zona de por aquí estaba llena de isleños. Y las isleñas viejas
casi todas eran brujas. Una de esas isleñas, Candelaria, se enamoró de mí. Y pasaba todas las noches volando por arriba de mi
casa y tocando una música muy bonita. A veces ella cantaba y su
voz era fina como la de un gato.
Aquella música era extraña, yo nunca he oído otra igual. Yo
cogí mucho miedo porque me dijeron que si yo no la aceptaba, a
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los veintiocho días ella me mataba. Y me fui de allí, me fui para
Santa Clara.
Informante: Anselmo Ruiz, sesenta años. Vueltas.
BRUJAS CHUPADORAS DE OMBLIGOS
Yo era chiquita cuando vivía en la zona del Pesquero. Y por arriba
de la casa, todas las noches, pasaban las brujas. No pasaban
muy tarde, casi siempre lo hacían de diez a diez y media de la
noche.
Nosotros las conocíamos por el ruido, porque el ruido era como
el de una tela almidonada. A veces nos descuidábamos y ya teníamos el ruido arriba. Entonces encendíamos las chismosas. Porque las brujas le tenían miedo a la luz. Y lo hacíamos así porque en
la casa había un niño recién nacido, y hasta que no se le secara el
ombligo había peligro de que las brujas le chuparan la sangre. Se
dieron muchos casos por aquella zona de brujas que entraron en
las casas y le chuparon la sangre a los niños.
Informante: Leonila Moreno, sesenta y cinco años. Camajuaní.
.
Investigaciones de Samuel Feijóo. Santa Clara
VOLABAN CON MANTECA DE MAJÁ
En el entronque de Manajanabo y la Carretera Central, en 1940
vivían unas isleñitas. A todos los muchachos nos decía la gente
que eran brujas y que volaban por la noche.
Se decía que se echaban manteca de majá en los sobacos,
los brazos y las piernas, que se montaban en unas escobas y
salían volando.
Informante: Adalberto Suárez. Santa Clara.
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EL VIEJO QUE RECIBIÓ A SU HERMANA MONTADA EN UNA
ESCOBA
A mí me contaba un isleño viejo, como de ochenta años, cuentos
de brujas. Él me dijo un mediodía en el comedor de la casa:
—Este cuento es verdad. Yo vine jovencito para Cuba, con mi
hijito. Nunca más regresé a Canarias. Yo tenía deseos de ver a
mi familia, y un día en que estaba pensándolo vi una escoba volando, y arriba de ella venía una mujer vestida de negro. Ella llegó,
saludó, ¡y resultó que era mi hermana que venía de mi tierra! Yo
no le creía nada, pero me callé. Yo era muy jovencita entonces y
me gustaba oirlo. Y él me seguía diciendo:
—Mi hermana me abrazó y me besó y se puso a convensar
conmigo y a contarme cuentos de familia. Por la tardecita la invité
a comer y me dijo que no. Se escarranchó en su escoba y desde
lejos me iba diciendo adiós.
Informante: Eva Fleites. Santa Clara.
LA FALSA BRUJA DEL COBRE
Yo fui responsable de alfabetización en todo el término del Cobre, Oriente. Alfabeticé en la finca La Anita, junto con mi primo.
Nosotros parábamos en el caserío de La Anita y allí la gente tenía
las mil creencias de la ignorancia. Muchos me dijeron, señalando
a una mujer que vestía de saco y andaba con un perro.
—Cuidado con esa vieja, que es bruja. Algunas noches sale
volando de su casa...
Como yo no creo en brujas hablé con la mujer, que era tratable
y se dedicaba a hacer hornos de carbón.
Pero la gente le tenía mucho miedo. A veces yo estaba de visita
en una casa, de noche, y chillaba una lechuza o se sentía algún
ruido y siempre oía decir:
—¡Óyela! ¡Ya salió de la casa! ¡Ahí va volando...!
Y nadie se atrevía a salir afuera. Los niños temblaban.
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Entonces mi primo y yo fuimos a buscar a la vieja, cuando se
cerraban las casas porque se decía que esa noche la vieja bruja
estaba volando.
La encontramos velando un horno, acompañada de su perro.
Lo que se decía era cuento, producto de la ignorancia.
Informante: Freddy Mesa. Santa Clara.
En Trinidad
LAS BRUJAS CANTORAS
Existe una cañada, la de Fabián, muy cerca del pueblo de Trinidad. Por ella iba una señora con su hija y oyó un ruido como de
un animal que salta. Y entonces la hija desapareció.
En la cañada de Fabián vive el Diablo.
Allí las brujas trinitarias cantaban fandango:
Si me pierdo tú me buscas,
a las doce del mediodía
donde nace la morena.
Si por el mundo la ves
dile que yo la perdono,
pero que no quiero verla.
Un joven se casó con una muchacha trinitaria. Un día descubre
que le suministra una droga para que duerma. Cuando ella se la
dio en un vaso de agua el hombre fingió beber y esperó.
Su mujer se untó una pomada bajo las axilas y dijo:
—Sin Dios y sin santa María.
Montada en una escoba echó a volar. El marido la siguió haciendo el mismo procedimiento.
En el aire, su mujer se unió a otras brujas que venían cantando
fandango sin temor a las medidas antibrujas que las tumbaban,
ajonjolí o mostaza. El hombre y la mujer escandalizaron sobre los
campos hasta llegar al pueblo de Congojas, donde entraron en
una casa por la ventana. Allí era donde cenaban las brujas que
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estaban alrededor de una mesa chillando en un idioma desconocido.
Cuando le trajeron la comida y la probó el hombre dijo:
—Esto no tiene sal.
Las velas que estaban encendidas se apagaron entonces y las
brujas desaparecieron, se fueron por las ventanas.
Llegó en éstas la gente del pueblo y halló al hombre solo y
desnudo, tirado sobre la mesa, con dos velas apagadas, confuso
y aturdido.
Informante: Lenin Trujillo. Trinidad.
En Cienfuegos
LA MUJER QUE VIAJÓ A CUBA CON UNA BRUJA
Yo vine de Canarias para acá cuando tenía trece años. Vine a
trabajar el campo aquí, porque allá la cosa estaba muy mala. Hoy
tengo setenta y cuatro años y me acuerdo todavía de los cuentos
de brujas que se contaban en mi tierra. Aquí nada más que me
enteré de uno, que me contó un paisano.
La cosa fue que un isleño casado vino para Cuba y al cabo del
tiempo se echó una mujer.
La mujer propia lloraba en Canarias porque ni cartas recibía.
Entonces una noche la llevaron a una bruja para que ésta le dijera
qué le pasaba a su marido en Cuba. Y la bruja se untó un ungüento debajo del brazo y se fue a ver al Diablo.
Y cuando llegó, el Diablo le viró el culo y la bruja se lo besó.
Y entonces el Diablo le dijo que el isleño estaba enredado con
una mulata en Cuba.
Entonces la bruja viró y se lo contó a la mujer y le dijo:
—¿Quieres ir conmigo a Cuba a ver a tu esposo?
Y la mujer contestó:
—Sí.
—Pues, bueno, coge esta escoba y móntate en ella.
Y le dio a la mujer una escoba y la mujer se montó en ella.
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Entonces la bruja le puso ungüento de mágica en el sobaco, y
ella se lo puso también. Y en cuanto dijo:
—¡Sin Dios y sin santa María!, salieron las dos volando, y al
cabo de unas horas ya estaban en la finca donde el marido vivía.
Llegaron a la casa y la bruja entró en el cuarto y lo halló dormido
junto a la mulata. Hizo así: sacó a la mulata dormida de la cama y
la puso a dormir en otro cuarto. Y le dijo a la mujer:
—Entra y acuéstate en la cama con tu marido...
Y así fue. Y en la oscuridad el marido trajinó con ella. Y de
madrugada la bruja le dio la escoba a la mujer, y ella montó en
otra, y dijo:
—¡Sin Dios y sin santa María!
Y salieron volando las dos para Canarias.
Y pasaron unos meses y la barriga le creció a la mujer, y ya iba
a parir cuando el marido se apareció en Canarias. Y cuando la vio
barrigona le dijo:
—¡Traidora, me engañaste!
Y ella le dijo que no. Y el marido no la creía y le pegó.
Entonces la mujer fue a buscar a la bruja, y la bruja vino a ver
al marido receloso, y le hizo el cuento del viaje, y cómo ella le
quitó a la mulata de la cama y le metió a su mujer. Y le dijo
después:
—¡Esa barriga es tuya!
Y el isleño bajó la cabeza y cargó otra vez con su mujer.
Informante: Ceferino Rodríguez. Finca La Josefa, Caonao,
Cienfuegos.
EL MUCHACHO Y LA BRUJA
Una vez un muchacho salió por un callejón y vio en una choza
a una viejita cocinando. Le llamó la atención los manejos que se
traía la vieja y se puso a mirarla para conocer lo que ella se traía
porque había mucha comida para la viejita sola.
Se puso a mirar y vio que la viejita se daba unos cuantos golpes
en el muslo y que decía:
—¡Salgan a comer!
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Y entonces salieron a comer veinte hombres de adentro de la
vieja y se pusieron a comer y se comieron toda la comida y después que acabaron se metieron otra vez adentro de la vieja.
Entonces el muchacho entró y le pidió agua a la vieja y miró pa
todas partes para conocer bien lo que había en la casa. Pero la
vieja lo sorprendió mirando. Y cuando el muchacho llegó a su
casa y le estaba contando a su mamá lo que había visto, la vieja
llegó convertida en una mujer muy linda.
La mamá la mandó a pasar y ella convidó a pasear el muchacho y como era tan linda el muchacho no pudo resistir y salió a
pasear con ella. Pero antes de salir le dijo la mamá que no quería
que fuera porque le sospechaba que era muy extraña aquella invitación. El hijo le dijo: «Mamá, si usted ve el patio colorao es que
estoy en peligro, que voy a perder la vida». Y la madre le dijo
que cuando ella viera el patio color de sangre le iba a soltar los
tres perros que ellos tenían pa que fueran a salvarlo.
Pero la bruja disfrazada de muchacha muy linda se olió que
estaban tramando algo y le dio una cinta para la cabeza a la madre y se la puso y se la apretó tanto que cuando ellos iban de
paseo la mamá se sintió mala y se acostó y se quedó dormida.
El muchacho iba muy tranquilo con la mujer linda por el campo
conversando cuando ella vio una florecita en lo alto de un árbol y
dijo: «¡Ay, yo quiero esa florecita! ¡Anda y súbete en ese árbol
y cójeme esa florecita!» Y el muchacho no pudo resistirla y se
subió y cuando estaba arriba del copito, la mujer que se había
convertido ya en la vieja bruja, dijo:
—¡Salgan jacheros, salgan!...
Y entonces salieron de adentro de ella veinte hombres con jacha
y empezaron a darle jacha al árbol pa tumbarlo y matar al muchacho. Y el muchacho estaba esperando que vinieran los perros a
salvarlo, pero el patio de su casa se puso color de sangre y la
mamá estaba dormida y no achuchó los perros. Entonces viendo
que se iba a caer y se iba a matar porque las jachas ya estaban
tumbando el árbol sacó de un bolsillo una piedrecita y la tiró con
tal tino que le dio en la cabeza a su mamá y la despertó y ella vio
el patio colorao y soltó a los perros. Los tres perros fueron volaos
pa donde estaba el muchacho y le fueron parriba a los jacheros y
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los hicieron huir, y después atacaron a la vieja, pero la vieja se
tragó a los perros, pero el más chiquito la prendió por una pata y
tumbó a la vieja. Se bajó el muchacho y junto con el perro mató a
la vieja y del vientre le sacaron a los dos perros grandes.
Informante: Clemente Sarría. Miramonte. Caonao, Cienfuegos.
MITOS DE LAS CASAS EMBRUJADAS EN CUBA
El mito de las casas embrujadas es un viejo mito mundial. En
Cuba se conocen, prácticamente en todos los villorios, pueblos y
ciudades, leyendas acerca de este mito milenario. No nos gusta
pero como es folklore (rarísimo) lo investigamos, ¡ALERTA!
Mucho se han mencionado en nuestra literatura las casas embrujadas. Como un solo ejemplo: la famosa casa embrujada que descubre el general de la Guerra de Independencia cubana, Manuel
Piedra Martel, en su libro Mis primeros treinta años. En sus
páginas se describe una casa embrujada, que encontrara el general, en 1878, en Santa Clara:
Desde la primera noche que pasamos en ella, ruidos misteriosos
oídos por todos, excepto por mí, que de niño y de joven he dormido como un lirón, nos advirtieron que la casa estaba habitada o
frecuentada, hantee, como dicen los franceses, por los espíritus.
Apenas acostados y sumidos en la oscuridad, comenzaban a escucharse pasos y rumores: ruidos de loza que se quebraba allá
en la cocina, y de la puerta de comunicación con el patio, que se
abría y cerraba con estrépito a pesar de cerrojos y trancas. Por
la mañana eran los comentarios, que yo oía con pavor; pero a la
noche siguiente se repetían los mismos fenómenos sin que me
apercibiera de ellos.
Mi gran facultad para conciliar el sueño y la confianza que me
inspiraba el hecho de que otros muchachos de mayor edad que
yo, algunos ya hombres, se acostaban a mi alrededor, me evitaban los medrosos insomnios y sobresaltos que experimentaban
los demás.
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Al fin, después de varios días de impaciente esperar el momento de libertarnos de la forzosa compañía de los espíritus, quedó desocupada nuestra casa propia, y nos trasladamos a ella.
Por lo demás, la narrativa folklórica cubana se refiere a estas casas embrujadas. Un solo ejemplo, que nuestra informante,
Maripepa de Mivia, ama de casa habanera, conservaba en su
memoria, desde los lejanos tiempos de la esclavitud:
LAS VISIONES DEL CONGO
Un congo estaba buscando casa para mudarse. Vio un papel de
«Se alquila» clavado en una puerta. Al mirar por el postigo de la
ventana vio que tenía un trono en el patio y aunque la gente de por
allí le dijo que en aquella casa salía «cosa mala» fue a la bodega,
pidió la llave le gustó la casa, la alquiló, y en una carretilla llevó sus
cachivaches.
Por la tarde, cuando volvió del trabajo, puso un sillón en el
trono y se sentó a tomar el fresco. Su mujer se sentó en uno de los
escalones y se puso a machacar los plátanos para la comida.
De pronto, de la sala salió una voz, «Caigo o no caigo»... «Caigo o no caigo»... Y al ratico otra vez «Caigo o no caigo»...
La mujer le dijo:
—Ay, Juá. yo tiene mié...
—Mié, mié, mié... Negra tan grandísima tiene mié...
Machaca fufú que yo tiene jambre...
La voz seguía: «Caigo o no caigo»... Y Juan dijo:
—Acaba de caé, no fastidie ma...
Del techo cayó un brazo que rodando llegó al patio y Juan le
dijo:
—Sale, cochino perro, pa la cocina —y el brazo salió rodando
para allá.
Así fueron cayendo brazos, piernas, cuerpos y cabezas y, de
pronto, de la cocina empezaron a salir hombres y mujeres extrañas, como en comparsa, que decían:
—Juan, Juan ve-te de-aquí, que és-ta no-es tu ca-sa.
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Y Juan y su mujer salieron corriendo, huyendo, y se quedaron
sin nada.
Casa embrujada en Oriente
Roberto Branly, el malogrado poeta cubano, recogiera —siguiendo
nuestro método de investigador folklórico según nos dijera varias
veces— una casa embrujada en La Pericota, de boca de José
Fontela Pérez, mecánico del central Cristino Naranjo, Holguín:
CASA EMBRUJADA EN LA PERICOTA
Dice Juan Verdecía que en una casa de no sé qué finca, en La
Pericota, que habitaba un señor que murió.
Después se la dieron a otros campesinos que la fueron a ocupar y le era insoportable vivir por las piedras que tiraban y la bulla
que hacían en la casa. Entonces esa familia se fue y después lo
sucedieron creo que otra familia más y también se tuvo que ir,
hasta que un gallego dijo que sí: que él la iba a vivir; que él no
creía en nada de eso.
Entonces al cabo de dos días, de tres dias, le empezó a tirar
piedras y tierra y bulla y María santísima.
Entonces después salió y le planteó el problema, no sé si Juan
dijo a un espiritista o a un cura.
Entonces el espiritista o el cura dijo que eso era un duende.
Entonces lo decidieron bautizar, porque alegó el cura que así
era la única forma de que lo dejaran tranquilo.
Lo bautizaron.
Al duende le pusieron Pepito y el gallego fue el padrino.
Entonces, cada vez que el duende empezaba a tirar piedras o
hacer bulla, hacer lo que hacía, le decía:
—Pepito, yo soy tu padrino.
Y dejaba de hacer travesura.
Según nos refiriera Freddy Mesa, en Santa Clara, conoció éste
de una casa embrujada en el Cobre. Allí durmieron y... nada vieron ni oyeron...
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LA CASA EMBRUJADA EN LAS ANITAS
En Las Anitas, por el Cobre, Oriente, donde yo alfabetizaba, la
gente de por allí se enteró que yo iba a dormir en una casa de
techo de zinc, y me dijeron que no fuera a dormir a ella porque la
casa estaba embrujada.
Todos los campesinos me decían que de noche caían piedras
en el techo de zinc y que éstas no caían después al suelo ni se
quedaban en el techo.
Nos decían que cuando uno llevaba el mechón encendido, en
cuanto uno llegaba le apagaban el mechón, y que se cerraba la
puerta y ya más nunca se podía abrir porque no se encontraba
la puerta.
Entonces si uno se acostaba lo empezaban a silbar por toda la
casa, y que la gente se pasaba la noche dando vueltas buscando
al que silbaba.
Pero mi hermano y yo nos metimos a dormir allí y no pasó
nada. Nosotros no creíamos nada de aquellas boberías. Nunca
tiraron piedras ni nos apagaron el mechón ni se nos perdió la
puerta ni nos silbaron.
Todo eso era producto del miedo y del atraso en aquella zona
intrincada.
Casas embrujadas en Camagüey
En 1971 recorrimos parte de la antigua provincia de Camagüey y
allí encontramos algunos mitos sobre casas «encantadas», al decir
de los informantes. Agustín Alonso nos informara:
Cuentan unos compañeros que en una casa cerca de Jatibonico
todas las familias que vivieron en ella tuvieron que mudarse porque sentían ruidos y visiones muy raras. Por ejemplo, salían con
un vestuario raro y no dejaban dormir a nadie, y por ese motivo
todavía no hay quien quiera habitar en ella.
Aracely Varona, estudiante, nos informó sobre otra «casa
encantada»:
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Mi tía vivió en una casa donde nadie quería vivir. Cuando ella se
mudó allí no le gustó el lugar porque era muy solo. Como a cinco
kilómetros había una casa y más allá había una granja donde trabajaría mi tío. Ese día a mi tío le tocó hacer la guardia por lo que
mi tía se tuvo que quedar sola en la casa y, cuando estaba preparado
la cama para acostarse, oyó que abrieron la puerta. Ella fue enseguida pero la puerta estaba cerrada con una tranca de hierro.
Más tarde empezaron a tirar piedras en el techo y por último unas
cadenas empezaron a rodar y a caerse las lozas pero cuando mi
tía se asomó todo estaba en orden y ella se asustó tanto que cogió
un caballo y se fue a ver a mi tío y a los cuatro días se estaban
mudando. Luego se enteró de que esto sucedía debido a que allí
se había muerto un matrimonio.
Roberto Delgado nos informaba:
A orillas de la Carretera Central, cuando ya se divisan las torres
del central Uruguay, hay una casa, metida entre dos hileras de
cocoteros, a la cual el pueblo conoce como «La casa de los muertos.» En realidad la casita, cuya construcción no rebasa las dos
décadas, es de mampostería con techo de madera. La casa durante mucho tiempo estuvo deshabitada, porque de ella se comenta lo siguiente: Por la noche la brisa suena en los cocoteros, y
una música triste y melancólica penetra por las hendiduras de la
casa, por las ranuras de las puertas. A medida que el tiempo pasa,
la melodía va transformándose hasta desatar un infierno de calderos, cadenas, y de cuantos tarecos y cachivaches tienen los fantasmas para jeringarle la noche a todo el mundo.
Ahora creo, me han dicho, que vive gente en ella y sería bueno
averiguar qué es lo que está pasando en esa casa.
La última información recogida provino de C. Montesinos:
A la salida de Ciego, cerca del aeropuerto, se cuenta lo siguiente:
Existe una casa la cual permanece todo el tiempo cerrada. Al
preguntarle a los vecinos de la zona de que por qué esa casa en
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tan buenas condiciones permanece cerrada y sin habitar, cuentan
que en ella vive solamente un señor de cierta edad, el cual vivía
con su señora, la que murió hace algunos años, y que después de
la muerte de dicha señora nadie más ha podido habitar la casa,
solamente el señor de edad; que se sienten ruidos extraños por la
noche, que todos los objetos se mueven y que las ventanas y
puertas se abren y se cierran solas y que en una ocasión fue una
visita y se quedó a dormir por la noche, y por la madrugada, sin
que ésta se diera cuenta, fue llevada y arrojada al patio, lugar
donde amaneció al día siguiente. En otra ocasión hubo de pasar
lo mismo con otro familiar del señor que vive en la casa: a las
cuatro de la madrugada fue puesto en el patio y no pudo volver a
entrar porque las puertas estaban completamente cerradas.
Casas embrujadas en Las Villas
En la antigua provincia de Las Villas corren noticias sobre casas
embrujadas. Algunos historiadores han hecho mención de estos
mitos.
De la ciudad de Santa Clara, y de algunos de sus barrios presentamos algunas informaciones. En 1961, dirigiendo nosotros la
Editorial de la Universidad Central de Las Villas, encargamos a
José Seoane, que nos recogiera todos los frutos de la imaginación
popular, de la creencia, de la superstición, para que no se perdiera la mitología, la leyenda, tan matizada de fantasía, miedos, humor a veces. He aquí parte de su cosecha en relación a las casas
embrujadas.
Información de Delia Laborde, del barrio Carmen:
Cuando mi hermana tenía dos años y yo era chiquitica de meses,
mis padres se mudaron pal callejón de la Pita, porque papá era
fogonero mayor del ferrocarril y quería vivir cerca del trabajo.
Los vecinos lo previnieron y le dijeron que no se mudaran pa esa
casa porque allí salían muertos; pero así y to ellos se mudaron.
La primera noche ya estábamos acostados cuando mis padres
sintieron que a la cama le dieron un trancazo grandísimo, como
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con un palo e yaya. Entonce se despertaron y vieron sobre la
cama un alacrán grande y mi papá lo mató y le dijo a mi mamá:
—Mira vieja, ese palazo fue el Ángel de la Guardia que te vino
a avisar pa que no te picara el alacrán.
Y cuando toavía tenía en la mano la lámpara de luz brillante pa
apagarla, dieron otro trancazo igual al de antes y se asustaron
tanto que empezaron a recoger la ropa pa vestirnos y salir huyendo y no habían acabao e recoger cuando sintieron el tercer trancazo. Y salimos huyendo pa case mi abuela que vivía a una cuadra
de ahí, en la calle Unión.
Desde ese día no dormimos ma en la casa; íbamos por el día a
comer y por la tardecita al anochecer nos íbamos a dormir a case
mi abuela.
Zoraida García, del barrio Puente, le informara:
Esto que le cuento pasó de verdad, porque me pasó a mí. Una
noche después de fregar y hacer todas las cosas de la cocina,
estaba yo con mi familia sentada en el portal de la casa sin pensar
en na malo cuando sentimos un ruido grandísimo en la cocina,
como si toda la vajilla se rompiera con caldera y to, pal suelo to.
Cuando fuimos a ver to estaba en su lugar como si na hubiera
pasao.
El mismo asunto volvió a pasar varias veces y cuando íbamos a
ver lo que había pasao to estaba como si na; cogimos un susto
tremendo y al poco tiempo nos mudamos de la casa.
En esa casa toda la gente que vivía, antes y después de nosotros, oía siempre la misma cosa y como consecuencia de eso siempre estaba vacía.
Juana Delgado, del barrio Condado, informó a Seoane:
Frente a mi casa, en la calle de Santa Bárbara entre Alemán y
Zayas hay una casa que le dicen «La casa de los muertos» porque
dicen que ahí salen cosas. Nadie quería vivir la casa.
Una vez hubo un ciclón y la familia que vivía ahí entonces metió
a otra familia a la que el ciclón le tumbó la casa. Un hombre de los
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refugiados estaba durmiendo esa noche con la cara pa un lao y se
despertó y sintió que una mano fría le viró la cara pal otro lao. Se
sintió la cara fría como el yelo. Al otro día cuando se levantó.
Contó lo que le había pasao y cuando le dijeron que esas cosas
pasaban en la casa, recogieron to los bártulos y se fueron en medio del ciclón pa otro lao.
Gualda Morales, del barrio Pastora:
Hace cuatro años yo vivía en la calle Magdalena entre Independencia y Martí y en una casa enfrente a la mía decían que oían
ruidos como si destaparan la tinaja del agua y abrieran y cerraran
las persianas. La gente no quería vivir en la casa y la dueña estaba
desesperá. Cerca de la casa vivía una señora que tenía una pata
hinchá que se hacía la guapa y decía que no le tenía miedo a nada
porque ella era incrédula y una mañana se mudó para la casa y
tuvo que salir de la casa.
Los últimos que se mudaron hace tiempo que viven en la casa
porque dicen que aceptan vivir con los ruidos. Ellos dicen que en
el baño se oyen ruidos como si anduvieran con un burujón de
papeles. La niña de la familia dice que ve en el baño un zapato
fantasma.
Yo personalmente no creo que haya nada, porque yo soy muy
incrédula. Si yo viviera en la casa y oyera los ruidos iría a ver qué
cosa era, para salir de dudas y saber si creer o no creer.
Antonia, conserje de escuela, creyente en fenómenos «sobrenaturales»:
Una noche yo estaba sentá al borde mi cama mirando a ver si
dentro del mosquitero de mi hijo había algún mosquito y oí que
dieron tres palmadas en el aire y entonces una voz dijo:
—¿Qué esperas pa mudarte?
Me quedé muy asustá porque pensé que era algún ser que venía
a darme ayuda. A veces los seres avisan a uno cuando hay que mudarse porque en donde uno vive puede pasarle alguna desgracia.
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Cuando vino mi esposo se lo consulté y acordamos de mudarnos y así lo hicimos a los tres días.
En el barrio Condado, Luisa Delgado refiere un clásico caso de
casas embrujadas:
Frente a mi casa, en la calle Santa Bárbara entre Alemán y Zayas,
hay una casa que le dicen «La casa de los muertos», porque todo
el que la vive ve mujeres vestidas de blanco, oye ruidos como de
cadenas arrastrándose, estruendo de losa rota en la cocina y muchas cosas más. Nadie quería vivir en esa casa.
Hace muchos años una familia se mudó ahí a pesar de lo que se
decía de la casa. Una de las mujeres se despertó una noche y en
medio de escuridá vio una mujer toda vestida de blanco con el
pelo largo. Enseguida se desapareció y la mujer se quedó horrorisá.
Varias veces les volvió a aparecer la misma mujer hasta que se
mudaron de la casa.
El campesino Julio González contaba de un raro suceso:
En el ciclón del 33 a mí se me cayó el bohío y durante me hacía mi
casa nueva me fui con mi mujer pa case mis padres. Allí bía un
cuarto que nadie quería dormir en él porque decían que los muerto lo tumbaban a uno de la cama por la noche. Me lo dijeron y
yo dije:
—Yo no creo en muerto que salen.
Y me mandé con mi mujer pal cuarto y la primera noche al
acostarno y apagar la lu sentí que me pasaron una mano fría y
pesá por el pecho. Yo dije:
—¡Eeeey!
Y me levanté y encendí la lu y como no vi na me volví a acostar
y entonce sentí que me empujaron por abajo de la cama, me levanté y volví a encender la lu y miré abajo de la cama y no vi na y
entonce carculé que lo mejor debía ser dormir con la lu encendía,
y no tuvimo más problema.
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Una campesina, Ana Menéndez, viviendo en Santa Clara, informó a Seoane sobre un extraño suceso que ocurriera viviendo en
el pueblo de Vueltas:
Por Vueltas hay un campo que le llaman Guerrero. Allí vivía una
viejita con su viejito. Ella me contó que hacía varios años por la
noche cogió de oírse un ruido en la cocina, como si estuviera
comiendo mucha gente. Se sentía el ruido de los vasos y los calderos y también se oían como si estuvieran sacando agua del pozo
pa la cocina, bueno to el trajín de una cocina. Ellos se asustaban
mucho porque eran dos viejitos solos. Y al otro día cuando iban a
la cocina no había nada de las cosas que la vieja guardaba en la
alacena de un día pa otro.
Pero un día el viejo se puso en guardia con un machete y cuando sintió el ruido en la cocina salió pa allá con el machete. Cuando
fue a abrir la puerta que daba pa la cocina na más que pudo abrir
una rendijita, porque sentía que del otro lado hacían presión. Jalaba
y jalaba pero la puerta no se podía abrir. Entonces miró por la
rendija y no vio na, porque la puerta no se pudo abrir.
Un hecho de humor recogió Seoane al entrevistar a Víctor, electricista de cuarenta y siete años, en el barrio Pastora:
Cuando yo era muchacho, mi papá venía a acostarse muy tarde
en la noche, y una vez se acostó y sintió que lo empujaron por
abajo de la cama y lo volvieron a empujar y entonces le dijo a mi
mamá:
—¡Oye, a lo mejor tú tienes un hombre escondido ahí abajo de
la cama, que no le dio tiempo a salir cuando yo entré y se metió
abajo de la cama!
Y mi mamá dijo:
—Si tú desconfías, busca a ver...
Y mi papá se levantó y registró abajo de la cama y por to la
casa y no vio na. Así le pasó algunas veces hasta que nos mudamos de casa.
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El dibujante y pintor de Santa Clara, Adalberto Suárez, nos recogió, en 1975, el siguiente mito en la ciudad, de boca de Rafael
Hernández:
En 1952 me mudé para un cuarto en el pasaje de Juan Oquendo,
así se llamaba antes, esos cuartos están en la calle de Toscano y
Serafín Sánchez, en el barrio del Condado, Santa Clara.
Mis amigos me decían que el dueño antiguo de ese lugar era un
congo, y que ahí no podía vivir nadie porque él le salía; una noche, viviendo ya en uno de esos cuartos sentí que me dieron un
galletazo, y no vi a nadie; esto que le digo, no fue pesadilla porque
estaba bien despierto, eso fue como a las ocho de la noche.
Yo creo que en estos cuartos hay algo, pues todos los que se
han mudado para ahí, les ha pasado algo grande.
Mira: hay una muchacha; tú verás ahora: esa mulata era lindísima vivía en un cuarto de esos, y un día sin más acá ni más allá se
dio candela completa, no se sabe cómo fue, ni porqué.
Otro día una madre sale, y deja a los muchachos en el cuarto, y
sin haber llegado a la esquina, se formó el corre-corre, porque,
uno de los muchachos le regó alcohol a sus hermanitos y les dio
candela.
Después otra muchacha, se dio candela, se salvó, pero quedó
toda desbaratá; a otra se le quemó una niña, que se le murió, fíjate
todo esto en esos mismos cuartos.
No hace mucho, una señora que vino a vivir ahí, le explotó la
caldera de presión, y estuvo ingresada en el hospital como dos
meses, y enseguida que le hicieron el cuento de esos cuartos, se
mudó.
Y uno de los últimos que se mudó para ahí, se quemó las piernas,
aunque leve, pero la candela sigue imperando en esos cuartos. Yo
creo que el congo no quiere que nadie ande por ese lugar.
Yo sí vi un majá que andaba por los patios del solar donde se
encuentran esos cuartos, y por las noches sabía cuando salía, porque mi caballo lo veía y se ponía a resoplar y lo sentía intranquilo;
un día pareció ese majá, pero ¡tremendo majá!, dentro de un
cajón de hierros, nadie lo quería ni matar ni azorarlo, pues dice
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que ese animal es una prenda del congo y no son todos los que
pueden tocarlo.
Lo único que le puedo decir, es que esos cuartos están
encendíos.
En 1976 comisionamos al pintor y dibujante Ramón Rodríguez
para que investigara sobre mitos en la región de Cabaiguán. En el
barrio de Pedro Barba recogió, de boca de José López, el siguiente mito sobre una casa embrujada:
En la casa de los Lara, en Remates de Ariosa, echaron magia. Se
oían llorar niños y después de mucho buscarlos, sin fruto, y de
oírlos llorar, aparecían sentados en uno de los tranques del techo.
Se oía llorar a un niño en el cuarto de desahogo y al llegar a él,
con un colchón de algunas de las cunas de la casa arreglado para
acostar a un niño, el niño nunca apareció.
Mientras se cocinaba, al ir a algún lugar fuera de la casa, al
regresar se encontraban los calderos fuera del fogón o llenos de
aguacates movidos.
Un día vino a la casa Roberto Perdomo que presumía de guapo y usaba revólver para demostrar que él no le tenía miedo a
ninguna magia, y estando sentado en el portal dio contra la pared
un seboruco tal que dicho Roberto se paró y se fue al momento.
También en casa de mi cuñado había magia. Un día vio un
puerco que se le perdió de pronto. Vio un hombre montado a
caballo y se le perdió. Una tarde salió a rajar leña para hacer el
café y al regresar con la leña se encontró que todas las puertas de
la casa, que él había dejado abiertas, estaban cerradas. Regresó
al monte a buscar el hacha para abrir las puertas a hachazos y
cuando regresó se encontró todas las puertas abiertas. De ahí se
fue a chapear un potrero y de pronto se le perdió el machete de la
mano. Después de cansarse de buscarlo salió para la casa y en el
camino estaba clavado de punta el machete. Él se fue de allí.
Al poco tiempo trajeron un negro de Yaguajay que dijo que
habían echado magia y que para saber quien la había echado tenía que pararse frente a un espejo y tirar para atrás con un revólver, y entonces el vecino que apareciera con un tiro en un pie era
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el que la había echado. Pero el dueño de la finca se negó a hacerlo, por lo que nunca se supo quien echó la magia.
Labor personal
En nuestros recorridos por bateyes, villorios, pueblos, ciudades,
montes, valles, montañas, costas... hemos coleccionado algunos
mitos sobre casas embrujadas. He aquí algunos de los recogidos en 1963, en la ciudad de Santa Clara. Mercedes Ávila nos
informó:
Yo tengo una amiga muy religiosa, que vivió en una casa que hay
enfrente de la clínica ICET, de aquí de Santa Clara, que dice que
se tuvieron que mudar, a la semana, porque se oía en la cocina
que se caía toda la vajilla, y sin embargo todo estaba en su
lugar; que tocaban el piano y se mecían los sillones de noche.
Arturo García nos informó sobre un raro caso ocurrido en el pueblo villaclareño de Manicaragua:
Conozco un caso, que no trascendió mucho en el pueblo. En
Manicaragua, existe una casa que encierra a través de largos años
un mito de apariciones de forma espeluznante. Puedo afirmarlo
así porque en ella vivieron familiares míos. Todos los que han
vivido en esa casa han hecho referencia a esas apariciones y ruidos raros.
Una noche (vivían allí entonces un tío soltero y una tía viuda
con una sobrina), pasadas ya las dos de la madrugada, se sintió
un ruido enorme en la cocina. Era como si el locero se hubiera
caído al suelo y toda la loza se hubiera roto. Mi tío, muy asustado, dio un salto y tomó un revólver, salió al portal e hizo varios
disparos. Vinieron las autoridades, registraron la casa y en la
cocina, donde se suponía estaba el locero en el suelo, no había
pasado nada.
Muchas personas que han vivido en esa casa afirman haber
oído ruidos muy extraños.
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Una señora que vivió enfrente me dijo que ella había visto a una
señora salir de la casa, pasar por los patios y seguir hacia otra
casa que se encontraba al fondo.
En Manicaragua, para muchas personas esa casa tiene misterios y nadie que la ha vivido ha querido seguir viviendo en ella.
El abogado José Barrero nos informó (1976) sobre un caso
singular:
Dice mi amigo José Pérez que en su casa a determinadas horas
de la noche se movían solo dos sillones muy antiguos y que éstos
cesaban de moverse cuando su abuelita, una anciana de noventa
y seis años, pronunciaba estas palabras: ¡BASTA YA DE EMPEZAR...!
En 1974, Helena García, ama de casa en Santa Clara, de origen
campesino, nos relató, detalladamente, los sucesos ocurridos en
una casa embrujada en la finca Los Limpios, cerca de Santa Clara. Ella y su esposo visitaron la casa para conocer de tales
«misterios»:
Esto pasó en 1953. La casa de Pastor Jiménez en la finca Los
Limpios estaba embrujada. Ellos eran los suegros de un hermano
de mi esposo. Aquello era horroroso. Se estaban volviendo locos.
Nos avisaron para que fuéramos, porque el caso era grave. Y
salimos de Santa Clara y nos encontramos la familia enferma de
los nervios. Resulta que no se podía hacer comida. Se viraban las
cazuelas... Fuimos allá y lo vimos todo, y volvimos horrorizados a
Santa Clara.
Les revolcaban la ropa planchada; brincaban las sábanas y subían para el techo. Los calderos llenos de comida saltaban y la
derramaban en el suelo. Era imposible cocinar.
En la casa había como luto. Los santos salían de las urnas para
afuera. Los cuadros de la pared brincaban.
Pasó por allí una pareja de la guardia rural y cuando le brindaban café las tazas salieron volando.
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Aquello era del diablo. Los ruidos no dejaban dormir a nadie.
Las sábanas salían volando cuando uno se tapaba con ellas. Yo vi
todo eso. Y la casa estaba llena de gente viendo aquello.
Vino una persona de visita a reírse de aquello y salió un tibor
lleno de orine y le cayó arriba y lo bañó.
Aquello era de volverse loco. Al fin se descubrió quien «echó
el brujo» allí, que era de Ciego de Ávila. Y lo que ocurría es que
unos interesados querían cogerse la casa y la posesión de tierra
que tenía. Querían que la familia se fuera para cogerse la tierra.
Aquello duró casi un mes.
Con esta apoteosis de las casas embrujadas en la región de Santa
Clara concluyen nuestras investigaciones en ella.
Mitos peligrosos, cuidarse de la superstición
En la zona de Camajuaní, municipio de Villaclara, comisionamos
a René Batista Moreno para que investigara el mito de las casas
embrujadas en la región.
He aquí los testimonios colectados: el primero, recogido de
boca de Tomás Morera, del barrio La Sabana:
En la casa de los Torres, en La Sabana, echaron magia. Y salía
alrededor de la casa una puerca arrastrando una cadena grande.
Los hombres que habían en la casa salían y nada. Mucha gente de
la zona le recomendaron al viejo Torres que cambiara de casa y
de sitio. Lo hicieron así y se acabó la magia.
Francisco Simón informaba:
En Palo Prieto, como en el año 56, y en casa de José Cabrera,
echaron magia. Yo fui allí una vez a jugar dominó. Esa magia era
muy fuerte, era de día y de noche. Le decían a la magia «Juan», y
entonces uno por joder le decía a la magia:«¡Juan, éntrale a piñazos
a ese chivo macho», y Juan iba y le entraba. Las carretas, y el
pilón de arroz y de café caminaban solos. Mario Martínez era un
partidario que vivía allí y siempre la magia lo estaba haciendo
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correr. Yo un día fui allí a sabinear; y estaba jugando dominó con
los dueños de la casa, porque por esos días la magia se había
aplacado un poco. En eso sale una mano por la solera, una mano
grande como la de un gorila, y empieza a arrancar pedazos de las
tablas. Allí corrió todo el mundo, y el dominó no lo hizo porque
no tenía patas.
Jesús Gutiérrez informaba a su vez:
La casa de que voy a hablar, en tiempos de España, era cuartel
de la Guardia Civil, luego la utilizaron como escogida de tabaco.
Esa casa quedaba, o creo que queda, en la carretera que va de
Encrucijada a Calabazar. Era una casa grande, y en la parte que
salían las cosas era en el departamento de engabillao. Eso fue por
el año 22 o 24; yo trabajaba allí. Muchos empleados trataron de
dormir en ese salón, pero no terminaron la noche. Entonces Andrés López, que era representante allí de la Compañía Española
de Tabaco, dijo que él no creía las cosas que se contaban de
ese departamento, que él iba a dormir allí. Él nunca contó a nadie
lo que en realidad le pasó, pero el caso es que por la madrugada
salió corriendo de allí, en calzoncillos, para el hotel. Yo fui a dormir allí también, porque siempre he sido incrédulo, práctico para
todas mis cosas y, en ese salón, en el verano, era un sueño dormir
por el fresco que hacía siempre. Me acuesto en la hamaca y me
tiran tierra; luego, me la movieron como cinco veces. Entonces
me levanté, y para envalentonarme un poco dije: «¡El comemierda
ese que me está moviendo la hamaca y me tiró tierra que se deje
de juegos porque le voy a meter el cuchillo». Me acuesto otra
vez, ¡prum!, me viraron la hamaca al revés, me caigo en el suelo.
Me acuesto, me viran la hamaca al revés, y no se veía a nadie por
aquel salón y no se oían pasos de gente correr. Empiezo, ya con
miedo, a recoger la hamaca para irme de allí, y me tiran tierra por
la espalda; entonces recogí la ropa, y salí corriendo, dejé la hamaca y los zapatos. En los años que estuve trabajando en ese
lugar, nadie más durmió allí por la noche.
Carlos Fleites añade nuevo embrujamiento:
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La casa de Marta Abreu, casa donde ella iba a veranear todos los
años, está en la finca Dos Hermanas, en Encrucijada. Dicen que
salían muertos, y que todo era consecuencia de un dinero
que tenía Marta Abreu enterrado allí. El que arrendaba la finca,
según el contrato, tenía que darle mantenimiento a la casa. La
finca es de ciento dos caballerías. Dicen que Gerardo Machado
quiso una vez arrendarla, pero como tenía que darle mantenimiento a la casa y una mensualidad al asilo de viejos, se negó,
desistió. En el año 1928 o 1929, los Villa-Rodríguez se hicieron
de la finca por arrendamiento. Y luego se rumoró, que Villa había
encontrado dinero en la casa, porque éste era el que estaba al
frente siempre de la propiedad. La gente lo rumoraba porque
compró varias fincas más y miles de cabezas de ganado. Allí,
según un hombre que durmió una noche, salían cadenas, se rompían los platos, se mecían los sillones, y se oían gritos muy angustiosos. Por eso, aunque la finca iba pasando con el tiempo de
dueño en dueño, nadie habitaba la casa, y la casa en aquellos
tiempos era muy buena.
Agapito Márquez, carpintero de Camajuaní:
En la finca La Matilde, en 1940, le echaron magia a una casa
porque el dueño de la finca quería que una familia que vivía allí se
mudara. Aquello era grimoso: le tiraban tierra a la gente de la
casa, los platos y los calderos se viraban al revés, los escaparates, los muebles, y todo hubo que amarrarlo para que al caer no
se rompiera. Aquella gente estaba loca. Entonces uno de ellos fue
a verme, porque a él le dijeron que yo estudiaba la magia negra,
que yo era un estudioso de todo aquello. Voy allá y empiezo a ver
lo que le cuento. Entonces salí afuera y me pongo a mirar el terreno. Como allí no había río, ni arroyo, ni laguna, le dije a la familia
aquella que la magia estaba en el pozo... Que cogieran una yunta
de bueyes y araran alrededor de la casa. En seguida lo hicieron.
Cuando el arado rompió el hilo mágico que iba del pozo a la casa,
se oyó como si tiraran muchas piedras grandes en el pozo y el
agua salió fuera del brocal. Ya estaba la magia cortada.
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El albañil Armando Hernández refiere a Batista Moreno sucesos
sobre una casa embrujada:
A mí me habían hablado mucho de aquella casa. Los compañeros
míos tratan siempre de evitar las guardias allí. Yo me reía de las
cosas que ellos me contaban. Porque yo nací y me crié en el campo,
y andaba siempre de noche por ahí, en mis fiestas, con la guitarra
guindando del pico de la montura, y nunca oí ni vi nada. Una
noche me toca la guardia allí de doce a tres de la madrugada.
La casa queda frente a lo que era antes la Choricería Marín.
Cuando se me entregó la guardia di unas vueltas por el interior y
subí arriba, el piso que tiene arriba, es de madera. Bajé las escaleras y luego me senté en una de las puertas que da a la calle.
Como a la media hora siento como que veinte o treinta hombres
vienen bajando la escalera. Monté el M-1 sin hacer casi ruido,
me enredo la correa en el brazo derecho y con el izquierdo cojo
el chucho de la luz. Esperé a que bajaran bien, a que estuvieran
casi llegando abajo. De repente enciendo la luz. No vi nada. La
apago. Siento como que los hombres comienzan a subir. Enciendo la luz. Y nada. Me siento otra vez. Los hombres ahora venían
bajando. Enciendo, apago, enciendo, apago... Luego esperé sentado a que llegaran las tres de la mañana para terminar la guardia.
Mientras, desde afuera, sentía el ruido de aquellos hombres bajando y subiendo las escaleras. Mis compañeros tenían razón.
Luis Moreno, de Guajabana, Remedios, le cuenta a Batista Moreno rara anécdota:
Aquella casa hacía mucho tiempo que estaba vacía, entonces me
llevé a Ofelia y la metí en la casa. Se decía que salían cosas malas
allí, y que el dueño la había abandonado por eso. Esa noche me
acuesto y como a eso de las doce me empiezan a entrar a piñazos,
primero por la cabeza, luego por la barriga, me levanto, me dan
otra tunda más, y a mi mujer también. Enciendo la linterna, alumbro y no veo nada. Apago y comienzan los golpes, me dolían
mucho, nos daban a matarnos. Salimos corriendo y llegamos a
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casa de Panchito Ruiz que vivía como a cien metros de la casa.
Nos miramos en un espejo y no nos vimos nada, porque pensamos que teníamos la cara desfigurada. Por la mañana contamos
todo a los vecinos de allí, y ellos acordaron darles candela a
la casa.
Cuando la casa estaba ardiendo se oían muchos gritos... Y cuando al fin se cayó, un humo azul se vio salir de la casa.
En el mismo Camajuaní, Ena Torres conoció de un caso singular
sobre una casa de tabaco embrujada. Le informó Juan Magín,
agricultor del barrio El Bosque:
Yo estaba conversando aquí en el comedor con mi mujer y mis
hijos. Entonces mi hermano viene a buscarme y me dice que su
hijita Ramonita se había envenenado. Salgo y corro para allá con
él, pero ya era tarde: Ramonita se estaba muriendo. Hicimos una
camilla y la acostamos, y junto con unos cuantos vecinos fuimos
para el pueblo. Cuando salimos de la casa, el caminito que da al
callejón pasa casi por la puerta de la casa de tabaco de mi hermano y de repente se oyó clarito, porque el ruido fue muy grande,
como todos los varales iban partiéndose y cayendo al suelo. Entonces yo dije: «Bueno, después que pase la cosa, recogemos los
varales y el tabaco que está en el suelo». Seguimos nuestro camino. Ramona murió. Cuando regresamos de enterrarla mi hermano
y yo quisimos salir de dudas: queríamos ver la casa de tabaco por
dentro.
La vimos; pero todo estaba bien, allí no había ocurrido nada.
La primera vez que ocurrió aquello fue cuando la muerte de
Ramonita. Pero ahora ocurre con mucha frecuencia, y por aquí
por la zona casi todo el mundo ha oído lo que le cuento. Y han
visto salir de ella o pararse en la puerta a un hombre vestido de
blanco.
Rigoberto Valdés García nos informó sobre un extraño mono en
una casa embrujada de Camajuaní:
Cuenta mi papá que en casa de su tío sucedían cosas increíbles
pues la máquina de coser se sentía coser sola de noche, los sillo295
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nes se mecían, los objetos se caían y cuando se levantaban y
encendían la luz todo estaba igual que antes, después se veía
un mono meciéndose en la cadena del pozo, al verlo la gente, el
mono se lanzaba para adentro del pozo; en una ocasión le sacaron toda el agua al pozo y el mono no apareció. Su tío Atanasio
cogía el machete y decía «¡Malo es esto, y le corto la cabeza al
mono!» Y cuando arrancaba para el pozo era cuando el mono se
lanzaba al agua.
Casas embrujadas en Sancti-Spíritus
En su libro Tradiciones, leyendas y anécdotas espirituanas (La
Habana, 1931), Manuel Martínez Moles recogió, en su artículo
«San Félix número 13, una casa embrujada.» Fragmentos:
Se hallaba habitada por los morenos Pedro y Joaquina Valle, los
que la vivían desde hacía dos años, y por la joven O. G. con un
niño de dos meses que sólo hacía ocho o diez días que ocupaba
el aposento y el cuarto contiguo al mismo. La morena Joaquina
participó al señor Alcalde Municipal, el martes último como a las
seis de la tarde, que el día anterior como a las tres habían empezado
a lanzar algunas piedras al interior de la casa, habiendo cesado de
hacerlo como a las siete de la noche aproximadamente, y que el
hecho se había producido aquella tarde en que producía el parte;
agregando que aun cuando las piedras caían tanto en la sala y
comedor como en los cuartos, no habían podido descubrir la dirección que trajeron, pues sólo se veían al caer, sin que a ninguno
de los de la casa, hubiesen ocasionado daño. El señor Alcalde se
constituyó en la casa de referencia como a las siete de la misma
noche del martes, acompañado de dos parejas de guardias municipales, disponiendo que la desalojasen las numerosas personas
que habían acudido a la novedad y que sólo permaneciesen dentro
las que la habitaban; hizo practicar después un minucioso registro
en toda ella y mandó que tanto las puertas y ventanas que daban
a la calle como las que comunican con el patio fuesen herméticamente cerradas; pero no sin haber ordenado antes que una
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de las parejas se colocase en la calle para que estableciese al
exterior la vigilancia necesaria.
Hecho todo lo que antecede, el señor Alcalde permaneció dentro, habiendo dispuesto que el brigada Rico y el guardia Anastasio
Duarte se sentasen a su frente como a dos varas y media de distancia, así como los morenos Pedro y Joaquina; y él se recostó en
un asiento a la entrada del aposento, teniendo a su izquierda, como
a dos varas de distancia, sentada también, a la joven O. G., en
cuyos brazos descansaba el niño. La sala y el aposento habían
sido suficientemente iluminados.
Al cuarto de hora, aproximadamente, de silenciosa observación, sintieron caer junto a la joven dos cuerpos pesados que
resultaron ser dos fragmentos de tejas de 5 o 6 pulgadas, sin
que ninguno de los presentes hubiese podido darse cuenta de la
dirección recorrida por la misma y sin más signo de su presencia
que el golpe de la caída. Fueron examinados minuciosamente los
puntos de unión del techo correspondiente al lugar en que se
hallaba sentada la joven, y ni la más ligera señal indicaba que
aquellos cuerpos hubiesen sido desprendidos de la parte antes
dicha, tanto más cuanto que su tamaño indicaba la imposibilidad
física de la supuesta procedencia.
Un momento después se sintieron en el aposento dos golpes
apenas perceptibles, como producidos por pequeños cuerpos que
caían en el centro de la habitación. Se adelantó el brigada a reconocer y al acercarse a la abertura de comunicación entre el aposento y el cuarto en que descansaba el niño, sintió que un cuerpo
duro y pesado, rozándole ligeramente las manos, que llevaba cruzadas hacia atrás, y la pierna derecha, caía al suelo produciendo
un ligero golpe; era un fragmento de ladrillo de tres libras de peso;
otro cuerpo más ligero pasó rozando las ropas del brigada y fue a
caer sobre una silla. Mientras, el señor Alcalde se había situado
de pie en el centro del aposento, quedando a su frente, como a
vara y media, la joven O. G., que, como se ha dicho, se hallaba
sentada y convulsa. En este momento pidieron permiso para entrar don Bernardo Gómez, don Inocente Martínez y el joven don
Ignacio Gajate, que se situaron de pie frente al Alcalde y como a
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más de una vara de distancia. Un cuerpo sonante tocó ligeramente la espuela del Alcalde, pues había dejado el caballo en la puerta, era el fondo de una copa envuelto todavía en restos de barro
ennegrecido y sumamente húmedo; un cuerpo pesado rozó el
hombro izquierdo de dicho Alcalde y chocó en el suelo sin grande
estrépito; era un fragmento de ladrillo de cuatro libras; otro fragmento del mismo peso y dimensiones rozó un hombro derecho y
chocó en el suelo del mismo modo que el anterior; un pedazo de
teja de tres pulgadas chocó suavemente contra el ala de su sombrero y cayó sin gran ruido. Otros cuerpos que caían se sintieron
en varias direcciones, hasta que al levantarse la joven para dirigirse al cuarto donde dormía el niño, se oyó un golpe estruendoso;
había sido la tapa de un baúl que cayó sobre éste con estrépito.
Acto seguido sonó en el mismo cuarto otro golpe mucho más
violento que el anterior como producido por un cuerpo pesado y
duro al chocar contra una puerta; había sido una piedra de cinco
libras de peso lanzada de la parte interior del mismo cuarto contra
la puerta, cerrada a la sazón, que establece la comunicación de
este patio. Hay que advertir que la puerta de comunicación del
dicho cuarto con el comedor se hallaba condenada. Después
de esto, el Alcalde mandó retirar definitivamente a la joven para
una casa del vecindario, y desde aquel momento cesaron las piedras y los golpes.
En enero de 1974 nos llegamos a Sancti-Spíritus a investigar su
folklore oral. Allí encontramos noticias sobre una casa embrujada; informante, Ramón Venereo Sánchez:
Yo conocí en Jatibonico una casa donde nadie pudo vivir porque
no se podía dormir del ruido que se sentía. Dicen que cuando
iban a comer le echaban tierra a los platos. Cuando estaban acostados, sentían que se rompían los platos; y no era así, por la mañana estaban sanos. Si botaban la comida del plato veían que no
tenía tierra. Esta casa se encontraba en un lugar llamado El Chorizo, en la Carretera Central.
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En 1966, en una visita que realizamos a la legendaria ciudad de
Trinidad, para investigar el folklore oral, hallamos informes de algunas casas embrujadas. El historiador José M. Peña:
Yo creo que de la casa que más he oído hablar es la de Guáimaro
donde se dice que salía el Diablo. Aclaro que éste se hallaba pintado
en la pared por el antiguo dueño de la casa, don Mariano Borrell.
También se dice que en la calle Maceo Sur, esquina a Santo
Domingo, salía una mujer con traje largo en la alacena de la saleta
y entraba a los cuartos.
Dicen que en el Centro Escolar Convento, antiguo convento
de los jesuítas sale un sacerdote.
Domingo Rodríguez, carpintero trinitario:
Yo tengo un amigo que reside en una antigua casa de dos pisos
y de noche en varias ocasiones ha oído pasos por los peldaños de
la escalera. Al oír ese ruido cogió un arma blanca para salirle al
paso a esa persona. Y cuando llegó a la escalera no encuentra a
nadie en ella.
Entonces se ha dirigido a las habitaciones donde duermen los
habitantes de la casa a ver si alguno había salido y se los ha encontrado en sus camas. No obstante, los ha despertado y les ha
preguntado que si ellos se han levantado y caminado por la escalera y ha recibido siempre noticias negativas.
El músico José Sánchez Altunaga nos informó sobre una casa
embrujada donde viviera:
Era la casa de Heriberta, en la calle Angustia. Oí lo que pasaba en
esa casa con mis propios oídos. Se sentía caer la vajilla. Mi mamá
se levantaba a ver y no hallaba nada.
Tocaban a la puerta a las doce de la noche y se sentían moverse las tejas del tejado.
Y todo ocurría porque en ese lugar hubo un cabildo en Trinidad, el de San Miguel, y allí dejaron prendas enterradas.
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El anciano jubilado Juan Bautista Zerquera nos informó:
Cuentan que en una casa antigua de la calle del Cristo salía a
cierta hora de la noche un señor de una casa que allí había, y
después que paseaba un rato, regresaba y cerraba la puerta.
En cierta ocasión un incrédulo dijo que iba a velar una noche al
fantasma de esa casa. Se puso en vela, y cuando el hombre salió
a medianoche fue tal el susto que se dio que se cayó al suelo sin
conocimiento. Al otro día lo encontraron privado en la calle. Se
despertó temblando y dijo temblando que aquel hombre le dijo:
—De Jerusalén salí a las doce de la noche y ya son la una...
Cuando aquel hombre le dio la espalda fue cuando el incrédulo
se desmayó pues lo vio como un esqueleto desnudo.
La costurera Emelina Pérez cuenta sobre otra casa embrujada en
Trinidad:
A la hora de dormir me jalaban los pies y me levantaban en peso
de la cama y me decían que no querían matrimonio en aquella
casa, y que tenía que sacar un dinero que estaba enterrado en una
mata de güira.
Pero cogí miedo y no lo saqué.
El oficinista Jorge Luis Guevara, nos relató un caso en el agro
trinitario:
En la casa de vivienda de la finca Los Diosmones, en Casilda, se
decía que salían muertos a muchas personas que se quedaban a
dormir en esta casa.
Los tumbaban de la cama o de la hamaca y se sentían ruidos de
cadenas arrastrándose. Se cuenta que en la casa había dinero
enterrado.
Cuando yo tenía diecisiete años me quedé solo en esa casa y
no me pasó absolutamente nada.
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Raúl Zerquera nos informó sobre otra casa en una finca en Casilda,
barrio de Trinidad, con su consabido fantasma, esta vez una
bella mujer:
En la casona de Dalia Suárez, en Cayoguazán, finca en Casilda,
es una creencia popular que aparece una mujer en la escalera de
la casa, la que lleva al mirador.
Algunos incautos impresionados por esta leyenda, aún hoy, han
abandonado los aposentos de esta casa porque dicen que se les
ha aparecido la famosa mujer; lo cual puede tener su origen en la
bella dueña de la vieja vivienda, que la habitó hace varias décadas.
Casas embrujadas en Cienfuegos (continúan los mitos horribles)
Recogimos en Cienfuegos algunos informes de casas embrujadas,
penosa tarea. Exponemos dos solamente. Sea el primero el que
nos suministrara Luis Yanes sobre «Los muertos del Castillo»:
Allá por el año 1940, cuando la Marina de Guerra se interesó por
instalar un puesto naval en el lugar que ocupa el Castillo de Jagua,
en Cienfuegos, designó al Teniente Juan Hernández para que conjuntamente con un grupo de marineros limpiara de escombros ese
lugar.
Haciendo este trabajo se encontraron en una sala enterrada
una cantidad de huesos y este señor muy piadoso los llevó al
cementerio y los enterró. Pero de noche, cuando todos dormían
se formó una gran bulla y algo iba tirando a todos de la cama al
suelo, y del fondo de aquella sala una voz de ultratumba decía
«queremos que nos dejen en este lugar». Y así lo hicieron, cesando entonces los ruidos del castillo.
En el municipio de Cumanayagua, en la provincia de Cienfuegos,
la bibliotecaria Ana Caridad García nos informó sobre el siguiente mito:
Hace mucho tiempo que se oye decir que en una casa de la
zona del Guajiro, sale un fantasma.
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En la casa de una viuda se oía arrastrar cadenas, también un
abre y cierra de puertas, caídas de vasos y trastear en la cocina.
Los vecinos se asustaron y decidieron velar la casa. Todas las
noches se turnaban velándola y nunca más se oyeron ruidos ni
salió fantasma.
CASA EMBRUJADA EN UNA FINCA EN MATANZAS
Marta Ruiz Menéndez nos informó sobre una casa en una finca
matancera donde ocurrieron fenomenales sucesos:
En una finca en Matanzas, llamada Pura y Limpia, había una
pequeña escuela, y me contaron que la señora encargada de la
limpieza sintió un ruido muy grande en el aula. Acudió a ella y vio
que los implementos de limpieza que había dejado allí se movían
solos y cambiaban de lugar.
En esa misma finca se encontraba un día una señora preparando el café de la mañana. En esto sintió a lo lejos los cascos de un
caballo que se acercaba a su casa.
Al sentir que se detenía el caballo delante de la ventana de la
cocina, levantó la cabeza, y reconoció en el jinete a un antiguo
conocido, lo saludó y le brindó café, y fue a su encuentro con la
taza en la mano. El hombre tomó el café y partió.
A las pocas horas le dijeron a la señora que ese hombre había
muerto hacía varios días.
Casas embrujadas en La Habana
Entre los obreros de la imprenta 04 de La Habana, realizamos en
1973 una investigación sobre variados aspectos del folklore nacional, a veces lleno de supersticiones peligrosas.
Algunas casas embrujadas encontramos en nuestros informantes.
He aquí la primera; informante: Idelfonso Menéndez Stable:
En Guanabacoa había una ceiba, en un camino, y, al medio día,
aquel que le daba una vuelta le sonaban una galleta. Y también
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había una casa donde vivía Ramoncito. que ahora está medio «tostado» en Guanabacoa, porque cuando se dormía lo agarraban y
no lo dejaban levantar.
María de los Ángeles González nos informó:
En la casa de una amiga mía, en La Habana Vieja, donde ella me
decía que oía arrastrar cadenas, me quedé a dormir, y, a medianoche, desperté porque me dieron una gran nalgada y quedé toda la
noche sin sueño.
Estela María informó sobre un caso personal:
Una noche yo me quedé en una casa ajena y cuendo fui al baño
sentí una cadena que sonaba de un lado a otro del baño.
Al otro día vi un hombre parado delante de la puerta. Bajé a
abrirle y se me desapareció, ya no estaba.
Con estas casas embrujadas habaneras, damos fin a los breves
ejemplos de estos mitos que hemos recogido, sabiendo que leyendas parecidas cruzan a millones nuestros campos y ciudades,
aunque cada vez son menos estas llamadas casas embrujadas…
de descomunal fantasía.
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MITOLOGÍA CUBANA DEL MISTERIO
Y EL HORROR
LA GRITONA
Nota
La Gritona es un viejo mito cubano. En mucho campo lo hemos
escuchado, aun en pueblos y ciudades.
El miedo, la fantasía y la superstición lo han agigantado. Inclusive se ha reflejado en la poesía «culta» cubana. En su poema
«La vieja casa», Juan Marinello, al referirse a los mitos villareños,
recoge La Gritona:
Recorro silencioso los portales,
los largos colgadizos, las estancias
abaciales, el amplio
traspatio, que mi infancia
poblaba por las noches
de trágicos fantasmas
(aquel caballo blanco,
la crin ensangrentada,
la desnuda mujer que empavorece
con un grito que hiela las entrañas
a los nocturnos carreteros
en las lejanas guardarrayas).
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Versos, también sobre La Gritona, recogiera J. A. Martínez Fortún,
en abril 7 de 1879, en sus Anales y efemérides de San Juan de
los Remedios y su jurisdicción:
Hubo un tiempo en que salía
en Remedios la gritona
y en consternación la zona
de «la laguna» ponía.
Una cadena se oía
en que un perro iba arrastrando,
una gallina cantando,
todo por la madrugada;
hoy se oye una cencerrada
y «duende y brujas» saltando.
Recordamos que, siendo jóvenes, en la finca La Josefa, Caonao,
Cienfuegos, se nos informó que salía una Gritona en la colonia de
Juan Liriano, cerca de un bajareque que allí existía, y que sus
gritos ocurrían a medianoche. Nos trasladamos al bajareque, tendimos nuestra hamaca, y echamos la noche en aquellas soledades
sin que escucháramos el menor grito. Así se investiga...
LA GRITONA DEL SEBORUCAL
(Anales y efemérides de San Juan de los Remedios y su jurisdicción, de J. A. Martínez Fortún. Tomo XIII, Apéndice V.)
Este fantástico ser femenino, de la raza blanca, joven, arrogante,
de profusa y negra cabellera, aterrorizó por espacio de más de
dos siglos a las sencillas y crédulas gentes remedianas.
Antes de ser una odalisca en el serrallo de la Isla Tortuga, antes
que ser perjura de su amante (un doncel español) resistió las infames pretensiones del pirata, y éste, desesperado y furioso, se
precipitó sobre la joven y le cortó la cabeza con un formidable
tajo. El tronco de la virgen tiene la fuerza suficiente para tomar en
sus manos su ensangrentada cabeza, hasta ocultarse en una
furnia en El Seborucal.
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Por un verdadero milagro, propio de aquella infantil credulidad, la descabezada mujer no murió del todo y con sus propias
manos volvió a colocar su cabeza sobre el tronco y permaneció
encantada en el subterráneo palacio que le sirve de morada.
Las hadas le permiten abandonar su gruta cuatro veces al año:
el primer viernes de enero, el Viernes de Dolores, el Viernes Santo y el viernes antes de la natividad del Señor. A las doce de la
noche salía de su residencia y recorría las calles de la villa de
Porcayo. Arrojaba la cabeza, la tomaba en sus manos, crecía su
tronco ensangrentado hasta alcanzar la altura de los balcones y
techos y luego descendía hasta recobrar su tamaño natural. «La
Gritona» era el «coco» de los muchachos.
Dice la «Crónica remediana», de don Antonio Ituriaga, que las
rondas o patrullas no salían en las noches de los viernes por miedo a encontrarse con ella. El enfermo que le oía el grito, o se
agravaba o moría. Las mujeres en estado abortaban o parían
«jimaguas». Los adultos y viejos temblaban azorados. El que veía
a La Gritona quedaba muerto, tullido o ciego.
Cuando oían su grito, un hábito de tristeza, de aprensión y
pavor se apoderaba de los vecinos, y de barrio en barrio, de San
Salvador al Carmen, y de la Bermeja a la Calle de Corojo, hubiera podido escucharse esta exclamación de horror: ¡LA
GRITONA!
LA GRITONA DE LA YAYA
(Mito recogido por Samuel Feijóo)
Cuentan los vecinos de la zona del Escambray que en un lugar
llamado La Yaya, vivía una mujer que tenía dos niñas, pero en la
guerra las mataron y como las niñas estaban sin bautizar, ella salía
todas las noches en el paso del río gritando.
Esto ocurrió durante muchos años, hasta que un día vino un
señor que al oír los gritos preguntó a la mujer qué le pasaba. Ella
le contestó que quería bautizar sus hijas. Él se bajó del caballo y
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en las aguas del río hizo la cremonia y nunca más volvió a salir La
Gritona de La Yaya.
Informante: María Machado. Ranchuelo, Villaclara.
LA GRITONA DE LA YAYA
(Mito recogido en Ranchuelo por Joaquín Díaz Marrero)
Me contaba mi padre, que cuando hicieron el central San Cristóbal de Cardoso, (hoy demolido), allá por el año 1886, él fue a
trabajar allí, cortando madera, y limpiando caña en las primeras
siembras.
Allí se decía que en el paso de un arroyo en La Yaya salía una
mujer con dos niños en los brazos, pidiendo a gritos que se los
bautizaran. Era tanto el miedo que tenía la gente que tan pronto el
sol caía y la noche se aproximaba nadie se quedaba en el campo.
Contaba que cierto día iba un montero con un ganado y al bajar el
arroyo vio una mujer con dos niños en los brazos. Las reses se
asustaron y se desparramaron. Entonces él le dijo: «Señora, haga
el favor de apartarse un poco para que las reses crucen.»
A lo que le contestó la mujer: «¡Por lo más que usted quiera,
hágame la obra de caridad de bautizarme mis dos hijitos!»
El hombre se acordó entonces de lo que se decía acerca de La
Gritona y le clavó las espuelas al caballo, dejando el ganado regado
en pleno camino. Después contaba que de lejos oía los gritos de
la mujer repitiéndole: «¡Bautíceme los hijos, que están judíos!»
Decían que esa mujer se murió con los hijos sin estar bautizados.
Acerca de esta leyenda fantástica, me contaba mi padre que él
le hacía el cuento a su compadre Celino Martínez, comerciante
de Ranchuelo, y éste lo choteaba. Pero un día dicho comerciante fue a comprar una cantidad de azúcar a Cardoso y estuvo ocho
días perdido, hasta que fue hallado por un vecino de Ranchuelo
que salió a buscarlo, el cual se llamaba Juan Falcón. Dijo que
lo había hallado en la cocina de una casa de campo como aturdido y recostado al fogón.
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Martínez nunca dijo el motivo de su ausencia y extravío, pero la
gente decía que La Gritona de La Yaya le salió.
LA GRITONA DE LA YAYA
(Recogido por Manuel Pereira en el Escambray)
Existe una leyenda que ha llegado hasta nosotros por tradición
oral y que cuenta de «La Gritona de La Yaya», que se pasaba
noches enteras gritando detrás del tronco de una Yaya con un
niño muerto en los brazos. La leyenda narra que esta mujer
—nativa de la región— tenía varios hijos y entre ellos una niña
que se le murió sin bautizar; por este pecado fue condenada a
salir cada noche gritando con la niña en los brazos. Así pagaba la
madre (La Gritona) el pecado de no haber bautizado a su hija. Se
dice que uno de los motivos por los cuales algunos campesinos
se negaron al principio a mudarse para La Yaya era por el mito de
«La Gritona de La Yaya», que le dio fama a La Yaya de ser albergue de fantasmas y de almas en pena. Pero el reverso de esta
leyenda, su parte de verdad, la explican los viejos campesinos de
la región; el antiguo dueño de estas tierras —un médico llamado
Fernando Solís— necesitó en un momento determinado sacar de
La Yaya a una serie de familias que le estorbaban por razones
económicas, y para conseguirlo habló con un curandero de la
zona a quien logró comprar para que por las noches diera gritos
al pie del árbol, y por las mañanas propagara la leyenda y sembrara el pánico y la superstición. En esa época La Yaya era puro
monte y, en efecto, el truculento plan del médico Solís dio los
resultados esperados. Las familias huyeron despavoridas por las
griterías del curandero y por la leyenda, y no sólo eso, sino que
hasta nuestros días llegaron reminiscencias de aquel pánico. Hoy,
las perspectivas reales y objetivas de este pueblo recién construido han hecho de la loma de La Yaya —antes lugar tenebroso e
inhabitable—, el sitio que más invita a vivir en todo el Escambray,
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por lo que también el mito de «La Gritona de La Yaya» retrocedió, golpe tras golpe, frente a la presencia imponente de los edificios y la promesa de una nueva vida.
Informante: Juan Águila. Escambray.
LA GRITONA DEL RÍO OCHOA
(Mito recogido por la maestra rural Miriam Monteagudo)
La Gritona del río Ochoa sale entre la línea norte y la carretera
que va hacia Camajuaní.
Existe en ese trayecto un charco en el río Ochoa que se llama
La Llorona, cuyo charco, en una época, los circundantes de aquel
lugar tenían miedo de pasar por allí debido a que en dicho lugar se
sentía el grito de una mujer, y era tan terrible que algunos de los
que vivían cerca se mudaron de allí. Con el correr de los años se
dio el curioso caso de que un campesino que vivía en ese lugar,
para que no le robaran sus siembras hacía aparecer en aquel sitio
un fantasma con forma de mujer y los vecinos al pasar por allí
dijeron: «¡Volvió La Gritona!»
Dos pescadores de camarones de río encontraron una muñeca
hecha de crin de caballo, montada en una orqueta de madera. Se
la echaron a cuestas y la sacaron para la orilla del río. Ese día fue
cuando desapareció La Gritona del río Ochoa. Su grito era el
sonido agudo de un pájaro.
Finca San Antonio. Santa Clara.
LLORONAS
(Mitos recogidos por José Seoane en Villaclara)
LA LLORONA DEL ROBLE
En la finca El Roble sale una mujer vestíe blanco, llorando y dando grito con un niño en los brazo que grita también. A muchísima
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gente se le ha aparecío y muchísima gente tiene mieo de vivir ahí
en la finca esa. [...].
¡Uh, sí esa llorona es famosa!
César Martínez, 49 años. Campesino. [Santa Clara.]
LA LLORONA DE LA MINA DE SAN FERNANDO
Mi hermano trabajaba hace seis años en la mina de San Fernando
y un día un amigo y compañero de trabajo lo mató a traición por
la espalda de un cabillazo por la cabeza. ¡Figúrese cómo nos quedamos nosotros! ¡Al asesino lo habían criado mis padres, y mi
hermano y él eran como hermanos! Nunca supimos por qué lo
mató. Y hoy en día anda suelto porque con influencia la familia y
un amigo lo sacaron de la cárcel. Pero aunque él ande suelto yo
confío en la justicia divina.
Bueno, volviendo al cuento, a mi hermano lo velamos en el
campo y yo estaba esa noche aturdida. Entonces oí como el aullido de un perro que no se callaba y cuando dije que lo mandaran
a callar me dijeron que no se podía porque eran las voces del
dolor del fantasma de una llorona. No se veía, sólo se oía.
Después me enteré de cada vez que en esa zona se cometía un
crimen se oía el llanto de la llorona.
Elena Amador, 38 años. Reparto Santa Catalina. [Santa Clara.]
LA FALSA LLORONA DE REBACADERO
(Antimito recogido por Samuel Feijóo)
A un isleño burlón que vivía cerca de Rebacadero, barrio Provincial, en el municipio de Santa Clara, se le ocurrió una noche dar
tres gritos terribles, como de llanto, en pleno campo y se acostó
pensando en cuáles serían los resultados de su maldad.
Al otro día se encontró la alarma de la gente, diciendo que por
allí salía una llorona.
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Entonces siguió dando gritos dos o tres noches y gozando con
el miedo que le metía a la gente.
Pero ocurrió que se enteró que los vecinos iban a salir armados
por la noche en busca de La Llorona. Entonces se fue a gritar a
otras fincas. Pero tuvo que salir corriendo para su casa, porque
unos guardias salieron a buscar a La Llorona con los rifles en
las manos.
Y hasta allí llegó la fama de La Llorona de Rebacadero.
Informante: Leoncio Yanes. Santa Clara.
JINETES SIN CABEZA
(Mitos recogidos por José Seoane en Villaclara)
JINETE EN EL CUARTEL
Yo he oído decir a una persona seria que no andaba con cuentos,
que ya se murió, y también a otra persona, que aquí en Santa
Clara, donde hoy en día está el cuartel 31, había en tiempo de
España un cuartel que le llamaban el Cuartel de Lepanto. Por los
alrededores salía un jinete sin cabeza en un caballo color oscuro,
cabalgando despacito. La gente oía los casco y se asomaba y
como es natural se espantaba. To el mundo estaba espantao por
los alrededore y por eso le cambiaron el nombre al cuartel. En
ves de decirle Cuartel de Lepanto le decían Cuartel del Espanto.
Miguel R. V., 48 años. Mecánico. Barrio Condado. [Santa Clara.]
JINETE EN EL CALLEJÓN
Yo tengo una amiga que se llama Leonor, que vive en el Callejón
de la Palma; el callejón ese que termina en un río y ella me dice
que todas las noches se oía el trote de un caballo.
Un día un vecino le contó que lo que pasaba era que todas las
noches salía un jinete sin cabeza montado en un caballo negro. El
vecino le dijo que él mismo lo había visto.
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Una noche ella fue con su hermana y su hermano al cine, y
cuando volvieron se quedaron en la calle a esperar para ver el
jinete sin cabeza. A la hora de costumbre —creo que era a las
doce de la noche—, oyeron el trote del caballo y se apareció
enseguida el jinete.
¡Oírlo, verlo y salir huyendo fue todo una misma cosa! Ella me
dice que no sabe cómo cupieron los tres a un mismo tiempo por
la puerta de la casa.
Milagros Tenorio. Estudiante. Barrio Puente. [Santa Clara.]
JINETE EN EL CAMINO
Hace como 30 años iba yo a las ocho e la noche por el camino
que llaman del Cafetal, que está pa la vuelta e Mataguá. Yo iba
caminando y me pasó por al lao un caballo moro blanco con un
jinete sin cabeza vestío e blanco. ¡Cogí un susto sangandongo y
brinqué corriendo una cerca y me rompí la camisa! Después me
enteré que era el espíritu e Cayito Alvare que era en el tiempo
España un famoso bandolero. Los mambise lo mataron por bandolero. Salía una ves a la semana a cuidar un dinero que tenía
enterrao.
Flores Trimiño, 49 años. Campesino. [Santa Clara.]
JINETE EN LA CALLE
A mi casa venía a menudo de visita una señora como de 70 años
que me contó que una noche, encontrándose en un mortuorio en
la calle de Maceo sintió por la calle el trote de un caballo. Entonces pensó que era la pareja de guardias que en aquel tiempo custodiaba las calles, y se asomó a la puerta de la casa para verla y lo
que vio fue un jinete que no tenía cabeza.
Del susto cayó al suelo desmayada.
Informante: Juana Hernández. Barrio Carmen, Santa Clara.
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JINETE EN LA FINCA
Cuando yo era soltera fui con mi mamá a case una amiga que
estaba de parto en la finca El Ancora, al lao el alambique. Íbamos
por el camino rial y al pasar por al lao de una mate ateje muy
grande que había y que de vieja se había rajado y tenía un güeco
en el tronco, vimos pasar galopando un caballo blanco con un
jinete sin cabeza vestío e blanco, dando unos gemido muy agudo,
como de quien tiene un gran dolor.
Nosotros sabíamos que el jinete sin cabeza salía por ahí pero
no nos quedaba más remedio que pasar po ahí porque teníamos
que ir ayudar la amiga que estaba de parto.
Ese jinete sigue saliendo ahí y el que lo quiera comprobar no
tiene más que ir a la finca El Ancora.
Delia Laborde, 45 años. Barrio Carmen. [Santa Clara.]
MITOS DE ANIMALES
MAJÁ
EL MAJÁ LACTANTE
(Mito recogido por Adalberto Suárez)
Cuando el marido de mi tía, hermana de mi padre, entró a la casa
al regreso de su trabajo y entró al cuarto donde se encontraba su
mujer recién parida, vio un majá lactándose de los pechos de
ésta. Él se asustó, y como le tenía miedo al majá se echó a correr.
Fue para casa del suegro a buscar ayuda. Y cuando regresó a la
casa ya su suegra había espantado al majá.
Dicen que los majases cuando sienten el olor de la leche de las
mujeres paridas, velan que estén dormidas para chuparles la leche, y para que el niño no se despierte le ponen la punta del rabo
en la boca y así no llora, porque se cree que está mamando. Según dicen, el majá bajea a la mujer y la adormila.
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Esto me lo contó mi papa y que eso es verdad porque esos
casos se han dado mucho. En algunos bohíos se les deja leche al
majá en una vasija debajo de la cama.
Informante: Juan Hernández Águila. Manacal.
MAJÁS QUE ENCIENDEN VELAS
(Recogido por Eva Torres)
En la finca Santa Elena, aquí en El Bosque, hay una ceiba muy
grande, y todos tienen miedo pasar cerca de ella. Porque se cuentan muchas cosas misteriosas. Mi primo Ramoncito quiso ir a
comprobar lo que se contaba. Y una noche se fue para allá. Cuando
iba llegando a la ceiba, vio una luz muy grande. Él se quedó paralizado, no tenía fuerzas para correr. En eso se desaparece la luz y
aparece allí una virgen de la Caridad del Cobre y unos majás que
le encendían velas y luego salían volando y se convertían en luces.
Salió corriendo y dando gritos para la casa y estuvo enfermo
muchos días.
Informante: Dolores Donis. El Bosque, Camajuaní.
PERROS
EL PERRO DEL TAMAÑO DE UNA PALMA
(Recogido por Sandra González)
Una vez yo iba de noche a la casa de un tío mío. En la orilla del
arroyo teníamos una casa de tabaco.
Cuando pasé el arroyo me salió un perro chiquitico, blanco; y
seguí mi camino y vi que el perro ya era del tamaño de una palma.
No me gustó la cosa y di una carrera tremenda y llegué a la casa
y me acosté al momento. Me tapé la cabeza y dormí hasta las diez
de la mañana del estropeo nervioso que tenía.
Informante: Ramiro González. Los Paredones, Pinar del Río.
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PERROS GIGANTES
(Mitos recogidos por Samuel Feijóo en la provincia de Villa Clara)
EL PERRO EN LA LOMA DEL MIRADERO
Cuentan que en la loma del Miradero salía un perro grandísimo, y
una noche un señor llamado Ulpiano Quevedo que iba a Potrerillo
todas las noches a jugar dominó, y tenía necesariamente que pasar por allí, al mirar para atrás, ya con miedo, vio un perro que
venía, detrás de él, con la lengua afuera. Pinchó al caballo y salió
corriendo, pero entre más corría el caballo, más corría el perro; al
llegar a la casa entró por la puerta de la cocina y llamó a la vieja.
No se había sentado aún cuando entró el perro a la casa y se
echó debajo de la mesa. Gran sorpresa se llevó Ulpiano al reconocer a su perro. Muchas visiones y fantasmas son así...
Informante: Osmaldo E. Águila. Ranchuelo.
EL PERRO CRECEDOR
Dice un señor que una noche él iba a caballo para el pueblo pero
en el camino había un pantano que para cruzarlo había que pasar
muy pegado a la cerca, por detrás de un tronco de piñón. Allí le
salió un perro, que a medida que caminaba al lado del caballo iba
creciendo hasta ponerse del tamaño del caballo. Él estaba erizado, pero seguía a caballo, hasta que en un lugar del camino, debajo
de un ateje, se desapareció el perro y no lo vio más.
Informante: María Machado. Ranchuelo.
EL PERRO NEGRO DE BIRÁN
Estando yo de recorrido por el barrio de Birán —Mayarí—,
Oriente (en alfabetización), me agarró, como otras veces, la noche y conversando con los campesinos de Birán me encontré con
una verdadera serie de cuentos. Por ejemplo:
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Me decían unos campesinos que hacía poco había sucedido
algo raro en la zona y los brigadistas estaban un poco asustados.
Se trataba de un perro negro (de un haitiano que se convertía en
perro) que fajaba a todos en el batey. Me decía uno de los campesinos que él le echó su perro que era guapo. Éste se le prendió
en la garganta, y por un momento pareció ganarle. Pero de pronto aquel perro negro se convirtió en un perro gigante y el suyo
aterrorizado corrió gritando, y el perro gigante desapareció en el
monte.
Informante: Leonardo Mendoza. Santa Clara.
EL PERRO DEL CACOTAL
(Mito recogido por Samuel Feijóo en Camagüey)
Según cuenta mi papá, allá, en la Sierra Cacotal, cuando estaban
los callejones llenos de fango, él iba en un caballo llamado Caqui
para ver a mi mamá. Pero una noche cuando subía la loma vio a
un lado un perro sato que corría con la lengua afuera. Pero él
tratando de dejarlo atrás espoleó el caballo y el perro lo seguía.
Entonces tratando de espantarlo le echó el caballo encima y el
perro en vez de huir creció al tamaño de un chivo y siguió creciendo hasta casi llegar a la altura de papá. Entonces espoleó de
nuevo y voló, y el animal desapareció.
Informante: Rafael Ramírez Santos. Camagüey.
EL PERRO-CABALLO
(Mito recogido por Samuel Feijóo en Sancti-Spíritus)
Me contaron mis primas, que viven en la calle Bayamo 149, que
cuando esa calle era de piedras salía un perro todas las noches
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que se convertía en caballo, pero que cuando la hicieron de asfalto no salió más.
Informante: Juan Carlos Ramos Rodríguez. Sancti-Spíritus.
PERROS EN SANTA CLARA
(Mitos recogidos por José Seoane)
EL PERRO MONO
En el tempo España salía en la calle de Marta Abreo esquina a la
calle de Alemán un perro amarillo grandísimo arrastrando una
cadena larguísima y casi tan gorda como el perro, haciendo un
tropelaje grandísimo. Al poquito rato se desaparecía y se aparecía un fenómeno como un mono con dientes muy largos y tarros
muy pelú, dando güelta y güelta.
A un amigo mío que se llama Feli Martíne le salió el mostro y le
pasó por el lao dando güelta y él se tiró patrás y se cayó de espalda. ¡Tremendo susto!
Rafael Sáez. 74 años. Reparto Tirso Díaz.
EL PERRO EN ELALGARROBO DEL AHORCADO
Por la carretera de Camajuaní se horcó un hombre que le decían
Salchicha en una mate algarrobo y cogió de aparecerse en la misma mata guindando y to.
Antes había en Camajuaní un chofer que yo conocía que se
llamaba Sisto que hace muchísimo tiempo que no lo veo. Él era un
hombre guapísimo y cuando oía alguna historia como la del
horcao Salchicha decía:
—¡Si es verdá que esa cosa esisten, que me salgan a mí!
Una noche iba manejando por la carretera en un viaje de Santa
Clara pa Camajuaní y al llegar al lugar onde estaba el algarrobo e
Salchicha se le apareció un perro negro ladrando. Entonce el perro
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empezó a crecer y a crecer y crecer y se puso más grande que un
toro. Como Sisto era un hombre guapo no se asustó con la aparición y le dijo:
—¡Bueno, si no me deja pasar aquí me quedo!
Y paró los motore, bajó los cristale la máquina y se echó a
dormir ahí mismo. Al otro día se despertó y como no había na
raro siguió su camino.
Rufina García, 50 años. Barrio Condado.
EL PERRO - TORO
Hace unos diez años mi abuelito se puso muy malo el corazón y
se le complicó la cosa con una siticemia y entonce como los médico no acertaban mi tía me mandó al pueblo de Placeta a buscar
un curandero. Yo salí pa Placeta abajo un aguacero y le plantié el
problema al curandero. [...].
Cogí pa la casa a caballo y al cruzar el río Zaza por unos monte
que había se me apareció un perro muy grande el tamaño e un
toro. ¡Cuando lo vi se me grifaron los nervios y el sombrero se me
caía del miedo tan grande! El perro era del color como pardo,
como cenizo tirando a oscuro y era mucho más grande que un
ternero. ¡El sombrero se me caía! ¡Piqué el caballo a correr y el
perro siguió conmigo al lao el caballo! ¡Yo picaba y picaba al
caballo y el perrote seguía pegao al estribo e la montura! Así
anduvimo hasta que al llegar a unos vente mentro e la casa ¡se desa-pa-re-ció!
Cuando llegué a la casa mi abuelito se había muerto. Mi consepto
es que ése fue un perro fantasma que salió a decirme la muerte e
mi abuelito.
José Martín, 50 años. Campesino. [Santa Clara.]
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EL PERRO VELOZ
[A] un chofer de máquina que yo conozco se le aparecía un perro
arrastrando una cadena cuando pasaba por un lugar que yo no
me acuerdo. Una ve iba el chofer en su máquina y al pasar por
ese lugar se le apareció el perro arrastrando la cadena, por al lao
e la máquina. Entonce él le pegó el pie al acelerador y dijo:
—¡A ver, perro, corre!
Y el perro seguía corriendo al lao e la máquina como si na y el
hombre metió el pie hasta cien kilómetro por hora y el perro seguía ahí corriendo al lao e la máquina como si na, y entonce de
pronto se desapareció. [...].
Julio Badía, 27 años. Campesino. [Santa Clara.]
EL PERRO QUE SE DISOLVIÓ EN EL AIRE
Mi cuñado me contó que como a las once y media de la noche,
cuando regresaba de mi casa cuando él era novio de mi hermana,
después de haber pasao un arroyo vio por un trillo que venía un
perro sato chiquito que venía directamente a él. Él pensó quel
perro iba a dejarle el camino pa darle paso a él, pero cuando vino
a ver el perro le pasó entre las piernas y cuando vino a ver el
perro apena le cabía entre las pierna y él levantó las pierna pa
quel perro pasara y cuando miró patrás vio quel perro seguía
creciendo y se puso de un tamaño gigantesco y despué se disolvió en el aire.
Juan Pérez. Campesino. [Santa Clara.]
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CABALLOS
(Mitos recogidos por José Seoane en Santa Clara)
EL CABALLO DE SANTIAGO
Una noche yo estoy acostá y estoy despierta, mi esposo no se ha
acostado todavía y está parao al lao de una paré donde yo tenía
una estampa en colore del Apóstol Santiago, quel había botao
días ante. Miro pa mi esposo y entonce veo, en el mismo lugar
que está él, al mismo tiempo, un caballo grande blanco, que se
sacude la crin. Mi esposo estaba parao y en el mismo lugar del
estaba el caballo moviéndose.
Ése era el caballo del Apóstol Santiago, si no ¿qué iba a ser?
Fina E, 42 años. Barrio Condado.
CABALLOS MANIADOS EN EL RÍO SAGUA LA CHICA
En el paso El Ocuje en el río Sagua la Chica, ante pasar el río le
maniaron a un amigo mío y él trató de pinchar el caballo el caballo
creyendo que así iba a mover las pata pero el caballo lo que hacía
era mover las pata y no caminaba ni a tres tirone. Al amigo le
estrañó desto porque este caballo nunca se resistía y entonce pensó
que era algo sobrenatural lo que tenía al caballo maniao y trató de
seguir hostigando el caballo a ver si caminaba y entonce le pasó
que lo maniaron a él y se quedó inmóvil igual quel caballo y entonce
naturalmente se puso a resar el Padrenuestro y al poquito rato se
encontró libre y el caballo también. [...].
José Hernández. Campesino.
CABALLO CON ELECTRICIDAD
Una ve yo iba por un trillo a caballo y súbitamente el caballo se
paró que no quería caminar y yo lo hostigaba y lo hostigaba y
total, igual que na, porque estaba tieso como si estuviera electricidá.
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Entonces me di cuenta que estaba maniao y me puse a pedirle al
Gran Poder de Dió que le diera pa al espíritu lo tenía maniao y en
seguida el caballo siguió caminando. [...].
Evaristo Torres. Campesino.
GALLINAS
(Mitos recogidos por José Seoane en Santa Clara)
LA GALLINA NEGRA
Viviendo yo en la calle Estrada Palma entre Ciclón y Toscano se
me enfermó una sobrina y como a las cuatro de la mañana salimos
yo y Canica la cuñá mía a buscar al médico. La Luna estaba como
el día. Entonces cogimo por la calle Alemán, por un costao de la
Udiencia y se nos apareció una gallina negra media sonsa, con
cuatro pollito. La gallina iba al lao de nosotra, como media sonsa.
Se oía clarito el pío pío de los pollito. A nosotra no nos gustó
aquello, y le sacamos el cuerpo a la gallina y doblamo por un
callejón y entonces la gallina se desapareció.
Después nos enteramos que esa gallina le había salió a muchísima gente por la noche.
Clementina García. 43 años. Barrio Pastora.
LA GALLINA COMO UN TERNERO
Mi primo Felo era chuchero del tren y una madrugá venía pa la
casa en el campo con el farol en la mano. Cuando fue a entrar en
la casa vio frente a la puerta una gallina negra y gordísima, del
tamaño un ternero, con muchísimos pollitos negro. Al ver una
gallina del tamaño del cuerpo un ternero se asustó muchísimo y
entonces la gallina se tiró a picotearlo y entonce él se metió rápido
en la casa y trancó bien la puerta.
Delia Laborde, 45 años. Barrio El Carmen.
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LA GALLINA COMO UN TORO
Hace como vente años en la posta 5ta. del Regimiento Leoncio
Vidal los soldao no querían hacer guardia de noche porque dicen
que le salía una gallina culeca, de tamaño natural, que empezaba
a culequear como llamando a los pollito y empezaba a crecer y se
ponía del tamaño un toro.
Se decía quesa gallina salía ahí porque ante de hacer la posta
5ta. habían encontrao un soldao muerto en el lugar. Era un soldao
que había venío de la Bana a no sé qué asunto y lo mataron.
Alejandra Cuéllar. [Barrio del] Gigante.
CERDOS
(Mitos recogidos por José Seoane en Santa Clara)
CERDO CON CADENA, I
Mi agüela hace este cuento. Por Vega Alta hay un caserío muy
grande que le llamaban La Loma. Ella una ve andaba por los
alrededores y se le apareció un puerco arrastrando una cadena
larga y enseguida se le desapareció. Mucha gente lo vio y cuando
le caían atrá pa cogerlo se desaparecía ahí mismo entre sus pierna.
Ana Menéndez. 24 años. Campesina.
PUERCO CON CADENA, II
Hace veinte año yo vivía en Mille en una finquita que tenía y tenía
oídas que en una cañá que había en la finquita salían visaje. Una
noche como a las doce me desperté y oí que por atrá e la casa
pasaba un puerco muy sofocao como pidiendo agua y sonaba
como el que viene aterrillao y asesando hacía:
—¡Juú, júu, júu...!
Y arrastraba una cadena que hacía:
—Chin, chin, chin...
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Y el perro empezó a ladrar y yo salí con un machete y el farol
encendiío y el perro cogió pa la cañá ladrando como loco, onde
estaba el pozo e la casa y yo busqué y busqué con el machete en
alto, pero no vi na y después me acosté. Yo pienso que fue un
visaje sobrenatural.
Antonio Pérez, 69 años. Campesino.
LA PUERCA EN LA LÍNEA
En el reparto donde yo vivía, pegado a la línea del ferrocarril
decían que se aparecía una puerca con muchísimos puerquitos,
una cantidad tremenda de puerquitos. Dicen que salía siempre al
atardecer y atravesaba la línea del ferrocarril y los muchachos del
barrio tenían miedo pasar por ese lugar.
Georgina Martínez. Profesora. Reparto Santa Catalina.
PUERCA CON CANDELA EN EL ANO
En el batey onde yo vivía ante salía por las noches una puerca
muy pelúa con un choronguito en la cabeza y un rabo largo echando
candela por atrá, por donde se bota del cuerpo lo que sobre. Tol
mundo la bía visto menos yo y un día salí a recoger un muchacho
de una mujer que estaba de parto y cuando iba pasando por al
lao un cañaveral se me apareció echando candela y bufiando como
si fuera un toro. Yo me di un susto de mil demonio y le saqué el
cuerpo y me fui janiando por el camino hasta que llegué a case la
mujer de parto y no dije na pa no asustar a la pobre mujer que ya
tenía bastante con estar pariendo. Pa mi escaso entender de guajira ñonga ésa era una parición desas de muertos y fantasmas.
Eusebia Gómez, 45 años. Campesina.
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LECHUZAS
(Mito recogido por José Seoane en Santa Clara)
LA LECHUZA GIGANTE
En 1950 en la finca Palo Prieto en Manajanabo un hombre que se
consideraba de los de más valor de la zona, tenía una novia cerca
del lugar y un día fua a visitarla y por la noche a las once y media
cuando salió en case della a unos cordeles de la casa vio una
lechuza en un poste de la cerca. Entonces el hombre empezó a
tirarle piedras a la lechuza y cada vez que le tiraba una piedra, la
lechuza se levantaba del poste y volvía a posarse, pero el hombre
notaba que la lechuza crecía y crecía y crecía tanto según le tiraba
la piedra que ya cogió un tamaño que no podía ser natural y el
hombre cogió miedo y salió corriendo y tropezó y se cayó al
suelo y cuando se paró vio encima dél una corona de flores como
los que se le pone a los muertos. Al ver la corona lanzó unos
gritos tan grimosos y altos que se oyeron hasta más de dos kilómetros de distancia. Los vecinos del lugar corrieron en busca de
los gritos a ver qué había pasado, pensando que tal vez era algún
familiar. Unos pensaron que era alguien con un ataque y otros que
eran gritos de un muerto. Yo estaba en mi casa y oí los gritos y
estaba acobardado, como todo el mundo. Yo no sabía de qué se
trataba y entonces estuvieron en casa unos vecinos a ver si los
gritos salían de ahí. Luego me dormí y al amanecer me desperté
porque tenía que ir a trabajar en un pozo que estábamos abriendo.
Cuando mi mamá me estaba haciendo el café llegó a buscarme el
hombre que estaba trabajando conmigo en el pozo y después que
nos saludamos le pregunté que si sabía lo que había sucedido por
la noche. Entonces él me respondió quel del problema de los gritos había sido él y me contó toda la historia. También me dijo que
se encontraba muy flojo y creía que no podía trabajar. Nos fuimos al pozo y efectivamente el hombre estaba tan flojo que se
caía y no podía trabajar. [...].
J. R. Martínez, 30 años. Campesino.
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PUERCA, GRILLO Y BICHARRACO
(Mitos recogidos por René Batista Moreno en Camajuaní)
PUERCA CON CABEZA DE MUJER
Yo llevaba como dos días en casa de unos de mis tíos, él vivía en
Beba, a unos cuantos kilómetros de aquí, de Camajuaní. Una
madrugada me despierto porque había una puerca por la parte de
afuera, jociqueando en la pared.
Yo no podía dormir y aquella puerca estaba dale que te dale...
Entonces me levanté, me levanté con el propósito de sacarla de
allí, de espantarla o de amarrarla en otro lugar. Cuando llegué y vi
la puerca aquella me quedé frío: tenía cabeza de mujer, un pelo
largo y negro que le arrastraba por el suelo. Sentí miedo como
carajo. La puerca se tiró en el suelo bocarriba y le vi las tetas,
eran tetas de mujer. Cerré los ojos porque no quería ver más
aquello y cuando los abrí, la puerca había desaparecido.
Informante: José Brito. Campesino.
EL GRILLO GIGANTE
Aquella noche mis padres se acostaron y yo me quedé solo en el
comedor. Me senté en la mesa y comencé a escribir una carta
para un primo que tenía en La Habana, y en eso un grillo salta y
cae sobre la mesa. Yo me detuve y lo miré, lo miré mucho porque
era muy amarillo. Entonces dije: «bueno, será un tipo de grillo de
otro país». Y continué escribiendo mi carta. Miré otra vez para el
grillo y sólo le vi las patas, gordas y grandes. Levanto la vista y
veo aquello y no creía lo que estaba viendo: el grillo había crecido
tanto que su cabeza topaba con el caballete de la casa. En eso me
levanto y corro porque sentí un miedo muy grande y cuando llegué a la puerta el grillo lanzó un chirrido. Lo hizo con tanta fuerza
que por poco me rompe los oídos. Corrí por los campos hasta
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que casi llegó el día. A aquella casa, la de mis padres, no volví
más...
Informante: Julio Chávez. Campesino.
EL BICHARRACO GIGANTE
Yo tenía por aquel entonces una novia en La Sabana y la visitaba
todos los viernes, como era costumbre, después de la comida.
Uno de esos viernes fui a verla. Era diciembre y me cogió la noche en el camino. Ya casi llagando a la casa de ella, como a unos
treinta metros, y en el tronco de una palma, vi una luz verde, y me
quedé allí parado mirando aquello. En esos momentos recordé
que mi padre me había hablado de aquella luz. La luz desapareció
y quedó recostado a la palma un tremendo bicharraco, aquello
era un camaleón, una iguana, un cocodrilo, ¡qué sé yo...! La cosa
es que lo alumbro con la linterna... Era de mi tamaño y tenía piernas y brazos como un hombre. Las uñas eran unas espuelas muy
largas y movía el rabo de un lado a otro con mucha tranquilidad.
Salí corriendo. Luego, al poco rato, regresé. Tenía que convencerme de lo que había visto anteriormente, porque yo nunca antes
de ese momento había sentido miedo por nada. El bicharraco
estaba allí todavía. Le parto con el cuchillo y se metió detrás de la
palma. Nada más que se le veían las manos. Yo le daba vueltas a
la palma, y él también porque me estaba jugando cabeza. Entonces dio cuatro saltos y se subió en el cogollo.
Otra vez volví a ver la luz. ahora sobre la palma, y era más
grande y más clara. Cuando se apagó, el bicho no estaba...
Informante: Modesto Cabrera. Campesino.
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MISTERIO Y HORROR
(Mitos varios)
ABIKÚ
(Recogido por Lydia Cabrera)
Abikú es el niño que muere recién nacido o de poca edad y su
espíritu regresa al mundo en otro niño que nace después. Muere y
nace muchas veces. Se va y vuelve. Cuando muere, para reconocerlo y que no pueda seguir engañando más a la familia en que
nace, se hace en el cadáver una marca; se le corta un pedacito de
oreja, la falange entera o la punta de un dedo, y cuando vuelve a
este mundo, ya se sabe quién es. Entonces se amarra, porque ese
pasajero, volantón, no engaña a nadie.
Hay un cielo de los niños que no han nacido; un cielo de abikús;
allí uno de ellos dice:
—Me voy a la Tierra.
—¿Por cuánto tiempo?
—Tanto.
Viene, nace, y cuando cumple el término que se ha fijado, se va.
Se va y cuando se le antoja vuelve.
Cuando un primer hijo muere, otros nacen después, y como
aquél, todos mueren en la niñez: es que el primero era abikú y se
va llevando uno a uno a los demás. O bien, el primogénito no
muere, pero sus hermanos mueren sucesivamente. Ese primer hijo
que se queda en vida y que no deja que vivan los demás, es abikú.
El hermano que sobrevive a sus hermanos, no importa la edad
que tenga, da mucho que sospechar de que sea un abikú.
Ikubé es el que viene a acabar con toda la familia —me explica
Emizún—, espíritu insatisfecho. El abikú es un desgraciado. No
se le debe decir a nadie abikú. Se le sala. Y es un insulto.
El abikú nace y se come poco a poco a la familia. El abikú llora
y llora. La casa está atrasada, no entra en ella nada bueno por
más que le den de comer a la calle. Preguntan. ¡Pues lo que pasa
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es que en la misma hay abikú! A una escobita de palmiche se le
pone un lazo colorado, blanco o azul, y se le entra a fuetazos al
abikú.
Cada vez que llora, una tunda. O bien todavía mejor, se le pega
con gajos de escoba amarga. El niño abikú no engorda. Es una
miseria. El espíritu que tiene dentro se come todo lo que le dan. El
niño no asimila, porque no le queda nada. Con ese abikú vienen
otros a comer. Sin contemplaciones, hay que pegarles duro,
amenazarlos, asustarlos. ¡Escoba amarga con él! No queda más
remedio que castigarlos. Los golpes le duelen al otro, al abikú.
Así se les saca a veces; si el muchacho también se va, muere
porque el abikú lo secó; hay que poder indentificarlo cuando
vuelva y se le hace en la carne una contraseña.
EL CARBUNCLO
(Recogido en Remedios por Pedro Capdevila)
El carbunclo es un animal que salía por Jinaguayabo. Tenía la forma y el tamaño de un perro, pero sin rabo. En la frente llevaba
como una linterna que se encendía y se apagaba.
Los viejos de Remedios decían que aunque hubieran podido
matar al perro nunca se atrevieron porque tenían miedo.
Informante: José Servia. Remedios.
CABEZAS
(Mitos recogidos por José Seoane en Villaclara)
LA CABEZA QUE SEÑALABA DINERO
Mi papá iba por su finca una noche y cuando iba por el saltadero
del río Ochoa se le apareció una cabeza echando lu con dos brazo y sin cuerpo. Palante echaba una lu azul y pa trás estaba oscuro pa ver lo que era, porque él no tenía miedo. Entonces vio que
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la cabeza se levantó serenito por arribe las palma y se desapareció y mi papá siguió el camino pa la casa. Él decía que fue una
aparición sobrenatural y que salía ahí porque hay algún dinero
enterrao en el saltadero del río Ochoa.
Orlando Díaz, 17 años. Santa Clara.
LA CABEZA EN LA CASA DE TABACO
Un día yo fui en una escursión de mi escuela y me perdí cazando
tomeguine, y me puse a caminar y caminar a ver si encontraba el
camino. Entonces llegué a una case tabaco abandoná y me metí
adentro porque estaba lloviznando y me senté en un tronquito que
había y entonce sentí un ruido atrás de mí y cuando miro veo una
cabeza grandísima llena de pelos y pelotas, con los ojos brillando
como candela y salí echando un patín y cuando llegué a un cañaveral me encontré con dos guajiros montaos a caballos que me
andaban buscando, con el maestro, que por cierto me jaló las
orejas.
Después que almosamos le conté a un guajiro lo que me había
pasado y me dijo:
—¡Muchacho, pero te fuiste a meter en la casa onde vivía Luisa Martíne, una mujer que se murió de cien año! ¡Si dicen que ella
sale ahí to los vierne!
Él me dijo eso pero la verdá es que yo lo que vi fue una cabeza
pelúa y con los ojos brillando como candela.
Joaquín Fernández, 84 años. Obrero. [Santa Clara.]
GIGANTES
(Mitos recogidos por José Seoane en Villaclara)
Hace como cuatro año yo dormía en el edificio de la Cru Roja y
una noche los compañero salieron y cuando fui a dormir no tuve
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quien me abriera y me senté en el quicio e la puerta y me dormí.
Entonce sentí que me dijeron:
—¡Orlando! ¡Orlando!
Y cuando miré vi frente a mí un gigante tremendo vestío con
traje de militar muy estraño, como antiguo, con un sable a un lao
y un revólver tipo cuarenta y cinco pero muy grande al otro.
Cuando vi aquello me quedé paralizao y el gigante se desapareció. [...].
Orlando Carrillo, 24 años. Zapatero. Barrio Pastora. [Santa Clara.]
GIGANTE CON CABECITA
Este cuento me lo hizo mi abuelo. Dos viejito vivían en el campo y
un día se levantaron muy tempranito pa arar un campo y cuando
iban por el camino se les apareció un gigante altísimo con la cabecita chiquitica y coloraíta y echando candela. ¡Por poco se mueren del susto! ¡Figúrense lo que es ver un gigante con la cabecita
echando candela! ¡Y los paso que daba eran tan grande que de
un paso se metía un campo e caña!
[...].
Los guajiro de más mollera y persona sabihondas del lugar
decían que ese gigante salía una vez al año y lo llamaban la Planta
Silé, pero yo no sé lo que quiere decir ese nombre.
Alejandra Cuéllar. [Barrio] Gigante [Santa Clara]
EL GIGANTE CHISMOSO
Una noche yo estaba acostá sola porque mi marío estaba de
parranda y estaba toavía dispierta de buenas a primeras se me
aparece un gigante negro esnúo como Dió lo trajo al mundo [...].
¡El gigante aquel traía una pucha de flores en la mano, de muchísimos colores, y me dijo:
—No me tengas miedo. Cuando venga el marío tuyo regístrale
los bolsillo que encontrarás una carta de una noviecita que tiene.
Te está jugando fulastrería con ella.
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Y diciendo esto desapareció. [...].
Esperanza Alonso, 56 años. Costurera. Reparto Santa Catalina.
[Santa Clara.]
Mitos varios en Camajuaní
MÚSICAS
LA MÚSICA QUE DA SUEÑO
(Mito recogido por Ena Torres)
Cuando uno sale con rumbo a La Quinta por el Callejón del Bosque, hay varios arroyitos que atraviesan este callejón. En uno de
ellos, el segundo de aquí para allá, ya por el día o por la noche, se
escucha una música que sale del arroyito. Muchos al sentir la música
han comenzado a buscar lo que la produce. Pero no se encuentra
nada, y la música sigue, y dicen que es muy bonita y que le da
sueño a quien la escucha.
Informante: Magaly Prieto. Callejón del Bosque, Camajuaní,
Villaclara.
MITOS CAMAJUANENSES
(Recogidos por René Batista Moreno)
LA BOLA DE CARNE
Subiendo la loma que hay antes de llegar a los Cuatro Caminos,
con rumbo a Camajuaní, siento un ruido como de una cosa fofa
que se desprende. Miro hacía la punta de la loma y veo una bola
grande que venía rodando. Entonces me pongo en una de las
orillas del camino y como la noche estaba muy clara, miré bien
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cuando aquello pasaba: era una bola de carne, llena de ojos, bocas y dientes, dientes muy grandes.
Informante: Juan Moreno. Camajuaní.
EL NIÑO SAPO
Las familias de Marta y Roberto se opusieron a su noviazgo. Había un muerto por el medio y aquellas familias se tenían mucho
odio.
Bueno, la cosa es que ellos se querían mucho. Y por las noches, ya tarde, se veían en La Laguna del Sapo. Marta, como era
de esperar salió en estado, y Roberto, a ruegos de su familia, que
quería evitar otra desgracia, se fue lejos del lugar. A Marta la
trancaron en la casa para que nadie le viera la barriga. Los hermanos y los padres de ella, no se dejaban ver la cara de la vergüenza. Llegó al día de la paridera de Marta. Mi mamá que era
partera de la zona, fue llamada por el padre de Marta. Eran como
las dos de la madrugada. Mamá me levantó para que yo fuera
con ella, para que la acompañara al regreso. Llegamos y mamá
entró rápido al cuarto. Yo me quedé sentado en el comedor. Luego oí unos berridos como de un sapo toro y unos gritos, gritos y
más gritos. Mamá salió del cuarto, llevaba una cosa envuelta en
un pañal. Yo le pregunté qué pasaba, ella me señaló lo que había
dentro del pañal. Hoy cuento estas cosas, pero la verdad es que
no quiero acordarme de ellas. Lo que vi fue un niño, pero la cabeza era de sapo, y los brazos y las piernas también. Los ojos eran
una cosa grimosa, todavía estaba vivo, y al respirar, inflaba y desinflaba el cuello, aquello era tremendo...
Informante: Arturo Manso. Camajuaní
LOS ESQUELETOS A CABALLO
Nosotros vivíamos por ese tiempo en El Pesquero, que es un
barrio de este pueblo. Una mañana estaba yo afilando mi guataca
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y tres hombres a caballo llegaron hasta donde yo estaba y me
saludaron. Yo comencé a hablar con ellos y me dijeron que habían venido desde Oriente buscando unas yerbas para curar un
enfermo, que les diera permiso para buscarlas por el sitio mío. Yo
les dije que sí, que tenía el permiso. Ellos se fueron. Cuando cruzaron el arroyo, yo cogí la caña, los seguí porque la presencia de
aquellos hombres me había intrigado mucho. Algo me decía que
fuera tras ellos, que los siguiera. Fueron bordeando el otro lado
del arroyo, y se detuvieron bajo una mata de mango. Yo estaba
escondido detrás de unos matojos. Sacaron una tela blanca, hicieron unas medidas. Más tarde comenzaron a excavar. Cuando
el hueco aquel tenía la profundidad que ellos querían, sacaron de
adentro una mujer desnuda, que reía mucho. Ella se puso de pie,
y los tres hombres y los caballos se convirtieron en esqueletos. La
mujer se convirtió en esqueleto, y ellos volvieron a ser lo que eran
antes, los caballos también. Así durante mucho rato estuvieron
convirtiéndose en esqueletos, los tres hombres, la mujer y los caballos. Se fueron. Al cruzar el paso del arroyo no los vi más...
Informante: José Rodríguez. Camajuaní.
MITO CUBANO DEL DIENTE LARGO
El mito cubano del Diente Largo tiene numerosas versiones. En
estas páginas ofrecemos las más sobresalientes.
Versión de José Seoane, en Santa Clara
EL NIÑITO JUNTO AL RÍO
Un guajiro estaba una vez en un río dándole agua al caballo, y se
le apareció un niñito chiquito blanco como un querubí, y el guajiro
se asombró y el niñito dijo:
—No tengo ni padre ni madre ni onde vivir.
Y el hombre dijo:
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—Este niño me lo llevo yo. Parece que no es de por aquí.
Aseguro que anda perdío. Y cuando el caballo acabó e tomar
agua el hombre cargó al niñito y se montó en el caballo y se puso
a andar pa la casa, y entonce el niñito le dijo:
—Tata, mira mi diente.
Y cuando el hombre miró el niñito se había puesto grandísimo y
tenía un diente largo, largo y el hombre se asustó y soltó al niño o
lo que fuera y cuando lo tiró se desapareció y el hombre salió
huyendo de ahí. [...].
Ofelia Jiménez, 49 años. Campesina. [Santa Clara.]
Versiones de Samuel Feijóo, en Santa Clara y Cienfuegos
EL NIÑO QUE IBA CAMINANDO...
Cuando yo era chica, mi papá me hacía este cuento que sucedió
en su zona (nosotros somos campesinos), Tanorias, Pinar del Río.
Dice él que una vez un hombre iba por un camino y encontró un
muchacho que iba caminando, entonces él le preguntó que para
dónde iba y el muchacho le contestó para donde iba.
Entonces él lo montó detrás en el caballo, y a poco caminar fue
a hablarle al muchacho y éste sacó un diente larguísimo y le dijo:
«Mira mi yente» y con la misma despareció.
El señor le metió las espuelas al caballo y no paró hasta la casa
donde llegó casi desmayado, contando lo sucedido.
Informante: Dora Hernández Díaz. Santa Clara.
EL NIÑO DEL DIABLO
Una vieja en Calabazar de Sagua me hizo este cuento. Ésta era
una mujer que no podía salir en estado; se lo pidió a Dios y no
tuvo hijo. Entonces se lo pidió al Diablo y salió en estado.
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Cuando el niño nació tenía un diente largo, y le dijo a la madre:
Mami, mila mi yente.
Informante: Francisco Rodríguez. Santa Clara.
EL MARINERO QUE ENCONTRÓ UNA DAMA
Se cuenta que un marinero iba para su barco a medianoche y se
encontró en el camino con una hermosa joven invitándola a acompañarlo. La joven le pidió que no la molestara más, pero el marinero insistió, y entonces la joven accedió a la petición. Pero
caminaron en dirección al cementerio. El marinero quedó asombrado, al llegar a la puerta, al ver que la bella mujer se había
transformado en un monstruo que le enseñaba dos largos dientes
y le decía: «¡mira mis dientes!» Despavorido corrió, y vio a un
cochero y le contó la historia, y el cochero le dijo: «¿serán como
éstos?» y le mostró dos dientes más largos. Se demontó y corrió
y al ver a un policía y le repitió la escena, diciéndole el policía:
«¿serán como éstos?» Y le enseñó dos dientes más largos todavía. Huyó otra vez, y al llegar al muelle, vio a un compañero y le
repitió la historia y éste le mostró otros dientes mayores aún, por
lo que se tiró al mar y al otro día, apareció ahogado.
Informante: Enrique Gainzo. Cienfuegos.
MITO DE LAS BOLAS DE CANDELA
Muy frecuentemente se escuchan en nuestros campos narraciones sobre las llamadas Bolas de candela.
José Seoane, Samuel Feijóo y Ramón Rodríguez han recogido
los principales mitos alrededor de las renombradas y asustadoras
Bolas de candela.
Investigaciones de José Seoane en la región de Villaclara.
(Seleccionadas de su libro Cuentos de aparecidos.)
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LA BOLA PERSEGUIDA POR EL GUAJIRO
Cuando yo vivía en Vega Alta, en el campo ese había un guajiro al
que se le aparecía una bola de candela colorá por el aire, cuando
él salía por la noche. Un día se cansó del tiqui-tiqui ese y le cayó
atrá a la bola con el machete y cuando atravesó el potrero se le
perdió la bola en la maleza y no se le volvió aparecer má.
A varia gente de por ahí también se le apareció la bole candela
colorá pero hasta el día quel guajiro la persiguió.
Ana Menéndez, 24 años. Campesina.
LA BOLA COCUYO
Estando mis padres acostados a prima noche en una casa de campo vieron un cocuyito que volaba en el cuarto, que estaba oscuro.
Así estuvo buen rato y entonces hizo un giro en vuelo descendente y bajó hasta muy cerca de la cara de mi padre, él entonces le
dio con la mano y lo hizo caer al suelo. Entonces vieron que el
cocuyito al llegar al suelo se convirtió en una bola de candela que
alumbraba todo el cuarto. Mi madre se atemorizó y se tapó la
cabeza con la colcha y aunque mi papá insistía para que se destapara no quiso hacerlo. Mi papá sí se quedó viendo la bola de
candela hasta que se desapareció. Él cree que fue un misterio.
Eleno Ramos, 36 años. Profesor.
BOLA SEDIENTA
Una ve mi bisabuela estaba peliá con un hombre y un día el hombre la vio y ella le dijo:
—Onque me muera no te perdono.
Pasaron los años y el hombre se murió. Un día mi bisabuela
estaba en la cocina y se le apareció una bole candela que se metió
en la tinaja del agua. Mi abuela se dio cuenta de que era un sino
del hombre muerto pa que lo perdonara, y le dijo:
—Te perdono.
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Y más nunca se le apareció má.
Rosalina Fleites. Reparto Páez.
BOLA EN LA LOTERÍA
Una noche yo estaba jugando lotería en case unos amigos mío y
cuando miré pa una amiga mía que no me acuerdo ahora cómo se
llamaba, que estaba acostá en la cama fumando vi arriba ella una
bole candela colorá grande, como del tamaño de una frutabomba.
La bola se movía, pero siempre por arriba della y yo dije:
—Ay, fulana...
Pero no dije más na porque no quise asustar a nadie.
Al poco rato se fue la bole candela.
Yo opino que eso fue un espíritu malo porque cuando los
espíritu bueno se manifiestan por luces, esas luces son azules.
Adolfína García, 52 años. Barrio Puente.
BOLA CON RABO
Mi abuelo murió cuando la guerra independencia y lo enterraron
en una arbolesía que biá por allá, junto a un hijo dél que también
lo mataron. Cuando yo era muchachón y pasaba por ahí, me salía
una bole candela con un rabo que salía en una palma y de ahí
cogía por la arboleíta.
Julio Martín, 50 años. Campesino.
BOLA CON CADENA
Cuando yo era chiquita vivía en una quinta que había en la calle
Independencia esquina a Amparo. Cerquita de ahí había una loma
chiquita que tenía en la punta una piedrona. Un poco más allá de
la loma había una ceiba viejísima, que daba por la calle Marta
Abreu.
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Muchas vece, casi toas las noches salía por ahí una bola candela
que tenía una cadena que se iba arrastrando por el suelo cuando
la bola andaba bajita. La bola se paraba en la punta misma de la
loma, en la piedrona y al poco rato volaba altísimo y se iba pa
la ceiba de la calle Marta Abreu. Después rodaba hasta el mismo
pie de la mata y allí se desaparecía.
Yo la vi muchas vece, al igual que la gente que había por ahí, y
oía el mismo ruido de la cadena.
Rafaela Delgado, 47 años. Barrio Condado.
BOLA EN LA LÍNEA
Dicen los maquinistas del tren que un lugar que se llama Barrabás,
por Mille, han visto en varias ocasione una bole candela en medio
de la línia del ferrocarril y han tenío miedo de atravesar la bola
con el tren, pero ante llegar a la bola se desaparece.
Unos muchachos de Barrabás vieron una noche la bole candela en el mismo lugar, cuando venían de Cuatro Camino de un baile
y al ver aquellas lengüete candela que salían de la bola y como
sabían que los maquinistas la habían visto en ese lugar retrocedieron; y la bole candela les cayó atrá y corrieron y dieron
una vuelta a dos kilómetros pa llegar a la casa, y llegaron con la
lengua fuera sin poder casi ni respirar y al otro día contaron esto
con mucha grima.
José Martínez. Campesino.
Investigaciones de Samuel Feijóo
BOLA DE CANDELA EN LA GUARDIA
Usted sabe que no creo en nada. Pero me sucedió un caso curioso con una luz rara.
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Una noche yo estaba haciendo guardia en la universidad, de
donde soy profesor, en un campo oscuro, y de pronto vi una
sombra reflejada en el suelo.
La luz llegó donde yo estaba, en pleno aire libre, y bajó y me
iluminó desde arriba.
Me quedé quieto observando aquel fenómeno. Entonces miré
hacía arriba y la luz desapareció.
Yo nunca me he explicado bien eso, su composición química o
eléctrica. No sé su origen, pero es muy impresionante. Y supoongo
que debe originar muchos mitos entre los campesinos.
Informante: Silvio de la Torre. Profesor de la Universidad de
Las Villas.
BOLA DE CANDELA EN EL GIGANTE
Enfrente de mi casa vivía una viejita media gambá de tan vieja. Y
ella vendía pollos y frutas y cocos y el dinero lo manichaba y lo
enterraba.
Y cuando ella se murió al equis tiempo, yo, por la noche, cuando no iba a jugar dominó, me sentaba en el portal de mi casa, y
veía una bola de candela de vez en cuando. La bola salía de
casa.
Un día vimos al pie de la mata un hueco y una botija vacía.
Nosotros no sentimos ruido de la gente haciendo el hueco, y esa
bola de candela era la señal que daba la vieja a alguien para que
cogiera su dinero. Era un derrotero.
Por sueños se le da el dinero a la gente. La gente ha venido a
preguntar a una casa si había dos matas de tal y cual forma y le
han dicho que sí.
Han venido de noche y han sacado la botija. Se lo dijeron en
sueño, que allí estaba el derrotero.
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Informante: Lutgardo. Barrio El Gigante, Santa Clara.
Investigaciones de Ramón Rodríguez
BOLA DE CANDELA EN PEDRO BARBA
Una noche yo estaba caminando por las sabanas de Pedro Barba
en compañía de un amigo, Luis Hernández, y vi una luz muy alta y
de un tamaño como una rueda de carreta.
Venía parriba de nosotros y cuando le dije a mi amigo:
—Mira, Luis, lo que viene pacá.
Él me contestó:
—Es el foco de un tren.
Yo le dije:
—¿De dónde viene ese tren?
La luz se fue acabando a medida que se acercaba hasta
desaparecer muy cerca de nosotros.
LA BOLA DE CANDELA CON DOS FENÓMENOS
Inocencio Espinosa y Ramón Bonachea, tenían que pasar por
una carretera de mangos, por Monte Oscuro, cerca de General
Carrillo. Ellos iban caminando con machetes paraguayos muy
buenos, pues sabían que en aquel lugar salía una bola de candela,
un perro que aumentaba de tamaño, y una mujer que saludaba.
Ellos le partieron para arriba con los machetes, pues eran muy
guapos. Y los tres fenómenos se disolvieron de la siguiente
manera: El perro se desapareció cuando recibió un machetazo.
La bola de candela cuando le tocó el paraguayo, se volvió un
hombre envuelto en una sábana con un tabaco encendido. Y la
vieja se transformó en una vieja que recogía mangos por la noche
para los puercos.
Informante: José López. Pedro Barba, Cabaiguán, Las Villas.
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Investigación de Sandra González
LA BOLA EN LA FUNDORA
Una vez veníamos yo y otro ahí y antes de llegar a un puente, el
otro me dice:
—Vamos a apurarnos para pasar el puente antes que el carro
ese que viene ahí.
Cuando íbamos entrando en el puente salió la bola de candela
por arriba del puente. Dio dos o tres vueltas y se alzó por unos
mangos y nosotros nos echamos a correr.
Informante: José Reyes. La Fundora, Pinar del Río.
MITOLOGÍA CUBANA DE LA «LUCES»
Luces de todo color, forma, tamaño, aparecen en la mitología
cubana, sobre todo: en los campos.
Viejo mito universal el de las misteriosas luces.
Sobre tales luces «misteriosas» nos escribe el poeta decimista
Joaquín Díaz Marrero, desde Ranchuelo, que ha visto luces, lo
siguiente:
Esta aparición luminosa no es otra cosa que el producto del gas
carbónico emanado de los pantanos, que al contacto con el
oxígeno se transforma en un globo luminoso, que flota y se eleva. Si alguien le pasa por la orilla se le pega, debido al vacío que
forma el propio cuerpo en la masa de aire. Si la persona corre,
ese globo gaseoso lo sigue detrás.
Ya podemos imaginar qué aprietos pasa quien tropieza con una
luz de esta naturaleza, que se le pega, aunque sea por un corto
tramo.
En las ciénagas, y los pantanos, como en los basureros y los
lugares donde se halla enterrado algún cadáver, puede durante
algún tiempo salir esta luz, que no es más que el gas desprendido
del cuerpo en putrefacción: el cual puede ser de un pez, un reptil,
u otro animal, incluso los seres humanos.
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Yo he visto esa luz en medio de un pantano, hirviendo como
una caldera de agua al fuego, pero de un color verde que alumbraba más de un cordel a la redonda. Como yo conocía el origen, lo
que hice fue estudiarla para ver lo que hacía. Después de largo
rato me fui, dejando el fenómeno natural en su evolución química
entre el carbono y el oxígeno.
Investigación de José Seoane en Villaclara. (Selecciones de
su libro Cuentos de aparecidos.)
LA LUZ MÁGICA DEL NOVIO DESPRECIADO
Los campesinos creen en lo que ellos llaman mágica, que consiste
en apariciones de luces, audiciones de ruidos extraños y lamentos, etcétera. Ellos creen que la mágica es hecha por un hombre
con poderes sobrenaturales, al que llaman mágico, el cual nace con
el poder o lo estudia y aprende de los que lo poseen.
En una casa próxima a donde vive mi tía en el campo, en Sierra
Alta, hay un pozo donde dicen los campesinos que salen luces y
en la casa por las noches se oyen ruidos. Ellos creen que eso se
debe a una mágica que le hizo un novio que tuvo la muchacha de
la casa, al que ella dijo que ya no lo quería. [...].
Samuel Weinstein, 26 años. Maestro. Barrio Puente.
LA LUZ QUE DABA UN TESORO
Le voy a contar una cosa que pasó hace como sesenta años.
Cuando mi esposo, que se llamaba Rafael Ortega era soltero,
vivía en Santa Úrsula en el campo y solía ir a visitarme toa las
noche, porque éramos novios en aquel entonce. Él era un hombre
muy valiente y no le daba grima na.
Cuando iba a visitarme por la noche en la casa mía se iba sobre
las nueve a caballo. Dice él que una noche, cuando ya estaba
montao en el caballo, le salió en el camino frente a mi casa una lu
azul redonda, como del tamaño e una güira grande. Él era un
hombre que no le daba grima na, no se amedrantó y picó el caballo
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pa que echara andar y entonce la lu cogió alante del, alumbrándole
el camino. La lu iba pegaíta al suelo a igual velocidá quél. Al llegar
a su casa se apió del caballo y la lu siguió alante dél y se metió
en su cuarto y subió hasta la altura del techo y despué salió del
cuarto y se desapareció al pie una ceiba que había al lao e la casa;
era una ceiba viejísima que había sío quemá por un rayo. Igualito
le pasó to las noche mientra fuimo novio. Él le dijo a toa la gente
el lugar lo que le pasaba, pero más nadie quél vio la lu y cuando
nos casamo se desapareció pa siempre.
A los cuatro o cinco días de casaos empezaron a sacar piedra
de un saltadero que había en un arroyo, por el lao donde estaba la
ceiba y encontraron los pione que ahí trabajaban, un derrotero
con muchísima onsa de oro, y to el dinero se lo dieron al gobierno
y nosotro no cogimos na como es natural.
Él decía:
—La lu me alumbraba el camino y me estaba guiando pal dinero, pero yo no me di cuenta y no cogí na.
Donatila Rodríguez, 69 años. Campesina.
LA LUZ AL LADO
Esto que yo digo es verídico; una de esas cosa que le pasan a uno
que uno no sabe si creer o no creer en algo.
Hace como quince año yo iba con tres persona más pa Bermejal,
que queda po Santo Domingo. La guagua nos dejó en Santo Domingo y cogimos un trillo por el que se va pa Bermejal. Al saltar
una cerca de piña se me apareció al lao de una pierna una luz
blanca. Yo no le dije na a nadie y como yo no me acobardo por
na la dejé, a ver lo que pasaba. Iba por el suelo al lao mío. La luz
siguió a mi lao y después de andar un trecho de como una cuadra
se desapareció por unos matojo. [...].
Leandro Fernández, 50 años. Barrio Pastora.
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LA LUZ PASEADORA
En una casa que yo vivía despué de casá salía en la sala una lucesita
azul chiquita que iba de un rincón al otro de la sala. Así estaba un
buen rato y despué se iba.
Siempre aparecía despué que mi marido y yo apagábamo la luz
pa acostarno. Junto con la lucesita azul se oían ruido como de
bolita de cristal chocando contra el suelo. [...].
Alicia V, 32 años. Reparto Dobarganes.
LA LUZ AGORERA
Mi mamá me contaba este cuento. Un día al oscurecer ella estaba
fregando y sintió algo raro y miró pa una mate limón que bía en el
patio y la vio iluminá de una lu asulíta. Como es natural ella se
asustó y se lo dijo a su esposo y él le dijo que eso había sido una
mala impresión.
Esa madrugá a la una sintió que mi hermanito estaba llorando
y se levantó y lo fue a acariciar y se dio cuenta que estaba enfermo. Mi papá salió a buscar al médico y cuando llegó ya mi hermanito
había muerto.
Yo opino que la lu fue un aviso el otro mundo.
Juana Hernández, 52 años. Obrera. Reparto Dobarganes.
LA LUZ EN LA ZANJA
Hace unos cuantos años, cuando yo estaba soltero, vivía en el campo, en Corazón de Jesús. Una noche salí pa un pueblito que le dicen
Sitiecito. Pa ir tenía que pasar por un lugar en donde se decía que
salía una mujer. Yo casi no me importaba eso y salí pa Sitiecito y al
bajar una loma crucé una zanja y sentí que se me erizaron los pelos
y vi una lu o mejor dicho, una claridá que me fue alumbrando el
camino hasta que llegué a la carretera; ahí se desapareció. [...].
José Miguel Rodríguez, 33 años. Obrero. Barrio Condado.
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LA LUZ Y EL CABALLO
Mi abuelo hacía este cuento, que decía que le pasó a él.
Él vivía en el campo y un día iba a caballo y al pasar por cierto
lugar se le apareció una luz blanca como del tamaño de un foco y
los siguió y después se le subió arriba al caballo y el caballo se
paró y no quería caminar y relinchaba y relinchaba hasta que la
luz se desapareció y entonces el caballo siguió caminando.
Georgina Martínez. Profesora. Reparto Santa Catalina.
LA LUZ EN LA MATA DE GUABÁN
En el callejón Dalio Valdé hay una mate guabán que ya está muy
vieja y to los vierne salen luce de la mitá pa abajo el tronco, como
si la mata estuviera encendida. Uno va y la toca y no siente na y ve
como la lu alumbra to el lugar.
Na más que sale los viernes y yo la veo amenudo, porque el
callejón queda cerquita e mi casa. Tol mundo dice que son cosas
de muerto.
Orlando Martínez, 18 años. Campesino.
LA LUZ VIAJERA DE LA MATA DE JOBO
En la puerte la finca La Cana había una mate jobo y de noche
salía una lu como el tamaño e un farol deso e máquina. Salía desde la tierra hasta el copito e la mata y ahí daba dos o tres vuelta
por los palmare y unas mate mango antigüísima y despué regresaba a la mate jobo y bajaba hasta la tierra y desaparecía.
Yo la vi hace tiempo y tol mundo por ahí por el barrio la vio y
muchos guajiro la han visto pasar por arriba sus casa. [...].
N. Delgado. Obrero. Barrio Puente.
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LA LUCESITA QUE SE DESPRENDIÓ DE UNA LOMA
Ante yo iba mucho a Caguane y salía siempre tarde de Yaguajay
en un barquito chiquito y un día como a las ocho de la noche iba
yo en el barquito dando palanca y vi una lucesita por la cordillera
de loma que pasa por atrá de Yaguajay. Pa la idea mía era una
casa en la loma.
Seguí palanquiando el barquito y no le quitaba la vista la
lucesita y de pronto la lucesita se desprende de la loma y cuando
vine a ver está arribe mí. [...].
Ramón Heredia, 41 años. Obrero. Caguanes. [Barrio] Gigante.
DOS LUCES COMBATIENDO
...Otra ve iba yo con mi papá de Caibarién pa Caguane por la
costa de Dolore, por una parte que llaman las Dos Restinga, como
a las dié de la noche y de pronto vi dos luces peliando en el aire,
y cuando chocaban soltaban un chisperío fenómeno, y hacían ruido como de machete. [...].
Ramón Heredia, 41 años. Obrero. Caguanes. [Barrio] Gigante.
Investigaciones de Samuel Feijóo en Camagüey, Villa Clara,
Sancti-Spíritus y Cienfuegos
LA LUZ EN LA CEIBA
Cerca de mi casa en San Ramón de Múcar, hay una ceiba donde
los españoles le cortaron la cabeza a varios cubanos, y una de las
cabezas cuando cayó al suelo se quedó pestañeando y queriendo
hablar. Desde entonces casi todas las noches dicen que sale una
luz y recorre toda la planta. Después desciende y llegando al suelo desaparece.
Informante: Rafael Ramírez Santos. Actos. Camagüey.
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LUZ DE «ULTRATUMBA» EN LA CEIBA
Con este nombre se conocía la luz que hasta hace poco fue terror
de los campesinos de La Estrella, finca ubicada en el municipio de
Cartagena.
Por causa de esta luz que aparecía en una ceiba gigante se
rompió el noviazgo de Antonio y María, pues Antonio no se atrevía a pasar por el camino a deshoras de la noche por el miedo que
le tenía a la luz. También parió Juana María jimaguas sola en su
casa pues el esposo salió a buscar a la partera y cuando venía con
ella le cogieron miedo a la luz y no pasaron.
Últimamente en una reunión que se estaba celebrando, llegó el
machetero Andrés, quien hincándose de rodillas decía:
—Ustedes que no creen en nada, vengan para que vean la luz
de «ultratumba».
Todo el mundo permaneció callado. Algunas piernas se aflojaban. Ante aquella situación había que actuar y así fue que sacando
fuerzas del miedo Padrón dijo:
—Si alguien me acompaña yo voy a ver la luz.
Sólo dos de los presentes le acompañaron. Cogieron una escalera y armados de machetes se aproximaron a la ceiba. Allí estaba
la luz, arriba. Padrón puso la escalera, subió y agarró el cocuyo
más grande que se ha visto en toda la zona. El cocuyo está hoy en
la botica de Cruces en una botella de alcohol.
Informante: René Espinosa. Decimista cantor. Cienfuegos.
LA CEIBA ILUMINADA (VARIANTE)
Esto fue verídico. En 1971, en un albergue cañero en un lugar
cercano a Cruces, se formó una alarma porque no sabe quién
trajo la noticia de que en una ceiba cercana se veía una luz azulosa
que subía y que bajaba la ceiba.
Entonces salió un grupo del albergue a ver aquello y cuando se
acercaban efectivamente había una luz que iluminaba toda la
ceiba, y entonces uno de los responsables de la zona invitó a los
demás a que se acercaran, a que lo siguieran, porque había que
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averiguar qué era aquello y muchos hombres se negaron a acompañarlo. Pero no obstante fue un pequeño grupo rumbo a la ceiba
donde estaba la luz en una de las ramas más altas. Llegaron al pie
de la ceiba y la luz seguía en su lugar. Entonces el mismo responsable dijo:
—Hay que traer una escalera porque esto hay que resolverlo
ahora mismo. Lo que sea...
Entonces dos o tres voluntarios salieron a buscar la escalera y
cuando la trajeron la instalaron y subió uno para averiguar el fenómeno.
Con mucha cautela se fue aproximando al lugar donde estaba
la luz que no se movía, y cuando estaba bien cerca de ella, pudo
descubrir que se trataba de un enorme cocuyo.
Acto seguido lo agarró y bajó con él y se lo mostró a los demás
compañeros. Tenía más de dos pulgadas de largo. Después pusieron el cocuyo en un pomo de alcohol para exhibirlo en el pueblo
de Cruces.
Informante: Francisco Echazábal. Cienfuegos.
LA LUZ EN LA CEJA
Diba un día con Mirabal, él en una carreta y yo con otra. Él
diba delante cargao de ladrillos pal chalé de Hernando, al igual
que yo.
Entonces me dice Mirabal.
—¿Pedro no viste esa luz que salió delante de mi carreta?
Yo le dije:
—¡No, no vi nada!
Entonces yo pensé «ya este negro está viendo visiones». Pero
paramos allí a descansar los bueyes porque venían sofocao. Estaban trabajando de temprano y ya eran como las doce de la noche.
Entonces veo una luz del tamaño de un garrafón, y le dije a
Mirabal:
—¡Mira, Mirabal, la luz!
Y él me dijo:
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—Eso te pasa por no creerme ahorita y la vimos que subió
derechita. Tenía colores azul y anaranjao, pero cuando subió más
alto que una palma hizo una jorobita y, ¡pus!, desapareció.
Figúrese, yo la vi bien, que eso fue a dos o tres cordeles de
nosotros.
Informante: Pedro Méndez. Finca La Ceja, Báez, Villaclara.
LA LUZ EN EL MOSQUITERO
Elisenda era una señora que vivía en Frank País número 152 y
ella me contó que cuando vivía en el campo le salía todas las
noches una lucesita y se le paraba arriba de su mosquitero.
Cuando ella llamaba a su familia para que viniera a ver la luz, la
luz se iba. Me dijo que eso ocurría porque a su papá le habían
dado un derrotero y que el viejo no lo quiso coger.
Para poder vivir tranquilo sin aquella luz el papá le pidió permiso y se lo dio a otro hombre y la luz se fue.
Esto sucedió en el pueblo de Banao.
Informante: Juan Carlos Ramírez. Sancti-Spíritus.
LUCES PERDIDAS EN EL RÍO
Nací en Camajuaní y me crié en Falcón. Ya tengo sesenta y cinco
años y he visto muchas cosas, pero la más rara de todas es la de las
tres luces o fuegos fatuos que vi una noche del año 1937, cuando
yo iba de Falcón a Pajarito, a inyectar a un amigo enfermo.
La cosa fue como a las once de la noche. Yo andaba a pie y
estaba pasando por la finca El Hoyo cuando topé con las tres
luces, entre la yerba. Eran de color verdeazul.
Al verlas moviéndose no pude evitar el miedo. Yo había leído y
sabía que eran fuegos fatuos, pero no pude evitar un escalofrío.
Seguí caminando y las luces empezaron a caminar delante de mí.
Ellas delante y yo atrás. Así estuvimos como diez minutos, hasta
que llegué el río.
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Cuando vieron al río, allí se perdieron.
Informante: Agapito Brito. Falcón, Villaclara.
Investigación de Adalberto Suárez en Matanzas
LA LUZ QUE SE DESPRENDIÓ A CORRER
Esto pasó en 1928 a un primo mío que venía de casa de la
novia; en cuanto salió de la casa palante, vio una luz a la distancia de un kilómetro, más o menos. A él le habían dicho que
cuando uno veía una luz a la distancia se le hace una cruz con la
mano izquierda y al momento la luz se le apariaba a su lado.
Entonces, para ver si era verdad, hizo lo que le habían dicho. Entonces la luz rápidamente se le apareció al lado. Cuando vio
que aquello se le desprendió parriba de él, se desprendió a
correr, pero si mucho corría él la luz también corría junto a él.
Corrió casi medio kilómetro, que era lo que le faltaba para llegar
a su casa, y cuando llegó a la puerta le dio un empujón y cayó de
cabeza en el medio de la casa. Llamó después a su hermano para
que viera la luz, que se posó en una matica en el patio.
Esto le pasó a Alejo González, en la finca Triunvirato. Él decía
que si veía otra vez a la luz, no le hacía más la cruz.
Informante: Bonifacio Alonso. Campesino de Triunvirato. Matanzas.
Investigación de David González Gross en Palma Soriano
LA LUZ DE BIJAGUAL
Muchos de ustedes no saben dónde quedaba Bijagual. Digo quedaba, porque actualmente reposa bajo las aguas de la presa a
unos ocho metros de profundidad. Hasta el cementerio lo cubrieron las aguas. Claro, a los muertos los trasladaron.
Bijagual quedaba a unos cuantos kilómetros de Maffo tomando por el camino viejo a Cruces de los Baños. En el pueblecito
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vivían unas cuantas familias y había una tienda de ropa, víveres,
ferretería, panadería y una enramada donde se celebraban fiestas
los días conmemorativos.
Desde hace años se viene hablando en la zona de una misteriosa luz a la cual se atribuyen calamidades y buenaventuranzas. Que
si sale por un cafetal la cosecha será buena; que si sale en casa de
una mujer preñada el niño será varón. En fin, cada uno le atribuye
lo que le conviene o desea que pase y a todo esto se le suma lo
que piensa cada uno sobre el fenómeno: que si viene de los huesos de los caballos muertos; que si son fuegos fatuos; que es el
espíritu de un mambí...
Yo vivía en el lugar hacía un timbal de tiempo y... verdaderamente nunca había visto nada. Mis amigos me decían que me
faltaba la «media unidad» requerida para poder ver cosas del más
allá; otros, los sabihondos, me aconsejaban que no saliera no fuera que la luz me quisiera jugar una mala pasada.
En esos días se hicieron los preparativos para celebrar una fiesta
en el poblado y yo que trabajaba en una finca de las inmediaciones saqué la mejor muda de ropa que tenía para asistir a la misma.
La cosa fue, que, a último momento y casi al partir, el muchacho que ordeñaba por la madrugada envió un mensaje diciendo
que estaba enfermo y el dueño de la finca me pidió que me quedara
a ordeñar. Les aseguro que agarré una rabia de mil demonios,
pero figúrense, había que estar en buenas con el patrón no fuera
que botara a uno del trabajo. Colé un buche de café y arrojando
la ropa al suelo di con mi cuerpo en la dura colchoneta. Desde
lejos no podía escuchar el sonido de la flauta y demás instrumentos con que se animaba la verbena; la cabeza me dolía un poco y
tardé bastante en conciliar el sueño.
A las cuatro de la mañana sonó el despertador, cogí la muda de
ropa del suelo y me puse los duros zapatos macabolos. El agua
de la palangana estaba fría como un hielo; poniéndome el sombrero encaminé mis pasos hacía el cuartico donde guardaban los
cacharros de ordeño. Al traspasar la puerta sentí que la temperatura bajaba súbitamente, pero lo achaqué a la humedad del lugar.
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Cuando estaba agachado doblando el paño de colar la leche
me tocaron en el hombro y, al mirar hacia atrás, aquello estaba
allí, en la parte superior de la puerta. Les aseguro que no me
cegué a prodigio de Dios. Era una luz blanca parecida a una Luna
pero más pequeña; bajaba y subía rápidamente del piso al techo
y dentro se le escuchaba un zumbido como de chicharra.
No sé cómo expresarles el miedo o la sorpresa; ver aquello y
tirar los cubos fue una sola cosa. Saltando las matas corrí todo el
patio y cada vez que volvía la cabeza, la luz me perseguía. Tirando a todo correr por un pequeño cafetal que había a un costado
de la casa. A veces me pregunto cómo quedé con ojos. Cuando
salí del cafetal la luz seguía delante de mí.
Ya desesperado, agarré una piedra y se la arrojé a aquello; sentí
como una carcajada y el extraño halo luminoso subió por el tronco de una palma real a la orilla del camino. De pronto todo se
puso negro y cuando vine a recordar era de día, y la puerta del
cuarto era golpeada fuertemente por el dueño que me reclamaba
por haberme quedado dormido.
No le dije nada a nadie. Mientras ordeñaba, me puse a pensar
que todo había sido producto de una mala digestión. Hay veces que
uno sueña y crea las ideas más fantásticas respecto al sueño, hasta llegar a pensar que fue verdadero.
Encendí un cigarro y, provisto de un periódico viejo, senté mis
pobres huesos a la orilla del camino. Leyendo estaba cuando se
acercó Pedrito, un muchacho que se ganaba los reales ayudándonos con las vacas. Luego de saludarlo le pregunté:
—¿Cómo fue la fiesta, muchacho? Deben de haberse divertido cantidad; desde aquí se escuchaba la música...
—Le diré, la fiesta quedó buena pero... lo malo fue el problema de la luz.
Se me erizó todo el pelo cuando habló de la luz, y haciéndome
el guillao le dije:
—¡Qué luz, condenao... ustedes viven pensando en luces día y
noche...!
—Panchito, dígame condenao o lo que usted quiera, pero la
luz de anoche la vio todo el mundo; hasta los músicos de Palma
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pararon la orquesta para verla. Estaba en esta dirección y subía y
bajaba por el tronco de la palma grande del camino. Para que los
músicos siguieran tocando hubo que darle un trago a cada uno.
—¿Dices que en la palma grande del camino?... ¡Qué casualidad! Me puse a pensar. Casualmente, en mi sueño de la noche
anterior la luz subía y bajaba por el tronco de una palma situada a
la orilla del camino; pensativo dejé el periódico y dirigí mis pasos
hacia el palmar que se abría a unos metros de la casa. Al llegar al
lugar pude ver la palma que descollaba a orillas del camino. Les
juro caballeros que cuando me acuerdo me dan dolores de barriga. En el tronco de la palma, con letras grandes, bien grandes y
como talladas al fuego estaba escrito:
PANCHITO MORENO FRÍAS
Mi nombre...
LA LUZ EN EL PINO
Una vez fui de visita a casa de una tía que vive por Maybio, en
Dos Ríos, y me quedé a dormir allá.
Por la noche, un primo mío y yo nos montamos en la cabina de
un camión abandonado allí.
Frente a la casa había un pino muy grande. Estábamos conversando cuando mi primo me dijo:
—Mira para el pino que hay una cosa rara...
Miré y vi una luz redonda que venía bajando del capullo hacía
el suelo.
Los pelos se me erizaron y me entró mucho miedo. Pero lo
bueno fue que la dichosa luz al llegar al suelo vino para el camino
y comenzó a darle la vuelta en redondo.
Eché una carrera a todo lo que daba para la casa de mi tía y no
salí de ella en toda la noche. Cada vez que me acuerdo de eso me
erizo.
Informante: Rolando Nuviola, Palma Soriano.
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ABUELA Y LA LUZ
Dice mi abuela que una vez, allá en el monte donde ella vivía,
llamado Chaveco, pegado a Palma Soriano, salía una luz redonda.
Una noche le dio por hacerle una visita a una hija que vivía
cerca, y arrancó, con una linterna en la mano, para esa casa. Pasó
un arroyo y resultó que cuando llegó a la casa de su hija, ésta la
estaba esperando en la puerta y le dijo:
—Mamá, menos mal que te trajo esa luz de visita. Si no tú no
vienes a esta hora...
Mi abuela se sorprendió y le dijo:
—¿Qué luz, mi hija...?
Su hija le respondió:
—¡No me digas que no la viste porque venía encima de ti desde el arroyo que pasaste para acá...
Dice mi abuela que dijo a su hija que esa luz sería la de su
linterna, pero ella le respondió que no, que era una luz que siempre salía de ese arroyo y que la vio venir subiendo y bajando por
los árboles como si la viniera guiando por el camino...
Informante: Susana Reyes. Palma Soriano.
Información de Cleva Solís en La Habana
LA LUZ DEL MONTE BARRETO
Cuando yo era niña y vivía en el reparto Almendares, una vez me
contó Constantino, el dueño de una lechería, que se había visto en
el monte Barrero una luz verde rarísima y que avanzaba por la
maleza haciendo zig zag y con una música funeral. Alguna gente
que la vio decía que parecía como un ave y que cantaba: «Alguien
se va a morir, alguien se va a morir».
Yo oí decir también que esa luz era el fantasma del conde
Barreto, que se aparecía por allí de vez en cuando quejándose
del infierno donde se estaba achicharrando...
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MITO CUBANO DE LOS «DERROTEROS»
Los «derroteros» significan dinero enterrado, generalmente en
botijas, las cuales, a la muerte de su dueño permanecían ignoradas. El mito del derrotero perdido cunde la Isla, y sirve de base a
la enorme superstición y la fantasía, tantas veces generadoras del
mito. ¡Cuidarse!
Investigaciones de Samuel Feijóo. Provincia de Villaclara
EL MUCHACHO Y LA VOZ
Un muchacho quería ir al circo, pero su padrastro no le quiso dar
el dinero. ¡Vete a guataquear!, le dijo.
El muchachito se puso a guataquear. Al llevar un tiempo trabajando oye una voz que le dice: «Te vas a encontrar dinero, pero
más del que necesitas. Ve a la mata que hay junto al pozo y escarba allí, pero eso sí, tienes que ir solo, si va alguien contigo tú
morirás».
El muchacho se lo contó al padrastro y éste se empeñó en ir y
efectivamente encontró el dinero pero el muchacho murió seis
meses después.
Informante: Nerdo Figueroa Díaz. Santa Clara.
LA LUZ EN EL HOYO
En la finca de mi padre vive un campesino que, según él nos contó, le habían dado un tesoro. Mientras dormía la siesta, una vez le
habían dicho: «En el lindero de la finca de Torito, entroncando
con la línea del ferrocarril, hay un tesoro escondido, ve a sacarlo
solo. Primero encontrarás al cavar, a tres o cuatro pies, unas piedras; debajo de las piedras unas armas, y un poco después el
dinero en barras de oro y plata. Te paras en la línea y caminas
diecisiete pasos en dirección a la esquina del cañaveral y allí busca el dinero, más o menos a dos metros bajo tierra.»
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Debido al miedo, se lo dijo a mi tío, para que lo acompañara y
le prestara implementos para cavar.
Mi tío fue con él, pero se quedó a cierta distancia. Este lugar
siempre ha sido muy misterioso y siempre se había comentado
que allí salían muertos.
Al llegar el campesino al lugar, hizo lo que según él le habían
dicho: se puso a cavar. Eran como las doce de la noche, que por
cierto era muy oscura. Cuando empezó a cavar y sacó un poco
de tierra, casi sin ver, se le alumbró el hueco que estaba haciendo,
pudiendo ver y desenvolverse fácilmente en aquella abertura. A
poco encontró unas piedras y siguió cavando pero poco después
la luz que le alumbraba, que él no sabía de dónde venía y que
solamente alumbraba en el interior de la abertura que estaba
haciendo, desapareció de pronto, y por mucho que cavó después
no encontró nada. Mi tío que estaba cerca dice que vio cuando
una luz salió de donde estaba Ángel (el campesino) y se perdió en
el espacio. En los días sucesivos, en aquella zona, hasta el gato
cavó en busca del tesoro que nunca ha aparecido. Esto pasó en el
barrio de Jicotea, Las Villas.
Informante: Nerdo Figueroa, Santa Clara.
EL TESORO
Según cuenta mi abuela, en cierta ocasión, un día cualquiera, dice
ella, que salió su papá a dar una vuelta por la finca y cuando venía
de regreso se encontró con un hombre que le dijo:
—Narciso, si usted quiere que le diga donde hay un dinero
enterrado, tiene que prometerme primero que va a ir solo, pues si
va acompañado no encontrará nada.
Y le contó el sitio donde estaba el tesoro, que era una ceiba.
Mi bisabuelo llegó asustadísimo a la casa y se lo contó a sus
hermanos y se pusieron de acuerdo para ir a desenterrar el dinero, pues él solo no iba.
Caminaron un buen trecho, pasaron un arroyo; a lo lejos vieron
la ceiba señalada por la aparición.
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Cuando llegaron allí y empezaron a excavar sólo encontraron
carbón y al momento empezó a soplar un viento grandísimo, y
acto seguido mi bisabuelo y sus hermanos se mandaron a correr
pues creían que se iba a acabar el mundo.
Informante: Magaly García, Santa Clara.
AVE NEGRA
En el lugar conocido por La Campana, Cayajaca, se posaba un
ave negra muy grande, dando espeluznantes alaridos, los domingos
por la noche. Dicen que era el alma de los esclavos que mataron allí
los españoles. Actualmente existen cuatro columnas centenarias,
coloniales, en cuya cima colgaba una campana que está hoy en el
asilo de Sancti-Spíritus. El alarido del ave negra era acompañado
de gemidos, arrastrar de cadenas, latigazos, algarabía de trabajos
y cantar de esclavos. Las familias que han vivido allí, han tenido
que mudarse por el churre y ceniza que les caía por montones en
la comida. Dicen que hay un tesoro enterrado y los que han ido a
buscarlo, han salido huyendo al ver todo esto en Cayajaca, La
Campana, Guayos.
Informante: Emilio Reyes, Santa Clara.
LA VOZ
En El Santo, desembocadura del río Sagua la Chica, existe un
lugar llamado El Tesoro del Guachinango, donde una voz guía a
las personas que van a buscar el tesoro, las cuales, dicen, siempre
se vuelven locas.
Informante: Emilio Reyes, Santa Clara.
REGALO DE BANDIDO
A mi tío que reside en la finca María Teresa, barrio de Juraguá,
hace muchos años se le apareció un fantasma que se llamaba el
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Tuerto Mato, el cual le indicó un lugar en donde él había enterrado su botín.
Pues en ese lugar mi tío encontró objetos que pertenecían a
este bandolero que existió y que operó en esta zona, cosa que
pude comprobar, en un censo que se realizó allá por el año 1895.
Informante: Luis Yanes Suárez, Santa Clara.
EL DESACUERDO
En la playa del central Nazábal, un señor de apellido Casanova,
de unos setenta años de edad, cuenta que allí naufragó un barco de
piratas, y que una noche oyó una voz, que lo llamaba y le decía un
lugar donde había enterrada una botija de oro. Esa noche se trasladó al lugar que le indicaba la voz. Y escarbó en el suelo, encontrando solamente carbón. Él dice, que ese dinero era de varios
muertos, pero todos no estaban de acuerdo en dárselo a él y por
eso no lo pudo sacar.
Informante: Omar León. Santa Clara.
LA CARRERA DE JUAN DE LA CRUZ
En Yaguajay, por atrás de Meneses, en un campo, vivía Juan de la
Cruz, y a la hermana le daban todas las noches unas pesadillas en
las que soñaba que un muerto le estaba dando dinero.
Entonces Juan de la Cruz decidió ir a buscar el dinero que
estaba debajo de una mata de algarrobo, en la ladera de una
loma, cerca de un platanal.
A las doce de la noche se presentó Juan de la Cruz con un pico
y una pala debajo de la mata de algarrobo.
Juan de la Cruz empezó a llamar al muerto con grandes voces,
porque tenía mucho miedo:
—¡Muerto, dame el dinero que tú le das a mi hermana!
Se hizo un gran silencio, en cuanto acabó de gritar.
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Entonces refiere Juan de la Cruz lo siguiente:
—Sentí un viento fuerte en el platanal, y después del viento
me reventaron un planazo que se me podía encender un tabaco de
veinte kilos en el lomo.
Con la misma, Juan de la Cruz se desprendió. Iba hecho un
viento por todo el platanal pa abajo. Del tiro chocó con unas reses y cuando iba llegando a la casa desesperado gritó a su hermana:
—¡Sácame el garrafón que me estoy ahogando!
La hermana le sacó un garrafón lleno de agua y por poco Juan
de la Cruz lo dejó vacío.
Al otro día, Juan de la Cruz le hacía el cuento de la enorme
carrera a un vecino.
—¡Fíjate qué clase de espantá di que se me podían meter dos
puños en las narices de lo aventás que las tenía!
Informante: Paulino Paz Pérez. MINBAS. Santa Clara.
LEYENDA DE LA BOTIJA
Un señor que ya murió decía que un día él estaba arando y en los
surcos se encontraba huesos de personas. Entonces los recogió
todos y cuando terminó hizo un hoyo y los enterró. Por la noche
cuando se acostó se le abrazó un hombre diciéndole: «Yo soy el
hombre que tú enterraste hoy, para pagarte te regalo una botija
llena de onzas de oro que está enterrada en el tronco de la mata
de mamey; ve tú solo ahora mismo a buscarla que yo te ayudo a
sacarla». Entonces él fue a la mata, a esa misma hora, y empezó
a escarbar pero no encontró nada.
Informante: María Machado. Ranchuelo.
LOS AFRICANOS
Se habla de muchos africanos que guardan sus tesoros enterrados y los cuidan. Al lado de mi casa hay un solar yermo donde se
cree que hay un tesoro que pertenece a los congos los cuales
todas las noches hacen guardia a su oro.
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De noche suenan cadenas en las casas de los alrededores y se
oyen sonar los balances de los sillones.
En toda mi vida jamás he oído sonar una cadena ni moverse un
balance. Sin embargo mi abuela aseguraba oírlos todas las noches, y hasta decía que había saludado a los congos.
Informante: Miguel Rojas. Camajuaní.
TIMOTEO Y EL DINERO
Cuando mi papá decidió comprar una pequeña finca se enteró
que un hombre llamado Timoteo Carvajal tenía una que no estaba
bien situada pues estaba a cinco kilómetros del pueblo pero que
estaba muy bien sembrada. Cuando la fue a ver halló que las
siembras estaban rodeadas de albahacas así como de cruces de
madera. Se enteró por los vecinos que Timoteo oía voces por
la noche que lo llamaban. Una mañana mientras Timoteo estaba
haciendo el café, al lado de la cocina, le dijeron: «Vete y saca el
dinero, que es tuyo.» Como ya él había visto luces en determinado lugar durante la noche, allí fue.
Papá compró la finca.
Un día recorriendo la finca en una hondonada llena de arbustos
y yerbas, como Galán de Noche y Cascos de Mulo, que perjudicaban el terreno, papá y yo vimos en una lomita de tierra algo
que parecía un escondite. Tratamos de penetrar el lugar donde
estaban las piedras y nos asombramos al ver en la tierra un hueco
como la forma de una lata, y la lata afuera, tirada, ya destruida
por el tiempo.
Informante: Nivia de la Paz. Camajuaní.
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Provincia de Sancti-Spiritus
EL COBARDE QUE FRACASÓ
Según me contó un guajiro amigo mío, una vez le salió un muerto
quien le dijo que en la caña de atrás de su casa, debajo de una
ceiba había un tesoro enterrado y que era para él. El problema
consistía en que él tenía que ir a buscarlo solo y a las doce de la
noche.
Pero el guajiro no tuvo valor para ir a buscarlo solo. Se buscó
a dos amigos y cuando lo sacaron se encontraron que era una
caja llena de piedras y de carbón.
Informante: Juan Carlos Ramírez. Sancti-Spíritus.
MANOS QUE SEÑALAN
Aquí en Trinidad había un billetero que se apellidaba Pichardo, y
él contaba que a él le salía todos los días don Miguel Mariano
Borrell un terrateniente de aquella época, que era muy rico.
Y él contaba que nada más que le veía las manos, que le indicaban un dinero enterrado en una casa.
Informante: Jorge Luis Díaz. Trinidad.
BOTIJA JUNTO AL PUERCO
Se dice por aquí que en el Palacio de los Bécquer, había una
botija enterrada y que a un hombre que estaba criando un puerco
dentro del palacio una vez le salió un muerto que le dijo:
—Donde está amarrado el puerco hay una botija llena de onzas de oro. Cógela, que es tuya. Pero no se lo digas a nadie.
Pero el hombre se lo dijo a su hermano y cuando escarbaron lo
único que se encontraron fue una botija llena de ceniza y unos
carbones.
Informante: Ulises Prado. Trinidad.
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Provincia de Camagüey
DINERO EN EL POZO
Cuentan que en cierta casona típica camagüeyana existía un pozo
en la sala, y que todas las noches una vieja que allí vivía oía lamentos y quejidos que salían de un escaparate tan antiguo como
la misma casa.
Una noche se escuchó una voz procedente del mismo, que dijo
que en un pozo existente en el centro de la sala había dinero.
Llamada a consejo de familia se determinó explorar el pozo, y
habiéndose llevado a cabo esa labor se hallaron varias decenas
de viejos doblones españoles.
Informante: Fernando Vega. Camagüey.
PASOS EN LA CASA
Según un anciano que conocí hace un tiempo, en una casa de
campo perteneciente a la finca llamada El Cascarón, se escuchaban por las noches ruidos extraños y no se sabía de qué lugar
procedían. Estos ruidos eran espeluznantes. Al llegar las doce de la
noche se escuchaban pasos llegando a la casa. La puerta de madera crujía y estos pasos continuaban hasta la cocina en donde al
parecer la figura que se infiltraba en la casa de una forma intrigante armaba grandes ruidos con las ollas y los utensilios domésticos.
El caso es que cuando este ser extraño conseguía su propósito de
levantar a los habitantes de la casa, se veía una luz desde la cocina
hasta una ceiba. Esto llenaba de miedo a la familia. Pero al tiempo
la familia encontró un dinero enterrado, lo cual, al parecer, era lo
que pretendían indicar aquellas señales.
Informante: Israel Serrano. Camagüey.
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EL PÁJARO CON LUZ
Cuando contaba con once o doce años mi padre me dijo que
había un señor amigo de él que se llamaba Eleuterio, y a otro
amigo de él le habían dado una botija y quedaron de sacarla los
dos. Pero Eleuterio se anticipó y a las doce de la noche cogió un
pico y una pala y fue él solo. El dinero estaba en un potrero donde
había tres matas de guamá y en el medio abrió un hoyo del alto de
él y cuando estaba cansado dice que vino un pájaro grande con
una luz y le dijo: «Eso no es para usted.» Y él cogió el pico y la
pala y se fue y la luz lo fue alumbrando hasta que llegó a su casa.
Informante: Teodoro Rodríguez. Camagüey.
EL ESTAFADOR
Hace muchos años se apareció en una zona cafetalera de Oriente
un individuo llamado Cruz Milán, el cual le hacía creer a los campesinos que tenía poderes sobrenaturales, y por cierta cantidad
de dinero les ofrecía «el derrotero» donde encontrarían una botija
llena de onzas de oro. Pero que para sacar la botija teñían que
esperar una fecha que él les daba y que si lo hacían antes el dinero
se les volvería carbón. Pero resulta que el tal Milán era un hábil
estafador y unos años antes había enterrado en distintos lugares
botijas con carbón, de manera que cuando la primera víctima pagó
lo estipulado por un derrotero se precipitó y no esperó la fecha
convenida para desenterrar la botija y desde luego, la encontró
llena de carbón. Al cundir el hecho en la comarca ganó tal prestigio el estafador que cuando desapareció de la zona, había estafado a gran número de campesinos.
Informante: Juan León Muñoz. Camagüey.
EL TESORO DEL TATARABUELO
Al norte de esta ciudad de Ciego, en El Colmenar, hay una familia
de apellido Gómez que cuenta que su tatarabuelo salió un día con
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dos mulos cargados de onzas de oro, él acompañado de un esclavo, y cogió un camino y la familia cogió por otro. Cuando se volvió
a reunir con la familia el esclavo había desaparecido. Cuentan que
después de enterrar aquel tesoro el tatarabuelo mató al esclavo, y
él a los pocos días murió del cólera, diciendo en su estado ya de
coma «en el bibijagüero, en el bibijagüero, toma Imundo, toma».
Imundo era el esclavo. Hay al norte de esta ciudad una zona como
de unas doscientas caballerías donde se considera está dicho tesoro. Todos los campesinos de la zona cuando observan cosas insignificantes laborando la tierra dicen: «¡Ahí está el tesoro!»
Informante: Álvarez Franco. Ciego de Ávila.
Provincia de Cienfuegos
LA LUZ DE LA MATA DE GÜIRA
Esta es una vieja leyenda que circula por el barrio de Gavilanes,
en las lomas. Mi familia tiene su origen allí.
Dicen que en noches oscuras y lluviosas se ve salir una luz verdosa de la pared de piedra de la tienda de dicho lugar.
La luz empieza a correr desde la tienda hasta una vieja mata de
güira que está pegada a una llanura cercana. Al llegar a la güira
dicen que la luz se posa. Y se oyen golpes como de un pico abriendo la tierra. Dicen que allí hay dinero enterrado.
Informante: Miguel Tovar. Cienfuegos.
VARIOS INVESTIGADORES EN VILLACLARA
Investigación de Rigoberto Valdés
LA SOMBRA EN EL RÍO
Mi cuñado Víctor Ruiz vive en Arroyo Frío, cerca de Camajuaní.
Estando un día pescando en dicho arroyo con otro compañero
vio en el agua una sombra que no era la de ellos.
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Cuando se viró para atrás había detrás de ellos un hombre
vestido de blanco. Dicho hombre dicen que era el dueño de esa
finca hace muchos años y que tiene un dinero enterrado en ella y
que en otras ocasiones le ha hablado a la gente diciéndole que
quiere darle su dinero, pero junto a él aparece un negro que se
niega a que él se lo dé.
Informante: Teresa Martínez. Santa Clara.
Investigación de Joaquín Díaz Marrero
EL HOMBRE DEL PARAGUAS
Reinaldo es un empleado de salubridad, dedicado a la limpieza
de calles.
Me contaba este buen compañero que cierto día vio a un hombre, vecino de Manicaragua, que iba de noche con un paraguas
abierto y cabalgando en su caballo por el camino. Lo vio muchas
veces, unas por la mañana y otras por la tarde, siempre con el
paraguas.
Tal fue su curiosidad que hubo de preguntarle el motivo de
aquella anormalidad: si era alguna promesa...
El sujeto en cuestión le contó que cierta vez le había salido
un muerto y le dio parte de un dinero que había enterrado con un
socio. Ambos se murieron sin sacar el tesoro dividido en dos partes: La primera enterrada abajo. La segunda encima de la primera.
Le dijo que sacara la primera parte y que dejara la otra, que no
era la suya.
El dueño de la parte que no se podía tocar había hecho la promesa de andar con un paraguas y no la había cumplido. Por eso el
que tocara aquel dinero tenía que cumplir la promesa.
Así fue que el señor de Manicaragua fue, cavó la tierra y halló
el tesoro, pero una vez que vio el oro que no se debía tocar,
exclamó:
—¡Qué me importan las promesas...! Lo que me importa es el
«guano», ¡y si el muerto la debe que la pague!...
Sacó los dos tesoros y cargó con ellos.
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Al poco tiempo se le apareció un hombre pálido, que parecía
una sombra, y le dijo:
—Cumple mi promesa; si no me tendrás siempre detrás de ti...
Y, efectivamente, desde aquel día no se le quitaba de la espalda, diciéndole:
—Cumple mi promesa, cumple mi promesa, cumple mi promesa...
Acosado por aquella sombra, se compró un paraguas y ya no
vio más al muerto, y por eso andaba siempre con un paraguas
abierto.
Investigación de René Batista
EL MISTERIO DEL TESORO ENTERRADO
Yo estaba haciendo una casa de tabaco en La Sabana y todas las
noches venía para mi casa a dormir. Una noche, un poco más allá
del puente de La Yagua, me encontré con un hombre que me
acompañó hasta la entrada del pueblo. Él venía a caballo y por el
camino no había hablado conmigo ni una palabra. Pero ya al entrar al pueblo, me dijo:
—Usted es un hombre que no tiene miedo. Yo he venido con
usted hasta aquí para darle un dinero... Es mucho, mucho, y está
debajo del puente de La Yagua: en la orilla derecha, yendo de
aquí para allá, en una guasimita que hay allí. Vaya a buscarlo
cuando usted quiera, vaya de noche, muy de noche...
El hombre después de haberme dicho estas cosas, se desapareció. Aquello del dinero me dio vueltas en la cabeza durante unos
días. Pero pensaba que el dinero de muertos nunca es bueno.
¡Cuántas cosas le han ocurrido a la gente que ha cogido dinero
de muertos!
...Más que todo me obligó la necesidad que tenía, y al fin me
decidí. Cogí un pico y una pala y los desencabé, los metí en un
saco. Hice un bulto pequeño. A las once y veinte minutos salí del
pueblo y llegué como a las doce. De aquí a allá hay como cuatro
kilómetros. Al llegar al lugar indicado, comienzo a dar pico y pala
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y minutos después el pico dio con una cosa metálica... Sentí mucha alegría. No tenía miedo, estaba muy sereno. En eso, en una
piedra grande que había a mi lado, veo una cabeza enorme, como
un escaparate. Aquella cabeza sobre la piedra me dijo: «El dinero
de él lo puede dar si quiere, pero el mío no.» La voz retumbó por
todo aquello. El río se enfureció, y las palmas de allí comenzaron
a partirse y a desgajar sus pencas pesadas; era una ventolera
fuerte. Todo fue muy rápido. Cuando miré para el lugar donde
trabajaba, el pico y la pala estaban hecho pedazos, el hueco ya
no estaba, la tierra parecía que no la había tocado nadie en aquel
lugar. Miro para el río, para las palmas y todo estaba muy quieto,
todo se mantenía como en el mismo momento en que yo llegué.
Informante: Eusebio Martínez. Camajuaní.
Investigaciones de Sandra González. Provincia de Pinar del Río
TRABAJO EN VANO
Cuando yo vivía en El Zarzal había un hombre que se llamaba
Juan Parra, que ya murió hace un siglo. Hubo una vieja allí que la
llamaban Herédica y dicen que un muerto le había dado a ella una
botija. Juan Parra andaba en el espiritismo y no le tenía miedo a
los muertos, y llegó allá adonde había dicho el muerto que estaba
la botija. Cuando llegó escarbó y encontró la botija, y entonces
él la destapó, le sacó tres monedas y dijo:
—Ahora el espíritu no da permiso para sacarla. Tiene que ser
mañana a las doce de la noche.
Regresó y le dio una moneda a la mujer, otra al marido y él
cogió la otra y les dijo que iría «mañana a las doce de la noche
porque el muerto no da permiso hasta esa hora».
Cuando fue de noche a buscarla no halló nada y le dijo a la
vieja:
—¡El muerto se la dio a otro!
Fue cierto que por aquí vivía un hombre que tenía una máquina
de buscar dinero; tiene cuatro tenedorcitos la máquina que cuando
la ponen a trabajar hace el cuadro y debajo de eso escarba.
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Yo la vi una vez, y el hombre encontró bastantes botijas.
Informante: José Frades. Portales, Pinar del Río.
LA GRAN BROMA AL BUSCADOR DE TESOROS
Chano iba por todas las cañadas buscando dinero enterrado; iba
pendiente de un dinero que «le habían dado». Salía por la mañana
y eran las seis de la tarde y no había regresado: Llevaba un pico y
un saco con comida. Iba solo, pues decía que el dinero que «le
habían dado» era para él y no para compartirlo con nadie.
En cierta ocasión se juntaron unos muchachos malditos y le
hicieron un «entierro» con cachos de platos y le avisaron que allí
estaba una mina para que fuera a sacarla. Y allí fue y cuando
empezó a sacar vidrios se disgustó mucho. Cuando se iba, ya de
noche, se le aparecieron tres figuras. Una llevaba una güira con
forma de calavera con un cabito de vela encendío adentro. La
otra iba tocando una lata con mucho ruido y el otro restrallaba un
lazo de cuero.
Cuando vio la calavera arrancó a correr y atrás le siguieron
tocando la lata y restrallándole el cuero.
Estuvo tres días en cama del susto que se dio. Y cuando le
preguntaban que cuando iba a sacar la mina decía que allí le había salido el mismitico Diablo.
Informante: Victoriano Díaz. Punta de la Sierra, Pinar del Río.
Investigadores en las provincias orientales. Investigación de
Roberto Branly
LOMBRICES FOSFORESCENTES
Un cuñado mío tenía el afán de que los muertos daban dinero.
Entonces, él le empezaron a dar pesadillas de que enfrente de la
casa de él había un tronco ahí y que ahí había una botijuela.
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Entonces él me convida a mí. Me dijo que hacía falta un guapo que a las doce de la noche lo acompañara a escabar en un
tronco que había en la caña. Entonces yo le contesté.
—¿El muerto pide sangre o no pide sangre?
Y él no me dijo nada de que quería sangre.
Entonces dijo:
—Pues a las doce de la noche; esta noche vamos.
Entonces a las doce de la noche cogí un tenedor y partimos
para el campo de caña.
Llegamos al tronco y me dijo:
—Escarba.
Entonces yo le contesté:
—No; escarba tú.
Y yo receloso lo miraba a él cuando empezó a escabar, no
fuera a ser que cuando encontrara la botijuela me aflojara un
tenedorazo.
Pero siguió escarbando, y, al estar la tierra húmeda, habían
lombrices.
Y las lombrices son fosforescentes por la noche, y él al ver las
luces se sorprendió, pero yo no.
Porque yo sabía que las lombrices eran fosforescentes por la
noche.
Y él me dijo:
—Fijate que el dinero se volvió un lucerío.
Entonces me dijo:
—Vámonos para la casa.
Él se las daba de guapo.
Entonces yo le dije:
—¡Eso son lombrices!
Y para estar seguro cogió un puñado de tierra y me dijo:
Y. Efectivamente, son lombrices.
Y con esto se acabó el afán de que los muertos daban dinero.
Informante: Osvaldo Hernández. Holguín.
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Investigación de David González Gross
LAS BOTIJUELAS DE CRUZ MILÁN
Por esta zona han existido campesinos inteligentes que conocedores de las flaquezas humanas frente a lo desconocido, han
aprovechado las mismas para vivir a costa de la falta de conocimientos científicos del guajiro.
Uno de estos «bichos», como se les llama en nuestra provincia,
lo fue el famoso Cruz Milán. El citado individuo vivió en la zona
de Bibijagual, entonces perteneciente al municipio de Maffo. El
célebre Cruz Milán tenía, según él, poderes «divinos» para dar
botijuelas llenas de monedas a aquellos que las desearan.
Como es de suponer, el señor Cruz Milán no era más que un
estafador de gente crédula en cuestiones espirituales. El método
con que operaba era sencillo. Disponía de unos cuantas ayudantes, los cuales eran los encargados de difundir su habilidad en
prodigar monedas de oro.
Cuando la banda de estafadores se enteraba de que algún comerciante, cafícultor o ganadero de los contornos creía o temía a
los espíritus, les hacían una visita y les comunicaban que por «gracia divina», los «espíritus» les habían prodigado una botijuela llena hasta el tope de monedas. Había botijuelas para los distintos
clientes: de seis mil pesos, de tres mil y hasta de doce mil; todo
eso, claro está, de acuerdo a la solvencia del agraciado.
Cuando le comunicaban la noticia al individuo, si codiciaba la
plata, se ponía en manos de Cruz Milán. Éste le decía que había
que esperar, pues a los espíritus no se les podía agitar y las cosas
se debían hacer con calma. Mientras, Cruz pernoctaba varias noches con uno de sus ayudantes en la casa del cliente, comiendo y
bebiendo a su costa; y así los restantes miembros de la banda
enterraban en un potrero cerca una vasija de barro llena de caracoles y tierra.
A los dos o tres días el jefe de la banda se iba para su «templo», ubicado en el poblado de Los Negros, no sin antes informarle al futuro estafado que debía esperar dos o tres meses para
poder extraer la botijuela y que él, Cruz Milán, vendría con sus
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ayudantes espirituales a realizar la operación. Como es de suponer, durante ese período de tiempo la yerba crecía en el lugar
donde previamente se había enterrado la botija —casi siempre
una raíz de árbol—, y no se podía detectar la excavación. Mientras llegaba el día señalado, Cruz acudía a cada rato a pedir dinero y comida para mantener «contentos a los espíritus».
Cuando llegaba el momento, se personaba en la casa del
«dueño» de la botijuela y salían con él provistos de picos y palas.
Cruz nunca permitía que el futuro estafado viera la operación, y
se le mantenía a unos cuantos metros del árbol con el pretexto de
una posible interferencia, ya que poseía una «onda negativa». Se
sacaba el supuesto botín y se llevaba cuidadosamente hacía la
casa, recitando oraciones. Es entonces que comenzaba la parte
más interesante de la estafa, ya que Cruz Milán aseguraba al poseedor del «tesoro» que no podía abrir la botijuela ni tocarla antes de que los «espíritus» lo ordenaran, y que debía guardarla en
una «barbacoa» o lugar seguro de la casa.
Así, el tesoro en monedas permanecía meses y años bajo una
cuidadosa observación familiar. Cruz Milán decía a sus clientes
que si abría la botijuela los «espíritus» se molestaban y entonces
convertirían el oro en caracoles y tierra como castigo por la desobediencia. Mientras se esperaba el aviso para romper el barro y
llenarse las manos de riquezas, Cruz les hacía visitar su templo
periódicamente, para ofrecer «misas».
Tanta fue la fama del tal Cruz Milán que el «templo» se llenaba
todos los fines de semana con clientes que esperaban ansiosamente el mensaje «espiritual» para abrir sus respectivas botijuelas.
Al morir Cruz Milán, todavía quedaban muchos sin abrir sus
«tesoros», y algunos, al decursar de los años seguían pensando
que Cruz Milán resucitaría para indicarles el momento de romper
el barro.
Informante: Luis Llangel. Camino de la Warren, central Dos
Ríos, Palma Soriano.
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Investigación de Rodolfo Torres
EL GATO QUE DABA DINERO
Una noche venía mi hermano por el camino y vio un gato que le
estaba maullando. Entonces sacó el revólver y le disparó las seis
balas, pero las balas no se disparaban. Al otro día se levantó
temprano y fue a ver las balas y estaban completas. Las tiró
y todas dispararon. Después, al cabo del tiempo, mandó a labrar
todas las tierras y encontró el dinero. El gato le estaba avisando
para que recogiera el dinero.
Informante: Andrea Cadena. Buey Arriba.
Investigación de Samuel Feijóo
EL MUERTO AL QUE SE LE PERDIÓ EL TESORO
En el año 1926 yo me mudé a la finca La Gloria, en Holguín. Allí
había un tanque lleno de agua para el ganado.
Una tarde, todavía no se había puesto el sol, cuando hice ¡fun!, y
me tiré al tanque. Y al momento oigo que otro hace ¡fun!, y miro
y no veo nada. Me ericé todo. Salí corriendo para mi casa y
cuando cogí una loma parriba sentí que me iban empujando.
Miré para atrás y no vi a nadie.
Esa noche salí a caballo a hacer una visita. Veo venir un hombre a caballo y cuando lo fui a saludar, creyendo que era mi hermano Juan, se me desaparece el hombre.
Yo me dije:
—¿Tendré miedo? Yo no puedo tener miedo.
Regresé y me acosté en mi rancho. Cerré la puertecita de yaguas y me eché en la hamaca.
Ya acostado, vi entrar el mismo hombre. Entró por una rendija
de la puerta.
El hombre me dijo:
—Te vengo a dar dos mil quinientos cincuenta pesos. Los tengo guardados en el tronco de la cañafístola. Tiene la marca de
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cuatro ladrillos en cruz y una mandarria de dieciocho libras que
se ve a pelo de tierra...
Ahí se desapareció.
Al otro día salí a buscar el dinero y no pude encontrar ni la
cañafístula ni la mandarria.
A los ocho días volvió el hombre a donde estaba yo, en la
hamaca, durmiéndome, y me dijo:
—Óyeme. Se me ha perdido el rumbo del dinero, pero ese
dinero es para ti.
Y desde ese día anduvo ese muerto pegao a mí, durante diecinueve años. Tan pronto lo veía de un modo como de otro, como
una luz lo vi, como un hombre acabado de recibir unos tiros, con
la sangre corriéndole por el pecho, pues murió, según me dijo, de
dos tiros. Me daba su nombre «Pancho Pérez Espinosa», y me
contó que lo habían matado a tiros en la guerra y que no sabía ya
donde estaba el dinero.
A los diecinueve años, al salir una noche de la casa de un amigo, lo vi parado en una cerca. Y le dije:
—Mira, no puedo hallar ese dienro; búscate otro que te ayude
que yo no lo puedo hallar...
Y desde esa noche no lo he vuelto a ver más.
Informante: Santo Israel López Velázquez, setenta años.
Holguín.
Investigaciones de José Seoane en Villaclara
EL GALLEGO Y EL AHORCADO
En la Yaya hay una casa que nadie quiere vivir porque salen cosas
ahí. Lo primero que suele es una caje muerto con cuatro vela, y
después salen miles de gato enredado peando y maullando y después sale un horcao que dice:
—¿Caigo o no caigo?
También lo botan por la noche a uno de la cama.
En esa casa se mudó un gallego y le contaron las cosas que
salían y dijo:
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—A mí no me sale na.
Y se mudó y al primer día le salieron to las cosas y el horcao le
dijo:
—¿Caigo o no caigo?
Y el gallego le dijo:
—¡Coño, acabe caer!
Y el horcao le cayó arriba y mató al gallego.
Yo opino que lo que pasó es que el Diablo está apoderao de la
casa porque hay mucho dinero enterrao ahí.
Antonio Monteagudo, 47 años. Obrero. [Santa Clara.]
EL TESORO DE SIERRA ALTA
Yo trabajé de maestro en una finca muy apartada en Sierra Alta,
en el Escambray. Ahí hay unas pequeñas cuevas y dentro de ellas
se dice que hay un tesoro enterrado, de un señor que vivió en la
zona cuando la Guerra del 95. En ese lugar sale un ahorcado y
varias personas de la zona aseguran haberlo visto. Se dice que
sale para darle el tesoro a alguien, pero no se lo había dado a
nadie. Entonces vino una santera al lugar y dijo que el ahorcado
sale porque le quiere dar el dinero a la actual dueña de la finca,
para que la mejore. Le puso como condición que fuera sola a las
doce del día a buscar el dinero.
La dueña de la finca es mi tía María Trujillo. Ella es campesina
y criada en ese lugar, donde nunca hubo escuela, porque es un
lugar remoto. Durante la campaña de alfabetización fue que ella
aprendió a leer y escribir.
La creencia en el curanderismo, el espiritismo, la santería, y
todas las cosas similares se debe a la ignorancia, que hace sentir
en las personas la necesidad de explicarse los fenómenos naturales y las enfermedades.
Maestro. Barrio Puente. [Santa Clara.]
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FANTASMA QUE CUIDA UN TESORO
Un día salí al patio e mi casa por la noche —yo ni me acuerdo a
qué, de los años que hace— y vi un hombre estraño pasiándose
al otro lao e la casa el fondo.
Al otro día, cuando vi al señor que vive en la casa que da pal
otro lao de la cerca, le pregunté sobre de lo que había visto la
noche anterior y me dijo:
—No te preocupe, yo salgo a veces a cuidar el patio, por los
ladrone.
Pero poco después fui a case una vecina y cuando le conté el
asunto aquel me dijo:
—¡Ba! Eso te lo dijo él pa no asustarte. Lo que pasa de verdá
es que ahí sale el espíritu de un hombre a pasiarse por el patio.
Parece que cuida un tesoro que tiene enterrao ahí.[...].
Rafael Delgado, 47 años. Barrio Condado [Santa Clara.]
LA GUACA DEL TUINUCU
Yo tengo en Sancti Spíritus un gran amigo mío que fue el que me
dijo esta historia que es cierta, porque él es un hombre que no
dice mentira y no anda creyendo en cuento.
Él me cuenta que por allá hay un río que se llama Tuinucú y en
ese río una gran guaca de dinero enterrá. La guaca está custodiá
por tres espíritus, dos negros y un blanco.
Una noche en que mi amigo andaba por ahí se le apareció el
espíritu del blanco y mi amigo por poco se caga del susto. Tenía
el cuerpo tramparente, como de lu blanca y le dijo:
—No tengas miedo, yo soy un espíritu bueno y te quiero dar
un dinero que tengo enterrao. Tienes que venir a buscarlo a las
doce de la noche, solo.
A las doce de la noche del otro día mi amigo fue al lao que el
epírito le había dicho que estaba el tesoro y empezó a escarbar y
escarbar hasta que apareció. En ese momento sintió que lo apreta375
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ban por la garganta y por la cintura y miró pa trás y no vio na. Así
estuvo muchísimo rato. ¡Por poco se muere del susto! [...].
Héctor Rodríguez. Electricista. Reparto Dobarganes. [Santa
Clara.]
EL DINERO EN EL CAÑAVERAL
En un campo donde vivía mi mamá se murió un señor que se
llamaba Jesús María Cabrera. A los varios días se le apareció a
mi mamá arrecostao en la puerte la casa y mi mamá le cogió miedo. To las noche se le siguió apareciendo a mi mamá hasta que un
día ella le preguntó:
—¿Qué quiere?
Y él le respondió:
—En tal lao del cañaveral hay un dinero ques pa ti. No tienes ni
que escarbar, porque está a flor de tierra. Ve tú sola cuando quiera, quese dinero es pa ti.
Pero mi mamá no tuvo el valor dir y se lo dijo a otra persona
que fue y encontró el dinero y mi mamá lo vio pero cogió na del
dinero por cobarde.
Romelia Gómez, 43 años. Reparto Páez. [Santa Clara.]
TRES POMOS DE MAGNESIA
Un amigo mío que se llama Alberto Yane estaba colocao en la
case Santiago Gonsale, en el Campo de Malesa. Él dormía en
la casa y to y él me cuenta que varias noches seguía sintió como
que alguien entraba en la cocina, tomaba agua la tinaja y despué
se iba. Él se levantaba a ver y como si na.
Un domingo la gente de la casa salió y él se quedó solo y se
puso a dormir la siesta en su hamaca. Al poco rato se despertó y
vio alante una sombra de un hombre que tenía un brazo estendío
que apuntaba en el paral, pa la parte el suelo y vio que las gallina
habían escarbao y se veía tres luce como de tres foquito. Aquello
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lo alarmó mucho y se levantó y se puso a escarbar con los deos
pa ver lo que había y sacó pomos de manensia, de aquellos pomo
antiguos blanco que venían ante a las boticas llenos de piezas de
oro. Uno estaba lleno de piezas de oro media águila y los otros
do estaban repleto de martise de oro.
Alberto sacó los tres pomo y se lo llevó pa la case tabaco y allí
cogió un lomito de yagua y se puso de cuclilla en el suelo, destapó
los tres pomos y echó el dinero en el lomito de yagua. En ese
momento llegó Santiago Gonzále, el dueño de la casa y se dio
cuenta que Alberto se bía encontrao un tesoro y moviendo los
deo de la mano, como pidiéndole algo pa él le dijo:
¡La bendición, padrino! ¡Deme un remojón!
Y Alberto, como no era un hombre ambicioso lo quiso remojar
y se repartieron el dinero a partes iguales [...]. Después cambiaron las moneda por billete, en el banco y Alberto dejó la colocación y se compró un caballo y se puso los dientes de oro, los que
le faltaban.[...]
Mario Alfonso, 54 años. Campesino. Gigante.[Santa Clara.]
UN VIEJO ATACADO POR UN MUERTO
A un viejito en el campo se le apareció un muerto, un hombre y
le dijo:
—En un lugar hay una botija enterrá y ese dinero es pa ti. Ve a
buscarlo a las doce de la noche.
Y el viejito fue a buscar el dinero, pero parece quel dinero lo
guardaban dos muerto y el otro no quería dárselo al viejito, porque se le pegó al cuello y por poco lo mata ahogao. El pobre
viejito salió huyendo a mil y después se volvió loco. Ahora vive en
Antón Día.
Julio Martín, 50 años. Carretonero. [Santa Clara.]
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EL SUICIDA
Un hombre tenía un hermano y el hermano se le murió y despué le
salió al hermano vivo y le dio un dinero que estaba enterrao y el
hermano fue y lo sacó de onde estaba enterrao y al poco tiempo
se mató.
Dicen que cuando uno coge un dinero que le da un muerto se
vuelve loco y despué se mata.
Julio Martín, 50 años. Carretonero. [Santa Clara.]
EL LADRÓN DE LA BOTIJA
Trabajaba yo entonce en un depósito de flore onde hacíamo corona y cosa pa los muerto, aquí en Santa Clara.
En Manicaragua había un señor arando un día y se encontró
una botija y la rompió y cogió el dinero. Por la noche le salió un
muerto, un hombre, y le dijo:
—Ese dinero no era pa ti, era pa Fulano. Dale la mitá a él.
Pero el señor se cogió el dinero pa él solo y no le dio na al
Fulano. Al poco tiempo se le hogó un hijo, despué se le degolló el
padre y la mujer se le envenenó. Despué él se horcó. [...].
J. Moreno, 29 años. Obrero. Barrio Parroquia. [Santa Clara.]
LA PUYA DEL TESORO
Hace muchos años mi papá y mi hermano trabajaban de carbonero
en un cayo solitario y se habían hecho un ranchito en el cayo y
vivían solo ahí. Al lao el horno pa hacer carbón había enterrá una
puya grande como si estuviera marcando algo y nadie sabía quién
la bía enterrao ahí. Una madrugá mi papá se levantó y al salir del
rancho vio al lao e la puya un hombre vestío e blanco que señalaba pa la puya, diciendo:
—¡Mira pa allí! ¡Mira pa allí!
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Y mi papá miró y no vio na de particular y el hombre vestío de
blanco se desapareció. Al otro día mi papá y mi hermano salieron
del cayo por la tarde y regresaron por la mañana y encontraron
una botija abierta y rota en el lugar de la puya, donde se bía parecío
el hombre vestío e blanco. Ahí estaba la puya desenterrá también;
parece que abajo estaba el tesoro. Nunca se supo quién bía cogío
el dinero ese. [...].
Rafael Sotolongo, 18 años. Campesino [Santa Clara.]
EL FANTASMA VESTIDO DE BLANCO
Un tipo del campo, de Taguasco, que vendía pollo y güevo por la
calle me dijo que cuando eso él estaba tan fastidiao y en mala
situación que siempre se estaba quejando. Una noche se acostó y
se le apareció en la cama un señor vestío de blanco y le dijo:
—Levántate y ven conmigo.
Él tenía miedo y así to lo siguió y caminaron y llegaron a una
mate ceiba y el hombre vestío de blanco le dijo:
—Quédate y escarba, que yo subo a la mata pa alumbrarte. Y
el hombre vestío de blanco se subió a la mata y el otro se quedó
abajo escarbando y cuando había abierto un güeco regular
encontró una botija llena de onsa de oro y como no tenía onde
echar el dinero le dijo al hombre vestío de blanco:
—¿Onde lo echo?
Y el hombre le dijo:
—Quítate los pantalone y échalo ahí.
Y se los quitó y la amarró los güecos de las piernas y echó el
dinero en los pantalone y se fue. Despué puso una tienda grandísima y to le fue muy bien hasta que la mujer se le horcó. Despué la
madre se le envenenó y un hijo se le puso malísimo. Él le achaca
ba to las desgracia al dinero que había sacao. [...].
José Moreno, 29 años. Obrero. Barrio Parroquia. [Santa Clara.]
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EL BULTO PEDÍA MUERTO
Por allá por la lome la Macana se aparecía por la noche una lu
que iba de una ceiba a otra y despué se aparecía un bulto extraño.
Dos guajiro que vivían por allá fueron una noche a ver si era
verdá. Se aparecieron en el lugar a las doce la noche y vieron las
luce en las mate ceiba y despué se le apareció el bulto con forma
de hombre. Los guajiro se asustaron muchísimo y le dijeron al
bulto:
—De parte de Dió, dime quién ere y en qué pena anda.
Y el bulto les dijo:
—Yo ando en la pena de que tengo un dinero enterrao aquí y
estoy buscando a quien dárselo con una condición: tienen que
venir tres persona a las doce la noche y despué tienen que matar
a uno y dejarlo muerto ahí. El dinero está aquí mismo donde yo
estoy. Si no cumplen la condición lo que van a encontrar son
carbone.
Y los guajiros, que se creían muy vivo fueron al otro día a las
doce la noche y en vez de ir tres persona como el bulto dijo,
fueron ellos dos y llevaron a un perro y lo mataron. Entonce
escabaron en el lugar que habían visto el bulto y encontraron una
botija y cuando la fueron a abrir se encontraron con que estaba
llena de carbón.
Ellos creyeron que iban a tumbar al muerto —porque el bulto
era el espíritu del hombre que había enterrao el dinero en vida—
y el muerto los tumbó a ellos.
Mercedes Morales. Campesina. [Santa Clara.]
EL TESORO EN EL PALMAR
Allá por el año treinticuatro yo trabajaba en el central Hormiguero y una madrugá estaba alzando caña con el primo hermano
e mi señora, o mejor dicho estábamo entongando la caña pa cuando viniera la carreta alzarla y entonce me dice el primo hermano e
mi señora:
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—Oye Martíne, ¿tú no le tiene miedo a las luce? A mí todo el
mundo me conocía por Martíne porque ése e el apellido e mi
madre y yo no estaba reconocío. Pues bien, él me dijo:
—Oye Martíne, ¿tú no le tiene miedo a las luce?
Y yo le dije:
—Bueno, según la lu que sea. ¿Qués lo que e?
Y díceme él:
— Mira pallá pal palmar.
Y miré y vi una lu blanca el tamaño una canasta grandísima
que tenía iluminao to el palmar.
Yo opiné que fue un visaje sobrenatural, un muerto y despué
me enteré que Cayito Álvare había enterrao un dinero ahí en el
palmar [...]. El dinero que tenía lo enterró en varios lugare, en
Pinar del Río, en el palmar onde yo vi la lu, que se titula el palmar
Vaquería, y en otros lugare. Dicen que cuando él iba a enterrar
algún dinero mandaba un subordinado que abriera un hoyo del
tamaño e una persona y despué que había metío el dinero mataba
al que fuera y lo enterraba con el dinero. Casi siempre onde se
ven luce o salen muerto es que hay un dinero enterrao. [...]
Antonio Pérez, 69 años. Campesino. [Santa Clara.]
LOS TRES HOMBRES A CABALLO
Hace como cuarenta años en el campo donde yo vivía había tres
mata de güira y salía por las noche una luz ahí, y en el poblado se
decía que era un espíritu que custodiaba un dinero enterrado al
pie de las tres güiras, pero nadie se atrevía a ir a buscarlo.
Una noche llegaron al poblado tres hombre a caballo que nadie
conocía, por la noche, y pidieron permiso para dormir en el portal
de la tienda y sacaron tres hamacas y las pusieron en el portal, y
después pidieron permiso para dejar las bestia en un cuartón.
Cuando dejaron las bestia se acostaron en las hamaca. Parece
que los tres hombre traían un derrotero escrito con el lugar donde
estaba el dinero, y cuando el poblado estaba quietecito y todo el
mundo estaba durmiendo, se levantaron sin hacer ruido y con
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el derrotero encontraron el lugar donde estaba el dinero y lo sacaron y se lo llevaron y en el lugar dejaron la botija rota y algunas
moneda, centene y luise, y al otro día cuando los guajiro fueron a
ordeñar las vacas encontraron la bortija rota y las moneda al pie
de la güira.
Nadie conocía a los tres hombres y nadie los volvió a ver más
nunca. Y parece que la luz que salía era de algún muerto que
custodiaba el dinero, porque después que lo sacaron más nadie la
volvió a ver.
J. García, 64 años. Campesino. [Santa Clara.]
LOS PERROS JUNTO A LA BOTIJA
En Agabama, en el crucero entre Arroyo Seco y Agabama, hay
una ceiba muy grande que dicen los guajiros de la zona que el que
pasa por la noche cerca de ella, le sale una cantidad tremenda de
perros de muy gran tamaño, y le caen arriba y le ladran, pero sin
hacerle daño, ni un arañazo, y después se desaparecen.[...].
Yo conozco muchas personas serias del lugar que no hay quien
las haga pasar de noche por la ceiba, porque tienen la seguridad
de que los perros les van a salir. Muchos de ellos ya los han visto.
Ellos dicen que los perros salen porque hay un dinero enterrado ahí en la ceiba, una botija del tiempo de España, porque
cuando la colonia muchas personas enterraban el dinero para
evitar robos. Ellos creen que ese dinero se lo darán a alguien en
una aparición o en un sueño, y cuando esa persona lo saque, los
perros dejarán de salir.
Desde el punto de vista científico yo pienso que las apariciones
son alucinaciones y falsas ideas de las personas ignorantes y supersticiosas.
Raúl García, 25 años. Ingeniero. Reparto Santa Catalina. [Santa
Clara.]
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EL TORO QUE CUIDABA UN TESORO
A mi abuela en un sueño le dijeron:
—Te voy a dar un dinero. Está en tal lugar pero tiene que ir
sola a buscarlo.
Y ella cogió miedo y viró entonce se buscó tres persona y
salieron a buscar el dinero y cuando llegaron al lugar se le
apareció un toro bufiando y echando candela por la narí. Ello se
asustaron y salieron huyendo.
Poco despué se murieron do de las persona que fueron con
ella a buscar el dinero y ella se enfermó del corazón y onque se
murió veintipico de año después deso, estuvo siempre padeciendo el corazón.
Orestes Suárez, 29 años. Planchador. Barrio Raúl Sancho. [Santa
Clara.]
EL VIEJO QUE DABA UNA BOTIJA
Cuando yo era más joven vivía por Tuinucú en el campo. Por
allá vivía una mujer como de treintipico de año que me contaba a
veces que ella se quedaba sola por la noche porque el marido era
carretero. Entonce se le aparecía un viejo y le decía:
—En la case tabaco que hay aquí hay una piedra grande. Ve
y levántala que ahí hay una botija con dinero en onsas de oro y
piedra de valor. No tengas miedo de ir que esa botija es pa ti.
El viejo se le apareció de vez en cuando y le decía siempre lo
mismo.
Ella se lo decía al marido y a la gente de por ahí, pero nadie se
atrevió a ir a buscar el tesoro.
Año despué cuando la case tabaco estaba muy vieja la tumbaron y al ir a quitar la piedra pa pasar el arao apareció la botija.
Casi to la gente de por ahí cogió algo y hasta a mí me tocaron
unos aretes. [...].
Ana Menéndez, 21 años. Campesina. [Santa Clara.]
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MITOS CUBANOS
(Varios)
I
AVES
(Mito recogido por Samuel Feijóo, en San Fernando de Camarones —informante: Domingo Gil— y en San Juan de los Yeras
—informante: Agustín Boche.)
LA GUANAJA CAMINADORA DE CAMARONES
Juan Villalobos tenía una cría de guanajos, y le salió una guanaja
caminadora. Le caía atrás a pie y nunca podía llegar a donde la
guanaja tenía la nida.
Entonces, cansado de seguirla, una mañana le puso una veta
larga, una soga con un palito en la punta pa que fuera indicando dónde iba la guanaja. La guanaja echó a andar y Villalobos
la siguió atrás montando en su caballo. Arrancó detrás de la
guanaja a las diez de la mañana y a las cuatro de la tarde vino
a encontrar el nido debajo del almacén del paradero de San
Fernando de Camarones. Y cuando halló el nido lo que vio
fueron quinientos huevos de guanaja.
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LA GUANAJA DE ESTANISLAO
Estanislao Reyes tenía una guanaja muy ponedora, pero nunca
le encontraban la cría; era muy caminadora y nunca pudo verle
un güevo. Entonces Estanislao recogió to el hilo que había en
San Juan y en Ranchuelo y se lo amarró a la guanaja por el
rabo pa seguirla. La guanaja salió a caminar y empezó a jalar
cabulla y cabulla y cabulla y estuvo todo el día jalando cabulla,
y Estanislao viendo aquello y dejando. Al otro día temprano
Estanislao siguió a la cabulla y caminó doce leguas y llegó a
una fosa del Castillo de Jagua, una fosa muy antigua, y allí se
encontró a la guanaja echá. La levantó y vio doce mil güevos;
y entonces llenó dos barcos de güevos y abarrotó a Cienfuegos, a
Cruces y a Palmira y el resto de los güevos los trajo pa San Juan.
LA CARAIRA
(Mito recogido en Santa Clara por Adalberto Suárez)
Las auras tiñosas antes de ir a comerse un animal muerto, envían a la caraira, que es un aura blanca, para que reconozca el
animal, por si está envenenado.
Dicen que la caraira lo olfatea y lo prueba, y después de hecha
esa investigación se retira y le comunica a las auras tiñosas negras
el estado del animal muerto y si murió envenenado o no.
LAS AVES ENSEÑARON AL HOMBRE A HACER EL CAFÉ
(Annubis Galardy recogió en Oriente un mito referido a las aves
que enseñaron al hombre a preparar la bebida del café)
TOSTAO, PILAO, COLAO
Una vez el hombre, tras agotar su jornada diaria, se fue a pasear
por los montes acompañado de su «jolongo de tiempo».
Camimaquetecamina, caminaquetecamina, llegó a lo más espeso.
De pronto, a la luz de la tarde, se fijó en un extraño arbusto cuyas
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ramas cargaban fruticas coloradas y redondas. El hombre quedó
sorprendido. Nunca, de la montaña al llano; del copito de la
palma a su cueva, había encontrado nada semejante. Decidió probar una frutica para descubrir a qué sabía. Mordió: apenas tenía
dulce y era muy pegajosa. Aquello no se podía comer. Pero razonó que si había brotado de la tierra tenía alguna utilidad al hombre. Dejó pasar varios días y varias lunas. Y volvió al centro del
monte. Pensó y pensó para qué serviría aquella fruta. Entonces
los espíritus del monte dijeron: «Hay que ayudar al hombre». Y
enviaron un mensaje con el guineo, del plumaje blanquinegro, que
susurró: TOS-TAO, TOS-TAO, TOS-TAO, por entre las breñas del monte. El hombre sonrió y recogió su primera cosecha de
granos para llevarla a su cueva. Allí llamó en su auxilio al fuego y
pronto el primitivo color de la fruta madura se volvió negro. Pero
de nuevo el hombre quedó sin saber qué hacer.
Atentos, los espíritus le ordenaron al guareao que cantara. Y
éste lo hizo así: PI-LAO, PI-LAO, PI-LAO. Con un trozo de
madera el hombre hizo polvo a los granos. Dejó pasar un rato.
Y como viera acercarse al guanajo, lo llamó para preguntarle:
—¿Guanajo, qué hago con este fruto que el guineo me dijo que lo
tostara, y el guanajo me mandó que lo hiciera polvo y ahora no sé
qué hacer?
El guanajo tartamudeó:
—CO-LAO, CO-LAO, CO-LAO...
El guanajo siguió su rumbo, indiferente. El hombre discurrió
que si el animal había sido puesto en la tierra para acompañarlo,
había que seguir su consejo. Puso a hervir agua, le echó el polvo
de los granos, y pronto se esparció por el monte el aroma de la
primera colada... Pero como aún el hombre esperaba, por si había algo que hacer, el chivo que había estado observándolo, le
lanzó un grito:
—¡BEE-BE, BEE-BE!
Y así fue como el hombre llegó a beber su primera jícara de
café.
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VERSIÓN SEGUNDA
(Mito recogido en Oriente por Ofelia Robau)
Una vez se encontraban dos viejitos en su casa del bosque
mirando cómo el sol se ocultaba tras las lomas vecinas.
Hacía mucho calor y de los árboles llegaban hasta ellos los
trinos de las aves, que en aquella zona de Oriente son muy
numerosas.
El viejito se sorprendió al ver que el chivito de ellos estaba
frente a un arbusto y comiéndose unos granos rojos decía: «¡Esto
se bee-be! ¡Esto se bee-be!»
—¡Oye lo que dice el chivo, Lola! ¡Dice el chivo que esos
granos se beben! ¡Hiérvelos para ver si es verdad!
La viejecita fue a la cocina, hirvió los granos de café con un
poco de agua y ambos probaron aquella bebida.
—¡Qué mal sabe esto! —dijo el viejito—, el chivo no sabe lo
que dice.
—¡Mira hacía la ventana, Tomás! —dijo la viejecita.
Él miró hacía la ventana y allí una guinea que decía:
—¡Tostao! ¡Tostao! ¡Tostao!
—¡Oye, Tomás! ¡Oye! ¡Dice la guinea que hay que tostar los
granos de café!
Entonces Tomás fue por la leña, hizo un horno y puso los granos rojos en una plancha para tostarlos.
Cuando estuvieron tostaitos volvió la viejecita a echarles agua
y hacer otra vez que hirvieran.
Probaron aquella bebida y dijo entonces Tomás:
—¡Qué mal sabe, Lola! ¡Esto tampoco es así!
Llegó a la casa un judío, que es un pájaro pequeño, que decía:
—¡Moliii! ¡Moliiiito! ¡Moliio!
—¡Ahora sí! —dijo el viejo Tomás—, ¡no basta con tostar los
granos, hay que molerlos!
Buscó un pilón, que es una especie de molinillo para aplastar
los granos y los hizo un polvo.
—¡Ya está! ¡Ya está!
—¡Lola, pon a hervir el agua que ya vamos a tomar esta sabrosa
bebida!
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Lola puso otra vez a hervir el agua, le echó el oloroso polvo
negro y esperó a que hirviese.
El viejito lo probó y dijo a Lola:
—¡Qué mal sabe esto!
Los dos se sorprendieron al ver un arriero en la cocina que les
decía:
—¡Colao! ¡Colao! ¡Colao!
—¡Lola, Lola, hay que colar la bebida después de hervida!
Allá fue Lola a buscar un colador y coló el café.
Volvieron a probarlo y tampoco les gustó.
A la puerta de la casa se asomaron dos palomitas y les dijeron:
—¡Con azúcar! ¡Con azúcar!
Fue a la azucarera, le echó dos cucharadas al café y le dijo a
Lola:
¡Lola, prueba, mira qué sabroso está el café!
II
PERROS
(Mitos recogidos por Samuel Feijóo en Caonao, Cienfuegos)
GUANEJEY Y CUANCUÁN
Éste era un leñador que tenía dos perros que se llamaban Guanejey y Cuancuán. Y cuando se iba a su trabajo amarraba a los
perros y le decía a su mujer:
—Cuando veas majaderos a los perros, pásales la escoba por
el lomo y suéltalos.
Y se fue a cortar madera al monte.
Y cuando el leñador salió la mujer fue a casa de un vecino a
conversar.
Estando el leñador en el monte se forma una tempestad y le
cayó un trueno al palo que estaba cortando y lo tumba y el palo
le cayó arriba al leñador.
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Ya en ese tiempo Guanejey y Cuancuán, que estaban amarrados estaban desesperados, ladrando y brincando a ver si podían
reventar la soga, pero no podían, pues estaban muy bien amarrados, y la mujer en casa del vecino. Pero desde allá la mujer siente
a los perros y viene a toda carrera y suelta los perros que van
para donde estaba el amo a toda carrera y lo encuentran debajo
del palo aplastado. Entonces Guanejey y Cuancuán empezaron a
sacar el leñador a pedazos debajo del tronco. Y empezaron después a pegarle los brazos y las piernas, pues estaba desbaratado.
Y cuando terminaron su labor de sanarlo, le dijeron a su amo que
ellos habían cumplido con su misión y se iban. Y se fueron.
Y desde entonces cada vez que hay tempestad los perros están
inquietos y van de un lado a otro. Y en la tormenta el amo cuando
sentía los perros ladrandos lejos en el monte, decía:
—¡Cucha, Guanejey y Cuancuán!...
LA FIESTA DE LOS PERROS
Hace mil años los perros tenían mucha preponderancia y acordaron reunirse en una gran fiesta donde se metieran todos los perros
que habían antes en el mundo.
La fiesta de perros se anunció y vinieron todos los perros del
mundo.
Pero había la condición de que al entrar en la fiesta los perros
tenían que dejar guindado en muchos clavos el agujero de las
nalgas. Cada perro que llegaba se zafaba el agujero y lo dejaba
guindado en uno de los millones de clavos que había.
La fiesta fue tremenda y en medio de ella se fajó un bando de
perros con otro y la mordía estaba telera y ya nadie podía sujetar
a nadie, y aquello era una guerra.
Entonces se formó el corre-corre más grande de perros que ha
habido en el mundo con todos los perros del mundo corriendo a
la puerta de salida. En el corre-corre y la desesperación cada
perro cogió el agujero de las nalgas primero que vio y fue así
como se trabucaron los anos de los perros.
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Desde entonces cada perro está buscando el ano suyo y pa
eso se lo güele al perro que se encuentra a ver si por el olor
conoce el suyo y se lo pone otra vez.
III
VACAS
LA MUJER CON PIEL DE VACA
(Mito recogido por Ramón Rodríguez en Pedro Barba, Cabaiguán)
En una finca tenían una vaca y un día el dueño se encontró una
niñita en el corral. La vaca se puso a lamerla. Y cuando la observó
bien se encontró conque la niña ya tenía piel de vaca en los lugares donde la vaca la lamió.
El hombre la crió y al ser mujer todos la conocían por «Juana la
Vaca».
IV
MAJÁ
(Mito recogido por Samuel Feijóo en El Junco, Cienfuegos)
EL MAJÁ QUE CASTIGA
Una vez una hija que vivía más abajo de donde vivía la madre, en
una lomita, vio venir a la mamá a la hora en que iba a almorzar y
cogió y guardó la comida en una alacena.
Y vino la madre con hambre y no pudo comer porque la hija le
escondió la comida, y la pobre madre no le quedó más remedio
que irse y entonces la hija fue a buscar la comida y la sacó de la
alacena y lo que encontró fue un majá enrolladito dentro del pla390
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to. El majá brincó y se le arrolló al cuello. Y cada vez que la hija
iba a comer algo el majá se lo comía, hasta que la mató de hambre. Y ése fue el castigo con la hija que le negó un plato de comida
a su madre.
V
SOMBRAS
LA SOMBRA PELIGROSA
(Mito recogido por Samuel Feijóo en Sancti-Spíritus)
Había una vez un señor que vivía por la zona de San Rafael. Una
tarde salió de su casa con su guataca para realizar un trabajo en
horas de la tarde.
Llegó a su campo y empezó a trabajar, pero notó que a su lado
había una sombra que no era la de él, y esto le molestaba mucho.
Ya la sombra lo tenía tan molesto que levantó la guataca para
agredir a la sombra.
Al otro día lo encontraron muerto con la guataca enterrada y él
aferrado a la misma.
VI
FANGO
MITO DEL FANGO MILAGROSO
(Recogido en Ranchuelo por Joaquín Díaz Marrero)
Mi padre me contaba de un negro esclavo que había en una finca
cerca de Quivicán, al cual le salió grano malo que le fue comiendo
toda la cara y los ojos, al extremo de quedar ciego. Los amos que
nada podían hacer, sentían terror y asco al ver aquella cara y
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todos huían del infeliz esclavo. Un día, para librarse del mismo,
sus amos lo montaron en un caballo y lo llevaron durante la noche
bien lejos, y lo soltaron en un potrero entre un monte.
El esclavo al verse solo llamó repetidas veces, pero nadie le
respondía. Comenzó entonces a caminar al rumbo y dando tropiezos. Al mucho tiempo de andar sintió sed, pero no podía hallar
agua. Así anduvo desesperado hasta que de pronto cayó en un
charco. Lo primero que hizo fue comenzar desesperadamente a
tomar agua. Fue entonces cuando oyó una voz que le dijo: «Coge
fango de ese que hay en el fondo y úntate en la cara que te vas a
sanar. Él cogió fango y se untó. Entonces oyó que le dijeron: «Toma
este bastón, que él te guiará». Estiró la mano y le pusieron en ella
un palito, que no tenía nada de particular, pero fue el caso que
desde allí caminó sin tropezar con el palito en la mano. El esclavo
sanó.
VII
MITO DE LOS PELUDOS
EL «PELÚ DE MAYAJIGUA»
(Recogido por Virgilio Cortés)
A veces la tradición nos hace que repitamos frases y dichos que
hemos oído desde que éramos pequeños, sin percatarnos del significado histórico que tienen o de las circunstancias en que surgieron. Eso sucede con las frases: «El Pelú de Mayajigua»,
«Mayajigua, el pueblo del Pelú», y otras variantes más; la historia
de tan famoso peludo nos llega de los labios de quienes vivieron
con campechana emoción aquellos ratos de euforia popular ante
la vista de tan raro y pintoresco personaje. La telaraña de la leyenda ha tejido fantásticas historietas acerca de este hecho, pero
la verdad de lo sucedido es más o menos como sigue.
Corría el año 1901, cuando un grupo de carboneros se encontraba en un lugar conocido por Loma de los Indios, en la provin392
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cia de Camagüey, zona limítrofe con nuestro municipio, laborando en el corte de los montes que profusamente se extendían por
la región; muy lejos estaban de pensar estos pacíficos obreros
que estaban siendo observados desde muy cerca por un arisco y
misterioso personaje, que se encontraba escondido entre el follaje del monte virgen.
Entre los trabajadores se encontraba Plácido Cruz, hombre de
carácter alegre, dado al canto y a la improvisación de décimas
guajiras, quien iba a ser días más tarde el escogido por nuestro
incógnito personaje para relacionarse con todo el grupo.
Un día en que Plácido se encontraba solo en su ardua labor
hubo de presentarse ante él, por primera vez, el misterioso personaje, semidesnudo y con una larga y enmarañada cabellera así
como una profusa y sucia barba; parecía un ser extraterreno, algo
fuera de lo normal. Plácido, ante tan imprevista aparición, no se
amilanó y lo llamó; éste, asustado, se dio a la fuga pese a los
ruegos de Plácido para que se detuviera.
Pasados unos días, Plácido, ya a la expectativa por si aparecía
de nuevo aquella «cosa», observó que semiescondido entre los
árboles se encontraba el raro personaje, a quien llama advirtiéndole que no temiera, que no le iba a pasar nada; al fin, después de
muchos ruegos, logró entablar conversación con nuestro hombre,
quien luego de sus primeras palabras le preguntó que si la guerra
había terminado. Plácido respondió afirmativamente y él, tozudo
y receloso, indagó el porqué de las constantes detonaciones que
oía. Plácido explicó que eran cargas de dinamita que se disparaban para hacer trabajos de perforación y excavación.
Después de haber perdido todos los temores, «El peludo» contó
que durante la guerra independentista había «cogido el monte»
huyéndole a los efectos de la guerra, y que vivió de cimarrón sin
establecer contacto con ninguna persona hasta ese momento, doce
años después de haberse acabado la guerra. Tendría dicho
individuo alrededor de cincuenta años cuando volvió a la civilización. Los trabajadores se pusieron en contacto con Francisco Moreno, maestro del término y aficionado a las
investigaciones arqueológicas, el cual lo trajo a Mayajigua albergándolo en la casa de María Milián, más conocida por «La
China», en la calle San Antonio, hoy Pío Cervantes.
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En esta casa hubieron de extraerle piedras que tenía incrustadas en la planta de los pies a consecuencia de tener que andar
descalzo en el tiempo en que estuvo de cimarrón.
Luego, personas con sucias ideas mercantilistas le trajeron a
una nueva casa más céntrica en un lugar conocido por La Plaza, y
lo exhibieron como si fuera «bicho raro» cobrando un real a cada
persona que entrara a verle.
Algún tiempo después fue trasladado a La Habana, donde al
parecer, producto del cambio de vida, enfermó enseguida y murió.
LA «PELÚA» DE MORÓN
(Recogido por Ireido Rodríguez Morales)
Hace más de quince años hubo un haitiano que iba a las lomas a
cazar jutías y en una de esas cacerías el haitiano se desapareció,
creo que por espacio de una semana. Al fin, el haitiano, al término
de ese tiempo, llegó un mediodía al pueblo de Morón dando gritos y relató que había estado preso por un monstruo, que describió así:
Era una mujer, pero cubierta de pelo. Ella medía alrededor
de siete a ocho pies, y la forma de cautiverio consistía en que
lo metió en una cueva y lo tapó con una piedra grande en la
boca de la cueva.
El preso no pudo describir con qué fin lo tenían preso, porque, hasta más, la «pelúa» lo alimentaba con plátanos maduros que ella misma le buscaba. El haitiano llegó con los pies
todos desgarrados, pues ella para que no escapara se los pisoteaba.
El haitiano vio una vez que la «pelúa» al salir dejó la cueva
semiabierta. Se quitó pedazos de su ropa y se los amarró en los
pies. Con esfuerzo, pudo abrir más la cueva, y cuando pudo salir
echó una zanca... que los carcañales le daban en el pescuezo, y
así llegó al pueblo y narró a la policía todo lo que le había pasado.
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MITO DE LAS SIRENAS
El viejo mito de las sirenas se ha reflejado en casi toda la poesía,
plástica y fabulación narrativa mundial. El folklore cubano la registra.
Según Heuvelmans las sirenas son unos seres fabulosos, cuya
cabeza y busto son los de una encantadora mujer rubia y cuyo
cuerpo escamoso y pisciforme termina, en efecto, en cola de pez.
Dotados esos monstruos hembras de una enojosa inclinación por
la carne humana, se dice que atraen con sus dulces cánticos a los
navegantes hacia los islotes rocosos en que viven, seduciéndolos primero y devorándolos después.
Reconoce Heuvelmans que en la Edad Media, así como durante el Renacimiento, la leyenda homérica se difundió bajo formas desvirtuadas, pero con idéntico espíritu, en el folklore de
toda Europa. La perfidia seductora se hizo célebre en Alemania
bajo el nombre de nix o de meterfrau; de neck o de meerminne
en los Países Bajos; de marmenill en Islandia; de mermaid en
Inglaterra; de White Lady (dama blanca) o Lady of the Lake
(dama del lago) en Escocia; de merow en Irlanda; de mor-greg
en Bretaña; de seraine, marfeye (hada del mar), martine, guivre
o vouivre en otras regiones de Francia; de rousalky (del antiguo
eslavo rousa, río), en la URSS y en los países rutenos; de dona
d’aigua en Cataluña...
El mito no ha parecido en nuestros días. Afirma Heuvelmans que
en nuestros días, se descubre aún en las creencias de numerosos
pueblos primitivos: en el litoral del Golfo de Guinea, en África, en
Madagascar, en las Indias Orientales, en Indochina, en todo el
archipiélago malayo, en la Polinesia y en los indígenas de las costas atlánticas de las dos Américas. El animal que sin duda ha dado
origen a todas estas leyendas es un mamífero acuático, bastante
parecido a una foca de gran tamaño y del que existen dos géneros
distintos: el manatí y el dugong.
Lo que caracteriza a estos animales y les distingue de los demás, es, entre otras peculiaridades, que la hembra posee mamas
pectorales desarrolladas y de forma parecida a los senos de la
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mujer. Por otra parte, los órganos genitales de los dos sexos no
dejan de tener parecido con los de los seres humanos.
Y, como ellos, tienen, por añadidura —cosa que les distingue
también de los demás mamíferos marinos—, los miembros anteriores articulados, y las hembras pueden sostener al pequeño con
su brazo replegado, como lo hacen nuestras mujeres. De ahí, cuando son percibidos de lejos, con el busto enderezado por encima
de la superficie del agua y dando de mamar a sus hijuelos, es muy
fácil la sugerencia de esta ilusión. Debido a esto, por otra parte,
los zoólogos han creado para el manatí y el dugong el orden llamado de los Sirénidos.
En el libro Laminario escolar, del Ministerio de Educación de
Cuba, al referirse a las mitologías sirenas se afirma que del manatí
hay dos especies americanas: una propia del Mar de las Antillas y
otra de la Cuenca del Amazonas. En Cuba está casi extinguido,
haciéndose esfuerzos por evitar su total desaparición.
Los manatíes viven formando manadas en las aguas litorales de
poco fondo, siempre a poca distancia de la desembocadura de
los ríos, por los cuales penetran.
Se alimentan siempre de plantas acuáticas, y no parece que
salgan a tierra para comer: siempre lo hacen en el agua consumiendo grandes cantidades de plantas, y luego que están bien
saciados se tienden para descansar en un pasaje poco profundo, que les permita dejar fuera el hocico, para poder respirar. El
manatí se sumerge con facilidad, pero, a pesar de sus grandes
pulmones, necesita salir a respirar con mucha frecuencia.
SIRENAS EN CUBA
Sirena soy en mi nombre,
en el mar me han conocido,
y mi cuerpo no ha podido
ser jamás mujer o hombre.
Mírame sin que te asombres
de tan extraña belleza,
ocultando la cabeza
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y bajándola después:
suelto mi cola de pez
y me vuelvo una princesa.
DÉCIMA FOLKLÓRICA CUBANA
Este mito no abunda en Cuba, pero no es extraño. Algunas leyendas han recogido los escasos folkloristas cubanos. Nuestro
folklore tiene también sus sirenas importadas.
En 1856, el sabio Felipe Poey, en su artículo «La culebrita de
la crin», publicado en la revista La Floresta Cubana, de ese mismo año, se refería a las sirenas:
[...]. ¿Qué diremos de las sirenas que halagaban con su canto,
con la hermosura de su rostro, con la desnudez de su pecho en la
superficie de las aguas, pero torpes en las formas posteriores de
sus cuerpos y en la cola escamosa parecida a la de una culebra?
¿Quién diría que estas criaturas debieron su existencia a la imaginación herida con la vista de una foca o de un tosco manatí?
Nuestro casi extinto manatí, mamífero, con rostro definido, que
vive en los ríos, que da de mamar a sus hijos, pudo muy bien
originar en Cuba la leyenda de la sirena.
Pero los datos que tenemos se refieren al mito griego, a la
sirena griega, introducida sin retoques y transformaciones antillanas. Entre varios, tres ejemplos de sirenas cubanas.
En el libro Tradiciones y leyendas de Cienfuegos, de Adrián
del Valle y Pedro Modesto Hernández, en la leyenda «Las mulatas» zozobra una piragua y parecen seis indias. Ellas son «colonizadas» —colonización cultural «del folklore»— y se convierten
en las sirenas de Ulises:
Las indias náufragas fueron transformadas por el dios de las aguas
en mujeres marinas, que alegres y juguetonas viven desde entonces en el líquido elemento, entreteniendo y adormeciendo a los
pescadores y marineros, con sus cadenciosos cantares. En los
días de viento fuerte, aparecen sobre las encrespadas olas y se
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gozan asustando a los que en débiles naves se atreven a surcar las
aguas del mar de Jagua.
Facundo Ramos publicó en 1932 sus Casos de Remedios. En
sus páginas se recoge la leyenda «La sirena de Caibarién». Fragmento de su cuidadosa descripción:
Las que se han encontrado en las aguas de Caibarién suelen aparecer algunas noches de luna flotando suavemente por el medio
del canal de los barcos. Está formada de medio cuerpo para abajo como un pez grande semejante a una tintorera y de medio cuerpo arriba es el busto de una mujer hermosísima. Su color es de un
blanco pálido y las facciones como de la más perfecta circasiana.
Sus ojos son de gacela y guiña mucho el derecho, sobre todo
cuando ve algún marinero que le gusta: en seguida le hace la seña
del tres.
Su cuerpo es elegante, bello y artísticamente modelado [...].
Sus torneados brazos se agitan incesantemente produciendo
olas de espuma en cuyos cristales se refleja la imagen de la hermosa Sirena.
Pero lo que más enloquece, gusta y fascina es la dulzura de su
voz que produce un canto tan melodioso que atrae a todos los
marineros que pasan allí cerca. Varios han perecido ya víctimas
de sus halagadoras notas musicales; han muerto bajo las ondas
despedazados por su cola.
Ramos decide verla. Se embarca en Caibarién y navega, en la
madrugada, el Canal de los Barcos. No la ve. Sufre un chasco.
Oye una canción. Surge de un negro cocinero en bote cercano,
que cantaba una guaracha famosa:
Entra guabina
por la puerta de la cocina...
Burlado, regresó a Remedios. No quiere retornar a sus búsquedas. Ramos admite que «muchos han ido a oírla, y se hicieron
apuestas serias acerca de su aparición en tal o cual lugar».
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Y termina su relato afirmando: «Para el vulgo de nuestras gentes de mar es un hecho positivo la existencia de esa Sirena, y hay
individuos tan crédulos que creen con fe ciega todo lo que se ha
dicho y se dice de la Sirena de Cubanacán.»
En 1961 hallamos otra sirena «clásica» mal cubanizada. La maestra Lezzie Zayas Martínez, de Cienfuegos, nos hizo el relato:
Esto lo he oído contar sobre una sirena en una bahía de Cuba. Se
escuchaba, noche a noche, cantar a una mujer; era una voz que
atraía a todos los vecinos de aquella zona. Muchas veces se acercaron al lugar de donde procedía la voz y no veían nada. Pero un
día cuando se escuchó la voz había alguien cerca del lugar y vio
cómo una linda muchacha rubia con cuerpo terminado en cola se
peinaba sus largos cabellos, subida en una roca. Al notar la presencia de alguien huyó, y entonces los más viejos del lugar contaban que cerca de allí vivía una señora que tenía una hija que le
encantaba estar en la playa, y como maldición le dijo:«ojalá te
conviertas en un pescado». La muchacha un día se fue a la playa
y desapareció; y desde entonces se escucha su voz en el lugar.
La maldición que transforma a una mujer en sirena es recogida
por la copla folklórica española:
La sirenita del mar
es una pulida dama
que por una maldición
la tiene Dios en el agua.
Sirena negra en Oriente
Adalberto Suárez, investigador de Signos, recogió en la presa La
Sidra, en Matanzas, el siguiente relato sobre una sirena cubana,
de boca de un compañero de trabajo, Víctor Bazail Sosa:
Los marineros cubanos de la costa sur de Oriente, salían a pescar
y se pasaban muchos días en el mar. Si no encontraban buena
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pesca en alta mar muchas veces se iban a la desembocadura de
los ríos porque allí sí encontraban pesca.
Una vez, cerca de la orilla, vieron como una mujer negra recostada con un muchachito en los brazos. Los pescadores trataron de acercarse pero en cuanto se acercaron la mujer y el niño
se tiraron al mar y le vieron figura de mujer, brazos, pechos, pero
sin piernas, sino una cola.
Entonces se dieron cuenta de que era una sirena negra que se
les desapareció.
Ellos volvieron a ese mismo lugar otras veces hasta que un
día agarraron a la cría chiquita. Cuando subieron a la sirenita
negra al barco todo el mundo se quedó asombrado, era algo nunca visto, y se llevaron la cría.
Cuando el barco estaba en marcha sintieron detrás del barco
como un llanto de mujer. Entonces lo que hicieron fue que uno
dijo:
—Suéltenle la cría a la pobrecita.
Y se la echaron al mar.
Ellos siguieron yendo allí, para conocer más ese animal
sirena, hasta que poco a poco se fueron haciendo amigos.
La sirena era mansa y ya no les tenía miedo.
Con el tiempo un marinero se enamoró de ella y fue su
marido. No se sabe si tuvo hijos con ella.
Sobre las sirenas que aman hombres en Cuba: Miguel Barnet recoge en su libro Biografía de un cimarrón (La Habana, 1967), de
boca del mitómano negro Esteban Montejo, el siguiente informe:
[...]. Las sirenas eran otra visión. Salían en el mar. Sobre todo los
días de San Juan. Subían a peinarse y a buscar hombres. Ellas
eran muy zalameras. Se ha dado el caso muchas veces de sirenas
que se han llevado a los hombres, que los han metido debajo del
mar. Tenían preferencia con los pescadores. Los bajaban y después de tenerlos un cierto tiempo, los dejaban irse. No sé qué
preparo hacían para que el hombre no se ahogara. [...].
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Nada más, que sepamos, sobre el mito internacional de la sirena
griega en Cuba. Los pueblos han gozado con ese mito genial, la
bella mujer-pez que canta y seduce al marinero. Los pueblos toman para sí lo que aman. Los pueblos toman lo que gustan, lo
adoptan; no son «nacionalistas», se incorporan lo afín, lo agradable
a sus gustos, y ésa es una de las grandes fases atractivas, seductoras, sirenosas, del complejo folklore universal, mitológico.
MITO DEL PALOMAR
(Remedios)
El investigador folklórico, Miguel Martín Farto, ha recogido el
mito en Remedios. He aquí sus búsquedas, referidas a la casona
famosa llamada «El Palomar» por el pueblo remediano:
EL PALOMAR
Esto se lo oí a una anciana que vivía como vecina de esa antigua
casona y que fue testigo de los hechos ocurridos en ella.
Contaba que un señor francés mandó a construir ese castillo,
que sería su nido de amor. Se casó, pero no pudo disfrutar de esa
felicidad por la muerte inesperada de su amada. Poco tiempo
después aquel francés moría de tristeza.
No transcurrió mucho tiempo sin que en cada amanecer
comenzaran a verse, en la torre del castillo, dos palomas. Estas palomitas pasaban gran cantidad de tiempo enamorando, hasta
que, de pronto, levantaban el vuelo y desaparecían.
El pueblo, cuando se fue enterando decía que eran las almas de
los dos enamorados.
La gente iba a contemplar aquella tierna escena de las dos paloma arrulándose.
Poco a poco el mismo pueblo bautizó el lugar con el nombre
de «El Palomar».
Julián Pérez. [«Carrazana»]
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MISTERIOS EN EL PALOMAR
Este palomar tiene misterio:
Una vez cuando yo dormía en el piso de arriba con un agente
de las Lámparas Quesada, que pasaba allí la noche en su recorrido por este pueblo, nosotros estábamos oyendo radio y las lámparas estaban todas encendidas. Bueno, nosotros apagamos el radio
y las lámaparas y nos acostamos. A las tres de la mañana nos
despertamos al mismo tiempo, peleando, y diciendo por qué habíamos dejado las lámparas encendidas y el radio a toda voz, y
era verdad que las lámparas estaban encendidas y el radio también. Bueno volvimos a acostarnos y amanecimos debajo de la
cama.
Y de que hay un tesoro, lo hay. Allí se ven luces y arrastran
cadenas y seguro que se ven cosas.
Con eso del tesoro también han destruido esta casa, porque yo
me acuerdo que en la azotea habían unos jarrones de porcelana
lindísimos y el último que quedaba lo rompieron, porque El Chino, había soñado que el tesoro estaba allí y no me acuerdo bien
quién en follón se encaramó y lo rompió. Lo que yo si sé es que
aquí hay un túnel y un pozo como de veinticuatro varas que es en
donde está el tesoro pero, ¿quién da con eso? Lo del tesoro está
muy duro, porque no es solamente lo difícil de encontrar sino los
muertos que tienen que ver con esto. Por eso una vez yo tuve que
hacer una mudada como a las dos de la mañana. Mira, aquí vivía
una mujer que le gustaba criar gatos, y en una ocasión que yo
venía hasta medio borracho de un bembé, me la encuentro en el
medio de la calle gritando y le pregunto:
—¿Qué le pasa...?
—Que allí hay siete negros fajados y un hombre blanco fajado
también, pero hace rato que están con esa bronca.
Eran los siete esclavos que cuidan el tesoro; esos siete esclavos fueron engañados por su amo, porque ellos fueron los que se
encontraron con el dinero de los piratas, pero el amo les dijo
«Cuiden ese dinero que es suyo», y los negros se murieron cuidando el dinero porque el amo jamás se lo dio. Ahora el amo sí lo
da, pero los negros que son los dueños no lo dan, y solamente
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aceptarían darlo si se comprometen a quedarse con ellos por lo
menos tres de los que vayan a buscarlo.
Cesáreo Roche. [«El Alcalde del Palomar»]
Siguen las supersticiones:
EL FANTASMA DE LA ESCALERA
Belén López, la madrastra de mi señora, vivía en esa casona del
Palomar, y le ocurrieron miles de cosas extrañas. Le voy a narrar
un hecho que le ocurrió: Era costumbre de Belén subir a la torre
que tiene esa casona; y cuando bajaba le daba un ataque.
En una de esas ocasiones, a insistentes preguntas de sus familiares, confesó que era que un fantasma la esperaba en el recodo de
la escalera y que, al pasar, le ponía una zancadilla y la tumbaba.
Informante: Teodoro Palma.
He aquí una versión que diera a Martín Farto el mitómano, no
muy cuerdo, Cabarroca:
TESORO EN EL PALOMAR
Cuando el tiempo de los piratas, esto eran guayabales, y Francisco Noa, El Olonés, el pirata que atacó a Remedios, parte de su
tesoro lo enterró aquí: con él quedaron algunos piratas muertos
para cuidarlo. Con el correr del tiempo se fabricó este castillo y
dio la casualidad que fue precisamente en la zona donde se guardaba el tesoro.
Aquí hay de toda clase de fantasma que se pueda imaginar:
desde piratas, mujeres vestidas de blanco (una de éstas es la famosa Paloma y la otra La Gritona del Seborucal, la que gritando
le gusta crecer, y en muchas ocasiones se ha puesto grande como
El Palomar), hasta el Fantasma de la Escalera que, según dicen,
pone zancadilla para que la gente se caiga.
Cuando yo era joven, en una ocasión cuando de noche pasaba
por aquí, de la torre se asomó un pirata que en su mano poseía
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una espada mojada en sangre. Para qué contarle, me ericé completo. Luego me dijeron que era uno de los piratas que fueron
enterrados con el tesoro y él no dejaba acercarse a nadie al dinero, ni a vivos ni a muertos, y que en esos días andaba en pleito
con los fantasmas de unos esclavos que querían el dinero para
comprar su libertad.
EL HECHICERO DEL PALOMAR
Desde que yo era pequeña estoy oyendo que al Palomar se muda
un señor que era científico, pero a su vez, dominaba la brujería y
la magia negra. Y precisamente en la torre era el lugar donde realizaba sus experimentos, siempre de noche. Sucedían cosas muy
extrañas; caían chorros de agua por los canales sin estar lloviendo; otras veces se oía una música que llenaba todo el castillo sin
saber de donde salían aquellos sonidos de tono triste. Esto causó
la alarma de todo el pueblo, hasta llegar a oídos de las autoridades de la época que andaban buscando al hechicero desde hacía
tiempo. Éste, al verse descubierto se suicidó, tirándose de la torre. Algunos vecinos dicen que continúan viendo cosas extrañas
en la casona, y que se oyen trajines del hechicero fantasma en la
torre, y que cuando las noches son oscuras por los agujeros de
la torre salen pañuelos, que se convierten en palomas y se van
perdiendo de vista...
Informante: Zenaida Rodríguez.
MATÍAS PÉREZ
Es éste un mito habanero, surgido desde un hecho real. Matías
Pérez era un portugués que fabricaba toldos y cortinas en La
Habana, a mediados del siglo XIX. Se autoapodaba «El Rey de
los Toldos».
En Cuba habían volado en globos Robertson, en 1828, y Blinó
en 1831. En 1851 el francés Godard repitió la hazaña, en La
Habana. Matías Pérez acompañó a Godard en tres de sus ascensiones, en función de «ayudante».
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Fue en el año de 1856 cuando Matías Pérez, después de comprarle a Godard su globo Ville de Paris, decidió efectuar un vuelo por su cuenta y riesgo.
Realizó primero un ensayo, con buen éxito, yendo de La Habana hasta el actual barrio del Cerro.
El 29 de junio realizó Matías Pérez su segunda ascensión, la
cual originó su mito. Se elevó y alcanzó las nubes y desapareció
de la vista de una multitud que presenciaba su ascensión. En
vano esperaron su regreso.
Días después comenzó la alarma en La Habana. Matías Pérez
había desaparecido. Se rastrearon las provincias cercanas, buscándole, los cayos... y no aparecía el valiente personaje. Al cabo
de varias semanas de infructuosa búsqueda, surgió el «Mito Matías
Pérez».
La expresión «Voló como Matías Pérez» para explicar algún
suceso misterioso, continúa en el folklore habanero.
El folklore cubano recoge variantes del mito: que escapó con
una enamorada vestida de «ayudante»; que en las noches de junio
alguna vez se ve volar por la costa norte su globo encendido.
También viejos marineros afirman haber visto al globo en furiosas
tormentas nocturnas.
LOS RAYOS DE GUANABACOA
He aquí un mito muy popular en La Habana en el siglo XIX y que
Álvaro de la Iglesia recogiera en sus Tradiciones cubanas. Se
afirmaba que en Guanabacoa, barrio cercano a La Habana, no
caían rayos jamás. Sobre este mito guanabacoense Álvaro de la
Iglesia comentaba que «bastante dichosos son con vivir en
Guanabacoa, con la seguridad de que no habrá de partirlos un
rayo [...]. El caso indudable, indiscutible, absolutamente probado
hasta donde alcanza la memoria de los contemporáneos, es que
en Guanabacoa nadie murió nunca herido del rayo».
Con su humor característico, Álvaro de la Iglesia relata una
anécdota sobre el añejo —ya hoy olvidado— mito de los rayos
de Guanabacoa:
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Betancourt había oído hablar mucho de la extraña virtud de los
rayos de Guanabacoa; pero cuando se trataba del asunto, decía
siempre con su habitual buen humor:
—Fíate de la virgen y no corras. Al que le caiga encima el rayo,
sea en Guanabacoa o en Regla, va a contarle el cuento a santa
Bárbara...
Viviendo, según tenemos entendido, cerca de la Plaza de Armas de la villa, se desató una espantosa tormenta de rayos y truenos. El cielo ardía en llamas y la tierra parecía temblar. En aquella
verdadera lluvia de desprendimientos eléctricos, Luis Victoriano
Betancourt salió al patio de su casa, en los precisos momentos en
que, delante de él, a dos pasos, como quien dice, caía una chispa,
deslumbrándolo y ensordeciéndolo. Pero es de clavo pasado, que
quien ve el rayo, nada tiene que temer de él. Nuestro poeta resultó ileso, sin embargo de notar perceptiblemente los efectos de la
chispa en los muros de su casa. La tradición, victoriosa, confirmada por los hechos, había convencido al incrédulo.
Los que no lo sepan, ya lo saben. Quien sea nervioso, quien,
cuando brilla el relámpago y tableta el trueno, sienta ponérsele la
carne de gallina, trasládese a la villa de Pepe Antonio y ríase del
invento de Franklin: la tormenta más tremebunda del trópico, es
en Guanabacoa divertida función de fuegos artificiales.
MARI LOPE
Este mito se originó en Cienfuegos, en el siglo XVIII, tal vez en el
XVII. Lo recogió el escritor Adrián del Valle, que le dio forma al
legajo de Pedro Modesto Hernández, donde aparecía el relato
recogido por su familia, de tradición oral.
Mari Lope era «una tierna mestiza de español e india, que heredara del padre las facciones caucásicas y de la madre el tinte
dorado de la piel, la negrura del pelo y de los ojos, la mirada
ingenua y el natural sencillo. Era de genio vivo y alegre, hacendosa, enamorada de las flores y apasionada al canto. Con el mismo cariño con que cultivaba sus silvestres flores, cuidaba de las
palomas y pájaros con mimo».
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«A todos sonreía con ingenua pureza, a ninguno despreciaba
por baja que fuera su condición, pero a nadie mostraba predilección especial, como no fuera a los que le dieron el ser.»
«De más está decir que la admiraban y requerían de amores
todos los jóvenes siboneyes de la comarca, de los que siempre
había rondando algunos por las cercanías del bohío de Mari
Lope.»
En cierta ocasión un pirata, Jean, vio a Mari Lope y se enamoró de ella y le ofreció riquezas con tal de que ella fuera su mujer.
Mari Lope se negó, diciéndole: «pertenezco a Dios».
El pirata pretende abrazarla, Mari Lope escapa. Pero los marineros de Jean la apresaron.
Cuando llegó el pirata y quiso de nuevo retenerla entre sus brazos, brotó milagrosamente de la tierra, entre la doncella y su perseguidor, un tunal de agudas y penetrantes espinas. Jean, fuera
de sí, saca del cinto su pistolete y dispara, hiriendo en la frente a
Mari, que cae desplomada, al tiempo que una paloma de alas
blancas se remonta por el aire y se pierde tras una nube.
«La fantasía popular» afirma que en el lugar que ocupara el cadáver de Mari Lope surgen una cruz y «hermosas flores de azufre».
Asimismo la representa «llevando en sus manos una cesta llena de
las flores que llevan su nombre: Mari Lope».
En 1963, investigando sobre este mito, la maestra cienfueguera
Clara López Silverio, nos entregó otra versión:
Dice la leyenda que en Jagua (Cienfuegos), donde está el hoy
Círculo Social Obrero Mártires de Girón, vivía una indita muy
linda a la que un navegante engañó. Ella se había enamorado del
navegante y siempre le esperaba hasta que murió de tristeza. En
el lugar donde murió nació una matica a la que todos le llamaban
«marilope», y respetaban y cuidaban porque decían que era la
muchachita.
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LA DAMA AZUL
Entre las tradiciones mitológicas de Cienfuegos que Pedro Modesto Hernández recopiló y diera a Adrián del Valle para su versión «literaria», aparece el mito de La dama azul. Haremos una
síntesis de él, con citas de la versión que escribiera Adrían del
Valle.
El mito se origina en el Castillo de Jagua, en la bahía de
Cienfuegos. Ocurría que en las noches «un ave rara, desconocida, venida de ignotas regiones, de gran tamaño y blanco plumaje», se dirigía hacía el castillo, girando en espirales y graznando.
Como si respondiera a un llamamiento de la misteriosa ave, salía
de la capilla de la fortaleza, mejor dicho, se desprendía de las
paredes, filtrándose a través de ellas, un fantasma, o sombra de
mujer, alta, elegante, vestida de brocado azul guarnecido de brillantes, perlas y esmeraldas, y cubierta toda ella, de cabeza a pies,
por un velo sutil, transparente, que flotaba en el aire. Y después
de pasear por sobre los muros y almenas del Castillo, desaparecía súbitamente, como si se disolviera en el espacio.
La fantástica visión se repetía varias noches, produciendo el
natural temor entre los soldados que guarnecían el Castillo, todos
ellos curtidos veteranos que habían peleado en muchas y distintas
ocasiones y que no podían ser tildados de cobardes; sin embargo, aquellos hombres no se atrevían a enfrentarse con la misteriosa aparición, y por temor a ella llegaron a resistirse a cubrir de
noche las guardias que le correspondían.
Pero se hallaba en el castillo un joven alférez que no temía a «la
dama azul». Una noche sustituyó en su guardia a un acobardado
centinela.
El temerario alférez, para distraer las monótonas horas, paseaba
y pensaba en su mujer ausente en lejana tierra...
De pronto oyó penetrante graznido y gran batir de alas. En el
preciso momento, el reloj del Castillo daba la primera campanada de las doce. Levantó el alférez la cabeza y vio extraña ave de
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blanco plumaje describiendo grandes círculos sobre la fortaleza.
Y de las paredes de la capilla, vio surgir y avanzar hacía él, a la
misteriosa aparición que los soldados habían dado en llamar
«la dama azul», por el color del rico traje que vestía.
El alférez sintió que el corazón le daba un vuelco, mas por el
esfuerzo de su férrea voluntad dominó los nervios, y fue decidido
al encuentro del fantasma...
Al amanecer, los soldados del castillo «hallaron a su alférez
tendido en el suelo, sin conocimiento, y al lado, una calavera, un
rico manto azul y la espada partida en pedazos.
«Don Gonzalo, que tal era el nombre del joven militar,
recobróse pronto de su letargo, pero, perdida la razón, tuvo que
ser recluido en un manicomio».
Según refiere la versión literaria: «todavía es creencia del vulgo
supersticioso, que “La Dama Azul” hace de tarde en tarde sus
apariciones, paseando impávida sobre los muros de la hoy abandonada y casi derruida fortaleza. A los primeros rayos de la aurora, se lanza al aire y dando lastimeros gritos se pierde en el boscaje
del inmediato caletón».
VIUDAS
Éste es un mito que por muchos años circulaba por los pueblos
de la provincia de Las Villas.
Un mito truculento, un mito erótico, un mito lascivo más bien.
Ocurría que hombres enamorados se disfrazaban de viudas,
vestidos con un negro traje de mujer. Infundían pavor mientras
iban a sus aventuras.
Margarito Torres, a quien entrevistamos en Sancti-Spíritus, nos
ofreció dos versiones de la viuda; la viuda macho y la viuda
hembra:
«Las viudas en Sancti-Spíritus eran hombres disfrazados que
iban por las noches a cometer adulterios. Pero también eran mujeres celosas, que así se disfrazaban para vigilar a sus maridos.
Eran el terror del pueblo.»
Para el historiador villaclareño Florentino Martínez, las viudas
«no eran ladrones, al menos de cosas materiales, aunque no pue409
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da decirse que no lo fueran de honras ajenas». Según Martínez,
en Santa Clara alguna vez se dio el caso de encontrarse, en algún
apartado callejón, dos viudas que iban cada cual a lo suyo, y se
repelían recíprocamente, es decir, cada cual tomaba las de
Villadiego, en dirección contraria, para no verse descubierta... o
descubierto sería mejor decir.
Por lo demás, estas viudas llegaron a ser tan numerosas, que
en una misma noche se podían ver tres o cuatro, en distintos lugares de la ciudad, proveyendo de material abundante para hablillas
y comentarios; y no es que pongamos en duda la virtud de las
damas de entonces; es que para lo que hoy se hace con no poco
descaro, se procuraba entonces guardar, si no el decoro, la forma
hasta donde fuera posible; y se dio con la invención de las viudas,
que no eran tal sino hombres con toda la barba que iban a lo
suyo.
EL CABALLO BAJO LA BAHÍA DE CIENFUEGOS
Es éste un mito muy corriente entre los pescadores de Cienfuegos.
En 1961 recogimos el mito en boca del maestro cienfueguero
Enrique Gaínzo:
Tomashiro era un pescador japonés que pescaba en la parte
sur de las provincias de Las Villas y Camagüey, pero vivía en el
Puerto de Cienfuegos. Una vez al barco de la Marina de Guerra
Nacional «20 de Mayo», se le desfondó una plancha del fondo.
Siendo un gran nadador, Tomashiro se prestó voluntariamente, y
taponeó el barco en alta mar, salvándolo, por lo que fue premiada
su labor. Podía permanecer bajo el agua cerca de tres minutos.
Una vez al zambullir, y permanecer gran rato bajo el agua, cuando salió contó a todos que había visto un caballo gigante. Y fue tal
su sugestión que murió tras las rejas del Hospital de Dementes
(Mazorra).
Muchas versiones existen sobre este mito, unas veces es un japonés, otras un chino quien se encuentra al caballo corriendo por el
fondo de la bahía.
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El técnico en Rayos X, Humberto Barrera López, entrevistó en
una ocasión a Vicente Aguiar, en El Condado, Santa Clara, quien
le manifestó:
Yo no puedo precisarte la época en que pasó lo que te voy a
contar, pero entre la gente que pesca submarino en Cienfuegos,
se cuenta que hubo en un tiempo por esos lugares un chino
que se dedicaba a la pesca submarina a cuchillo limpio y a pulmón,
que se mantenía una barbaridad de tiempo bajo el agua, tanto que se
decía que nadie podía «sacar fondo» dondequiera que él se tiraba.
Se dice que una vez se «tiró» y si pronto se tiró mucho más
pronto salió del agua y se dice que cogiendo por una de las calles
que desemboca en la bahía se perdió y más nunca se volvió a
saber de él; otros cuentan que del tiro quedó loco y mudo.
El caso es que después se contaba que lo que el chino había
visto era un monstruo que tenía forma de un gran caballo con
aletas, muy lindo; esto es muy comentado.
LA CARABINA DE AMBROSIO
Es éste un mito de humor, que ha pasado a la jerga cubana, con
sentido sarcástico. En 1960 recogimos en las montañas del
Guamuhaya, región de Cienfuegos, de boca de Emilio Altuna,
cafetalero, una simpática versión de este mito urbano:
Ambrosio era un hombre que tenía una casa muy linda y cerca de
él vivía otro hombre que se la quería comprar. Tanto dio el hombre que al fin Ambrosio se la vendió; pero al ir a vendérsela
Ambrosio le dijo:
—Yo te la vendo, menos un cuartico de la casa, el que está en
el centro de ella..
Y el hombre que la compraba le dijo:
—Está bien, le acepto el negocio.
Y así fue que le vendió la casa.
Pero que Ambrosio era un hombre que le gustaba mucho cazar
de noche. Entonces todas las noches venía a recoger su carabina
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en el cuartico. Y se iba a cazar. Pero a cada momento entraba en
el cuartico para arreglar la carabina que se le había roto. Así se
pasaba noche tras noche entrando y saliendo en el cuartico del
centro para arreglar la carabina que se le rompía a cada momento
y dándole martillazos no dejaba dormir al otro.
Hasta que el hombre que compró la casa, cansado de
levantarse a abrir a toda hora del día y de la noche y de tantas
noches sin dormir que pasó, llamó a Ambrosio y le gritó desesperado: «¡Cójase la casa, el cuartico, la carabina y tó, que me
voy a volver loco!»
Y se fue, y Ambrosio se quedó otra vez con la casa y el dinero.
Y por eso dice el dicho cuando una cosa está mala que esto es
como la carabina de Ambrosio... que siempre está descompuesta.
LA FIESTA DEL GUATAO
Unos de los mitos urbanos que ha recorrido las provincias de
Cuba es el «Mito de la fiesta del Guatao».
Cada vez que se presagia una trifulca, gran riña, no falta quien
advierta: «Esto va a acabar como la fiesta del Guatao.»
Según las referencias que hemos recogido en el Guatao la fiesta
se celebró muchas décadas atrás, la fecha exacta es imprecisable,
pues existen muchas versiones con distintas fechas.
Resumiendo las versiones, el mito surge de un hecho real: En
Guatao se efecutó un gran baile y en él ocurrió una enorme, una
descomunal riña entre los asistentes. ¿Por qué causas? Las versiones ofrecen variadas causas. Parece que hubo viejas rencillas que
se ventilaron a puñetazos. Los músicos escaparon sin instrumentos y golpeados. No quedo «un mueble sano» en la casa del baile.
La misma casa fue parcialmente destruida en el grande tumulto
iracundo. La leyenda de la destrucción, heridos y malamente
aporreados en el ya mítico baile, ha llegado hasta nuestros días
como un hecho único, descomunal, insuperable. «La bronca del
siglo», nos decía un cosechero de tabaco.
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Versión personal
En nuestra juventud, alrededor de los veintidos años, conocimos
a un titulado asistente al mítico baile, natural de Candelaria. Nos
afirmaba que una belleza del pueblo, Fela Cuesta, había originado el fabuloso combate a puñetazos con sus coqueterías. Sobre
esta versión escribí unas décimas, llenas de mi muy juvenil humor:
FIESTA FAMOSA
(A la manera más típica).
Hubo en el Guatao la fiesta
más extraordinaria y rara
cuando allí asomó la cara
coqueta de Fela Cuesta.
Pronto comenzó una apuesta
sobre quién bailaba a Fela.
Aquello prendió candela
de volantes «jaquimazos».
Golpeaban rostros «piñazos»,
mordía a la espalda la espuela.
El griterío despedido
en la medianoche ardiente
de la atropellada gente
se oyó por lo más tupido
del monte. El enfurecido
puño en flor se daba entero.
Por tal revuelto bronquero
de silletazos y muelas
revolando, quedó Fela
desmayada en un alero.
Bajo el golpe en cruenta ola,
la noche caliente en mayo,
hubo quien montó un caballo
por la punta de la cola.
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De la enorme batahola
surgía un chispaje dorado.
Del conflicto continuado
salieron sones de estaca
y macetas de albahaca
coronando un ¡ay! helado.
Por algún hueco que hubo
los músicos escaparon
y mientras más se buscaron
más denso el misterio estuvo.
Un tipo construyó un tubo
para huir del bravo «queque».
Las tablas del bajareque
se fueron cuarteando a poco
al bronco rumor del loco
puño piñando al guateque.
Luego la Guardia Rural
vino a acabar con el brete:
quedaron doce machetes
revolando en el maizal.
¡Qué batalla! La fatal
Fela gozaba en su punto:
la mirada de cotunto,
la vista como candela.
(Guatao seguía en la «pela»
al acabar este asunto.)
SAMUEL FEIJÓO (22 años)
EL «AURA BLANCA» CAMAGÜEYANA
La famosa poetisa camagüeyana del siglo XIX, Gertrudis Gómez
de Avellaneda, escribió sobre el mito del «aura blanca», que ella
denominó «Leyenda». Mito que aún en nuestros días se halla vigente.
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Refiere en su «El aura blanca» la famosa poetisa que en su
infancia existía en la ciudad de Camagüey un sacerdote «a quien
el vulgo llamaba cariñosamente padre Valencia». Este sacerdote
acostumbraba dar «sabios consejos, paternales exhortaciones» y
ayudaba a los desgraciados, a la gente con conflictos, «dominaba
como por encanto las oscuras pasiones y hacía encontrar medios
de transacción y avenencia». Este fraile «había llegado a ser la
visible providencia de todo el pueblo, donde ningún conflicto,
público o privado, dejaba de buscar y encontrar remedio en la
inmensa ternura de su alma».
La poetisa describe un hecho caritativo del sacerdote:
Existía, empero, una plaga terrible cuyo tristísimo espectáculo se
presentaba a cada paso a su vista, sin que alcanzase al santo varón medios de remediarla. Los leprosos vagaban por las calles,
cuyo ambiente corrompían con la pestilencia de sus llagas, pidiendo por amor de Dios una limosna, que ni aun las personas
más piadosas podían tenderles sin apartar los ojos de su repugnante aspecto. Aquellos infelices seres, peligrosos para la salud
pública, se multiplicaban de día en día, a pesar de perecer en gran
número, hacinados en inmundos e ignorados tugurios, a los que
la ciencia médica no llegaba nunca para proporcionarles algún
alivio y ni aún la misma religión acudía siempre para ofrecerles,
en su últimas momentos, auxilios espirituales.
Sólo el padre Valencia descubría y frecuentaba tales receptáculos de miseria, tales focos de infección, haciendo sus delicias de la
difícil asistencia de enfermos tan asquerosos; pero bien comprendía que no bastaba toda su abnegación personal para asegurarles los recursos y consuelos de que tanto necesitaban.
Afligíale no poco esta desalentadora idea, hasta que amaneció
un día, en el cual, iluminado de súbito por divina inspiración, se
echó a los hombros una jaba de pordiosero, y comenzó a recorrer la ciudad pidiendo de puerta en puerta una pequeña moneda
para la fundación de un grande hospital de lazarinos.
[...]. Algunos años le bastaron para levantar desde el cimiento
vasto y hermoso edificio, que hace y hará eternamente bendecir
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su memoria a la ciudad del antiguo Camagüey, y en el cual fueron
acogidos, con general aplauso, centenares de enfermos de ambos
sexos que hallaron en aquel aislado y saludable albergue, bajo la
inmediata dirección del digno fundador, todas las comodidades y
aun todos los goces compatibles con su situación.
Poco después de fundar el asilo murió el sacerdote, que fue muy
llorado por la población.
Pero ocurrió un grave percance. Sobrevino un año en que «hubo
grandísima escasez y carestía en toda la provincia central de la
Isla de Cuba. Viéronse entonces bandadas famélicas de mendigos pulular por las calles [...] y como puede adivinarse el asilo de
los leprosos se resintió profundamente del estado de general
penuria».
Crecían, sin embargo, los apuros; la administración del hospital
había agotado todos los recursos de su celo y de su inteligencia, y
no sabía ya de qué medios valerse para que no faltase totalmente
el sustento a los numerosos enfermos, cuyas quejas y lamentaciones acrecentaban las amarguras de sus ánimos, en medio de tan
insuperables dificultades.
Hubo una mañana en que, cerca de las doce, aún no habían
podido desayunarse los pobres lazarinos, quienes, echados tristemente sobre la yerba que crecía en el ya arrasado huerto del establecimiento, recordaban con lágrimas aquellos tiempos pasados
en que tropas canoras de los vistosos pájaros tropicales venían
cada mañana a sus plantas, para recoger las abundantes sobras
de pan de su desayuno.
—¡Ay! —decían—, ahora no acuden sino carnívoras auras,
como esperando nuestros cadáveres para saciarse de ellos. Y en
efecto, veíase recorriendo el huerto, con lentos y como cautelosos
pasos, multitud de aquellas aves pestíferas, de fúnebre color, que
recuerdo me causaban, cuando era niña, pavura supersticiosa.
El aura, o gran buitre cubano, es indudablemente queridos lectores, como acaso lo sabréis, una de las raras excepciones que se
conocen entre las variadas familias de hermosas aves indígenas.
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Su cabeza, de un rojo amoratado, presenta excrecencias costrosas,
por las cuales ha merecido se le designe con la calificación de tiñosa;
su corvo pico y sus afiladas garras, teñidas de color sanguinolento, exhalan, como todo su cuerpo, la fetidez de las carnes
corrompidas, que son su habitual pasto, y sus alas, de un negro
verdoso y deslustrado, forman, al batir el aire, cierto rumor siniestro que parece marcar un compás fúnebre.
Sucedió, empero, que el día a que nos referimos, y mientras los
acogidos del hospital contemplaban con disgusto aquel lúgubre
cortejo que los acompañaba en su soledad, como para hacérsela
más triste, apareció de repente, entre la oscura bandada, una ave
desconocida del mismo tamaño y de la misma forma que las auras, pero contrastando con ellas de una manera asombrosa. Blanca
cual el cisne ostentaba en su cabeza, como en sus pies y en su
pico, el color esmaltado de la rosa, teniendo, además, en vez de
los huraños ojos de la familia a que parecía pertenecer por su
figura, los dulces y melancólicos de la paloma torcaz.
Sorprendidos los leprosos a vista de la nueva y súbita aparición, se acercaron a ella llenos de curiosidad, y ¡cosa rara!, la
tropa de negras auras levantó al punto el vuelo, como espantada;
pero el aura blanca, lejos de huir, se dejó caer mansamente, y aun
pareció querer acariciar con su suave aleteo las llagadas manos
que la aprisionaban.
Al día siguiente corría por Puerto Príncipe conmovedor relato.
Decíase que el alma del padre Valencia, tantas veces invocado en
medio de crecientes angustias por sus pobres hijos los lazarinos,
había bajado a ellos en forma de una ave extraordinaria, a la que
todos convenían en llamar «aura blanca».
La novedad del suceso despertó de tal manera el interés general, que hubo de hacerse la exhibición pública del ave, poniendo
precio a la entrada; y fue tan grande la afluencia de gente, que en
pocos días se recaudó considerable suma, suficiente a subvenir a
las urgentes necesidades del hospital de San Lázaro.
Pero no quedó en esto. El «aura blanca», paseada en una jaula
dorada por muchos de los pueblos de la Isla y excitando en todos
curiosidad vivísima, los puso en contribución voluntaria a favor
del establecimiento, proporcionándole salir al cabo felizmente de
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todos los apuros y entrar en nuevo período de prosperidad y
holgura.
De este modo, según la vulgar creencia, el caritativo fundador
proveyó, aun después de muerto, al sostenimiento de sus acogidos, quienes celebraron en la aparición del «aura blanca» visible
milagro, comprobador de la santidad y eterna bienaventuranza de
aquella alma bienhechora.
En la ciudad de Camagüey recogimos un mito sobre otro animal,
esta vez un gato:
EL GATO DEL ASILO
En Camagüey existe el Hospital de Ancianos, o asilo. Dicen los
que allí viven que hace años existió un viejo al que le decían
Oróscopo. El caso es que él crió un gato que siempre andaba
molestando porque era muy goloso, y él lo tenía muy malcriado.
Había una cocinera que le tenía mucho odio, como es de esperarse, pues el gato siempre la estaba molestando. Dicen que ella le
echó pescado con espinas chiquitas, y el gato se enfermó tal vez a
consecuencia de eso. El caso es que el gato murió y el viejo también. Y ahora a veces se siente el maullido de un gato (yo no lo he
oído pero dicen que después se oye el silbido del viejo).
Hay empleados del asilo que no se atreven a trabajar de noche
oscura, por miedo al gato que dicen que sale grandísimo y que es
negro, pero al viejo nadie lo ve.
Informante: Celsa Aguilera. Ama de casa. Camagüey.
MITO DE MA DOLORES
El mayor mito urbano en la antigua provincia de Las Villas, es el
de Ma Dolores, negra esclava curandera, que viviera en Trinidad
a mediados del siglo XIX. Siguiendo las versiones populares sobre
ella se puede conocer a fondo cómo se construye un mito. Esto
se verá páginas adelante.
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De sus curaciones, y procedimientos para ello, se ha elaborado un mito, ya mágico. Además se reconoce que la curandera
participaba en la rebelión contra el colonialismo español.
El historiador trinitario, Emilio Sánchez, en su libro Tradiciones trinitarias (publicado en Cienfuegos, 1916) nos informa que
Ma Dolores «negra vieja, gangá, famosa curandera, vivía en la
finca Cabarnao» y que allí, en un sombrío rincón de la finca erigió Ma Dolores su pobre bajareque; que servía a un tiempo de
templo consagrado al culto de la brujería y de centro de consultas
medicinales [...]. La vieja africana llegó a adquirir una nombradía
y popularidad que le hubieran podido envidiar algunos médicos
de talento [...]. El nombre de la vieja, nimbado con la aureola de
la fama, empezó a repetirse en la comarca, y luego traspasó los
linderos de Cabarnao para extenderse por más dilatados horizontes [...]. Poco a poco la covacha de la bruja se hizo sitio habitual
de cita para aquellos enfermos que la ciencia, impotente, había
abandonado a su suerte.
[...]. ¿En qué consistía el crédito y autoridad de la bruja? ¿Cómo
nació y se arraigó la fe en la conciencia popular? Pues bien, la
vieja se alzó sobre el pedestal de la gloria curando con aplicaciones de saliva, y con pañitos mojados cuya eficacia se debía a las
virtudes maravillosas del agua de un manantial próximo al bohío
de la vieja, de donde se surtía, y que aún hoy se conoce con el
nombre de La Poza de Ma Dolores.
Refiere Emilio Sánchez que las autoridades españolas sospecharon «de las reuniones aquellas, y poco a poco fue formándose
en la mente de las autoridades la opinión de que el bajareque de Cabarnao no era una clínica, sino un centro de conspiración y de
comunicación al servicio de los cubanos en armas». De este modo
a Ma Dolores se le sometió a un proceso militar [...]. Ma Dolores
fue juzgada por el delito de infidencia, como un enemigo peligroso para la integridad nacional. El tribunal condenó a la vieja hechicera y conspiradora, a la pena de ser pasada por las armas.
Cuando se le notificó la terrible sentencia la vieja exclamó:
—A mí no va matá... Los angelito me viene a bucá y me va
llevá...
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El día señalado para su ejecución en la sabana llamada La
mano del negro, una muchedumbre «esperaba ansiosa el solemne
momento de ver llegar entre bayonetas a la infeliz vieja». En la
sabana se hallaba el pelotón de ejecución.
De momento se produjo una sorda agitación... Era que por las
Chanzonetas y en dirección a la sabana se vio venir a todo galope a un oficial español, alta la diestra. En ella portaba un pliego.
Los ánimos quedaron en suspenso breves momentos, pues ya
estaba próximo el jinete. Claras se oyeron sus voces:
—¡Perdón! ¡Perdón para el reo!
[...]. Los supersticiosos recordaron entonces el vaticinio de Ma
Dolores. [...] A la vieja hechicera se le conmutó la pena de muerte
por el destierro en La Habana.
Afirma Sánchez que Ma Dolores «era, en efecto, un eficaz auxiliar de los cubanos combatientes». El 14 de marzo de 1876 fue
conducida a La Habana.
Así se creó el mito de la Ma Dolores, primero en Trinidad y
luego en Las Villas, mito que comenzó con un origen real y después fue transformado por la fantasía popular. Su nombradía llegó hasta nuestros días. Ello motivó nuestra presencia en Trinidad,
en 1973. Allí celebramos reuniones en la Biblioteca Municipal
para conocer sobre el mito, y recibimos varios informes escritos
de nuestros informantes.
LOS INFORMES
(Donde se puede apreciar cómo trabaja el mito en la mente)
Señores en Trinidad
apareció un manantial,
medicina celestial
para la comunidad.
Aquí Dolores está,
a la cual juzgan la loca
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la gente de ciencia poca
que no tiene idea moral:
dicen que no pué cural
con saliva de su boca.
MELCHOR ENTENZA
(Decimista trinitario)
(Siglo XIX)
Informe de Luis Gómez, decimista popular:
Ella tenía mucha fama de buenas curaciones.
Ella vivía junto a una poza y cuando venía el enfermo le daba
agua de la poza, le echaba unos ensalmos y se ponía bueno.
Pero los españoles le acusaron de mensajera de los insurrectos
y vinieron a prenderla junto a la poza. Y entonces Ma Dolores se
tiró en la poza y se desapareció.
Se daban grandes fiestas después alrededor de la poza. La
gente cantaba y se alumbraba con velas, y tomaban el agua de la
poza porque se curaban fantasía, a veces asombrosa.
Informe de Pablo M. Esplugas, maestro jubilado:
Ma Dolores Iznaga era una esclava liberta que curaba por medio
de una fuente que es una caída de agua que hay en Cabarnao.
Eso es una tradición porque la realidad es que Ma Dolores era
una patriota que llevaba mensajes a los insurrectos, y también
curaba a algunos mambises que llegaban a ella heridos de bala.
Informe de Agustina González Villa, ama de casa trinitaria:
Mamá Dolores, así se llamó la negra conga curandera que vivió
en un lugar que se le dice en Trinidad La Poza. Ella curaba con
saliva y con el agua de la propia poza. Un día un cura que era muy
incrédulo dijo: «a esa negra le voy a dar un susto que no va a
curar más». Entonces fue a la poza y la insultó y le dijo: «Oye,
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vieja mentirosa, le voy a entrar a patadas a esa tinaja». Y se la
rompió. Entonces el cura andaba a caballo, y cuando se retiró el
caballo se le enfrenó. El caballo lo tumbó y lo agolpeó todo. Entonces tuvo que regresar a donde estaba ella y dijo: «Perdóname,
cúrame, que me siento mal». Y ella que era tan pasiva dijo: «Aquí
está mi agua y mi saliva y te curaré».
Fueron tantas las cosas que ella hacía que el gobierno español
la despatrió y la metieron en un barril para llevársela a España, y
habían en el muelle tres barriles. Entonces el español que le tocó
la misión se equivocó y cogió de los tres barriles el vacío, y lo
entró en el barco, y resultó que cuando llegaron a España y fueron a buscarla resultó que el barril donde ella estaba lo dejaron en
el muelle de Casilda.
Entonces ella se salió del barril y fue a parar a Trinidad. Se
internó en una casita y como el pueblo estaba de su parte nadie la
descubrió. Y allí murió, y por eso todos dicen que desapareció.
Esta narración me la contó mi tía Ceferina Villa, que murió hace
cinco años de ciento dieciocho años.
Informe de Emelina Pérez, costurera:
Esa viejecita curaba con saliva y el agua de la poza donde había
que bañarse con ropa. Tengo una tía que sufría de los oídos y se
bañó y salió oyendo.
Informe de Juan Bautista Zerquera, jubilado:
Se cuenta que muchas personas que sufrían enfermedades de la
piel se bañaban en el agua de la poza y algunas salían curadas. A
los niños los curaba con saliva y oraciones en lengua africana.
Informe de Pedro Duarte Téllez, ceramista:
El Viernes de Dolores (viernes antes de Semana Santa) todo el
mundo iba a buscar sus jarros de agua y su piedra a la Poza de
Ma Dolores, donde nadie se podía bañar porque habitaba un
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güije allí. A la poza se le llamaba de Ma Dolores porque allí vivía
una negra esclava emancipada que curaba a los enfermos con el
agua de la poza. Ella era conspiradora, y cuando ella se murió se
le fue quedando su nombre a la poza.
Informe de Jorge Luis Díaz, plomero:
Era una negra insobornable. Ella en su famosa poza se dedicaba a
curar con aquella agua medicinal. Fue perseguida por los españoles y trataron de fusilarla en La Mano del Negro, y allí se desapareció y más nunca se supo de ella.
Informe de Ulises Prado, plomero:
En la Poza de Ma Dolores, los viernes santos, cuando el agua se
pone sucia, la gente metían botellas vacías y la sacaban llenas de
agua limpia y transparente y con esa agua se curaban.
El pueblo trinitario bajaba hasta la poza el Viernes de Dolores y
los que tenían achaques tomaban el agua, y traían piedras de la
poza para sus casas. Esas piedras las ponían en vasijas y las llenaban de agua, y cuando tenían algún mal tomaban de esa agua y se
mejoraban sus males.
Informe de Elena M. García Adlington, profesora jubilada:
Parece que Ma Dolores trajo del África conocimientos de muchas plantas curativas que ella recomendaba, además del agua
mineromedicinal del manantial. Hacía prácticas de brujería: tiraba
los cayajabos y caracoles. No cobraba nada y era colaboradora
del ejército mambí. Fue descubierta y llevada a la cárcel. Estando
en la cárcel ella aseguraba que los angelitos la protegían. La deportaron para La Habana y después no se supo más de ella. Alguien
dijo que una señora se la llevó para España y dice el vulgo que se
aparece en la poza los viernes santos.
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Informe de Elisa Venegas Juviel, profesora jubilada:
Se dice que Ma Dolores preparaba hechizos para conseguir el
amor de una persona. Ella le pasaba armas y mensajes a los
mambises; y les servía de correo.
Después que se la llevaron de Trinidad los españoles, se ha
dicho que ella hace su aparición junto a la poza de Cabarnao en
determinadas ocasiones.
Informe de Arcadia Brunet, noventa y cinco años:
Yo nunca la vi pero todo el pueblo la vio y hablaba mucho de ella.
Curaba con yerbas y agua de la poza. Muchos cocimientos de
yerbas mandaba. Cuba es toda medicina. Todas sus yerbas son
medicinales.
Ma Dolores era insurrecta. La mandaron condenada los
españoles para España y la reina de España la salvó porque tenía
un hijo enfermo de la barriga y Ma Dolores lo curó con salivita.
Mascaba tabaco, escupía en las manos, y se las pasaba al niño
por la barriguita y lo curó.
Informe de Agustín Orozco, jubilado:
Cuando llevaron a fusilar a Ma Dolores, un teniente del piquete se
cayó del caballo y se partió una pierna. Entonces un español le
dijo a Ma Dolores en broma:
—Tú que eres bruja, cúrale la pierna...
Ella cogió la pierna y le echó saliva y se la curó en el momento.
Entonces se asombraron de su virtú y no la fusilaron. Entonces la
reina de España la mandó a buscar para conocerla y se quedó
encantada de sus virtudes y le regaló una casa en La Habana.
Informe de Adolfo Torrecillas, Dirección de Cultura:
Arsenio Castellanos, que ya murió, me contó que cuando fueron
a fusilar a Ma Dolores y ya estaba preparado el pelotón, ella
decía:
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—No se apuren. No tengan tanta prisa en matarme que mi
libertad viene en camino.
Entonces cuando ya la iban a fusilar apareció un jinete, un soldado español, a toda carrera, con la espada en alto y un sobre en
la punta de la espada.
Llegó, dio el sobre, lo abrieron y encontraron orden del gobernador que le perdonaba la vida.
Deseoso de conocer más datos sobre el mito de Ma Dolores,
nos fuimos a Cabarnao, a la poza famosa, para entrevistar a los
viejos de la zona. Allí encontramos a Gumersindo Iznaga cuya
casa está muy cerca de la poza. Él nos dijo:
A la Poza de Ma Dolores la gente venía por montones. Salían el
Viernes Santo tempranito, con la fresca, y venían con velas, y con
vasijas para coger agua. Todos se tiraban vestidos en la poza y
rezaban a Ma Dolores. Se llevaban piedras de la poza para que
sus casas estuvieran benditas. Y muchos prendían velas en las
rocas. Los enfermos venían en procesión por esas maniguas a
bañarse vestidos. Yo nací aquí y creo en eso. Los peces de aquí
son sagrados. Nadie los pesca. Son intocables. Esta agua que
tomo me fortalece.
También avanzamos hacia la zona de El Condado y allí entrevistamos al organizador de las procesiones a la Poza de Ma Dolores, Plácido Rizo, de setenta y tres años:
Yo me llamo Plácido Rizo, natural de aquí, del Condado. Yo le
voy a hacer un retrato bueno de Ma Dolores. Ella fue esclava, allá
por 1845, de don Alejo Iznaga, amo de una finca de más de
cuatrocientas caballerías. Ella se liberó, era africana gangá. Entonces ella era lavandera de don Alejo pero se le presentaron unos
ataques que le daban tan fuertes que el agua se volvía sangre en la
batea. Entonces no le quedó más remedio a don Alejo que darle
la libertad.
Entonces ella pasó a vivir a una loma muy alta, cerca de donde
está la poza. En la lucha contra España se alzaba la gente y venían
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a ver a Ma Dolores y ella los guiaba a la insurrección. Entonces
los españoles mandaron guardias civiles a La Sabanilla, y decían:
«vamos allá, con la negrilla esa, a quemarle el vara-en-tierra».
Entonces salieron los guardias civiles mandados por un militar que
se llamaba Muñeca. Entonces le dieron candela al vara-en-tierra
y no ardió. Y al otro día se les cayeron los brazos a esos guardias
civiles y se murieron. Entonces trataron de embarcar por Casilda
a Ma Dolores. La embarcaron y la botaron al agua en alta mar
para que se la comieran los tiburones. Pero ¿qué pasó? Que del
mar salió un altar lleno de flores y Ma Dolores dentro de él. Eso
me lo contó a mí un marinero español que se murió hace como
quince años.
Volvió a Trinidad y la quisieron fusilar y no se pudo. Entonces
la reina de España estaba de parto y éste era muy difícil. Y entonces se llevaron a Ma Dolores para Cádiz para que ayudara a
parir a la reina. Ella dijo que la encerraron en un cuarto con la
reina y a los cinco minutos hizo parir a la reina con sus virtudes.
Entonces al triunfar ella le dieron una buena casa en un lugar de
España, y de allí se desapareció.
Mira si yo estoy empapado en la fe con Ma Dolores que a
cada rato voy a la poza y lloro.
Yo antes sacaba una procesión desde Magua hasta la poza.
Delante iba una banda de música, la de Trinidad. Yo organizaba la
procesión. Sacábamos a la Virgen de la Caridad. Seis o siete mil
personas iban en la cabalgata esa por los montes y la manigua.
Todavía va gente cantidad. La gente se tira en la poza con ropa y
tó. Y el agua es bendita. Yo siempre tengo de esa agua aquí en mi
casa. Yo vi mucha gente curada. Un niño con un hueco en el ombligo y su mamá lo llevó tres viernes seguido y se curó. Las piedras de
esa poza, metidas en una botella, paren. Pero hay que saberlas
conocer. Yo las conozco. Y las he visto parir dentro de la botella.
Hay quien ha visto a Ma Dolores en la poza, los Viernes Santo.
El fluido de ella se lo hace ver. Aquí en el Condado hay uno o dos
que la reciben a ella, Marielina, de la Bijía, por mediación de ella
cura. Yo organizaba las procesiones porque vi realidades en la
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poza. Yo soy como santo Tomás: si no veo no creo. Y por eso la
seguí y organizaba procesiones. La gente venía de toda Cuba a
Magua para salir en procesión y bañarse en la poza y curarse. Yo
tenía un cuerpo de organizadores para que hubiera orden. Yo hacía colectas para los gastos de la procesión. Los curas decían que
era una negra bruja y la perseguían. Pero no. era el odio de los
curas españoles a Ma Dolores.
El Condado, lomas de Trinidad. Abril 5 de 1973.
Hasta aquí el fabuloso mito de la trinitaria Ma dolores. El lector
acucioso habrá observado las versiones y los testimonios
variadísimos y contradictorios. Así, pues, se crea un mito, fantasía,
ingenuidad, superstición mediante. Cuidarse de la mentira supersticiosa. Analizar el mito como fantasía, a veces asombrosa.
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ÍNDICE
Prólogo / 5
Mitología india cubana / 13
Mitos primigenios variados / 23
Mitología cubana mayor / 77
Mitología afrocubana / 208
Mitología cubana del misterio y el horror / 304
Mitos cubanos / 384
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